Mi persona favorita
Se había puesto pantalones. Más valía que Melchor no se equivocara esta vez porque se había puesto pantalones y los detestaba. Cruzó el puente para no tener que rodear la laguna del parque y se fue caminando por la orilla tranquila. Divisó al muchacho sentado en la banca frente al gran roble y apresuró el paso. Distinguió su espalda más ancha que hace unos meses y los pequeños risos negros que se le formaban en las puntas. Sonrió sin saber del todo porque, lo intuía pero no quería sacar conclusiones apresuradas, por lo que sabía, ella y Melchor eran amigos, siempre lo habían sido y dejar de serlo, aunque fuera para pasar a otro nivel de relación, le resultaba tan extraño como que de la noche a la mañana le salieran branquias.
Batió la cabeza para que los pensamientos confusos se evaporaran y apresuró más el paso, solo para que la presencia de Melchor la sacara de sus tribulaciones, como siempre.
Se paró junto a la banca y sonrió. Iba vestida tan distinto a como solía hacerlo que por un momento pensó que si no decía nada él no la reconocería. Los pantalones largos, las converse, la blusa a cuadrille y el cabello tomado con una trenza pegada a la cabeza, todo en general gritaba que esa persona no era Cristina Marambio. Pero las cosas no fueron como ella creía y fue reconocida casi de inmediato.
—Llegas tarde—dijo Chie levantándose y metiéndose las manos a los bolsillos.
Hacia solo un par de días Cristina había cumplido once años, todos le habían dado algo, Antonio por ejemplo se había esforzado por comprarle un pequeño collar con un colgante de luna, Tomás le dio un lindo pañuelo que, de antemano, todos sabían Emilia había elegido. Pero Melchor no se pronunció, la abrazó como siempre, la felicitó y nada más. Lo normal hubiese sido sentirse decepcionada pero el efecto fue completamente el opuesto. Cristina conocía perfectamente a Melchor y si había algo que él detestaba, más que las berenjenas y las voces nasales, era perder, y como entre ellos todo era una eterna competencia los regalos de cumpleaños no eran la excepción. Por lo general ganaba Cristina, pero en su cumpleaños el premio solía quedar empatado, los tres chicos se esforzaban por regalarle cosas que finalmente no le gustaban, pero, como no era capaz de romperles la ilusión, decía que los tres eran muy lindos y que era un empate. Este año había sido diferente, el colgante de Antonio era precioso, mientras que el pañuelo de Tomás se parecía en demasía a uno que anhelaba comprarse desde hacía mucho. Por esos motivos en cuanto vio que Melchor no le regaló nada supuso que algo grande se venía, aun que no estaba segura de que era o cuando llegaría.
Llegó seis días después. Melchor le avisó por el balcón que al día siguiente debían encontrarse en el parque porque por fin había encontrado un nido de águilas y los polluelos estaban recién nacidos.
A Cristina le hizo ilusión, llevaba mucho tiempo queriendo ver polluelos de águila, ni siquiera recordaba bien la razón de tal manía, pero durante años Melchor se había encargado de buscarle un nido. Las primeras seis veces fue falsa alarma y este sería el séptimo intento, esperaba que esta vez fuera verdad, realmente lo esperaba, sería sin duda el mejor regalo de cumpleaños que jamás alguien podría darle y por alguna razón, que no entendía del todo, recibirlo de parte de Melchor la ponía el doble de contenta, quizás incluso el triple.
—¿Vas a quedarte todo el día ahí parada mirándome?—dijo con un tono desinteresado y algo hosco. Cristina se sobresaltó, su mente estaba perdida admirando lo alto que parecía Melchor en esos momentos, lo mucho que había cambiado en los últimos meses. Siempre ella había sido la más alta del grupo—a excepción de Antonio claro—pero de un tiempo a esta parte todos se estiraban al doble de velocidad que ella.
—Lo-lo siento, es solo que…
—¿Qué?—interrumpió más duro que de costumbre, a lo que Cristina no respondió de los mejores modos.
—¡Nada! ¿Qué demonios te pasa?
—¿A mi? ¿Qué te pasa a ti, pareces en otro mundo?
—¡Acabo de llegar Chie!
—¿Y? ¡Se te nota a leguas que tienes la cabeza en otro lado!
No lo entendía, primero la invitaba hasta el gran roble con tanta felicidad que parecía tener cinco y no once, y ahora la trataba como si realmente no quisiera tenerla ahí.
—Me voy. Nos vemos en la escuela—se volteó profundamente triste, realmente deseaba ver aquellos polluelos.
—No, espera—él la tomó por el brazo, el roce le pareció casi eléctrico. Estaba nervioso, tanto como nunca lo había estado antes. La soltó antes de que se girara y casi de inmediato se quedó sin palabras al encontrarse sus ojos azules con los ambarinos de ella.
Nunca le sucedía, eso de quedarse sin palabras, siempre tenía en la punta de la lengua algo que decir, por no decir que nunca se callaba, su mente trabajaba tan rápido que a veces creía que iba a explotar si no decía algo, pero en ese momento lo único en su mente era la voz de Gaspar diciendo una y otra vez: siempre haces complicadas las cosas más simple, solo lánzate y ya. Claro, él, Gaspar, podía solo lanzarse mientras que al pequeño Chie no le quedaba más que crear un complicado plan porque siendo sinceros era todo menos encantador. Patrañas.
—¿Qué tienes en el brazo?—lo sacó de la ensoñación como tirándole un yunque a la cara y lo único a lo que atinó fue a taparse el brazo con la mano contraria.
—Resbalé de la escalera ayer—mintió lo más consistente que pudo.
—Mentira, te lo ha hecho tu padre ¿No?—las cejas se le curvaron a Cristina de manera dura y su cuerpo se enderezó automáticamente—¿Te ha golpeado de nuevo?
—Hemos discutido, eso es todo. Le he faltado el respeto y hemos forcejeado, nada del otro mundo—rodó los ojos para quitarle importancia al asunto pero sabía de antemano lo furiosa que se ponía Titi con el tema.
—¿Nada del otro mundo? ¡Te ha golpeado! ¿Recuerdas que hace dos meses te dejó un ojo morado? Tuviste que faltar a la escuela ¡Con lo mucho que te gusta ir! Está muy mal Chie.
—Compréndelo Cristina, las cosas no están bien en mi casa…
—¡Tampoco en la mía! Todo el mundo está mal con lo del cierre de la fábrica.
—¡Por lo menos tu papá tiene trabajo!
—¿Y eso que tiene que ver con que te golpee?
—Eres una tonta, no sabes nada—sentenció al sentirse atrapado. Ella bajó la vista consternada, sabía que aquello no era asunto, que no debía meterse, pero cada vez que Melchor llegaba con un cardenal en la cara o con algún rasguño le dolía a ella muy profundo en el pecho, si hubiese podido ir a gritarle a Baltazar lo hubiese hecho, pero no podía, Melchor no la dejaba.
—Es solo que… nadie debería nunca hacerte daño Melchor. Tienes razón no se nada, no se como alguien puede pegarte, no se por qué tu papá lo hace, no se como no pasa todo el día queriéndote, si yo fuera él te abrazaría todo el tiempo porque eres… eres…
—¿Soy?—a Chie se le detuvo el corazón por un segundo.
—Eres mi persona favorita.
Sonrió con las mejillas coloradas y los ojos brillantes. Lo abrumó la imagen de la chica frente a él, sintió como las mariposas acariciaban su estomago con sus suaves alas aterciopeladas. La tomó de la mano y la tironeó hasta el gran roble, señaló su copa y adoptó un semblante serio.
—¡Hay que subir!
No se dijo más y comenzaron a trepar con energía uno detrás del otro. Ambos eran bastante buenos en ello ya que pasaban la mayoría del tiempo subiendo a los arboles con Antonio y Tomás, y eso sumado a la emoción los hizo llegar bastante rápido hasta la sección media del gran tronco, a unos tres metros sobre el suelo.
Se sentó cada uno en una rama frente a frente, ella buscó con impaciencia el nido sin parar de preguntarle a Chie sobre su ubicación.
—Allá atrás—señaló al tiempo que Cristina se contorsionaba para poder mirar a sus espaldas.
—¡Pero ese nido está vació!—replicó regresando a su posición con molestia—¡Y para esto me puse pan…!
Los labios de Melchor atraparon sus palabras. Más que un beso fue un cabezazo, la incomoda colisión de dos caras que sorprendió tanto a Titi que casi se va a árbol abajo con rama y todo.
Fueron solo segundos, en menos de un pestañeo la cosa había acabado, pero solo eso bastó para que la chiquilla olvidara hasta como respirar.
Melchor abrió los ojos, serio como nunca antes, estaba rojo de la vergüenza y ahora si que se había quedado completamente mudo, ni siquiera Gaspar habitaba en su mente, todo era un montón de mariposas que volaban de un lado al otro en su pecho y estomago. Ni siquiera abrió la boca por miedo a que se le escaparan.
Cristina por su parte aun no terminaba de computar lo que había sucedido. Melchor la había besado, se habían besado, él y ella juntaron sus labios en un beso, uno de verdad, como en las películas. El tinte de las mejillas se le extendió por todo el rostro y el mayor de los mutismos la atacó. Estaba tan contenta que no cabía en si, no tenía idea como moverse, como hablar o como iba bajar del árbol cuando lo único que quería era vivir en ese instante por el resto de su vida.
No supieron cuando pero sonrieron, ambos, al mismo tiempo. Era lo único que quedaba cuando no había palabras, sonreír. Melchor la besó de nuevo y esta vez fue más tranquilo, más suave, más todo. Se sentía tan natural y a la vez tan incómodo, era extraño pero al mismo tiempo parecía como si fuese algo tan propio de ellos. Se separaron nuevamente y al no encontrar que decir volvieron a juntarse, una, y otra, y otra vez. Hasta que se hizo tarde.
Bajaron del árbol en silencio, se tomaron de las manos todo el camino hasta sus casas y se despidieron con un movimiento de manos, cada uno en su respectiva puerta.
Antes de entrar Cristina lo llamó.
—Chie—él se sonrojo al volver a escuchar su voz—ese es el mejor regalo de cumpleaños que nadie me ha dado.
—Lo se—respondió con una de sus típicas sonrisas gigantes en la boca y un hoyuelo en cada mejilla.
Esas fueron las últimas palabras que Cristina escuchó de Melchor. Luego de ese día no volverían a hablar. No hubo razones, no hubo explicaciones, ni una sola palabra más.
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—¡Un maldito hijo de la gran puta!—bramó Cristina soltando las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. Las emociones se le revolvían en el pecho queriendo todas salir al mismo tiempo. Atropellándose unas a otras buscando la manera de escapar y ser libres por fin después de tantos años—¿Por qué creíste algo tan estúpido? Definitivamente la droga te ha quitado todo lo inteligente que te quedaba ¿Yo? ¿Superior? ¡Eres un estúpido, un completo estúpido!
Se dio un minuto para respirar tratando de que su voz fuera audible entre los sollozos.
—¿Crees que llamándome estúpido me harás cambiar de parecer…
—¡Cállate!—gritó furiosa. La leche le goteaba del cabello y su blusa abierta dejaba sus pechos a la intemperie—Tuviste seis malditos años para hablar ¡Seis! Ahora es mi turno ¡Así que cierra tu jodida boca de una buena vez!
Una vaga idea se cruzó por la mente de Melchor, una muy loca por cierto, pero la desechó, no podía ser, no después de tanto tiempo. Se sobrecogió por las lágrimas de la chica y juntó sus labios para escucharla.
—¿Sabes como se siente que te partan el corazón a la mitad? ¿Sabes como se siente que lo pisoteen una y otra vez sin descanso? ¿Has sentido que en tu pecho queda un hoyo tan profundo que no va a haber forma de volver a llenarlo? Yo lo sentí Chie, por tres largos años, todos los días, cada vez que te saludaba en la escuela y tú solo me mostrabas esa expresión desdeñosa como si fuese un bicho raro y no tu mejor amiga—hizo una pausa para dejar salir un lamento doloroso, no le gustaba recordar esos días, le dolían, aun le dolían—si solo me hubieras dado una razón, si me hubieras explicado que te pasaba, si me hubieras dicho por lo menos que estabas aburrido de nosotros, pero no lo hiciste, solo dejaste de hablarnos, de un día para otro. No volviste a dirigirme la palabra, ni siquiera un saludo por cortesía ¿Cómo crees que me sentí? Por años pensé que era mi culpa, que te había hecho algo tan terrible que me odiabas, lloraba todas las noches preguntándome que era lo que te hice para que me odiaras tanto, revisaba en mi mente el día que nos vimos en el roble millones de veces buscando el momento exacto en el que tu actitud hacia mi cambió pero no lograba hallarla, me sentía tonta ¡Tenía que haberte herido! ¿Qué otra explicación podía haber?
Soltó un llanto corto, no aguantaba más debía liberar todas las lágrimas antes de continuar. Se veía de niña, sentada en el balcón con las piernas colgando y la cabeza apoyada en la rejilla. Los ojos hinchados, la nariz congestionada, susurrando muy bajito entre lloriqueos. Era tan triste recordarlo, por lo general evitaba cualquier corriente de pensamiento que la llevara hasta ahí, pero no podía evitarlo esta vez, estaba inmersa en ese mundo donde, a solo unos cuantos metros, Melchor ignoraba su profunda pena, igual que ahora.
—¿No me escuchabas llorar en el balcón?—preguntó luego de sobreponerse—sollozaba pidiéndote perdón sin saber a ciencia cierta que era lo que te había hecho. Estaba segura que me escuchabas era imposible que no lo hicieras, incluso te dejaba una carta contándote que hacíamos Tomás, Antonio y yo en tu ausencia, todas las noches. Supongo que nunca las leíste, pero igual seguía escribiéndolas, una a una, todas las noches. Era tan patético ahora que lo pienso.
—¿Esa es la razón entonces? ¿Quieres vengarte porque yo te rompí el corazón?
—¡No!—gritó enterrándose las uñas en las palmas, con las mandíbulas apretadas y la sangre acumulándose en su cabeza como si de un momento a otro esta fuese a explotar—¡Eres un grandísimo estúpido! No quiero vengarme, nunca lo quise, ni cuando entendí que no era yo quien te alejó, ni siquiera cuando volviste a aparecer en mi vida. Y la razón de ello es que en el fondo… —se detuvo y tomó aire. Lagrimeó y se secó la cara con el dorso de su mano sucia. No estaba acostumbrada a la sinceridad, la verdad la hacía sentir incomoda—en el fondo sigo siendo la misma personita que pensaba en ti como su persona favorita, no puedo hacerte daño. Por eso me duele tanto lo que pasó el viernes. Pero no puedo evitarlo. No puedo evitar temerte…
Melchor frunció el ceño. Todos en el pueblo le temían en menor o mayor grado. Algunos realmente pensaban que si pasaban junto a él, los golpearía, robaría o insultaría sin razón, otros simplemente lo consideraban una mala influencia para los otros chicos del pueblo, al fin y al cabo todos quienes sabían de él, aunque fuesen solo rumores o habladurías, tenían una opinión formada y no cambiarían de idea.
—Te temo porque… no lo se. Creo que es como cuando tocas una ortiga por primera vez, duele, así que tratas de nunca volver a tocarla y las evitas todo lo que se pueda—movía las manos apresuradamente mientras las lágrimas le corrían por la mejillas—Eso es lo que hago, trato de evitarte todo lo que pueda porque le tengo terror a descubrir que aun eres mi persona favorita—hizo un pausa—Miento. Sé que eres mi persona favorita, sé que aun eres Chie, ni siquiera es que en el fondo sigas siendo Chie, lo eres ahora parado ahí mirándome con esa ceja alzada y las manos en los bolsillos, incluso con todo ese disfraz de chico huesudo y pálido escondido bajo ropa rota y vieja ¡Eres la misma maldita persona de hace seis años!
Siguió llorando varios minutos frente a Melchor quien ni se inmutó.
No quería admitirlo, pero algo comenzaba a dolerle, algo en su pecho comenzaba a apretarse y le iba dificultando el respirar. Estaba incómodo con la verdad porque sabía que era su culpa, sabía cuanto daño le había hecho a Cristina, entendía su dolor porque lo había vivido en carne propia. Claro que la había escuchado llorar, todas y cada una de las noches, por más tiempo del que hubiera deseado ¿Cuántas veces no se sintió tentado a salir y hablar con ella? ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué?
—No quiero herirte, te lo juro por lo más sagrado que tengo Melchor, es solo que no quiero volver a ser tu amiga. Siento que es algo tan inevitable, siento que es tan real que tú y yo seamos amigos de nuevo, como si estuviese escrito. Estoy aterrada. Tengo tanto miedo de volver a sentir… volver a… volver—la voz se perdió entre las emociones—volver a sentir que me abandonan como tu lo hiciste, que me pongo a la defensiva cada vez que apareces en escena. No te quiero cerca, no quiero tus tontas águilas de papel, no quiero ayudarte, no quiero que me recuerden cuanto te quería cuando éramos pequeños. Me comporté como una completa imbécil. Te dije cosas terribles que definitivamente no te merecías y lo siento ¡De todo corazón, lo siento! Claro que tienes todo el derecho a una segunda oportunidad y a una tercera si quieres, pero por favor no te acerques a mí. Te lo pido, no, te lo ruego, no quiero herirte y sé que lo voy a hacer si te acercas, porque en el fondo tú siempre serás tú, siempre serás mi persona favorita y a lo que más le temo en estos momentos es perder por segunda vez a mi persona favorita.
Soltó los brazos a ambos costados de su cuerpo como si por fin dejara de cargar un enorme piano de cola el la espalda. Se miraron a los ojos por un instante eterno. Ella se cruzó la blusa a notar su desnudez y desvió los ojos hacia otro lugar.
Él avanzó hasta ella y la abrazó. Fuerte. Como queriendo de alguna manera regresar el tiempo, volver a cuando tenían once años. La apretó contra su cuerpo con una energía que creyó muerta dentro de él. Melchor necesitaba explicarle todo, quería contarle cuanta falta le hizo en aquellos seis años, deseaba con tanta desesperación incorporarla de nuevo, tenerla cerca, tocarla, hablarle o simplemente compartir con ella. Pero las palabras no le salían y sabía también que aunque pudiera hacerlo no serviría de nada. Cabía la posibilidad que Cristina tuviera razón, que siguieran siendo los mismos, pero su relación no era la misma, el cordón que los unió de pequeños estaba cortado y ya no podía juntarse nuevamente. Se separó para mirarla a la cara y ella lo miró de regresó. Negó con la cabeza, apretando los parpados y llorando sin parar.
—Cuídate mucho Chie, has las cosas bien esta vez.
Se deslizó de entre sus brazos como si nada. Dio un paso al costado y se fue abrazando su cuerpo mojado, sucio y pestilente. Las piedrecillas bajo sus pies acallaron sus leves sollozos. Realmente creyó que apartando a Melchor evitaría otro corazón hecho pedazos, pero ahí estaba, lo alejó todo lo que pudo pero aun así el pecho le dolía tanto como la primera vez.
El reloj marcó las cinco de la tarde. Tomás apenas había llegado a casa y maldecía para sus adentros. Estaba seguro de que su prueba de matemáticas era una broma, podía incluso oír las risas del profesor cuando la revisara. Si obtenía el cincuenta porciento sería por obra y gracia de las fuerzas cósmicas, no por su esfuerzo o por sus conocimientos. Los últimos días su mente divagaba entre su hermana, el tal Enrique y Felipe. Como se unían ellos, bueno, era claro que la droga estaba detrás de todo eso, pero, si su hermana estaba limpia porque tendría que seguir influenciando su vida ¿Sabía su hermana algo? ¿Algún secreto? Y los papeles que el al Felipe se llevó ¿Qué contenían? ¿Por qué estaba tan enojado al verlos?
Preguntas, preguntas y ni una sola respuesta. Era abrumador, el laberinto a su alrededor se llenaba de más y más callejones que no llevaban a ningún lado. Claramente había descubierto más que antes pero eso solo lo ahogaba en un montón de dudas.
¿Cómo concentrarse en matemáticas?
Lorena salió a recibirlo con galletas recién hechas y un vaso de leche tibia. Él preguntó por sus padres quienes, para variar, no se encontraban en casa. Se encogió de hombros, estaba acostumbrado a su ausencia, de cualquier manera cuando estaban en casa era como si no estuvieran realmente.
Subió a su cuarto con las galletas en una mano y la leche en la otra. Tom, el gato, corrió a saludarlo, metiéndose entre sus piernas mientras se acariciaba frotando su cabeza contra el pantalón del muchacho. Dejó todo sobre el escritorio y se quitó el bolso de encima, sacó la libreta donde anotaba todo lo referente al centro de alumnos y se dispuso a repasar la agenda que se les venía por delante. El próximo mes realizarían la primera feria de cosas usadas de la escuela, luego sería el día del profesor, eso a mediados de Mayo, después estarían casi encima de el aniversario de la escuela a principios de Junio, en Septiembre, como todos los años, organizarían las olimpiadas escolares, Octubre sería más relajado para luego, en Noviembre, montar todo lo referente a la muestra de proyecto de los de último año.
El proyecto.
Ni siquiera había pensado en su proyecto. No tenía idea que haría ni con quien lo haría. Solo sabía que era indispensable realizarlo para graduarse.
Faltaban solo meses para graduarse, algo que le pareció siempre tan lejano estaba a la vuelta de la esquina, a solo unas cuantas actividades escolares de distancia ¿Qué iba a hacer con su vida? Ni idea. Le gustaba bastante todo lo relacionado con la mecánica y la robótica pero nunca se lo había puesto como meta. Quizás dedicara sus energías a eso, construir algo para el proyecto final.
El teléfono vibró en su bolsillo acompañado del típico silbido del Whatsapp. Miró la pantalla. Era un mensaje de Leo, uno de sus más cercanos.
¿Quién es la chica a la todos aman pero odian?
Arrugó la cara extrañado ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Chica? No estaba entendiendo de qué iba todo eso.
¿De que hablas?
No te hagas… sabes a quien me refiero.
Meditó un poco hasta encontrar la respuesta a tal acertijo, era bastante obvia la verdad.
Cristina Marambio
Tecleó sin ganas. Todos los chicos de su generación, y unos cuantos en los cursos menores, se desvivían por ella, pero al mismo tiempo la odiaban por rechazarlos siempre. A él le resbalaba, ni siquiera le caía bien.
Seeeee… mira lo que acaban de mandarme.
La cara de Tomás se desfiguró. La impresión fue tan grande que lo obligó a sentarse el cualquier cosa ¿Quién, en su sano juicio o no, haría algo tan terrible? Sentía asco, repulsión y una profunda pena. Lo quisiera o no la chica en esa foto, sucia, rayada y humillada, era la misma que, de pequeños, lo invitaba a cenar a su casa para que no se sintiera tan solo en la propia, la misma que hablaba sin parar para que los padres de él prestaran alguna atención, la misma Cristina que cuando los chicos mayores lo maltrataban corría a defenderlo.
Palideció, incluso se sintió mareado, llamó de inmediato a Leo y esperó impaciente a que contestara. No alcanzó a sonar una vez pero para Tomás aquello fue demasiado tiempo.
—Increíble ¿No crees? Alguien le ha dado una buena…
—¿Quién te mandó esa foto?—interrumpió el muchacho inquieto, casi desesperado.
—Tranquilo…
—¿Quién te mandó la foto León? Dímelo o hablaré con el director y daré tu nombre.
—¡Oye, cálmate! Está en todas partes. Me la envió Luisa, ella la sacó del Tumblr de Ricardo Parra. Revisa Face, hay gente que la tiene como foto de perfil.
Tomás colgó. No podía creerlo ¿Qué tipo de hijo de puta dedicaría su tiempo en difundir algo tan horrible? Entró en pánico, no sabía que hacer, a quien llamar. Debía detener esto. Cristina no podía circular por la red como si fuera una criatura de circo. Cristina ¡Debía llamar a Cristina!
Marcó hiperventilando. No entendía porque estaba tan furioso pero no podía evitarlo. Era tan repugnante, tan grotesco, Cristina tenía que estar destrozada ¿Quién le había hecho eso? Fuera quien fuera iba a matarlo, nadie iba a tratar a Cristina de esa manera, no frente a él por lo menos, ella no estaba sola, claro que no.
Nadie contestó el teléfono. Volvió a marcar, con los mismos resultados.
Entró en desesperación ¿Cómo se actuaba en estos casos? Cristina ni siquiera le agradaba pero verla en las condiciones de aquella foto lo llamaba a golpear seriamente a quien quiera que hubiese hecho aquello ¿Golpearlo? Iba a matar a ese cabrón.
Dedicó un minuto a serenarse. La cabeza fría lo ayudaría a pensar ¿Qué hacer, que hacer, que hacer? ¡Antonio! Era su novio, debía saber algo.
Marcó a Antonio rápidamente y esperó que contestara. No tenía idea de que estaba pasando con él. No sabía que lo motivaba a sentirse tan enfurecido pero la necesidad primordial de pasar sus manos alrededor del cuello de otra persona lo descomponía. Cristina era grosera. Cristina creía que lo sabía todo. Cristina lo había amenazado. Cristina… no se merecía aquello.
—¡Hola! ¿Qué ondas Tom?—Antonio contestó relajado y algo agitado. Tomás supuso que estaría en la practica del equipo o algo por el estilo.
—¿Has visto a Cristina? ¿Estás con ella? ¿Cómo está?
—¿Cristina? No, no la he visto pero supongo que está bien, en su casa o algo así…
—¿Qué tipo de novio eres?—gruñó inquieto paseándose de un lado a otro de su cuarto seguido de su gato quien también empezaba a ponerse nervioso.
—¿Uno que tiene vida a parte de ella?—bromeó sin entender de que iba toda aquella histeria—¿Por qué tanto drama?
—¿No lo sabes verdad?
—¿Saber que?—Tomás botó aire acongojado por la situación.
—Algo malo le pasó a Cristina—luchó por encontrar palabras para darse a entender. Le estaba costando sacar la imagen de su cabeza y transformarla en frases coherentes, tanto porque estaba nervioso, como por que toda la situación le resultaba incoherente.
—¿De que hablas? ¿Qué le pasó? ¿Cómo lo sabes?—Tomás hizo silencio, se sentía avergonzado, avergonzado de tener que hablar sobre la foto de Cristina, avergonzado de la raza humana en si misma.
—No sé que pasó, solo sé que me llegó una foto.
—¿Foto? ¿Qué tipo de foto? ¿Está en el hospital o algo? Maldita, la internan y no es capaz de llamar y avisar—Tomás sintió como las circunstancias le molestaban cada vez más. No quería que tener que describirle la fotografía a Anto pero enviarla le producía un profundo e inquietante asco.
—No es ese tipo de foto. Antonio, alguien le saco una foto a Cristina que realmente no quiero tener que describirte porque me da coraje, contra todos mis principios voy a enviártela para que entiendas mi rabia. Hazme el favor de comunicarte con ella y avisarme como está porque a mi no me contesta ¿De acuerdo?
—¿Ok?
Antonio no entendía que estaba sucediendo. En su mente no había cabida para lo que estaba apunto de ver, incluso lo que se imaginaba cuando Tomás hablaba de la famosa foto ni siquiera rozaba la realidad tangencialmente. Se encontraba relativamente tranquilo hasta que vio la fotografía, luego de eso ardió Troya.
Cristina intentó abrir la puerta sin hacer el más mínimo sonido y lo logró. Justo después del incidente con Nicole se las había ingeniado para escapar de la escuela sin ser detectada, dejando atrás sus cosas, su mochila, cuadernos, lápices y demases. Hizo lo que pudo para limpiar su cara y cuerpo en un baño del centro pero no lo logró, el plumón que había ocupado era de tinta indeleble y no salía con la facilidad que a ella le hubiese gustado. Lo que más la desconcertaba era su incapacidad para detener el llanto. Lloró toda la tarde, sin detenerse ni un segundo, incluso a momentos sentía vergüenza de ello pero no podía evitarlo, en cuanto creía que por fin cesaba otra oleada de pena la atacaba y las lágrimas se escapaban una tras otra. Lo irónico era que a pesar de tener la humillación escrita por todo el cuerpo la única razón por la cual lloraba era Melchor. Se sentía estúpida ¿Por qué seguía llorando por él? Después de tantos años ya era tiempo de superarlo. Las ganas de llorar la rodearon nuevamente pero se contuvo, solo tenía que subir lo más rápido posible para luego meterse al baño, ahí lloraría todo lo que quisiera y de paso se desharía de las marcas que avisaban lo malo que había sido su día. Subió los peldaños hasta la sala con sumo cuidado, no había ruidos en la casa así que supuso que todos estarían en otra cosa. Se equivocó nuevamente.
—Mónica Ángela Marambio…
Reconoció la voz grave de Ignacio, el novio de Mónica. Lo encontró arrodillado frente a su hermana con una pequeña cajita en las manos. Ella lloraba a mares de felicidad, con una mano en la boca para no gritar y la otra sujeta a la de su futuro marido, asentía con vehemencia incluso antes de que este formulara la pregunta.
No solo estaban ellos ahí, también su padre y madre admiraban la escena, al igual que Sonia y Gloria.
¡Grandioso!
¿Es que acaso no podía hundirse sola en su miseria? ¿Cuál era la necesidad de arrastrar a toda su familia y arruinar el momento más feliz de su hermana?
Pensó en retroceder antes de que la notaran pero era tarde. Gloria había reparado en ella y casi de inmediato había emitido un pequeño gritito de sorpresa, tapándose de inmediato la boca y alertando a los demás de paso.
Estaba perdida ¿Qué iba a decir? Era una perfecta mentirosa pero no se le ocurrían excusas para disimular el gran PERRA escrito en su frente, o explicaciones que justificaran el ZORRA ANOREXICA en su cuello.
Sintió vergüenza de llegar así, su familia no se merecía lidiar con la tremenda catástrofe que estaba hecha. Debió pedir ayuda a Antonio, debió refugiarse en su casa, o a Pati, ella la hubiera ayudado, pero tenía tantas ganas de llegar a casa, a su casa. Fue muy egoísta y ahora lo estaba pagando, a decir verdad los demás lo estaban pagando.
Por unos cuantos segundos nadie reacciono, era irreal lo que veían como si fuese un espejismo que desaparecería de un pestañeo a otro.
Cristina rompió en llanto nuevamente y Mónica se soltó de su novio para correr a abrazarla. Lloraba desolada como nunca antes la habían visto llorar, destrozada de una manera indescriptible.
—Ya, ya chiquitita, todo va a estar bien—dijo la mayor sujetándola entre sus brazos y acariciando su cabello sucio y apestoso.
Todas sus hermanas y su madre corrieron en su auxilio inmediatamente después. En parte enfurecidas, en parte histéricas, en parte preocupadas. La guiaron escaleras arriba hasta el baño y dejaron a Gloria para que la aseara.
Susana bajó hecha un demonio. Nadie, absolutamente nadie tocaba a una de sus pequeñas.
—Llama a Guillermo de inmediato—bramó hacia su marido quien ya estaba en ello desde casi el mismo instante en que la chica apareció en su campo de visión.
Ella se disculpó con Ignacio acusando un mal momento para cualquier tipo de propuesta y lo despachó con toda la amabilidad que pudo, luego llamó a Teresa y le avisó de la emergencia sin dar mayores detalles. René se acercó a ella para tranquilizarla pero solo logró alterarla más.
—Entiéndeme René. Me importa un huevo que sea un menor, voy a encontrar a la persona que hizo esto y voy a desollarla viva.
René asintió. Siempre hablaba de tomar con calma las cosas y pensar con la cabeza fría, pero luego de ver a su hija entrar por la puerta en esas condiciones dudaba poder mantenerse frío. Alguien iba a pagar esto, no descansaría hasta que fuera así.
—¿Cómo que Teresa se ha ido?—Melchor se veía descompuesto, tanto que Felipe se asustó. No lo veía así desde hace meses, cuando recién empezaba a rehabilitarse y lo más común para él eran los ataques de pánico y furia contra los demás. Miró a Amanda quien se había quedado juntó a la puerta para evitar que escapase de un momento a otro.
Ella también estaba asustada, tanto que había decidido acompañarlo hasta su trabajo para corroborar que no se fuese a otra parte. Las tripas se le revolvían, se le cruzaban, anudaban y retorcían, tenía un pésimo presentimiento y haría lo que fuera para anteponerse a una calamidad, como por ejemplo que Melchor recayera.
—Tenía una emergencia familiar, me pidió regresar temprano a casa solo por hoy.
Según Amanda todo había empezado con la fuga de Marambio, quien sin dar mayores explicaciones se había ido de la escuela dejando atrás sus cosas. Ahora Melchor se encontraba compungido, nervioso y con las cosas de Marambio en una mano. Extraño, muy extraño.
El muchacho se sujetó la cabeza con una mano y negó varias veces. No tenía idea de que hacer, se sentía tan culpable que no tenía idea de como calmarse. Al principio solo fue una punzada molesta en el pecho pero con el pasar de las horas comenzaba a entrar en pánico. Necesitaba saber de Cristina pero no podía acercarse a ella sin importar cuan preocupado estuviera. Eso era lo que sentía, preocupación.
—Felipe llámala, pregúntale por su hermana.
—¿Por qué?
—¡Solo has lo que te ordeno demonios!
—¿Qué ha pasado?—preguntó divertido con el teléfono en la mano.
—Fui por lana y salí trasquilado ¡Llámala!
—Ya, ya, tranquilo.
No alcanzó a marcar. La campañilla sonó avisando un nuevo cliente. Amanda observó a Antonio consternada. Venía rojo, de un rojo que solo encuentras en una paleta de colores puros, las pupilas se le dilataban más a cada segundo y las venas se le marcaban en la sien. Parecía como si hubiese crecido el doble de un instante para otro, se asemejaba bastante a un toro.
Dio tres zancadas antes de tomar a Melchor por el cuello de la camisa y levantarlo hasta dejarlo de puntillas. Lo fulminó con la mirada inyectada en sangre.
—¡Dime maldito maricón! ¿Qué mierda te hizo para que dejaras que le hicieran eso?—gritó con una fuerza espeluznante—¿Te dijo algo incómodo? ¿Se fue de lengua de nuevo? ¿Ah? ¿Es eso?—lo zarandeó con tanta fuerza que rompió la camisa cerca de la manga—¡Y no te atrevas a negarlo que le he sacado la verdad a Nicole! ¡Maldito hijo de la gran puta!
Lo empujó con todas las fuerzas que tenía, el muchacho terminó estampado contra una mesa, botando todas las sillas en el camino y golpeándose la cabeza. Amanda corrió a ayudarlo sin entender nada de lo que sucedía mientras que Felipe se disponía a defenderlo.
—¡Largo de mi café Antonio!—bramó serio.
—Cierra el pico, esto no te compete ni por si acaso—pasó de él olímpicamente y apuntó a Melchor con el dedo—más te vale tener una buena razón porque lo que has hecho Melchor, lo que le hiciste a Cristina es una mariconada. Eres un cobarde, poco hombre, que en vez de enfrentarla como una persona normal, dejaste que tres chicas la golpearan, la humillaran y lo repartieran por el internet ¡Me das asco! ¿Me escuchas? ¡ASCO! Me vale tu drogadicción, lo que hiciste demuestra una ausencia de humanidad.
—¡Oye cálmate!—interrumpió Felipe interponiéndose entre ambos y sosteniéndolo de los hombros. Antonio se soltó de su agarre y lo empujo al igual que a Melchor pero con menos fuerza. Volvió a ignorarlo y se acercó más a Melchor.
—Lo que acabas de hacerle a Cristina, lo que le hiciste observando como la vulneraban es lo mismo que la vida a hecho contigo durante todos estos años. Cuando tu padre te golpeaba, cuando te drogabas en las calles, cuando tu familia se iba por el retrete, cuando tu hermano era arrestado, cuando te juzgaban por asesinato, en todos esos momentos, la vida, los astros, dios o lo que sea, veían la escena y no hacían nada, se reían, aplaudían o que se yo… ¿Cómo se siente ser una escoria de ese nivel? ¿Cómo se siente vengar tus desgracias en alguien que no tiene nada que ver con lo que te ha tocado? ¡Responde mierda!—rugió fuera de si.
Melchor se mantuvo congelado, sentado en el piso del café, con la mesa a sus espaldas, Amanda a un lado y sillas regadas al otro. No dijo nada, no tenía nada que decir para defenderse.
—Sí, Cristina no es una blanca paloma—continuó Anto—no es sutil, no es simpática ni se contiene al momento de decir algo pero ¿Realmente crees esa es la forma? ¿Crees que haciendo vista gorda de su sufrimiento la mierda en tu vida se va a compensar? ¿Te sientes mejor ahora que alguien le dio “lo que se merece”? ¿Mejor persona? O quizás con todo esto dejes de ser un maldito drogadicto y tu karma se iguale con el de los demás ¡Me das vergüenza! ¡Me das asco! Métete todo lo que quieras en el cuerpo, pero esto, esto no te lo perdonaré nunca. Cosas como esta son de maricones, de hombres que no dan la talla. Pensé que eras mejor que eso.
Se volteó para retirarse pero se detuvo y dedicó unas últimas palabras al chico.
—Lo que más pena me da es que no te acuerdes quien era Cristina para ti, ni siquiera fuiste capaz de hacerle honor a todo lo que ella hizo ¿Recuerdas cuantas veces te quedaste a dormir en su casa solo porque tenías miedo de llegar a la tuya? ¿Te acuerdas que ella se quedaba hasta muy entrada la noche en la tuya para que tu papa no te golpeara? Cristina se desvivía por ti, te adoraba, y así le pagas, como si habernos abandonado no hubiese sido suficiente ¡Jódete Melchor! Y en silencio por favor.
Se fue tan enfurecido como llegó, golpeando la puerta al salir y estropeando la campanilla de camino. Felipe miró a Melchor gélido, inerte, enfadado.
—¿Qué hiciste Melchor?—preguntó usando el tonó que solía usar Gaspar cuando lo regañaba—¡Responde!
El chico bajó la cabeza. No tenía escusa. Antonio tenía razón ¿Cómo pudo dejar que le hiciesen eso a Cristina? Por muy enojado que estuviera nadie se merecía tal trato, nadie, y solo hasta ahora lo entendía.
Amanda trató de ayudarle a pararse, en el intertanto su teléfono sonó. Era un mensaje. Una foto y una frase.
Por fin alguien le da lo que se merece.
La foto de Cristina era impactante. Aparecía remeciéndose o intentando escapar. En su frente se leía PERRA, escrito en mayúsculas, sus labios estaban negros y lucía un denigrante bigote de tinta. El cabello se le pegaba a la frente como si lo tuviera sucio y de la boca le corría un fino hilo de sangre. Iba con el sostén a la vista, algo de tierra en el cuerpo y más insultos. Zorra, puta, fácil, bulímica, prostituta, asquerosa, muérete, nadie te quiere, suicídate por favor. En su abdomen se leía un texto peculiar: ENTRAS GRATIS SI TIENES NOVIO. Bajo él se dibujaba una flecha que apuntaba directo a su entrepierna.
Amanda sintió pena, Melchor odio hacia su persona.
Amanda lo acompañó hasta su casa, no se dijeron nada en el camino pero ella lo vio tan desmoralizado que supuso que si lo dejaba solo recaería, no lo supuso, tenía la seguridad. Cuando llegaron se aseguró de dejarlo en su cuarto. Ni siquiera se tomó la molestia de despedirse pero antes de abandonar el lugar Melchor la sujetó del brazo.
—No te vayas—rogó con un hilo de voz—no puedo solo.
Ella se arrodilló frente a él, sentado en la cama.
—Voy a bajar por una tasa de té y voy a hablar con tu mamá porque la dejaste algo nerviosa, y de ahí regreso ¿De acuerdo?—Chie asintió. Ella sonrió con gento maternal, le quitó la mano de la boca ya que se mordía las uñas con ahínco y le acarició la cabeza.
Salió del cuarto tratando de mantenerse de una pieza. No entendía ni un carajo de lo que estaba sucediendo y tampoco era el momento de preguntar, pero Melchor la necesitaba de verdad y eso, frente a todo, era mucho más importante que su desconocimiento de causa. Bajó hasta el primer piso y trató de explicarle algo coherente a Magdalena, no completamente cierto pero con lógica. Luego de dejarla tranquila llamó a su casa para avisar que se quedaría con Melchor esa noche. Soportó un discurso de media hora sobre las cosas que hacían y no hacían las niñas bien criadas, aparentemente quedarse acompañando a un amigo en problemas no estaba bien visto por la sociedad. Terminó pasándole el auricular a Magdalena, quien, con voz angelical logró convencer a un alterado Omar que no dejaba de amenazar con un supuesto bate.
Subió hasta el cuarto de Chie con dos tazas de té y dos trozos de pastel, sería una larga noche y necesitaría provisiones para atravesarla.
Lo encontró sentado en el suelo junto a una caja gris oxidada. Dejó la bandeja junto a él y se sentó en frente luego de mover varias prendas probablemente usadas. Melchor parecía inmerso en un mundo paralelo mientras leía una hoja amarillenta de cuaderno. Dentro de la caja había varias más, todas sujetas con un elástico. Tomó una al azar, la letra era preciosa y muy cuidada, comenzaba con un “Querido Chie” y continuaba con una explicación sobre lo que había hecho el narrador ese día. Finalizaba con un “Te quiere, Titi”. Tomó una segunda carta, la temática era la misma, muy alegre y repleta de un sentimiento que no supo identificar pero que describió como luz. Eran cientos. Muchas. Todas ordenadas por fecha y puestas cuidadosamente dentro de la caja metálica.
—¿Qué son?—preguntó para asegurarse que Melchor siguiera con ella.
—Cartas, me había olvidado que las tenía.
—¿Cartas?
—Doscientas cartas, de mi persona favorita para que no me sintiera solo.
—¿Puedo?—preguntó tomando una tercera carta.
Melchor asintió y ella continuó su lectura. Eso fue lo que hicieron el resto de la noche. Leer sobre las aventuras de una chica que extrañaba demasiado a su mejor amigo.
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