Capítulo 6

Lucila resopló frente al espejo, una vez más. Era el cuarto atuendo que descartaba esa mañana y ya comenzaba a impacientarse. A ese ritmo, pronto se quedaría sin opciones. Al parecer, la presencia de Lucas en el hotel la afectaba más de lo que había pensado. La verdad era que no sabía cómo comportarse con él allí y eso la ponía nerviosa.

Lo que habían compartido tras la boda de su mejor amiga no tenía precedente. Nunca había experimentado ese grado de intimidad con un hombre, ni siquiera con su ex, Guido, con quien salió durante bastante tiempo. Tenía que serenarse y actuar con naturalidad, pero, ¿cómo?, si apenas podía controlar la respuesta de su cuerpo cuando él estaba cerca.

Derrotada, se sentó en la cama y miró su teléfono. Había llegado el momento de aceptar lo sucedido y hacerle frente. Necesitaba hablar con su mejor amiga. No podía seguir evitándola. Y aunque no sabía cómo reaccionaría ella cuando le contara la razón por la que no le había devuelto las llamadas, esperaba que la perdonase. Para ella también había sido muy duro la distancia.

—¡Luci! ¿Estás bien?

Sintió un nudo en la garganta al percibir la preocupación en su voz y el peso de la culpa cayó sobre ella como plomo.

—Sí, sí, tranquila. Sé que debí llamarte antes, pero yo...

Daniela la interrumpió.

—Lo hiciste ahora y estás bien. Eso es lo único que me importa.

Y con esas palabras su mejor amiga derribó al instante la absurda pared que ella misma había alzado entre ambas. Sin poder evitarlo, rompió en llanto mientras se disculpaba de nuevo. Cuando por fin se calmó, procedió a confesarle lo que había pasado con Lucas.

—Perdón que haya esperado tanto para contártelo. Quería hacerlo, pero la verdad es que tenía miedo de lo que pudieses pensar de mí. O sea, yo sabía muy bien que él tenía novia, pero eso no me detuvo. Fui igual a su hotel, subí a su habitación y como la sexópata que soy, me le ofrecí como un banquete.

—A ver, antes que nada, aclaremos dos cosas. La primera: sé la clase de persona que sos y no hay nada, absolutamente nada, que haga que yo piense mal de vos. Sos como mi hermana, Luci, y jamás voy a juzgarte así que por favor dejá de castigarte. ¿De acuerdo?

—Está bien —respondió más tranquila—. ¿Y cuál es la segunda?

—Ah, sí, la segunda... —Hizo una pausa como si estuviese eligiendo las palabras—. ¡¿Quién no lo haría, mujer?! —exclamó, incapaz de seguir disimulando su entusiasmo—. ¡Si es un bombón!

—Te juro, princesa, que si seguís así voy a tener que matar a mi compañero.

Lucila oyó a su amiga jadear ante la sorpresa. Al parecer, su marido acababa de llegar y lo que escuchó no le gustó nada. Se llevó una mano a la boca para que no se oyeran sus carcajadas.

—Solo digo que es un bombón para ella, amor. Sabés que para mí no existe nadie más que...

La frase de Daniela quedó inconclusa cuando Pablo la interrumpió con un beso. Si bien no podía verlos, no tenía dudas de que eso era lo que estaba pasando.

—Me parece que mejor los dejo solos.

—¡No te atrevas! —advirtió de pronto su amiga, aún atontada por lo que, sin duda, había sido un beso demoledor.

No pudo evitar evocar el recuerdo de Lucas tomando absoluta posesión de su boca, acariciando sus labios con su lengua para luego morderlos despacio. Reprimió un gemido cuando un intenso cosquilleo invadió su sexo y cerró con fuerza las piernas en un intento por aliviar el ansia que él siempre despertaba en ella.

—Listo, mi sexy esposo ya se fue a la ducha así que estamos solas de nuevo. Quiero que me lo cuentes todo. Detalle por detalle.

Lucila sonrió ante la demanda de su amiga. Siempre le había contado cada una de sus experiencias. Sin embargo, con Lucas era diferente. Lo que había vivido con él no quería compartirlo con nadie. Eso era algo que deseaba guardarlo solo para ella. Aun así, se las arregló para conformarla.

Luego, le habló sobre cómo había sido el reencuentro la noche anterior y que, una vez más, se dejó llevar seduciéndolo sin reparo. Por último, le confesó el alivio y la alegría que había sentido al enterarse de que ya no estaba en pareja. La sola idea de él con otra mujer la enfurecía.

—Ay, me hubiese encantado poder estar allí y verlos cantar y bailar.

Lucila gimió de forma lastimosa.

—No me lo recuerdes. Lo peor es que mis primos lo vieron todo.

—¡No! —exclamó entre risas—. ¿Y qué hicieron?

—¡Lo invitaron a quedarse! ¿Podés creerlo?

Las carcajadas aumentaron.

—Decime que dijo que sí.

—Sí, dijo que sí —respondió con una amplia sonrisa.

—¡Yo sabía que algo pasaba entre ustedes dos!

—Ay, Dani, te juro que por primera vez en mi vida no sé qué hacer. Con él es verlo y quedarme en blanco.

—Sé vos misma —le aconsejó con seguridad—. Esa es tu mejor estrategia.

—¿Y si no le gusto?

—Eso es imposible. Lucas es demasiado inteligente como para no ver lo que tiene enfrente.

—Te quiero, amiga.

—Yo también, Luci. 

Más tranquila tras haber hablado con Daniela, salió de su departamento dispuesta a ir al restaurante del hotel. Solía desayunar allí cada mañana junto a José antes de que este se metiera en la cocina para supervisar los platos que se servirían durante el almuerzo. A veces, también los acompañaba Agustín, aunque solo cuando no se quedaba durmiendo hasta tarde por haber salido la noche anterior, lo cual no sucedía a menudo.

Luego de probarse la mitad del ropero se había decantado por su primera opción: un vestido floreado corto, ajustado a la altura del busto y suelto por debajo de la cintura. En los pies llevaba unas sandalias bajas de tiras. Avanzó entre las mesas intentando ocultar el nerviosismo que le provocaba saber que en cualquier momento volvería a verlo. Bruno le había ofrecido una de las habitaciones del último piso, por lo que sabía incluso el lugar exacto por el que lo vería bajar.

—Pensé que ya no vendrías —dijo su primo sin apartar la mirada de los papeles que tenía desparramados sobre la mesa—. Además, supuse que estarías cansada después de lo de anoche.

Frunció el ceño al percibir cierta hostilidad en su voz. Si no lo conociera tanto, creería que estaba molesto con ella. Pero, ¿qué motivo podría tener para sentirse así? No, debían ser los nervios que la hacían imaginarse cosas.

—Me entretuve hablando con Dani por teléfono.

Entonces, él alzó la mirada y clavó los ojos en los suyos como si estuviese evaluándola.

—Siempre fueron dos cotorras —señaló por fin con una media sonrisa que ella devolvió al instante.

—Muy gracioso. Ya te estás pareciendo a Agustín con esos chistes.

—Te pido, por favor, que no me insultes —añadió y ambos rompieron a reír.

—Hablando de Roma... —susurró cuando este entró en el comedor frotándose la cara.

—El burro se asoma —terminó José por ella y las risas se hicieron más audibles.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó el aludido en medio de un gran bostezo.

Antes de que alguno pudiese decir algo, uno de los mozos se acercó con café y leche.

A pesar de que estaba disfrutando de la compañía de sus primos, no podía dejar de mirar a cada rato hacia las escaleras por donde sabía que él aparecería. Ya era casi media mañana, por lo que le resultaba extraño que no hubiese bajado aún. ¿Y si se había ido más temprano antes de que ella despertase? No, él no le haría una cosa así.

De pronto, recordó cómo había sido ella la que se marchó sin despedirse después de haber compartido el sexo más increíble de toda su vida y, una vez más, se sintió culpable. Acababa de comprobar que no era una sensación para nada agradable.

—¿Te preocupa algo? —le preguntó José llamando de inmediato su atención.

—No, nada. ¿Tu hermano todavía no vino? ¿Patri está bien? —se apresuró a cambiar de tema antes de que dedujeran lo que le pasaba.

Agustín lo miró a la espera también él de una respuesta. Desde que su cuñada tuvo algunas pérdidas todos estaban pendientes de su salud.

—Sí, solo está descansando. Bruno ya desayunó y se fue temprano para ver qué está pasando con las cámaras que, desde la tormenta, no están funcionando bien. Parece que el técnico no puede encontrar el problema.

Lucila lamentó escuchar eso. Lo que menos necesitaba su primo era sumar más preocupaciones a las que ya tenía.

—Bueno, yo los dejo que quedé en encontrarme con un compañero de la universidad —anunció Agustín mientras se levantaba—. No me extrañen.

—Hecho —aseguró José poniendo los ojos en blanco.

Lucila rio ante ese intercambio. Sin embargo, se puso seria de nuevo al ver la hora en el reloj del comedor. Suspiró. Era imposible que Lucas todavía estuviese durmiendo y el miedo de que en verdad se hubiese marchado comenzó a tener más peso.

Pensó en preguntarle a José. Dado que parecía saber dónde estaban todos, tal vez lo había visto. No obstante, optó por guardar silencio. Si bien no estaba segura, a juzgar por su reacción cuando los presentó la noche anterior y la brusquedad con la que le había hablado minutos atrás, tenía la leve sospecha de que Lucas no le caía bien.

Una sensación de tristeza la invadió de repente ante la posibilidad de no volver a verlo y se apresuró a excusarse antes de que su primo notara que algo le pasaba. Una vez afuera, en lugar de regresar a su departamento, se dirigió hacia el exterior del hotel. Sabía que si permanecía adentro enloquecería, por lo que caminar le pareció una buena opción. 

Tras una larga caminata, Lucila regresó de su paseo con dos bolsas en cada mano. No había planeado ponerse en gastos, pero una vez que pasó frente a esas vidrieras, no tuvo otra opción. Podía entender por qué había sentido debilidad por ese vestido en color oliva, que resaltaba el color de sus ojos, y esas irresistibles botas. Pero el sensual conjunto de ropa interior que había comprado en la lencería junto con el camisolín de satén, simplemente escapaba de su comprensión.

Como había almorzado algo rápido mientras estuvo en el centro, decidió que iría directo a su departamento para dejar sus nuevas adquisiciones. De paso, aprovecharía para darse una ducha y cambiarse. Se daba cuenta de que estaba dilatando el momento, no obstante, no se sentía preparada aún para descubrir si Lucas seguía allí o se había marchado. Una vez más, sintió una opresión en el pecho. Después de sentirlo tan cerca ya no quería volver a alejarse de él.

Vestida con un jean y una musculosa negra ajustada, bajó las escaleras y cruzó el puente que separaba los departamentos del edificio central. Pasó por el restaurante y, con mirada inquisitiva, recorrió cada mesa. No estaba. Su corazón bombeaba con energía conforme recorría los demás espacios del hotel. Era consciente de que podía encontrarse aún en su cuarto, pero le parecía poco probable. Lucas no parecía ser de los que se quedan mucho tiempo dentro.

Avanzaba por el pasillo que llevaba a los salones recreativos cuando de pronto escuchó su risa. Se detuvo de golpe ante el efecto que ese hermoso sonido tuvo en su cuerpo. Él seguía allí. Alcanzó a oír también la voz del menor de sus primos, que no dejaba de exclamar maldiciones mientras le exigía a su avatar que reaccionara. Una sonrisa afloró en su rostro al darse cuenta de lo que eso significaba. Lucas y Agustín estaban jugando a un videojuego.

Sin dejar de sonreír, entró en el salón. Estaban solos, lo cual era esperable ya que el día estaba espléndido y la mayoría de los huéspedes se encontraban en la playa a esa hora. Sus ojos no se apartaron en ningún momento del atractivo y sexy policía a medida que caminaba hacia ellos. Estaba segura de que ninguno se había percatado de su presencia, por lo que se tomó su tiempo para recrearse con la vista. Entonces, lo vio voltear hacia ella y clavar sus ojos en los suyos.

"Es hermosa", pensó Lucas en cuanto sus miradas coincidieron. Ella había sido su primer pensamiento cuando despertó esa mañana y durante horas esperó ansioso volver a verla. No obstante, uno de sus primos, el mayor, le comentó que estaba teniendo problemas con su sistema de seguridad y fue incapaz de no ofrecer su ayuda. Después de todo, era una de sus especialidades en su trabajo. Por consiguiente, había pasado la mañana y parte de la tarde ocupándose del tema. Por fortuna, fue capaz de encontrar el problema y restablecer el sistema.

En cuanto estuvo libre, fue a buscarla, sin embargo, había salido y, aunque podría haber averiguado su número y enviarle un mensaje, quería que fuese ella quien se lo ofreciese, así que decidió esperarla. Entonces, Agustín lo encontró y no dudó en invitarlo a jugar a un videojuego de matar zombies al que empezaba a tomarle el gusto. Nunca había tenido inclinación por esa temática en particular, ni siquiera en su adolescencia, pero una vez lo probó, ya no pudo parar.

—Es imposible que no hayas jugado a esto antes. Estás casi a mi altura y eso es decir mucho, ya que soy un experto en este juego —dijo de pronto el joven sacándolo de sus cavilaciones.

Y menos mal que lo había hecho porque justo en ese momento un asqueroso muerto viviente se le arrojó encima para devorarlo. Con increíbles reflejos, retrocedió hasta quedar fuera de su alcance y comenzó a dispararle. En cuestión de segundos, la cabeza de su enemigo explotó.

El silbido de aprobación del chico lo hizo sonreír.

—Y yo lo soy en la vida real —señaló a la vez que le guiñó un ojo.

Lucila sintió un estremecimiento al oírlo. Era el hombre más sexy que había conocido en su vida.

—¡Prima! —exclamó Agustín al verla de pie junto a ellos—. ¿Dónde te habías metido?

Se aclaró la garganta antes de hablar.

—Fui a caminar por ahí.

—Bueno, al menos esta vez fuiste de día. La señorita ahora se tomó la costumbre de andar sola de noche por la playa —le explicó a Lucas con cierto tono de reproche en la voz.

Este la miró notando al instante su incomodidad. Era evidente que no le había gustado el comentario de su primo. A él, por el contrario, le resultaba muy útil. Ahora que lo sabía, no volvería a perderla de vista.

—Perdón por no haber estado más temprano. Bruno necesitaba ayuda con un problema técnico y me demoré más de lo previsto.

—No te preocupes —afirmó con una sonrisa tímida.

—Me duele tener que interrumpir este bello momento —intervino Agustín con tono juguetón—. Pero esa horda nos está por masacrar.

Con reticencia, Lucas apartó los ojos de los de ella y, utilizando esta vez un machete, comenzó a matar a todo lo que se aparecía delante de él. A los pocos minutos acabó con cada uno de ellos.

—Creo que mi trabajo está hecho. —Se jactó justo antes de esbozar una enorme sonrisa de satisfacción.

Su compañero de juegos negó con la cabeza, divertido.

—Presumido —acusó sonriendo también—. Mejor me voy antes de que termines del todo con mi ego.

Lucas soltó una carcajada.

Los nervios volvieron a invadir a Lucila nada más quedarse solos. Nunca le había pasado eso con un hombre, mucho menos después de que se hubiesen acostado. Sin embargo, comenzaba a comprender que con él todo era diferente y esta era otra de las tantas primeras veces que experimentaba junto a él. En un intento por no quedarse mirándolo embobada, recorrió el lugar con la mirada hasta detenerse en una de las mesas de pool que había al otro lado del salón.

—¿Te gustaría jugar? —preguntó Lucas, haciendo que volviese a caer presa de su mirada.

—No soy buena en los videojuegos.

Él sonrió y ella sintió que sus piernas se aflojaban.

—Me refería al pool. Estoy un poco oxidado así que contás con ventaja.

Sus ojos se encendieron ante el desafío que acababa de lanzarle. Era evidente que no creía que ella supiera jugar. Lo que ignoraba era que lo hacía desde pequeña y, de hecho, era muy buena en eso.

—Podés abrir vos. No necesito ventaja —dijo sonriendo justo antes de alejarse en dirección a la mesa.

A Lucas le gustó su actitud juguetona. La siguió mientras sus ojos aterrizaban en su trasero, hipnotizado por completo por el vaivén de sus caderas. Lucila desbordaba sensualidad y feminidad, aun sin proponérselo. Sin embargo, en esta oportunidad, sabía que cada uno de sus movimientos era calculado para provocarlo, para torturarlo. Y lo cierto era que estaba dando resultado.

La observó elegir un taco para luego pasarle tiza por la punta. Reprimió un gemido cuando su sucia mente lo hizo imaginarse cosas que no debía. Si seguía así, iba a ser una partida muy corta. No había forma de que lograse concentrarse lo suficiente como para embocar alguna bola.

Dispuesto a hacer a un lado las urgencias de su cuerpo, eligió su propio taco y se inclinó sobre la mesa para abrir. La blanca salió disparada con fuerza y rompió la formación triangular provocando que todas las demás se dispersaran. A continuación, metió una lisa en el hoyo del medio y luego otra más en uno de los extremos. Bien, la cosa iba mejor de lo que había pensado.

Estaba por realizar el siguiente golpe cuando la vio llevar una mano hacia su cabello para colocarlo sobre su hombro dejando a la vista su largo y tentador cuello.

Falló, por supuesto.

—Eso es jugar sucio, bonita —le dijo a la vez que se irguió a la espera de su jugada.

—No sé de qué estás hablando —respondió con fingida inocencia mientras se ponía en posición para efectuar su tiro.

Lucas sintió cómo su miembro comenzaba a engrosarse y ejercía presión contra sus pantalones. Maldiciendo por lo bajo, cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra para intentar disimular lo que Lucila provocaba en él. Pero entonces, la vio deslizar el taco entre sus dedos y su virilidad palpitó hambrienta ante las imágenes que lo invadieron. Cerró ambas manos alrededor del suyo y respiró profundo. Tenía que controlarse.

Lucila se percató del efecto que estaba teniendo en él y no pudo evitar sentirse excitada. Una repentina descarga eléctrica le provocó cosquillas en su sexo mientras este se humedecía poco a poco a la espera de encontrar satisfacción. ¡Mierda! Si seguía así, iba a terminar mojando su ropa interior. Intentó concentrarse e ignorar los reclamos de su cuerpo, aunque le resultaba casi imposible. Todos sus sentidos se encontraban centrados en él.

A pesar de su lucha interior, consiguió meter cada una de las bolas hasta dejar solo la negra. Si lo lograba, ganaría la partida. Volvió a colocar tiza en la punta del taco, se inclinó sobre la mesa y, con los ojos fijos en su objetivo, exhaló despacio mientras efectuaba el tiro. Tras el impacto de la blanca, la otra rodó despacio hacia el extremo en el que él se encontraba. Por un segundo, pensó que le había faltado fuerza, pero continuó su recorrido hasta desaparecer por fin dentro del hoyo.

Lucas supo que había perdido en cuanto oyó la bola caer. Sus ojos no se habían apartado en ningún momento de ella, por lo que fue capaz de contemplar el momento exacto en el que se daba cuenta de que había salido victoriosa. Se maravilló por la hermosa sonrisa que apareció en su rostro antes de verla apoyar el mentón sobre la palma de su mano en un gesto de lo más femenino.

—Te dije que no necesitaba ventaja —le recordó.

—Posiblemente la tuviste desde el momento en que te vi en la casa de Pablo.

Su corazón dio un vuelco al oír sus palabras y su mirada descendió a su boca, ansiosa por volver a probarla. Estaban en extremos opuestos de la mesa y, aun así, la electricidad fluía entre ellos como si estuviesen pegados.

Lucas se mantuvo inmóvil, dándole a ella la opción de decidir qué hacer a continuación. Podía notar que también estaba afectada y las manos le picaban por la necesidad de tocarla, por el irrefrenable deseo de enterrar los dedos en su hermoso cabello mientras se apoderaba de sus labios una vez más.

—Lucila.

Ambos se sobresaltaron ante la voz masculina que los sacó de la burbuja en la que se encontraban y voltearon hacia la puerta desde donde José los observaba con expresión seria.

—¿Pasó algo? —preguntó, nerviosa, a la vez que caminó hacia él.

—Acaba de llamar tu mamá. Quiere saber por qué no atendés sus llamadas.

En ese momento, recordó que había dejado su celular en el departamento.

—No tengo el teléfono encima. Tenía poca batería, así que lo puse a cargar.

—Bueno, deberías ir y llamarla. La noté muy preocupada.

Lucas frunció el ceño al oír el tono con el que le habló. Había sonado más a orden que a sugerencia y no le gustó ni un poco. Se mantuvo en silencio ya que no quería incomodar a Lucila, pero si volvía a hacerlo, hablaría con él. No le importaba que fuese su primo. No iba a tolerar que se dirigiera a ella de ese modo.

Asintió apenada para luego alejarse en silencio hacia la puerta. Estaba a punto de atravesar el umbral cuando se detuvo de pronto y, dando media vuelta, lo buscó con la mirada.

—En una hora empieza mi turno en el restaurante.

Lucas sonrió. Le gustó notar que le preocupaba no volver a verlo.

—Allí estaré, bonita —le aseguró guiñándole un ojo.

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