Capítulo 21

Varios días pasaron desde que Lucila se había enterado de lo que había hecho el guardaespaldas del intendente y, aunque las cosas estaban tranquilas de momento, sabía que Lucas no terminaba de creérselo. No le extrañaba, para ser honesta. Después de todo, era policía y suponía que la desconfianza iba de la mano con el trabajo. Sin embargo, ella prefería olvidarse del tema. Saber que la había estado espiando durante tanto tiempo, le ponía los pelos de punta y no quería seguir pensando en él.

Además, Cecilia Milano le había confirmado a José la versión que su padre le había dado antes a Bruno. Nadie volvió a verlo desde que había renunciado para irse a Buenos Aires por una oportunidad laboral y Lucila esperaba que nunca más regresara por allí. Por fin sentía que podía respirar tranquila. Dispuesta a apartar el desagradable recuerdo de su mente, se levantó de la cama y se metió en el baño para darse una ducha rápida.

Aprovechando que Lucas aún dormía luego de que se quedasen hasta tarde la noche anterior, bajaría por unas medialunas recién hechas y lo sorprendería llevándole el desayuno a la cama. Había querido hacerlo desde hacía semanas, pero él siempre se despertaba primero y le ganaba de mano. Esta vez, se aseguraría de tenerlo todo listo antes de que abriese los ojos. Tras terminar de vestirse, se arrodilló junto a la cama para buscar las zapatillas que, sin saber cómo, habían ido a parar bajo la cama.

La sorprendió encontrar su ropa interior a pocos centímetros y sonriendo al recordar el momento exacto en el que unas manos ansiosas la habían despojado de la misma, se estiró para recogerla. Entonces, el celular de Lucas quedó al descubierto. Dios, ¿acaso eran animales? ¿Cómo podía ser que todas sus cosas estuviesen desperdigadas por el piso? Negó con su cabeza y lo recogió también para dejarlo sobre la mesita de luz antes de irse. Sin embargo, nada más ponerse de pie, la pantalla se iluminó permitiéndole ver la notificación de una videollamada perdida.

No había tenido la intención de mirar, había sido más bien una reacción instintiva ante la luz, pero lo había hecho y ahora no podía apartar los ojos del móvil. Allí estaba el nombre de su ex, junto con la vista previa del mensaje que había enviado a continuación. "Lucas, por favor, necesito verte". Las palabras desbordaban desesperación. Aturdida, alzó la mirada y fijó los ojos en él. Seguía dormido, completamente ajeno al torbellino de emociones que empezaba a desatarse en su interior.

Sintió cómo su corazón se aceleraba mientras sus manos comenzaban a temblar. La última vez que habían hablado de ella, le había asegurado que ya no formaba parte de su vida. ¿Por qué, entonces, le escribía? Y más importante aún, ¿por qué carajo le había hecho una videollamada? De ningún modo creía que a la una de la mañana estuviese buscando hablar precisamente. No, sin duda, sus intenciones habían sido otras. De lo que no estaba segura era qué pensaba él al respecto.

Cerró los ojos con fuerza por un momento e inspiró profundo para calmarse. Podía sentir que el miedo avanzaba dentro de ella removiendo viejas inseguridades. Todo su pasado amoroso se le vino encima recordándole el motivo por el cual había decidido irse de la ciudad y alejarse de todos. Nadie la tomaba en serio nunca. Solo buscaban alguien con quien desahogarse, pasarla bien y ella siempre terminaba con el corazón roto. ¿Sucedería lo mismo esta vez?

"¡Basta!", se ordenó a sí misma antes de que sus pensamientos la llevaran a un nocivo bucle del que no le resultaría fácil salir. Lucas no era como los otros, lo había demostrado una y otra vez, por lo que no merecía que lo juzgase de ese modo. Intentaría olvidarse de lo que acababa de leer y le prepararía el desayuno, tal y como había planeado. Ya habría tiempo para hablar de eso luego, si es que él le decía algo, claro.

Exhalando despacio para no caer de nuevo en el tormento de sus dudas, dejó el teléfono sobre la mesita de luz y salió de la habitación.

El delicioso aroma a café recién hecho invadió sus fosas nasales, despertándolo. Siempre le había encantado cómo olía, pero no disfrutaba tanto de su sabor. A menos, claro, que estuviese en los labios de Lucila. Gruñó al darse cuenta de que se ponía duro de solo pensar en devorar su dulce boca. ¿Qué poder extraño tenía esa mujer sobre él que lo hacía siempre comportarse como un cavernícola?

Estiró el brazo hacia el costado en su busca necesitando de su contacto, de su calor. No obstante, la cama estaba vacía. Un viejo recuerdo, que hacía tiempo había dejado atrás, lo golpeó de forma inesperada. Él despertando solo, en una habitación de hotel, después de haber vivido la mejor noche de su vida. No pudo evitar sentir un eco de la desagradable sensación que había experimentado tras descubrir que ella se había marchado sin despedirse siquiera. Pero lo desechó de inmediato. Nada de eso importaba ahora que estaban juntos.

Por otro lado, podía oírla en la otra sala, por lo que no se había ido a ninguna parte. Saliendo de la cama, se desperezó y se dirigió al cuarto de baño para lavarse los dientes y la cara. Una vez allí, optó por meterse en la ducha. Era consciente de lo mucho que había sudado la noche anterior y, aunque amaba tener su olor impregnado en la piel, necesitaba refrescarse. Sobre todo, si tenía en cuenta que su erección, seguía igual de firme. ¡Carajo! Comenzaba a pensar que tenía un grave problema de autocontrol.

Ya vestido, recogió su celular de la mesita de luz y salió de la habitación para ir a su encuentro. Se detuvo nada más verla. De espaldas a él y con sus auriculares puestos, se balanceaba lentamente al ritmo de la música que solo ella podía escuchar. Llevaba una musculosa y un sensual short que apenas conseguía cubrirla. Se tomó un momento para deleitarse con la vista y recorrió sus piernas con la mirada demorándose en sus deliciosas nalgas; nalgas que había tenido el placer de apretar con sus manos y probar con su boca.

Se acercó despacio y abrazándola desde atrás, apoyó los labios en el hueco de su cuello. La sintió sobresaltarse al principio debido a la sorpresa, pero también relajarse nada más sentirlo derritiéndose por completo. Suspiró al darse cuenta de que nunca había sido tan feliz en su vida y la apretó más contra él. A continuación, le quitó uno de los audífonos y lo puso dentro de su oreja para escuchar lo mismo que ella.

Reconoció de inmediato la canción perteneciente a las películas de la trilogía erótica más exitosa del último tiempo. "Love me like you do" de Ellie Goulding se había repetido, una y otra vez, en la radio cuando se había estrenado en cines, al punto de desesperarlo. No obstante, debía reconocer que, en esta oportunidad, estaba resultando ser de lo más sensual. Pegándola a su cuerpo, se balanceó junto a ella al ritmo de la suave melodía.

"Fading in, fading out on the edge of paradise. Every inch of your skin, is a Holy Grail I've gotta find. Only you can set my heart on fire, on fire. Yeah, I'll let you set the pace 'cause I'm not thinking straight. My head's spinning around, I can't see clear no more. What are you waiting for? Love me like you do, lo-lo-love me like you do. Love me like you do, lo-lo-love me like you do. Touch me like you do, to-to-touch me like you do. What are you waiting for?" —"Desapareciendo, desvaneciéndose al borde del paraíso. Cada centímetro de tu piel, es un Santo Grial que debo encontrar. Solo vos podés poner mi corazón en llamas, en llamas. Sí, te dejaré marcar el ritmo porque no estoy pensando claramente. Mi cabeza está dando vueltas, ya no puedo ver con claridad. ¿Qué estás esperando? Amame como vos lo hacés, amame como vos lo hacés. Amame como vos lo hacés, amame como vos lo hacés. Tocame como vos lo hacés, tócame como vos lo hacés, oh. ¿Qué estás esperando?"—.

Nunca antes le había prestado atención a la letra, pero ahora que lo hacía, podía notar que se ajustaba perfectamente a ellos. Estaba seguro de que Lucila, al igual que él, jamás había experimentado el tipo de amor que los unía. Desinteresado, sincero, intenso, ardiente. Todas palabras que apenas esbozaban lo que despertaban el uno en el otro.

Obligándola a girar entre sus brazos, acunó su rostro entre sus manos y cubrió sus labios con los suyos. Sí, era como estar al borde del paraíso. Con su lengua se abrió paso dentro de su boca y la acarició despacio, con ternura y devoción. Sintió los brazos de ella alrededor de su cuello, sus pechos contra su cuerpo y todo en su interior cobró vida. Vida... eso era exactamente lo que significaba Lucila para él.

Puso fin al beso antes de que ya no fuese capaz de detenerse y apoyó su frente sobre la de ella.

—Buenos días, bonita.

—Buenos días —respondió con voz trémula, al parecer tan afectada como él por lo que acababan de compartir.

Le besó la frente antes de retroceder para poder mirarla a los ojos.

—Te levantaste temprano hoy —afirmó, más que preguntó.

—En realidad, vos te levantaste más tarde. —Sonrió—. Y, aun así, no me diste tiempo a llevarte el desayuno a la cama.

Solo entonces, Lucas observó la bandeja con su mate. Incapaz de ocultar su alegría, le devolvió la sonrisa.

—Lo preparaste y eso es lo que cuenta —le dijo a la vez que le apartó un mechón de su cabello para colocarlo detrás de su oreja.

Le gustó notar que ella se inclinaba hacia su contacto.

—Te traje las medialunas de grasa que te gustan.

—Gracias, bonita. Me encanta que me mimes de esta manera.

—Es un placer.

Mientras Lucila sacaba todo de la bandeja y servía la mesa para que pudiesen compartir el desayuno, Lucas sacó su teléfono del bolsillo y lo conectó al cargador que había en un rincón de la mesada. Fue en ese momento cuando vio la videollamada perdida de Julieta. No pudo evitar ponerse tenso. Había sido claro cuando le había dicho que no quería volver a hablar con ella. ¿Por qué insistía? Frunció el ceño al ver la hora en la que lo había llamado y sin molestarse en responder su mensaje, cerró la aplicación.

—¿Pasa algo?

La voz de Lucila lo sacó de sus cavilaciones. Desde la mesa, lo miraba, expectante, como si esperara una respuesta en específico. Le pareció un poco extraño, pero no dijo nada. Seguramente, había notado su reacción y solo estaba preocupada.

—No, todo está bien —respondió a la vez que dejó el móvil sobre la mesada y caminó en su dirección—. Estaba pensando que tal vez podríamos ir a la playa después de desayunar —propuso mientras se cebaba el primer mate.

—Sí, claro. Me gustaría mucho.

Lucas la miró por unos instantes. No supo por qué, pero tenía la sensación de haberla decepcionado de alguna manera.

—No tenemos que ir si no querés, bonita —aclaró sin dejar de mirarla.

—Quiero ir, en serio —aseguró con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

—Lucila...

—Podemos decirle a Agustín también —lo interrumpió—. Ayer lo vi muy estresado y creo que un descanso del estudio le va a venir bien.

Lucas notó que estaba evadiendo la conversación. Algo le preocupaba, aunque no tenía la menor idea de qué podía ser. Sin embargo, no insistiría. Era evidente que no quería hablar en ese momento.

—Me parece bien —se limitó a responder antes de darle un mordisco a su medialuna.

El día estaba espléndido. No había ni una sola nube en el cielo y el sol pegaba fuerte, al punto de tener que recordarle a Lucila, en varias oportunidades, que volviese a ponerse protector. A pesar de la compañía de su primo, parecía distraída, como si su mente estuviese muy lejos de allí. Empezando a preocuparse, repasó los últimos acontecimientos para ver si se le había pasado algo por alto, pero no podía encontrar nada. Le daría unas horas más y, si no decía algo, entonces le preguntaría.

Él por su parte, no podía terminar de relajarse. Por un lado, la playa estaba repleta de gente y le preocupaba que alguien estuviese acechando sin que se diera cuenta. Si bien todo parecía indicar que Mauro Padilla era historia pasada, su intuición le decía que no se confiase del todo. Ese tipo quería algo con Lucila y no parecía ser de los que se rendían fácilmente.

Por alguna extraña razón que ni él comprendía, no podía quitarse de la cabeza la idea de que estaba más cerca de lo que creían acechando desde las sombras, esperando el momento oportuno para volver a atacarla. Por fortuna, sus primos comprendieron su desconfianza y sin ningún tipo de cuestionamiento, le prometieron que siempre habría uno de ellos acompañándola, en caso de que no pudiese hacerlo él mismo.

Por otro lado, estaba el tema de su trabajo. Había podido negociar el quedarse una semana más, pero después de eso, tendría que volver. El caso para el que le habían pedido colaboración a Pablo se estaba complicando cada vez más y necesitaban de su ayuda también. Todavía no había podido hablar con Lucila respecto a su intención de que fuera con él a Misiones y lo cierto era que no sabía cómo pedírselo.

Sabía que la relación con sus padres no era muy cercana y aunque la idea de volver a estar cerca de Daniela, sin duda, le gustaría, no estaba seguro de si se animaría a dar semejante salto. La vida en la provincia era muy diferente a la de la ciudad. Ni siquiera la costa tenía punto de comparación, por lo que, era consciente de que sería un gran cambio para ella. Incapaz de apartar los ojos de la joven por mucho tiempo, volvió a mirarla y se preguntó si esos serían sus últimos días juntos.

Tanto Lucila como Agustín habían notado la tensión en Lucas. En varias oportunidades habían intercambiado miradas cuando, contrario a los comentarios sarcásticos o distendidos que él solía hacer, limitaba su respuesta a simples monosílabos. No era difícil deducir que la cantidad de gente alrededor tenía algo que ver. Sabía que seguía preocupado por el guardaespaldas y el que ella estuviese expuesta, no ayudaba.

Sin embargo, no creía que fuese eso lo que lo tenía mal. Había alcanzado a ver cómo su cuerpo se envaraba y su expresión cambiaba cuando, al poner su teléfono a cargar esa mañana, había visto el mensaje de su ex. Lo había sorprendido y por eso se había animado a preguntarle si ocurría algo, pero entonces, él había negado actuando como si esa maldita llamada nunca hubiese ocurrido. ¿Acaso había ignorado a Julieta intencionalmente para no herirla? Si ella no hubiese estado con él en ese momento, ¿le habría respondido algo?

Sabía que tenía que dejar de pensar esas cosas, que no le hacía ningún bien, pero le resultaba imposible ignorar el hecho de que Lucas no estaba siendo sincero con ella. Además, él era observador y sabía leerla muy bien, lo había demostrado, una y otra vez, desde que se conocieron. Tenía que notar que algo la preocupaba. Sin embargo, no había insistido cuando de forma adrede, ella había cambiado de tema y sugerido que debían invitar a su primo.

Habría sido cuestión de tiempo para que sus inseguridades afloraran y le echara en cara todo. Y lo cierto era que tenía miedo de su respuesta. Miedo de que le confesase que había estado en contacto con su ex durante todo ese tiempo. Jamás podría competir con una relación de años, por más traición que hubiese de por medio. ¡Habían estado a punto de casarse! Algo así no se olvida de un día para otro y ella solo sería un lindo recuerdo, un ardiente e intenso amor de verano.

La risa de su primo la regresó de pronto al presente.

—Todos mis amigos están como locos y ya están averiguando cómo hacer para conseguir entradas. —Se rio de nuevo—. Quieren que vaya y les dije que no, pero ahora estoy dudando. Mientras ellos miran unos culos escuálidos, yo puedo recrearme la vista con el diseñador —señaló con picardía.

Agustín la miraba como si estuviese esperando una respuesta y ella no tenía idea de lo que estaba diciendo. Miró a Lucas para ver si él podía darle alguna pista, pero tampoco parecía estar en la conversación. Sus ojos estaban clavados en el horizonte, sus puños cerrados con fuerza. Se puso nerviosa solo de verlo. Parecía estar listo para un enfrentamiento. ¿Acaso había pasado algo y no estaba enterada?

Estaba por preguntarle si se encontraba bien cuando Agustín continuó con su diatriba.

—Falta un mes todavía, pero San Clemente está revolucionada —dijo en alusión a la ciudad costera ubicada a unos cien kilómetros de allí, camino a Buenos Aires—. Sobre todo, después de que un periodista de espectáculos filtrara los nombres de las modelos en sus redes sociales. Lo mejor de lo mejor, decía el posteo. Eso está por verse, ¿qué querés que te diga?

Lucila no podía creerlo. El lado gay de su primo parecía estar a flor de piel. No estaba segura de si se debía a que ya lo había blanqueado o que este tema en particular lo hacía sacar las garras, pero sus comentarios eran los de una arpía resentida.

De pronto, vio que Lucas se ponía de pie y sin decir nada, se alejaba en dirección al mar. Supo, con su actitud, que algo no andaba bien y pensó en seguirlo, pero él había corrido el ultimo trecho y en ese momento, se arrojaba bajo una ola para desaparecer bajo el agua.

Giró la cabeza hacia su primo, que también lo miraba, sorprendido por el exabrupto.

—¿Qué pasó, Agustín? ¿Dijiste algo fuera de lugar?

—¡¿Yo?! Solo hablé del desfile, Luci. No sé qué le pasa, pero lo que sea viene de antes porque ya estaba raro cuando llegamos. ¡Los dos lo están! —recalcó.

—Lo sé —reconoció, avergonzada.

—¿Qué pasa entre ustedes? ¿Discutieron?

—No, es solo que...

Pero se calló. ¿Qué iba a decirle? ¿Que estaba haciendo un berrinche por un maldito mensaje, por una llamada perdida que podría no significar absolutamente nada?

—Luci, podés confiar en mí, lo sabés. Es obvio que ninguno de los dos está bien y no me gusta verlos así. Tal vez hablar te hace bien.

Ella lo miró y tras un suspiro, asintió. No estaba segura de si le haría bien o no, pero si no lo hablaba pronto con alguien, se volvería loca.

—¿Y no le preguntaste nada? —le preguntó en cuanto terminó el relato.

—No, no me animé.

—Entiendo, pero no podés seguir como si nada. Sea lo que sea, necesitás aclararlo con él. Puede que su respuesta no te guste, pero te puedo asegurar que lo que te estás imaginando en este momento, es mucho peor que cualquier cosa que pueda decirte.

Permaneció en silencio unos instantes mientras meditaba las palabras de su primo. Tenía razón. Solo hablando podrían resolverlo.

Desde donde estaba, podía verlo braceando, cual nadador olímpico. Lo conocía lo suficiente para saber que estaba molesto, lo que no le cerraba era la razón. Sabía que no le gustaba cuando ella ponía distancia entre ambos, lo cual era exactamente lo que había hecho ese día, pero entonces, intentaría acercarse, no alejarse, aún más.

—Qué extraño —pensó, sin darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.

—¿Qué cosa?

Una vez más, fijó los ojos en su primo. Estaba pasando algo por alto y necesitaba saber el qué.

—Decime textual todo lo que dijiste hace un rato.

Agustín la miro con cara de pocos amigos. Lo que acababa de pedir no hacía más que evidenciar la poca atención que le había prestado. No obstante, él no se quejó y, obediente, lo repitió, palabra por palabra.

De pronto, una sensación extraña recorrió su columna. Por lo poco que sabía de la ex, era modelo de pasarela. ¿Y si...?

—Mencionaste algo sobre una lista de modelos, ¿verdad?

—Sí, un periodista filtró los nombres. Tuvo que eliminar la publicación después, pero mis amigos llegaron a guardar la lista antes de que fuera borrada.

—¿La tenés acá? —preguntó, ansiosa.

Agustín frunció el ceño.

—Sí, creo que no la borré todavía —respondió a la vez que sacó su celular para buscarla—. Acá está.

Lucila le arrebató el teléfono de la mano. Tenía que comprobar sus sospechas antes de que Lucas regresase. Deslizó el dedo hacia arriba varias veces para descender en la lista hasta que, un poco antes del final, la encontró. Había escuchado su apellido una sola vez, pero había sido suficiente para que se le quedase grabado en la memoria. Su estómago dio un vuelco al comprender lo que eso significaba. Julieta estaba cerca y había intentado contactarlo.

El turno de Lucila en el restaurante había terminado y, como todas las noches, Lucas la esperaba para ir a caminar por la playa. Contrario a lo que había pensado, las cosas se distendieron un poco después de que él regresase de nadar. El ejercicio siempre había tenido un efecto calmante en él y esa tarde se había asegurado de nadar hasta el agotamiento. Al regresar del mar, se sentía más sereno, lo cual le permitió acercarse a ella a pesar de la distancia que había puesto entre ambos.

Incluso había bromeado con su primo en un intento por aligerar el ambiente que había quedado tirante luego de su reacción. La verdad era que no había podido evitarlo. Antes de romper, Julieta le había hablado de ese desfile, pero lo había borrado de su mente y enterarse, de pronto, que estaba cerca, lo había enfurecido. Ahora entendía por qué lo había llamado antes. Seguramente quería que se encontraran para hablar y él no podía estar menos interesado.

Las olas rompían en la orilla llenando el silencio que había vuelto a instalarse entre ellos. Ambos estaban ensimismados en sus propios pensamientos y aunque estaban uno al lado del otro, se sentía como si estuviesen a miles de kilómetros. Sabía que tenía que darle una explicación por su comportamiento de ese día, pero, si lo hacía, entonces tendría que hablarle sobre la llamada de su ex y temía que eso la lastimase de algún modo. Todavía tenía problemas para creerle cuando le decía que estaba enamorado de ella. Con algo así, dudaría, aún más.

—Estaba esperando a que me lo contaras vos, pero ya no aguanto más —la oyó decir de pronto provocando que los dos se detuviesen—. Sé que Julieta te llamó anoche, vi el mensaje sin querer y el que no quieras hablar de eso o que me lo hayas ocultado...

—No —la interrumpió—. No te dije nada porque no le di ninguna importancia. No quería que te sintieras mal y ahora lamento haber sido la causa de todo esto. Tengo que aprender a no ocultarte nada más. Lo prometí y volví a fallarte. Debí contártelo y debí haberle respondido y dejarle claro que nada de lo que diga o haga cambiará lo que siento.

—Y yo debí haberte preguntado en lugar de imaginarme cosas —reconoció, un poco más tranquila.

—Mi corazón es tuyo, bonita —declaró a la vez que tomó su rostro entre sus manos—. Lo fue desde el primer momento en que te vi. —Con un dedo, limpió la lágrima que comenzaba a deslizarse por su mejilla—. Quiero que vengas a Misiones conmigo, Lucila. No hay chance de que me vaya de acá sin vos.

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