Capítulo 11
Tomados de la mano, se dirigieron a su departamento en silencio. Lucila podía sentir cómo su corazón latía desbocado contra su pecho mientras intentaba disimular el efecto que la sola idea de lo que estaba por suceder le provocaba. Hacía meses que su piel clamaba a gritos por volver a ser acariciada y besada por él, y ahora que ese momento por fin había llegado, nada la detendría, ni siquiera el miedo.
Lo soltó para abrir la puerta. Las manos le temblaban evidenciando aún más su inquietud. Maldijo por dentro al sentir los estúpidos nervios que parecían haberse apoderado de ella y sin mirarlo por temor de que se diera cuenta de lo que le pasaba, continuó caminando en dirección a la cocina. ¿Para qué? No tenía la más mínima idea.
Lucas la observó, callado. Podía ver que estaba nerviosa y lejos de refrenarlo, su repentina timidez lo estimuló más, si acaso eso era posible. Se apresuró a cerrar la puerta tras él y se acercó despacio. Ella se encontraba de pie frente a la mesada de la pequeña cocina. Acababa de llenar la cafetera y ahora conectaba su celular a los parlantes para reproducir música. Era evidente que buscaba tener las manos ocupadas. Sonrió al pensar en algo mucho más interesante que podría hacer con ellas.
Incapaz de mantenerse quieta, abrió la alacena para sacar dos tazas. Entonces, se dio cuenta de lo que estaba haciendo. ¡A él no le gustaba el café! Cerró los ojos e inspiró profundo para serenarse. Necesitaba recuperar el control de sí misma o no haría más que espantarlo por ridícula. Pero entonces, lo oyó acercarse por detrás. Exhaló despacio al sentir el roce de sus dedos sobre su cuello mientras le apartaba el cabello con delicadeza.
—Solo te quiero a vos —le susurró justo antes de apoyar los labios en su hombro.
Se estremeció al sentir el roce de su nariz por su cuello hasta llegar a su oído y se aferró a la mesada con ambas manos.
Lucas advirtió en el acto el efecto causado. Le gustaba la forma tan visceral en la que siempre reaccionaba a él. Eso le demostraba que ella también lo deseaba. Inspiró profundo al reconocer su dulce perfume, ese que había quedado impregnado —incluso mucho después de su partida—, en las sábanas de la cama de aquella habitación de hotel donde había vivido la mejor noche de su vida.
Se aferró a su cintura ante el recuerdo y la apretó contra su cuerpo como si con ello impidiese que volviera a dejarlo. A pesar de que en ese entonces intentó que no le afectase, jamás había olvidado la desagradable sensación de vacío que lo invadió al comprender que ella se había marchado. En ese instante, en cambio, la tenía justo donde quería y por nada del mundo volvería a dejarla ir.
Un gemido escapó de su boca en cuanto sintió la excitación de él sobre su espalda. Lucas la sujetaba con fuerza, con una brusquedad que no había manifestado hasta el momento manteniéndola aprisionada entre sus brazos. Su agarre era posesivo, intenso, aun así, no la lastimaba; por el contrario, despertaba en ella un ardiente deseo imposible de ignorar. Rendida ante la sublime sensación de sus labios sobre la piel de su cuello, dejó caer la cabeza hacia un costado para darle espacio.
Intentando controlar la fiera necesidad que lo embargó al oírla gemir, la recorrió con su lengua despacio hasta llegar al lóbulo de su oreja. Luego, lo atrapó entre sus dientes y tiró de él con suavidad. ¡Cómo la deseaba! Comprendió entonces que cualquier esfuerzo que hubiese hecho por quitarla de su mente habría estado destinado al fracaso. Ni siquiera habría importado si Julieta no lo hubiese engañado. Lucila era la mujer que siempre había querido a su lado.
Tembló al sentirlo raspar su carne de ese modo tan sensual y, perdida por completo en las deliciosas sensaciones a las que el fuego de su boca la sometía, se arqueó hacia él a la vez que llevó un brazo hacia atrás para sujetar su nuca. Lo oyó gruñir cuando sus dedos se enterraron en su cabello y su centro vibró ante el masculino sonido. La descarga que experimentó la tomó por sorpresa provocando que tirara de su pelo con fuerza.
Enardecido por su respuesta, la giró con ímpetu, acunó su rostro entre sus manos y estrelló sus labios con los de ella. Acto seguido, hundió la lengua en su boca, ansioso por saborearla de nuevo. Le gustó que ella le devolviera el beso con la misma pasión, el mismo arrebato, mientras se pegaba a él, desesperada por sentirlo cerca. ¡Necesitaba tenerla desnuda entre sus brazos o se volvería loco! Había esperado más de lo que alguna vez hubiese creído posible y no pensaba dejar pasar otro segundo.
Incapaz de seguir conteniéndose, deslizó ambas manos por su espalda hasta llegar a sus nalgas y enterró los dedos en estas. Ella emitió un delicioso gemido que él devoró justo antes de alzarla y girar para subirla a la isla que se encontraba justo detrás. La miró por unos segundos, fascinado. Su rostro estaba transformado por el tórrido deseo que, sin duda, ambos sentían. Lucila no solo era hermosa, sino también ardiente como el infierno.
Esa pequeña pausa que hizo para apreciar lo que tenía frente a él le permitió reconocer la canción que acababa de empezar a sonar: "Maybe" de James Arthur. Si bien no era el estilo de música que solía escuchar, su hermana era fanática del cantante británico, por lo que no dejaba pasar oportunidad para reproducirla. Se asombró al notar la perfecta sincronía de la letra con el momento que estaba viviendo y, sin apartar los ojos de los de ella, le acarició la mejilla con ternura.
"I don't know what's going on. Where you came from and why you took so long. All I know is that I feel it. Like it's the realest thing, I mean it. Something changed when I saw you. Oh, my eyes can't lie. You said, 'They're so damn blue. And I love how you're so forward. Is it too soon to say I'm falling?' So maybe. Maybe we were always meant to meet. Like this was somehow destiny. Like you already know. Your heart will never be broken by me." —"No sé qué está pasando. De dónde venís y por qué te tomó tanto tiempo. Todo lo que sé es que lo siento. Como si fuera lo más real, lo digo en serio. Algo cambió cuando te vi. Oh, mis ojos no pueden mentir. Dijiste: 'Son tan malditamente azules. Y me encanta cómo sos tan atrevido. ¿Es demasiado pronto para decir que me estoy enamorando?' Así que tal vez. Tal vez siempre estuvimos destinados a conocernos. Como si esto fuese de algún modo el destino. Como ya lo sabés. Tu corazón nunca será roto por mí "—.
Con un dedo, recorrió su labio inferior sintiendo dentro de él cómo crecía su necesidad. Sin embargo, no se trataba de algo solo físico, aunque sin duda también eso estaba presente. Sus sentimientos iban mucho más allá de atracción sexual o deseo. Tenía que ver con un anhelo que siempre había estado en su interior, pero no surgió hasta que ella apareció en su vida.
Lucila lo miró, confundida. Había sentido su arrolladora pasión, esa que lograba llevarla a lo alto de la cima. Tampoco era que tuviese que hacer demasiado. Solo con tocarla se derrumbaban las barreras que ella misma había alzado a su alrededor para protegerse. Su cercanía, sus caricias, incluso su olor, despertaban un ansia que no recordaba haber sentido por nadie más. Lucas la hacía sentirse hermosa, deseada, aunque también valiosa.
Notó que la expresión en sus ojos cambiaba en el momento en el que una de sus canciones románticas favoritas comenzaba a reproducirse y, si bien no podía afirmarlo, de pronto sintió como si le estuviese transmitiendo, sin emitir palabra alguna, todas esas cosas lindas que el cantante expresaba. Como si le estuviese anunciando que jamás la lastimaría. Su corazón se aceleró cuando su mirada pareció encenderse con la siguiente parte de la letra. En esta, le pedía que confiase en él y que se dejara llevar por la inmensidad de lo que ambos sentían.
"I should take your hand and make you come with me. Away from all this noise and impurity. 'Cause I feel like you're too perfect. And I don't mean just on the surface. So don't be scared, I am too. 'Cause this chemistry between me and you. Is too much to just ignore it. So I'll admit that now, I've falled." —"Debería tomar tu mano y hacer que vengas conmigo. Lejos de todo este ruido e impureza. Porque siento que sos demasiado perfecta. Y no me refiero solo a lo superficial. Así que no tengas miedo. Yo también lo tengo. Porque esta química entre vos y yo. Es demasiado para simplemente ignorarlo. Así que lo admitiré ahora, estoy enamorado"—.
Agarrándola del muslo con una mano, la sujetó de la nuca con la otra y volvió a tomar completa posesión de sus labios mientras, de fondo, el estribillo comenzaba a repetirse. En esa oportunidad, fue un beso lento y profundo. Un beso cargado de emociones que parecían desbordarlo más allá de su capacidad de control. Un beso lleno de sentimientos que aún no terminaba de comprender y lo abrumaban como nunca nada lo había hecho.
¿Qué sentido tenía seguir mintiéndose a sí mismo? Tal y como decía la letra, estaba enamorado de ella. Lucila, con su hermosa sonrisa y sus ojos brillantes, llenos de vida, lo sedujo sin siquiera proponérselo. Su sinceridad y alegría contagiosa, su bondad y generosidad y, por sobre todas las cosas, su lealtad y valentía fueron el golpe final para que cayera rendido a sus pies.
Todavía no sabía si se trataba de amor, ese magnífico sentimiento del que se hablaba en canciones y poesías, ese que podía ver en los ojos de su amigo cada vez que miraba a su esposa, pero de algo estaba seguro, jamás había experimentado algo similar, ni siquiera en su relación anterior. Lucila era diferente a cualquier mujer con la que había estado. Apasionada, traviesa, a la vez que inocente y tierna, lo aceptaba tal y como era sin querer cambiarlo. Disfrutaba de su sentido del humor despreocupado y su veta romántica que muchas veces lindaba lo cursi. A su lado, sentía que podía ser él mismo y que estaba bien.
Ella se aferró a sus hombros para no caer cuando la pasión, que hacía efervescencia cada vez que estaban juntos, volvió a surgir entre ellos con ese beso demoledor. Lo sintió subirle la falda a la altura de las caderas mientras la acariciaba con manos ansiosas y luego, posicionarse entre sus piernas. Gimió cuando, a continuación, la atrajo hacia el borde y presionó su dureza contra su hambriento y humedecido sexo.
Su pene latió ante ese sonido y se apretó aún más contra ella. Sosteniéndola con su mano abierta detrás de su espalda, abandonó su boca y descendió por su cuello. Dejó un reguero de besos húmedos conforme se aproximaba al tentador escote de su blusa. De alguna forma, el botón superior se había desprendido, lo cual le facilitó el acceso permitiéndole llegar más cerca de su objetivo. Lo que en verdad quería era arrancarle la maldita ropa y devorarla entera, pero para ello, prefería tenerla en la cama.
La sintió arquearse hacia atrás cuando deslizo su lengua por el nacimiento de sus senos y eso lo excitó todavía más. La mordió con suavidad justo al lado del duro pico que escondía la tela de su corpiño y gruñó al oír su erótico jadeo. ¡Esa mujer iba a matarlo! Deslizando de nuevo la mano hacia su nuca, alzó la cabeza y regresó a su boca. Posó los labios sobre los suyos y hurgó con su lengua hasta encontrar la de ella que salió en su busca. Enfebrecido, profundizó el beso perdiéndose por completo en su delicioso sabor.
La forma en la que la besaba estaba haciendo estragos en ella. Su miembro presionaba contra su centro volviéndola loca a la vez que su lengua danzaba con la suya en una lenta y tortuosa coreografía que anulaba todas sus defensas. Hacía meses que había soñado con volver a sentirlo en su interior y no sabía cuanto más podría seguir esperando. Cerró la pinza de sus piernas alrededor de su cadera para acercarlo aún más y disfrutó la descarga de electricidad que sintió en todo su cuerpo cuando eso le arrancó a él un ronco y sensual gemido.
—¿Cuál es la habitación? —preguntó contra sus labios.
Pero Lucila estaba demasiado afectada para responder y, enterrando los dedos en el nacimiento de su cabello, lo atrajo de nuevo hacia ella para que continuase besándola.
—Te quiero en la cama ahora, bonita —aseveró con voz ronca, por completo afectado por el placer que podía ver en ella.
Esas palabras hicieron que sus piernas se aflojasen al instante. Ella también quería que la llevara allí.
—La izquierda...
Solo eso fue capaz de decir, aunque Lucas la entendió a la perfección. Decidido a terminar de una vez por todas con aquella exquisita tortura, volvió a sujetarla de las caderas y la alzó en el aire. Sin dejar de besarla, se dirigió a la puerta que le había indicado y se adentró en los confines de su habitación. Allí, su aroma era más intenso. Todo olía a ella, a su perfume, a su cabello, a su piel...
Apartó la manta de un tirón y la depositó sobre la cama con delicadeza. Se apresuró a buscar el cierre en la parte superior de su falda y lo deslizó hacia abajo para liberarla de esta. Sin apartar los ojos de los de ella, prosiguió con su blusa, desprendiendo los botones, uno a uno. Cuando llegó al último, la abrió hacia los lados y la llevó hacia atrás de sus hombros para eliminar por fin lo que se interponía entre ellos.
La visión de aquel diabólico conjunto de encaje del color del vino tinto lo dejó sin aliento. Su largo y oscuro cabello se desparramaba en la almohada haciendo que su corazón latiera desenfrenado. Debajo de la fina tela, sus pezones se alzaban majestuosos a la espera de que él se adueñase de ellos. Era tan hermosa... La contempló por unos segundos, disfrutando de la maravillosa imagen, consciente de que esta quedaría grabada por siempre en su mente.
Lucila se quedó inmóvil mientras sentía cómo sus ojos le acariciaban la piel. Sabía que los hombres la encontraban atractiva, pero nunca nadie la había hecho sentirse tan deseada. Él no solo la miraba con hambre, también lo hacía con adoración. Sus preciosos y profundos ojos verdes la recorrieron entera hasta detenerse en sus pechos. Sin duda, había notado lo excitada que estaba y eso no hizo más que aumentar su propio anhelo.
Incapaz de seguir dilatándolo, Lucas se apresuró a quitarse la parte de arriba de su ropa y se inclinó hacia ella. Necesitaba sentir el contacto piel con piel. Tras apoyar los codos a ambos lados de su cabeza, le apartó un mechón de pelo que cubría su mejilla y enterró los dedos en su abundante cabellera. Gimió ante la satisfacción que eso le generó. Había hecho lo mismo la vez anterior cuando ella alcanzó su orgasmo y el solo recuerdo encendió cada fibra de su ser.
Lucila sintió el impulso de cerrar los ojos ante la suave caricia, pero se contuvo. Quería verlo en todo momento. Necesitaba confirmar que en verdad era él quien estaba allí con ella, que era su calor el que la envolvía y la hacía temblar de anticipación. Podía sentir la presión de su duro miembro contra su sexo, su respiración acelerada al igual que la suya, el ardiente deseo reflejado en su mirada.
—Soñé con esto cada noche desde la última vez estuvimos juntos —pensó sin darse cuenta de que lo estaba diciendo en voz alta—. Me toqué pensando en vos imaginando que volvía a tenerte dentro de mí.
Su inesperada confesión le provocó una descarga eléctrica directa en su ingle. No existía nada más sexy que saber que se había dado placer a sí misma pensando en él. También pasó por eso cuando en la ducha no pudo resistir las ansias que sentía por ella; cuando, como un maldito adolescente, se masturbó recreando en su mente el momento en el que su virilidad era cubierta por su abrasador fuego mientras se hundía una y otra vez en su interior.
—No fuiste la única —declaró con voz ronca, áspera—. Tu recuerdo me persigue desde entonces. Muero por volver a hacerte el amor.
—Lucas...
La acalló con un beso. Nada lo preparó para lo que acababa de oír. Sí, sabía que ella lo había disfrutado y estaba seguro de que también deseaba repetirlo, pero jamás se imaginó que lo necesitara con la misma intensidad con la que él lo hacía, que anhelase en sueños su toque y fantaseara con sentirlo de nuevo.
Suspiró de placer ante la posesividad con la que devoraba sus labios y le acarició la espalda notando al instante cómo su piel se estremecía bajo su tacto. Ese hombre era en extremo sensible a ella y eso la encendía aún más. Necesitaba que volviera a adueñarse de su cuerpo como ya lo había hecho con su corazón. Deslizó una mano entre sus cuerpos y, con la palma hacia arriba, cubrió su erección por encima de la dura tela de sus jeans. Le gustó oírlo gemir ante su contacto.
Lucas interrumpió el beso al sentir su caricia y se apartó antes de perder por completo el poco control que conservaba. Su ardiente pasión aumentaba la suya de un modo peligroso, llevándolo en pocos segundos muy cerca del límite. Cerró los ojos un instante entre tanto procuraba regular su agitada respiración y se levantó para terminar de desvestirse. Lo excitó ver que ella no se perdía detalle de sus movimientos. Al finalizar, regresó a su lado para despojarla de lo último que la separaba de él.
De pronto, un intenso y fugaz relámpago iluminó la habitación, seguido de cerca por un fuerte trueno que hizo vibrar las ventanas. Un instante después, se desató la tormenta. Sonrió. No había nada más bonito que hacer el amor con el mágico sonido de la lluvia cayendo en el exterior. Al parecer, Lucila compartía su opinión, ya que en ese momento sus ojos se encendieron como llamas a la espera de que él volviese a tomar lo que le pertenecía.
Sintió su intensa mirada sobre ella conforme se acercaba de nuevo y, tras apoyar una rodilla en la cama, se inclinó para besar su cuello. El contacto de sus labios en la piel disparó una vez más su deseo. Lo rodeó con sus brazos para aferrarse a sus hombros; no obstante, él no se detuvo y, descendiendo despacio, dejó un camino de besos hasta sus pechos. Entonces, tomó uno con la mano y lo cubrió con su ardiente boca. Jadeó al sentir su lengua sobre el pezón y repitió su nombre en un susurró cuando él succionó con fuerza.
Lucas gruñó al oírla llamarlo de ese modo. Sin dejar de atormentarla con sus labios, llevó su otra rodilla hasta la unión entre sus piernas y presionó con suavidad sobre su húmedo sexo. La sintió retorcerse ante el íntimo contacto y cerrar los dedos en su carne hasta clavarle las uñas, desbordada por el inmenso placer que estaba experimentando. Él se apartó apenas para poder contemplarla.
—Sos tan hermosa, Lucila.
Abrió los ojos al escucharlo y los clavó en los suyos. Quería decirle que pensaba lo mismo de él, que era el hombre más sensual, tierno y apasionado que había conocido en toda su vida, pero las palabras la eludieron. Estaba demasiado afectada por todo lo que generaba en ella.
Incapaz de controlar las reacciones de su cuerpo, llevó una mano a su otro pecho y comenzó a tocarse a sí misma, mostrándole lo que necesitaba.
Él entendió el mensaje de inmediato y, cubriendo su mano con la suya, descendió con su boca. Lamió la endurecida punta con movimientos suaves y circulares y tiró de esta con sus dientes despacio.
—¡Sí! ¡Sí! —exclamó, absolutamente perdida.
Escucharla así de exaltada pudo con él. Ella podía con él.
Agarró el preservativo que había dejado sobre la mesita de luz al desnudarse y se lo colocó con rapidez. Había planeado llevar las cosas con calma, recorrer su cuerpo con sus manos y su boca hasta alcanzar su zona más sensible, tomarse su tiempo para provocarla con su lengua y hacerla arder de deseo. Solo cuando la sintiese al borde del abismo se permitiría dar rienda suelta a su deseo y se hundiría en ella como hacía tiempo anhelaba.
Nada de eso sucedería esa noche. Era tal el fuego que encendía en él que no podía esperar ni un minuto más para que volviesen a ser uno. Tras abandonar su delicioso y adictivo seno, se ubicó entre sus piernas y la instó a separarlas un poco más. La quería por completo abierta a él. Luego, sujetó su grueso miembro con una mano y lo llevó hacia su entrada. Podía sentirlo palpitar con rabia contra su palma, ansioso por entrar en casa. Sin apartar los ojos de los suyos, comenzó a deslizarse despacio en su interior.
Lucila gimió ante la suave y exquisita invasión. Era mucho mejor de lo que recordaba y, sin duda, superaba por lejos cualquier fantasía que hubiese tenido después. Notaba cómo se iba abriendo paso, poco a poco, hasta enterrarse de lleno en lo más profundo de su cuerpo. Presa de sus ojos, le sostuvo la mirada mientras lo sentía retirarse para volver a hundirse dentro de ella. Los movimientos eran lentos y pausados avivando el fuego que jamás se había apagado entre ellos.
Todo su cuerpo estaba en tensión. Apenas podía respirar al luchar contra las increíbles sensaciones a las que ella lo sometía con su abrasador calor. Sus gemidos, su respiración agitada y el deseo que podía ver en sus ojos lo instaban a moverse más rápido y tomarla con mayor intensidad. Y así lo haría, pero antes quería que estuviese al límite. Sin detenerse, le acarició el cuello con una mano y descendió despacio pasando por el valle entre sus senos hasta su vientre. Entonces, siguió hasta donde sus cuerpos estaban unidos.
La oyó jadear en cuanto sus dedos rozaron su feminidad y procedió a trazar pequeños círculos sobre su zona más sensible a la vez que la penetraba una y otra vez. Estaba cerca, podía notarlo. Todo su interior se cerraba sobre él, cual prensa, elevándolo más alto, si acaso eso era posible. Volvió a besarla, extasiado por su efusivo placer, y comenzó a moverse más rápido, sus embestidas fuertes, profundas, provocando que sus gemidos se tornasen más audibles y se alzaran por encima del sonido de la tormenta.
Lo sentía en todos lados cuando los primeros espasmos llegaron. Sus labios se movían sobre los de ella, su lengua la recorría con ansia y sus implacables dedos no le daban tregua al tiempo que entraba y salía de ella con energía. Se encontraba en la cima, al borde del precipicio, y sabía que la caída sería abismal. Él debió percibirlo porque en ese momento la buscó con la mirada y así, sin más, todo estalló a su alrededor.
Verla alcanzar el clímax lo llevó rápidamente al límite. El orgasmo de ella desencadenó el suyo y ya sin poder seguir conteniéndose, se enterró en su interior con una última y profunda embestida. Apoyándose sobre sus antebrazos, hundió el rostro en el hueco de su cuello mientras intentaba recuperar el aliento. Había supuesto que sería increíble cuando por fin volviesen a estar juntos, pero lo que acababan de experimentar, superaba con creces cualquier expectativa.
Afuera, la tormenta se encontraba en su apogeo. El viento silbaba enérgico en tanto la lluvia golpeaba los vidrios de las ventanas y los relámpagos parpadeaban de forma intermitente. De pronto, un trueno estalló en el cielo provocando que Lucila se estremeciera. Lucas se apartó de ella lo suficiente para poder mirarla y le sonrió.
—¿Te asusta? —le preguntó a la vez que le apartó el cabello de su frente.
—Un poco —reconoció—. Me gusta la lluvia, no tanto las tormentas eléctricas.
—No te preocupes. Estás a salvo conmigo —afirmó antes de dejar un suave beso en sus labios.
Lucila no pudo evitar pensar que no se estaba refiriendo solo a la tormenta.
A continuación, salió de ella despacio. Quería abrazarla y estrecharla entre sus brazos para hacerla sentirse protegida, no obstante, primero debía deshacerse del maldito condón.
—Enseguida vuelvo —le dijo justo antes de incorporarse.
Ella lo siguió con la mirada mientras caminó desnudo, sin pudor alguno, hacia el cuarto de baño. En cuanto estuvo a solas, se apresuró a buscar en su cajón el camisolín de satén que había comprado con el conjunto que acababa de estrenar y se metió de nuevo en la cama. No sabía por qué, pero se sentía nerviosa. Quizás tenía que ver con que esa sería la primera vez que pasarían toda la noche juntos.
Lucas regresó de inmediato. Frunció el ceño al encontrarla recostada sobre la cabecera con la manta sujeta en su pecho. Por la expresión de su rostro, supuso que algo la inquietaba. En silencio, se acostó a su lado y con una sonrisa pícara, volvió a desvestirla.
—No vas a necesitar esto, bonita. Yo te mantendré caliente durante la noche.
Tras envolverla con sus brazos, la pegó a su costado. Lo complació oír el suspiro que salió de sus labios entre tanto se acurrucaba contra su pecho. Minutos después, notó que se relajaba poco a poco hasta finalmente quedarse dormida. Inspiró profundo. Solo esperaba que siguiese allí por la mañana.
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