Capítulo 7

Amaba la sensación del agua sobre su piel. La colmaba de una paz que desde hacía mucho tiempo dejó de ser habitual en ella. Permitió que su cuerpo se relajase poco a poco, se sumergió por completo debajo de esta y nadó despacio hacia el otro extremo de la piscina ubicada en el interior del hotel. A diferencia de la que se encontraba en el exterior, era climatizada y estaba rodeada de paredes de vidrio que la separaban de la parte más reservada del restaurante.

No le preocupaba que algún huésped pudiese verla. Ninguno de ellos se levantaba tan temprano. Dejándose llevar por la mágica y placentera sensación que siempre la embargaba cuando estaba allí, tomó una bocanada de aire y volvió a hundirse en el agua. Le gustaba el silencio que la envolvía nada más sumergirse dentro, perturbado tan solo por la ondulación provocada a su paso o las burbujas que dejaba escapar por su boca de tanto en tanto.

Aparte de la ducha, era el único lugar en el que lograba que su mente por fin se aquietase. Era como si el tiempo se detuviera en ese instante y todas las preocupaciones la abandonasen dándole una libertad que pocas veces sentía. Sonrió al recordar cómo sus primos solían compararla con una sirena cuando, de pequeños, no lograban alcanzarla en medio de una carrera. No entendían cómo siendo menor que ellos los vencía siempre en ese juego.

Al llegar al final de su recorrido, se asomó de nuevo para tomar aire y, tras dar la vuelta, se zambulló otra vez para emprender su regreso impulsándose con sus pies para alcanzar mayor velocidad. No entendía de dónde sacaba la energía considerando lo poco que consiguió dormir la noche anterior. Tal y como había empezado a hacer desde que llegó a la ciudad balnearia, caminó durante horas por la playa al terminar su turno en el restaurante. No obstante, esta vez no había ido sola.

Cumpliendo con lo prometido, Lucas la había esperado en el comedor hasta que ella por fin terminó con sus tareas y luego de insistirle en que comiera algo, la acompañó a su caminata nocturna. Al igual que sucedía siempre que estaban juntos, conversaron de todo un poco. No importaba de qué se tratase, nunca se quedaban sin tema de conversación. Él tenía algo que la invitaba a abrirse y contarle cosas que solo personas muy cercanas a ella sabían, como por ejemplo lo mucho que, a pesar de esforzarse en ignorarlo, le seguía afectando sobremanera la desaprobación de su madre.

Contrario a lo que había esperado, en ningún momento desestimó su preocupación ni intentó restarle importancia, sino que la escuchó con interés y atención. Además, le recordó que hasta la persona más segura necesita sentir la aprobación de sus padres, por lo que era más que entendible que estuviese decepcionada por no tenerla. "Deberías dejar de dudar de vos misma y sentirte orgullosa de la maravillosa mujer en la que te convertiste, bonita", le había dicho antes de despedirse en la puerta del edificio donde se encontraba su departamento.

Del mismo modo que había sucedido en ese momento, su estómago se llenó de mariposas y, de pronto, sintió que se quedaba sin aire. Estaba a mitad de su carrera cuando emergió del agua con la cabeza inclinada hacia atrás e inspiró profundo. ¡Dios, ¿por qué tenía que reaccionar de forma tan visceral a él?! Comenzaba a darse cuenta de que jamás sería capaz de olvidar lo que habían compartido meses atrás. Y lo peor de todo, era que no sabía cuánto tiempo más podría mantener la distancia cuando lo único que deseaba era entregarse a él y dejarlo hacer con ella lo que quisiese.

Nerviosa por aquella revelación, pasó ambas manos por su rostro y las deslizó hacia atrás para escurrir el agua de su cabello. Exhaló despacio. La sorprendía lo mucho que él le generaba aun sin tocarla. Siempre había sido consciente de su atractivo, incluso mientras la apuntaba con su pistola la noche en la que, sin aviso, entró en la casa de Pablo en busca de Daniela. No obstante, estaba tan centrada en Gabriel y los problemas que había en su relación —si se le podía llamar de esa manera—, que no prestó atención a lo que su cuerpo intentaba decirle.

Y no fue hasta la boda de su mejor amiga —cuando alcanzó su momento más oscuro, ese en el cual se sintió caer en un abismo, incapaz de encontrar la salida al dolor y la soledad que comenzaba a asfixiarla—, que se dio cuenta del hombre que tenía delante de ella. Solo entonces, cuando sus fuertes brazos la rodearon y la sostuvieron manteniéndola en una pieza, cuando sus bellas palabras la hicieron sentir la mujer más hermosa y significativa del mundo, cuando fue capaz de verse a sí misma a través de sus ojos; en verdad lo vio.

No había contado con que él la besaría, pero lo hizo, sacudiendo por completo el tablero y poniendo su mundo del revés. Todo lo que había creído hasta ese momento dejó de importar. Solo podía pensar en lo que él le provocaba con sus labios, con el calor de su lengua contra la suya y el fervor con el que sus manos se aferraban a su cintura mientras la apretaba contra su cuerpo. Y así, sin más, deseó que no se detuviera, que lo tomase todo de ella, que la hiciera suya.

Nunca se había sentido tan viva, tan mujer. Jamás el beso de un hombre había despertado semejante ansia en ella y por eso, contra toda lógica, fue incapaz de resistirse a la tentación de ir a buscarlo al hotel donde se alojaba, aun sabiendo que estaba comprometido —o así lo había creído—. Deseaba sentir de nuevo su fuego y terminar lo que había quedado inconcluso.

Lo que jamás previó fue que ese encuentro se convertiría en su peor tormento y que el ardiente anhelo de volver a sentirlo dentro de ella la consumiría por completo.

—¿Estás bien? Te ves un poco acalorada.

Se sobresaltó cuando la voz de José se inmiscuyó de pronto en sus más profundos y eróticos pensamientos. Pensar en Lucas siempre tenía ese efecto en ella. La hacía olvidarse de todo lo que había a su alrededor provocando que sus sentidos se centraran solo en él.

Cuadró los hombros y alzó la barbilla en un intento por disimular su sofoco. Su primo había ido a buscarla esa mañana para que nadasen juntos como lo hacían de niños y ella aceptó con gusto. En el último tiempo le resultaba difícil conectar con él debido a sus repentinos cambios de humor, por lo que no dudó en aprovechar la oportunidad que se le presentaba. No obstante, comenzaba a arrepentirse de haberlo hecho. Lo único que deseaba en ese momento era encerrarse en su habitación y aliviar las urgencias de su cuerpo.

—Estoy bien —murmuró con voz ahogada.

Se apresuró a rodearlo y seguir con su recorrido. Sabía lo transparente que podía llegar a ser en ocasiones y no quería que el muchacho advirtiese el torbellino de emociones que estaba sintiendo. Después de todo, era muy observador, por lo que no tardaría en atar cabos y lo cierto era que temía cual pudiese llegar a ser su reacción. Había notado que Lucas no le simpatizaba demasiado y aunque no tenía idea de la razón de su recelo, no quería empeorarlo.

—No te vas a librar de mí tan fácilmente, pequeña —exclamó al darse cuenta de que intentaba evadirlo.

Lucila sonrió ante los múltiples recuerdos de asombrosos veranos en familia y aumentó la velocidad de su avance cuando lo oyó lanzarse a la persecución. No sirvió de mucho. José la alcanzó en un par de brazadas y sujetándola de la cintura, la alzó por encima del agua para luego arrojarla de nuevo en esta. Las carcajadas de ella no se hicieron esperar y dispuesta a vengarse, comenzó a salpicarlo con las manos, una y otra vez, en un intento por impedir que volviese a acercarse. Su primo podía ser más fuerte y rápido, pero ella era más astuta y no pensaba dejárselo fácil.

Lucas avanzó por el comedor con la esperanza de encontrarla. Si bien era temprano, sabía que ella acostumbraba madrugar. Otro rasgo que le gustaba. Para él, las mañanas eran preciadas. Solía salir a correr como parte de su entrenamiento diario y luego de ducharse, se preparaba unos buenos mates que disfrutaba tomar mientras leía las noticias o algún artículo que fuese de su interés, por lo general relacionado a la tecnología. Si bien no se consideraba a sí mismo un experto en el rubro, tenía el conocimiento suficiente para utilizarla de forma idónea en su trabajo.

Escaneó el lugar con la mirada. Le llamó la atención que ningún integrante de la familia estuviese desayunando en ese momento y sin saber bien la razón, se dirigió hacia las mesas que estaban dispuestas en la parte más reservada ubicada junto a una de las piscinas del hotel. Estaba a pocos metros cuando escuchó su risa. Sintió que su corazón daba un vuelco al ser alcanzado por aquel maravilloso sonido y volvió a asombrarse del efecto que ella siempre tenía en su cuerpo. Atraído como polilla a la luz, continuó avanzando en esa dirección.

Se detuvo nada más verla, hipnotizado por la hermosa sonrisa que resplandecía en su rostro. Con la mitad de su cuerpo sumergido en el agua, jugaba divertida con uno de sus primos. No pudo evitar sonreír también, afectado por su contagiosa alegría y, de pronto, se encontró a sí mismo luchando contra el impulso de meterse en esa piscina con ella. No obstante, no lo haría. Notaba lo mucho que estaba disfrutando y no iba a ser él quien la interrumpiese.

Sin poder apartar sus ojos de ella, se sentó a la mesa más próxima y continuó observándola, maravillado. ¿En qué momento estar cerca suyo se había vuelto una necesidad para él? Después de haber puesto fin a su compromiso con la mujer a la que creía amar, había decidido mantenerse lo más alejado posible de cualquier tipo de relación remotamente parecida. Su traición había sido un duro golpe y no estaba dispuesto a ponerse en una posición vulnerable otra vez. Sin embargo, allí estaba, dispuesto a lo que fuese para pasar más tiempo con ella.

La noche anterior no le había alcanzado y cada vez le estaba resultando más difícil contenerse de besarla, de tocarla. Lucila tenía algo que despertaba en él su lado tierno y protector, pero también su parte más primitiva y visceral. Ansiaba volver a saborear la dulzura de sus labios, sentir su cabello entre sus dedos y llenarse de su olor mientras la oía gemir, perdida en el placer que sin duda le daría de nuevo.

Se acomodó en la silla al sentir que su miembro comenzaba a empujar contra la tela de sus pantalones. Sonrió y negó con la cabeza. Estaba jodido si no era capaz de controlar su propio cuerpo.

El sonido de unas voces llamó su atención provocando que alzara la vista hacia la joven pareja que se acercaba a él.

—Lucila dijo que te gusta el mate —indicó Bruno mientras apoyaba una bandeja sobre la mesa.

En esta había dos tazas, una jarra de leche y otra de café, yerba, sobres de azúcar y edulcorante y, por supuesto, un termo y un mate.

Una sorpresa más. Otra sensación de satisfacción.

—Es correcto —afirmó sin dejar de sonreír.

—Excelente —dijo Patricia, complacida, antes de sentarse a su lado—. Queremos que nuestro huésped especial esté contento.

Arqueó una ceja.

—¿Especial?

—Mi prima parece pensar que lo sos.

—Amor, no —reprendió la mujer.

Lucas reprimió la risa. Sabía que intentaba probarlo para evaluar su reacción y a ese juego podían jugar dos.

—Me alegra saberlo. Ella lo es para mí también —respondió con despreocupación a la vez que se cebaba su primer mate.

Patricia sonrió al ver que las tácticas de intimidación de su marido no parecían surtir efecto. No obstante, eso no detuvo al hombre.

—Vayamos al grano. ¿Cuáles son sus intenciones?

—Dios, Bruno, ¿en serio?

—Está bien —dijo Lucas restándole importancia y con expresión seria, lo miró fijo a los ojos—. Hacerla feliz. Esas son mis intenciones.

Se sorprendió a sí mismo por su respuesta. Aún no tenía claro qué sentía, aunque de algo estaba seguro: la quería en su vida.

—¿Y por qué no estás con ella ahora?

—Porque está compartiendo con tu hermano y no quiero entrometerme, pero voy a invitarla a cenar esta noche, así que planeo pasar mucho tiempo con ella después.

Una lenta sonrisa apareció en el rostro del joven a la vez que asintió con la cabeza. Al parecer, acababa de pasar la prueba.

—Me caés bien. Tenés los huevos bien puestos y eso me gusta. Mi prima merece un hombre al lado y no un payaso como el último con el que estuvo.

Supo que se refería a Gabriel y aunque le molestó que lo comparase con él, no podía estar más de acuerdo. Solo pensar en que alguna vez había estado en su cama lo sacaba de quicio. Los celos no eran algo con lo que estuviese familiarizado, por lo que todavía le resultaba difícil lidiar con ellos cada vez que aparecían.

—Nunca me gustaron los payasos —concordó justo antes de esbozar una sonrisa burlona y arquear sus cejas.

Bruno no pudo evitar carcajearse.

Lucila debió escucharlo, ya que giró la cabeza hacia ellos y, tras clavar sus ojos en los de él, le regaló su preciosa sonrisa. Sí, definitivamente estaba jodido.

—¿Ya sabés donde vas a llevarla? —preguntó Patricia, ajena a aquel intercambio.

—La verdad que no. ¿Alguna sugerencia?

—Oh, sí —afirmó con entusiasmo—. Conozco el lugar perfecto.

Tomó la mano que Lucas extendió hacia ella después de abrirle la puerta del auto y bajó con cuidado. Pensó que la soltaría una vez fuera, pero no lo hizo. Por el contrario, la llevó a su antebrazo y la cubrió con la suya. No tardó en darse cuenta de la razón. El suelo era de grava y ella llevaba sus botas nuevas. Lucas siempre estaba pendiente de todo.

Agradecida, caminó junto a él con cuidado hacia la rampa de madera que daba acceso al hermoso lugar al que la había traído. Esa mañana, luego de que se despidiese de su primo y se acercara a su mesa, le dijo que estuviese lista al terminar su turno porque la llevaría a cenar afuera. No le preguntó, le informó, como si supiera con seguridad que ella diría que sí. Y la verdad era que estaba en lo cierto. Jamás se negaría a pasar más tiempo en su compañía. Lo que no le quedaba claro aún era qué significaba esa salida para él. Acababa de terminar una relación, por lo que suponía que no buscaba nada serio. Sin embargo, tampoco actuaba como si solo se tratase de sexo.

Como ese día estaría ocupada con algunos pendientes de trabajo junto a Patricia y no sabía si podría verlo antes de que su turno en el restaurante comenzara, le había dado su número de teléfono para que se comunicaran por ese medio. En ese momento, lo vio esbozar una increíble sonrisa, como si el simple hecho de que le diera su contacto lo pusiese feliz, y le escribió para que ella también lo agendara. Después de eso, intercambiaron varios mensajes y, con cada uno de ellos, su corazón saltó de emoción. Nunca había estado tan pendiente de su teléfono como ese día.

Cautivada por la belleza del lugar, lo recorrió con la mirada. Apenas podía respirar afectada por la sorpresa. El restaurante, una acogedora cabaña de ladrillos y techo de madera a dos aguas, estaba enclavado en medio del bosque de Villa Gesell. Se ingresaba al complejo por un largo y ancho pasillo cercado por árboles y faroles apostados a pocos metros uno del otro.

El suelo era todo de grava y se accedía a la galería externa por medio de escalones y de una rampa de madera. Había altos pinos alrededor, así como también en el centro del área donde se encontraban las mesas, hechas con troncos y madera, y las sillas, pintadas de un suave y cálido color crema. Y, para finalizar, largas tiras de luces blancas se desplegaban entre árbol y árbol aportándole un toque mágico y único.

En su interior la decoración también era increíble. Había una gran chimenea en el centro con fuego a leña y las paredes, todas de madera, estaban cubiertas de estantes cual biblioteca, llenos de libros y diversas botellas de vinos. De fondo, podía escucharse una suave música proveniente de los diferentes parlantes distribuidos de forma estratégica para crear un sonido envolvente.

—Lucas, esto es hermoso —declaró deleitándose con cada detalle a su alrededor.

Él sonrió y sus piernas amenazaron de nuevo con dejar de sostenerla. Menos mal que seguía aferrada a su brazo.

—Me alegra que te guste. Reservé una mesa acá afuera —le dijo señalando hacia un extremo de la galería—. Supuse que lo preferirías por el ambiente, pero si querés puedo pedirles que nos cambien adentro. Hace un poco de frío.

Le gustó que conociera sus gustos. Negó con la cabeza. Podía estar helando que no le importaría.

—Afuera es perfecto —aseguró mirándolo a los ojos.

Una vez más, sintió el impulso de besarla. No obstante, no lo hizo. No quería apresurar las cosas. Tal vez era una tontería, sobre todo si tenían en cuenta que ya se habían acostado; sin embargo, por extraño que pareciera, deseaba ir despacio. Aunque no había podido quitársela de la mente desde entonces y ansiaba repetirlo con cada fibra de su cuerpo, cuando finalmente sucediera, quería que fuese mucho más que pasión. Todavía no entendía cómo había pasado, pero de alguna manera, sus sentimientos hacia ella cambiaron. Lo tenía atrapado por completo.

Se sentaron a la mesa uno frente al otro y revisaron la carta. A pesar de que no ofrecían una gran variedad de platos, los que había eran uno más tentador que el otro. A los pocos minutos, una camarera se acercó para dejarles una canasta con pan y les tomó la orden.

—Para mí el pollo al verdeo y una copa de Sauvignon Blanc por favor —indicó Lucila.

—Yo te voy a pedir el lomo a la cerveza con una copa de Malbec.

Cuando se quedaron solos de nuevo, Lucas la contempló en silencio. Nerviosa, se acomodaba el cabello detrás de la oreja en un gesto de lo más femenino. Preciosa. No había otra palabra que pudiera describirla en ese momento. Poseedora de una belleza natural, no necesitaba de adornos o maquillaje para verse bien. Aun así, le gustaba el suave delineado en sus ojos y el tentador brillo en sus labios que hacía que no pudiese dejar de mirarlos.

—¿Qué? —preguntó ella con una sonrisa tímida al atraparlo mirándola.

—Nada, solo pensaba en lo bonita que estás.

—Gracias —respondió ruborizándose en el acto.

Era la segunda vez que se lo decía. La primera había sido nada más verla. No obstante, podía repetirlo toda la noche si así lo deseaba que ella no se cansaría de escucharlo. Había decidido ponerse el vestido en color oliva que compró el día anterior y le gustó comprobar que no se había equivocado. Lo único que no se atrevió a estrenar fue su nuevo y sensual conjunto de ropa interior. Tal vez como una manera de recordarse a sí misma que no debía arrojarse a sus brazos al finalizar la velada por mucho que deseara hacerlo.

—Tenés frío —afirmó más que preguntó al notar que se estremecía.

Sin esperar respuesta, se quitó su campera y se inclinó hacia adelante para colocarla sobre su espalda.

—Pero vos...

—No te preocupes. Mi cuerpo es caliente por naturaleza.

Y ahí estaba de nuevo aquel adorable sonrojo que lo llevaba al límite. Sabía lo que estaba pensando y eso no ayudaba a mantener a raya su escaso autocontrol.

Lucila se apresuró a meter los brazos dentro de las mangas y miró hacia abajo en un intento por disimular el efecto que tuvieron en ella sus palabras. Con ese comentario, la llevó de regreso a esa enorme cama en aquella habitación de hotel donde la había cubierto con su ardiente cuerpo hasta enloquecerla de placer. Cerró los ojos cuando el aroma impregnado en la tela, una afrodisíaca mezcla del olor de su piel y el de su masculino perfume, la invadió. ¡Dios bendito! Resistirse a él iba a ser todo un desafío.

Para su fortuna, en ese momento, la camarera regresó con sus platos. Tal y como habían pensado, la comida fue deliciosa y mientras cenaban, charlaron de todo un poco. Ella le habló de su vida, de su nuevo trabajo y de lo mucho que extrañaba a su mejor amiga. Le contó que nunca estuvieron tan lejos la una de la otra y que todavía le costaba aceptar que no volverían a estar cerca. No obstante, se sentía feliz por ella.

Él la escuchó con atención, como solía hacer y le señaló que Misiones no se encontraba tan lejos y que estaba seguro de que Daniela siempre tendría un lugar para ella cuando deseara visitarla. Le aclaró además que las puertas de su casa también estarían abiertas. Sonrió al notar su sorpresa ante eso último y, a continuación, le habló de su propia familia, en especial de su hermana a quien adoraba, y de cómo lo habían dejado todo para acompañarlo cuando debió mudarse a la provincia.

Lucila se alegró de que tuviese unos padres tan amorosos que lo hubiesen apoyado de ese modo. En cuanto a Ana, le recordó un poco a su amiga y eso le permitió entender por qué era tan especial para él. No pudo evitar sentirse triste al saber que, al igual que ella, pronto también se marcharía y se recordó a sí misma que no debía dejarse llevar. Algo le decía que podría enamorarse de Lucas si lo hacía y no creía que su corazón resistiese otra desilusión.

—¿Y vos qué hiciste hoy? —preguntó, cambiando de tema.

Había querido preguntárselo desde que se subió a su auto, aunque no se animó. Por alguna extraña razón, no dejaba de rondarle el recuerdo de cómo la empleada del bar había intentado seducirlo la noche en la que llegó al hotel.

De pronto, lo vio sonreír, como si fuese capaz de leerle la mente, y se preguntó si acaso poseía alguna clase de poder sobrenatural.

—Nada tan interesante como lo que estoy haciendo en este momento.

Sintió un cosquilleo en la boca de su estómago ante su declaración y se acomodó el cabello detrás de una oreja con el único propósito de mantener sus manos ocupadas.

Lucas no pasó por alto aquel movimiento. Era un gesto que solía hacer cuando estaba nerviosa y a él le encantaba. Con cada minuto que pasaba a su lado, más la deseaba y, por un instante, se imaginó que era su mano en lugar de la suya. Apartó la mirada antes de llevar a la práctica sus fantasías. Era en serio cuando dijo que quería ir lento.

Continuaron charlando de forma animada durante el resto de la velada hasta que cayeron en la cuenta de que solo quedaban ellos dos. Entonces, Lucas se apresuró a pedir la cuenta antes de que decidieran echarlos. Volvió a maravillarse de lo mucho que disfrutaba en su compañía. Cuando estaba con ella, el tiempo volaba.

Al marcharse, le ofreció la mano en lugar de su brazo para llevarla de regreso al auto y entrelazó los dedos con los suyos en cuanto ella se aferró a esta. Le gustó la sensación que le provocó ese simple gesto. Al llegar al vehículo, le abrió la puerta como el caballero que era y aguardó hasta que subiera. Luego, lo rodeó para subir de su lado y lo puso en marcha. Apenas salieron del complejo, encendió el estéreo y con una sonrisa traviesa, buscó una canción.

Lucila abrió grande los ojos al reconocer la profunda y sensual voz del cantante.

—¿Michael Bublé? —preguntó, divertida—. Dejame adivinar. ¿Agustín?

—Bruno.

Lucas largó una carcajada ante su perplejidad. Lucila no pudo evitar reír también. Al parecer, su primo mayor tenía más tiempo libre del que decía.

—"Everything" es una de mis canciones favoritas —reconoció, muy a su pesar.

—Lo sé —replicó él con un brillo en los ojos que no le había visto hasta el momento.

Sin duda, algo se traía entre manos. Sin embargo, antes de que pudiera preguntarle, lo oyó comenzar a cantar.

—"And you play it coy, but it's kinda cute. Oh, when you smile at me you know exactly what you do. Baby don't pretend, that you don't know it's true 'Cause you can see it when I look at you. And in this crazy life, and through these crazy times. It's you, it's you, you make me sing. You're every line, you're every word, you're everything." —"Y actuás tímidamente, pero es algo lindo. Oh, cuando me sonreís sabés exactamente los que hacés. Cariño, no finjas que no sabés que es cierto porque podés verlo cuando te miro. Y en esta vida loca y a través de estos tiempos locos. Sos vos, sos vos, vos me hacés cantar. Sos cada línea, cada palabra, lo sos todo.

Se llevó una mano a la boca para contener la risa. No podía creer lo que estaba haciendo. Aunque no entendía de qué se sorprendía. Lucas era el hombre más divertido y espontáneo que había conocido alguna vez. Prestó atención a la letra, al fragmento que él eligió y, por un momento, se imaginó que en verdad sentía esas cosas por ella.

—Podés verlo cuando te miro —repitió él, serio, con sus ojos fijos en los suyos.

A continuación, alzó la mano derecha hacia ella y le apartó el cabello del rostro acomodándoselo detrás de la oreja. Inspiró profundo ante la increíble sensación que eso le generó y regresó la vista al frente para seguir el viaje en el más absoluto silencio. Cada vez tenía menos fuerzas para luchar contra sus sentimientos.

Al llegar al hotel, la acompañó hasta las escaleras que conducían a su departamento.

—¿Tenés pensado ir a caminar a la playa esta noche?

Negó con la cabeza.

—Lucas...

No la dejó continuar. Dio un paso hacia ella y le acarició el labio inferior con su pulgar.

—Muero por besarte, bonita, pero si algo más vuelve a suceder entre nosotros, no habrá arrepentimientos después —susurró con voz ronca.

Y sin más, se alejó dejándola ansiosa por él.

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