Capítulo 12
Lucas despertó poco a poco. Afuera, todavía se oía la lluvia caer y el sonido lejano de algún que otro trueno estallando en el cielo. Le llevó apenas un instante percatarse de dónde se encontraba. Por un momento, temió abrir los ojos y darse cuenta de que ella se había marchado, pero entonces, sintió su calor y una sonrisa se dibujó en su rostro. Parpadeó lentamente mientras su vista se acomodaba a la escasa luz que se filtraba desde las ventanas y giró el rostro hacia la hermosa mujer que seguía en sus brazos.
Se encontraban en la misma posición en la que se habían quedado dormidos, como si ninguno de los dos se hubiese atrevido siquiera a moverse durante toda la noche solo para no alejarse el uno del otro. La observó, maravillado. Su cabeza descansaba sobre su hombro, su mejilla pegada a su pecho, su aliento acariciando su piel. Tanto su brazo como su pierna estaban flexionados por encima de él, y la sensación no pudo resultarle más placentera.
Con suma delicadeza, le acarició el rostro mientras le apartaba un mechón de pelo que caía sobre el mismo. No sabía por qué, pero su oscura y tupida cabellera lo había atraído, cual imán, desde un principio. Ya en la boda de su mejor amigo, cuando la había besado en un momento de debilidad, había soñado con enterrar sus dedos en esta mientras la hacía suya. Ahora que ya sabía cómo se sentía, no podía esperar para volver a experimentarlo.
Inspiró profundo al notar la inmediata respuesta de su cuerpo ante ese pensamiento. Tenerla allí, desnuda entre sus brazos, tampoco ayudaba. Le resultaba asombroso el efecto que ella siempre ejercía sobre él, incluso sin proponérselo, y supo que eso jamás cambiaría. Lucila despertaba su lado más salvaje, primitivo y, aunque nunca había sido la clase de hombre dominante y posesivo, la sola idea de que alguien más la tocase del modo en que él lo hacía, lo volvía loco.
Ella suspiró con su toque y, todavía dormida, se movió más cerca. Luego, deslizó perezosamente la mano que tenía sobre su pecho hasta alcanzar su cuello y flexionó, aún más, la pierna por encima de él. Reprimió un gemido cuando sintió la tentadora presión de sus senos contra su cuerpo y llevó la mano con la que le había acariciado la mejilla hacia abajo recorriendo su silueta con la yema de los dedos.
Le gustó ver cómo su piel se estremecía bajo su tacto y continuó con suavidad hacia su cadera. Sintió la repentina presión de su agarre en el hombro cuando con su mano por fin llegó a su nalga y alzó la vista hacia ella. Esos ojos pardos, que tantas cosas le generaban cuando se posaban en él, estaban fijos en los suyos, vidriosos por el placer que, sin duda, estaba sintiendo. ¡Dios, amaba que fuese tan receptiva!
Convencida de que se trataba de un sueño, se había negado a abrir los ojos. Quería prolongar ese momento lo más posible antes de que la realidad se impusiese con brusquedad. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esas caricias no eran un mero producto de su inconsciente y apretándose contra él, se permitió gozar del delicioso roce de sus dedos en la piel. Era increíble cómo, con solo un toque, encendía el fuego en su interior. Incluso después del maravilloso sexo de la noche anterior, quería más y temía que jamás se cansaría.
Sus miradas se encontraron cuando, incapaz de seguir conteniéndose, se aferró a su hombro, afectada por el placer que le provocaban sus caricias. Se mordió el labio inferior ante la descarga eléctrica que experimentó en la parte baja de su vientre al sentir sus preciosos ojos verdes sobre ella y le acarició la mejilla disfrutando de la exquisita sensación de su corta barba bajo la yema de sus dedos. Jamás algo tan simple le había generado tanto, pero, al parecer, con él todo era diferente.
—Hola —lo saludó en un susurro.
—Buenos días, bonita —respondió él con voz ronca, igual de afectado que ella.
Sonrió. Le encantaba que la llamase así. Muchos otros lo habían hecho antes, pero con ninguno se había sentido tan íntimo y afectuoso como cuando salía de sus labios. Esa simple palabra no solo la hacía sentirse hermosa, sino también querida. Lucas la trataba como si tuviese frente a él un preciado tesoro que debía venerar y proteger. Siempre lo había hecho, incluso aquella vez en Misiones cuando le había señalado que merecía mucho más que el hombre que en ese entonces tenía a su lado.
Decidida a demostrarle todo lo que provocaba en ella, deslizó la mano hasta su nuca y lo acercó a su boca. En cuanto sus labios se unieron, lo acarició con la lengua instándolo a abrirlos. Lo oyó gemir a la vez que apoyó una mano sobre su espalda para acercarla aún más y sintió la caricia de su lengua sobre la de ella, ansiosa, suave, caliente. Se deslizó por encima de él hasta quedar sentada a horcajadas y siguió besándolo con desatada pasión, sus senos rozando la piel de su pecho.
Lucas acunó su rostro entre sus manos y profundizó el beso al sentirla subirse sobre él. Le encantaba eso de ella. Desinhibida y apasionada, sabía lo que quería y no dudaba en tomarlo, y él estaba más que dispuesto a entregárselo todo. La sujetó de las caderas al advertir que se acercaba peligrosamente a su falo procurando controlar el fuerte impulso de enterrarse en su interior sin preludios. No sabía cuanto más lo soportaría. El ardiente calor de su feminidad se expandía hacia él y su excitación le humedecía la piel llamándolo cual sirena a marinero, seduciéndolo, tentándolo.
Abandonó su boca para seguir con su cuello y descendió lentamente por su pecho y abdomen recorriendo con sus labios cada centímetro de su piel. Ansiaba probarlo del mismo modo en que él lo había hecho con ella, sentir su placer en su boca y llevarlo al límite con su lengua. Quería volverlo loco de deseo, verlo flaquear ante las intensas sensaciones a las que ella lo sometería.
Jadeó al sentir el fuego de su boca cubriéndolo entero y enterró ambas manos en su cabello, abrumado por la increíble sensación que la misma le provocaba al deslizarse sobre su firme y dolorosa erección. Su lengua lo acariciaba despacio estimulando con suavidad su zona más sensible mientras que sus labios empujaban su piel una y otra vez llevándolo al borde del abismo. No obstante, tenía que detenerla o acabaría en su boca y aunque la idea le resultaba deliciosa, quería que encontrasen juntos la satisfacción.
Sentir la forma en la que él estaba disfrutando, la excitó aún más y, de pronto, la urgencia de sentirlo dentro suyo se hizo insostenible. Con delicadeza, se apartó de él para regresar a su boca. Lo devoró con ansia sin dejar de acariciarlo con su mano. Lo sintió aferrarse a sus costados cuando volvió a sentarse sobre él y sin darle tregua, llevó su miembro a su entrada para comenzar el lento, tortuoso y exquisito descenso.
A Lucas se le cortó la respiración cuando su abrasador fuego lo envolvió poco a poco mientras se deslizaba lentamente en su interior. Era consciente de que no estaba usando protección y no sabía si ella lo hacía, pero no podía importarle menos. La sensación de no tener nada entre ellos era sublime y por nada del mundo, interrumpiría ese momento. Lucila era la mujer con la que siempre había soñado. Por ella, estaba dispuesto a enfrentar cualquier consecuencia.
Sin poder refrenarse, cerró los dedos sobre sus caderas enterrándolos en su carne. Fue tan violenta la respuesta de su cuerpo hacia ella que temió haberla lastimado, pero entonces, la sintió comprimirse a su alrededor a la vez que exhaló un largo gemido y toda su preocupación se evaporó en un instante. Clavó los ojos en los suyos y la contempló, extasiado, mientras comenzaba a moverse despacio. ¡Dios bendito, era el puto paraíso!
El primer espasmo la tomó por sorpresa. Apenas la había penetrado y ya se encontraba al límite. La forma en la que lo había sentido aferrarse a ella había acrecentado, de forma vertiginosa, el placer que ya sentía. Notó su ardiente mirada mientras se movía sobre su miembro devorándolo una y otra vez con extremada lentitud y delicadeza, y le pareció lo más sensual que alguna vez hubiese experimentado. Nadie más que él tenía la capacidad de acariciarla con los ojos sin siquiera tocarla.
De pronto, lo sintió llevar una mano hasta su pecho y su capacidad de raciocinio terminó por hacerse añicos. Aumentó los movimientos mientras se dejaba llevar por la increíble sensación que le provocaba el tormento de su pulgar sobre su erguido y sensibilizado pezón. Su agarre se volvió más firme a la vez que comenzó a moverse también él para llegar más profundo. Sus gemidos se volvieron incontrolables, al mismo tiempo que el placer la desbordaba llevándola cada vez más cerca de la cima.
Lucas percibió la tensión en los músculos de su cuerpo. Tanto sus brazos como sus piernas se contraían debido al esfuerzo que estaba haciendo para no sucumbir. Ver su hermoso rostro transformado por el deseo y oír el erótico sonido que escapaba de sus labios cada vez que lo recibía en su interior, lo estaba volviendo loco. Sabía que estaba cerca, lo notaba en la forma en la que su cuerpo se comprimía a su alrededor, en el modo enfebrecido en que danzaba sobre él.
Volviendo a sujetarla con ambas manos de las caderas, acompañó sus movimientos acercándola con fuerza, penetrándola con ímpetu. Gruñó al sentir la inminente liberación y se apresuró a llevar su mano a la unión de sus cuerpos. Fijó los ojos en los de ella mientras comenzó a estimularla con sus dedos sin dejar de moverse con fiero desenfreno. Su nombre pronunciado en medio de su orgasmo disparó el suyo al instante y ya sin fuerzas, se dejó ir derramándose en su interior.
Lucila jadeó cuando lo sintió acariciarla íntimamente y sin apartar la mirada de aquellos ojos verdes que tenían el poder de esclavizarla, lo nombró, extasiada, en el momento justo en el que todo a su alrededor estalló en mil pedazos. Debilitada por el devastador placer que acababa de experimentar, se dejó caer sobre él mientras intentaba regular su agitada respiración. Jamás el sexo le había resultado tan gratificante. Tal vez se debía al hecho de que, por primera vez, sus sentimientos estaban en juego.
—Dios, bonita, no me molestaría en absoluto si decidieras despertarme así cada mañana —anunció Lucas a la vez que la rodeó con sus brazos.
Lucila no pudo evitar reír al oírlo. Lo cierto era que a ella tampoco le importaría.
Presionando los labios sobre su piel, le recorrió el cuello hasta llegar a su boca. Entonces, volvió a besarlo. Sí, definitivamente nunca se cansaría de hacerlo.
Él le correspondió el beso y se dedicó a saborearla despacio, ya sin la urgencia que lo había dominado minutos atrás.
—Lo siento, sé que debí haberte protegido... —comenzó a disculparse, pero ella lo interrumpió.
—No te preocupes por eso. Me estoy cuidando y confío en vos.
Él la miró, cautivado por su completa entrega y confianza, y sonrió.
—Me encantás, bonita.
—Vos a mí también —confesó ella apoyando la frente sobre la suya.
Ya no sentía miedo, solo una certeza absoluta de que por fin estaba donde pertenecía.
Luego de una larga ducha en la que volvieron a amarse sin restricciones ni tapujos, Lucas abandonó su habitación. Necesitaba un cambio de ropa antes de volver a encontrarse con ella para que desayunasen juntos.
Estaba saliendo del edificio en dirección al puente que lo conectaba con el hotel, cuando alcanzó a ver a José en el otro extremo. Estaba al teléfono y, por la forma en la que no dejaba de caminar de un lado a otro, parecía nervioso.
—No lo soporto más. La situación es insostenible. —Lo vio hacer una pausa, sin duda, para escuchar lo que decía quien fuese que estuviese del otro lado—. No, mis hermanos están con mil cosas, pero mi prima sospecha algo, me doy cuenta y no sé cuánto tiempo más podré ocultárselo. —Otra pausa—. Ya lo sé y lo último que quiero es que él se entere. Bueno, te llamo después. Será mejor que entre antes de que empiecen a preguntarse dónde estoy.
Lo vio guardar el teléfono en su bolsillo y mirar hacia todos lados como si se estuviese asegurando de que nadie lo hubiese escuchado. A continuación, se alejó hacia donde se encontraba el restaurante del hotel.
Lucas frunció el ceño, confundido. No sabía en qué andaba, pero era evidente que se estaba tomando mucho trabajo para mantenerlo oculto. Presionó los labios formando una delgada línea. La verdad era que no le importaba qué carajo hacía de su vida, pero si con eso, podía perjudicar a Lucila, entonces la cosa cambiaba. Jamás permitiría que alguien la lastimase, incluida su familia.
Se apresuró a ir a su habitación y buscó el contacto de su compañero. Necesitaba saber qué mierda estaba pasando con José. Algo le decía que lo que fuese que le molestase, tenía que ver con el intendente. Había notado cómo se tensaba en su presencia y recién lo había escuchado decir que no quería que él se enterase. A quién se refería, no tenía idea; pero tampoco pensaba correr ningún riesgo. Por su experiencia, sabía que cuando un político estaba involucrado, las cosas podían llegar a ponerse muy feas.
Por otro lado, no dejaba de darle vueltas en la cabeza lo que había pasado con uno de sus custodios, como así tampoco la violación a la seguridad de la red del hotel. ¿Acaso todo estaba relacionado? Esperaba que no, no obstante, procuraría asegurarse de eso. Ese tipo parecía obsesionado con Lucila. No quería ni pensar en lo que podría haberle hecho la noche anterior si él no hubiese llegado a tiempo. Por eso, le encargaría a Pablo que averiguase todo lo que pudiese sobre José, el intendente Ricardo Milano y Mauro Padilla, su guardaespaldas.
Tras hablar con su amigo, le envió un mensaje a Lucila para avisarle que llevaría el desayuno a su departamento. Después de lo sucedido, no se sentía cómodo con que ella anduviese sola y si bien sabía que no podría mantenerla en una burbuja, al menos, ese día, procuraría no perderla de vista. Por otro lado, seguía lloviendo y sabía que no tenía otro compromiso hasta que su turno en el restaurante comenzara, por lo que sacaría el máximo provecho de eso.
Casi una hora después, Lucas regresó con el desayuno. Había estado a punto de bajar cuando recibió su mensaje y aunque le había parecido un poco extraña su petición, no le preguntó nada. A diferencia de esa mañana, lo notaba tenso, como si en el tiempo que había pasado desde que se había ido hasta ahora, hubiese pasado algo malo. Estaba por decirle algo cuando lo vio esbozar esa sonrisa que hacía estragos en ella. ¿Cómo se las ingeniaba siempre para hacerla olvidarse de todo?
—Hiciste mate —afirmó más que preguntó al ver las cosas sobre la mesa.
—Sí, sé que odiás el café y yo ya tomé uno cuando te fuiste. Pensé que podría gustarte que te acompañase.
Los ojos de él brillaron ante sus palabras.
—Me gusta —le dijo antes de depositar un casto beso en sus labios—. Comamos que aún están calientes —prosiguió alzando en el aire el paquete de churros que había comprado.
Lucila esbozó una enorme sonrisa al ver el nombre del local. Eran los más ricos de la zona y le encantaban. Se apresuró a buscar un plato y se sentaron a la mesa.
La mirada de Lucas se posó en ella en cuanto la oyó gemir tras saborear el primer mordisco. No pudo evitar recordar cuando había hecho lo mismo en su casa, la vez que había ido con el imbécil de Gabriel para visitar a Daniela. Esa noche, él había amasado pizza para todos y ella había emitido el mismo extraordinario sonido. En ese entonces, no lo sabía, pero su cuerpo la había reconocido. Sabía que ella era la mujer para él y que la vida con la que siempre había soñado se encontraba a su lado.
—Me alegra que te guste —le dijo, al igual que en aquella oportunidad.
Ella debió haber advertido la referencia porque sus mejillas se encendieron de inmediato. No pudo evitar carcajearse. Le gustaba cuando la timidez la invadía de ese modo. Hacia tan solo unas horas había estado desnuda sobre él dándole el mejor sexo de su vida y ahora, se avergonzaba por un simple gemido.
—Estaba pensando que tal vez podríamos jugar a algo —se apresuró a decir en un claro intento por cambiar de tema.
Lucas arqueó una ceja.
—Me gusta cómo suena eso —replicó, divertido.
Ella se rio volviendo a sonrojarse.
—Me refiero a algún videojuego. Sé que te gustan y sería divertido para mí que me enseñaras. Aunque creo que, para eso, vamos a tener que ir al salón de juegos.
—O no. Puedo ir a buscar mi notebook.
—Tengo una también. Apenas la uso, pero si te sirve... No quiero que salgas de nuevo con esta lluvia.
Él sonrió ante su preocupación. Le gustaba cómo se sentía que alguien quisiera cuidarlo, que se preocupara por él.
—Servirá.
Tras terminar el desayuno, mientras Lucila lavaba el mate y ordenaba todo, Lucas instaló la aplicación con la que solía jugar e inició sesión. Sonrió al encontrar uno en el que se debían superar diferentes pruebas de habilidad mientras eran perseguidos por un asesino. No estaba seguro de que a ella le gustase, pero esperaba que sí. A él en lo personal, le encantaba sentir la adrenalina del peligro al acecho. Por algo, era tan bueno en su profesión, después de todo.
—¿Es en serio? —preguntó ella al ver la pantalla.
Se carcajeó al notar el pánico en su mirada.
—Es fácil. Solo tenés que asegurarte de que el asesino no te vea mientras reparás los generadores. Tenés que usar estas teclas para desplazarte y estas otras para ejecutar las diferentes acciones. Mirá, voy a meterme en una partida para que veas y después lo intentás vos, ¿dale?
—No creo que haga falta. Aprendo rápido —dijo con tono desafiante.
—Muy bien —aceptó, divertido—. Empecemos entonces.
Se acomodó a su lado en la alfombra del living y se acercó a la mesa ratona donde yacía la computadora. Tras escuchar de nuevo las indicaciones, empezó la partida. Se estremeció en cuanto se encontró en medio de un lugar oscuro y desolado con ruidos de bosque y animales salvajes, pero no iba a demostrar que la asustaba un simple juego. Había crecido con tres primos. No se asustaba fácilmente.
Superó con éxito las pruebas de habilidad logrando así reparar el primer generador y se apresuró a ir al siguiente. Por lo que él le había dicho, si ella, junto con los demás supervivientes, lograba arreglarlos todos, se encendía la luz de la puerta hacia la cual tenían que correr para abrirla. Pero eso no era lo difícil. Lo peor era mantenerse oculta del asesino, ya que, si este la atrapaba, la colgaría de un gancho y no podría seguir jugando hasta que alguno de los otros la salvase, si es que eso sucedía.
La sola idea le daba escalofríos, pero no dejaría que eso la afectase. Estaba decidida a demostrarle que podía hacerlo. Sintió que la emoción la invadía cuando logró reparar el segundo generador, pero entonces, oyó el tétrico latido de un corazón que se acercaba cada vez más. Para peor, de fondo se escuchaban los gritos de los demás jugadores mientras ella corría a gran velocidad hacia el tercer equipo, dispuesta a proseguir con las tareas.
Los latidos se volvieron cada vez más audibles y cercanos. Corrió esquivando obstáculos procurando que el asesino no la derribase, pero no lo consiguió. El primer golpe la empujó hacia adelante. Tiró un tablón tras de sí, pero este la golpeó en ese mismo instante, por lo que, en lugar de aturdirlo, terminó cayendo ella al piso. Cuando la tomó en brazos, Lucas le aconsejó cómo debía forcejear para soltarse, no obstante, el gancho estaba demasiado cerca y antes de lograr su objetivo, fue colgada.
De pronto, se oyó el sonido de una puerta que se abría y vio cómo uno de los otros tres supervivientes escapaba. No pudo evitar ponerse nerviosa. ¡La estaban abandonando! Si nadie iba por ella pronto, finalmente moriría en la partida. No obstante, uno de ellos apareció por un lateral y la bajó de inmediato.
—Seguilo. Corré tras él. —Sintió la emoción en las palabras de Lucas—. Seguí derecho que ahí está la salida. Dale, bonita, casi lo tenés.
Obedeció, emocionada, sin comprender por qué le provocaba tanta satisfacción sentir el apoyo de él. Era un simple videojuego, pero en ese momento, se sentía real. En verdad tenía miedo y escuchar su voz la calmaba, como si supiera que solo por estar a su lado, todo saldría bien.
De pronto, los latidos empezaron de nuevo sacándola bruscamente de sus cavilaciones. Estaba herida, por lo que, si la golpeaba otra vez, caería de nuevo y volvería a colgarla. En el acto, vio cómo otro superviviente se colocaba detrás de ella mientras seguían al que la había ayudado.
—Te está cubriendo. ¡Dale, ya casi lo lográs! —lo escuchó decir con entusiasmo.
Sus dedos temblaban debido a la adrenalina que no había esperado sentir.
Justo antes de que la atrapasen, la puerta apareció frente a ella. Siguió corriendo hacia la misma hasta que vio a los otros supervivientes a su lado y los puntos aparecer en pantalla. ¡Lo había conseguido!
—¡Sí! —exclamó con una sonrisa, incapaz de contener la dicha que la embargaba en ese momento—. ¡No puedo creerlo! ¡Este juego está buenísimo!
Lucas se rio, contagiado por su alegría.
—Me alegra que pienses así. Es uno de mis favoritos.
—¡Juguemos otra vez! ¿No podemos hacerlo juntos?
No supo por qué, pero de pronto, las palabras de ella provocaron algo en su interior y supo que no tenía nada que ver con el juego.
—Tendría que ir a buscar mi notebook para eso y si te soy sincero, preferiría que juguemos a otra cosa —sugirió con picardía.
Una corriente eléctrica la recorrió entera al ver el fuego en su mirada y con una osadía que lograba sorprenderla a sí misma, se sentó a horcajadas sobre su regazo.
—¿Algo como esto? —preguntó antes de morderle la oreja de forma juguetona.
—Exactamente así —afirmó él con voz ronca.
Entonces, acunó su rostro entre sus manos y la atrajo hacia él para comenzar a besarla. Devoró sus labios con pasión contenida. De alguna forma que no podía explicar, parecía nunca saciarse de ella. Y haber visto su entusiasmo por compartir con él algo que le gustaba, simplemente lo había dejado sin defensas. Volvió a explorarla con su lengua encontrándose con la de ella que había salido en su busca. ¡Dios, esa mujer iba a matarlo!
Sin embargo, antes de que pudiese continuar, el celular vibró en su bolsillo. En otras circunstancias, lo hubiese ignorado, pero con todo lo que estaba pasando, debía asegurarse de que no se tratara de algo urgente. Con un gruñido de frustración, finalizó el beso.
—Perdoname, bonita. Tengo que atender —se excusó al ver el nombre de su compañero en la pantalla.
—Sí, por supuesto —se apresuró a decir mientras se hacía a un lado.
Como no quería que ella escuchase, se dirigió al balcón. Afuera seguía lloviendo, pero el techo lo resguardaba del agua.
—Pablo, ¿averiguaste algo?
—No.
—¿Cómo que no? —preguntó, confundido.
—No hay nada que indique que Ricardo Milano sea corrupto, como tampoco que José Pedrosa esté involucrado en algo raro.
—¿Estás seguro?
Por supuesto que lo estaba o no lo habría llamado, aun así, preguntó. No era que no lo aliviase saber que ambos estaban limpios, pero su intuición le decía que algo oscuro rondaba a Lucila y no se quedaría tranquilo hasta averiguar el qué.
—Sabés que sí. No obstante, encontré algo de Mauro Padilla. Te lo acabo de enviar por mail.
Se tensó nada más oír el nombre del custodio que la había atacado.
—¿Qué es?
—Hace unos años, trabajó con otros funcionarios que luego fueron implicados en causas judiciales por drogas. ¿Y a que no sabés qué lugares usaban para hacer los intercambios?
—Hoteles.
—Más específicamente, restaurantes de hoteles.
Lucas maldijo. No había forma de que pasara algo allí y José no estuviese al tanto. Eso explicaría también la actitud extraña que manifestaba siempre en su presencia.
—¡Mierda! Voy a tener que revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad para ver los movimientos durante las noches en las que el intendente vino a cenar. Mientras, necesito que sigas buscando, Pablo. Hay algo que no termina de cerrarme. José oculta algo, lo sé.
—De acuerdo, pero te digo que está limpio. Tal vez lo que esconde no tiene nada que ver con esto.
Lucas frunció el ceño. No lo había pensado.
—Puede ser.
—Solo una cosa más. Según la información que pude recabar del custodio, estuvo casado y su ex mujer lo demandó por violencia de género.
—Hijo de puta —murmuró, furioso.
Tendría que hablar con Bruno para ponerlo al tanto de la situación. Le había prometido a ella no decir nada, pero su seguridad estaba primero. Cuando él no pudiese acompañarla, lo cual no creía que pasara, alguno de sus primos debería estar a su lado.
—Gracias, Pablo.
—De nada, hermano. Creo que no hay necesidad de decirte que, si necesitás que vaya, solo tenés que pedírmelo.
—Lo sé, pero por el momento preferiría ir con cautela.
—De acuerdo. Te llamo si encuentro algo más.
Tras cortar, guardó el celular en el bolsillo e inspiró profundo. Lo que menos deseaba era que ella se asustase.
Todas sus preocupaciones quedaron a un lado cuando, al entrar, la encontró de pie con un brazo extendido sobre el marco de la puerta de la habitación, vestida tan solo con un sensual conjunto negro de encaje.
Sintiendo la inmediata respuesta en su cuerpo, avanzó hacia ella cual felino dispuesto a atrapar a su presa.
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