Capítulo 28
Menos de una hora después, estaban de regreso en el hotel. No obstante, Lucila no tenía ninguna obligación, ya que, luego de lo sucedido, sus primos se habían encargado de conseguir a alguien para que la reemplazara y, de ese modo, brindarle el tiempo que necesitaba para recuperarse sin tener que pensar en el trabajo. Y estaban contentos la verdad; la chica que habían contratado era muy eficiente y responsable.
En cuanto a la gerencia, Bruno no dejó que llamasen a nadie de afuera. Estaba seguro de que sus hermanos eran perfectamente capaces de cubrirlo durante unos días hasta que pudiese retomar sus actividades. Entonces, se haría cargo también del restaurante mientras Patricia se ocupaba de su pequeña hija. Aun así, sabía que no sería por mucho tiempo. Su esposa amaba su trabajo y, aunque en ese momento solo tenía ojos para su bebé, no tardaría en querer retomar sus tareas.
Luego de una muy necesaria ducha y arreglarse para la cena de esa noche, Lucila llevó a Lucas al área que su primo había reservado para la familia en el restaurante.
Se sentía un poco nerviosa. Esa noche le presentaría a su tía, la mujer que había sido casi una madre para ella y a quien adoraba con toda su alma. Cristina, a diferencia de Noemí, su mamá, era una persona relajada y fácil de llevar. Nunca había dejado que la traición de su ex marido y su posterior abandono condicionaran su vida y, con una valentía admirable, había cumplido con ambos roles parentales criando a sus hijos en un hogar amoroso y cálido.
Siempre había sido espontánea y emprendedora, con una energía inagotable, y eso había sido fundamental cuando, sola y con tres hijos, había tenido que improvisar para salir adelante. Amante de la bijouterie, consiguió trabajo en una joyería y, en poco tiempo, comenzó con sus propios diseños. Años después, creó su propia empresa. Su éxito, sin duda, fue el que inspiró a Bruno a seguir la carrera que le permitiría luego ser el dueño, junto a sus hermanos, de uno de los hoteles más codiciados de Villa Gesell.
Se detuvo en cuanto divisó a su primo mayor de pie junto a la silla donde se encontraba sentada Patricia. Sonrió al verlo mecer a su hija a la vez que le palmeaba con suavidad la espalda.
—Es adorable —susurró, embelesada.
—Lo es —concordó Lucas, a su lado.
No obstante, sus ojos no estaban en la joven pareja, sino en el bello rostro de la mujer que amaba.
Lucila amplió su sonrisa al darse cuenta y volteó hacia él.
—Te quiero. Te lo dije, ¿no?
La sujetó de la cintura y, con delicadeza, la acercó más a él.
—Sí, pero podés repetirlo las veces que quieras. Nunca me voy a cansar de oírlo.
Y sin más, la besó con suavidad, despacio, deleitándose con su dulce sabor y la calidez que solo ella era capaz de transmitirle.
—También te quiero, bonita —susurró contra sus labios.
Suspiró. Ella tampoco se cansaría de escucharlo.
De pronto, la voz de Daniela los alcanzó acaparando, en el acto, la atención de ambos. Recién llegaba junto a Pablo y, por la expresión en sus rostros, supo que seguían discutiendo. Horas antes, luego de que la emoción por la noticia de su embarazo pasara, se había molestado con ella por su imprudencia al subirse a un cuatriciclo en su condición. Sonrió al verlos. La personalidad impulsiva de su amiga volvía loco a su marido quien estaba acostumbrado a tener todo bajo control.
—Pero, amor, si te lo hubiese dicho antes, no me habrías dejado ni siquiera acercarme al cuatriciclo.
—¡Y no! ¿Qué esperabas? Lo que hiciste fue peligroso, Daniela. Podrían habernos chocado, incluso yo podría haber embestido a alguien. ¿Y si te caías?
—Vos no hubieses permitido que eso pasara —respondió con esa confianza ciega que siempre lograba conmoverlo.
Pablo negó con su cabeza y, con dos dedos, se frotó el puente de la nariz. Inmediatamente, ella le acarició el rostro con suavidad haciendo que volviese a mirarla. Exhaló. No había caso y él lo sabía. Esa mujer era indomable.
—Me están saliendo canas antes de tiempo, princesa, quiero que lo sepas.
La risa de la joven llenó el lugar contagiando, al instante, a su marido quien, finalmente se rindió, consciente de que lo tenía envuelto alrededor de su dedo meñique.
Lucila y Lucas se encontraron riendo también. Pero antes de que llegasen a decirles algo, José apareció con varias cajas en sus manos.
—¡Llegaron las empanadas!
—¿Cómo? ¿No ibas a hacerlas vos? —reclamó Bruno con picardía.
La paternidad parecía haberle sentado bien. Era la primera vez que lo veían relajarse de verdad sin pensar en nada más que en pasar tiempo con su familia.
—Algún día tengo que descansar, ¿no? —replicó con una sonrisa empleando el mismo tono que había usado él—. Pero no se desanimen que les traigo una sorpresa.
Apartándose a un lado, cedió el paso a Agustín que, justo en ese momento, entraba acompañado de su madre.
Cristina escaneó rápidamente el lugar, pero sus ojos se detuvieron, al instante, en su hijo mayor, quien sostenía en brazos a su pequeña hija. Llevándose una mano al pecho, avanzó hacia él, decidida. Estaba ansiosa por conocer a la bebé.
Bruno la imitó y se reunió con ella a mitad de camino.
—Hola, mamá.
—Hola, querido, ¿cómo es...? Ay, Dios mío, qué belleza —declaró con voz temblorosa a causa de la emoción—. ¿Puedo cargarla?
—Claro que sí —respondió, sonriente, mientras le entregaba la criatura con sumo cuidado.
Con todo el cariño y experiencia que solo una madre puede tener, acunó a la pequeña Luci en sus brazos y, al instante, todo a su alrededor desapareció. El silencio fue unánime, como si ninguno de los presentes quisiera romper un momento tan especial como ese.
—Bienvenida, preciosa de la abuela.
Era la primera vez que lo decía en voz alta y no pudo evitar que las lágrimas inundaran sus ojos. La emoción que la embargó fue indescriptible. Nunca antes había experimentado algo así, ni siquiera con el nacimiento de sus hijos. No porque fuese más intenso o importante, no tenía que ver con eso; sino porque era un amor nunca antes vivido, una mezcla de devoción y orgullo. Era la hija de su primogénito, sangre de su sangre y, en apenas segundos, acababa de convertirse también en el centro de su universo.
Sin apartar los ojos del rostro regordete de la niña, caminó despacio hacia la silla ubicada junto a su nuera y se sentó. Sus tres hijos la imitaron, todos cautivados ante la imagen de tres generaciones de mujeres de la familia juntas. Alzó la vista en busca de Patricia y sonrió en cuanto sus ojos se encontraron.
—Gracias —alcanzó a decir antes de que la voz se le quebrara.
—Ay, Cristina, vas a hacerme llorar de nuevo —confesó ella limpiándose las lágrimas que ya empezaban a deslizarse por sus mejillas.
—¿Cómo te sentís, querida?
—Estoy muy bien —afirmó—, aunque también cansada. Las noches están siendo un poco duras.
—Oh, sí, recuerdo bien esa época, pero no te preocupes, en un año, más o menos, ya van a poder dormir de corrido.
—¡¿Un año?! —exclamó Bruno, alarmado.
Ella rio con suaves carcajadas.
—Mes más, mes menos.
Su hijo resopló, derrotado, tomando consciencia de que no volvería a dormir por un largo tiempo.
Cristina miró hacia arriba cuando sintió el delicado roce de las manos de Lucila sobre sus hombros.
—Hola, chiquita, ¿todo bien?
—Hola, tía. Sí, todo genial. ¿Cómo te fue en el viaje?
La mujer ignoraba lo que había pasado días atrás y así seguiría. Por fortuna, todo había resultado bien, por lo que no había necesidad de preocuparla con eso.
—Maravilloso, pero ya andaba con ganas de volver. Por eso en cuanto recibí la noticia me vine. Como siempre digo, no hay nada más importante que la familia.
Lucila sonrió. Así era ella. Cálida, amorosa, alegre.
—Me gustaría presentarte a alguien —dijo mientras se giraba hacia el hombre que estaba de pie detrás de ella—. Él es Lucas, mi... novio.
No pudo evitar sonrojarse al decirlo. Podía sentir la mano de él sobre su cintura, por lo que notó cómo se aferró a la misma al oírla llamarlo de ese modo.
—Encantado de conocerla —saludó con esa voz ronca y sensual que hacía estragos en ella.
Los ojos de Cristina se abrieron debido a la sorpresa. Miró a su sobrina, una vez más y, luego, volvió a posar la vista en aquel atractivo e imponente hombre que parecía sonreír con los ojos —unos ojos muy bonitos, por cierto—. A continuación, con cuidado de no despertar a la bebé, se la devolvió a la madre y se puso de pie.
—Igualmente —dijo ofreciendo su mano.
Él la tomó con suavidad y, con todo el encanto que lo caracterizaba, la acercó a sus labios.
Hacía tiempo que los calores de las hormonas no la invadían, pero en ese instante, podría haber jurado que la temperatura escaló varios grados en pocos segundos.
—Ya veo por qué Luci te mantenía en secreto —bromeó.
Las carcajadas del joven no se hicieron esperar.
—Soy completamente inofensivo —agregó, divertido.
—Mirá quien vino también —intervino Lucila, de pronto, dando un paso hacia su hombre.
Ninguno pasó por alto su reacción. Parecía celosa, incluso sabiendo que no tenía motivos. No obstante, nadie dijo nada.
—Hola, Cris —saludó su amiga mientras se acercaba a ella.
—¡Dani! ¡Pero qué alegría verte! —exclamó, contenta—. ¿Cuánto tiempo pasó? Ya perdí la cuenta.
—Demasiado —reconoció y, con una sonrisa en su rostro, procedió a presentar a su marido.
La mujer arqueó las cejas, asombrada por su atractivo. "Dios, ¿de dónde sacaron a semejantes ejemplares estas chicas?", pensó conteniendo las ganas de suspirar.
A diferencia de Lucas, el saludo de Pablo fue un poco más frío.
—Un placer, señora.
—El placer es todo mío. Sé lo que hiciste por Dani y no puedo estar más que agradecida por eso.
Él sonrió al oírla provocando que Cristina se apantallara con la mano.
—Diganme que tienen algún tío soltero en Misiones —bromeó, aunque no había mentira en sus palabras.
—¡Mamá! —recriminó Bruno a la vez que puso los ojos en blanco ante su atrevimiento.
Agustín y José se carcajearon.
—¿Por qué mejor no comemos? Las empanadas van a enfriarse —intervino este último.
—Sí, mejor —murmuró su hermano mayor.
Al instante, todos se sentaron a la mesa. Esta vez no había empleados atendiéndolos. Si bien seguían en el hotel, era una reunión íntima y familiar, por lo que nadie, más que ellos, accedería al lugar esa noche.
La cena transcurrió entre bromas y risas. Cristina había vuelto a recoger en brazos a su nieta liberando así un poco a Patricia para que pudiese relajarse durante algunas horas. Bueno, tampoco era que tenían que insistirle demasiado. Estaba embobada con la pequeña; lo suyo había sido amor a primera vista y cargarla le transmitía una hermosa sensación que no había vuelto a experimentar desde que sus hijos eran chicos.
Levantó la mirada cuando oyó reír a su sobrina por una tontería que acababa de decir Agustín. Daniela, a su lado, lo provocaba sacando a relucir todas las travesuras que había hecho de pequeño. Una sonrisa se dibujó en su cara ante las imágenes de tan maravillosos recuerdos. En ese entonces, el menor de sus hijos solía darle algún que otro dolor de cabeza, pero también había llenado su hogar de alegría y eso había sido clave para ella en momentos difíciles.
Lo cierto era que, si bien había tenido que salir adelante sola cuando su ex marido se marchó, no lo había estado realmente. Bruno con su increíble madurez, José con su calma innata, y Agustín con su picardía, le habían dado todo lo necesario para volver a encontrar el equilibrio faltante. Por ellos se había levantado cada día y, gracias a su amor, había logrado superar la traición y volverse una versión mejorada de sí misma.
Con los ojos fijos en las adorables niñas, hoy convertidas en mujeres, que, tiempo atrás, habían llenado sus veranos de risas, suspiró. Todavía podía recordar, con asombrosa nitidez, a Lucila cantando a pedido de ella en cada reunión, y cómo, cuando su amiga la acompañaba, armaban coreografías de canciones conocidas para luego mostrárselas a todos. ¡Qué lindos momentos que habían compartido!
—¿Estás bien?
José siempre se daba cuenta cuando su ánimo cambiaba.
—Sí —respondió volteando hacia él y sonrió—. Solo pensaba en lo bien que la pasamos esos veranos que estuvimos todos juntos.
Eso pareció llamar la atención de Agustín, quien, con una sonrisa traviesa, se sumó a la conversación.
—¡Qué épocas! Todavía me acuerdo de la vez que estas dos nos dieron un concierto privado de Abba.
Lucila y Daniela se quejaron por su comentario al tiempo que los demás comenzaron a reír.
—¡Sí! Se aparecieron en el patio de casa usando los vestidos de mamá y cantaron con los cepillos de pelo como micrófonos —agregó Bruno, divertido.
Las carcajadas aumentaron.
—¿Cómo se llamaba la canción? —preguntó José, entre risas.
Pero ninguna de ellas respondió. Lo que menos querían era darles cuerda.
—¡Dancing Queen! —recordó, de pronto, Agustín.
—Son unos tarados —se quejó Lucila, aunque el brillo en sus ojos indicaba que no estaba molesta.
—Si mal no recuerdo, ustedes dos —agregó Daniela señalando con el dedo a José y Agustín— una vez cantaron con nosotras.
Bruno casi escupió la bebida ante ese comentario.
—No es cierto.
—Sí, lo es.
De repente, todos hablaron a la vez lanzando acusaciones en todas direcciones. Lucas y Pablo los miraban, divertidos. Cristina, por su parte, estaba feliz de verlos así.
—Apuesto lo que quieran a que todavía se saben la coreo —provocó Agustín.
—¿Y qué tiene si es así? —replicó Lucila.
Lucas la miró, entusiasmado. Sabía lo competitiva que era y cómo reaccionaba ante un desafío.
—Me hubiese gustado ver eso —agregó con inocencia fingida.
Una nueva ronda de risas explotó en el ambiente.
Ella le lanzó puñales con los ojos al oírlo.
—Bueno, doy fe de que mi esposa canta muy bien, aunque hace tiempo que no lo hace —agregó Pablo con una seriedad que no engañó a nadie—. Tal vez ya no tienen tanto coraje como antes.
La aludida lo miró sorprendida. Su hombre no era de bromear seguido. ¿Tenía que elegir justo esa ocasión para hacerlo?
Ambas amigas intercambiaron una mirada y, decididas a demostrarles que eran tan capaces como cuando eran niñas, se pusieron de pie.
Lucila se inclinó hacia adelante para recoger el sombrero que su tía había colgado en el respaldo de la silla y, sin apartar los ojos de Lucas, se lo puso. Este sonrió de oreja a oreja. Ya le había dicho la primera vez que habían ido a la playa juntos que le gustaba cómo se veía con ellos.
Antes de que Daniela llegase a sacar su celular y buscar la canción, Agustín la seleccionó para reproducirla a través de los parlantes bluetooth que él mismo había llevado para la ocasión.
—Como si hubieras sabido que esto pasaría —señaló su prima con desconfianza.
—Nunca hay que perder la fe —replicó guiñándole un ojo.
Las dos chicas se alejaron de la mesa y se colocaron de costado, una frente a la otra. Cuando el piano comenzó a sonar, caminaron despacio hacia adelante y dando la vuelta, regresaron repitiendo el camino varias veces mientras la música avanzaba. Entonces, de espaldas a todos, extendieron sus brazos hacia ambos lados con la mano izquierda en alto y voltearon al frente para comenzar a cantar.
En perfecta sincronía, movían brazos y caderas al ritmo de la música mientras se sonreían la una a la otra, incapaces de disimular la alegría que ambas sentían ante la remembranza de viejas épocas.
La primera voz que se oyó fue la de Daniela.
"Friday night and the lights are low. Looking out for a place to go where they play the right music getting in the swing. You come to look for a King" —"Noche de viernes y las luces están bajas. Buscando un lugar al que ir donde pasen la música adecuada metiéndose en el ritmo. Viniste a buscar un rey"—.
A continuación, la siguió Lucila, su voz igual de dulce, pero en un tono más gatuno, atrevido.
"Anybody could be that guy. Night is young and the music's high. With a bit of rock music everything is fine. You're in the mood for a dance" —"Cualquiera podría ser ese chico. La noche es joven y la música es alta. Con un poco de música rock todo está bien. Estás de humor para un baile"—.
Lucas abrió la boca cuando la vio mover la cadera de forma sensual y clavar sus ojos en los de él. ¡Mierda! Apenas había comenzado la canción y ya lo tenía por completo a su merced.
Entonces, ambas miraron al público y, con radiantes sonrisas, cantaron a la par.
"And when you get the chance, you are the dancing queen, young and sweet, only seventeen. Dancing queen. Feel the beat from the tambourine, oh yeah. You can dance, you can jive having the time of your life. Ooh, see that girl, watch that scene, digging the dancing queen" —"Y cuando tenés la oportunidad, sos la reina del baile, joven y dulce, solo diecisiete años. La reina del baile. Sentís el ritmo de la pandereta, oh sí. Podés bailar, podés divertirte pasando el mejor momento de tu vida. Ooh, mirá a esa chica observar la escena disfrutando de la reina del baile"—.
Absolutamente cautivado por esa ninfa que parecía bailar solo para él, se perdió en los deliciosos movimientos de su cuerpo claramente perfeccionados con el tiempo, ya que ninguno de ellos poseía la inocencia de una niña pequeña. Intrigado, miró a su compañero. Pablo estaba por completo hipnotizado por su esposa.
Todos aplaudieron cuando la canción terminó. La verdad era que, broma de por medio o no, lo habían hecho increíble. Notó las mejillas de Lucila al rojo vivo y debió contenerse para no rodearla con sus brazos en ese mismo instante y devorar sus tentadores labios.
—Decí que estamos en familia, princesa, porque te juro que estuve a punto de interrumpirte.
Lucas se carcajeó al oírlo. Los celos de Pablo ya eran marca registrada.
—¿Y? ¿Cómo lo hicimos? —preguntó Lucila al llegar a su lado.
—Perfecto, bonita —reconoció con voz ronca.
El repentino llanto de la bebé hizo que todos bajaran la voz de inmediato. Cristina se apresuró a entregársela a su madre, una vez más, y las felicitó por tan increíble presentación. Ambas le agradecieron y Lucila la abrazó antes de devolverle el sombrero.
—Somos dos tipos con suerte eh —reconoció Pablo, aún embobado.
—Lo somos —concordó sin despegar los ojos de su chica.
—Ay, no me quiero ir —se lamentó, de repente, Daniela—. Amo mi vida en Misiones, pero me faltás vos.
Lucila sonrió al oírla y tras intercambiar una mirada con Lucas, supo que había llegado el momento para darles la noticia.
—Ya no vas a tener que preocuparte por eso. No dije nada antes porque quería que estuviesen todos juntos —anunció mirando también a sus primos—. ¡Voy a mudarme con Lucas!
Daniela largó un grito que dejó a su marido sordo y se abalanzó hacia su amiga para abrazarla. Todos se rieron ante su efusividad y se apresuraron a felicitarlos. Tal y como lo había supuesto, ninguno se había sorprendido.
De pronto, un movimiento en la puerta llamó su atención provocando que el color abandonara su rostro.
—Mamá, papá —balbuceó, nerviosa—. ¿Qué están haciendo acá?
—Mi hermana me avisó del nacimiento de la bebé y decidimos venir a conocerla así, de paso, podíamos verte. ¿Cómo es eso de que vas a mudarte? ¿Ibas a decírnoslo en algún momento?
—Por supuesto que sí... yo iba a llamarlos...
Se detuvo antes de comenzar a tartamudear. No sabía por qué, pero su madre siempre había tenido ese efecto en ella. A pesar de los años, le seguía afectando su desaprobación.
—¿Nos lo ibas a decir por teléfono? Y yo pensando que podía hacerte entrar en razón y convencerte de que vuelvas con nosotros a Buenos Aires.
—¿Qué? ¡No! Yo no voy a volver.
—¿Por qué no?
—Porque no... yo...
—¿Vos qué? —presionó, impaciente.
—Me enamoré —dijo de golpe, sorprendiéndola—. No es algo que haya previsto, simplemente sucedió. Lucas vive en Misiones —prosiguió girando hacia él para que se acercase—. Es policía y tiene que volver por su trabajo...
—¿Policía? —la interrumpió sin siquiera mirar al hombre que, en ese momento, pasaba un brazo por encima de los hombros de Lucila—. ¿Vas a decirme que rechazaste a todos esos magníficos pretendientes que te presentamos para terminar quedándote con un simple policía?
—¡Mamá! ¡Cómo podés decir eso? Ni siquiera lo conocés.
—No necesito hacerlo. ¿Qué clase de vida puede darte un policía, hija?
—¿Una llena de amor y respeto? —intervino Lucas con más brusquedad de la que pretendía hablando por primera vez.
No solía reaccionar a provocaciones, de hecho, nunca le habían importado las opiniones de los demás, pero el atropello con el que esa mujer trataba a Lucila, no solo faltándole el respeto de un modo tan poco propio de una madre, sino estropeándole un momento importante y bello para ella, terminó por sacarlo de quicio.
Solo entonces, Noemí se dignó a mirarlo.
—Con amor no se pagan las cuentas, querido —replicó con soberbia, como si le estuviese hablando a un niño pequeño.
—¡Basta, mamá! No voy a dejar que le hables así. Además, ya no soy una nena. Puedo tomar mis propias decisiones —prosiguió con determinación—. Lucas es el hombre que yo elegí, a quien amo con todo mi corazón y quien me hace feliz. Y te guste o no, en unos días me voy a ir con él.
La oyó jadear, asombrada. Nunca antes le había alzado la voz de esa manera, mucho menos, delante de otras personas. Sin embargo, todos tenían un límite y ella, sin duda, acababa de rebasarlo.
—Nunca dije que sus intenciones no sean buenas, solo que...
—¡Suficiente, Noemí!
La imponente voz de Esteban Narváez resonó en el lugar. El padre de Lucila era un hombre de pocas palabras. Militar retirado, serio, parco, no solía intervenir en las discusiones entre ellas. Sin embargo, era muy observador y lo que estaba viendo en ese momento era un profundo dolor en los ojos de su hija.
—Esteban... —susurró, avergonzada.
Pero él no la dejó seguir.
—Lucila tiene razón. Además, este no es ni el momento ni el lugar para hablar de esto.
Entonces Lucas dio un paso al frente.
—Disculpen, sé que todo esto parece precipitado —dijo rompiendo el arrollador silencio que se había formado en el ambiente—, pero en verdad amo a su hija y les prometo que voy a cuidar bien de ella.
Sin esperar respuesta, giró hacia Lucila y tomando sus manos entre las suyas, sonrió. Habría preferido hacerlo cuando estuviesen solos, tal vez en algún lugar más íntimo y romántico, pero ya no quería seguir esperando. El momento de dar el siguiente paso había llegado.
—Bonita, nunca amé a nadie como te amo a vos y por eso sé que no voy a conformarme solo con vivir juntos —declaró con sus ojos fijos en los de ella—. Quiero hacerlo oficial, que todos sepan que me pertenecés, del mismo modo que yo te pertenezco. Deseo tener hijos con vos, envejecer a tu lado y pasar el resto de nuestra vida juntos. Lucila, ¿me harías el honor de ser mi esposa?
Lágrimas de felicidad empañaron por completo sus ojos. Una exquisita emoción la invadió de repente mientras su corazón se disparaba dentro de su pecho. Miró a su alrededor. Todos aguardaban, expectantes, en especial su amiga, quien, envuelta por los brazos de su esposo, la contemplaba, conmovida.
Volvió a mirar a Lucas y en sus ojos vio todo lo que necesitaba saber. Había encontrado al amor de su vida.
—Sí —sollozó— ¡Por supuesto que sí!
Esbozando una sonrisa que hizo que sus piernas temblasen, la sujetó de la nuca para atraerla a él y la besó con todo el amor que sentía en su interior.
Vítores y aplausos estallaron, de inmediato, a su alrededor. No obstante, los mismos se fueron apagando conforme él profundizaba el beso. No importaba que estuviesen rodeados de gente. En ese momento, solo existían ellos dos.
------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.
Les dejo mis redes por si desean seguirme:
Instagram: almarianna
Grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.
¡Hasta el próximo capítulo! 😘
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top