Capítulo 2
Inspiró profundo al contemplar la maravillosa vista que tenía delante de ella y esbozó una pequeña sonrisa. El aire estaba cargado de sal y el sonido de las olas rompiendo sobre la orilla la hacía olvidarse, tan solo por un instante, de lo que la había llevado hasta allí. Al igual que la lluvia, la playa tenía el grandioso poder de relajarla a la vez que la llenaba de energía y, a pesar de que la tristeza aún la acompañaba, ya no sentía que estuviese en el fondo del océano. Había sido una buena idea haber ido, después de todo.
Por otro lado, volver a ver a sus primos y compartir tiempo con ellos resultó ser muy gratificante. Aún podía recordar, como si hubiese sido ayer, los veranos que pasaban juntos en esa misma playa, en la casa donde actualmente vivía solo su tía. Ella siempre había sido la invitada especial, ya que la hermana de su madre, al no haber tenido ninguna hija, solía consentirla cada vez que iba —a veces demasiado, según palabras de su progenitora—. Fuese como fuera, su infancia no habría sido la misma sin esas personas que aún hoy seguían siendo un refugio para su desolado corazón.
Giró la cabeza para mirar a su primo José, el segundo de los tres hermanos. En el pasado él era su confidente, su roca, ese con quien se sentía libre de hacer o decir lo que fuese sabiendo que nunca sería juzgada. Tal vez se debía a que eran más cercanos en edad, aunque este fuera casi dos años mayor. O quizás, porque su personalidad, serena y despreocupada, solía aligerar la tensión que se apoderaba de ella cada vez que su madre le hacía notar que no estaba comportándose como debía.
Noemí siempre había sido una persona con ideales pasados de moda. A diferencia de su hermana Cristina, la madre de sus primos, estaba convencida de que para ser feliz había que conseguir un buen esposo. Poco importaba que ella tuviera otras metas, otros sueños. Nunca debía olvidar que el objetivo principal de una mujer era casarse y formar su propia familia. Además, esto debía suceder mientras ella fuese joven y atractiva para que su marido no tuviese la necesidad de buscar en otro lado lo que no encontrase en ella.
Lo peor de todo, era que, en su caso, había funcionado. Su padre era un hombre exitoso en los negocios y amoroso en la casa, por lo que reforzaba su creencia de que esa era la clave de la felicidad. Pero no siempre lo es y uno puede ser feliz de muchas formas posibles sin necesidad de casarse. Su tía Cristina no había tenido su misma suerte y, aun así, era la prueba viviente de que no se necesita de nadie más que de uno mismo para sentirse bien. Su marido la había dejado por una mujer más joven y, lejos de hundirla, eso la fortaleció haciendo que se centrase en sí misma y, por consiguiente, se volviera un mejor ejemplo para sus hijos.
Frunció el ceño intrigada al advertir un dejo de preocupación en el rostro de su primo. No era la primera vez que notaba esa emoción en su mirada desde que había llegado a la ciudad balnearia un mes atrás. No obstante, prefirió no indagar. Su hosca respuesta y la actitud defensiva que manifestó cuando le preguntó si todo estaba bien, había bastado para que supiera que no debía presionarlo. No le gustaba verlo así, pero sabía que no tenía sentido insistir. Cuando él se sintiese preparado para hablar con ella, lo haría. Estaba segura de eso.
—Será mejor que vuelva a la cocina —lo oyó decir de pronto con tono de fastidio—. Esta noche viene gente importante de nuevo y debo asegurarme de que los platos estén acordes a lo solicitado.
Sus ojos marrones se encontraron con los suyos, transmitiéndole al instante ira contenida y frustración, emociones muy atípicas en él.
Lucila tuvo que contenerse de nuevo para no preguntar qué le pasaba. Cada vez le estaba resultando más difícil respetar su silencio; sin embargo, era consciente de que debía hacerlo si no quería provocar que se cerrara y se alejase aún más. Podía entender que, después de tantos años lejos uno del otro, el vínculo que siempre los había unido no fuese tan sólido como antes, pero esto se sentía diferente. Era como si él hubiese alzado un muro entre ellos y comenzaba a preocuparle.
—Estoy segura de que así será. Después de todo, ningún otro hotel cuenta con el servicio del mejor chef de la costa atlántica —afirmó en un intento por animarlo.
José sonrió, aunque la sonrisa no alcanzó sus ojos. ¿Qué era lo que lo tenía tan mal? Y. más importante aún, ¿por qué se negaba a compartirlo con ella?
—¿Venís? —preguntó él al tiempo que le ofrecía su brazo.
Ella exhaló aliviada. Eran esos pequeños momentos los que le daban la tranquilidad de que pronto recuperarían la estrecha relación.
—Sí, yo también debería empezar a prepararme.
Aferrada a su brazo, caminó junto a él hacia el restaurante que pronto abriría sus puertas. El hotel Villa Pedrosa, llamado así por ser el apellido de los hermanos, se encontraba sobre la playa misma. El complejo era elegante y cálido, con un edificio central de cinco pisos donde estaba la recepción, los distintos salones recreativos y las habitaciones —todas con pequeños balcones—; y otro de tres con departamentos con entrada independiente. Ambos conectados por un hermoso puente de madera. El restaurante y la piscina se ubicaban justo en medio de las dos edificaciones y, debajo del gran comedor, había un estacionamiento subterráneo.
Aún la sorprendía el efecto cautivador que le generaba el bello y cálido diseño tras las reformas efectuadas. Sin duda, el cambio lo había vuelto, en muy poco tiempo, uno de alojamientos más solicitados del verano. Agustín, el menor de los tres hermanos, tenía mucho que ver en eso también. Aunque todavía se encontraba estudiando comunicación en la universidad de Mar del Plata —una localidad balnearia ubicada a unos cien kilómetros de allí—, se había esmerado para darle visibilidad al hotel. Era impresionante el resultado que podía obtenerse con una buena página en Internet y mucho trabajo promocional. Se sentía muy orgullosa de ellos y todo lo que habían logrado juntos.
Después de despedirse de José, se dirigió a su departamento. Tenía que prepararse para comenzar su jornada laboral. Bruno, el mayor de sus primos y gerente del hotel, había sido quien la llamó para ofrecerle un trabajo que sabía que le encantaría. Patricia y él esperaban la llegada de su primer hijo y, como no quería que se exigiese tanto, pensó que sería buena idea que ella la ayudara con la administración del restaurante. Por supuesto, no se equivocó. En verdad le gustaba el puesto, sobre todo porque estaba aprendiendo mucho más allí de lo que le habían enseñado en la universidad.
No obstante, como era habitual en ella, no podía quedarse tranquila con una sola tarea, por lo que, cuando la recepcionista del lugar presentó su renuncia, no dudó en hacerse cargo de su puesto. Sus primos estaban maravillados de tenerla allí. Con su refinado aspecto y carisma innato, había encantado a los clientes en un abrir y cerrar de ojos haciendo que quisieran volver no solo por la exquisita comida, sino también por su excelente atención. Aun así, lo cierto era que ninguno se sorprendió demasiado. Estaban al tanto de su desempeño como secretaria del padre de su mejor amiga y lo mucho que este la extrañaba.
Lucila estaba contenta. No solo hacía lo que le gustaba, sino que por fin sentía que las cosas comenzaban poco a poco a ordenarse en su vida. Sin embargo, había noches en las que se arrepentía de haber tomado esa decisión y esta era una de ellas. El intendente de Villa Gesell, un hombre de unos cuarenta y cinco años y amigo íntimo del suegro de Bruno, solía llevar a cabo sus reuniones en el restaurante y, por supuesto, siempre iba acompañado por su guardia de seguridad. Días atrás, este último había manifestado interés en ella y, aunque no hizo nada para animarlo, era evidente que no era de los que se rinden con facilidad.
Luego de acompañar a una familia hasta una mesa de cuatro, regresó a su atril, ubicado junto a la puerta, para chequear las reservaciones de esa noche. Desde que tomó la responsabilidad de ayudar con la administración, había sugerido algunos cambios también, los cuales fueron bien recibidos. Uno de ellos fue la incorporación de un sistema de reserva. Desde que el hotel había empezado a hacerse conocido, en especial su restaurante, aumentó la demanda, por lo que le pareció una buena estrategia no solo para evitar la acumulación de gente en la entrada, sino para brindarles a los comensales una atención más personalizada.
Si bien Patricia, la esposa de su primo mayor y gerente del comedor, al principio se mostró un poco reticente con su llegada debido a que no estaba acostumbrada a delegar, no tardó en cambiar de opinión. Lucila demostró que era muy eficiente y estaba comprometida con el trabajo y eso le brindó la tranquilidad que tanto necesitaba en ese momento. Lidiaba con algunos problemas menores en su embarazo y el médico había insistido en que bajara el ritmo. La incorporación de ella al restaurante le brindó la posibilidad de cuidarse a sí misma sin desatender sus responsabilidades.
Alzó la vista al oír de repente la voz de Bruno, quien se acercaba hacia ella con expresión preocupada. Siempre había sido muy serio y estructurado, rasgos que, sin duda, le habían servido para llegar adonde se encontraba en ese momento. Sin embargo, eso mismo también le jugaba en contra. En especial cuando debía lidiar con asuntos de los que no tenía control alguno, como lo era el embarazo de su mujer. Aun así, Lucila sentía una profunda admiración hacia él. Con apenas treinta años, no solo estaba a punto de formar su propia familia, sino que además se encontraba al frente de un increíble hotel con un futuro prometedor.
—¿Todo bien esta noche, Luci? —le preguntó al llegar a su lado, sus ojos oscuros fijos en la entrada, a la espera de la llegada del cliente más importante que tenían.
—Todo en orden, Bruno. ¿Qué estás haciendo acá? Deberías estar descansando con tu esposa.
Él la miró, resignado.
—Fue ella quien me pidió que me fuera —confesó con una sonrisa de culpabilidad—. Al parecer, la estaba sacando de quicio.
Fue incapaz de contener la risa. Podía imaginarse la situación y, en su lugar, estaba segura de que ella le habría pedido lo mismo. Su primo era un perfeccionista, pero su conducta rayaba la obsesión cuando se trataba del intendente.
—No te preocupes. Me encargaré personalmente de que el señor Milano tenga todo lo que necesite —aseguró.
Él asintió.
—Sé que lo harás —le dijo justo antes de depositar un beso en su frente—. De todos modos, te pido por favor que me avises cuando llegue.
—De acuerdo.
Lo vio alejarse en dirección a la cocina, seguro que para comprobar que José estuviese siguiendo sus indicaciones. Suspiró. No había nada peor para un chef que el que invadieran su territorio. Por otro lado, con el humor que este venía teniendo en el último tiempo, no le extrañaría si aquello terminaba en una discusión entre hermanos. Negando con su cabeza, miró a su alrededor. Los mozos iban y venían haciendo su trabajo mientras que los clientes disfrutaban de la velada. Sonrió complacida. Todo estaba más que bien.
—Es la sonrisa más hermosa que vi en mi vida.
No pudo evitar tensarse ante el sonido de esa voz. Procurando mantener una expresión impasible, se giró hacia el hombre que acababa de ingresar en el establecimiento.
—Señor Padilla —dijo a modo de saludo.
—Por favor llamame Mauro —pidió el custodio mientras tomaba una de sus manos con la intención de llevarla a sus labios.
Pero ella la retiró con delicadeza justo antes de que lograra su cometido. Luego, dio un paso hacia el costado para refugiarse detrás de su atril. Notó que él sonreía ante su reacción y se lamentó de no haberse mantenido indiferente. Era evidente que encontraba estimulante su rechazo. Solo esperaba que no pasase de eso. De lo contrario, no sabía qué haría. Decírselo a su primo no era una opción. El político había sido de gran ayuda al momento de solicitar los permisos para la ampliación del hotel y lo que menos deseaba era ocasionarle algún tipo de problema con él.
Antes de que pudiese decir algo más, Ricardo Milano entró en el salón acompañado de otros tres hombres, todos empleados de la intendencia. A pesar de su incomodidad ante el atrevimiento del guardaespaldas, los recibió con una sonrisa y los guio con amabilidad hasta la mesa reservada para ellos. En todo momento sintió aquella intensa mirada sobre ella y no pudo evitar estremecerse ante la ironía que se le presentaba. Acababa de alejarse de un custodio solo para toparse con otro. ¿Acaso tenía un imán para esos hombres?
Tras dejarlos con el mozo que los atendería durante la velada, se encaminó hacia la cocina con la intención de avisarle a su primo. No obstante, no hizo falta. Bruno acababa de salir de ella y, al verlos, se apresuró a ir a su encuentro. Asintió hacia él cuando sus miradas se cruzaron y continuó avanzando en dirección a su lugar de trabajo junto a la entrada del restaurante. Una vez allí, cerró los ojos e inspiró profundo. Le esperaba una larga noche por delante.
Un movimiento a lo lejos llamó su atención, provocando que alzara la vista. Reconoció al instante a su primo José, que en ese momento se escabullía por una de las puertas de vidrio en dirección a la galería del exterior. Alcanzó a ver la expresión en su rostro cuando pasó junto a la mesa del intendente y cómo su mirada se endurecía en cuanto sus ojos se posaban en los de aquel hombre. Frunció el ceño intrigada ante ese comportamiento. Más temprano había notado su molestia al referirse a su visita, aunque no pensó que se pudiese tratar de algo personal. ¿Habría tenido algún problema con él?
Lo vio detenerse junto a la piscina y abrir y cerrar los puños como si algo le molestara y estuviese intentando calmarse. A continuación, sacó su teléfono del bolsillo y lo llevó a su oreja. A pesar de la distancia, fue capaz de advertir el instante en el que la persona al otro lado atendía su llamada. Una sonrisa se dibujó en su rostro al tiempo que su cuerpo parecía relajarse. Debía tratarse de alguna mujer para que tuviese ese efecto en él. ¿Por qué razón no le había mencionado que estaba saliendo con alguien?
Estaba a punto de comenzar a elaborar diversas teorías al respecto cuando advirtió que la tensión volvía a apoderarse de él y, segundos después, cortaba la llamada de forma abrupta. Si bien desde donde estaba era imposible escuchar la conversación, le pareció muy evidente que esta no había terminado en buenos términos. Lo más llamativo fue cómo, inmediatamente después, se giró hacia el lugar donde se encontraba cenando el intendente y lo aniquiló con la mirada.
Sin duda, algo no andaba bien con su primo y, por lo visto, el político estaba involucrado. Tal vez debía replantearse su decisión de no presionarlo. Si estaba metido en problemas, quería saberlo para poder ayudarlo. Dio un paso hacia adelante, dispuesta a hablar con él en ese mismo instante, pero entonces, una mano masculina se cerró alrededor de su brazo, impidiéndoselo. Sobresaltada, dio media vuelta.
—¡Agus! —susurró con alivio al ver que se trataba de su primo más pequeño.
—Perdón, ¿te asusté?
—No... Bueno, tal vez un poco —reconoció, nerviosa.
La verdad era que sí la había asustado y bastante. Por un segundo, llegó a creer que podía ser el guardaespaldas del intendente y eso la hizo sentir insegura. Aún inquieta, lo buscó con la mirada solo para corroborar que continuase lejos de ella. Allí estaba, de pie a pocos metros del político, con sus ojos fijos en los suyos, como si hubiese estado todo el tiempo a la espera de que lo mirase.
—¿Estás bien? —preguntó Agustín, preocupado.
—Sí, sí. Es solo que no te esperaba. Me pareció haberte escuchado decir que ibas a juntarte con un amigo en Mar del Plata para estudiar.
—Ah, sí, pero al final decidí quedarme —se limitó a decir.
Estaba claro que no quería explayarse y ella no insistió. "Un primo a la vez", dijo para sí misma.
—¿Vas a ir a caminar a la playa esta noche?
Ella miró hacia el gran reloj que había en el centro del salón.
—Sí, pero dentro de un rato. Le prometí a tu hermano que me ocuparía del intendente personalmente.
—Por supuesto, que no vaya a faltarle nada al gran Ricardo Milano —dijo a la vez que puso los ojos en blanco.
Lucila rio ante su sarcasmo. Siempre había sido un impertinente, característica que lo había metido en muchos problemas cuando eran chicos, sobre todo con Bruno quien, tras la separación de sus padres, adoptó un rol casi paternalista para con sus hermanos.
—Veo que no cambiaste nada en todos estos años. Pensé que al cumplir los veinte te ibas a aplacar un poco.
—Jamás, primita —aseguró y le guiñó un ojo—. Bueno, avisame cuando termines así te acompaño. No me gusta mucho esa costumbre que agarraste ahora de andar sola por la playa de noche.
—¿Y desde cuándo te volviste un adulto?
Agustín la fulminó con la mirada, provocando que ella riese de nuevo.
—Muy graciosa —señaló, incapaz de mantenerse serio por más tiempo.
Lucila amaba la playa a esa hora de la noche. Sentir el viento fresco contra su rostro mientras oía las olas del mar rompiéndose en la orilla la llenaba de una absoluta y completa calma. Era su momento de conexión con la naturaleza, con ella misma. La ocasión en la que podía dejar correr libremente a sus pensamientos y reflexionar sobre su vida. La oportunidad para bajar la guardia e incluso llorar si sentía la necesidad. Era el instante en el que volvía a pensar en él.
El miedo había hecho que se marchara sin decir adiós. Fue una cobarde, lo sabía bien, pero entonces no se animó a enfrentarlo después de lo que habían compartido. Tras conocerlo, de algún modo u otro, Lucas siempre regresaba a su mente. Quizás por sus palabras, sus consejos o su increíble sentido del humor. No comprendía bien la razón, pero si de algo estaba segura, era de que desde que la había besado en el casamiento de su amiga, ya no fue capaz de quitárselo de la mente.
Incapaz de contenerse, fue a buscarlo a su habitación después de la fiesta, con la intención de repetir ese beso que la había derretido por completo y dejado con ganas de más. Había ido decidida a ir más lejos. Dispuesta a todo y más. Ya luego, podría olvidarlo. Solo necesitaba sacarlo de su sistema para poder seguir adelante. O, al menos, eso fue lo que pensó en ese momento. Por supuesto, estaba equivocada. A partir de esa noche, por el contrario, cada vez que cerraba los ojos en la oscuridad de su habitación, recreaba las sensaciones que había experimentado junto a él, por él.
Jamás se imaginó que quedaría tan enganchada con alguien a quien apenas conocía, por muy amigo que fuese del marido de su mejor amiga. Por alguna extraña razón, siempre le habían atraído los hombres serios, callados, y Lucas era todo lo opuesto. Con una sonrisa siempre en su rostro, al instante contagiaba con su buen humor a quien estuviera a su lado. Era divertido, juguetón y, más importante aún, sincero. No podía explicarlo, pero era como si sus ojos tuviesen conexión directa a su alma. En ellos podía ver reflejada cada emoción que estaba sintiendo.
Un estremecimiento la recorrió al recordar el modo en el que la había mirado cuando la encontró afuera de su habitación. Había reconocido el deseo, por supuesto, pero también algo más. Algo que no sabía qué era, pero que la esclavizó de inmediato de un modo que nunca había experimentado. Tal vez esa había sido la razón por la que después, se asustó y huyó. Quizás quiso descubrir que esa mirada había desaparecido al despertar, una vez saciados. Se negaba a que él la mirase como muchos otros antes. En su lugar, optó por conservar el recuerdo de sus preciosos ojos verdes que la contemplaban con adoración.
—¿Quién es él?
La voz de su primo la sacó bruscamente de sus cavilaciones.
—¿Qué? ¿Quién?
—Dale, Luci —presionó Agustín, divertido—. ¿Acaso vas a negar que estabas pensando en un chico? Conozco esa mirada y hay solo un sentimiento capaz de provocarla... amor.
Rio nerviosa.
—¿Qué decís? No estaba pensando en nadie —mintió.
—Ajá —respondió, condescendiente.
Un incómodo silencio se formó entre ambos. ¿Acaso se había vuelto loco? ¿Amor? ¿De qué estaba hablando? Sin embargo, en algo había acertado. Estaba pensando en un chico. En un hombre, mejor dicho. En el hombre, para ser más exactos. ¿Cómo había llegado a eso? No, su primo tenía que estar equivocado. No podía ser eso lo que ella sentía al pensar en él. Aceptaba que nunca había sentido algo similar, pero, ¿amor? No, definitivamente no lo era. ¿O sí?
—Estaba pensando en José —volvió a mentir. Necesitaba desviar la conversación o empezaría a hiperventilar.
—¿Qué pasa con él? —le preguntó frunciendo el ceño.
—Eso es lo que me gustaría saber. No sé, lo noto extraño. Algo le pasa, no obstante, cuando le pregunto se cierra y cambia de tema.
—Sí, también lo noté y tampoco quiso decirme nada a mí. Tal vez es el estrés. Fue un año muy duro para mis hermanos. Si bien yo también soy socio, al estar en otra ciudad estudiando, los que siempre pusieron el cuerpo fueron ellos. A Bruno también le afecta, solo que es mejor ocultándolo. ¿No viste que está más perfeccionista que nunca? Y desde que se enteró de que va a ser padre está demasiado sobreprotector con Patricia. Por poco y no la deja hacer nada.
Ella sonrió.
—Lo sé. Por algo estoy acá, ¿no?
—Exacto.
—¿Y vos cómo lo llevás?
Él se encogió de hombros.
—Intento no pensar demasiado. No sirve de nada y lo considero una pérdida de tiempo. Así que, si no estoy estudiando, hago actividad física. Estoy entrenando un montón. ¿No notaste mis fuertes músculos? —preguntó con picardía a la vez que le obsequió una enorme y contagiosa sonrisa.
—Imposible no verlos —concordó, divertida.
Su primo se carcajeó al oírla. No había pasado por alto el sarcasmo.
—Sí, vos burlate nomás —dijo entre risas.
Continuaron caminando en silencio, esta vez en uno cómodo, natural, uno que ninguno de los dos sentía la necesidad de llenar. Enganchando su brazo alrededor del de él, apoyó la cabeza en su hombro y suspiró. Siempre había tenido una conexión más cercana con José. Bruno era mucho mayor que ella y, en ese entonces, la diferencia de edad con Agustín se notaba mucho más. Sin embargo, parecía que las cosas habían cambiado.
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¡Espero que les haya gustado!
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