Capítulo 18
Cuando Lucas despertó en la mañana siguiente, se sentía lleno de energía. Luego de la increíble maratón de sexo que había tenido el placer de disfrutar la tarde anterior y de esperar a que Lucila acabase su turno en el restaurante, cayeron rendidos por completo nada más tocar la cama de nuevo.
Recién estaba amaneciendo, por lo que, aprovecharía para salir a correr antes de que ella despertase. Con delicadeza, le besó la frente y salió de la cama despacio, dispuesto a comenzar con su rutina diaria de ejercicio.
Después de pasar por su habitación para cambiarse y buscar los auriculares, salió del hotel en dirección a la playa. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, lo cual le daba al mar una tonalidad diferente y llenaba el cielo de hermosos y diversos colores.
Por un momento, se imaginó la expresión que pondría Lucila al contemplar semejante belleza y sonrió. Sin duda, estaría maravillada, y él se perdería al instante en su dulce mirada viendo el amanecer a través de sus ojos.
No pudo evitar pensar en lo diferente que eran las mañanas en Misiones y de pronto, sintió una opresión en su pecho. Sabía que sus días estaban contados y que pronto tendría que tomar una decisión, sin embargo, no podía dejarla, no quería hacerlo. Amaba su vida allí, su casa y en especial su trabajo, pero también la amaba a ella de un modo que jamás imaginó que fuese posible y no soportaba la idea de no tenerla a su lado cada puta mañana.
Impactado por la intensidad de lo que estaba sintiendo en ese momento, se sentó en la arena justo en la cima del médano que separaba la playa del hotel. Desde allí, contempló las olas romper sobre la orilla al ritmo lento y pausado de la canción que acababa de comenzar. "Simple man" no era un tema nuevo precisamente, pero siempre le había gustado, más aún la versión acústica de Jensen Ackles, cantante y actor principal de una de sus series favoritas.
Con Lucila ocupando cada uno de sus pensamientos, se concentró en la letra y, una vez más, se maravilló por la perfecta sincronía con la que las canciones parecían hablarle cada vez que lo necesitaba. Inmediatamente, se transportó al pasado y recordó aquellas charlas con su madre cuando era un adolescente. Sus consejos siempre habían sido sabios, al menos, hasta que su juicio se vio nublado a causa de su gran cariño hacia Julieta.
"Oh, take your time. Don't live too fast. Troubles will come and they will pass. You'll find a woman and you'll find love. Don't forget, son, there is someone up above. And be a simple kind of man. Oh, be something you love and understand. Baby, be a simple kind of man. Oh, won't you do this for me son, if you can?" —"Oh, tomate tu tiempo. No vivas tan rápido. Los problemas vendrán y pasarán. Encontrarás una mujer y encontrarás el amor. No lo olvidés, hijo, hay alguien en lo alto. Y sé un hombre sencillo. Oh, sé algo que ames y entiendas. Cariño, sé un hombre sencillo. Oh, ¿no harías esto por mí, hijo, si pudieras?"—.
Suspiró. Su mamá lo había educado bien, ya que se consideraba a sí mismo un hombre simple. Intentaba disfrutar cada momento y jamás engañaba. Amaba con todo su corazón y se entregaba con todo su ser. Curioso que fuese esa misma cualidad la que más le gustaba de Lucila. Ella también lo daba todo y su confianza y su amor, lo elevaban alto, lo convertían en un maldito afortunado.
"Boy, don't you worry. You'll find yourself. Follow your heart and nothing else. And you can do this, oh babe, if you try. All that I want for you my son, is to be satisfied. And be a simple kind of man. Oh, be something you love and understand. Yeah baby, be a simple kind of man. Oh, won't you do this for me son, if you can?" —"Niño, no te preocupes. Te encontrarás a vos mismo. Seguí tu corazón y nada más. Y podés hacerlo, oh cariño, si lo intentás. Todo lo que quiero para vos, hijo mío, es que estés satisfecho. Y sé un hombre sencillo. Oh, sé algo que ames y entiendas. Sí, cariño, sé un hombre sencillo. Oh, ¿no harías esto por mí, hijo, si pudieras?"—.
La canción continuó diciendo y entonces lo supo. No estaba seguro de cómo lo haría, pero por Dios que no se iría de allí sin ella.
Se puso de pie de un salto, determinado a descargar la adrenalina que había comenzado a sentir desde hacía unos minutos, pero antes de dar siquiera un paso al frente, notó que había alguien a su espada. Todo su cuerpo se puso en alerta y sus músculos se prepararon para el enfrentamiento.
Con increíble destreza y velocidad, se giró sobre sí mismo y colocó su mano izquierda firmemente alrededor de la muñeca del brazo derecho que su oponente había extendido hacia adelante. Deslizando la otra mano por la espalda de este entre el brazo y el torso, lo alzó solo un poco y lo empujó fuerte con su hombro a la vez que enganchó su pierna derecha a la de él, barriéndola.
El hombre cayó al piso como un tronco, sin duda, sorprendido por el inesperado ataque. No obstante, no bajaría la guardia aún. Sin soltar su muñeca, se inclinó sobre él y apoyando una rodilla sobre su pecho para inmovilizarlo, lo asió del cuello. Solo entonces, se permitió mirarlo.
—Lucas... ¡Lucas! —lo oyó gritar con voz ahogada, sus ojos transmitiendo miedo y sorpresa en partes iguales.
—¿José? —preguntó, confundido, mientras se apartaba del muchacho.
Pero este no respondió de inmediato. Estaba demasiado ocupado intentando tomar un poco de aire luego del fuerte golpe recibido al caer de espaldas.
—Nunca vuelvas a acercarte a mí por detrás sin advertirme —regañó, malhumorado, a la vez que arrancó de sus oídos los pequeños auriculares—. Podría haberte lastimado.
—Te avisé. Te llamé varias veces, pero no respondías y cuando vi que estabas por irte, me acerqué para tocarte el hombro.
Lucas negó con su cabeza. No podía entender que pensase que sería una buena idea abordar a un policía entrenado de ese modo. Guardándose la réplica para sí mismo, le tendió una mano para ayudarlo a levantarse.
—Lo siento, fue una reacción instintiva.
José la aceptó de mala gana y se puso de pie.
—Sí, me di cuenta. No quisiera saber qué habrías hecho si en verdad hubiese querido atacarte.
—Hacés bien. A veces es mejor quedarse con la duda —masculló con impaciencia.
¿A qué venía ese cuestionamiento? ¿Acaso esperaba que le diera un abrazo y una palmada?
—Entendido —aceptó, por fin, al tiempo que alzaba las manos en ademán de rendición.
Todavía tenso por la extraña situación, Lucas sacó su celular del bolsillo para detener la música y volvió a guardarlo. A continuación, fijó los ojos en el joven y lo evaluó con la mirada.
—¿Necesitabas algo? ¿Para qué me buscabas?
—Bueno yo... Quería disculparme con vos —confesó—. Después de lo que pasó ayer... Sé que te traté de la peor manera, incluso cuando veía que eso lastimaba a mi prima, pero no podía... Estaba asustado... Tu trabajo...
—Lo entiendo, José, no te preocupes —lo interrumpió.
Lo vio asentir, más tranquilo ante sus palabras y contuvo las ganas de reír. Tan gallito que se había mostrado días atrás y ahora estaba frente a él como un pollito mojado. Si se hubiese tratado de otra persona, lo habría disfrutado incluso, pero era el primo de la mujer que amaba y eso lo cambiaba todo.
—¿Corrés también o es mera fachada?
Por su atuendo y su estado físico, era obvio que lo hacía, pero quiso provocarlo de todos modos. Tal vez así lograba que por fin se relajase en su presencia.
Su instantánea sonrisa le confirmó que lo había conseguido.
—¿Qué tal si lo comprobamos ahora? —desafió justo antes de comenzar a correr hacia el mar.
Lucas sonrió de oreja a oreja. Debía reconocer que José estaba empezando a caerle bien.
—¡Ey, en mi barrio eso es trampa! —gritó, divertido, mientras se apresuraba a seguirlo a toda velocidad.
Cuando regresaron al hotel, unas horas más tarde, todavía era temprano, por lo que había pocos huéspedes dando vueltas. La familia tampoco se encontraba cerca.
—Solo digo que no fue una competencia justa, nada más —argumentó José que continuaba despotricando por su derrota.
Lucas se carcajeó.
—¿En serio esperabas otro resultado? Entreno todos los días desde hace años.
—No, la verdad que no —se rio también—. Pero detesto perder.
—Ya veo —concordó sin dejar de sonreír—. ¿Qué te parece si te doy la revancha con algo en lo que sientas que podrías sacarme ventaja vos a mí?
A José le brillaron los ojos cual niño pequeño.
—¡Una competencia de pizza! —propuso de pronto con entusiasmo.
—¿Pizza? —preguntó, sorprendido.
—Sí, escuché hablar de ellas con mucho respeto y bueno... lo cierto es que tengo un poco de intriga.
—Muy bien —aceptó, sonriente y extendió una mano hacia adelante—. No obstante, debo advertirte, vos podrás ser chef, pero mis pizzas son legendarias.
José se carcajeó.
—Eso lo veremos esta noche —afirmó estrechando su mano para cerrar el trato.
—¿Esta noche? Pero tu prima tiene que trabajar. De hecho, todos tienen que hacerlo.
—No te preocupes por eso. Yo me encargo de organizarlo todo —aseguró y se giró para marcharse.
—José —lo llamó interrumpiendo su partida—. Me preguntaba si tal vez podría usar la cocina después de ducharme. Estaba pensando en sorprender a Lucila.
El joven sonrió.
—¡Claro! Por cierto, le va a encantar.
Y tras guiñar un ojo, se alejó en dirección a su departamento.
Lucas negó con su cabeza, divertido. En pocas horas, el chico había logrado cambiar el concepto que tenía de él y eso no era algo que lograse cualquiera. Contento por el rumbo de los acontecimientos, se apresuró a subir a su habitación.
El roce de unos suaves y cálidos labios sobre la piel de su cuello la despertó. Gimió a la vez que se desperezó en la cama y se movió más cerca de su hombre. No obstante, él la detuvo.
—Vas a tirar la bandeja, bonita —susurró contra su oído con esa voz grave y sensual que la volvía loca.
Solo entonces, olió el exquisito aroma de café recién hecho.
Abrió los ojos, sorprendida y los posó en el delicioso desayuno que tenía frente a ella.
—¿Y esto? —preguntó, incapaz de ocultar su sonrisa.
—Pensé que te gustaría desayunar en la cama.
—Me encanta —confesó antes de atrapar sus labios con los suyos.
Lo besó lento y pausado asegurándose de demostrarle lo mucho que la complacía lo que había hecho.
—Me alegra —susurró contra su boca—. Pero si seguís besándome de ese modo, voy a olvidarme del desayuno y todo lo que viene después.
Ella sonrió. Adoraba sentirlo tan afectado y aunque deseaba mucho más hacer el amor con él que desayunar, no quiso despreciar su gesto. Se apartó con esfuerzo y se pasó la lengua por los labios.
—Veo que no me lo vas a poner fácil —gruñó con la mirada fija en su boca—. Tomá, comé algo antes de que pierda por completo el control.
Lucila rio y le dio un mordisco a la medialuna que le había entregado.
—¿Vos no vas a desayunar?
Negó con su cabeza.
—Ya lo hice mientras preparaba el tuyo.
Alzó la vista hacia él, asombrada.
—¿En la cocina?
—Sí, José me dejó usarla.
—José —repitió con incredulidad.
—Sí, cuando volvimos de correr.
—De correr... —repitió, una vez más—. ¿Juntos?
Lucas se carcajeó al advertir su perplejidad y procedió a contarle lo que había pasado. Lucila escuchó con atención mientras terminaba su desayuno, fascinada por el cambio radical en la relación entre él y su primo y estuvo a punto de escupir su café cuando le describió la forma en la que lo había derribado antes de saber quién era.
La sonrisa en su rostro crecía conforme el relato de él avanzaba y cuando lo oyó contarle sobre la competencia que se llevaría a cabo esa misma noche, ya no fue capaz de seguir reprimiendo la felicidad que sentía. Por fin estaba viendo de nuevo a su primo, ese chico divertido y juguetón que nunca se negaba a un desafío.
—Debo decir que me sorprende que creas tener alguna chance contra un chef —lo pinchó con picardía.
Lucas arqueó una ceja ante su provocación.
—Tal vez debería recordarle a la señorita la forma en la que gimió cuando probó mi pizza aquella vez en mi casa.
Sonrió al ver que sus mejillas se encendían ante el recuerdo y sin apartar los ojos de los de ella, quitó la bandeja de en medio.
—Y yo le recuerdo que un caballero no debería hablar de esas cosas.
—Mmm, tiene mucha razón. Mejor es revivirlo.
Y sin más, devoró sus labios como había deseado hacer desde que había entrado en su habitación.
Por insistencia de Lucila, esa tarde fueron a la playa para disfrutar del increíble día. El mar estaba lo suficientemente tranquilo como para nadar durante horas en él y, tal como sabía que sucedería, el tenerla en sus brazos viendo las olas golpear con suavidad su cuerpo y el brillo del agua sobre su piel, fue tanto una delicia como una tortura. No importaba las veces que hubiesen hecho el amor antes. La deseaba a toda hora, en todo momento y en cualquier lugar.
Como siempre hacían cada vez que salían, regresaron al hotel para la hora en la que debía empezar a prepararse para su turno, pero al llegar se encontraron con que la chica que solía cubrirla en sus días libres ya estaba allí. Al parecer, lo de esa noche iba en serio ya que, con excepción de Bruno que, aunque tuviese más flexibilidad, nadie podía ocupar su lugar, los reemplazos de los demás ya estaban todos en sus puestos.
—Gracias por esto, Lucas —le dijo cuando estaban a punto de separarse para ir a sus respectivas habitaciones—. Sé que como policía te estamos poniendo en una situación complicada y que apoyes de este modo a mi primo, significa mucho para mí.
—No veo por qué no debería hacerlo —señaló a la vez que acunó su rostro entre sus manos—. Es evidente que está enamorado de esa chica y no me gustaría que se metiese en problemas por huir con ella antes de que cumpla la mayoría de edad. Además, si después de eso su padre se sigue oponiendo, tienen la opción de casarse. —Se encogió de hombros—. Sé que son jóvenes para eso, pero es de la única manera en la que ella quedaría emancipada.
—No tenía idea. Tal vez debería decírselo para evitar que haga alguna locura.
—Es una buena idea. Si querés, después de que le gane, puedo hablar con él sobre esto.
—Después de que le ganes... —repitió con diversión.
Él sonrió.
—No creés que pueda vencerlo, ¿verdad?
Ella arrugó su nariz.
—No —dijo negando con su cabeza y colocando sus manos sobre las suyas, sonrió.
En ese momento, Lucas supo que estaba condenado. ¡Era malditamente hermosa! Solo tenía que sonreírle de ese modo y conseguiría de él lo que quisiese.
Para sorpresa de todos, la competencia se llevaría a cabo en el departamento de Bruno y Patricia. Vivían allí desde que habían vendido su casa para poder invertirlo todo en el hotel y no se arrepentían. No solo porque el sacrificio estaba dando sus frutos, sino porque también era más cómodo. Además, tanto ese, como el de José y Agustín, eran más grandes que el que usaba Lucila y estaba equipado con todo lo necesario.
Contrario al día anterior, los hermanos parecían haber arreglado sus diferencias y en ese momento se encontraban haciéndole bromas a José intentando atormentarlo con la idea de ser derrotado por un simple amateur. Este, por su parte, se contenía para no ladrarles unos cuantos insultos. Sabía lo mucho que le molestaba a su cuñada cuando uno de ellos maldecía y no quería importunarla.
—Menos mal que llegaron —dijo, aliviada, al verlos—. Unos minutos más y esto terminaba en fratricidio.
Ambos se rieron ante la exageración.
Lucila suspiró. No podía estar más feliz en ese momento. Al parecer, la competencia entre José y Lucas no solo contribuía a que ellos se acercasen más, sino que también había aliviado la tensión que se había formado entre los hermanos por la reciente discusión. Ya el que se fastidiasen mutuamente era un claro signo de que las cosas se estaban tranquilizando.
—¿Y vos cómo estás, Patri? ¿La bebé bien? —preguntó mientras se sentaba a su lado y le acariciaba el vientre con una mano.
Ella se relajó automáticamente y una sonrisa se formó en su rostro.
—Estoy bien. Más cansada de lo habitual, pero bien. Y ella está perfecta.
—Me alegro mucho. No sabés las ganas que tengo de conocerla.
—Falta todavía, prima —indico Bruno sentándose al otro lado de su esposa.
—¿Asustado de lo que se viene, hermanito? —lo provocó Agustín.
—Después de haber crecido con vos, ya no me asusta nada, tarado.
Las carcajadas no se hicieron esperar.
—Bueno, bueno... ¿empezamos? —preguntó José con evidente entusiasmo.
—Estoy listo —respondió Lucas con una sonrisa.
—Bien, pero antes repasemos las reglas —anunció Bruno.
—¿Hay reglas?
—Sí, querida prima, así la cosa es más justa.
A continuación, procedió a contarles en qué consistían las mismas. En principio, habría una votación en la que elegirían qué tipo de pizza harían. Los dos tenían que hacer la misma y utilizar los mismos ingredientes. Luego, se votaría de nuevo para elegir la ganadora. Todo de forma democrática, por supuesto. No querían que nada inclinase la balanza y afectara el resultado.
A pedido de la mayoría, la pizza elegida fue la caprese, sus ingredientes principales albaca, tomate y aceite de oliva. Cada uno prepararía su propia masa y luego la hornearía agregándole lo demás. Solo tenían una hora y media para hacerlo. Bruno era el encargado de controlar el tiempo.
En cuanto todos estuvieron de acuerdo, se pusieron manos a la obra.
Lucila los observó desde el sillón. La cocina no estaba separada del living, por lo que podía verlos a ambos mientras trabajaban, pero, aunque siempre le había gustado ver a un chef haciendo su magia, sus ojos se negaban a despegarse de Lucas. Aun con el gorro de cocinero y el delantal que su primo lo había obligado a usar, se veía terriblemente sexy. Y feliz también. Era evidente que no le desagradaba en absoluto cocinar.
Suspiró al recordar la vez que lo había hecho en Misiones. Ella estaba saliendo con Gabriel y este la había llevado hasta allí en busca de Daniela quien, junto con Pablo, se estaba quedando en la casa de él. En ese momento, no lo sabía, pero ya entonces se sentía atraída hacia él y no porque fuese apuesto, alto, musculoso —que por supuesto también lo era—, sino por su alegría y frescura, por su personalidad extrovertida y, sobre todo, por la seguridad que siempre le transmitía.
Apenas lo conocía y, aun así, no había podido evitar abrirse a él. Se sentía muy sola, su mejor amiga estaba lidiando con problemas importantes, sus primos estaban lejos y con sus padres no tenía la mejor relación. No tenía en quien apoyarse y cuando la angustia de no sentirse valorada y querida por el hombre que tenía al lado comenzó a ahogarla, ahí estuvo él, con sus certeras y cálidas palabras, con su sonrisa y amable mirada para aconsejarla y contenerla.
"Merecés mucho más de lo que tenés hoy a tu lado", le había dicho en esa ocasión, sin imaginar que luego sería él quien ocuparía ese lugar. ¡Y cuánta razón había tenido! Lucas tenía todo lo que había soñado en una pareja, en un hombre, y le aterraba pensar en el momento en el que tuviese que irse. Negó con su cabeza para apartar esos oscuros pensamientos. Ahora solo quería disfrutar de tenerlo allí con ella, de compartir con él un verano inolvidable.
—¡Tiempo!
La voz de Bruno la regresó bruscamente al presente provocando que los sonidos y los olores la invadieran de repente. Tanto José como Lucas habían terminado y se encontraban sirviendo las pizzas en las bandejas correspondientes.
Con una solemnidad digna de un programa culinario, todos se sentaron a la mesa y contemplaron las obras de arte mientras que los concursantes se quedaron de pie. A simple vista, no eran muy diferentes la una de la otra y eso logró sorprenderla, ya que generalmente los chefs se destacan por darles un toque distintivo a sus platos. No obstante, su chico no se quedaba atrás. Sí, definitivamente le gustaba cocinar. Por otro lado, el aroma que desprendían ambas era deliciosas y su estómago clamó en clara protesta.
La votación estuvo reñida, pero había que elegir un ganador y para la paz mental de José, la suya fue la elegida por unanimidad. Si bien ambas pizzas estaban exquisitas, la suya tenía un plus que ninguno supo especificar, pero que la hacía superior. Incluso Lucas estuvo de acuerdo. No sabía si se trataba de la masa o la salsa, pero tenía ese gusto característico de pizzería que un simple mortal no lograría emular ni en sueños.
—Felicitaciones. Más que merecido —dijo con una sonrisa extendiendo una mano hacia él.
—Gracias —aceptó José, orgulloso, estrechándosela—. Aunque debo reconocer que hiciste un gran trabajo. Mucho más rica que las que hacen algunos colegas que conozco.
Él asintió, conforme.
—Perdón —le susurró Lucila abrazándolo por detrás—. Juro que me encantó, pero...
Sonrió al oírla y se giró para quedar frente a ella.
—No tenés que disculparte. Fue una competencia justa, bonita.
—Lo sé, pero ahora me siento culpable —indicó haciendo una mueca que lo hizo reír aún más.
Sin soltarla, retrocedió unos pasos para aumentar la distancia entre ellos y el resto y le acarició la mejilla con el dorso de sus dedos. Luego, le apartó un mechón de su cabello colocándolo detrás de su oreja.
—Se me ocurren unas cuantas formas en las que podrías compensármelo más tarde —sugirió, travieso—. Pero ahora vayamos a comer que muero de hambre.
Ella se puso en puntitas de pie y acercó su boca a la oreja de él.
—Yo también muero de hambre —susurró de forma sensual.
Afectado por el doble sentido de sus palabras, la sujetó con fuerza de la cadera y la acercó más a él.
—Si estuviésemos solos, te subiría a esta mesada y te haría el amor ahora mismo —dijo con voz ronca—. Te abriría las piernas con suavidad y me deslizaría lentamente en tu interior, una y otra vez, hasta sentirte temblar y oírte gritar mi nombre.
Lucila jadeó al oírlo y se aferró a sus hombros enterrando los dedos en su firme carne. Su corazón palpitaba con fuerza y su respiración estaba acelerada. ¡Dios, ahora en lo único en lo que podía pensar era en sentirlo dentro de ella!
—Sos malo —se quejó con voz trémula.
—Es lo que generás en mí siempre que te tengo cerca. Me resulta imposible resistirme. Sos adictiva, bonita.
—Me pasa igual, todo el tiempo —reconoció—. Pero no podemos... mi familia...
—Lo sé —respondió con esa sonrisa que lograba derretir hasta el corazón más frío.
Y tomándola de la mano, la instó a regresar a la mesa donde todos ya se encontraban cenando. No obstante, dudaba mucho de que se quedasen más tiempo del necesario. Ahora que sus cuerpos habían despertado, no descansarían hasta ser saciados.
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¡Espero que les haya gustado!
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