ERIC





Salí corriendo ni bien se cumplió las doce de la noche.

Con apenas una remera vieja y un pantalón pijama de tela fina que no abrigaba el mínimo de calor. Delcalzo, con el frío y húmedo suelo manchando mis pies y la ventisca congelando cada músculo de mi cuerpo. No tenía conocimiento certero del camino que tomaba, ni de las miradas ni mucho menos de lo que dejaba atrás.

Bueno, no había nada que recordar.

Mi alma se escabulló igual que una rata mugrienta dentro de una casa, como un lastre, como la estúpida arena mugrienta que se arrinconaba en el patio de aquél lugar, llena de bichos.

Pues era evidente que el día que cumpliera mis dieciocho años no iban a ceder mi libertad.

Me criaron en una casa grande, de cuatro pisos y habitaciones a montón. La mayoría estaba vacía, silenciosa, con la cama cubierta de sábanas blancas y un aromatizante dulzón que me tenía la nariz impregnada. Durante muchos años nos enseñaron a cuidarnos del mundo exterior, nos enseñaron historia, nos explicaron porqué el mundo se volvió tan gris y porqué razón nosotros éramos importantes para el futuro de la humanidad. Pues, muchas veces me saltaba las clases, no era un alumno ejemplar y tampoco me esmeraba en aprender la terrible historia de cómo el mundo se pudrió por culpa de nuestros antepasados.

Tal vez, fue por ello que fuimos abandonados en un lugar tan cínico y podrido como lo era aquél territorio.

Mientras corría, mientras me ocultaba y trataba de recordar el mapa mental que había memorizado con astucia sentí que el mundo se me venía abajo. Porque cuando mis pies tocaron el primer charco de agua ví sobre su reflejo los altos edificios del territorio abandonado. De lo que alguna vez mis padres, mis abuelos, quién mierda sean llamaron ciudad. Mis ojos se alzaron ante la inmensidad rota y olvidada, ante las paredes cubiertas de grietas, moho, ante anuncios borrosos del pasado.

Me quedé quieto, mirando la mugre y el desorden completo que había, avancé con un poco de temor, con cuidado mirando todo con suma atención pues, era la primera vez que salía a conocer la vieja historia de un mundo agonizante. Abracé mi pecho con fuerza, sintiendo el frío, la tarde se asomaba peligrosamente por mi espalda y el vago conocimiento que tenía sobre el mundo atormentaron mis instintos como una bestia.

Me escabullí dentro de pequeño edificio oscuro y miré todo con suma atención, lo que me podía llevar, y lo que podía comer. Sé que escapar con las manos vacías fue un grandísimo y terrible error, me lo hubieran dicho, más bien, pero los pocos y únicos casos de fuga siempre terminaron mal por la terrible carga que se lleva en las manos. Porque para salir de la gran casa tuve que deslizarme por una pequeña apertura que me fue agonizante y pesado, tardé alrededor de una hora para recorrer los pocos cinco metros que me alejaban de la ciudad y el mundo entero. La mugre y la costra amarillenta que se quedó pegada a mi ropa y extremidades tenían un olor terrible y nauseabundo, casi como el vómito que los chicos desprendían antes de sufrir las momentáneas fiebres que nos atacaban cada mes. Los pocos chicos que estaban en la gran casa eran de cierta forma, iguales. Mismo color de cabello, mismo color de ojos, misma actitud. Sabía el nombre de algunos pocos, tal vez, de un tal Jorge, o tal vez James.

James me caía bien.

Había sido él quien me habló de la salida, del dueño de la gran casa y muchas otras cosas que sucedían y que nosotros no nos dábamos cuenta. Muchas de ellas las había sospechado, como el tema de las fiebres, o el asqueroso aromatizante que decoraba cada habitación. La historia que rodeaba aquella casona era tan misteriosa como la gente que nos rodeaba. A fin de cuentas, James desapareció seis meses antes de cumplir los dieciocho años después de sufrir una de sus peores fiebres. Era lo cotidiano, las muertes, desapariciones. La mayoría estaba destinado a una salud débil y las muertes por ello siempre justificaban la falta que hacía en la mesa.

Y los virus y enfermedades del exterior también se habían vuelto una excusa para no salir de aquél lugar.

Pero ahí estaba yo en medio de un lugar lleno de estantes, parecido al almacén de la cocina donde siempre me tocaba turno para limpiar. Sin embargo, cada estante vacío llenaba una desilusión más y sumaba el miedo y la culpa por, posiblemente, haber tomado una mala decisión. Pero ya no podía volver, y no quería. Pero sabía tan poco de supervivencia que el estómago ya me rugía del hambre y el miedo. Maldije en mi interior, sintiendo que mis ojos picaban.

Nos habían dicho que éramos el futuro de la humanidad, pero siquiera nos habían enseñado a sobrellevar lo que había quedado del mundo.

Volví a revolver los escombros, habían muchos envoltorios coloridos, distintos a los que conocía. Los productos en la gran casa jamás tenían colores intensos. El aroma de aquél lugar era extraño, vacío, por un momento me agradó no sentir el aromatizante asqueroso que siempre hubo en mi habitación y en toda la maldita casa. Caminé por los pasillos, mirando los estantes, los pisos, afuera el día se estaba apagando y cada vez la oscuridad ganaba terreno en mi visión. Sin embargo, mis ojos divisaron a lo lejos algo que brillaba en el suelo y que cuando me acerqué dejó de hacerlo.

Lo miré extrañado, raro, cuando lo levanté miré en él los mismos ojos que siempre veía en los otros chicos de la gran casa. Del color del pasto, apagado, triste, la impresión de recordar aquél lugar me hizo retroceder con miedo. Mi espalda golpeó con fuerza un estante y grité con fuerza, mis manos fueron directo a mi cabeza, sintiendo el ardor y la humedad de la sangre rojiza sobre mi cabello castaño, mi mirada volvió al pedazo de vidrio donde había visto aquellos ojos color pasto. Habían muchas piezas, tantas, y temí por un momento dar la vuelta y encontrarme con alguien que no quería, tal vez con el señor Joe, o con la señora Judith, temí, también, pensar que ese era yo.

Sin embargo, el dolor y el llanto que cubrieron mis ojos me obligaron a levantar la mirada, había una especie de cuadro roto, con pocas piezas de ese vidrio que reflejaba el rostro como si fueran otros ojos. Mi respiración se volvió errática y lentamente ví frente a mí a un delgado chico de cabello castaño, medianamente corto, con la sangre chorreando y las lágrimas decorando un par de ojos verdes.

Mis labios temblaron y temí acercarme, temí moverme con miedo a que el reflejo me atacara, pero lloraba, y mis ojos se movían desesperadamente por todo el cuerpo que demostraba aquél cuadro. Tenía hombros delgados, ropa holgada, todo lo que ya sabía que era pero... Era extraño verlo. Mi mirada corrió al cartelito que tenía pegado.

"Espejo mediano $100"

En la gran casa no había espejos medianos, no había tantas cosas de vidrio ni tampoco se nos permitía ver por la ventana mucho tiempo. El reflejo estaba prohibido, y lo creí ridículo hasta el momento de llegar a la conclusión que era igual que los otros chicos.

Mismo cabello, mismos ojos.

Tal vez, tuve que pensarlo, pero muchas veces intenté ver mi reflejo en los charcos del baño, y me veía alto, de cabello oscuro y ojos negros. Presioné nuevamente la herida sobre mi cabeza y mordí mis labios, aparté la mirada del espejo mediano y salí de aquél sector. Mi rostro se alzó nuevamente afuera, notando que la luz se volvió tan escasa como la comida de aquél lugar. Sin embargo, mi cuerpo se quedó helado y quieto cuando me enfrenté a la mirada de otra persona de pie afuera, a través de la ventana. Me quedé atónito, con la mano cubierta de sangre y la mirada llorosa frente a un hombre colosal y monstruoso. Mis labios temblaron cuando recorrí su gran torso, sus grandes brazos, todo su gran cuerpo y su rostro salvaje, sus ojos rojos resaltaban con furia, como la sangre de mi herida y con la misma esencia de un animal rabioso y hambriento.

Sus ojos saltones me miraban directamente, y temí moverme.

Mi ceño se frunció y el terror y el nudo que sumó mi garganta causó que más lágrimas sumaran mis ojos verdes. Mis extremidades temblaron con fuerza y el terror y el peligro que sentí al notar su presencia descomunal solo hizo que el corazón se me saliera del pecho. Era una bestia terrorífica y enorme, de increíbles ojos saltones, rojos. Mi nariz sintió en el aire un aroma agridulce, y recordé el aromatizante de la gran casa, tan terrible, tan... Tan feo. La tensión y el miedo me alzaron con furia cuando en un segundo aquella bestia ya había atravesado la puerta con fuerza. Salí corriendo, pisando los vidrios, los pedazos de escombros, sintiendo como mi piel se cortaba más y como el aroma pestilente y agridulce inundaba mi cuerpo entero. Escuchaba los rugidos, los movimientos, corrí por todo el pasillo hasta llegar a otra zona desolada, los escombros se hicieron más grandes, los rugidos, la desesperación. Me volví con miedo, con espasmos y con el llanto ruidoso y mortal destruyendo el escondite de mi presencia.

Mi cuerpo entero se volvió un manojo de nervios y debilidades, me sentí tan indefenso, tan... Tan chiquito, pequeño. Mis piernas quisieron rendirse cuando el colosal hombre de ojos rojos se enfrentó a mí de una buena vez, su rostro sudoroso, su cabello negro y las abundantes cejas negras solo remarcaron la sangrienta mirada y los largos colmillos que vislumbraron sus labios. Era como un perro rabioso, apestoso, su aroma, su olor terrible. Me sentí débil cuando rugió con fuerza, mis huesos, mi cuerpo, el llanto desgarró mi garganta cuando caí al suelo temblando. Me sentía extraño, cediendo, mi corazón, mi mente.

Y cuando sentí su calor, su presencia, algo se removió en mi interior con miedo y sumisión, su rugido alteró mis tímpanos, mi llanto, mi cuerpo se volvió tan manejable ante la debilidad que sentía. Sus manos empezaron a acariciar mis piernas, levantando el pantalón pijama, y su tacto, su terrible tacto áspero solo causó que más sollozos se escucharan alrededor. Su aroma era picante, fuerte, y temí mirarlo a los ojos, temí lo que sus manos pudieran hacer, y no comprendí porqué razón mi cuerpo no reaccionaban a la furia que sentía, a la ira, al instinto de escapar por aquella puerta libre de todo peligro.

—N-no... —murmuré bajito y mis manos temblorosas fueron directo a las suyas cuando lo sentí sobre el elástico de mis pantalones, el llanto desconsolado que dejé salir solo causó desesperación en la situación, aquél hombre me tomó del rostro con fuerza, su nariz, sus ojos, su respiración se volvió tan intensa cuando tomé sus gruesos brazos entre mis manos. Era tan grande. Su mano se apretó en mi barbilla, en mi cuello, el terrible dolor de su aprieto me dejaba sin aire, sin llanto, y me obligó a mirarle, sus ojos rojos brillantes, sus colmillos, la saliva que le chorreaba de la boca me aterró de tal forma que no pude gritar con libertad. Sentí la cercanía de su cuerpo, su cintura, su miembro abultado sobre mis muslos. Aquél de acomodó en mí con tal facilidad que mis manos perdieron fuerza cuando me soltó el cuello, tosí desesperadamente al momento que arrancó el elástico de mis pantalones y rompió la prenda por completo. Grité que no lo hiciera y él me rugió con furia como un animal desesperado, la saliva me salpicó el rostro y la debilidad volvió a chocar mi cuerpo cuando miré mi propia intimidad pálida cerca de su moreno cuerpo velludo, su abdomen musculoso estaba cubierto de heridas, de cicatrices, el aroma, la suciedad, la prenda raida y rota que tapaba su virilidad era lo único que me impedía gritar como un loco. Porque mi voz no salía, no salía y aquél aroma, aquél aroma solo me estaba matando la cabeza.

—P-por fav...—susurré cuando se arrancó la prenda que cubría aquél bulto, mis manos se detuvieron cuando lo ví, del largo de mi antebrazo y tan grueso que mi mano se quedó chica al solo intento de rogarle que no lo hiciera. Mi boca de secó, las lágrimas pararon un segundo cuando aquél hombre sostuvo aquella virilidad con su gran mano. Y cuando se acomodó, cuando noté a dónde quería llegar y adónde buscaba entrar la locura me dejó igual que un animal agonizante y desesperado. El llanto y el grito que emití desgarró mi garganta, la fuerza, las paradas y el solo intento de quitar a un hombre de dos metros sobre mí solo causaron que sus ojos de volvieran más rojos. Mis ojos se movieron a los lados, mis manos tomaron cualquier cosa que estuviera a mi alcance para golpearlo. El pedazo de escombro que mis dedos tocaron se reventó igual que una fruta sobre su rostro. Por un segundo, me soltó y me arrastré con rapidez de su dominio, levanté mis pantalones y los sostuve con fuerza cuando aquél salvaje rugió nuevamente, más fuerte, más intenso.

Mi cuerpo trastabillo y mis piernas flaquearon, me sentí débil nuevamente pero volví a levantarme, mis huesos dolían, mi pecho, cada rugido era como un golpe para mí, y no me atreví a volverme. Me dolían los pies, la cabeza. Y temía salir afuera y encontrarme con otra bestia igual de terrorífica que esta. La noche ya había tomado poder de las calles y lloré con fuerza, no quise volverme, no quise recordarlo.

Sin embargo, el último rugido había Sido demasiado para mí. Y justo ante la salida, ante el aire fresco y la gran luna alzándose en el cielo aquél llamado desgarrador retumbó entre los edificios y ruinas que gobernaban el mundo perdido. Mis piernas se rindieron y aquél alfa me arrastró nuevamente a su cuerpo, a su hombría y a la furia del primer golpe. Mi hombro dolió con fuerza cuando su puño de estrelló contra él, sentí que algo se había roto, y el dolor, el llanto, el tacto de sus manos en mis piernas y su pelvis peluda sobre mi piel solo causó que gritara con miedo. Bajito, entre sollozos desgarradores y el primer grito al sentir que me rompía por completo.

Me desperté al sentir la primera gota fría sobre mi rostro. Mis ojos se movieron, dolorosos, y levanté la mirada al cielo gris y a las gotas de lluvia que caían con abundancia sobre mi piel, mi respiración estaba normal, silenciosa, pero sentía que me movía. Levanté apenas la cabeza y comprendí que estaba sobre una especie de lona azulada y sucia que había manchado mi cuerpo por completo.

Mis ojos adormilados miraron primero mis muñecas, violáceas, los moratones sobre mis brazos hicieron que mis ojos picaran, el dolor en mi pecho volvió a crecer cuando bajé la mirada a mi cuerpo desnudo, a mis piernas marcadas y la sangre que chorreaba entre ellas. Mi rostro tembló, y las lágrimas cayeron sobre mis mejillas frías mientras el miedo y el recuerdo de haberme desmayado a la segunda embestida me abofeteaba con fuerza. Y lo peor de todo es que no sentía las piernas. El dolor descomunal no me permitía moverme más allá de un centímetro, mi ceño se frunció y cubrí mis labios cuando un sollozo se escapó con rapidez, mi mirada de agrandó cuando sentí que el hombre detrás de mí se detuvo, entre la lluvia, el silencio del lugar y la calle desolada.

Mi cuerpo tembló una vez más y me golpeé la cabeza con dolor cuando soltó la lona y sentí el duro suelo, el llanto se volvió ruidoso, y el dolor se extendió por todos mis huesos y músculos. Mi mirada se pegó en él con miedo cuando se inclinó sobre mí, me quedé callado, temeroso.

Aquél levantó la pijama y describió mi vientre plano, lleno de marcas que causaron otro sollozo de mi parte. La bestia se inclinó y olisqueo mi vientre como si se tratara de un perro, temí acercar mi mano, decir algo. Mi rostro lo miró asustado cuando frunció el ceño y volvió a levantar la mirada, me miró por un largo rato y lentamente empezó a tocar sus partes íntimas. Mi cuerpo empezó a temblar y mordí mis labios con terror cuando de un movimiento volvió a levantar mis piernas para acomodarse entre ellas. El dolor descomunal que electrificó mi cuerpo causó que gritara, lloré con furia y grité. Grité que no lo hiciera, negué tanto pero él no me escuchaba, parecía no entender, la ira, el miedo, el dolor sobre mi cuerpo era tan insoportable que gemí dolorosamente. Rogué por ayuda cuando sentí el tacto de su virilidad en mi ultrajado cuerpo. Y justo cuando lloré furiosamente sentí el gusto a hierro de la sangre en mi boca, en mi rostro. En todo mi pecho.

Mis ojos cubiertos de lágrimas y sangre divisó entre la lluvia al hombre que iba a desgarrarme nuevamente, con la mitad del cuello separado del cuerpo y la terrible silueta de otra persona detrás de él. Me quedé atónito, temblando cuando la bestia cayó al suelo y la silueta de un viejo hombre canoso se paró frente a mí. Retrocedí como pude, entre el llanto al no reconocer si era otra bestia que venía a dañarme.

—Eric... —escuché y me quedé quieto, limpié mis ojos y mi vista borrosa se aclaró finalmente. Frente a mí estaba el señor Joe, con su ropa negra y su mirada llena de lástima y pena. Mi llanto se volvió desesperante y busqué abrazarlo, pero no podía moverme—. Ay... Eric, ¿Qué haz hecho, Cachorro?

—Joe... —sollocé, y me colgué con desesperación a él al momento que se acercó hacia mí—. Joe sácame de aquí, sácame de aquí por favor, no quiero, no quiero.

—Te lo advertimos —susurró con su voz tranquila—. No debiste salir, no debiste... Mira nada más lo que hicieron contigo.

—Perdón, perdón... —lloré y lo abracé con la poca fuerza que podía brindar. Miré al hombre que me había dañado, al charco de sangre, su enorme cuerpo. Sus ojos dejaron de ser rojos y un suave color miel decoró sus orbes. Escondí mi rostro en el hombro de Joe y esperé, finalmente, a que volviéramos a la gran casa.

Pasaron alrededor de dos semanas para recuperarme por completo, cuando llegué nadie me recibió, ni los chicos, ninos señora Judith. Joe se encargó de arreglar mi brazo roto y mi cuerpo desgarrado, había pasado la mayoría del tiempo durmiendo, cansado, sufriendo de dolores y recordando el suceso una y otra vez en mi mente. Cuando le pregunté a Joe porqué aquél hombre tenía los ojos rojos él no quiso responder. Me había dicho, más tarde, que muchos hombres así estaban sueltos en la vieja ciudad, y que por esa razón nosotros éramos importantes para el futuro del mundo. Para arreglar eso.

Sin embargo, pensé mucho en sus palabras, aquél me había destruido por completo, incluso, aquél rugido era tan mortal como un cuchillo sobre el cuello. Era una bestia, un monstruo, y pensar que había más de él sueltos por ahí hicieron que mi cabeza estallara de terror.

Y al final, el primer día que pasé fuera del hospital de la gran casa nadie había notado nada raro en mí, como si los moratones y el brazo roto y enyesado no fueran un faro de luz a la curiosidad ajena. Me sentí solo una vez más, pero preso de las ligeras miradas que los otros chicos me ofrecían. La señora Judith no me había dicho nada cuando volví a clases, no hasta la siguiente noche. Cuando estaba en mi habitación recostado, leyendo el libro que había dejado de tarea para despejar mi mente del hombre que me había dañado.

—Eric —escuché su voz detrás de la puerta y me levanté al instante. La mirada vacía de la señora Judith se pegó en mí cuando abrió la puerta, sus anteojos viejos evitaron que pensara mucho en la mirada que dedicaba—. ¿Estás bien?

Me analizó de pies a cabeza, seguía teniendo el yeso en el brazo y me sentía más indefenso de lo normal. Recordé mi reflejo en el vidrio, en los moretones.

—Eric —volvió a llamarme, y volví al mundo real. Ella se paró frente a mí y acomodó su traje negro—. Veo que comprediste la razón por la cual no dejamos que ninguno salga de la gran casa.

No quise sentirme atacado, pero el tono y las palabras de la señora Judith hicieron que mi pecho doliera. Bajé la mirada, mi vientre dolía.

—Fue un error. Lo lamento.

—Está bien —murmuró—. Pero lamento decirte que ya no te puedes relacionar con los demás chicos, te cambiaremos de sector, ven conmigo.

—¿Relacionar...? Pero está prohibido hablar con los otros, yo no... No he dicho nada.

—El simple hecho de ver tu brazo roto y la forma en la que caminas deja en evidencia el resultado de tus actos, Eric.—habló, subiendo más el tono. Me sentí chiquito y mis mejillas se prendieron con furia cuando ella me miró enojada, su rostro había cambiado—. Tantos años de cuidado y dedicación para que pagaras de esta forma, estoy decepcionada de ti, escapaste, te encontró un alfa salvaje y te arrancó del cuerpo lo más sagrado que tenías, gracias a Joe no terminaste con un cach... —se quedó callada y bajó la mirada, mis ojos la miraron sorprendido.

—¿Un... Un alfa? ¿Q-qué... Qué es un alfa? —pregunté y ella negó.

—Toma tus cosas, Eric.

—Pero Señora Judith...

—Dije que tomaras tus cosas. Callado —bramó y salió de la habitación. Me quedé un segundo quieto y después volví a mí. Tomé la poca ropa que tenía y la metí en un bolso de cuero, mis libros de estudio y salí de la habitación. El aroma dulzón del pasillo chocó contra mi nariz y la mirada de la señora Judith se pegó seriamente al bolso que tenía en manos—. ¿Cosas?

—Tres mudas de ropa y los libros de estudio —murmuré, ella asintió. Siguió caminando y el ruido de sus tacones retumbó por toda la casona, la mayoría de las veces el silencio era tan mortífero que cualquier cosa podía sentirse. Era casi medianoche y la luz de la luna iluminaba todo con fuerza. Las ventanas estaban descubiertas y miré la ciudad a lo lejos y la oscuridad de sus sombras.

Ahí había estado una noche.

—Responde con la verdad, Eric —murmuró Judith cuando atravesamos varios pasillos, el manojo de llaves se escuchaba constantemente hasta que llegamos a una parte de la casona que nunca había visto. La decoración del lugar se había vuelto más elegante e intensa, la noche, los muebles. Todo. El aroma incluso era más agradable. La señora Judith me acompañó por cinco minutos más, caminando hasta que se detuvo en una habitación y abrió la puerta con tranquilidad. Esperé a que me entregara la llave, pero no me la dió.

—Guarda tus cosas primero, tienes nuevas mudas de ropa, entrégame tu bolso —la miré extrañado y se lo di, ella quitó la ropa vieja—. Sentí el aroma de la ciudad en ti y en toda tu habitación. No puedes quedarte con esto.

—Está bien —susurré y me encogí de hombros, ella me miró y luego asintió y se retiró con tranquilidad, escuché el ruido de sus tacones y rápidamente me encerré en mi nueva habitación.

Cuando divisé la gran cama y la frasada aterciopelada que tenía rápidamente corrí a tirarme sobre ella. Cosa mala, puesto que me apoye sobre el brazo roto y gemí de dolor. Me levanté al segundo y miré todo con suma atención. Había cuadros, muebles hermosos e incluso tenía una ventana grande. Había un aroma peculiar, amargo, me encantaba.

Miré mi bolso y los tres libros que tenía. Los tomé con mi brazo bueno y fui a acomodarlos sobre el mueble de ropa. Abrí el cajón, eran prendas suaves. Mi mirada se aflojó y rápidamente me volví cuando sentí una presencia más en aquellas cuatro paredes. La puerta estaba abierta, silenciosa, fruncí el ceño cuando una silueta alta y oscura de asomó entre la oscuridad. Mi boca se secó y retrocedí con la voz en la punta de la lengua, el dolor que se extendió en todo mi cuerpo al ver al hombre que había entrado fue la misma sensación que sentí afuera, en la ciudad.

Era alto, grande, un poco más delgado pero sentí que eran lo mismo, traía ropa cuidada y suelta. Y su mirada era suave y normal, ojos verdes, su cabello castaño estaba bien cortado y su piel lechosa se vislumbró a través de la luz de luna. La vela que había en la habitación pareció favorecer su gran estatura.

—Eric —murmuró y me sorprendió que hablara, era igual de enorme que la bestia de afuera, mi cuerpo, el temor, todo se sumó nuevamente a mi mente y no pude responder a su llamado. No entendía porqué había alguien así dentro de la gran casa, no entendía porqué la señora Judith lo había llevado ahí—. Supongo que sigues asustado, es decir... Lastimosamente no es tu primera experiencia con un alfa.

Esa palabra otra vez. Fruncí el ceño pero no respondí tampoco, él miró mi habitación, mis pies descalzos. Traté de guardarme las lágrimas al sentir su mirada por todo mi cuerpo, tenía la pijama puesta. Dios, la pijama.

—Felicidades por tus dieciocho años —murmuró y traté de no mirarlo—. Me dijeron que... Te escapaste de la gran casa ese mismo día, realmente lo lamento, Cachorro.

—N-no... —murmuré y apreté los ojos, el caminó alrededor de la habitación, tocando algunas cosas.

—¿Sabes? Me han contado de ti, algunos chicos que vinieron aquí... James, tal vez, ¿Te acuerdas de él?

Lo miré sorprendido, claro que me acordaba de James, incluso, tenía latente la noticia de su desaparición. El alfa me miró y sonrió apenas. Parecía joven, pero noté a los costados de sus ojos pequeñas arrugas, tal vez, tenía poco más de treinta años.

—Sí.

—Él me habló de ti... Aquí las cosas son distintas, Eric, puedes hablar con quién quieras... Preguntar lo que quieras —murmuró y de paró frente a mí, bajé la mirada, su aroma era picante, pero suave, tan poco intenso que mi celo fruncido se aflojó un poco. Sin embargo, no podía bajar la guardia—. ¿Sabes? Me hubiera gustado mucho ser el primer alfa en conocerte. Me gusta tu olor... Omega.

Lo miré extrañado, sin decir una palabra, su mirada verde y suave me dedicó tranquilidad y paz, como si no tuviera otras intenciones. Lo cual no comprendí. Miré mi brazo roto, mis heridas, aún tenía las muñecas marcadas y el cuello con moretones. Las marcas de un alfa.

—¿Qué... Qué se supone que hago aquí? —murmuré sintiendo que mis ojos picaban, él se inclinó y se arrodilló frente de mí. Quedaba a la altura de mi pecho, incluso, se veía más joven. Me miró con tal bondad que mi cuerpo tembloroso temió equivocarse y sufrir otra mala experiencia—. ¿Qué hago aquí?

—El mundo se pudrió hace mucho, Eric —murmuró tomando mi mano sana, acarició las heridas—. Los alfas como yo, se volvieron salvajes, y empezó una masacre para tomar a los omegas, como tú... pasó hace mucho tiempo, Eric, y tú, como otros, son los últimos omegas que habitan el mundo. Son el futuro, Cachorro.

—Pero ellos... —murmuré y mis ojos se llenaron de lágrimas—. Ellos son muy fuertes. Son feos... Son...

—Por eso... Debemos crear alfas sanos y fuertes.

Me miró suavemente y no entendí a lo que quería llegar, lo miré con el ceño fruncido y las lágrimas pararon. El posó mi mano sobre mi vientre.

—Aprieta, Eric —murmuró—. Tú puedes cargar aquí el futuro del mundo...

—¿El futuro...?

—Pero parece, mnh —murmuró y me miró con compasión antes de tomar mi pijama y mirarme, la levantó apenas y olisqueo mi piel, sentí sus manos cálidas, era un tacto distinto. Él me miró, sus ojos claros estaban llenos de pena—. Parece que aquél alfa ya dejó una parte de sí aquí dentro.











APRIETA, ERIC. HUNTER 2019. OCTUBRE.

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