Capítulo 5
Estaba tan nervioso que rayaba lo absurdo. No podía entender por qué se sentía de ese modo cuando no le había pasado ni siquiera en su época de adolescente. Sin duda, su privilegiado físico y espontánea personalidad ayudaban a que siempre se sintiese muy seguro de sí mismo. No obstante, allí estaba, a sus treinta y dos años, sentado en su auto con las luces apagadas, intentando reunir el coraje necesario para entrar en aquel lujoso hotel en el que sabía que la encontraría.
No recordaba haber tenido antes ese nudo en la boca de su estómago. Si bien jamás fue de los que les gusta presumir, tampoco ignoraba el efecto que tenía en las mujeres. Estas siempre lo habían encontrado atractivo y, aunque los últimos años estuvo en una relación seria y exclusiva, antes de eso no había practicado el celibato precisamente. Sin embargo, hasta ella nunca experimentó emociones tan intensas y eso lo tenía bastante desconcertado.
Por supuesto que notó su belleza desde un principio —el que estuviese comprometido no lo volvía ciego—; no obstante, no fue eso lo que la había vuelto tan interesante a sus ojos. De hecho, no estaba seguro de si había una razón en particular. Más bien se trataba de un conjunto de cosas que hacían de ella una hermosa mujer. Sus hipnóticos ojos de ese color incierto entre verde y marrón, sus tentadores labios y su espeso y oscura cabello que lo hacía imaginarse toda clase de pecados, eran tan solo la punta del iceberg. Lo que en verdad lo seducían eran su valentía, altruismo y dulzura.
Todavía recordaba cómo debió luchar contra el impulso de golpear al idiota que la había acompañado cuando este la hirió con sus palabras y comportamiento dejando en evidencia que no era a ella a quien quería a su lado, sino a su amiga. Sobre todo, cuando tuvo el descaro de insinuar que su compañero retenía a quien hoy era su esposa a base de engaños aprovechándose de su inocencia. Por fortuna, la impetuosa joven lo puso en su lugar antes de que todo terminara en una masacre.
Pese a que su noviazgo no atravesaba su mejor momento, el respeto que siempre había sentido hacia su prometida le impidió siquiera mirarla con masculino interés. Sin embargo, tras haber pasado el tiempo, empezaba a pensar que tal vez su cuerpo —incluso también su alma— la había reconocido de algún modo y, por eso, su respuesta a ella era tan visceral.
Volvió a tensarse al recordar la humillación que vio en sus bellos ojos por culpa de Gabriel. Desde pequeño había tenido problemas para lidiar con las injusticias —no por casualidad se convirtió en policía—, pero no fue eso lo que lo había llevado a decirle lo que pensaba de su acompañante, aun corriendo el riesgo de que lo mandara al carajo por meterse donde no le correspondía. Algo en ella despertaba su instinto protector.
Incluso sin conocerla tanto, había sabido entonces que ese tipo no la merecía. Ella debía estar con alguien que la valorase y se sintiese agradecido cada día de su vida por tener la suerte de poder estar a su lado. Alguien que se desviviese por consentir cada uno de sus caprichos y le demostrase con palabras y hechos la maravillosa mujer que era. Qué curioso que ahora ya no pudiese imaginar a nadie más que él mismo ocupando ese lugar.
Nunca había sido un hombre celoso, no obstante, no podía evitar sentirse posesivo con ella. Solo pensar en que otro la tocase del modo en que él lo había hecho lo alteraba como nada más lo hacía. Pasó una mano por su cabello en un gesto nervioso al caer en la cuenta de que ya no podía seguir negando el poderoso efecto que tenía sobre él. De algún modo que no previó había permitido que entrara en su mente y alborotase cualquier pensamiento racional que pudiera tener respecto a ella.
Tras un suspiro, abrió la puerta y descendió del vehículo. El sonido del mar a lo lejos y el aire cargado de sal lo relajaron al instante. Inspiró profundo y, decidido, continuó avanzando. Se encontraba a nada de volver a verla y no podía esperar ni un minuto más. No tenía idea de cuál sería su reacción. La última vez que estuvieron juntos, ella se fue sin despedirse y, aunque en ese momento le pareció conveniente, ya no estaba tan seguro de eso. Le habría gustado despertar a su lado y volver a hacerle el amor hasta sentirla retorcerse de placer debajo de él.
Se detuvo de golpe cuando sintió la instantánea y violenta respuesta de su cuerpo ante las ardientes imágenes que cruzaron por su mente. Bufó para sí mismo con burla mientras apoyaba las manos en sus caderas y negaba con la cabeza. No importaba el tiempo transcurrido, seguía deseándola como nunca había deseado a ninguna otra mujer. "Como un maldito adolescente hormonal", pensó e inspiró profundo para calmarse.
Le llevó unos minutos volver a tomar el control de su cuerpo, aunque no estaba seguro de lo que pasaría en el instante en el que volviera a verla. Se recordó que había ido allí solo para cumplir una promesa y que luego se marcharía para continuar su viaje de regreso a su casa. Por mucho que todo su ser la anhelara, que su piel pidiera a gritos el calor de la suya, debía mantenerse fuerte. Si volvía a tocarla, no estaba seguro de que fuese capaz de volver a alejarse de ella.
Frunció el ceño al ver el número desconocido en la pantalla de su teléfono y, con desconfianza, leyó el mensaje. Se tensó en cuanto comprendió de quién se trataba y, por acto reflejo, alzó la mirada. Escaneó el lugar a la espera de encontrarse con aquel desagradable sujeto que no parecía aceptar un no por respuesta. ¿Cómo consiguió su número? Estaba segura de que ninguno de sus primos se lo habría dado. Si bien solían fastidiarla cual hermanos mayores, eran muy protectores con ella.
Se relajó al no verlo, aun así, el bar estaba atestado de gente y no podía estar segura de que no la estuviese observando desde algún oscuro rincón. Un estremecimiento recorrió su cuerpo al pensar en que empezaba a comportarse como un acosador. No había pasado más de un día desde que rechazó su invitación a cenar. Y aunque había evitado ser brusca por temor a perjudicar la relación entre el intendente y sus primos, su negativa fue muy clara. ¿Qué lo hacía pensar que aceptaría esta vez?
Sin molestarse en responder, guardó el celular en su cartera e intentó pensar en otra cosa mientras esperaba a que ellos llegaran. Bruno ya le había avisado que iría más tarde porque Patricia no se sentía bien y no quería dejarla sola hasta que estuviese dormida. Sabía que José tenía problemas con uno de sus ayudantes de cocina, por lo que seguro que aún estaba lidiando con ese tema. No obstante, no tenía idea de qué demoraba a Agustín. Siendo el responsable de la inauguración del bar, él más que nadie debería haber ido a horario.
De pronto, la voz del animador dando comienzo a la tan esperada noche de karaoke llamó su atención. La gente aplaudía con efusividad y varios jóvenes silbaban como muestra de entusiasmo. Sonrió al darse cuenta de que todo estaba saliendo mejor de lo que había esperado y se sintió orgullosa por haber tenido una idea que ayudase a sus primos. Durante la siguiente media hora, se dedicó a escuchar a los valientes que se animaban a subir al escenario. Algunos lo hacían sorprendentemente bien, pero otros, en cambio, provocaban que deseara haber llevado tapones para sus oídos.
Luego de un rato, se incorporó para ir al baño. De paso, revisaría el maquillaje que se había aplicado más temprano. No acostumbraba a usar demasiado, pero hacía varias noches que no dormía bien y temía que el cansancio comenzara a evidenciarse en su rostro. A pesar de que seguía intacto, volvió a delinear sus ojos, retocó la sombra gris que había aplicado en sus párpados y colocó un poco de brillo en sus labios. Luego, se acomodó el cabello con las manos y se aseguró de que la parte inferior de su blusa siguiese dentro de su ajustado pantalón negro. Una vez conforme con el resultado, salió para regresar a su mesa.
Pasaba distraída junto a la barra cuando lo vio. Se detuvo de golpe al sentir que sus piernas no le respondían y llevó una mano a su pecho cuando su corazón comenzó a latir desbocado. ¿Cómo era posible? No, debía ser su mente que estaba jugando con ella. Incrédula, cerró los ojos y volvió a abrirlos, casi esperando que desapareciera. Eso no ocurrió y todo en su interior se agitó al tomar consciencia de que Lucas en verdad estaba allí. Intentó encontrar una razón lógica que explicase su presencia, pero no se le ocurrió ninguna. Era imposible que hubiese ido por ella, aunque también lo era que fuese casualidad.
No pudo evitar recorrerlo con la mirada. Vestía unos jeans y una camisa gris arremangada a la altura de los codos que le daba un porte elegante. Estaba muy atractivo, aún más de lo que recordaba y, al igual que la última vez que lo vio, una corta y prolija barba cubría su bello rostro. Por un instante, contuvo la respiración ante el ardiente recuerdo del roce de esta contra su piel desnuda.
¡Cristo! Tenía que componerse antes de que la descubriera mirándolo embobada. O tal vez podría mezclarse entre la gente y llegar a la mesa sin que él se diera cuenta. Era una cobarde, lo sabía, del mismo modo que lo supo cuando se escabulló de su habitación mientras dormía. Pensar en eso no hizo más que reforzar el impulso de huir, no obstante, sus ojos se negaban a mirar hacia otro lado. ¡¿Cómo era posible que ejerciese semejante poder en ella?!
Entonces, advirtió cómo la camarera con la que hablaba de forma muy animada apoyaba una mano sobre su brazo y deslizaba sobre la barra un papel doblado hacia él. Sintió una impetuosa ira en su interior al verlo sonreír luego de leer lo que, sin duda, era su número de teléfono y cerró los puños cuando lo vio guardarlo en el bolsillo trasero de sus jeans. Inspiró con brusquedad cuando sus pulmones protestaron ante la falta de aire; ni siquiera se dio cuenta de que había dejado de respirar. Y aunque sabía que estaba siendo irracional, no pudo evitar alterarse ante la idea de que estuviese con otra mujer.
De pronto, como si lo hubiese llamado, él giró la cabeza en su dirección y sus ojos colisionaron. La expresión en su rostro cambió por completo volviéndose seria y su mirada la recorrió entera, cual salvaje y peligroso felino al acecho de su presa. Lucila se estremeció al sentir la intensidad con la que la observaba y se mordió el labio inferior en un intento por evitar gemir ante el violento latigazo de placer que eso le provocó.
Lucas había llegado hacía tan solo unos minutos. En la recepción del hotel le aseguraron que la encontraría allí, por lo que, al no verla, optó por sentarse y pedir una cerveza mientras la esperaba. Solo necesitaba confirmar que estuviese bien y luego se marcharía. O tal vez se acercaría para decirle que llamara a su amiga, quien estaba muy preocupada por ella.
Todavía estaba decidiendo qué haría cuando su cuerpo lo advirtió de su presencia. Su lado animal tomó el control impactando de forma directa en sus cinco sentidos. Su visión se aguzó y sus fosas nasales se ampliaron permitiéndole llenarse de su olor. Al instante, notó su respiración agitada, así como el calor que desprendía su cuerpo. Y, de pronto, su sabor le empapó la lengua como si estuviese besándola de nuevo y bebiera de ella una vez más.
Se puso de pie y fue hacia ella despacio. Por la expresión en su rostro supo que había visto el intercambio con la joven camarera. Estaba celosa. Muy celosa. Y eso provocó en él un intenso deseo que apenas logró controlar. ¿Cómo podía creer que le interesaba otra mujer si no había hecho más que pensar en ella a cada maldito minuto del día desde la última vez que estuvieron juntos?
—¿Qué estás haciendo acá? ¿Acaso no hay bares en Misiones que tenés que venir de conquista a Villa Gesell? —soltó, sin más.
Sí, definitivamente había visto a la joven dándole su teléfono. No pudo evitar sonreír. Estaba nerviosa y, de alguna manera, eso le brindó una tranquilidad que hacía tiempo no sentía. No porque disfrutara verla así, sino porque el que lo estuviese indicaba que lo que sentía por él era más profundo que solo atracción física.
—Hola, Lucas, ¿cómo estás? —replicó, divertido—. Qué bien te ves. ¿Estuviste haciendo ejercicio? —continuó con un brillo en los ojos que anuló al instante todas sus defensas.
Por más molesta que estuviera, Lucila fue incapaz de seguir seria. Si había algo que lo caracterizaba era su capacidad para romper el hielo y aliviar la tensión en cualquier situación incómoda. Además, no merecía que le hablase de ese modo. Lucas siempre la había tratado con respeto y aceptación, sentimientos que muchas veces si siquiera ella tenía para sí misma.
—Lo siento —dijo en un tono más calmado—. Hola, Lucas, ¿cómo estás?
Él arqueó una ceja.
—¿No vas a preguntarme si estuve haciendo ejercicio? —preguntó a la vez que flexionó un brazo para exhibir sus músculos.
Lucila se carcajeó mientras negaba con la cabeza. Y así, sin más, los nervios que hasta hacía segundos la habían carcomido por dentro, simplemente se esfumaron dando lugar a una sensación de absoluta comodidad y confianza.
—Creo que te debo una disculpa. —Hizo una pausa cuando sintió el calor en sus mejillas—. La última vez que nos vimos, no debí...
—No hace falta, bonita —la interrumpió—. Fue lo que necesitaste en ese momento y lo entiendo.
Ella asintió más tranquila. Durante todo ese tiempo se había sentido culpable por su forma de actuar.
Miró una vez más a la camarera quien, aún a la distancia, seguía comiéndoselo con los ojos, y una nueva ola de irritación la invadió. No importaba que no estuviesen en una relación o que él se enojara por arruinarle la conquista. Mientras estuviese allí no permitiría que ninguna empleada se le acercara.
Lucas advirtió lo que pasaba por su mente y, tomándola de la mano, la detuvo antes de que pudiese dar un paso hacia la chica. Percibió la confusión en sus ojos al notar contra su palma la textura del papel.
—Solo lo acepté para que no se sintiera mal. No vine a seducir a ninguna otra mujer. Estoy acá por vos.
La vio tragar con dificultad al oír su declaración y debió recurrir a toda su disciplina para no besarla.
—¿Por mí? —preguntó, dubitativa.
—Daniela estaba preocupada porque no respondías sus llamadas y...
Lucila retrocedió ante la mención de su amiga. A pesar de ser consciente de que no era igual a Gabriel, no pudo evitar relacionarlo. No podía pasar por lo mismo que antes. No otra vez.
—Bueno, estoy bien. Ya podés ir a decirle que...
—No te atrevas a compararme con ese imbécil —le advirtió mientras la sujetaba de ambos brazos con delicadeza, adivinando lo que pensaba de nuevo—. Dani es una amiga y, más importante aún, es la mujer de mi compañero. Si accedí a venir es porque también me preocupaba que no quisieras hablar con ella siendo que son como hermanas.
Lucila se aflojó bajo su tacto y negó con la cabeza.
—No es que no quiera. No puedo.
—¿Por qué no?
—¡Porque entonces le contaría lo que pasó entre nosotros y me da miedo lo que pueda pensar de mí! Me prometí que nunca más volvería a involucrarme con un hombre comprometido y lo primero que hice fue ir a tu hotel cuando sabía perfectamente que tenías novia.
Lucas se tomó unos segundos para responder. Quería ser lo más claro posible para que ya no hubiera ningún tipo de mal entendido.
—Tu temor es injustificado y lo sabés. Daniela no es una persona de juzgar y mucho menos a su mejor amiga. En cuanto a lo otro podés estar tranquila porque para ese entonces mi relación ya había acabado.
La vio abrir grande los ojos y fijarlos en los de él. El alivio en su rostro fue notorio. Se miraron durante varios segundos sin emitir palabra alguna. Podían estar rodeados de gente, pero en ese momento sentían que estaban solos. No importaba nadie más a su alrededor.
—Voy a llamarla —prometió.
—Me parece bien —acordó con una sonrisa.
De pronto, sintió que su celular vibraba en su cartera y apartó la mirada para buscarlo. Estaba segura de que sería uno de sus primos que quería saber dónde se había metido.
Resopló frustrada al comprobar que estaba equivocada y volvió a meter el teléfono en su bolso.
—¿Todo bien?
—Sí, solo es un tarado con problemas de comprensión. —Se arrepintió en cuanto las palabras salieron de su boca.
—¿Cómo? —preguntó él con el ceño fruncido. Si alguien estaba molestándola quería saberlo.
Pero ella lo interrumpió antes de que pudiese pedirle más detalles. Sabía que no iba a dejarlo pasar y no quería que el tema trascendiera. No podía permitir que sus primos se enterasen de lo que sucedía.
—Espero que sepas cantar —le dijo justo antes de tomarlo de la mano y arrastrarlo hacia el escenario.
Lucas reconoció la maniobra distractora y, aunque habría preferido que le contara más acerca del tarado en cuestión —estaba más que dispuesto a ayudarlo a entender—, podía esperar. De momento, prefirió seguirle la corriente. Le gustaban los giros inesperados, en especial si eso le permitía verla actuar de forma impulsiva y espontánea.
Mientras esperaban su turno la vio revisar la lista de canciones. Era evidente que le estaba costando decidirse por una. Asomándose desde atrás por encima de su hombro, echó una rápida mirada a los nombres y sonrió en cuanto encontró la que, a su parecer, era perfecta para la ocasión. Sí, definitivamente se arrepentiría por haber querido distraerlo.
Le quitó con suavidad la carpeta de la mano y se acercó al disck jockey para transmitirle su elección. A continuación, regresó a su lado y, tomándola de la mano ahora él, la ayudó a subir al escenario.
—Espero que puedas seguirme el ritmo, bonita —le susurró al oído justo antes de que la melodía comenzara a sonar.
Lucila abrió la boca al reconocer la canción provocando que él se carcajeara en respuesta. Era su culpa. Tendría que haber supuesto que encontraría la forma de divertirse con la situación. ¿Alguna vez algo lo perturbaba? Se mordió el labio inferior para disimular su propia sonrisa y desvió la mirada hacia la pantalla de proyección ubicada justo detrás del escenario. Sin embargo, fue incapaz de mantenerse imperturbable cuando "You're the one that I want" comenzó a sonar.
Moviendo las caderas al mejor estilo John Travolta, Lucas cantó su parte con gracia y entusiasmo generando en el público aplausos y silbidos. Cuando llegó su turno, sostuvo el micrófono con fuerza para que no se notara el temblor en sus manos y, tras una respiración profunda, comenzó a cantar. Si creía que la iba a intimidar su extrovertida personalidad y falta de pudor alguno estaba muy equivocado. Ella también podía jugar a ese juego y, cuando terminara con él, se arrepentiría de haberla desafiado.
Poniéndose en la piel de Olivia Newton, avanzó hacia él de forma seductora sin apartar en ningún momento los ojos de los suyos. Lucas pestañó al notar el cambio en ella y trago con dificultad, afectado por su andar. ¡Dios, era la mujer más hermosa y sexy que había conocido en su vida! Su voz era dulce y angelical, pero la forma en la que se movía provenía del mismísimo infierno.
Se sentía un pervertido. Cada vez que la veía alejarse, el vaivén de sus caderas atrapaba su atención haciendo que sus ojos no pudiesen apartarse de su hermoso trasero y, cuando se acercaba, se perdía en sus labios imaginando las cosas que podía hacerle con ellos.
De pronto, la vio girar hacia él y colocar una mano en su cintura mientras lo miraba a los ojos sin dejar de moverse con sensualidad. Lucila ya no actuaba con timidez. Por el contrario, parecía haberse olvidado por completo de que no estaban solos. Él, por su parte, comenzaba a tener problemas para disimular el efecto que su actitud estaba teniendo en su cuerpo.
"If you're filled with affection. You're too shy to convey. Meditate in my direction. Feel your way. —"Si estás lleno de cariño. Sos demasiado tímido para expresarlo. Meditalo en mi dirección. Sentí tu camino."
Absolutamente hipnotizado, la observó deslizar su mano por el contorno de su silueta. Se preguntó si ella tenía alguna idea de lo mucho que lo estaba provocando, pero entonces la vio sonreír y tuvo su respuesta. Por supuesto que lo sabía. Decidido a que padeciera la misma tortura a la que lo estaba sometiendo, redobló la apuesta cuando fue su turno de nuevo. Abstraídos por el deseo y la electricidad que siempre surgían cuando estaban juntos, siguieron cantando como si no existiese nadie más en el mundo.
"I better shape up 'cause you need a man. I need a man who can keep me satisfied. I better shape up if I'm gonna prove. You better prove that my faith is justified. Are you sure? Yes, I'm sure down deep inside. You're the one that I want (you are the one I want). Ooh, ooh, ooh, honey. The one that I want (you are the one I want). Ooh, ooh, ooh, honey. The one that I want (you are the one I want). Ooh, ooh, ooh. The one I need (the one I need). Oh, yes indeed (yes, indeed)." —"Mejor me preparo porque necesitás un hombre. Necesito un hombre quién me pueda tener satisfecha. Mejor me preparo si lo tengo que demostrar. Más te vale demostrar que mi fe se justifica. ¿Estás segura? Sí, estoy segura muy adentro de mí. Sos a quien quiero (sos a quien quiero). Ooh, ooh, ooh, cariño. A quien quiero (sos a quien quiero). Ooh, ooh, ooh, cariño. A quien quiero (sos a quien quiero). Ooh, ooh, ooh. A quien necesito (a quien necesito). Oh, sí, ya lo creo (sí, ya lo creo)"—.
Para cuando la canción terminó, Lucas tenía las manos alrededor de la cintura de Lucila y ambos respiraban de forma agitada. Todos los presentes aplaudieron con energía, encantados por el espectáculo que acababan de ver. El exabrupto rompió la burbuja que los envolvía y, tomando consciencia de dónde se encontraban, se apartaron uno del otro. El rubor coloreó de inmediato las mejillas de la joven, un tanto avergonzada por haberse dejado llevar delante de todos.
Reaccionando por fin, Lucas apoyó una mano en la parte baja de su espalda para instarla a bajar del escenario. Si no se iban en ese instante, les pedirían otra canción y no creía que ella se sintiese cómoda al respecto. Por otro lado, preferiría que estuviesen solos la próxima vez que le pusiera las manos encima.
Lucila avanzaba en silencio hacia la barra dispuesta a pedir una botella de agua cuando vio a sus tres primos de pie junto a esta. Se detuvo a mitad de camino, dubitativa, y los observó uno a uno. Al revés de lo que había supuesto, no parecían molestos, más bien lo contrario. Continuó caminando, muy consciente de la presencia de Lucas a su espalda, y una vez más los nervios la invadieron.
Sin darle tiempo a reaccionar, José se abalanzó sobre ella y la sujetó de la cintura para luego, hacerla hizo girar en el aire.
—¡Estuviste increíble, Luci! Y vos que decías que no ibas a cantar.
No pudo evitar reír ante su efusividad y recordó cómo siempre le hacía eso de pequeños.
—Basta, me estás mareando —se quejó, un tanto avergonzada.
En cuanto sus pies estuvieron de nuevo en el piso, alzó la mirada hacia su compañero de baile quien observaba el intercambio con diversión en los ojos. Notó que sus primos la imitaban, intrigados por el hombre que había actuado con ella, y se apresuró a presentarlos. Solo esperaba que ninguno advirtiera lo nerviosa que estaba.
—Así que sos el famoso policía que hirieron cuando Dani estuvo en problemas —señaló Agustín dedicándole una inesperada mirada de apreciación que lo tomó por sorpresa.
Sin embargo, antes de que pudiese responder, Bruno dio un paso hacia él para estrechar su mano.
—Es un placer conocerte. Lucila nos contó todo sobre vos.
Él la miró arqueando una ceja.
—Bueno, no sobre vos específicamente... quiero decir... les conté todo lo que pasó con Dani y... —Se detuvo al darse cuenta de que se estaba enredando con las palabras.
—Entendí —le dijo a la vez que le guiñó un ojo.
Todos rieron, excepto José, quien había permanecido callado desde que los presentaron. Lucas no pasó por alto la actitud defensiva en su lenguaje corporal y se preguntó cuál podría ser la razón por la que no se sintiera cómodo con su presencia.
Continuaron conversando durante unos minutos hasta que el muchacho más joven le preguntó dónde se estaba quedando y por cuánto tiempo. Él no tenía una respuesta para eso.
—Podés quedarte acá si querés. ¿No, Bruno?
—Sí, por supuesto. Es lo mínimo que podemos hacer después de todo lo que hiciste por Daniela. De chicas, mi prima y ella eran carne y uña y, desde entonces, le tenemos mucho cariño. Nos habría encantado ir a la boda, pero con todo el trabajo en el hotel fue imposible.
—Luci puede mostrarte la playa mañana —acotó el menor con tono casual.
Pero a ella no la engañaba su fingida inocencia. ¿Acaso estaba haciendo de celestina?
Lucas la miró a los ojos, evaluando su reacción. No había planeado quedarse, mucho menos pasar tiempo con ella en la playa, aunque ahora que esa posibilidad se presentaba no podía pensar en otra cosa.
—Si no te molesta...
—No, claro que no. Sos más que bienvenido —respondió, nerviosa.
Le gustó ver el repentino rubor en sus mejillas.
—Entonces, me quedo.
Lucila exhaló despacio el aire que había contenido sin darse cuenta mientras aguardaba su respuesta. Se quedaba...
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¡Espero que les haya gustado!
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