Viejas historias

—No Tomás, no te vayas—los brazos de Cristina se enroscaron en el cuello del chico con tanta fuerza que por momentos temió decapitarlo. Las lágrimas le resbalaban por la cara y su voz se confundía con una serie de aullidos y gemidos lastimeros.

—Cristina no lo estás haciendo más fácil—pronunció él intentando contener el llanto que amenazaba con salir.

No solo estaba abandonando su casa, abandonaba a sus amigos, a su hermana, abandonaba la mejor infancia que se podía pedir. Dejaba demasiadas cosas atrás como para atenerse a la regla de que los chicos nunca lloran.

—¡No es fácil!—chilló mientras hundía su cara en el cuello de uno de sus mejores amigos—¡Dejen de abandonarme! Primero Melchor y ahora tú ¿Por qué no podemos ser amigos para siempre? ¡¿Por qué?!

—Siempre seremos amigos.

—¡Mentira! Chie decía lo mismo y ni siquiera tuvo que mudarse como para ignorarnos ¡No te vayas Tomás! Puedes vivir con nosotros, un día en mi casa, otro día en la casa de Anto, y otro con tu hermana ¡Sería increíble!

Ella trató de sonreír a pesar de que su labio tuviese vida propia e insistiera en tiritar y tiritar, él por su parte se mordió una mejilla por dentro. Debía mantenerse fuerte por Cristina.

Antonio se acercó un poco, trataba de disimularlo pero también sentía la necesidad de llorar, de soltar todo lo que mantenía guardado desde que se enterara sobre la mudanza de Tomás.

¿Qué sería de los Aprendices si él también se iba?

Puso su mano sobre el hombro del chico e intentó parecer calmado y despreocupado. No sabía que decir, y cuando no sabía que decir simplemente trataba de comunicarlo físicamente.

—¡Los voy a extrañar mucho!

Tomás se quebró y apretujó a Titi tanto como le dieron los brazos llorando como un bebé. Esa sería la última vez que sentiría su aroma florar empalagoso, la última vez que tendría que consolarla, la última vez que la viera.

Antonio también empezó a llorar, no pudo evitarlo, las fuerzas le flaqueaban y la dureza se le iba por el retrete.

Cristina lo soltó y de inmediato cayó en los brazos de su otro amigo.

Era duro, increíblemente duro.

¿Con quién jugaría juegos de video? ¿Quién saldría a patear la pelota? ¿Quién lo regañaría cuando se convirtiera en un pedante sabelotodo?

—Despídanme de Chie—susurró bajito en el oído de Anto, este asintió.

Los dos que se quedaban trataron de sonreír por el que se iba y el que se iba intentó sonreír por los que se quedaban. Ninguno hizo un buen trabajo.

Emilia se acercó a él, sabía de antemano que su hermano estaba terriblemente enojado por abandonarlo, pero ella tenía sus razones y él debía respetarlas.

Tomás se negó a mirarla y lloró en silencio mirando directamente al suelo. Ella no se intimidó y acarició su cabello con la misma ternura de siempre.

—Vas a ser un buen niño ¿De acuerdo? Vas a hacerle caso a mamá y a papá, limpiarás tu pieza cuando Lorena te lo diga y terminarás la tarea el mismo día que te la envíen ¿Me estás escuchando?

El chiquillo no dijo nada, había pasado las últimas dos semanas sin hablarle a su hermana y no quería flaquear en su ley del hielo a este punto.

La joven le acarició la cara y le apretujó como si la vida se le fuera en ello.

—Sabes que te amo Tom, pero debo quedarme acá.

—¡No!—fue lo único que pudo sacarle al pequeño.

—Bebé, llegó el tiempo de crecer, debes irte y yo debo quedarme—se secó la lágrima solitaria que le resbalaba por la mejilla y acarició la cabeza de su adorado hermano—. Vas a ser bueno, yo lo sé, siempre eres bueno y haces lo correcto.

—Te voy a extrañar Emi—susurró, pero su hermana no llegó a escucharlo.

—Tomás, es hora—dijo su madre desde el auto.

—Ya va, mamá—respondió Emilia, y con mucha fuerza de voluntad se despegó del niño.

Le miró con la misma ternura de siempre y lo dejó marchar. Tomás ondeó su mano a todos los presentes y subió al auto.

Se abrochó el cinturón tal como se lo pidió su madre y por más que quiso no miró hacia atrás.

Emilia siempre le decía que había que ser fuertes, mirar al futuro y no arrepentirse de nada, jamás. Abrazó esa frase como si fuese el único recuerdo que le quedaba de Emilia y no se volteó.

Desde ese día y para siempre sería fuerte, enorgullecería a Emilia, y para cuando volviese a verla podría decirle que no se arrepentía de nada.

···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···

Los ojos dorados de Cristina destellaron de una manera que hace años Tomás no veía. Suplicaba, y eso sí que era una novedad proviniendo de Titi.

Posó en la mirada en las manos juntas de la chica en posición de rezo y puso atención en la forma nerviosa en que se estrujaban entre ellas.

Se estaba esforzando como si supusiera que tarde o temprano quebraría a Tomás, de una u otra manera.

Él se mantuvo firme, estiró su cuerpo para sacudirse la pereza y se giró en la silla para quedar mirando su escritorio.

—No—respondió seco y sin demasiado entusiasmo.

—Pero…

—No insistas Cristina.

—Pero… Tomás, Tomasito, Tom mi presidente preferido—sonrió de esa forma específica que solo ocupaba cuando iba a pedir algo extraordinario—, te juro, por lo que sea, que nunca más voy a molestarte, nunca. No habrá ninguna otra petición de mi parte, nunca jamás, en la vida.

—No.

—Tooooooooomy…

—No me digas Tomy.

—Te diré Tomy el resto de tu vida si no me ayudas.

—No.

—Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy, Tomy—repitió a una velocidad sorprendente.

—Cristina Raquel ¡Callate o te vas!

—Tomy…—susurró, mientras observaba la espalda de Tomás, pero el pareció no escucharla.

Botó el aire de sus pulmones y se acomodó sobre la cama del chico. Conocía el cuarto anterior de Tomás, que dicho sea de paso era inmenso, pero nunca había visto este.

La decoración no era muy recargada, algunos posters de bandas, un mueble con libros, algunas fotos de un lugar desconocido para Cristina y un retrato bastante más grande de Emilia. En un rincón se veía un par de parlantes con un pendrive conectado, una guitarra eléctrica con un amplificador, y justo al lado una pelota. La reconoció de inmediato, era la misma pelota con la que solían jugar.

No dijo nada sobre aquello, no lo creyó importante.  

—¿Por qué no puedes hacer una pequeña excepción?—preguntó inocente, juntando el índice y el pulgar—Pequeñita, casi invisible, excepción.

—Porque yo no soy una persona que rompa las reglas Cristina.

—Tienes una copia de la autopsia de tu her…

—¡Sh!—se volteó y cubrió la boca de la chica con su mano—Las paredes tienen oídos—susurró mirando hacia la puerta.

Cristina se soltó del agarre y lo miró con potencia.

—A lo que me refiero es que eres altamente ilegal como para no cederme un pequeño puesto en la feria…

—¡Los cupos se sortearon hace semanas! Esto está fuera de discusión.

—Pero yo no tenía nada que vender hasta ayer. Por favor Tomás, haré lo que me pidas ¿Quieres que te haga la tarea? Hecho ¿Quieres que pague tu almuerzo? Hecho ¿Quieres que lave tu ropa…?

—¡No quiero que laves mi ropa! No quiero que hagas nada por mí. No es no…

Hizo un puchero infantil y se cruzó de brazos. Su plan iba de maravilla, viento en popa, hasta que se encontró con ese terrible vendaval que amenazaba con convertir todo en un terrible naufragio.

Esto no era para ella, por primera vez en mucho tiempo hacía algo por alguien más, no era justo que las cosas se le desarmaran ahora, casi ad portas de lograrlo.

Pidió ayuda a las energías místicas e intentó de nuevo.

—Podría ayudarte con Amanda

Tomás sintió real interés en esa idea. Amanda, su Amanda. Pero sabía que era estúpido, no tenía ningún problema con Amanda, él la había rechazado y ahora solo estaba pagando el precio de sus acciones.

Pensó en Melchor aun cuando no quería hacerlo ¿Y si a Amanda también le gustaba él? Semanas antes hubiese reído por horas con esa simple idea, pero ahora el asunto no le hacía tanta gracia. Aunque pequeña, aún cabía la posibilidad de que ella encontrara a Melchor atractivo, mal que mal ya no lucía como un drogadicto, podía decirse que casi se veía como cualquier otra persona.

No había caso, seguir dándole vueltas al asunto solo significaba tortura sin sentido. Debía pasar la página por el bien de su mente. Sin arrepentimientos, nunca.

—No podrías aun cuando lo intentaras—dijo, tomando asiento en su escritorio y poniendo atención en sus cuadernos nuevamente.

—Puedo ser muy persuasiva e insistente—respondió mientras hurgaba entre las cosas de Tomás.

—Lo he notado, pero el caso es que las cosas entre nosotros no tienen arreglo. Ella me odia y no es por nada pero a ti también te odia.

—¿Qué dices? Amanda es de ese tipo de personas incapaz de odiar a nadie—ella presionó el encendido del equipo y de inmediato comenzó a sonar una conocida canción de Guns and Roses.

—Sí—suspiró, esperaba que Cristina tuviera razón, de verdad lo esperaba. Repentinamente se le iluminó la ampolleta—Hay algo que podrías hacer por mí.

—¿Qué?—Titi sonrió de par en par.

—Averigua que es lo que piensa Amanda de Melchor.

Solo después de decirlo dio cuenta de lo desesperado que sonaba. Patético. Pero ya era tarde y no había nada que hacer para evitar que Cristina se burlara de él, así que se mantuvo impávido e intentó no perder la confianza, por lo menos en el exterior.

—Claro, es fácil, pero ¿querrás escuchar la respuesta a esa pregunta?—Tomás se volteó nuevamente. Cristina jugaba con su pelota lanzándola al techo y cogiéndola nuevamente.

—¿A qué te refieres?

—A que a veces hacemos preguntas de las cuales no queremos oír la respuesta. Todo sería maravilloso si a Amanda no le gustase Melchor, si solo lo viera como un amigo, casi hermanos, pero ¿y si no es así? ¿Estarías dispuesto a escucharlo?—se recostó en la cama y lanzó la pelota un poco más alto. Conservaba el mismo peso y la misma textura de antaño.

—No te pases películas Titi, solo me preocupo por Amanda, eso es todo—Cristina lo miró.

—No has contestado mi pregunta—vio la confusión en los ojos de Tomás. Sabía que era un chico fuerte y resistente, pero también sabía que no sobrellevaba el rechazo tan bien como le gustaba aparentar.

—Esa es mi condición, Marambio. Tómalo o déjalo—Cristina chasqueó la lengua.

—Tenemos un trato entonces.

—Tenemos un trato.

Lo bueno era que estaba durmiendo decentemente. No plácidamente como un bebé recién nacido, pero lograba pasar la noche. En comparación a cuando recién comenzaba a desintoxicarse sus horas de sueño mostraban una clara mejoría.

No dormía ocho horas de corrido, pero solo se despertaba dos o tres veces, y por no más de un par de minutos.

A veces eran los sonidos de la calle, su madre yendo al baño, los pájaros cantando, el piso que crujía, el más mínimo ruido lo alertaba trayéndolo nuevamente a la realidad. Otras eran las pesadillas, despertaba sudado y tembloroso, empapado de recuerdos malditos. A veces ni él sabía que le hacía perder el sueño, solo sucedía, aunque no le costaba tanto retomarlo.

Lo malo era que Amanda y su tonta feria de las pulgas lo habían obligado a levantarse temprano un sábado ¡Como detestaba levantarse temprano un sábado!

A veces podía perder el sueño a eso de las seis y no recuperarlo más. Pero en ese caso se quedaba en pijama hasta medio día, tomando desayuno, viendo televisión o simplemente estudiando alguna materia. Nunca salía de casa antes del mediodía, nunca.

Pero ahí estaba, un sábado en la mañana, esperando que Amanda se dignara a salir de  su casa.

Bonito, muy bonito.

—Perdón, lo siento, me he demorado en el baño—dijo al salir de su casa, con el cabello mojado y una tostada en la boca.

—Si ibas a retrasarte me hubieses llamado para despertar más tarde.

—De veras discúlpame, no he visto la hora.

Melchor bufó y se alejó con las manos en los bolsillos, mientras que Amanda lo perseguía de cerca.

—Que no te baje la bronca conmigo—suplicó en voz bajita.

—No me ha bajado nada—gruñó—solo tengo sueño.

—Lo siento, pero de verdad no quiero tener que andar por ahí sola, realmente prefiero tu compañía a la de… no sé, Tomás por ejemplo.

—Creí que te gustaba…

—Gustaba, tiempo pretérito—corrigió Amanda. De solo pensar en las últimas palabras que habían compartido se le hacía un nudo en el estómago—es una persona despreciable, no puedo creer que me haya gustado.

Melchor sintió una punzada de satisfacción culposa, aunque no tenía claro si era porque alguien dijese algo malo de Tomás o si porque ese alguien era Amanda. No le dio muchas vueltas al asunto.

—Así que prefieres que yo me pasee como zombi a tener que afrontar tus problemas.

—Sí—respondió sonriendo y se colgó de su brazo—¿Trajiste dinero? Habrá un montón de cosas útiles.

—Algo—soltó sin darle mucha importancia—me vendría bien algo que no fuera de Gaspar.

—Excelente. Misión número uno: Vestir a Melchor con la talla correcta.

—¡Oye! ¿Qué significa eso?

Amanda sonrió y lo tironeó hasta la parada tratando de contener la emoción.

El bus no se demoró mucho en pasar, y en menos de veinte minutos estaban ya frente a la escuela. Eran de los primeros en llegar y se pasaron la mañana armando puestos y diciéndole a la gente donde debía ubicarse. A eso de las diez se abrieron las puertas para todo el público, y poco a poco el recinto del patio principal de la escuela se fue llenando de gente.

José y Tatiana—miembros también del centro de alumnos—habían hecho un magnífico trabajo de promoción y no quedaba nadie en todo el pueblo que no supiera de la feria.

Amanda saltaba de felicidad por lo bien que estaba saliendo todo, y Melchor la observaba divertido, ella tenía una capacidad increíble para ponerse extremadamente feliz por cualquier estupidez.

Se separaron más menos a las once, Melchor debía ir al baño y ella tenía que revisar la nómina nuevamente, se reunirían en media hora para ver ropa y hacer compras.

Fue en ese minuto en el que el caos se desató.

La mente de Antonio estaba en cualquier parte, no, no en cualquier parte, estaba en un lugar preciso y definido, solo que no coincidía con el lugar en donde se encontraba su cuerpo.

Felipe ocupaba la mayor parte de su cerebro, daba una y mil vueltas, lo estresaba y así mismo le sacaba un suspiro. Estaba acongojado y demasiado enamorado.

Demasiado es uno de esos adverbios que no deberían usarse jamás junto a al adjetivo enamorado, pero en el caso de Antonio era necesario. Felipe era esquivo, reservado y mil veces al día sentía que no era honesto, no le mentía, pero de alguna forma intrincada no era honesto.

Sentía que le ocultaba algo, y que cada vez que se acercaba solo un poco a saber qué, él se alejaba infinitos kilómetros y colocaba entre ambos cientos de muros.

Necesitaba saber, pero al mismo tiempo entendía que cuando llegara a saberlo sería el fin para ambos.

Odiaba sentirse en aquella diatriba moral, entre proteger su corazón o su cordura.

Así que su mente no estaba en ningún lugar cercano, lo que contribuyó enormemente a que el choque con Amanda fuese monumental.

—¡Cielos! Lo siento—dijo en cuanto se dio cuenta de que tanto la chica como todo lo que traía con ella estaba en suelo.

—¡Ay!—murmuró ella con el ceño fruncido y muy mal humor.

Antonio le ofreció una mano y ella la aceptó de malos modos, realmente no se sentía a gusto.

—Perdóname Mandy, no me fijaba por donde iba—se  disculpó mientras recogía las cosas de la chica del suelo.

—Lo sé—gruñó esta sin mirarle.

—¿Mal día?—preguntó él con una sonrisa en la boca.

—No es tu asunto.

—Claro. Oye ¿sabrás tú dónde está Cristina? Llevo un largo rato buscando…—se detuvo en cuanto vio la furia en la cara de Amanda. Ella sabía dónde estaba Cristina, lo sabía demasiado bien.

—No sé dónde está, pero tengo claro donde no debería estar. Acá.

—¿Qué hizo ahora?—el tono cansado de Antonio ayudó un poco a que Amanda se tranquilizara.

—No lo sé, pero hasta ayer no formaba parte de la nómina de puestos…y mira que ahora está aquí, en un lugar privilegiado—gruñó. No estaba segura si la odiaba por irrumpir en su extremadamente organizada pauta, o porque muy probablemente Tomás la había colado. Cualquiera de las dos era igual de grave, y cualquiera de las dos podía sacarla completamente de sus casillas.

—Ha de haber sido Tomás—le confirmó Antonio—¿Quién más?

—¿Cómo estás tan seguro?

—Porque tiene como chantajearlo…

—¿Chantajearlo? ¿Con qué?—Antonio caviló un segundo y la risa se le vino sola a la boca.

—Un millón de cosas. Tomás era muy bueno para avergonzarse sin ayuda de nadie.

—¿De qué hablas?—explotó Amanda. Estaba cansada de mantenerse al margen, de ser la única perdida en la conversación, de vivir en la ignorancia.

—¿Melchor no te ha contado?

—¿Si Melchor me ha contado? Melchor es más hermético que una cámara al vacío. No me ha explicado nada y siento que todos entienden el chiste menos yo—Antonio quiso hablar, pero no pudo, Mandy necesitaba desahogarse—. Tú por ejemplo, no es por nada, pero no se me ocurre por qué habrías de interesarte en Melchor. Eres guapo, popular, simpático ¿Qué le ves? Y luego está Tomás que en un momento dice cosas atroces de él y al siguiente lo defiende frente al director. Y Cristina ¡Ug, Cristina! Lo odia con saña, lo detesta, pero aun así lo salva de la bala… ¡Y las cartas! Cientos de cartas Antonio ¡Cientos de ellas!

—Ya, tranquila—trató de calmarla y puso sus brazos sobre los hombros de la chica.

—Nada de tranquila ¿Querías saber si Melchor me había explicado algo? No, no lo ha hecho, pero tú si lo harás Antonio, yo lo sé.

El suspiró y se sintió identificado con la chica. Estaba preocupada y perdida, solo quería ayudar a Chie, pero él no la dejaba, todo lo contrario, la alejaba lo más que se pudiera.

Lo meditó un segundo más y luego habló.

—Tomás, Melchor, Cristina y yo éramos amigos de pequeños.

—¿De pequeños? No, Tomás se mudó hace como dos años.

—Tomás se fue de aquí cuando tenía doce y después volvió. Pero antes de eso él, Titi, Chie y yo éramos inseparables.

—¿Ustedes eran amigos?—Amanda no cabía en la sorpresa. Antonio sonrió.

—No, éramos mejores amigos.

Melchor llevaba diez minutos buscando a Amanda cuando divisó una muchedumbre casi al inicio de la feria. Se acercó solo para constatar que Mandy no estuviese metida en aquel lio. No la encontró, pero quien si estaba era Cristina gritando a todo pulmón para promocionar sus productos.

En cuanto vio su mesa lo supo, nada de eso le pertenecía.

—¿Esas no son las tartas de mi madre?—preguntó llegando casi al principio del tumulto.

—¡No te adelantes!—le advirtió un chico—Hay fila.

Pero no hizo caso, no tenía intención de comprar nada, solo buscaba un mejor visión. Se hizo camino entre codazos y empujones, y cuando llegó al mesón pudo constatar de primera mano que todo lo que Cristina vendía había sido cocinado indudablemente por su mismísima madre.

—¡Lleve ahora que se acaban! ¡Lleve ya! ¡Solo por hoy precio rebajado! ¡Señorita, caballero!—la voz inconfundible de Titi se alzó por encima del bullicio. Traía un delantal de cocina puesto, con el nombre del café de Felipe en él.

—¿Qué está sucediendo acá Cristina?—inquirió brusco, pero ella ni lo escuchó entre los pedidos—¡Cristina! ¡Oye, te estoy hablando!

Gruñó silenciosamente y se dio toda la vuelta para meterse por detrás y encararla. Era como si alguien hubiese armado un gigantesco castillo justo debajo de sus narices y que él recién viniese a dar cuenta de ello.

Se escabulló por entre los toldos de los otros puestos y entró con toda propiedad al espacio que le correspondía a Titi.

—¿Qué significa esto Cristina?—volvió a preguntar con cierto dejo de violencia, como si la chica le debiese una explicación.

—Buenos días, Melchor ¿Cómo va tu mañana?—preguntó mientras entregaba dos trozos de pastel de frutillas y uno de durazno a una chica de un curso menor—Y recuerda que desde el lunes es un producto exclusivo del café: Donde las cuatro esquinas se juntan—comentó a la joven después de pasarle las porciones.

—¡Cristina!

—¡Ay Melchor, no grites!

—Eso lo cocinó mi madre.

—Sí, yo se lo compré.

—Pero… pero…—la confusión lo atormentó. Claramente la cocina de su casa no era su lugar predilecto, pero de ahí a no notar esa cantidad de pasteles—¿Dónde los hizo?

—En el café. Los estoy vendiendo para hacer publicidad.

—¿Y por qué tú precisamente?

—Porque la idea fue mía—puso los brazos en jarras y le quedó observando inquisitiva—¿Vas a seguir interrogándome o puedo terminar lo que comencé?

—¡Haz lo que quieras!

Se retiró tan rápido como llegó. No entendía sus intenciones y aquello lo confundía. Cristina no tenía nada que ver con él, con su madre o con Felipe.

Cristina por su parte le vio alejarse, imagen que le tranquilizaba enormemente. No era personal, lo que hacía no lo hacía por él, lo hacía porque se le había ocurrido, y cuando algo se le ocurría no era capaz de sacarlo de su cabeza.

Se concentró en lo que estaba haciendo y pocos minutos después llegó su “supuesto” novio, casi con una hora de retraso.

—Fíjate que ya lo he vendido casi todo, bueno para nada—masculló molesta.

—Lo siento, he tenido un encuentro cercano del tercer tipo con el pasado.

—¿De qué hablas?—preguntó temiendo que no quería saber la respuesta.

—Me he quedado hablando con Amanda, sobre nosotros.

—¿Tú y yo? ¿Por qué Amanda querría saber de ti y de mí?

—Con nosotros me refiero a los aprendices—la sola alusión a aquel nombre endemoniado descompuso la cara de Cristina.

—Que tontería ¿Qué le has dicho?

—Todo, le he contado de como éramos amigos, y que vivíamos en las casas de los otros, y que salíamos de excursión… Todo. Le hubieses visto la cara, era como la definición gráfica de la sorpresa—sonrió y se colocó el delantal.

—Que fastidio más grande. Supongo que te guardaste los detalles tontos como que me gustaba Melchor y esas tonterías.

—Todo, Cristina—ella desencajó la mandíbula y se puso tan roja como un tomate.

—¡Eres el peor novio y amigo de esta tierra!—chilló bajito—Más te vale deshacerte de todo lo que queda.

Él carcajeó y puso manos a la obra, todo fuera por ayudar a Felipe.

La feria había sido todo un éxito. La gente iba y venía con cosas para reciclar, y los que necesitaban algo lo encontraban de inmediato.

Amanda no podía sentirse más orgullosa, ese proyecto lo habían creado entre todos los chicos del centro de alumnos y tenían el ligero temor de que no resultara. Pero, muy por el contrario, todo había salido a pedir de boca, tan bien que no pudieron dar por finalizada la jornada hasta muy entrada la tarde.

A eso de las seis Amanda y Melchor iban de vuelta a casa, eran casi los últimos en irse, solo quedaba Tomás, que como presidente debía encargarse de cerrar todo.

Amanda no quiso esperarlo y en cuanto pudo se marchó, arrastrando con ella a Melchor.

Subieron al bus exhaustos, habían trabajado todo el día.

Se sentaron en los asientos de la parte de atrás y cerraron los ojos para que la vibración suave del motor los meciera y relajara. Melchor soñaba despierto con una cama y Mandy aun repasaba los datos descubiertos esa mañana.

Simplemente no podía creérselo.

—Ha sido un día productivo—pronunció para poder romper el calmo silencio que se cernía sobre ellos.

—Si te refieres a extremadamente agotante, tienes razón, ha sido demasiado productivo—ella sonrió, le gustaba que Melchor hiciera bromas.

—No, hablo en serio, la ropa que te has comprado es muy bonita.

—Me has obligado—volvió a sonreír, últimamente Melchor la hacía sonreír mucho.

—Puede ser… ¿Sabes qué más he hecho hoy?

—No, pero estoy seguro que vas a decirme aun cuando no quiera escucharlo.

—He hablado con Antonio.

—Mmm—el sueño comenzaba a invadirlo, quizás esa noche dormiría de corrido.

—Me ha contado sobre los Aprendices de Sherlock.

Melchor se incorporó de un solo salto, el sueño se disipó como el vapor de la ducha y quedó tan alerta como un búho.

—¿Qué?

—Tranquilo, no he matado a nadie.

—¡Que Antonio te comente como era o no era de pequeño es peor que la muerte de alguien!

—No exageres. Lo he encontrado de lo más tierno. Todos ustedes, tomando té con Cristina.

—¿Te ha dicho eso? No te menciono por si acaso que…

—¿Qué te gustaba Cristina y que se iban a casar de grandes?

—Demonios. Voy a matarlo en cuanto lo vea.

Se amurró y cruzó los brazos de forma graciosa. Amanda le desordenó el cabello y él se la quitó de encima de un solo manotazo, ella río más fuerte.

—Lo que no entiendo es ¿por qué dejaron de ser amigos? Es decir, se escuchaban muy cercanos y según Antonio tú te alejaste, pero…

Se calló al ver la cara melancólica de Melchor, miraba a la ventana como si los colores del mundo hubiesen desaparecido repentinamente.

Él sabía que algún día alguien le haría esa pregunta, más ahora que se reencontraba con los fantasmas de su pasado, pero nunca creyó que sería Amanda.

—Amanda no quiero mentirte—dijo después de varios minutos pensando.

—No lo hagas.

—No es una opción.

El bus llegó a la parada y ambos bajaron en silencio. Él se giró para quedar cara a cara y sus ojos reflejaron la más profunda de las tristezas.

—Nunca vuelvas a preguntarme eso, nunca, porque no puedo decírtelo y nunca podré hacerlo.

Se fue sin esperar por Amanda, con paso lento y derrotado.

Ella vio la espalda de Melchor encorvarse y su aura apagarse, el mundo había perdido repentinamente toda luz y las vida lucía menos vistosa.

Sus palabras habían roto algo dentro de él, algo que costaría mucho volver a armar.

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