Capítulo 30
A pesar de sus nervios, logró mantenerse en una pieza mientras Lucas hacía las presentaciones pertinentes. En ningún momento se apartó de su lado y, con un brazo encima de sus hombros, la mantuvo pegada a su cuerpo en un claro gesto protector.
Como Ana ya la conocía, fue la primera en acercarse y besarla con soltura y eso, de alguna manera, le transmitió la confianza que necesitaba. A continuación, lo hicieron sus padres, ambos con una tranquilidad que logró, al instante, serenarla. A pesar de saber que eran mayores que sus padres, parecían más jóvenes, sin duda, a causa de las expresiones alegres que podía ver en sus rostros. Al parecer, no eran esos monstruos que había imaginado en su mente. De hecho, eran todo lo contrario.
La sonrisa de Claudia al verla había sido inmediata y demás estaba decir que, por completo, cautivadora. Ahora entendía de quien la habían heredado sus hijos. Sus gestos eran extremadamente femeninos y sus ojos, del color de la miel, brillaron con intensidad al posarse en los de ella. Luis, por su parte, era todo un caballero y, al igual que Lucas, parecía sonreír con los ojos transmitiendo una calidez imposible de ignorar.
—Bienvenida a la familia —le dijo la mujer antes de dar un paso hacia ella y envolverla en un fuerte abrazo.
Se encontró a sí misma reprimiendo las repentinas lágrimas que, en ese momento, amenazaron con brotar de sus ojos. Si bien había supuesto que, por respeto a Lucas, serían amables con ella, jamás se imaginó que la tratarían con absoluta alegría y sincera aceptación. Aliviada, correspondió su abrazo y suspiró.
—Muchas gracias. Es un placer conocerlos.
—El placer es nuestro, querida —afirmó Claudia separándose lo suficiente como para poder mirarla a los ojos—. La felicidad de nuestros hijos es lo más importante para nosotros y la verdad es que nunca vimos tan feliz a Lucas.
Ella asintió, incapaz de emitir palabra. Si lo hacía, corría el riesgo de que su voz temblase y comenzara a sollozar.
—Encantado de conocerte por fin —agregó Luis apoyando una mano en su hombro—. Por un momento pensábamos que lo haríamos el día de la boda —bromeó.
—Lo siento, es que...
Ana debió advertir la vergüenza que sentía ya que, de inmediato, avanzó hacia ellos.
—Bueno, dejen ya de acaparar a la pobre chica —regañó con diversión—. ¿Por qué no van y se sientan a la mesa mientras yo ayudo a Lucila en la cocina?
—Sí, tenés razón. Creo que nos dejamos llevar por la emoción —reconoció su madre emitiendo una risita suave.
—Cierto —concordó su padre riendo también—. Vamos, cariño, ya escuchaste a Ana. No sea cosa que asustemos a la pobre chica.
Lucila advirtió que en verdad se preocupaban por ella y no pudo evitar sentirse conmovida. Aún sorprendida, buscó a Lucas con la mirada. Él la estaba observando y cuando sus ojos se encontraron, le dedicó esa sonrisa que tanto le gustaba. A continuación, se giró para acompañar a sus padres al comedor.
—Espero que te haya gustado mi regalo —dijo su cuñada en cuanto estuvieron solas.
—Eh... sí... muchas gracias.
La joven se carcajeó al ver que se ruborizaba en el acto.
—Perdón, puede que me haya extralimitado un poco —admitió con un arrepentimiento que no logró engañarla—. Pero fue más fuerte que yo. Además, supuse que no te gustaría tener nada de esa arpía en tu casa.
Y con ese comentario, Lucila lo supo. Ana y ella serían grandes amigas.
—Supusiste bien —convino con una sonrisa.
Un instante después, ambas reían con complicidad.
Luego de ese curioso, aunque muy agradable intercambio, continuaron conversando mientras procedía a servir la lasaña en la fuente y, cuando todo estuvo listo, se dirigieron al comedor donde los demás las esperaban.
En pocos minutos, Lucila se sintió más cómoda de lo que lo había hecho alguna vez en su propia casa. Los Ferreyra eran todos muy alegres y demostrativos, sin mencionar que eran una familia muy unida. Prueba de eso fue cómo, sin dudarlo, todos se habían mudado junto a Lucas cuando él se unió a la delegación de investigación de la Policía Federal ahí en Misiones. Con ellos no sentía que debía esforzarse para encajar. Simplemente la aceptaban tal cual era.
La cena transcurrió de forma amena e, incluso, divertida. Era imposible no reírse en presencia de Ana, quien parecía disfrutar torturando a su hermano con comentarios subidos de tono. La sorprendió un poco que ni siquiera se midiese delante de su padre, pero pronto entendió que, aunque algo de verdad habría en las cosas que decía, la mayor parte del tiempo se notaba que solo intentaba fastidiarlo.
Lucas la observó un momento y sintió que la felicidad lo desbordaba. Las personas que más amaba en el mundo estaban allí, juntos, y todos parecían disfrutar de la compañía del otro. No iba a negar que, por un momento, había temido que sus padres se mostraran recelosos con Lucila. Su madre apreciaba mucho a Julieta y lo había presionado para que se reconciliase en varias oportunidades. Sin embargo, se abstuvo de hacerlo después de que su hermana le revelase la verdadera razón de su separación.
Solo volvieron a hablar de ella al regresar de Villa Gesell, cuando él les contó lo que había hecho. Entonces, le confesaron que en realidad nunca les había gustado del todo. La querían mucho porque prácticamente la habían visto crecer, pero no eran ciegos y habían notado sus actitudes inmaduras y egoístas y consideraban que su hijo necesitaba a otro tipo de mujer a su lado. No obstante, nunca dijeron nada porque lo veían contento y mientras él estuviese bien, no importaba lo que ellos pensaran.
A Lucas lo sorprendió saber que, días atrás, Beatriz y Alberto los habían llamado desde San Clemente para disculparse por el comportamiento de su hija. Según dijeron, eran conscientes de que Julieta no estaba pasando por un buen momento, pero jamás se imaginaron que pudiese llegar a cometer tales actos. Se sentían muy apenados y avergonzados, pero, al menos, los consolaba saber que no había terminado en una desgracia. Antes de despedirse, les pidieron que le enviasen un afectuoso saludo y que le dijeran que le deseaban lo mejor. Después de todo, lo querían mucho.
Estaba concentrado en eso cuando el suave roce de Lucila lo trajo al presente. Alzó la mirada hacia ella y le sonrió, en un intento por no preocuparla. No obstante, no tuvo éxito. Ya reconocía sus diferentes expresiones y sabía que había algo perturbando su mente. Por un segundo, pensó en mentirle, en decirle que se debía a algo del trabajo y cambiar de tema. La veía tranquila, contenta y no quería remover dolorosos recuerdos. Sin embargo, había prometido no volver a ocultarle nada y él era un hombre de palabra.
—Pensaba en los padres de Julieta —dijo y presionó el agarre de su mano para evitar que lo soltase.
Pero, lejos de eso, la sintió acariciarlo con su pulgar.
—Es entendible que eso te preocupe. Sé que los querés mucho y la verdad es que ellos no son responsables por lo que hizo su hija.
Todos permanecieron en silencio, absortos por su respuesta. Con sus palabras, Lucila acababa de confirmar lo que pensaban sobre ella. Al fin Lucas tenía a su lado una persona que estaba a la altura, una mujer con todas las letras.
—Sos demasiado buena, bonita.
Ella sonrió y, luego, negó con su cabeza.
—No tanto. Sus padres no tienen la culpa, pero a ella no la quiero ni cerca.
Se arrepintió nada más decirlo. No sabía cómo reaccionarían Claudia y Luis ante su comentario y temió que pudiese afectar la reciente relación. Sin embargo, ellos comenzaron a reír y, con un asentimiento, mostraron su completo acuerdo.
—Cuidala, hijo. Esta chica es la indicada —declaró Luis guiñándole un ojo.
—Es la idea, papá. Por eso quiero casarme con ella.
—Ah, hablando de eso, ¿ya pusieron fecha? —preguntó su madre mientras cortaba un pequeño trozo de la exquisita lasaña.
—No, todavía lo estamos...
—En dos semanas —lo interrumpió Lucila sin apartar sus ojos de los de él.
Estos brillaron con intensidad al oírla.
—¿Estás segura? Puedo esperar.
—Yo no —afirmó, sonriente.
Olvidándose, por un instante, de que no estaban solos, acunó su rostro entre sus manos y lo besó.
El complejo elegido, tanto para la boda como para la posterior la luna de miel, se encontraba a pocos minutos de Hito de la Triple Frontera sobre las barrancas del río Paraná. Lucas le había ofrecido llevarla al lugar que ella desease, pero Lucila ya había tenido su cuota suficiente de hoteles y viajes ese año, por lo que no quería irse de allí y a él lo único que le importaba era que ella estuviese feliz.
Además, amaba la paz que solo la naturaleza es capaz de brindar, por lo que alojarse en una de las acogedoras cabañas con vista al río, le pareció la opción perfecta. Asimismo, la pequeña capilla que se encontraba dentro del predio era justo lo que ambos habían imaginado para ese día tan especial. La ceremonia sería íntima y sencilla. No necesitaban más que eso.
De pie en el altar, Lucas esperaba, ansioso, la llegada de su prometida. La familia de ambos estaba presente, así como sus mejores amigos y se sentía feliz por eso. No obstante, estaba nervioso e, incapaz de permanecer quieto, se frotaba las manos mientras pasaba el peso de su cuerpo de una pierna a la otra. Por un momento, miró a su compañero, quien, desde su asiento, lo observaba con comprensión. No hacía mucho había estado en su lugar por lo que sabía muy bien cómo se estaba sintiendo.
De pronto, la marcha nupcial comenzó a sonar y sus ojos se clavaron en el otro extremo del pasillo, donde Lucila acababa de aparecer, aferrada al brazo de su padre. Su corazón palpitó con fuerza nada más verla. ¡Estaba preciosa! Con su largo vestido blanco que se amoldaba a cada suave curva de su cuerpo y su espeso cabello oscuro, recogido en un precioso peinado, logró acaparar toda su atención cautivándolo por completo.
Sus brillantes ojos verdes la atraparon como imanes y, cual faros, guiaron su camino de regreso a casa. Había estado tan nerviosa justo antes de que la música iniciara que, por un momento, había temido no poder hacerlo. Sin embargo, solo bastó con que entrelazan sus miradas para que todos sus miedos se esfumaran. Lo único que importaba era llegar a él, al único hombre que la había amado del modo que tanto anhelaba, su futuro esposo, su amante, su todo.
Era un día mágico y estaba feliz de poder compartirlo con las personas más importantes en su vida. Sus padres, su tía, sus primos junto a sus parejas, todos habían ido para brindarle su completo apoyo y amor incondicional. Y por supuesto, también estaba su mejor amiga. Daniela la había acompañado en cada paso, al igual que ella lo había hecho antes en su boda. No pudo evitar recordar que ese día fue el inicio de su historia con Lucas. Un beso robado a escondidas, seguido del sexo más maravilloso que alguna vez experimentó, la llevó a que hoy estuviese allí a punto de dar el sí definitivo y unirse para siempre a él.
Cuando por fin la tuvo en frente y tomó sus manos entre las suyas sintió que todas las piezas del rompecabezas de su vida finalmente encajaban. No entendía cómo había pensado alguna vez que podía casarse con otra mujer. Ahora comprendía que no existía nadie más para él y no lo haría jamás. Lucila era su fuerza, su motor, la realización de ese amor que tanto había deseado. Ella lo hacía sentirse invencible, capaz de cualquier cosa, pero, sobre todo, lo hacía feliz, profundamente feliz.
Él debió advertir el temblor en sus manos, ya que las apretó con suavidad para luego acariciarlas con sus pulgares. Suspiró. No sabía cómo hacía, pero siempre encontraba el modo de tranquilizarla. Podía oír que el cura había comenzado a hablar, pero no tenía la más mínima idea de lo que estaba diciendo. De lo único que era plenamente consciente era de que Lucas estaba allí mirándola con amor y devoción, con deseo y necesidad. La miraba a ella y a nadie más.
—Sí, quiero.
Su corazón se disparó al oírlo pronunciar aquellas palabras, su voz ronca a causa de la emoción, y en ese instante, se sintió la mujer más afortunada del planeta. Él era lo que todas buscaban en un hombre y más. Mucho más.
El sonido de suaves risas la trajeron de regreso al presente. Al parecer, era la segunda vez que el párroco había tenido que hacer la pregunta, pero ella estaba tan nerviosa, que no se había dado cuenta siquiera. Lucas sonrió ante su confusión.
—Es tu turno, bonita —le susurró y le guiñó un ojo.
—¡Sí, sí! —lanzó de golpe provocando que todos los presentes rieran una vez más—. Perdón... —prosiguió más tranquila, sus mejillas encendidas—. Sí, quiero.
Divertido, el padre continuó con la celebración bendiciendo las alianzas que, minutos después, se colocaron uno al otro para llevar por siempre en sus dedos como símbolo de su amor.
Lucas le rodeó la cintura en cuanto fueron nombrados marido y mujer y, pegándola a él, la besó con pasión. Poco le importaba que toda su familia estuviese observándolos. La ceremonia se le había hecho eterna y, ahora que podía, no iba a desperdiciar ni un segundo más.
Horas después, en medio del parque donde habían ubicado las mesas cubiertas con gazebos, conversaba animadamente con Pablo mientras disfrutaban juntos de una cerveza bien fría. La fiesta estaba llegando a su fin y aunque le encantaba pasar tiempo con sus seres queridos, en especial cuando eso ponía semejante sonrisa en el rostro de Lucila, también deseaba estar a solas con ella. A pesar de algunas quejas iniciales —por supuesto por parte de los padres de ella—, el menú les había gustado a todos. Empanadas de distintos gustos y una amplia variedad de pizzas que hizo que tanto José como él se sintieran simples amateurs.
De forma automática, buscó con la mirada a su alrededor en búsqueda de su esposa. Hacía un rato que no la veía y comenzaba a preocuparse. Tampoco estaba Daniela, lo cual era extraño, ya que su compañero jamás la perdía de vista. Con el ceño fruncido, lo miró, pero Pablo no parecía demasiado inquieto al respecto. Volvió a escanear el lugar, intrigado. Nada. ¿En dónde se habían metido? Se disponía a preguntarle cuando lo vio negar con su cabeza.
—No se me permite decirlo.
—¿Qué?
—No insistas —replicó con expresión solemne antes de dar otro sorbo a su bebida.
Lucas arqueó una ceja, sorprendido. Eso era nuevo. Pero antes de que pudiese volver a hablar, la música se detuvo y desde los parlantes distribuidos alrededor del lugar, una voz masculina pidió a los invitados que hicieran silencio. Giró hacia el pequeño escenario que estaba ubicado frente a ellos. El mismo era para uso exclusivo de las bandas contratadas para tocar en vivo. Sin embargo, ellos no habían optado por esa opción.
Volvió a posar los ojos en su amigo. Este parecía divertido con su confusión. Pero entonces, su hermosa esposa apareció de repente y subió al escenario con un micrófono en la mano. Su mejor amiga iba detrás de ella con su guitarra colgando del hombro. Las dos se sentaron en las sillas que habían dispuesto para ellas. Abrió grande los ojos al darse cuenta de lo que estaba pasando. Lucila iba a cantar para él.
Lo ubicó entre la pequeña audiencia y todo en ella se sacudió. ¡Dios, la forma en la que la estaba mirando hacía estragos en su cuerpo! Se sentía un poco nerviosa, debía reconocerlo; porque sí, solo estaba su familia y sus amigos y ya había cantado antes delante de todos ellos, pero esta vez era especial, la canción era especial. Su letra era un reflejo exacto de lo que tenía guardado en su corazón, de lo que solo él había logrado generar en su interior.
—Mi amor —comenzó con un tono de voz suave, sus ojos fijos en los de él—. Jamás imaginé que podría ser tan feliz en la vida y eso te lo debo a vos. Fuiste paciente y perseverante conmigo porque entendías que mis miedos no me permitían confiar. Pero nunca te rendiste y no podría estar más agradecida y contenta por eso. —Sonrió y sus ojos brillaron con lágrimas contenidas—. Me demostraste que el verdadero amor no duele y me hiciste sentir especial. Por eso, quiero dedicarte esta canción que expresa todo lo que siento por vos.
Ante su señal, Daniela comenzó a tocar las primeras notas de "Yours" de Ella Henderson en su guitarra reemplazando, de forma majestuosa, al piano de la versión original. En la pantalla detrás de ellas apareció la letra para que todos pudieran saber lo que decía; pero a él no le hacía falta, entendía perfectamente el idioma. Además, no podría apartar sus ojos de los de ella, aunque quisiera.
"I'll wear your winter coat, the one you love to wear so I keep feeling close to what's beyond compare. The moments waking up, you catch me in your eyes. That beauty on my pillow that holds me in the night. And I would find my strength to untape my mouth when I used to be afraid of the words. But with you I've learned just to let it out. Now my heart is ready to burst. 'Cause I, I feel like I'm ready for love. And I, I want to be your everything and more. And I know every day I say it but I just want you to be sure that I'm yours. And if I be feeling heavy you take me from the dark. Your arms they keep me steady so nothing could fall apart. And I would find my strength to untape my mouth when I used to be afraid of the words. But with you I've learned just to let it out. Now my heart is ready to burst. 'Cause I, I feel like I'm ready for love. And I want to be your everything and more. And I know every day I say it but I just want you to be sure that I'm yours. That I'm yours" —"Me pondré tu abrigo de invierno, el que amás usar para así poder sentirme cerca de lo que está más allá de comparación. Los momentos al despertar, me atrapás en tus ojos. Esa belleza en mi almohada que me abraza en la noche. Y encontraría mi fuerza para desatar mi boca cuando solía tener miedo de las palabras. Pero con vos aprendí a dejarlo salir. Ahora mi corazón está listo para estallar porque yo siento que estoy lista para el amor. Y yo, yo quiero ser tu todo y más. Y sé que todos los días lo digo, pero solo quiero que estés seguro de que soy tuya. Y si me siento pesada, vos me sacás de la oscuridad. Tus brazos me mantienen firme para que nada pueda desmoronarse. Y encontraría mi fuerza para desatar mi boca cuando solía tener miedo de las palabras. Pero con vos aprendí a dejarlo salir. Ahora mi corazón está a punto de estallar porque yo siento que estoy lista para el amor y quiero ser tu todo y más. Y sé que todos los días lo digo, pero solo quiero que estés seguro de que soy tuya. Que soy tuya"—.
Los aplausos estallaron con fuerza, pero apenas los oía. Toda su atención estaba puesta en el maravilloso hombre que, en ese momento, se ponía de pie para ir en su dirección. Se estremeció al ver la emoción estampada en su rostro y sintió cómo el nudo ya existente en su garganta, se hacía más grande. Se apresuró a bajar del escenario. Su corazón latía desenfrenado y lo único que deseaba era sentir sus fuertes brazos alrededor de ella.
Lucas tomó su rostro entre sus manos en cuanto la tuvo frente a él y, sin emitir palabra alguna, estampó sus labios en los suyos. Una vez más, no le importó que todos estuviesen mirando. Necesitaba sentirla o moriría.
¡Dios, la amaba! Tanto que apenas podía controlarse. Entonces, se dio cuenta de que no tenía por qué hacerlo. La fiesta podría no haber terminado todavía, pero ellos se irían en ese instante. No iba a seguir esperando para hacerle el amor a su esposa.
Ya en la habitación, caminaron con torpeza sin dejar de besarse. Por fortuna, el vestido no era de esos acampanados, lo cual le permitió sentir sus deliciosas curvas bajo la palma de sus manos a través de la tela. Y su espalda, completamente descubierta, le concedió la posibilidad de acariciar su suave piel en todo momento.
Con extrema delicadeza y lentitud, bajó el cierre escondido detrás de su cintura. Ansiaba contemplar su cuerpo desnudo.
Lucila tembló al sentir la yema de sus dedos recorrerla despacio desde la parte baja de su espalda hasta sus hombros. Una vez allí, enganchó ambos pulgares en los tirantes y los deslizó hacia los costados liberándola así de la exquisita prenda. Entonces, esta cayó al piso en un suspiro de seda amontonándose alrededor de sus pies. El diseño del vestido no permitía que llevase corpiño debajo, por lo que sus pechos quedaron expuestos al instante.
Lucas contempló, maravillado, esos hermosos y duros picos que clamaban ser acariciados y besados por él. Había intuido que no llevaba nada debajo y, aun así, lo sorprendió la sensual visión de la tela deslizándose sobre sus preciosos senos.
Dio un paso hacia atrás para poder observar semejante obra de arte y sonrió cuando sus ojos volvieron a encontrarse.
—Preciosa —susurró con voz ronca.
Una corriente eléctrica la recorrió entera al oírlo. Podía ver el intenso deseo en su mirada, era igual al que ella estaba sintiendo.
—¿No deberías deshacerte de todo eso? —preguntó con diversión al darse cuenta de que todavía llevaba puesto su traje.
Pero antes de que pudiese responder, se adelantó para hacerlo por él. Con la misma lentitud que había empleado para desvestirla a ella, le acarició los hombros por debajo de su saco llevándolo hacia atrás. Luego, lo deslizó por sus brazos dejándolo caer. A continuación, desanudó su corbata y, tras sacársela por encima de su cabeza, la arrojó lejos. Entonces, comenzó a desabotonar su camisa. Conforme descendía, con sus manos rozaba su duro torso, plenamente consciente de que eso lo excitaría aún más.
Sus músculos se tensaron al sentir la suave caricia de sus manos sobre su pecho. Sí, su mujer sabía muy bien lo que hacía. En ningún momento, apartó sus ojos de los de ella mientras lo desnudaba. Desde el primer día en que la había visto, se había sentido cautivado por ellos, pero verlos brillar de ese modo a causa de la pasión contenida, simplemente podía con él.
De pronto, la vio quitarse la última prenda de su ropa interior y su corazón se saltó un latido ante la exquisita imagen. Se apresuró a quitarse él también sus bóxers y avanzó hacia ella. La sujetó de los muslos y la alzó instándola a rodearlo con sus piernas. Gimió al sentir su ardiente calor contra su miembro.
Sin perder más tiempo, caminó hacia la enorme cama y tras hacer a un lado el cobertor, la recostó de espaldas sobre la misma.
—Quiero besar cada centímetro de tu cuerpo —murmuró con voz grave mientras se colocaba encima de ella despacio—. Hacerte acabar con mi boca y mis dedos antes de enterrarme en tu interior —prosiguió provocando que jadeara ante el placer que le generaban sus sensuales palabras—. Pero estoy demasiado al límite, bonita —reconoció a la vez que recorrió su cuello con los labios dejando un reguero de besos húmedos sobre su piel—. Deseaba tenerte justo así desde que dijiste que sí en la iglesia. Te amo, Lucila. Sos el amor de mi vida.
Lo sintió deslizarse dentro de ella mientras hablaba y se arqueó ante su deliciosa invasión. Un largo y pronunciado gemido escapó de su boca a la vez que clavó las uñas en su espalda cuando él se retiró para volver a penetrarla. Aunque amaba cuando usaba su lengua, la sensación de su falo abriéndose paso en su interior era lo más delicioso que había experimentado alguna vez. Enardecida, lo aprisionó con sus piernas para que aumentase el ritmo. Estaba al borde del abismo y no creía poder seguir soportándolo.
—Lucas... —jadeo, incapaz de armar una oración entera.
Él gruñó al oírla. Sentía la exquisita presión que sus músculos ejercían alrededor de él y sabía que no tardaría mucho en alcanzar la cima. Aumentó la velocidad de sus embates, cada vez más profundos, más fuertes y estrelló sus labios en los suyos tomando completa posesión de su boca. Hurgó en ella con ansia, con desenfrenado deseo, coordinando los movimientos de la misma con cada embestida.
—Dejate ir, bonita —jadeó también él a punto de estallar.
Lucila se aferró a sus hombros mientras gritaba su nombre, absolutamente ida en un demoledor orgasmo. Lucas sintió su éxtasis en cada fibra de su cuerpo y, con una estocada final, se derramó en su interior.
—Te amo —susurró ella entre jadeos, todavía afectada por las increíbles sensaciones que acababa de experimentar—. Vos también sos el amor de mi vida.
Él se apoyó sobre sus antebrazos y, mirándola a los ojos, le sonrió. ¡Ah, esa sonrisa acabaría con ella algún día!
—Gracias por la canción.
—¿De verdad te gustó?
—¿Te quedó alguna duda? —preguntó con diversión.
Ella rio y negó con su cabeza.
—No, creo que fuiste bastante claro.
—Y así será siempre entre nosotros, bonita —aseveró.
—Siempre —repitió, perdida en su mirada, una vez más.
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¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.
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