Capítulo 20
Aprovechando que Lucila estaría ocupada con unas cuestiones de la gerencia del restaurante, Lucas decidió que era un buen momento para revisar las grabaciones de la noche anterior. Tras depositar un suave beso en su frente para no despertarla, salió del departamento y se dirigió a la sala de servidores del hotel.
Hubiese preferido quedarse con ella en la cama y disfrutar a pleno de la compañía de la única mujer que había logrado adueñarse por completo de su corazón; no obstante, no podía ignorar lo que estaba pasando a su alrededor y su necesidad de protegerla terminó imponiéndose. Debía unir, cuanto antes, los cabos sueltos con relación al custodio del intendente.
Mientras avanzaba por el pasillo, pensó en el poco tiempo que le quedaba junto a ella. La cuenta atrás había empezado y el momento de su partida llegaba a pasos agigantados. Sabía que no había forma de que se marchase sin ella, pero Lucila no había expresado tampoco su deseo de acompañarlo. Su familia estaba allí, y aunque de ir con él, tendría a Daniela a su lado, ¿eso sería suficiente para que se decidiera a dejarlo todo?
Dejando de lado tales pensamientos pesimistas, se sentó frente a la computadora para entrar en el sistema y comprobar que no hubiese habido ningún intento de intrusión no autorizado. Por fortuna, todo estaba en orden, por lo que procedió a abrir los archivos de las filmaciones de las cámaras externas, las cuales habían sido las que registraron los dudosos intercambios.
En esta oportunidad, sabía que no le llevaría tanto tiempo como la vez anterior porque eran muchas menos horas las que debía revisar. Aun así, era consciente de que estaría allí el resto de la mañana. Se lamentó por no poder aprovechar cada minuto al lado de Lucila. Quería besarla y acariciarla en todo momento, memorizar cada rincón de su cuerpo, cada una de sus deliciosas curvas, cada centímetro de su blanca y suave piel.
Sonrió al sentir cómo su cuerpo despertaba solo con pensarla y negó con su cabeza, derrotado. Ninguna otra mujer había provocado nunca antes una reacción tan intensa en él. Ni siquiera Julieta, de quien había creído estar enamorado, había calado tan hondo y comprendió que no fue hasta que Lucila entró en su vida, que conoció el amor en verdad. Suspiró. Tal vez, había llegado el momento de que hablasen sobre el futuro.
La repentina vibración de su celular dentro del bolsillo de su pantalón, lo sacó de sus cavilaciones. Un escalofrío lo recorrió al ver el nombre su compañero en la pantalla. Pablo le había dicho que lo llamaría en cuanto encontrase algo más, lo que no esperaba era que eso sucediese tan rápido. Después de todo, de los dos, el experto en rastrear información era él.
—Pablo —saludó, expectante.
—¿Podés hablar? —preguntó omitiendo por completo las formalidades.
—Sí, estoy solo —respondió, igual de parco.
Ambos estaban en modo policía, por lo que, en ese momento, nada que no fuese inherente al objeto de investigación, tenía la menor relevancia para ellos.
—Bien, cuando el otro día me hablaste del subcomisario y su relación con el intendente, en un principio, no lo relacioné porque no comparten apellido, pero ayer, después de que me llamases, me puse a indagar un poco más y bueno, acabo de encontrar algo muy interesante.
—¿De Milano?
—No, de Oscar Almada —aclaró refiriéndose al agente de la ley—. Si bien hasta el momento no hay pruebas, parece que anda en algo bastante turbio. Uno de mis informantes conoce a un ex oficial que estaba bajo su mando y este le dijo que pidió el pase en cuando supo lo que pasaba, ya que acababa de ser papá y no quería verse en medio de toda esa mierda.
Lucas notó lo mucho que le afectaba a su compañero el lidiar con este tipo de situaciones. Meses atrás, cuando ambos se habían enfrentado a su ex jefe luego de descubrir que era quien los estaba traicionando, había tenido que ver cómo alguien en quien ambos confiaban, utilizaba su trágico y doloroso pasado para conseguir una ventaja sobre él. Había sido duro de presenciar y, ahora, de recordar. Muy pocas personas sabían lo que había vivido Pablo en su adolescencia y se sentía honrado de contarse entre ellos.
Apretó la mandíbula al pensar en el infierno que debió haber vivido, tanto él como sus padres, tras esa experiencia traumática. Solo imaginar que algo así pudiese pasarle a su familia, hacía que se le formase un nudo en el estómago. Su hermana, Ana, era una de las personas más importantes en su vida y pensar en que alguien la lastimase, o peor aún, intentase matarla, lo desquiciaba. Sin embargo, no dijo nada.
—Entonces, Milano está limpio, Almada es corrupto —dijo pensando en voz alta—, y sabemos que Mauro Padilla tiene un historial con políticos involucrados en narcotráfico. De hecho, en las grabaciones se ve que usa el hotel para efectuar sus intercambios, presuntamente de drogas. Él tiene que ser el nexo —dedujo con más dudas que antes—. Tenemos que encontrar la vinculación entre ambos.
—Ya la encontré, Lucas, por eso te llamé —dijo con solemnidad provocando que todo su cuerpo se tensara a la espera de lo que sabía, no iba a gustarle—. Oscar Almada es tío, por parte de madre, de Mauro Padilla.
—¡Hijo de puta! —exclamó, furioso.
—Dije exactamente lo mismo al descubrirlo.
Ambos comprendieron, en ese instante, que estaban atados de pies y manos. La forma habitual de proceder en estos casos, es informar a los superiores directos. No obstante, si hacían eso, estos se pondrían en contacto con el juez de la costa y él, a su vez, asignaría la investigación a la policía local, por ende, al subcomisario, presunto involucrado en transacciones delictivas, junto con quien, ahora sabían, era su sobrino.
—¡Mierda! —maldijo de nuevo—. No podemos, Pablo. No voy a exponer a Lucila y a su familia.
—Lo sé. Por eso quería hablar con vos antes. Creo que lo mejor sería que enviásemos todas las pruebas a Felipe Solano.
—¿El periodista?
—Sí. Él y su equipo de investigación se dedican a eso. Pensalo así, le enviaríamos todo lo que tenemos de forma anónima evitando así que nos relacionen con la fuente. Una vez que todo se haga público, ya no podrán mirar para otro lado.
Llevando una mano a su rostro, Lucas presionó el puente de la nariz con sus dedos índice y pulgar mientras intentaba ordenar sus ideas. Estaba de acuerdo con que no tenían otra opción más que destapar todo de ese modo, pero, en cuanto lo hicieran, todo se iría al carajo muy rápido y no podía prever cómo eso afectaría a Lucila. No, tenían que pensar bien los pasos que darían a continuación.
—Esperá, no hagas nada todavía. Primero tengo que hablar con Bruno. Él necesita estar preparado para cuando todo salga a la luz. No puedo dejar que esto los perjudique a ellos o al hotel.
—Está bien, esperaré. Lo único que voy a pedirte es que me avises si algo cambia, por más mínimo que pueda ser. Sé que te encargarás de proteger a Lucila y su familia, pero alguien tiene que cubrirte la espalda a vos y ese soy yo. No pienso dejar que enfrentes todo solo. ¿Estamos de acuerdo? —demandó, más que preguntó.
—Sí, yo te aviso. ¡Carajo, qué autoritario! —bromeó, tal y como siempre hacía en situaciones tensas—. No sé cómo te aguanta Daniela. Creo que voy a llamarla y preguntarle si necesita un policía sexy y valiente que la rescate del ogro que tiene como marido.
—Mejor ocupate de tu mujer, que de la mía me encargo yo, imbécil —gruñó.
Lucas fue incapaz de contener las carcajadas. Los celos de Pablo eran cosa seria y a él le encantaba molestarlo con eso.
—Sí, insultame lo que quieras, pero en el fondo sabés que Dani se muere por volver a verme.
Otro gruñido le llegó desde el otro lado.
—Lo peor es que me está volviendo loco para que la lleve —confesó, resignado—. Por Lucila, no por vos —se apresuró a aclarar provocando que sus carcajadas aumentasen—. Juro que voy a golpearte en cuanto te vea.
—Está bien, está bien. Mejor me callo.
—Lo más inteligente que dijiste hasta el momento —dijo, con fingido enfado—. Tengo que cortar ahora, pero lo dije en serio, Lucas, no quieras hacerte el héroe. Si pasa algo, me llamás.
—Lo haré. Cuidate.
—Vos también.
Y sin más, cortó la comunicación.
Tras guardar su teléfono de nuevo, fijó a mirada en el monitor delante de él. Sin embargo, su mente estaba muy lejos de allí. Acababa de prometerle a su compañero que lo llamaría en caso de necesitarlo, pero lo cierto era que no iba a hacerlo. Ya suficiente había tenido que soportar él cuando, tras el secuestro de Daniela, se había puesto en peligro para ir en su búsqueda. Se merecía un poco de tranquilidad. Lo que estaba pasando allí, no era nada que él no fuese capaz de manejar solo.
Concentrándose de nuevo en la tarea que tenía por delante, procedió a ver las grabaciones de la noche anterior. El custodio había llegado más tarde que el intendente, por lo que tal vez, había aprovechado ese momento para hacer algún intercambio. Aun así, sabía que eso no sería suficiente para inculparlo ante la justicia. La idea de Pablo se volvía cada vez más sólida. Esas filmaciones podrían no ser tomadas en cuenta como evidencia, pero lograrían su cometido en manos del periodista.
—¿Debo preocuparme?
La voz de Bruno lo alcanzó desde la puerta. Su expresión era seria, al igual que la suya.
—Anoche no hubo intercambio o, al menos, no frente a las cámaras —aseguró.
—Y eso es bueno, ¿no? —preguntó, confundido.
Pero Lucas ignoró la pregunta. No iba a ponerse a explicarle las falencias del sistema judicial del país en ese momento. Mas importante era ponerlo al tanto de la nueva información recibida respecto a la relación entre el guardaespaldas y el subcomisario.
—Sabiendo que Ricardo no está implicado en nada turbio y teniendo en cuenta la confianza que le tenés, por no mencionar que es el padre de la chica que ama tu hermano, creo que lo mejor será que lo llames cuanto antes para alertarlo de todo.
—Sí, estoy de acuerdo —concordó a la vez que buscó el contacto en su celular.
Lucas escuchó cómo Bruno le contaba al intendente lo que estaba pasando, desde cómo había atacado a Lucila aquella noche, hasta los videos en los que se lo podía ver claramente intercambiando algo de forma clandestina. Finalmente, le comentó sobre las terminales que habían sido vulneradas, las cuales permitían ver a su prima en los sitios en los que ella solía estar.
Por la expresión de alivio que vio en su rostro y la forma en la que su cuerpo se relajó, supo que lo que fuese que le estuviese diciendo el hombre, lo había tranquilizado. Paradójicamente, eso hizo que todas sus alarmas se activaran. Miles de posibles escenarios —uno peor que el otro— pasaron por su mente mientras aguardaba a que se despidiera y terminase la llamada.
Luego de unos minutos, que le parecieron interminables, Bruno por fin cortó.
—Se fue —le dijo esbozando una sonrisa.
De todas las alternativas, jamás se habría imaginado esa.
—¿Cómo que se fue?
El mayor de los primos volvió a ponerse serio al percibir la hostilidad que emanaba de él.
—Se fue. Renunció. Al parecer, consiguió otro trabajo en Buenos Aires y esta mañana presentó su renuncia. Creo que es una buena noticia, ¿no? Digo, ya no es nuestro problema.
Pero Lucas no estaba de acuerdo. No se creía, ni por un momento, ese cuento de que se había marchado. Si el tipo tenía negocios sucios en Villa Gesell y tenía el aval de alguien con poder dentro de las fuerzas, no los abandonaría así sin más. Inquieto, comenzó a caminar de un lado al otro mientras analizaba la situación. Algo no cuadraba. Las cosas nunca eran tan sencillas.
—Necesito hablar con mi compañero —se limitó a decir mientras sacaba su teléfono, una vez más.
En cuanto este respondió, le transmitió las novedades y le pidió que averiguase todo sobre ese presunto trabajo. Tenía que saber, cuánto antes, qué se traía ese tipo entre manos. Algo le decía que Mauro Padilla no se había ido a ningún lado.
—Sé cauteloso —advirtió—. Vos y yo sabemos que esta gente tiene contactos en todos lados y no podemos anticipar su reacción en caso de que alguien le advirtiese que estamos tras él. Sabe que soy policía y va a atacarme donde más me duele si se siente acorralado. —Hubo una pausa—. Sí, Pablo, es precisamente por Lucila que lo digo.
Esta vez, cortó sin despedirse y dio media vuelta para encarar a Bruno. Tenía que hacerle entender que no podía relajarse, que el peligro no había pasado. Por el contrario, ahora, más que nunca, tenían que estar atentos a cualquier movimiento extraño que vieran en el hotel. Pero se calló al darse cuenta de que ya no estaban solos.
—¿Qué está pasando? —exigió Lucila con voz temblorosa.
Maldijo por dentro al percibir su miedo y con los ojos fijos en los suyos, avanzó hacia ella.
—Tranquila, bonita. Todo está bien. No tenés nada de qué preocuparte.
Pero ella retrocedió antes de que pudiese tocarla.
—No me tomes por tonta, Lucas —replicó, enojada. Era la primera vez que le hablaba en ese tono, pero no podía evitarlo. Hacía tiempo que sentía que le ocultaba cosas y sabía que lo hacía para no preocuparla, pero eso tenía que terminar. Si estaba en peligro, quería saberlo—. Escuché todo. Por favor no me ocultes más nada. Creo que ya es hora de que me digas lo que en verdad está pasando.
Él la contempló por unos segundos y asintió. Tenía razón. Había llegado el momento de contárselo todo. Agradecido con Bruno por haberse marchado dándoles así un poco de privacidad, procedió a decirle lo que sabía hasta ahora.
—No entiendo por qué me lo ocultaste, Lucas.
Estaba enojada y la entendía, pero solo lo había hecho para no preocuparla. Quería protegerla, mantenerla a salvo. Necesitaba tener el control sobre la situación más que nunca porque jamás le había importado alguien tanto en la vida y la seguridad de ella, junto con lo que les deparase el futuro, dependía de que él hiciese las cosas bien.
—El tipo es peligroso, Lucila.
—Lo sé y agradezco que te hayas tomado la molestia de...
No la dejó terminar y, dando un paso hacia ella, la sujetó por los hombros para acercarla a él.
—No es una molestia. Nada de lo que tenga que ver con vos lo es. ¿Entendés eso?
Podía sentir el muro que ella volvía a alzar entre los dos y eso lo estaba volviendo loco.
—Yo... necesito estar sola.
Aflojó su agarre nada más oírla y sin decir nada, la dejó ir.
Contrario a su estado de ánimo, el clima estaba apacible, calmo, uno de esos tan deseados días de verano en la playa, sin una sola nube en el cielo y un sol resplandeciente. La mayoría de los huéspedes había salido y los empleados estaban en su descanso, por lo que Lucila aprovechó para pasar un rato a solas en la piscina interna del hotel. Luego de la conversación con Lucas en la que finalmente le dijo lo que estaba pasando, necesitaba relajarse, y nada mejor para eso que el agua.
No sabía dónde estaba él en ese momento, pero conociéndolo, intuía que no muy lejos. Tal vez incluso con Bruno, quien, en el último tiempo, se había vuelto bastante sobreprotector con ella también. Por otro lado, José había salido, probablemente a ver a Cecilia, y Agustín había empezado a prepararse para los exámenes que debía, por lo que no había chance de que se cruzase con ellos. Bien. La verdad era que no quería ver a nadie.
Tal y como había expresado más temprano, necesitaba estar sola, tener un poco de espacio, de soledad, sin tener que encerrarse en su departamento. Sabía que allí nadie la molestaría y podría dejar vagar libremente sus pensamientos. Se sentó en el borde del escalón más alto permitiendo que el agua cubriese la mitad de su cuerpo y suspiró. Estaba un poco asustada, no iba a negarlo, pero, a su vez, se sentía segura. Sabía que él no permitiría que nadie le hiciera daño.
No entendía qué podía querer Mauro de ella. Jamás había correspondido sus atenciones, más bien todo lo contrario. Le había dejado claro, en más de una oportunidad, que no estaba interesada. Aun así, la había seguido a la playa aquella noche y había intentado besarla contra su voluntad. Todavía la estremecía recordarlo y, una vez más, se sintió agradecida de que Lucas hubiese llegado justo a tiempo.
De pronto, sintió su presencia a su espalda y todo su cuerpo reaccionó a ella. Ni un sonido la había alcanzado recordándole lo silencioso que podía ser cuando se lo proponía. No pudo evitar transportarse a la fiesta de casamiento de su amiga, cuando en medio de una crisis de angustia, la había encontrado llorando, oculta entre los árboles. En ese entonces, tampoco lo había oído acercarse y, al igual que ahora, la había serenado solo con su cercanía.
—Sé que me pediste estar sola, pero no puedo hacerlo —lo oyó decir mientras se metía también en la piscina, detrás de ella—. Necesito sentirte cerca, bonita.
Su aliento sobre la piel de su cuello la hizo estremecerse, perdida por completo en las increíbles sensaciones que ese simple roce le provocaba. A continuación, sintió la caricia de su mano sobre su vientre al tiempo que depositaba un suave beso en su hombro.
—Te quiero —lo oyó susurrar mientras la rodeaba hasta quedar frente a frente—. Todo lo que hago es para asegurarme de que estés a salvo.
Lucila apenas podía moverse. Sus caricias la estaban derritiendo y sus palabras, pronunciadas con aquella hermosa y grave voz, la seducían de un modo que no había conocido antes de él.
—Entiendo que debí habértelo dicho antes, pero no quería que te preocuparas —continuó a la vez que le apartó el cabello de la cara y enterró los dedos en el nacimiento del mismo—. ¿Me perdonás?
Separó los labios para hablar, para decirle que sí, que claro que lo perdonaba, pero nada salió de su boca. Su cercanía la debilitaba, su olor la embriagaba y lo único en lo que podía pensar era en sus manos recorriendo su cuerpo.
Como si él hubiese sido capaz de leer sus pensamientos, le abrió las piernas para colocarse entremedio y apoyando una mano sobre la parte baja de su espalda, la acercó a él. Dejó escapar un gemido cuando sintió su dureza y se aferró a sus hombros, absolutamente perdida ante las sensaciones que solo él era capaz de provocarle.
—Lo que hay entre nosotros es especial, Lucila —prosiguió comenzando a moverse contra ella. Sus labios se curvaron en una sonrisa cuando la sintió clavarle las uñas en la espalda—. ¿Lo sentís, bonita?
Volvió a gemir cuando sus dedos se deslizaron por debajo de su traje de baño hasta alcanzar su centro. No podía creer que estuviese dejándose llevar de ese modo en un lugar público. No obstante, no pensaba detenerlo. Deseaba más de él, mucho más. Lo quería todo.
Incapaz de responderle, se empujó contra su mano dejando caer la cabeza hacia atrás.
—Me encanta verte disfrutar con mis caricias —lo oyó murmurar con voz ronca—. Desde la mañana que quiero hacer esto y no voy a dejar pasar la oportunidad ahora.
Lucas se sentía extasiado por su respuesta. Lucila no se parecía en nada a las mujeres con las que había estado en su vida. Sí, habían sentido placer y por supuesto que él había disfrutado, pero no a esta escala. Cada movimiento, cada sonido que ella hacía, disparaba una descarga eléctrica en él que lo llevaba, en segundos, al límite. Era sensual, apasionada y sumamente receptiva.
Sin dejar de estimularla con su pulgar, deslizó dos dedos en su interior. La sintió temblar ante la invasión y apretó la mandíbula para contenerse. Deseaba reemplazar la mano por su pene y enterrarse en ella hasta que ambos encontraran la satisfacción, pero no podía olvidar donde se encontraban, por eso, decidió centrarse en el placer de ella. Con lo que no contaba, era que solo eso bastaba para llevarlo al borde del abismo a él también.
—Lucas... —pronunció entre suaves gemidos ante el frenesí que se había desatado en su interior.
La forma en la que la tocaba la estaba enloqueciendo. Acompañó los movimientos de su mano con sus caderas mientras se aferraba a sus hombros a modo de anclaje. Abrió los ojos y los fijó en su boca, desesperaba porque la besara. Al parecer, él necesitaba lo mismo porque, en ese instante, la devoró con hambre. Sus lenguas danzaron juntas, envueltas en la misma pasión que estaban experimentando sus cuerpos y antes de que pudiese frenarlo, se estremeció al alcanzar el orgasmo.
¡Dios, no iba a poder! El placer era demasiado intenso para reprimirse. El clímax, inevitable. Tenía que tomarla allí mismo. Necesitaba entrar en ella y sentir sus temblores alrededor de su miembro. Maldijo en su interior por su falta de control, pero empezaba a entender que, con ella, nunca lo había tenido. Enfebrecido, sacó sus dedos, apartó la fina tela que los separaba y con un movimiento brusco, la penetró con fuerza.
Cubrió sus labios para amortiguar su grito y gruñó al sentir las uñas deslizarse por su espalda. Esta vez, le dejaría marcas, estaba seguro de eso, pero no podía importarle menos. La quería así, enloquecida de deseo, desesperada por él. Se retiró lo suficiente para volver a enterrarse en su interior y continuó con movimientos firmes y profundos logrando que el placer de ella volviese a construirse. Gimió cuando la sintió contraerse de nuevo y con una última embestida, se dejó ir.
—Soy incapaz de resistirme cuando estamos juntos —reconoció fijando sus ojos en los suyos.
—¿Y qué te hace pensar que yo sí? —respondió ella con una sonrisa mientras le acariciaba la mejilla con su mano—. Siento haber reaccionado así antes. Te amo, Lucas.
Él sonrió al oírla y se relajó en el acto. Lucila estaba allí de nuevo, tan cerca de él como lo estaban sus cuerpos.
—También te amo, bonita.
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