Capítulo 22

Su corazón se había disparado dentro de su pecho y, por un momento, temió que las piernas no la sostuviesen. Hacía tiempo que había comprendido que lo que los unía era mucho más fuerte de lo que ninguno de los dos había planeado. Lo de ellos no era una simple aventura de verano. Estaban conectados de un modo que nunca antes había experimentado y, aunque el futuro la asustaba, sabía que quería estar a su lado.

Cerró los ojos al sentir la caricia de sus dedos sobre su rostro. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas sin que pudiese hacer nada para detenerlas y él, con extrema dulzura y delicadeza, las quitaba, una a una. ¡Lo amaba tanto! Lo quería con todo su ser, no tenía ninguna duda de eso. Se había enamorado de él tras su primera vez juntos, aunque no lo sabía entonces, y lo había añorado cada día después de eso deseando volver a verlo.

No entendía qué había hecho para merecer un hombre así, pero no iba a cuestionárselo. Allí estaba, frente a ella, demostrándole, de nuevo, lo mucho que la amaba. Volvió a abrir los ojos y los fijó en los verdes de él. ¡Brillaban! ¡Dios, cuanto sentimiento desbordaban! Era consciente de que esperaba una respuesta por su parte, pero el nudo en su garganta le hacía imposible hablar. Nunca nadie se había comprometido de esa manera con ella y él se entregaba entero.

—Lucas... —susurró, emocionada.

Hacía meses, había llegado a la costa con el objetivo de dejar atrás el dolor que sus relaciones pasadas le habían provocado. Se había jurado a sí misma no dejarse engañar nuevamente y no volver a permitir que la pusiesen en segundo lugar. ¡Y no lo había hecho! Con él jamás había sentido la necesidad de protegerse. Lucas siempre la había apreciado, incluso antes de que su relación se volviese más íntima. Ya desde el principio, le había recomendado alejarse de todo lo que le hiciese daño y empezar a valorarse a sí misma. Su consejo la había ayudado a salir adelante, más que ninguna otra cosa.

Nunca nadie había sacrificado nada por ella. Él, en cambio, había recorrido kilómetros solo para volver a verla —porque no importaba que estuviese de vacaciones cerca; se había desviado de su camino para comprobar que estaba bien cuando su amiga estaba muerta de preocupación— y ni siquiera estaban juntos en ese momento. Lucas la hacía sentirse querida, especial, valiosa, y hoy le pedía que fuese con él a su casa en Misiones para que su historia pudiese continuar. ¿Cómo podría negarse si era lo que ella también deseaba?

De repente, recordó las palabras que ella misma le había dicho a Gabriel cuando, tiempo antes de venir a la costa, había ido a buscarla al hotel en el que se alojaba, en un pobre intento por recuperarla: "No quiero alguien que solo quiera estar conmigo. Quiero alguien que no pueda soportar no estarlo." Sonrió al darse cuenta de que, finalmente, lo había encontrado. Lucas acababa de demostrarle que no soportaba no estar con ella. ¿Qué más muestra de amor que esa?

—Sí —alcanzó a decir con voz trémula asintiendo con una sonrisa.

Lucas había comenzado a ponerse nervioso. Tras su confesión, el silencio de ella se había prolongado demasiado. Además, había llegado a ver la sucesión de emociones contradictorias en sus hermosos ojos pardos y, por un momento, temió que se negase. Era consciente de lo importante que era su familia para ella y no estaba seguro de que se animase a dejarlos solo para irse con él. Ese miedo hizo que tardase más tiempo en pedírselo, pero esa noche ya no había podido seguir callado.

Ahora entendía que nunca antes había experimentado el verdadero amor en su vida. Sí había llegado a sentir un profundo cariño, pero no amor, no hasta que la conoció. Hoy, ya no era capaz de concebir su futuro sin ella. Solo pensar en dejarla, le provocaba una opresión en el pecho, imposible de ignorar. La quería a su lado cada mañana y cada noche. Deseaba llegar a su casa, después de un largo y agotador día de trabajo, y refugiarse en sus brazos, el único lugar en el que sentía paz absoluta. Lucila era el amor de su vida. Su único y verdadero amor.

Tardó unos segundos en procesar su respuesta. Había estado tan ensimismado en sus pensamientos que apenas había alcanzado a oírla. Sin embargo, la preciosa sonrisa que se formó en su rostro, le dijo todo lo que necesitaba. Deslizando ambas manos hacia su nuca, enterró los dedos en su cabello y, con un gemido, estampó sus labios en los de ella. ¡Le había dicho que sí! ¡Iría con él a Misiones y formarían un hogar, juntos!

—No tenés idea de todo lo que generás en mí, bonita —murmuró contra sus labios, su voz se entrecortaba—. Apenas puedo contenerme cuando te tengo cerca.

Lucila gimió, afectada por sus palabras. Podía sentir el efecto de su excitación sobre su vientre y eso no hizo más que aumentar la propia. Un latigazo de placer recorrió su columna electrificando cada célula de su cuerpo a su paso y desembocó, con una poderosa descarga, justo en su centro. ¿Cómo decirle que ella tampoco podía resistirse cuando se trataba de él? Ni siquiera le importaba que estuviesen en un lugar público. Lo deseaba con desesperación y lo necesitaba en ese instante.

—No te contengas —susurró cuando lo sintió bajar una mano hasta su cintura y presionar levemente para acercarla más a él.

Inspiró profundo al oírla. Su desenfreno lo volvía loco, lo llevaba al límite, siempre lo había hecho. Sin embargo, esta vez no cedería tan rápido a la tentación, por mucho que se estuviese muriendo por dentro. La llevaría a su departamento y se tomaría el tiempo que fuese necesario. Le quitaría la ropa, poco a poco, disfrutando de cada segundo de esa dulce tortura. Acariciaría y besaría cada rincón de su cuerpo hasta llevarla al borde del precipicio y, entonces, se hundiría en ella para que lo arrastrase en la vertiginosa caída.

—No pensaba hacerlo —le prometió con voz ronca.

Tomándola de la mano, tiró de ella para instarla a regresar al hotel. Estaban de celebración, y la noche recién empezaba. 

Sus labios se curvaron, al instante, cuando sintió su suave y cálido cuerpo entre sus brazos. Nunca se había sentido tan pleno con otra persona y si no hubiese conocido a Lucila, tampoco lo habría creído posible. Antes de ella, consideraba que el amor se trataba de una consciente elección, un decidir compartir la vida con alguien, comprometerse a estar a su lado y hacerlo feliz. Ahora comprendía que eso venía después del amor. Primero necesitaba de un intenso sentimiento que los uniese, uno que no dependía de lógica alguna y sobre el cual no se podía ejercer ningún control.

Reflexionó sobre el camino que había recorrido y lo había llevado a ese momento, a ella. Había tenido que sufrir una gran traición, la peor que alguien puede experimentar, y había tenido que tomar decisiones difíciles, aunque necesarias. Había tenido que alejarse de todos para buscar en su interior, dejar a un lado su trabajo, su familia, sus seres queridos, aun sabiendo que eso los decepcionaba. No le importó. Necesitaba de la distancia y la soledad.

No obstante, ambas cosas pasaron a un segundo plano cuando creyó que Lucila podía estar en problemas. ¿A quién engañaba? Hacía años que no iba a la costa de vacaciones. ¿En verdad había creído que no había ido allí para sentirse más cerca de ella? Lo cierto es que no había podido sacársela de la mente desde lo sucedido después de la boda de su amigo y esperaba, con toda su alma, que a ella le pasase lo mismo. Y así fue. La electricidad fluyó nada más volver a verla, el deseo a flor de piel con cada caricia, cada roce, y supo, ya entonces, que no volvería a dejarla ir.

Lucila suspiró cuando se sintió envuelta por sus fuertes brazos. Amaba despertar así junto a él y ahora sabía que era recién el comienzo. La noche anterior, había aceptado acompañarlo cuando tuviese que irse y no cabía en si misma de felicidad. Por fin, la vida la recompensaba luego de tantas desilusiones y fracasos. Él la quería de verdad, la valoraba y la cuidaba, y, no menos importante, sabía cómo complacerla.

Era consciente de que no sería fácil despedirse de sus primos. Ellos le habían abierto las puertas cuando más necesitaba un refugio. Sin embargo, había llegado el momento de seguir con su vida, de formar su propio hogar y, ¿por qué no?, su propia familia. Lucas era su amor, su amante, su amigo. A su lado, había conocido el amor, junto con una pasión sin igual, pero, sobre todo, un sentimiento de pertenencia que jamás había experimentado antes. Él era su compañero de ruta y no podía esperar a comenzar el viaje a su lado.

—Quiero despertar así todos los días —murmuró, adormilada. Sabía que estaba despierto.

—Y así será, bonita —respondió a la vez que le alzó el mentón con un dedo.

La besó despacio, con delicadeza y ternura, como si temiese que fuese a romperse si ejercía demasiada fuerza. La recorrió con su lengua, suavemente, con una lentitud que logró encender su deseo en segundos. Le devolvió el beso ajustándose a su ritmo y se apoyó sobre sus codos para rozarlo con sus pechos. Lo oyó gemir ante el contacto y, con la destreza que lo caracterizaba, los giró a ambos hasta quedar encima de ella. Entonces, lo sintió abandonar su boca para dejar un camino de besos húmedos hacia su cuello.

El repentino sonido de la vibración de su celular sobre la mesita de luz, lo interrumpió cortando el excitante momento. Maldijo en el acto. Aún no sabía nada del guardaespaldas que acosaba a Lucila y, si era Pablo, no podía ignorar la llamada. Sabía que él no lo molestaría a menos que tuviese información al respecto. Sin embargo, no reconoció el número, por lo que, quien fuese, tendría que esperar, al menos, un par de horas.

Tras rechazar la llamada, volvió a centrar su atención en Lucila. No importaba las veces que hiciesen el amor, jamás se cansaba de ella. Besó de nuevo su cuello descendiendo lentamente hacia el valle entre sus senos. Sonrió al sentirla arquearse, presa de la pasión; le encantaba el modo que siempre reaccionaba a él. Se separó lo suficiente para poder contemplarla y se deleitó con la visión de sus turgentes pechos. Sus picos, duros y erguidos, clamaban por sus besos y él no pensaba hacerlos esperar.

Antes de poder acercarse a ellos, su teléfono volvió a vibrar con insistencia.

—¡Carajo! —gruñó sin poder ocultar su exasperación y, apartándose apenas, atendió la llamada.

Lucila notó el instante en el que la persona al otro lado le transmitía una desagradable noticia. Sus músculos se tensaron y una expresión de alarma reemplazó a la de calma que había tenido hasta ese momento.

—Sí, soy yo —lo oyó decir a la vez que se sentó en el borde de la cama—. ¿Qué sucedió? —Lo vio frotarse la nuca, en un gesto nervioso—. Gracias por avisarme, en unas horas estaré allí.

Cubriéndose con la sábana, se sentó también ella. No sabía de qué se trataba, pero, a juzgar por la reacción de él, no era nada bueno.

—¿Pasó algo? —le preguntó mientras apoyaba una mano en su hombro con suavidad.

Volteó hacia ella al sentirla. Su cara transmitía miedo y preocupación.

—Era del hospital de San Clemente. Parece que Julieta sufrió un accidente y me llamaron porque sigo figurando como su contacto de emergencia. Yo... Ella... Lo siento, bonita, pero tengo que ir...

Podía notar que estaba nervioso —y también asustado— y, aunque no le agradaba la idea de que fuese a verla, lo entendía. Por más que ya no fuesen novios, era alguien importante de su pasado y, en ese momento, se encontraba sola, lejos de su casa. Sabía que Lucas jamás se desentendería de algo así. Era demasiado bueno para eso y ella tampoco iba a ponerlo en la situación de tener que elegir.

—No te preocupes, lo entiendo. Ella te necesita.

Lucas la miró a los ojos.

—No quiero que pienses... Su familia está en Misiones y yo... No puedo dejarla sola en un momento así.

—No tenés que explicarme nada, amor. —Acarició su mejilla para tranquilizarlo. Necesitaba que supiera que no dudaba de él—. Jamás te pediría que no fueras. Sos la única persona que tiene cerca y te necesita.

—Te amo —dijo él, conmovido, mientras apoyaba su mano sobre la de ella.

—Yo también te amo.

—Intentaré volver pronto.

—No te preocupes por mí. Voy a estar bien.

Casi dos horas le había tomado llegar al hospital. Tras recibir la llamada, había volado a la ducha y, diez minutos después, se despedía de Lucila. Odiaba dejarla, la simple acción lo ponía nervioso, como si la estuviese despojando de su protección. Sin embargo, se había asegurado de que sus primos no se apartasen de su lado en ningún momento. Hasta que Pablo le confirmase la ubicación de Mauro Padilla, no bajaría la guardia. Aún así, no podía sacarse de encima esa sensación desagradable, como de mal augurio.

Nada más llegar, se dirigió a la recepción y preguntó por Julieta. Una joven enfermera, que en ese momento pasaba a su lado, se detuvo al oírlo.

—¿Usted es Lucas Ferreyra?

Alzó la vista hacia la chica y asintió.

—Sí. Me llamaron hace unas horas para decirme que estaba internada aquí.

—Así es, señor. Fui yo quien lo llamó.

—¿Ella está bien?

—Tome asiento por favor. En seguida lo verá el médico que la está atendiendo.

No había pasado por alto que no había respondido su pregunta, pero antes de que pudiese insistir, se había marchado. No se sentó. No podría, aunque quisiera. Se sentía cada vez más nervioso y no ayudaba que se comportasen de forma tan misteriosa.

—Sr. Ferreyra, soy el Dr. Murgui, gracias por...

—¿Cómo está Julieta? —lo interrumpió.

—La señorita Colombo se encuentra estable. —Lucas exhaló, aliviado—. Llegó al hospital sin conocimiento, con un traumatismo severo de cráneo y una costilla fracturada. No recuerda lo que le pasó, tal vez usted pueda ayudarnos.

—¿Yo?

—Tengo entendido que es su novio y...

Lucas lo detuvo en seco.

—Voy a ahorrarnos tiempo a los dos. Soy policía y sé muy bien cómo funciona esto. La relación entre la señorita Colombo y yo terminó hace meses y no la veo desde entonces. Si tiene sospechas de que alguien la golpeó, desde ya le digo que no fui yo. No obstante, no tenga la menor duda de que voy a hacer todo lo que esté a mi alcance para averiguar quién es el responsable.

—Entiendo, oficial.

—Oficial inspector —corrigió, malhumorado. No solía ser tan pedante; sin embargo, el médico había logrado sacarlo de quicio.

—Disculpe si lo ofendí de algún modo, inspector Ferreyra —remarcó—. Solo estoy haciendo mi trabajo. Como usted bien debe saber, tengo que preguntar cuando se presentan casos así.

—¿Está despierta ahora? —indagó haciendo caso omiso a su disculpa—. Me gustaría verla.

Negó con su cabeza.

—Le dimos un fuerte sedante para el dolor, así que estará dormida unas horas más. Le pediré a una enfermera que le avise cuando despierte.

—Muy bien. Gracias.

Se sentó en una de las sillas de la sala de espera y se reclinó sobre el respaldo. La cabeza le daba vueltas con todo tipo de teorías de lo que habría pasado. La más simple era una caída; sin embargo, no parecía ser lo que el médico creía, así que debía haber signos que indicasen violencia. Suspiró. Apenas había comenzado el día y ya estaba agotado.

Sacando su teléfono del bolsillo, buscó el contacto de sus padres. Había llegado el momento de hablar con ellos. No había querido hacerlo sin saber qué se encontraría al llegar, pero ahora que sabía que estaba bien, no iba a seguir dilatándolo.

No supo cuánto tiempo pasó hasta que le avisaron que podía pasar a verla. Sintiendo los músculos un poco agarrotados, siguió a la enfermera por el mismo pasillo por el que la había visto desaparecer horas atrás y llegó a su habitación. La imagen que encontró al abrir la puerta, lo sacudió. Julieta estaba acostada en la cama con la cabeza vendada y moretones en un lado de su rostro. Avanzó hacia ella. ¿Qué carajo había pasado?

—Julieta —la llamó en un susurro al llegar a su lado.

Ella abrió los ojos provocando que un par de lágrimas resbalaran hacia los costados de su magullada cara.

—Lucas —sollozó con una mezcla de angustia y alivio en la voz—. No puedo creer que estés acá conmigo —dijo de forma entrecortada, su mano aferrándose a la que él le había tendido—. Fui una estúpida al hacer lo que hice. Vos no merecías eso.

—Tranquila, eso ya es pasado y no tiene sentido seguir hablando del tema —desestimó—. Ahora lo importante es que te recuperes. Les avisé a tus padres y ellos están en camino.

—¿Mis padres? Pero ya estás vos acá conmigo.

—Yo no voy a quedarme, Julieta. En cuanto ellos lleguen, me iré.

Incapaz de ocultar su decepción, se quebró en llanto.

—No quiero que te vayas, Lucas. Pensé que podíamos arreglar las cosas, que me querías...

—Te quiero —le aseguró—. Siempre te voy a querer. Pero no de ese modo. Estoy con alguien ahora.

Necesitaba dejarle las cosas claras, aun sabiendo que eso la alteraría más. Tenía que entender que ellos dos nunca más volverían a estar juntos.

—¿La amás?

—Julieta...

—Contestame por favor. Necesito saberlo —pidió en un amargo ruego.

—Sí.

Ella cerró los ojos y cubriéndose la cara con su otra mano, continuó llorando.

Esperó, paciente, a que se desahogara. Si bien no le gustaba verla así, tampoco había nada que pudiese hacer para aliviar su pena.

—Es mi culpa. Éramos felices y lo arruiné todo. Te perdí para siempre —murmuró, arrepentida.

—No me perdiste porque nunca me tuviste. Estábamos juntos, sí, pero no éramos felices, no realmente. De lo contrario, no hubieras hecho lo que hiciste. No obstante, no creo que tengas la culpa de nada. Pasó lo que tenía que pasar para que pudiésemos ser libres y encontrar el amor en otro lado.

—Espero que ella sepa valorar lo que tiene al lado. Nadie más que vos merece ser feliz.

Permaneció en silencio contemplándola por un momento. A pesar de las equivocaciones, seguía teniéndole cariño. ¿Cómo no hacerlo si se conocían de toda la vida? Habían sido amigos antes de empezar una relación y, aunque ya no podrían retomar esa amistad, se sentía bien descubrir que no le guardaba rencor alguno. Después de todo, gracias a su traición, había tenido la posibilidad de estar con Lucila.

—Me dijo el médico que no recordás nada de lo que te pasó —dijo cambiando de tema.

Ella se removió nerviosa, y asintió.

—Así es. No lo recuerdo.

Lucas frunció el ceño. La conocía lo suficiente como para saber que no estaba siendo sincera.

—Julieta, si alguien te hizo esto, tenés que decírmelo para que pueda ayudarte —insistió.

Alcanzó a ver remordimiento en sus ojos justo antes de que ella apartara la mirada y no tuvo duda de que algo ocultaba. Pero, ¿por qué? ¿Acaso la avergonzaba decírselo?

—Ya no hay nada que puedas hacer, Lucas.

No fue lo que dijo, sino cómo lo dijo, lo que encendió todas sus alarmas. ¿A qué se refería con eso? Un escalofrío recorrió su espalda de repente, su intuición avisándole de un peligro que no podía ver... todavía.

No había querido llamarlo para no molestarlo, pero las horas pasaban y ella se sentía cada vez más inquieta. Desde que se había marchado, la perseguía una sensación extraña, como de estar siendo observada. Era una locura y lo sabía. Seguramente, tenía que ver con que Lucas no estaba y eso, de algún modo, la hacía sentirse insegura. Tenía que dejar de imaginarse cosas o terminaría enloqueciendo.

Lo peor de todo eran los celos que empezaban a carcomerla por dentro. Entendía la razón por la que se había ido, pero no por eso se sentía menos celosa. Para colmo, José había llevado a Cecilia al hotel y verlos acaramelados, la estaba poniendo de la cabeza. La hacía feliz que su primo estuviese, por fin, disfrutando de su relación, incluso si tenían que ser discretos al respecto, pero de algún modo, le recordaba que la persona que ella quería y que le había pedido mudarse con él, en ese momento, se encontraba con su ex.

Por precaución, Bruno no la había dejado trabajar esa noche y eso no la estaba ayudando, ya que tenía más tiempo libre para pensar. Harta de torturarse por algo que, seguro, solo estaba en su mente, decidió regresar a su departamento. Por lo menos allí, nadie la vería llorar sin motivo alguno. Notó que José se levantaba para acompañarla y se apresuró a detenerlo. Ya podía sentir las lágrimas en sus ojos y no quería que él se diera cuenta.

—No seas tonto, primo. Son unos pocos metros, ¿qué puede pasar?

Y sin darle tiempo a arrepentirse, salió disparada en dirección al puente que separaba el hotel del otro edificio. El nudo en su garganta era cada vez más grande, el llanto inminente. "¡Idiota, si no hay razón para que llores!", se dijo a sí misma mientras subía las escaleras. Pero no podía evitar sentirse así, no por lo que estuviese haciendo Lucas —confiaba en él—, sino por su propia inseguridad que no la dejaba tranquila.

Se sorprendió cuando, al llegar a su departamento, encontró la puerta abierta. Tal vez Lucas había vuelto y había querido darse una ducha antes de ir a buscarla. Le pareció un poco extraño. Estaba segura de que él querría verla antes que cualquier otra cosa. Recorrió el lugar con la mirada mientras se adentraba despacio. La sensación de estar siendo observada, se intensificó aún más, y supo que algo andaba mal.

Tenía que salir de allí y tenía que hacerlo en ese instante. Retrocedió con cuidado de no hacer ruido, pero antes de que pudiese dar un paso siquiera, sintió que alguien la sujetaba desde atrás. No le hizo falta verlo para darse cuenta de quién era; reconoció, en el acto, su asqueroso perfume. Intentó resistirse, pero él era más fuerte y aunque gritó, el sonido salió amortiguado por el pañuelo que le había puesto sobre la boca.

Sintió, de inmediato, el efecto de lo que fuese que utilizó para empapar la tela. El sopor la envolvió por completo y, cuando las piernas, finalmente, le fallaron, lo sintió cargarla en brazos. Se la estaba llevando y no había nada que pudiese hacer, para impedírselo.

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