Capítulo 17
Lucas advirtió al instante el desasosiego en José y por fin las piezas cuadraron. Ahora todo tenía sentido. Su extraño comportamiento, sus notorias evasivas y su completa animosidad hacia su persona, no tenían nada que ver con celos o cualquier idea loca que había cruzado por su mente. No, lo que sentía el joven era miedo. Miedo a que lo descubriese y lo que fuese que pensara que él podría hacer con eso. El primo serio, frío y distante de Lucila solo estaba asustado por las repercusiones legales de sus acciones.
En silencio, lo evaluó con la mirada por unos instantes. Estaba tenso y con sus manos fuertemente cerradas en puños. Aun así, no tardó en recomponerse y con una entereza que le resultó admirable teniendo en cuenta las circunstancias, abrió los ojos de nuevo y los clavó en los de él. En los mismos podía verse su preocupación e incertidumbre, pero también orgullo y determinación. Era evidente que no se arrepentía de nada. Por el contrario, parecía más que dispuesto a enfrentar las posibles consecuencias.
—¿Acaso no vas a decir nada? —inquirió con actitud defensiva.
Lucas arqueó una ceja ante el tono que había empleado. Era claro que su silencio lo incomodaba.
—¿Debería?
José frunció el ceño, confundido.
—Bueno, sí... quiero decir, sos policía y yo cometí...
—Un delito, sí —terminó por él—. Te escuché a la primera.
—¿Y bien? —preguntó, impaciente.
El muchacho parecía estar listo para defenderse, como si diera por hecho que lo atacaría.
Contuvo las ganas de reír. Era consciente de que su profesión provocaba cierta desconfianza y recelo en algunas personas, pero por lo general, se trataba de delincuentes, no de amantes enamorados. Por supuesto que intervendría si la diferencia de edad fuese mayor o pensara que se estaba aprovechando de la inocencia de una joven, no obstante, no parecía ser el caso. Asimismo, tampoco lo haría como policía, sino como familia porque, a pesar de lo mal que pudiesen llevarse, era importante para Lucila y eso lo volvía importante también para él.
—Imagino que la relación es consensuada —dijo al darse cuenta de que José esperaba algún tipo de validación por su parte.
—¡Por supuesto! —afirmó con seguridad, su tono más brusco que nunca—. Jamás haría nada en contra de su voluntad.
Sonrió. Parecía que su pregunta lo había ofendido y eso le gustó. Solo alguien que tuviese firmes valores reaccionaría de ese modo. Se notaba a la legua que era sincero y sintió que, por primera vez desde que había llegado al hotel, estaba viendo al verdadero José exponiendo su batalla interna ante todos, así como el dolor que le causaba el no poder estar junto a la mujer que amaba.
Sus ojos se posaron en los de Lucila por un momento. Al lado de su primo, lo contemplaba con la misma angustia que podía ver en él, padeciendo su pesar como si fuese propio. No pudo evitar que su pecho se llenase de orgullo ante eso. Era la mujer más cálida, empática y generosa que había conocido en toda su vida y era completamente suya.
Suspiró. Si José sentía por esa chica lo mismo que él por la belleza de ojos pardos que iluminaba sus días con su sola presencia, entonces estaba en grandes problemas. Al igual que sucedería con él si estuviese en su situación, nada ni nadie podría convencerlo de alejarse de ella. Solo por eso, acababa de ganarse su respeto y por supuesto, también su completo apoyo.
—No tenés nada de qué preocuparte conmigo —anunció por fin con un tono de voz calmo—. Pero asegurate de hacer las cosas bien. Huir con la chica antes de que cumpla los dieciocho, no sería algo que yo recomendaría.
—En ningún momento dije que pensase huir con ella.
Lucas se limitó a mirarlo, una sonrisa torcida asomando en su rostro. No hacía falta que lo dijese. Podía notarlo en su lenguaje corporal, en su mirada.
—Está bien, acepto que la idea cruzó por mi mente alguna vez —admitió—. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Su padre nunca permitirá que estemos juntos.
—No dije que fuese fácil, pero nada que valga la pena lo es, ¿no te parece?
Y por primera vez desde que se habían conocido, lo vio sonreír.
—Supongo que no.
Lucila estaba encantada con aquel intercambio. La había sorprendido mucho el secreto de su primo, en especial porque siempre habían sido muy cercanos. Familia, sí, pero también amigos, confidentes. Sin embargo, entendía sus razones para no contárselo. Sin duda, no había querido preocuparla con sus problemas y ella, mejor que nadie, conocía esa sensación —meses atrás, había actuado de la misma manera con Daniela ocultándole su tristeza para no angustiarla—. Luego, había aparecido Lucas y sin duda, el hecho de que fuese policía lo había llevado a encerrarse más en sí mismo.
La entristecía darse cuenta de lo solo que debía sentirse José y aunque sabía que no tenía la culpa, no pudo evitar sentirse responsable. Debió haber estado para él como tantas otras veces en el pasado su primo había estado para ella. Tal vez si lo hubiese encarado antes, si lo hubiese presionado para que hablara con ella y se desahogase, habría podido contenerlo y aliviar, de alguna manera, su pesar.
Cuando vio a Lucas parado en la puerta, supo que lo había escuchado todo y por un momento, tuvo miedo de lo que pudiese pasar. No obstante, él demostró, una vez más, el maravilloso hombre que era y no solo no hizo un drama de eso, sino que lo tranquilizó transmitiéndole la seguridad que tanto necesitaba. No había pasado por alto tampoco la forma en la que la había mirado, como si se estuviese poniendo en el lugar de su primo y eso no hizo más que reafirmar sus sentimientos por él. ¡Dios, cómo lo amaba!
—¡No! ¡De ninguna manera voy a permitir esto!
La voz del mayor de los hermanos resonó de pronto en la pequeña oficina provocando que todas las miradas se centraran en él.
—Bruno...
—¡No puedo creer que hicieras algo así! Ricardo confía en mí. ¿Cómo le explico esto ahora?
—¡No tenés nada que explicarle! Como dije antes, es asunto mío.
—Sabés muy bien que las acciones de cada uno de nosotros involucran al resto, y esto nos va a afectar a todos, incluso al hotel. ¿O te creés que los permisos nos lo dieron tan rápido por nuestras caras bonitas? Milano me dio su apoyo, su confianza. ¡No voy a dejar que lo estropees todo!
—¿Y qué sugerís que haga entonces? —cuestionó, exasperado.
—Para empezar, que dejes de verla. Cortá esto de raíz antes de que sea demasiado tarde, José. Hay miles de mujeres con las que podés salir.
Su hermano resopló, indignado.
—O sea que a vos te da lo mismo con quien estés. Tu mujer es igual a cualquier otra.
—¡Es diferente!
—¡No, no lo es! —explotó comenzando a caminar hacia él—. La amo de la misma manera que vos a tu esposa.
—¡Es una menor de edad! —gritó sin preocuparse por quien pudiese estar escuchando.
—¡Eso no cambia lo que siento por ella!
Lucila sabía cómo iban a terminar las cosas si alguien no intercedía. Miró a Lucas y luego a Agustín para ver si alguno de ellos hacía algo. Ninguno parecía tener intención de intervenir. Puso los ojos en blanco. Los hombres siempre arreglaban sus diferencias a los golpes y los demás, nunca se metían. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a dejar que eso pasase. Los quería demasiado a ambos para no intentar, al menos, calmar los ánimos.
—El intendente parece ser un hombre razonable, José —señaló tocando el hombro de su primo antes de que este continuara avanzando—. Estoy segura de que, si hablaras con él y le explicaras la situación...
—No, Luci —la interrumpió—. Cecilia ya lo intentó y no sirvió de nada. Le rogó que no la obligase a casarse con alguien a quien no amaba. Le dijo que estaba enamorada de otra persona, pero no la dejó terminar. Ni siquiera le importó saber de quién hablaba. Por eso pensé en llevármela lejos. Solo así podríamos estar juntos.
—¡No vas a hacer eso! —refunfuñó Bruno, para nada contento con la situación.
—¡Tampoco voy a renunciar a ella! —ladró.
—Por favor no discutan más, no sirve de nada —imploró su prima, angustiada.
Pero ninguno parecía escucharla. Estaban furiosos y con ganas de descargar la frustración uno en el otro.
—¡Es una nena, José! —continuó el mayor—. Ni siquiera debe saber lo que quiere. Hoy dice que está enamorada de vos, pero mañana se le cruza otro y...
No lo dejó continuar y antes de que tuviese tiempo de reaccionar, lo golpeó en el rostro.
—¡No hables así de ella! —gruñó, furioso.
Alarmada, Lucila dio un paso hacia ellos con la intención de detener la locura que se estaba desatando, pero Lucas la sujetó de la muñeca, impidiéndoselo. Sus primos estaban fuera de sí y no quería que saliese herida.
—¡¿Qué carajo te pasa?! —espetó Bruno dándole un empujón que lo hizo trastabillar hacia atrás.
A continuación, se frotó la dolorida mandíbula.
En ese momento, Agustín se interpuso entre ambos.
—Tenés que calmarte, José —ordenó el menor de los hermanos.
Pero este no le hizo el menor caso.
—¡No voy a dejar que la insultes de ese modo! —amenazó.
—¡Solo estoy siendo realista!
—¡No, estás siendo un cagón y un chupamedia!
Esta vez, fue a Bruno a quien Agustín debió sujetar para evitar que se abalanzara sobre él.
Lucas quería intervenir para poner fin a esa absurda pelea, pero no se movió de donde estaba. Ninguno de los dos buscaba lastimarse realmente o ya habría corrido sangre. No obstante, eso no aseguraba que no continuasen peleando. Si la soltaba, Lucila correría hacia ellos y podrían terminar golpeándola por accidente. No, no se arriesgaría a eso. Iba a tener que confiar en que Agustín pudiese arreglárselas solo.
Pero entonces, el muchacho hizo algo que logró sorprenderlo, incluso a él.
—¡Me gustan los hombres! —gritó de repente alzando la voz por encima de los gritos.
Todos se paralizaron ante tan inesperada confesión y un breve silencio se instaló en el ambiente.
—¿Qué? —preguntaron al unísono, confundidos.
—Que me gustan los hombres. Soy gay —aclaró, como si lo que había dicho antes no hubiese sido lo suficientemente claro.
Sus hermanos lo observaron durante unos segundos antes de intercambiar una mirada de entendimiento entre sí. Una sonrisa asomó de pronto en el rostro de José provocando otra igual en el de Bruno y antes de que se dieran cuenta, las carcajadas estallaron.
Los miró, desconcertado.
—¿De qué se ríen, tarados? Acabo de decirles que...
—Sos gay, sí, te escuchamos —afirmó el mayor entre risas.
—Ya lo sabíamos, hermanito —agregó el otro sin dejar de carcajearse—. Pero gracias por contárnoslo.
Agustín resopló.
—¡Son insufribles! —sentenció, molesto, aunque sus labios comenzaron a curvarse en lo que pronto se convirtió en una enorme sonrisa.
Lucila no pudo evitar sumarse a las risas con ese último comentario. ¿Acaso creía que no lo notarían? Tal vez nunca lo habían hablado abiertamente esperando a que él tuviese la suficiente confianza en sí mismo para contarlo, pero fue bastante evidente mientras crecían. Cuando sus hermanos empezaron a mostrar interés en las chicas, para Agustín jamás fue así. Siempre parecía incómodo con otros chicos, incluso algo reservado. Y aunque se esforzaba por disimularlo, su mirada se desviaba automáticamente cada vez que algún chico atractivo se paseaba por la playa.
—Están locos. Mis primos están mal de la cabeza —susurró sin molestarse en ocultar su diversión. Y su alivio, claro.
Lucas sonrió en respuesta y rodeándola por la cintura, la acercó a él. Por alguna razón que no terminaba de comprender, seguía sintiéndose inquieto. Por fin había descubierto lo que tanto ocultaba José y confirmar que no tenía nada que ver con ningún acto de corrupción, lo tranquilizaba. Sin embargo, su instinto le decía que no bajase la guardia que algo oscuro seguía rondando de cerca a Lucila y no iba a relajarse hasta encontrar la amenaza y eliminarla por completo.
Olvidándose de sus primos, se giró en sus brazos hasta quedar frente a él y llevó una mano a su rostro. Podía notar las marcas de preocupación en su frente, así como la tensión en su cuerpo, y de pronto, la invadió una urgente necesidad de consolarlo. Su pecho se oprimió cuando sus ojos se encontraron y un deje de temor apareció en los mismos. No obstante, pronto se esfumó dejando en su lugar esa calidez con la que siempre la miraba.
—¿Estás bien?
—Sí, bonita, solo estoy cansado —aseguró mientras se inclinaba hacia su contacto.
Parecía sincero y eso hizo que se relajase en el acto.
—Yo también estoy cansada —confesó con sus mejillas encendidas y bajó la mirada, avergonzada—. No duermo muy bien si no estás a mi lado en la cama.
Lucas sonrió. Le gustó escucharla decir eso, sobre todo porque a él le pasaba exactamente lo mismo. Con un dedo, le alzó el mentón y esperó a que lo mirase.
—Me pasa igual.
—¿En serio? —preguntó con una sonrisa que casi lo puso de rodillas.
Mierda, esa mujer era peligrosa. Nunca nadie había tenido semejante efecto en él y, aunque en un principio eso lo había asustado un poco, ahora lo maravillaba. Solo esperaba que nunca cambiase.
Asintió.
—En serio. Pero tengo la solución para eso —afirmó con picardía.
—¿Ah, sí?
—Ajá —susurró a la vez que se inclinó para besarla.
Pero antes de que sus labios llegasen a rozarse, el sonido de alguien aclarándose la garganta los interrumpió llamando la atención de ambos. Giraron las cabezas en la misma dirección y se encontraron con Agustín que los miraba con expresión divertida en el rostro. Solo entonces, se percataron de que Bruno y José ya no estaban.
—¿No deberían buscar un lugar más íntimo para hacer sus cositas?
—¿Y vos no tenés nada más interesante que hacer que fastidiarnos? —provocó Lucas, consciente de que no lograría ahuyentarlo tan fácilmente.
El muchacho amplió su sonrisa y negó con su cabeza.
—La verdad que no.
—Agustín —se quejó Lucila.
Amaba a su primo, pero en ese momento, estaba considerando la posibilidad de golpearlo. Tal vez así lograba que los dejase en paz. No obstante, pensándolo bien, su primo no estaba equivocado. Comenzaba a dudar de su capacidad para detenerse si Lucas comenzaba a besarla y ese despacho no era el mejor sitio para ponerse a prueba.
—En realidad quería hablarte de algo en privado si puede ser —anunció fijando sus ojos en los de él.
Lucila lo miró, extrañada.
—¿Pasa algo?
—No, prima, no te preocupes. Todo está bien. Solo serán unos minutos —dijo con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
No estaba segura de qué estaba pasando con los hombres de su familia, pero no le gustaba en absoluto. ¿Más secretos? Estaba a punto de objetar cuando Lucas posó una mano en su mejilla y la hizo mirarlo.
—¿Por qué no me esperás en tu departamento, bonita? Prometo no demorarme.
Ella suspiró y asintió. Era evidente que no hablarían hasta que ella se fuera. Solo esperaba que pudiese ayudarlo con lo que fuese que le estuviese preocupando. Tras prometerle que allí estaría, los dejó solos.
—¿Y bien? —instó el policía.
—Hay algo que no les dije antes a mis hermanos. —Hizo una pausa, como si necesitase ordenar sus pensamientos antes de continuar—. Estoy saliendo con alguien a escondidas desde hace unos meses.
Lucas sonrió, divertido.
—Okey... —dijo estirando la palabra a propósito sin terminar de comprender por qué se lo estaba contando a él—. Pero no debería avergonzarte. El amor es amor, lo demás no importa. Si se quieren, a la mierda el resto.
Agustín se carcajeó.
—Gracias por el ánimo, pero no es eso lo que me preocupa. Es que... Dios, después de la bomba que acaba de tirar mi hermano, esto te va a parecer un culebrón... Es el chofer del intendente.
—Bueno, veo que el dicho "todo queda en familia" aplica muy bien para ustedes —bromeó—. El consejo no cambia, Agustín.
—No me estás entendiendo. —Se pasó la mano por el cabello en un gesto nervioso—. Se trata de otra cosa. Una vez me dijo algo y aunque en ese momento no le di importancia, sabiendo ahora lo que sucede entre José y Cecilia, me preocupa un poco y como sos policía...
—Continuá por favor —lo animó, claramente interesado ahora.
—Una noche, Ricardo le pidió que lo llevase a una reunión con el subcomisario. Yo no entiendo mucho de esas cosas, pero se dice que el tipo está involucrado con el narcotráfico. Y bueno, me pareció un poco llamativo que justo después de eso, le ofreciera ayuda a mi hermano para la ampliación del hotel. Al ser policía, sé que tenés los medios para averiguar si hay algo ilegal detrás de todo esto. Tal vez sea solo una coincidencia y estoy exagerando, pero no me gustaría que mi familia saliese perjudicada por algo así.
—Hiciste bien en contármelo y quedate tranquilo que voy a llamar a mi compañero para que lo investigue. Gracias por confiar en mí.
—Por supuesto.
A Lucas no le sorprendió en lo más mínimo la noticia. Siempre había algún oficial corrupto que ensuciaba el nombre de las fuerzas con su puta mierda. De hecho, no había pasado tanto tiempo desde que había tenido que enfrentar a su propio jefe por la misma maldita razón. Sin embargo, no lo dejaba tranquilo que Lucila estuviese en medio de eso.
Exhaló, agotado. Tendría que volver a llamar a Pablo y pedirle que incluyera al subcomisario en la investigación, como así también su relación con el intendente. Pero de momento, eso tendría que esperar algunas horas. Ahora tenía que ir al encuentro de la única mujer que había calado tan profundo en él.
Lucila caminaba descalza de un lado al otro sobre la alfombra de su living. Solo había pasado media hora desde que había llegado, pero con cada minuto, su preocupación aumentaba. ¿Y si su primo tenía problemas con la ley? ¿Por qué otra razón Agustín hablaría con Lucas en lugar de con Bruno?
Su ansiedad crecía de forma vertiginosa y ni siquiera la ducha que se acababa de dar, había logrado serenarla. Impaciente como estaba, no se había secado el cabello. Tampoco se había molestado en volver a vestirse, por lo que aún llevaba su salida de baño.
Corrió a abrir la puerta en cuanto lo oyó golpear a la misma. Quería respuestas y esta vez no se conformaría con ninguna evasiva. Lo obligaría a contárselo todo, sin importar si, con eso, traicionaba la confianza de su primo. Estaba cansada de que siempre le ocultasen las cosas con la excusa de protegerla.
Pero todo quedó a un lado en el instante en el que él la recorrió con sus ardientes ojos verdes. ¡Dios, ¿cómo conseguía hacerla perder el hilo de sus pensamientos con solo mirarla?! Lo vio avanzar hacia ella tras cerrar la puerta hasta detenerse a escasos centímetros. Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo envolviéndola, tentándola y su respiración se quebró ante el latigazo de deseo que la recorrió entera.
Lucas sintió que le fallaban las piernas cuando la vio así vestida. Porque podía estar cubierta, pero sabía que debajo de eso no tenía absolutamente nada. El aroma de su cabello recién lavado invadió sus fosas nasales avivando el fuego en su interior. Su cuerpo cobró vida y su miembro se irguió en todo su esplendor presionando contra la tela de sus pantalones. Se acercó hasta casi tocarla y gimió al reconocer el deseo en sus ojos.
—Venía con toda la intención de que durmiésemos una siesta —le dijo con voz ronca.
—¿Y ya no?
—No, bonita. Lo que menos quiero hacer ahora es dormir.
Sin esperar su respuesta, se inclinó hacia ella y estrellando sus labios contra los suyos, la besó con ansia, con hambre voraz despertando en ambos un arrollador anhelo que los conmovió. Sus corazones se aceleraron y sus cuerpos se acercaron uno al otro de forma instintiva. Sintieron la pasión electrificando la piel, llenándolos de un cálido y bonito sentimiento nunca antes experimentado. Se deseaban, no había duda alguna, pero también se amaban.
Su centro vibró al sentir la muestra de su excitación contra su vientre y jadeó, extasiada. Jamás había experimentado la arrolladora y devastadora lujuria que él generaba en ella. Lo necesitaba del mismo modo que necesitaba respirar. Quería arrancarle la ropa y sentirlo entrar en ella hasta que alcanzaran juntos el clímax.
—Dios, ¿qué me estás haciendo? —preguntó con voz temblorosa.
Él gimió al escucharla y la apretó más contra su cuerpo.
—Me hago la misma pregunta desde que te conocí.
Incapaz de seguir conteniéndose, la alzó haciendo que lo envolviera con sus piernas y sin dejar de besarla, la llevó a la habitación. Definitivamente, dormir estaba sobrevalorado, ya que por mucho que necesitase el descanso, en ese momento, lo único en lo que podía pensar era en enterrarse en lo más profundo de ella.
Aún faltaban unas cuantas horas hasta que empezara el turno de Lucila en el restaurante y Lucas pensaba aprovechar hasta el último segundo.
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