Capítulo 15
Su respuesta lo sorprendió tanto que no fue capaz de reaccionar durante unos segundos. Sin embargo, pronto se recuperó y se apresuró a ir tras ella. A pesar de que no hacía mucho que se conocían, habían compartido mucho en ese corto lapso de tiempo, por lo que sabía que algo la tenía angustiada. La tristeza y decepción que alcanzó a ver en sus ojos le estrujó las tripas impulsándolo a querer disparar contra quien fuese que las hubiese puesto allí. Lo extraño era que tenía la sensación de que, esta vez, él era el culpable.
—¡Lucila, esperá!
Pero ella ya había salido y en ese momento, se encontraba cruzando el puente que unía los dos edificios. Soltando una maldición por lo bajo, aceleró el paso.
—Lucila —la llamó de nuevo al alcanzarla.
Ella se detuvo, pero no se giró obligándolo a adelantarse unos pasos para pararse frente a ella. Frunció el ceño al notar que evitaba mirarlo. ¿Qué carajo? Sentía cómo empezaba a agotarse su paciencia. Estaba en verdad exhausto. Haber revisado esas grabaciones le había drenado toda su energía. Todas esas horas sin verla no habían hecho más que aumentar su necesidad de ella. Quería estrecharla entre sus brazos y asegurarse de que estuviese segura, a salvo.
—¿Qué sucede, bonita? —le preguntó con voz calma a la vez que le alzó el mentón con un dedo para que lo mirase.
—Nada, solo estoy cansada —replicó con seguridad, aunque la voz se le quebró un poco al final.
Por supuesto, no le creyó. Por alguna razón que aún desconocía, Lucila estaba poniendo distancia y eso no le gustaba en lo más mínimo.
—Siento no haber estado hoy —se disculpó de nuevo—. Yo... necesitaba resolver algo.
Ella dio un paso hacia atrás apartándose de su contacto.
—Resolver algo —repitió enfatizando la última palabra—. ¿Y de qué se trata ese algo si puedo preguntar?
No quería mentirle, pero tampoco ponerla en peligro. Si lo que había descubierto en las grabaciones de seguridad era lo que sospechaba, entonces mejor que no lo supiera. No solo se asustaría, sino que podría alertar sin querer al hombre cuando este volviese, junto con el intendente, al restaurante, y eso era algo que no podía permitir. No sabía cómo podría reaccionar el guardaespaldas si sospechaba que ella estaba al tanto de sus actividades ilícitas. Bueno, en realidad sí lo sabía y justamente por eso, necesitaba mantenerla al margen de todo.
—Luci...
—Dejá, es obvio que no querés contármelo —espetó al ver que no decía nada y rodeándolo, continuó caminando hacia su departamento.
—Es por tu seguridad —dijo alcanzándola de nuevo—. Por favor, te pido que confíes en mí.
Ella frunció el ceño.
—¿Como cuando confié en que no le contarías a mi primo lo que pasó la otra noche?
Mierda, eso le dolió. Sabía que había traicionado su confianza cuando puso en aviso a Bruno sobre el guardaespaldas. Sin embargo, lo había hecho para protegerla y debía asegurarse de que lo entendiera.
—Lo siento, tenía que hacerlo. Es por tu...
—Seguridad sí, ya me lo dijiste antes.
Sin esperar más respuesta, se apartó de él de nuevo y se marchó, pero esta vez Lucas no la siguió. Se obligó a dejarla ir, a pesar de que la sensación lo desgarraba por dentro. Podía notar que estaba molesta y él se sentía demasiado cansado para seguir discutiendo. En ese estado, nada bueno saldría y no quería empeorar las cosas por decir algo equivocado. Con ella no quería arruinarlo antes de que siquiera hubiesen comenzado.
Su mano temblaba cuando por fin cerró la puerta de su departamento. Había corrido el último tramo de la escalera, impulsada por una emoción intensa que ni siquiera ella comprendía. Estaba furiosa, por supuesto, pero también se reprochaba por haberlo tratado de ese modo. Él podría haber hablado con su primo sin su permiso, pero sabía que lo había hecho para protegerla, o al menos eso había dicho y le creía. Aun así, algo ocultaba y eso la estaba matando.
Se dirigió a su habitación y se apresuró a quitarse la ropa. Necesitaba darse una ducha. El agua caliente siempre la ayudaba a pensar y en ese momento su mente era un caos. Ya bajo la lluvia, repasó los últimos acontecimientos. Lo único que tenía relevancia era lo sucedido con el guardaespaldas. Ese hombre parecía estar obsesionado con ella y sin duda, su rechazo no había hecho más que animarlo. No era tonta. Sabía perfectamente lo que habría pasado si Lucas no hubiese aparecido a tiempo.
Sin embargo, no había vuelto a saber nada de él, por lo que supuso que su intervención había dado resultado. Por otro lado, según lo que le había dicho, había estado ayudando a Bruno con algo del hotel. Pero, ¿de qué se trataba? Había estado ocupado durante casi dos días, ni siquiera había ido a verla la noche anterior. ¿Estaría su primo metido en problemas? Frunció el ceño al recordar cómo este le había rondado en las últimas horas. No, lo que fuese que les preocupaba tenía que ver con ella, estaba segura.
Con más preguntas que respuestas, cerró la ducha y salió del baño. Tras peinar su cabello, se esparció crema humectante en todo su cuerpo y se puso su camisolín sin molestarse en ponerse ropa interior. Se metió en la cama, consciente de que no podía dormir. Estaba demasiado agitada para conciliar el sueño. Sin pensarlo, agarró su celular y le envió un mensaje a su amiga. Pablo era extremadamente sobreprotector cuando se trataba de ella, por lo que no había nadie mejor que ella para entenderla. Unos minutos después, su teléfono vibró con una videollamada entrante.
—Sexo alucinante, por supuesto —respondió Daniela a modo de saludo.
No pudo evitar largar una carcajada. Su mensaje no había sido el más amable. En este le preguntaba cómo soportaba estar junto a alguien tan sobreprotector y ella, en lugar de tomarlo como una ofensa contra su marido, le había respondido con soltura con lo que sabía que le daría risa. Aunque tampoco dudaba de que fuese la pura verdad. La forma en la que Pablo la miraba no dejaba lugar a dudas respecto a lo mucho que deseaba a su esposa.
—Por supuesto —acordó, complaciente.
Luego de hablar por unos minutos de cosas triviales, la vio fijar los ojos en ella con sincero interés.
—¿Vas a contarme qué es lo que te preocupa?
Ella suspiró y a continuación, le habló acerca de lo sucedido con el guardaespaldas.
—¡Dios, Luci! Pero, ¿estás bien? Me refiero a... ¿Te lastimó?
—No, no. Lucas lo detuvo.
Su amiga exhaló, aliviada.
—¿Tenés miedo de que vuelva a intentarlo?
—No. No creo que se anime.
—Y... sería muy tonto de su parte hacerlo. Puede que Lucas sea más simpático y amable que Pablo —señaló con una mueca, consciente de lo brusco que podía llegar a ser su marido—, pero es igual de peligroso.
—Lo sé —convino recordando la frialdad que había alcanzado a ver en sus ojos tras aquel enfrentamiento.
—¿Y qué es lo que está mal, Luci?
—No lo sé —admitió frotándose la nuca en un gesto nervioso—. Hay algo que no me está diciendo, me doy cuenta y no me gusta cómo me hace sentir... Me recuerda demasiado a...
—Alto ahí, amiga. Creo que Lucas no se merece que lo compares de ese modo. Por lo que me contaste la última vez que hablamos ya demostró que le importás.
—¿Entonces por qué no confía en mí? —exclamó, frustrada.
—No sé si tiene que ver con confianza, Luci. Tal vez es algo de su familia y no quiere agobiarte. Él es muy reservado con su vida privada.
"No conmigo", pensó. Lucas solía hablarle sobre sus padres y hermana. También sobre su vida en Misiones. De lo que nunca hablaba era de su relación anterior. De pronto, un escalofrío la atravesó ante la posibilidad de que hubiese reconectado con ella.
—¿Te puedo dar un consejo? —preguntó su amiga al ver que ella no decía nada—. No te hagas la película sola. Seguro que todo tiene una explicación. Tené paciencia. —Ella arqueó las cejas al oírla—. Sí, lo sé, el muerto se asusta del degollado. —Sonrió—. Pero de a poco voy aprendiendo. Pablo también acostumbra a guardarse lo que cree que no necesito saber. Esa es siempre su primera reacción, pero después, con el tiempo, termina diciéndomelo. Es más fuerte que él, no puede evitarlo. Siempre fue un poco sobreprotector.
—¿Solo un poco? —bromeó—. Gracias, Dani, pero no creo que sea lo mismo. Pablo te ama con locura. Lo hacía incluso desde antes, aunque no lo sabía ni él. ¿O acaso te olvidaste de cómo dejó todo para ir a buscarte en cuanto supo que estabas en peligro?
—No, no lo olvido —dijo a la vez que esbozó una sonrisa—. Y sé que es diferente, pero él también está allí, ¿verdad? Sus vacaciones terminaron hace días, Luci, y, aun así, no volvió.
—Odio cuando usás la lógica conmigo.
Daniela se carcajeó.
—Solo te estoy devolviendo el favor —la provocó consciente de que habían intercambiado los roles.
Algo debió distraer a su amiga ya que en ese momento apartó los ojos de la cámara para mirar hacia su costado. Lucila fue testigo de cómo su bonito rostro se iluminaba y sus labios se curvaban en una sonrisa. A continuación, un musculoso torso desnudo se asomó por detrás de ella. La cabeza de Pablo apareció en la pantalla al descender sobre su hombro para besar su cuello a la vez que la rodeaba por la cintura con su fuerte brazo.
—Te quiero en la cama ahora, princesa —lo oyó decir con voz ronca.
Una risita salió de su boca antes de que fuese capaz de contenerla provocando así que los ojos azules del hombre se clavaran en los suyos.
—Lucila —saludó con una sonrisa ladeada—. ¿Todo bien?
—Todo bien —se limitó a decir dejando que la diversión se mostrara en su rostro—. Te llamo en otro momento, Dani. Creo que están un poco... ocupados —señaló con picardía.
—Excelente idea —dijo él mientras estiraba su mano hasta el teléfono y cortaba la comunicación.
Negó con su cabeza. Esos dos eran incorregibles. Se alegraba por Daniela. Su amiga había estado enamorada del hombre desde siempre y aunque tuvo que ser secuestrada para que él se diera cuenta de que también la quería, ahora estaban juntos y eran felices. Más que felices, diría por lo que acababa de presenciar.
De pronto, la invadió el impulso de llamar a Lucas. Quería verlo, sentir sus brazos a su alrededor, tal y como Pablo había hecho con Daniela hacía unos minutos. Anhelaba el roce de sus labios sobre su piel y el peso de su cuerpo sobre el suyo. Su cálida respiración en su oído mientras entraba en ella una y otra vez.
¡Mierda! Sabía que su inseguridad había salido a flote y eso la había llevado a reaccionar de forma infantil. Había alcanzado a ver el cansancio en su mirada, y el miedo a perderlo estuvo a punto de quitarle la respiración.
Inspiró profundo y exhaló despacio en un intento por calmarse. Por la mañana lo buscaría y se disculparía. Seguiría el consejo de su amiga y esperaría a que él quisiese contarle lo que fuese que lo estuviese preocupando. Mientras tanto, intentaría que su miedo no siguiese empujándolo lejos.
Corría tan rápido como su cuerpo lo permitía, sus grandes zancadas dejando huellas en la húmeda arena que pronto el mar hacía desaparecer al lamer la orilla con pereza. El agotamiento del día anterior lo había dejado fuera de combate en cuanto su cabeza tocó la almohada, pero no había dormido bien. Se había despertado en varias oportunidades, en todas buscándola y recordando, al instante, que no estaba en su cama.
En cuanto los primeros rayos de sol entraron por su ventana, atravesó la puerta, decidido a descargar la frustración que lo embargaba desde hacía días. La música solía ser su acompañante cuando corría. Lo ayudaba a poner la mente en blanco y dejarse llevar por el ritmo mientras sus músculos eran exigidos al máximo. Sin embargo, esa mañana no parecía estar ayudándolo.
No podía dejar de pensar en ella y la forma en la que, con tristeza, se había alejado dejándolo solo. Y no podía culparla, entendía sus razones, pero jamás haría nada que podría ponerla en peligro. Transparente como era, se volvería un cartel luminoso para ese tipo en cuanto pusiera un pie en el hotel. Porque que volvería estaba seguro.
Maldijo cuando "No one like you" de Scorpions comenzó a sonar a todo volumen en sus auriculares. Sabía perfectamente de qué iba la letra. Si había tenido alguna esperanza de poder despejar su mente, la misma acababa de quedar descartada. Su bello rostro, con esa radiante sonrisa que tanto le gustaba, se coló en sus pensamientos. Deseaba acunarlo entre sus manos, acariciar su oscuro cabello mientras la besaba y hundía su lengua en su boca degustando el exquisito manjar.
"Girl, it's been a long time that we've been apart. Much too long for a man who needs love. I miss you since I've been away. Babe, it wasn't easy to leave you alone. It's getting harder each time that I go. If I had the choice, I would stay. There's no one like you. I can't wait for the nights with you. I imagine the things we'll do. I just want to be loved by you" —"Chica, ha sido un largo tiempo que hemos estado separados. Demasiado tiempo para un hombre que necesita amor. Te extraño desde que me alejé. Nena, no fue fácil dejarte sola. Es más difícil cada vez que me voy. Si pudiera elegir, me quedaría. No hay nadie como vos. No puedo esperar por las noches con vos. Me imagino las cosas que haremos. Solo quiero ser amado por vos"—.
—¡Carajo! —gritó a la vez que aumentó, aún más, la velocidad.
Sintió al instante la protesta de sus músculos, pero no le importó. Era eso o arrojarse al mar y la segunda opción no le resultaba demasiado atractiva en ese momento.
Una hora después, ingresó de nuevo al hotel. Todo su cuerpo estaba cubierto en sudor y probablemente apestaba. Como no creía que Bruno se alegraría mucho si él espantaba a los demás huéspedes con su hedor, caminó rápidamente hacia la escalera que conducía a las habitaciones con la intención de darse una muy necesaria ducha. Luego, iría a buscarla. Sí, a la mierda con su idea de darle espacio. Empezaba a desesperarlo el no estar con ella.
Mientras avanzaba, apagó la música que todavía sonaba estridente y se quitó los auriculares. Estaba enrollándolos alrededor de sus dedos cuando su voz lo alcanzó de pronto. Sus piernas se detuvieron antes incluso de que su cerebro procesara la información y se giró hacia el sonido.
Se estremeció nada más verla. Se encontraba unos metros más adelante conversando con una joven que, estaba seguro, era a la que había visto en su lugar la noche anterior. Preciosa... Llevaba el cabello suelto, lo cual le recordó lo mucho que ansiaba volver a enterrar sus dedos en él, y un vestido corto y holgado. La recorrió con la mirada como si fuese un maldito depravado y se deleitó con las curvas que se insinuaban debajo de la recatada prenda. Su aspecto tenía un aura de inocencia que, curiosamente, lo puso duro en cuestión de segundos.
Unió sus manos delante de él en un pobre intento por disimular el efecto provocado justo en el momento en que sus miradas se encontraron. Vio cómo sus ojos descendían hacia su entrepierna y luego volvían a subir con un renovado brillo que hizo que su pene latiera en respuesta. ¡Mierda! Apretó los dientes al sentir la fuerte y visceral reacción hacia ella.
Notó que sus labios se curvaban en una semisonrisa justo antes de decirle algo a la joven quien, luego de asentir, le dio un beso en la mejilla y se marchó. Quería acercarse, apretarla contra su cuerpo —sudado o no, le daba igual— y besarla como si no hubiera un mañana, pero se contuvo. La verdad era que no estaba muy seguro de que pudiese caminar con semejante erección sin asustar a las pocas personas que se encontraban alrededor.
Lucila lo había visto entrar y había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no correr hacia él y arrojarse a sus brazos. Había pasado una pésima noche, apenas había dormido y todo su cuerpo exigía su cercanía. Por su aspecto, supuso que venía de correr y aunque el sudor no era algo que le resultase particularmente sensual en un hombre, verlo hizo estragos en ella.
Era consciente de que le debía una disculpa, o al menos, una explicación por el modo en que lo había tratado la noche anterior y lo haría en cuanto terminase de hablar con la chica que la había reemplazado en su día libre. No obstante, esta no parecía tener intención alguna de irse. Minutos antes, la había animado a que le contase cómo había ido todo en su ausencia, ya que necesitaba distraerse para dejar de pensar en él, y ahora parecía que nada la detendría.
Tal vez, era lo mejor. Lucas no la había visto y ya estaba a punto de desaparecer en la escalera, lo cual le venía bien. No estaba segura de que pudiese contenerse si él se acercaba en ese momento y no quería quedar como una loca al tirársele encima horas después de haberlo alejado.
—No te preocupes, Marcela, mi primo ya sabe cómo es. Siempre hace lo mismo —estaba diciendo para tranquilizarla después de que le transmitiese su preocupación por una señora que, habiendo llegado antes del horario de su reserva, se había quejado de ella por hacerla esperar por su mesa.
Lucas debió haber reconocido su voz porque, nada más quitarse los auriculares, se giró hacia ella. "¡Dios santo!", pensó cuando su centro vibró al sentir cómo sus ojos la recorrieron con deseo. Solo él era capaz de generarle tanto con solo una mirada. Parecía tener el poder de acariciarla a distancia y sin poder evitarlo, clavó sus ojos en los suyos.
Su corazón se disparó al ver el evidente bulto en sus pantalones —el cual parecía querer ocultar detrás de sus manos— y apartó la mirada antes de que su cuerpo la traicionara impulsándola hacia él. Sonrió. Era evidente que estaba teniendo los mismos problemas que ella para controlarse. Como él no se iba y ella estaba siendo incapaz de mantener una conversación de la cual ya había perdido el hilo, se excusó con la chica y caminó hacia él.
—Hola —lo saludó con timidez.
La verdad era que estaba un poco avergonzada por su reacción en su último encuentro. Y si a eso le sumaba el estado de necesidad en el que se encontraba, ahora que lo tenía por fin frente a ella, tenía suerte de que la voz no le saliese quebrada y temblorosa.
—Hola, bonita —respondió con una sonrisa que la caldeó por dentro.
Sabía que estaba igual de afectada que él y eso estaba empezando a dificultarle las cosas, ya que no había forma de ordenarle a su pene que se comportara. El mismo estaba en completo estado alerta y listo para la acción.
Alzando su mano hacia ella, le acarició la mejilla y sin poder contenerse por más tiempo, se inclinó para besarla. Su otra mano fue a su cintura y la acercó a su cuerpo mientras su lengua presionaba para adentrarse en su boca. ¡Sí! Esto era justo lo que su médico le había prescripto. Bueno, si hubiese ido a verlo, estaba seguro de que lo hubiese hecho.
Lucila apoyó una mano en su pecho y le permitió besarla como tanto había ansiado desde hacía días. Se estremeció al sentir su dureza contra su vientre y gimió contra sus labios. Esperaba que no hubiese niños alrededor ya que, sin duda, no era una visión apta para todo público y ella no tenía la fuerza necesaria para apartarse de semejante delicia.
Por fortuna, él pareció recobrar la cordura a tiempo y puso fin al beso.
—Te extrañé —lo oyó decir con voz ronca.
—Yo también —confesó, sintiéndose culpable.
—Siento lo que...
—Perdón por lo de...
Ambos rieron. Habían hablado al mismo tiempo.
—Yo primero —dijo ella, decidida.
Lo había pensado mucho y quería disculparse por su reacción. Seguía sin gustarle el que le ocultase algo, en especial si eso le afectaba directamente, pero las palabras de su amiga la habían hecho reflexionar. Debía confiar en él antes de exigir confianza. Lucas era diferente a los hombres que habían estado con ella antes y no era justo que lo pusiera en la misma bolsa.
—De acuerdo —respondió, divertido.
Pero antes de que pudiese empezar, vio que apartaba la vista hacia su celular, que aún tenía en la mano. Asintió cuando él se disculpó para tomar la llamada alejándose unos pasos.
—Hola... Sí, todo bien. Todavía me quedan unos días antes de volver... ¿Qué? ¿De qué estás hablando? —Desde donde estaba apenas podía oírlo, pero, a juzgar por la expresión en su rostro, supo que no le gustaba lo que estaba escuchando—. ¿Por qué le dijiste? —continuó con voz pausada, como si estuviese haciendo un esfuerzo por contenerse—. No, está bien... No estoy enojado, tranquila... —Bueno, ahora sabía que se trataba de una mujer—. Sí, te llamo cuando vuelva para que podamos vernos... Yo también.
¿Yo también? Solo se le ocurría una cosa a la que se le pudiese responder de esa manera y no le gustó en lo más mínimo. No pudo evitar ponerse celosa. ¡Maldita inseguridad!
Lucas regresó a su lado tras guardarse el teléfono en el bolsillo. La breve conversación que acababa de tener lo había alterado sobremanera, pero no iba a permitir que eso arruinase el momento. Sabía que Lucila quería disculparse y, aunque a él le parecía innecesario, la escucharía y después volvería a besarla. Nunca antes había tenido esa urgencia con una mujer. Solo ella despertaba el salvajismo en su interior. Necesitaba de sus labios tanto como necesitaba respirar.
—Siento haberte hecho esperar. —Hizo una mueca al pensar que se había disculpado por algo similar la noche anterior y no había terminado muy bien.
Pero eso quedó a un lado cuando notó el dolor en sus ojos, otra vez. ¿Qué carajo? Alzó su mano para acariciar su mejilla, pero ella retrocedió, impidiéndoselo.
—¿Qué pasa? —indagó.
—Tengo claro que lo nuestro es solo un engaño, que fingimos estar juntos por mi seguridad, pero no lo es para mí... Yo no puedo evitar sentir... No voy a caer en lo mismo, Lucas. Me niego a ser la segunda. Tal vez deberíamos dejar de vernos —soltó sin más provocando que su estómago se estrujara ante la sola idea de alejarse de ella.
¿De qué estaba hablando? Sí, era consciente de que él le había dicho eso, pero solo para que no opusiera resistencia. La realidad era que entre ellos había algo mucho más profundo. Podían no ser novios en el sentido convencional de la palabra, pero ella era su mujer y eso no era negociable.
—No sos la segunda —afirmó con más brusquedad de la que pretendía.
—¿Estás seguro? Porque desde donde yo estoy, parece que no podés esperar a volver para reunirte con tu ex.
Se arrepintió en cuanto lo dijo, pero se mantuvo firme. Ya no era la misma de antes. No toleraría que la usaran y la desecharan como si no valiese nada.
Con esa afirmación, Lucas lo entendió todo. Estaba convencida que acababa de hablar con Julieta cuando en realidad había sido su hermana quien lo había llamado en medio de un colapso nervioso.
Lo que acababa de decirle, le había removido emociones que no quería sentir cerca de ella y por eso, al cortar, había intentado sonar indiferente, pero era evidente que no lo había logrado y ella había sacado sus propias conclusiones. Lo enfurecía que se refiriera a sí misma de esa manera, pero lo que más le dolía, y mucho, era que lo creyese capaz de algo así.
Perdiendo por completo la paciencia, la tomó de la mano y tiró de ella para comenzar a subir la escalera. No iban a tener esta discusión en medio del pasillo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó intentando zafarse, pero él afirmó más su agarre.
—Buscando algo de privacidad —se limitó a decir.
Tras cerrar la puerta de su habitación, se giró para enfrentarla.
—Era mi hermana —declaró, molesto—. Me llamó llorando después de tener una discusión con mi madre, a quien le encanta meterse en los asuntos de los demás, en la cual terminó diciéndole la verdadera razón por la que me separé de mi ex. —Hizo una pausa, como si necesitase tomar valor para decir lo siguiente—. Me fue infiel y lo descubrí de la peor manera. Fui a buscarla a su trabajo al salir del hospital donde me recuperaba de una herida de bala y la encontré teniendo sexo con otro hombre. Solo se lo conté a mi hermana porque nuestros padres son muy amigos y no quería que la juzgasen. Ambos sabemos lo que hizo y con eso me basta.
Lucila advirtió el dolor en sus ojos y lo sintió como propio. No entendía cómo alguien podría engañar a un hombre tan bueno, honesto, protector, apasionado. No, él no se merecía que lo dañasen de ese modo. Y ella prácticamente lo había acusado de lo mismo. Bueno, no del todo, pero sí de utilizarla y jugar con sus sentimientos. ¡Dios, era una imbécil! Estaba por disculparse cuando él siguió.
—No sos la segunda para mí —repitió— y jamás lo serás. Y lo nuestro nunca fue un engaño. Desde que te tuve por primera vez en ese hotel, no pude sacarte de mi cabeza. Estás muy enterrada en mi corazón, Lucila, y dudo mucho que salgas de ahí alguna vez.
Un sollozo escapó de sus labios al oírlo. ¿Cómo podría haber dudado alguna vez de este hombre?
—Lo siento. Son mis miedos los que me hacen actuar así, pero sé que tampoco es excusa. Me enamoré de vos, Lucas, y no sé qué voy a hacer cuando tengas que irte. Yo...
Él dio un paso hacia ella y tomó su rostro entre sus manos.
—No pensemos en eso ahora. Te amo, bonita, no mentí en eso y te juro que no está en mis planes herirte de ningún modo.
Sin esperar respuesta, presionó sus labios contra los suyos. Necesitaba con desesperación volver a sentirla.
Le devolvió el beso con la misma pasión. Gimió. Lo deseaba tanto que dolía. Ella también lo necesitaba. Quería entregarse a él. Demostrarle que era suya, que siempre lo fue.
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¡Espero que les haya gustado!
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