Capítulo 13
La tormenta por fin había cesado y aunque el viento ya no soplaba con tanta fuerza y la temperatura se había vuelto más agradable, el sol seguía escondido entre las nubes. En días así, la playa no era una opción. No obstante, había otros lugares que podían visitar en la ciudad y excursiones que les brindaba tanto a turistas como a la gente local la oportunidad de pasar un rato agradable en familia o entre amigos.
Por esa razón, Lucila le propuso a Lucas que fueran al Faro Querandí, una reserva natural alejada, ubicada en el extremo sur de Villa Gesell. Para acceder al mismo había que ir en un vehículo todo terreno —en el hotel tenían uno de esos— o bien en cuatriciclo. Sabía lo mucho que a él le gustaba la aventura, por lo que estaba segura de que aceptaría sin dudarlo. La sonrisa que vio en su rostro le confirmó que estaba en lo cierto.
—¡Me encanta la idea!
—Genial, me daré una ducha rápida entonces, así desayunamos temprano y nos vamos. Debés estar hambriento —señaló con entusiasmo a la vez que se sentó en la cama.
Pero él enroscó un brazo alrededor de su cintura, impidiéndoselo.
—Lo estoy, pero no de comida —replicó mientras posaba sus labios en el hueco de su cuello.
Lucila no pudo evitar gemir ante el suave contacto. Todavía no entendía cómo hacía que todo en ella se encendiese con tan solo una caricia. Rindiéndose a las increíbles sensaciones que él le provocaba, inclinó la cabeza para darle espacio y disfrutó del delicioso roce de su lengua sobre su estremecida piel.
—Lucas... —susurró con voz entrecortada cuando su boca descendió hasta la endurecida punta de uno de sus pechos.
Él la recorrió con su lengua despacio a la vez que llevó una mano hacia la otra para atormentarla con sus dedos. Su inmediata respuesta lo excitó aún más instándolo a volverse más brusco. Era increíble el poco control que tenía de sí mismo cada vez que estaba con ella.
—Me volvés loco, bonita.
Su cálido aliento contra la sensible y humedecida piel la hizo temblar y enterró los dedos en sus hombros cuando lo sintió apoderarse de su otro pecho y succionar con fuerza.
—Y vos a mí —logró articular, perdida por completo en las exquisitas sensaciones—. Pero debemos parar... tengo que ducharme y después... Oh, Dios, no pares, ¡no pares! —se contradijo al instante.
Él gimió al oírla. Le encantaba sentir la forma en la que siempre se deshacía entre sus brazos. Dispuesto a obedecer su ruego y mucho más, la pegó a su cuerpo y la alzó en brazos para llevarla al cuarto de baño. Si ella quería ir a la ducha, entonces eso era precisamente lo que harían.
Reían como dos niños cuando entraron en el comedor. Lucila aún tenía el cabello húmedo a causa del reciente baño y sus mejillas rosadas debido a lo que acababa de susurrarle Lucas al oído. No importaba que acabase de darle múltiples orgasmos en la ducha más sensual que alguna vez había tomado. Solo bastaba una palabra suya para que lo desease de nuevo con un ansia que no tenía precedente, y por la chispa que podía ver en sus ojos, a él le pasaba exactamente lo mismo.
Se puso seria de repente cuando, del otro lado del restaurante, alcanzó a ver a su familia sentada a la mesa. Se sorprendió al verlos a todos. Por el horario, suponía que, al menos Bruno y José, ya estarían ocupándose de sus tareas. Le extrañó también que estuviese la esposa del primero y se preguntó si tal vez se había olvidado de algún compromiso importante. Por acto reflejo, intentó apartarse de Lucas, pero este se lo impidió al sujetarla con más fuerza.
—¡Hola, tortolitos! —saludó Agustín con picardía utilizando el mismo apelativo de la otra noche.
Lucila sintió deseos de matarlo lentamente cuando todos voltearon hacia ellos. ¿Acaso nunca se medía? No, claro que no, jamás lo había hecho, no iba a empezar ahora. Sonrió en un intento por disimular los nervios que comenzaban a invadirla y continuó caminando en su dirección.
—Buenos días —saludó Patricia con una sonrisa—. El café todavía está caliente y recién trajeron el termo —continuó, alegre.
—Muchas gracias —respondió Lucas a la vez que asintió con la cabeza.
A continuación, apartó una de las sillas para que Lucila se acomodara y se sentó a su lado. Por la expresión en el rostro de todos, supo que el gesto no había pasado desapercibido. "Bien", pensó, complacido. Por su seguridad, era imprescindible que todos creyeran que estaban juntos.
—Bueno, parece que no fui el único que quiso quedarse más tiempo en la cama —presionó el menor de los primos con falsa inocencia.
—Agustín —advirtió Bruno ante el descarado comentario, no obstante, había diversión en su rostro.
—El día ameritaba —replicó Lucas encogiéndose de hombros.
Sonrió cuando el joven casi escupió el café en respuesta y le guiñó un ojo a Lucila al sentir sobre él su mirada asesina.
—Entonces... ¿ya es oficial? —preguntó Patricia mientras le daba suaves palmadas en la espalda a su cuñado.
Todas las miradas volvieron a centrarse en ella.
—Bueno, es un poco... —comenzó a decir, nerviosa.
—Lo es —afirmó Lucas con seguridad.
La mujer se llevó una mano al pecho ante la emoción.
—¿Ya lo sabe tu mamá?
La pregunta de José, quien hasta ese momento había permanecido callado, la hizo estremecerse. Lo miró a los ojos en un intento por entender la razón por la que le había preguntado eso. Sabía muy bien que era un tópico sensible entre ellas.
—No, no lo sabe y preferiría que siguiese así por el momento.
Este sonrió con burla a la vez que negó con la cabeza.
—Por supuesto.
Lucas frunció el ceño al escucharlo. Comenzaba a fastidiarle su actitud y no estaba seguro de cuánto más lo toleraría. Le importaba muy poco si le gustaba o no la noticia, pero sabía que a ella sí y no iba a permitir que le hiciera daño con su falta de consideración. No obstante, decidió callar. No deseaba hacer una escena que la incomodase aún más. En cambio, esperaría hasta que estuviesen a solas y lo encararía asegurándose de dejarle en claro que no estaba dispuesto a seguir soportando ese comportamiento.
—Por mi parte, mis labios están sellados —aseguró Agustín en un claro intento por aligerar el ambiente.
Todos lo miraron con incredulidad.
—Sí, claro —replicó ella sin poder evitar sonreír.
—¡Ay, estoy tan contenta, Luci! Hacen una hermosa pareja —dijo de pronto Patricia con lágrimas en los ojos.
Al parecer, las hormonas estaban haciendo de las suyas.
—Gracias —respondió ella con esa timidez que a él tanto le gustaba.
Una extraña, aunque hermosa, sensación se instaló en el pecho de Lucas cuando pensó en ellos de ese modo. Lo cierto era que no le desagradaba en lo más mínimo. Por el contrario, le gustaba y mucho.
El brusco y repentino sonido de una silla arrastrándose en el piso, lo sacó de sus cavilaciones. Apretó los puños al ver que José se ponía de pie para luego alejarse hacia a la cocina. Ni siquiera había intentado disimular su malestar. Sintió el fuerte impulso de seguirlo y enseñarle por las malas lo que parecía no entender por las buenas, pero se contuvo. Sabía que eso solo angustiaría más a Lucila y no era algo que deseara que sucediera.
—No le hagas caso, está así desde hace meses —dijo Bruno al notar la aflicción en el rostro de su prima—. Pensé que tu llegada lo haría relajarse un poco, todos sabemos que siempre tuvo una debilidad por vos, pero ya veo que estaba equivocado.
Lucas no supo por qué, pero no le gustó para nada cómo había sonado eso. ¿Una debilidad? ¿A qué se refería con eso? ¿Acaso José guardaba otro tipo de sentimientos hacia ella? ¿Eran celos lo que lo llevaba a actuar de ese modo? Estaba seguro de que no lo quería allí, eso era más que evidente, pero hasta el momento, había creído que se debía a su profesión. ¿Y si en realidad era por su relación con Lucila? Se estremeció de solo considerar la posibilidad. ¡Eran primos! Mierda, todo se iba a poner bastante incómodo si ese era el caso.
—¿Hace meses? —la oyó preguntar, alarmada.
Una vez más, lo conmovió su empatía y generosidad. Incluso dolida, seguía preocupándose por él.
—Sí, pero se cierra como una ostra cada vez que le preguntamos, así que ya no lo hacemos —agregó Patricia, igual de preocupada que ella.
Un incómodo silencio se formó de repente.
—Amor, ¿le mostraste a Luci el video de la panza moviéndose cuando el bebé cambia de posición? —preguntó su esposo en un claro intento por desviar el tema.
—¡No! ¿Qué video? Mostrame —exclamó la susodicha con renovado entusiasmo.
Sus ojos centellearon en el acto.
—Ay, no sabés cómo se mueve. ¡Es increíble! —dijo mientras buscaba la filmación en su teléfono.
Lucas asintió hacia Bruno en señal de agradecimiento. Si antes tenía su respeto, ahora también contaba con su completa lealtad.
La Land Rover de Bruno conquistó el corazón de Lucas en segundos. Este se la había ofrecido nada más enterarse de que pensaban ir de paseo al faro y le indicó qué camino tomar para que la experiencia fuese inolvidable. Por supuesto que podrían haber optado por contratar a un guía que, además, les contara un poco de su historia, pero le gustaba más la idea de incursionar en la naturaleza por sí mismo. Por su parte y por insistencia de Patricia, Lucila había preparado algo de comer para que hicieran un picnic una vez allí.
Siguiendo las indicaciones, se dirigieron hacia Mar Azul, donde comenzaba la reserva natural del Faro Querandí, por un camino de bosque en lugar de la ruta tradicional. Si bien solía oír música siempre que conducía, esta vez optó por dejar que el sonido del viento y el hermoso canto de las aves desde lo alto de los grandes y tupidos árboles que los rodeaban, los acompañasen. Sumado a eso, bajó su ventanilla para dejarse envolver por el delicioso aroma de la frondosa vegetación.
Lucila lo imitó de inmediato y sus pelos comenzaron a danzar en el aire. No le sorprendió que ni siquiera le importase. Comenzaba a comprender que era diferente a la mayoría de las mujeres y, para su fortuna, parecía disfrutar de su compañía. Sin poder contenerse, la sujetó de la nuca y la acercó a él para besarla. La acarició con su lengua instándola a separar sus labios y hurgó en su boca con deleite como si estuviese saboreando su helado favorito. Se separó con renuencia a los pocos segundos. Sabía que, si seguía, lo que menos harían era pasear por el faro.
Su corazón latía desbocado cuando él se apartó para concentrarse en el camino de nuevo. ¡Dios, ¿cómo hacía para generar siempre esa respuesta en su cuerpo?! Tenía muchas ganas de recorrer la reserva, pero ahora que el deseo se había vuelto a encender en ella, no podía dejar de pensar en subirse a su regazo y tomarlo en su interior hasta que ambos quedaran exhaustos. Se apartó el cabello de la cara y respiró profundo en un intento por apartar de su mente aquellos eróticos pensamientos.
Ya en la entrada de la reserva, continuaron por el camino señalizado incursionando en vastas y hermosas extensiones de playa que parecían agrandarse conforme avanzaban en el recorrido. El paisaje era impresionante. A un lado se encontraba el océano y al otro largos e interminables médanos cubiertos de acogedores mantos verdes.
—Mirá, bonita —la llamó con diversión en la voz.
Ella lo miró, curiosa, y sus mejillas se encendieron en cuanto leyó el enorme cartel que se alzaba delante de ellos.
—¡No sabía que había una playa nudista en Gesell! —exclamó, sorprendida.
No pudo evitar mirar hacia las dos camionetas estacionadas frente al mar. Las mismas tenían las puertas abiertas y había mantas extendidas entre ambos vehículos para resguardarlos de miradas indiscretas —como la suya en ese momento, claramente—. Volvió a posar los ojos en él cuando lo oyó carcajearse. Era evidente que lo divertía su reacción.
—¿Viste algo interesante?
—¡No! —se apresuró a decir—. Las mantas no me dejaron ver nada.
Las carcajadas de Lucas se hicieron más audibles.
—Te diría de venir otro día, pero temo que nos arrestarían porque no hay chance de que no te toque si te veo desnuda.
Una vez más, el calor se apoderó de sus mejillas y se cubrió la boca cuando ya no pudo reprimir la risa.
—Como si la ropa te hubiese detenido antes —provocó, divertida.
Él clavó sus ojos verdes en los de ella. Estos tenían un brillo especial que le indicó que no siguiese por ese lado a menos que estuviese preparada para una aventura de otro calibre. Tragó con dificultad cuando el latigazo de placer la tomó por sorpresa.
Lucas reprimió un gemido al advertir el efecto causado y cerró sus manos alrededor del volante en un pobre intento por mantenerlas en su lugar.
—Dudo que exista algo que lo haga cuando se trata de vos —reconoció, igual de afectado.
Mierda, tenía que controlarse si no quería perder el control del vehículo. Y de sí mismo, claro.
Luego de un par de minutos en los que ninguno dijo nada más, llegaron al lugar donde Agustín les había dicho que podían hacer sandboard. Incluso les había prestado su tabla la cual usaba con sus amigos para tirarse desde lo alto del médano. Si bien Lucas ya lo había hecho antes, era la primera vez de Lucila y en cierto modo, eso hizo que la idea le resultara más interesante.
—Yo... No creo poder... Las alturas me dan miedo —expresó ella, de pronto, nerviosa.
—¿No confiás en mí?
—Por supuesto que sí.
—Entonces, no te preocupes. No voy a dejar que nada malo te pase —le aseguró tomándola de la mano para instarla a subir.
Con esfuerzo, escaló el empinado médano. Si creía que se encontraba en forma, acababa de confirmar que estaba equivocada. Apenas si podía respirar normalmente cuando por fin alcanzó la cima. Alzando una mano, le indicó que le diera unos segundos mientras intentaba recuperar el aliento. A continuación, se inclinó hacia adelante y se apoyó sobre sus muslos. Cuando por fin logró normalizar la respiración, se irguió de nuevo y lo miró. ¡Ni agitado estaba!
—Te detesto —gruñó, frustrada.
—Sabés que eso no es cierto —respondió con una sonrisa y extendiendo una mano hacia ella, la ayudó a sentarse sobre la tabla.
—¿Estás seguro de que esto no es peligroso?
—Vas a estar bien —la animó—. Ahora flexioná las piernas, apoyá los pies sobre el borde y tocá la arena con las manos.
—¿Así?
—Sí, perfecto. ¿Lista? Voy a soltarte, bonita.
Inspiró profundo para calmarse.
—De acuerdo.
No pudo evitar gritar de emoción en cuanto comenzó a deslizarse hacia abajo. La sensación de la arena escurriéndose entre sus dedos y el viento en su cara mientras descendía por el médano le resultó de lo más estimulante. Cuando por fin se detuvo, se puso de pie y con los brazos en alto, saltó, victoriosa.
—¡Esto es increíble! —gritó hacia Lucas que la contemplaba desde lo alto.
Sus carcajadas no tardaron en alcanzarla.
Emprendiendo la tortuosa marcha cuesta arriba de nuevo, subió despacio hasta llegar a su lado. Ahora era el turno de él y se moría por verlo en acción. Abrió grande los ojos cuando lo vio pararse sobre la tabla. Era evidente que no pensaba sentarse. Sin embargo, antes de que pudiese decirle algo, él le guiñó un ojo y se lanzó hacia abajo deslizándose con gracia sobre la arena.
—Presumido —murmuró por lo bajo con una enorme sonrisa en el rostro.
Se tiraron varias veces más antes de que el agotamiento pudiese con ella. Entonces, él le propuso comer antes de seguir hacia el faro. Se subieron de nuevo a la camioneta y se dirigieron más cerca del mar para disfrutar de los ricos sándwiches que Lucila había preparado antes de salir.
—La verdad que estaba muerta de hambre —confesó al terminar el primero.
—Dicen que el ejercicio abre el apetito.
—Como el agua. Siempre que nado, después quiero comerme todo.
El recuerdo de ella en traje de baño saliendo de la piscina del hotel se coló de pronto en su mente y ya no fue capaz de pensar en nada más.
—Me pasa igual. Cuando te veo nadar, quiero comerte toda —reconoció con expresión seria.
No sabía por qué le decía esas cosas. No solo era atrevido, sino que lo hacía quedar como un adolescente sin control alguno sobre sus hormonas. Sin embargo, no podía evitarlo. Ella despertaba en él un anhelo difícil de contener. Tras haber estado juntos por primera vez luego de la boda de su mejor amigo, no había podido olvidarla y cuando volvió a verla, meses después, supo que nunca sería capaz de hacerlo. No sabía cómo iban a resolver el tema de la distancia, pero de algo estaba seguro, no había forma de que se separase de ella de nuevo.
Lucila exhaló al oírlo. ¡Dios, le parecía tan sexy cuando le hablaba así! Sabía que era una locura, pero lo deseaba en ese instante y no se detendría. Apoyándose sobre una de sus rodillas, se apartó del asiento y golpeó el mismo con la palma de su mano en una clara invitación. Él debía ansiarlo tanto como ella ya que, en menos de un segundo, con una agilidad que no dejaba de sorprenderla, se cambió de lugar ubicándose debajo de ella. Llevaba pantalones, por lo que sería una tarea difícil, pero no le importaba. Lo quería dentro suyo y no podía esperar ni un minuto más.
—¿Estás segura? —preguntó con voz entrecortada mientras la observaba deshacerse de sus jeans.
Moriría si le decía que no, aun así, lo entendería. Jamás haría algo que la hiciera sentir incómoda. Si bien no había nadie más allí con ellos, era consciente de que eso podía cambiar en cuestión de segundos.
El fuego que alcanzó a ver en sus ojos le dio la respuesta que necesitaba. Abrió sus pantalones y los bajó lo suficiente para que ella pudiese sentarse encima de él con una pierna a cada lado de su cuerpo. Gimió al sentirla deslizarse hacia abajo despacio cubriéndolo, poco a poco, rodeándolo con el intenso calor de su interior, y la sujetó de las caderas cuando la presión a su alrededor lo debilitó. ¡Cielo santo, sentía que moría y renacía con cada movimiento!
Aferrada a sus hombros, Lucila comenzó a moverse lentamente hacia adelante y hacia atrás en una suave y deliciosa danza que, en pocos segundos, los llevó a ambos a lo alto de la cima. Sentirlo dentro suyo no se comparaba a nada que alguna vez hubiese experimentado y supo, en ese mismo instante, que no dejaría que se alejase de ella. Lucas era el hombre con el que siempre había soñado, el amor que siempre había ansiado en su vida y no renunciaría, sin más, a lo que tenían.
Él la instó a moverse más rápido a la vez que alzó las caderas para ir más profundo. Podía sentir que estaba al límite y contrajo cada músculo de su cuerpo en un intento por contenerse. Debía asegurarse de que ella encontrase la satisfacción antes de dejarse ir. Una vez más, se maravilló por todo lo que generaba en él. Siempre había disfrutado del sexo, pero jamás había sido así de intenso y ardiente. Iba más allá de la unión de dos cuerpos, eran alma y corazón entrelazados en una imperiosa necesidad de volverse uno.
Sus gemidos se volvieron más audibles, eróticos, sensuales y se mordió el labio inferior para intentar ahogarlos. Estaba al filo del precipicio y sabía que la caída sería abismal. Lo buscó con la mirada cuando el placer por fin la desbordó y con lágrimas en los ojos, susurró su nombre en el momento en el que su clímax se disparaba en su interior. Entonces, sintió sus labios sobre los suyos, su lengua contra la de ella y lo oyó gemir en su boca mientras también él alcanzaba la liberación.
Aún respiraban con dificultad cuando acunó su rostro entre sus manos y la instó a mirarlo.
—Te amo, Lucila —dijo de pronto, sorprendiéndola—. Sé que es pronto y ni siquiera sé cómo pasó, pero es lo que siento y no voy a callarlo. Nunca me sentí así con nadie.
Ella quebró en llanto al oírlo. Acababa de tener el mejor orgasmo que podía recordar y su sensibilidad estaba en el punto más alto. Sus palabras removieron algo en su interior liberando, a su paso, viejos dolores, miedos, inseguridades. Era la primera vez que se sentía por completo contenida y segura. Se sentía a salvo y paradójicamente, eso la asustaba como ninguna otra cosa.
—No sé qué decir —se lamentó a la vez que apoyó la frente contra la de él—. Tengo miedo de lo que siento. Es todo tan intenso que me aterra... No puedo volver a...
—No hace falta que me expliques nada, bonita.
Le besó con suavidad cada una de sus lágrimas y luego, presionó sus labios contra los suyos en un cálido y tierno beso que logró desarmarla.
—Quiero hacerlo —le dijo, ahora ella, sosteniendo su rostro—. Nunca antes deseé tanto a un hombre, ansié su presencia, sus brazos, sus besos... hasta ahora —continuó acariciando sus labios mientras hablaba—. Lo que siento por vos supera cualquier cosa que haya experimentado alguna vez y eso me asusta. Me destrozaría perderte.
—No vas a perderme —aseguró con sus ojos fijos en los de ella.
Volvió a besarla, esta vez con urgencia y necesidad, con un profundo deseo de que creyese en sus palabras... de que creyese en él.
Lucila le devolvió el beso con la misma pasión, con igual fervor. Cuando se separaron en busca de aire, enterró la cara en el hueco de su cuello.
—Te amo, Lucas —susurró, apenas audible.
Pero él la escuchó y sintiendo una felicidad dentro de sí que no tenía precedente, la abrazó con fuerza como si no fuese a soltarla nunca más.
Empezaba a atardecer cuando llegaron al faro. El trayecto hacia allí lo hicieron a pie ya que no estaba permitida la circulación de vehículos. No obstante, no les importó. Después de lo que acababan de experimentar, les venía bien un poco de aire fresco. Tomados de la mano, caminaron por el bosque de coníferas que rodeaba la torre y se acercaron a la entrada. Estaban agotados, pero no desistirían. Les habían dicho que desde allí la puesta de sol era increíble y no se irían sin comprobarlo.
Subieron los casi trescientos escalones hacia el mirador ubicado en la parte más alta y se asomaron para contemplar la vista. Los conmovió la inmensidad del desierto en estado natural que se expandía frente a ellos, así como también el infinito océano mezclado con el cielo en el horizonte. A lo lejos, el sol descendía poco a poco mientras se ocultaba cada vez más detrás de las dunas.
Lucila suspiró al sentir el cálido abrigo de los brazos de Lucas envolviéndola, y sonrió ante tan majestuosa postal.
—Es preciosa.
—Lo es —concordó él con sus ojos fijos en ella.
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¡Espero que les haya gustado!
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¡Hasta el próximo capítulo! 😘
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