Las apariencias engañan

Ridículo. Así se sentía. Por lo general Antonio se caracterizaba por tomar decisiones decentes, bueno, no estaba muy orgulloso de esa precisamente.

Entró solo porque tenía que hacer alguna cosa durante toda la noche, quedarse frente del bar mirando la puerta como idiota no lo haría sentirse más brillante e irse significaría que las casi dos horas de viaje hasta aquel lugar habrían sido en vano.

Miró a ambos costados y lo miraron de vuelta de una forma tan lasciva que deseó que se lo tragara la tierra, parecía que mirar la puerta no era tan mala idea después de todo. Él no lo sabía en ese momento pero era carne fresca en un sitio donde las caras nuevas no eran muy comunes.

 Casi podía oír la voz de Cristina en su cabeza.

Hay un bar en el pueblo vecino, uno de “esos bares”. Quizás si vas allá conozcas más gente y puedas definirte mejor, ya sabes, tu sexualidad.

Claro que se definiría, como asexuado, porque si su propio pudor no lo llevaba por un camino más “normal”, las miradas de los otros visitantes del bar definitivamente lo harían.

Avanzó con todo el cuerpo contraído sin fijar los ojos en nada vivo por más de un segundo, se sentó en la barra sintiendo la atención en él. Esto definitivamente fue la peor idea que se le pudo ocurrir a Cristina.

Es cantinero se le acercó con cara de pocos amigos y sin preguntar nada se quedó parado esperando la orden mientras limpiaba afanosamente un vaso de vidrio azul. Antonio no pudo pronunciar palabra al principio, estaba lo suficientemente cohibido como para olvidar su nombre, ni hablar de pedir algo para beber.

Trató de juntar un par de silabas pero de su boca solo salieron sonidos guturales y trabalenguas mal pronunciados. Él cantinero modificó su cara de pocos amigos a una de menos amigos aun y se retiró sin decir palabra alguna.

Anto se tapó la cara rojo tomate y decidió que se quedaría toda la noche sentado ahí sin hablar con nadie reflexionando sobre sus actos como castigo. Se sentía más que ridículo, él era en esos momentos la definición grafica de un completo idiota.

—Pero mira lo que trajo la marea a estas orillas decadentes—una voz ronca y profunda le obligó a mirar a su derecha. Junto a él un chico sonriente se apoyaba en la barra y lo miraba, no con lujuria, no con deseo, solo con interés. Su cabello era oscuro al igual que sus ojos, usaba barba de tres días y el pelo, que apenas le tocaba los hombros, se le ondulaba un poco en las puntas. Alto, recio, guapo—Cuéntame muchacho ¿Te equivocaste de lugar o sabes bien en lo que te estás metiendo?

Balbuceó lo mejor que pudo, le hubiera gustado afirmar su seguridad, definir sus decisiones y defender su posición, pero en cambio de sus labios solo salió un burdo intento de lenguaje, seguido de cerca por la mayor cara de tonto que se había visto por aquellos lugares. Cristina pagaría por darle aquella estúpida idea, definitivamente lo pagaría.

—Eso lo deja todo claro—agregó el desconocido con la sonrisa a flor de boca—Mira, yo se que estás perdido y crees que este es un buen lugar para resolver tus dudas pero no lo es, este es el peor lugar para ponerte experimental—explicó el joven señalando a los otros ocupantes del local—para ellos eres presa fácil y carne nueva, no dudaran en comerte. No les va a importar que seas primerizo, ingenuo o menor de edad.

Antonio observó a su alrededor asustado hasta la medula ¿En que tipo de lugar había ido a parar? Pensó en alguna manera de escapar, pero el primer bus de vuelta a Los Robles no saldría hasta seis horas más, no conocía a nadie en ese pueblo y apenas se ubicaba en las calles.

Su acompañante pidió dos cervezas y le acercó una, luego suspiró largo y tendido y ladeó un poco su cabeza.

—Bien muchacho, solo porque soy una buena persona te haré un favor esta noche y me quedaré contigo para ahuyentar a esos buitres. Por cierto soy Felipe.

Antonio votó el aire aliviado, si no fuera por ese joven misterioso se hubiera visto en grandes, grandes problemas, le sonrió agradecido y bebió el primer trago a su cerveza. Tan nervioso estaba que incluso su capacidad de distinguir mentirosos de honestos se había apagado.

Felipe por su parte desencajó la mandíbula mentalmente, definitivamente aquel chiquillo rozaba peligrosamente  la profunda estupidez. Ni siquiera se había esforzado para seducirlo y ya lo tenía comiendo de su mano, ya le había comprado un trago y lo había atado a él por el resto de la noche. ¿Nadie les enseñaba a los jóvenes de hoy las reglas básicas como: no hablarle a extraños, no aceptar dulces de nadie y por sobre todo no ligar con el primer tipo que se te acerca? ¿Habían perdido el instinto de autoconservación las nuevas generaciones?

Apenas diez minutos atrás, cuando le vio entrar, supuso que esa sería una noche entretenida e interesante, ahora lo único que deseaba era conducir hasta la casa de aquel muchacho, meterlo a la cama, arroparlo, leerle un cuento educativo y aconsejarle que lo pensara treinta mil veces antes de salir al mundo real nuevamente.

Felipe Briceño se caracterizaba por nunca perder un ligue, pero la ternura inocente del muchacho removió una fibra profunda, le recordó así mismo antes de convertirse en lo que era ahora, un mal nacido frío y sin escrúpulos. No iba a volverse un alma caritativa solo por sentir ternura ante tamaña muestra de infantilismo, pero por lo menos podía fingir preocupación por una noche. Mañana sería otro día, ya habrían más conquistas.

—¿Como te llamas muchacho?

—Antonio Gonzáles, soy de Los Robles, un gusto—Felipe suspiró sonoramente.

—Consejo: nunca des más información de la que te preguntan, y no aceptes bebidas de extraños podrían ser malas personas. 

—Acepté tu cerveza y tú no pareces una mala persona.

—Las apariencias engañan muchacho, mucho más de lo que crees.

Siguieron bebiendo y conversando lo que restó de la noche. Para cuando Felipe lo dejó en su casa notó que algo había cambiado en él esa noche, su conciencia le había ganado a sus malas intenciones. Se sintió ridículo. Lo bueno era que no lo volvería a ver nunca más, lo malo es que siguió viéndolo.

 ~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~

Cristina suspiró nuevamente. Sentada en el patio de la escuela no podía quitarle la vista a un par de águilas que revoloteaban en lo alto. Trató de no recordar lo que aquella ave significaba para ella pero no pudo, segundos después una incomoda y triste película se proyectaba en su mente.

Suspiró nuevamente y enfocó sus pensamientos en otro tema, menos antiguo pero igual de desagradable. Melchor, Felipe, Tomás y Antonio. Llevaba casi dos semanas dándole vueltas al asunto y algo le decía que entre ellos había algo oculto, una red invisible para la gente.

En primer lugar ¿Por qué Tomás los estaba reuniendo tan de pronto? Emilia había muerto hacía casi dos años ¿Por qué ahora?

Segundo ¿Qué significaba esa extraña visita de Felipe a Melchor a altas horas de la madrugada? ¿Y ese gesto de silencio? ¿De donde se conocían? ¿Qué se traían entre manos.

Tercero ¿Sabría Antonio de la extraña relación de complicidad entre Felipe y Valencia? ¿Tendría Antonio algún tipo de información que no había compartido con los demás?

Algo era claro, Felipe y Emilia estaban relacionados. Melchor estaba relacionado con Emilia y Felipe estaba relacionado con Melchor, por lo tanto se caía de madura la idea que entre Felipe y Emilia había algún tipo—aunque fuera lejana—de conexión, además el número que llamó a emergencias esa noche era el de Felipe ¿Coincidencia? Poco probable.

¿Era coincidencia entonces que Tomás justo reclutara como equipo a dos chicos relacionados con el tipo que avisó sobre la muerte de su hermana? Menos probable aún. Lo extraño era que Tomás no tenía como saber de la relación entre Anto y aquel joven, de cualquier manera era sospechoso y digno de pensarse.

Todos parecían girar perfectamente alrededor de este intrincado sistema, pero ¿Qué mono pintaba ella en todo esto? En los últimos seis años desde que habían dejado de ser amigos apenas si se habían saludado, ella vivía en un mundo aparte sin nadie que la molestara ¿Para que meterla en todo este asunto tan turbio? No le era útil de ninguna forma a Tomás.

—Estás muy pensativa Cris—dijo Pati colocándose frente a ella con un paquete de galletas en las manos. Le entregó un jugo, le dio una galleta y se sentó a su lado.

—Sí—murmuró aun concentrada en sus cavilaciones.

—Y poco comunicativa ¿Puedo ayudarte con algo?

—La verdad no.

—¿Llenaste ya tu hoja de ingreso de la universidad?

—No

—Pues deberías.

—¿Qué sentido tiene? Probablemente no vaya a la universidad, quizás me tome un año sabático, busqué empleo, conozca un chico, me casé y tenga muchos hijos, fin.

—¡Claro que no! Vamos que algo querrás hacer.

—Me agradan la matemáticas.

—Perfecto ingeniera es lo tuyo.

—Y también pintar y dibujar.

—¿Arquitectura?

—Y bailar, también me gusta mucho bailar.

—Eso déjalo como hobbie.

—Pero también soy muy curiosa y no puedo quedarme tranquila si tengo una duda.

—¿Arquitecta histórica con mención en periodismo?

—Y adoro los dinosaurios.

—¿Me estas tomando el pelo cierto?

—Desde el primer segundo, la verdad no quiero hablar del tema Pati—suspiró, solo salía de un tema escabroso para meterse a otro tema escabroso ¿Cuándo fue la última vez que su máxima preocupación era pasar los exámenes?

—¿Y que tal Nicole?

—No la he visto últimamente—mintió.

—Eso es bueno, quizás ya se aburrió o encontró a alguien más a quien torturar.

—Eso espero—Cristina sabía bien que no era así, Nicole seguía tras ella, solo estaba planeando algo más grande y terrible, pero esta vez estaría preparada para cualquier cosa.

—Oye. Escuché un rumor.

—¿Sí? ¿De quien?

—Tú y Tomás Riquelme.

Cristina abrió los ojos de par en par. Las palabras se movían más rápido que la luz y esa era la prueba ¿Es que la gente no tenía mejores cosas que hacer que hablar de los demás?

—¿De donde sacaron eso?

—Bueno Amanda te lo gritó en la mitad del patio por lo que me enteré, además los vieron juntos el viernes después de clases y…

—¡Estúpida gente chismosa que solo se fija en las apa…!

Una sinapsis repentina aterrizó en la mente de Titi aturdiéndola de inmediato. Miró las águilas que seguían revoloteando en lo alto. Había caído en la misma trampa dos veces ¿Cómo no se le ocurrió antes? ¡Tremenda estúpida estaba hecha! Más claro echarle agua…

—¿Pasa algo? Te pusiste pálida de repente…

—¡Soy un águila! ¡Como no se me ocurrió antes! Era tan obvio.

—¿Qué significa eso?

—Que no pinto nada en todo este lío, soy solo una distracción ¡Ese Tomás! Debo ir por él—se detuvo justo después de pararse y miró a Patricia recordando el chisme que se corría entre los estudiantes, la tomó del brazo y la jaló en dirección a las salas—.Debemos ir por él.

Cualquiera hubiese pensado que algún idiota de turno se estaba haciendo el chistoso al jugar con el pizarrón de tiza, otros quizás supondrían que lo que escuchaban no era nada más y nada menos que una silla siendo arrastrada sin piedad, pero aquel espantoso ruido provenía desde la boca de Tomás y se producía al restregar su mandíbula superior con la inferior. Estaba al borde del colapso. No era suficiente castigo tener que declinar la tierna declaración de su adorada Amanda, ni tampoco verla todos los días y extrañarla como si estuviera en el circulo ártico, también tenía que soportar la imagen de su adorada chica siendo amable con el mal parido de Valencia.

Amanda sonreía con esa inocencia tan típica de ella mientras Melchor le dedicaba su atención con cara de pocos amigos ¿Qué se traían ese par? Probablemente Amanda estaba haciendo lo que mejor sabía hacer, ser amable con todo lo que haga sombra, pero Melchor ¿Desde cuando que se preocupaba por sus materias? Según lo que tenía entendido Tomás si no fuera porque el director le echó una mano, Valencia ni siquiera podría entrar a la escuela. Su asistencia era paupérrima y ni hablar de sus notas, todas con el mínimo para ascender de curso. Toda la onda del chico emergente y aplicado le sabía a mentira a Tomás, y si Amanda estaba involucrada peor sabor de boca le dejaba.

Cruzo el umbral de la sala y como Pedro por su casa zigzagueó entre las mesas hasta situarse justo frente la mesa que compartía la parejita.

Ambos le miraron confundidos. Melchor estaba sentado en su puesto con la espalda a la muralla mientras que Amanda había volteado la silla de Cristina y se apoyaba en la mesa de Melchor para comer su almuerzo.

—Hola

—Hola Tomás—respondió fría como el hielo Amanda sin mirarlo.

—¿Se puede?—intentó hacerlo sonar como pregunta pero más fue una orden, sin esperar que le permitieran unirse él solo tomó la primera silla en el perímetro y se sentó en el costado derecho de la mesa.

—Estamos conversando algo privado—agregó ella con ciña, a lo que Tomás sintió como le hervían las tripas por dentro.

—No—terció Melchor—solo hablabas sin sentidos a velocidades ridículas.

Amanda hizo un puchero y lo pateó bajo la mesa. No quería tener que compartir su espacio personal con el de alguien tan molesto como Tomás. Lo quería, claro que lo quería, pero él quería a otra y eso le dolía tanto que de solo pensarlo se le hacían agua los ojos. Ella y Marambio no tenían comparación. Amanda era chiquita, de piel morena y cabello castaño oscuro, sus ojos sus nariz y su boca no destacaban de ninguna forma y su personalidad era casi inexistente, en cambio Cristina era una elfa, alta, cabellos castaños claros casi dorados, ojos de ensueño ámbares como la miel, piel tersa y blanca, nariz fina, labios gruesos ¿Competencia? ¡Ja! Más bien parecía una masacre, lo peor de todo era aquella simpatía tan falsa que volvía locos a los chicos, cualquier otra chica el rededor de Cristina se volvía inmediatamente invisible. Amanda no tenía ninguna, absolutamente ninguna posibilidad contra ella.

—¿Qué quieres Tomás?—preguntó inquieta la chica.

—Nada particularmente, solo ofrecerle a Melchor mi ayuda desinteresada con sus materias.

Melchor alzó la ceja un kilómetro hacia el cielo ¿Desde cuando que Tomás se mostraba tan amable? Nunca había sido descortés con él—exceptuando por el golpe en la nariz de hacía algunas semanas—, pero si algo aprendió Melchor en las calles fue a distinguir a la gente que es amable contigo desinteresadamente y la que solo te está usando. Tomás claramente lo estaba usando y esa era la única razón por la cual aun le dirigía la palabra, pero por mucho que lo necesitara, ayudarlo con sus materias le parecía una medida extrema e innecesaria, mal que mal le estaba dando toda la información sobre Emilia que le pedía o por lo menos la que Tomás sí podía saber.

—¿Tú a mi?

—¡Claro que sí! ¿Qué te hace falta? ¿Química, física, matemáticas?

—Yo ya lo estoy ayudando Tomás, gracias.

—Bueno, tú ya tienes muchas obligaciones, eres vicepresidenta del centro de alumnos ¿Lo recuerdas?   

 —Y tú el presidente.

—No te he visto mucho en las reuniones Amanda.

—Solo ha habido una reunión y no era necesaria mi presencia.

Chie los miró discutir un buen rato, algo le decía que esto no tenía nada que ver con la tutoría ni con él, pero no se dio el tiempo en analizarlo, se sentía demasiado cansado y aturdido, el estomago se le apretaba constantemente y si no fuera porque había devuelto todo el desayuno hace algunas horas juraría que tenía hambre.

Su agenda las últimas semanas había pasado de estar completamente vacía a extremadamente saturada. Entre la escuela, Emilia, y las tutorías de Amanda casi no le quedaba tiempo para acordarse de su pequeño problema de adicción a las drogas, casi. Si no fuera porque cada vez que comía regurgitaba hasta la vesícula todo andaría pasable. Podía soportar el insomnio, podía suprimir sus ataques de ira e incluso se había demostrado a si mismo que podía resistir la tentación de correr a la calle esperanza, pero cuando el estomago se le ponía malo toda la fuerza de voluntad se iba con la cadena. La sensación era tan extremadamente desagradable, el mareo, la saliva, la amargura en su boca, el temblor en sus manos y finalmente la desesperación, el ahogo, las ganas de mandar todo a la mierda.

Aun así no tenía de que quejarse, de alguna manera, que no lograba entender del todo, las cosas estaban bajo control. Se mantenía limpio y a pesar de las constantes preguntas de Tomás aun nadie se enteraba de la verdad sobre Emilia ¿Qué más podía pedir?

Lo que más le causaba desconcierto dentro de su nueva vida eran Amanda y Antonio. Ambos mantenían esa actitud ridículamente positiva hacía él. Por una parte Amanda solo lo conocía hacía un par de semanas y por la otra, Antonio, tenía una imagen bastante errónea de quien era ahora, sí, se conocían de antes, pero ese antes era tan antiguo que ya había pasado su fecha de vencimiento, Melchor ya no era aquel chiquillo risueño y juguetón que adoraba resolver misterios, aquello era parte del pasado y parecía que Antonio no terminaba de entenderlo. La verdad era que por el momento no le molestaban ni le estorbaban así que los dejaría revolotear hasta que se cansaran, porque sin dudarlo se cansarían, tarde o temprano, la caridad no era para siempre aun cuando lo que se donaba fuera amistad.

El chico volvió en si solo para notar que tanto Amanda como Tomás seguían atacándose cual matrimonio resentido. Definitivamente esto no tenía nada que ver con él, pero no le interesaba lo suficiente como para averiguar que había detrás de las “buena y desinteresadas” intenciones de Tomás.

—Tomás, tenemos que hablar.

La silueta esbelta y estilizada de Marambio se materializó salida de ninguna parte en concreto, su cara se arrugaba en una mueca de descontento y la atmosfera desagrada que la rodeaba le revolvía aun más el estomago a Melchor.

La detestaba, definitivamente la detestaba. Siempre tan perfecta, creyéndose el eje del mundo y demandando cosas como si todos fuesen sus lacayos.

Notó que Amanda desviaba la mirada hacia su almuerzo para luego meterse una cucharada gigante de lechuga y aceitunas.

—¿No puede esperar? Estoy en algo en este momento.

—No. Créeme, Valencia no mueve el trasero de esa silla hasta que llega la hora de irse y mientras yo no saque a Amanda de mi silla ella no se moverá de ahí. Estarán aquí mismo para cuando terminemos.

—Es mejor que vayas, tu noviecita parece molesta—masculló Amanda con sorna. Cristina se agacho para quedar a su altura y la fulminó con aquella mirada ámbar.

—Escucha una cosa Amanda. Si Tomás no te da ni la hora, si te engaño, si te rompió el corazón, no es mi culpa, es de él. Cargarla conmigo solo demuestra que tu análisis sobre la situación es más bien pobre y que prefieres echarle la culpa a un tercero que aceptar que tu príncipe azul es un cerdo como todos los otros hombres del planeta.

La cara de Amanda se volvió roja y el pánico la paralizó, no sabía donde esconderse pero definitivamente no quería estar ahí ni en ninguna parte. Melchor por su parte se saboreó. Este era el momento perfecto para liberar tensiones, le diría a Cristina unas cuantas verdades dolorosas, claro que lo haría y no solo eso, también aplicaría su mejor arma, mayor daño con el menor esfuerzo.

—Cristina te estas pasando tres pueblos—se le adelanto Tomás.

—No te atrevas a sermonearme Tomás. Tú, yo, afuera, ahora—y sin más salió de la sala sin esperar a nadie.

Patricia, quien la había acompañado hasta ahí, les quedó mirando con cara de circunstancias, sonrió educadamente y se excusó por ella.

—Le subieron recientemente la dosis de los antipsicóticos, discúlpenla—los tres asintieron y Tomás se levantó finalmente para arreglar aquel asunto, no le gustaba para nada el tono con el cual Titi había tratado a Amanda y deseaba enormemente hacérselo saber.

Tanto Amanda como Melchor los vieron marchar, él chasqueó la lengua atiborrada de frases hirientes, mientras que ella enterró con ira el tenedor en una hoja de lechuga.

—Estúpida—murmuró Amanda al borde de las lágrimas.

—Definitivamente—respondió él. Ella le miró sorprendida, Melchor era el primer muchacho que conocía que hablaba mal de Marambio, por lo general todo era flores y más flores.

—¿No te agrada Cristina?

—¿Agradarme? ¿Por qué? Se cree el hoyo del queque y aun no entiende que la única gracia del hoyo del queque es que está vacío, igual que ella.

—Eres el primer chico que conozco que no se le cae la baba al verla. Hasta Tomás cayó en sus redes—dijo afectada—. Es tan bonita, es estudiosa, es buena en deportes, además es hija de Rene Marambio y eso la hace como de la realeza…

Amanda siguió hablando y hablando, enumerando una a una todas las maravillosas características de la maravillosa Cristina. El asco volvió a Melchor.

—Es falsa, Cristina es una mentira de principio a fin, todo lo perfecto que se ve de ella es una gran farsa para que no veamos lo patética que es—Amanda detuvo su verborrea y le observó anonadada. Melchor sonaba realmente saturado, como si vomitara aquellas palabras con el desprecio más profundo, sí, ella tenía sus razones para evitarla, pero Melchor parecía tener razones mil millones de veces más buenas.

Prefirió no preguntar y solo seguir comiendo en silencio junto a él. Ella sabía que las cosas dolorosas son como astillas, molestan y lo único que quieres es sacártelas pero entre más las hurgueteas más profundo se hunden. Con el tiempo todas las astillas se caen, incluso las más grandes y profundas.

—¡Te has pasado!

—Me vale Amanda y me vale el romance estilo Shakespeare que llevan…

—No llevamos ningún…

—Me vale te dije…

Tomás miró a su alrededor con cautela, todos quienes en ese momento rondaban el pasillo los observaban sin mucho decoro. No entendía porque cristina le armaba esta escena pero algo le decía que no quería enterarse. Bufó molesto, le indignaba que alguien osara tratar mal a Amanda y Cristina no le estaba haciendo demasiado fácil la tarea de controlar sus impulsos. La aparto hasta un lugar más privado y la encaró.

—¡Bien! ¿Qué demonios quieres?—soltó hastiado hasta le médula, o esto terminaba rápido o él la tiraba al piso de un empujón.

—Ya se porque estas haciendo esto y me parece repugnante.

—¿De que hablas?

—Tu, Valencia, Antonio y yo. De eso hablo. Nunca fue tu intención pedirnos ayuda, bueno, quieres usarnos, pero no para lo que nos dijiste.

—¿Ya…? Creo que te van a tener que reajustar los antipsicóticos de nuevo—se volteó para dejarle hablando sola pero ella lo rodeó y se interpuso entre él y su escapatoria.

—Primero pensé que todo esto era por Valencia, leí la investigación que dejaste en la casa del árbol y todo apunta que entre tu hermana y él la relación era bastante cercana. Creí que tú creías que ellos eran amantes o algo por el estilo, pero si así fuera ¿Qué ganarías con saberlo? Además, podrías haber contactado a Valencia más rápido y fácil sin involucrarnos a mí y a Anto. Luego pensé en mí ¿De que te servía yo en todo esto? Con suerte me encontré una decena de veces a tu hermana en los últimos años, y sí, soy inteligente, pero no resuelvo misterios en mis tiempos libres…

—Muy entretenida toda tu teoría conspiratoria pero creo que me iré antes de que la CIA te busque o algo—la esquivó y sin ningún miramiento se alejó.

—Por eso fue que me di cuenta que al que quieres es a Antonio. Tanto yo como Valencia no somos más que decoración. Armaste todo este cuento de la amistad porque sabías que el único tonto que caería sería Antonio.

Tomás se detuvo, Cristina había dado directamente en el clavo. Se giró sobre sus talones lentamente y sonrió cruzándose de brazos.

—¿Y para que haría yo eso?

—Porque Antonio es la puerta que necesitas para tener todas las pruebas sobre la investigación de tu hermana. Porque Antonio es el hijo del capitán de la policía. Por eso nos llevaste donde Felipe, por eso nos muestras tu completamente dudosa investigación. Quieres que Antonio crea que hubo una injusticia porque sabes que es demasiado correcto como para negarse en el momento que le pidas que robe o te deje entrar al cuarto donde esta la evidencia del caso de tu hermana.

—¿Y descubriste todo eso solita? Me sorprendes Titi, has mejorado bastante en tus capacidades deductivas desde que teníamos once.

—Y tú has mejorado tus técnicas de engaño, pero sigues siendo el mismo niño maquiavélico que no le importaba los medios que usaba para llegar a su fin.

—¿Y que harás con toda esta información Titi? Correrás a contársela a tu novio.

—Nada, absolutamente nada. Antonio es un tonto iluso, pero tiene un buen corazón y de verdad desea ayudarte. No voy a sacarlo del mundo de fantasía que haz creado, él realmente cree que volveremos a ser amigos—lo desafió con la mirada fría como el hielo—.Pero que te quede clara una cosa Tomás, si le haces algo a Antonio, lo que sea, si lo decepcionas, si lo hieres, si lo metes en problemas, si destruyes esta mentira de malas maneras, te juro por mi madre que te vas a arrepentir. Todo mi odio y rencor caerá sobre ti y créeme que no es poco.

—Creo que se me a salido el alma con esa amenaza… me iré con cuidado desde ahora—respondió el chico fingiendo temblor en sus rodillas. Ella se acercó hasta solo unos centímetros de su cara.

—Tu también me conoces Tomás, no hemos cambiado tanto, sabes de lo que soy capaz y puedo arruinar toda la investigación de tu hermana más rápido de lo que pestañeas. Vete con cuidado.

Cristina dejó solo a Tomás sin siquiera voltear a ver su cara de ira. No le importaba provocarlo, y verlo rechinar los dientes de furia no la haría más feliz ni mejor persona, a ella solo le preocupaba Antonio, él era, a fin de cuentas, uno de sus pocos amigos, lo quería como a nadie y la sola idea de que alguien le hiciera daño le causaba ulceras estomacales. 

Tomás intentó ignorar los dichos de Cristina, quiso pensar que era inofensiva pero ella tenía razón en una cosa, se conocían, Cristina era capaz de muchas cosas que la gente ni siquiera imaginaba, siempre fue así, valiente, retadora y de voluntad inquebrantable. Si se trataba de las personas a las que quería todo era posible. Hubo una época en que él mismo se encontró bajo el manto de cariño de Cristina, lugar donde sin importa lo que hicieras, ella siempre te defendería, sin importar que el oponente fuese más alto o más fuerte.

Debía temerle, porque Cristina Marambio era completamente capaz de arruinarlo todo y no arrugarse ni un poco.

Los tonos de la tarde, en su mayoría anaranjados, tiñeron las murallas del centro de Los Robles. Antonio deslizó su cuerpo largo y grueso por entre las calles ataviadas de personas y entró en Donde las cuatro esquinas se juntan. La campanilla lo recibió, estaba completamente vacío. Si las cosas seguían de esa manera quebrarían muy pronto.

Felipe salió desde la cocina con un paño entre las manos y sonrió con amabilidad al verle.

—Hola muchacho ¿Qué hay?—Antonio sonrió de vuelta.

—Nada en particular ¿Cómo va todo por acá?

—Casa llena como veras… pero no me rindo.

Se sentó en la barra para que Felipe le sirviera un capuchino. Conversaron de banalidades completamente superficiales intencionalmente. Había miles de cosas que Antonio quería preguntar pero no le salían las palabras y no lograba armar las frases. Quería preguntar, pero no quería saber las respuestas.

—Pareces en otro mundo hoy muchacho ¿No eres muy niño para tener problemas?—masculló el mayor recargado en la barra. El menor le devolvió una mirada confusa que Felipe no supo interpretar.

—¿De donde conocías a Emilia?

—Ya te lo dije, era amiga de Gaspar.

—Pero dijiste que no era tu amiga.

—Nunca dije eso… Simplemente era más amiga de Gaspar.

—Mientes—le interrumpió tajante, No estaba de ánimo para juegos. Felipe sonrió de medio lado recordando la advertencia de Melchor, a Antonio no podía mentírsele.

—Muy suspicaz muchacho. Emilia y yo éramos buenos amigos hace algunos años, tenía ese no-se-que que te obligaba a quererla.

—Estuviste ahí el día en que murió—dijo con un tono mecánico y metálico, como un robot o una computadora.

—¿Cómo sabes eso?—esperó la respuesta pero Antonio solo lo observaba frío, sin intenciones de responder—Sí, estuve ahí, incluso llamé a la policía.

—¿Por qué no me lo dijiste? Sabías que estaba investigando su muerte—frunció el ceño molesto, detestaba que trataran de engañarlo y por sobre todo odiaba los secretos. Felipe lo frunció más aun, irguió su cuerpo molesto y bufó.

—¿Por qué tendría que decírtelo? Hay cosas que si quiero no le diré a nadie.

—¡Su hermano está desesperado! ¿Sabes lo que es perder a alguien que amas?

—Antonio—sus palabras sonaron gélidas como aire glaciar y congelaron los movimientos del muchacho—Ella dejó de respirar en mis brazos, traté de resucitarla durante los treinta minutos que se demoró la ambulancia y tuvieron que despegarme de ella para que pudieran declararla muerta. No hables de cosas de las que no tienes idea con tanta propiedad muchacho. Si quiero guardarme ese momento para mí estoy en mi derecho. Un consejo para tu amigo, debería recordar a Emilia como era antes de morir, lo demás es masoquismo innecesario, sin importar lo que haga ella no va a volver,

Los ojos se le hicieron agua y a Antonio se le partió el corazón. No tuvo más ganas de preguntar, ya no quería buscar respuestas, solo quería abrazarlo pero no sentía tener esa confianza, lo había besado, los había tocado pero aun parecía que estaban a muchos kilómetros de distancia uno del otro.

La campanilla sonó nuevamente sacándolos de su conversación, ambos miraron la puerta de la entrada, era Melchor.

Él destartalado chico les miro a ambos con la ceja alzada, de todas las cosas que deseaba que no sucedieran ese día, interrumpir un momento romántico gay era probablemente la primera en la lista. Se le revolvió el estomago pensando en todas las parejas que le había conocido a Felipe con anterioridad. Pobre Antonio, pensó, pobre.

—¿Qué quieres?—bramó con su típico tono de desagrado.

—¿No lo se? ¿Por qué estás acá tú?

—Llamaste a mi casa ayer diciendo que querías verme, pero si estoy interrumpiendo su “momento” puedo volver más tarde—Antonio se puso de tonos turquesa ¿Cómo era que Melchor sabía de su relación con Felipe?

—No pasa nada, ya habíamos terminado. Aunque si hubieras llegado un par de minutos antes…—le sonrió picarón jugando con sus cejas.

—Tendré pesadillas con esa imagen para siempre—Antonio empezó a toser como loco atragantado con su propia saliva. Nadie lo tomó en cuenta.

—¿Homofobia?

—Asco, solo asco—Felipe soltó una carcajada, confiaba tanto en Chie que no se guardaba ningún comentario. Le vio crecer, caer en picada y pararse solo, lo respetaba como a pocas personas en esta vida y formaba parte de la pequeña lista titulada »Personas por las que vale la pena arriesgarse«. Lo quería como si fuera su hermano y no el de su mejor amigo—¿Que querías entonces?

—Bueno, desde mañana comienzas a trabajar aquí así que quería mostrarte como funcionaba todo.

—¿Mañana que?

—Eso. Supongo que el tiempo te sobra así que prefiero tenerte acá bajo mi supervisión que en las calles metiéndote quizás que cosa—Melchor desfiguró su cara dispuesto a hundir el orgullo de Felipe hasta lo más profundo.

—¿Quién te crees?

—El remplazo transitorio de Gaspar, te mantendré derecho hasta que vuelva.

—Y como vas a pagarme si ni siquiera tienes clientes.

—Ya sabes que estoy forrado en billetes verdes, podría empapelar tu casa de ellos si quisiera rata miserable… pero ¿Qué significa el dinero sin esfuerzo? Mañana acá después de clases.

—Púdrete marica…—Felipe le lanzó un beso mientras el chico se iba pegando un portazo y haciendo sufrir la campañilla.

—¡Hasta mañana!

Rió por un chiste interno un buen rato para luego voltearse y mirar directo a Antonio quien aun seguía de tonos azulados. Avanzó hasta él, le desordenó el cabello y se metió a la cocina no sin antes recomendarle que ya era hora de que se fuera.

Antonio tomó sus cosas y salió corriendo detrás de Melchor. Lo alcanzó a un par de cuadras y lo detuvo sudando y jadeando.

—Tú… tú… ¿Tú lo sabías?

—Me enteré hace poco—respondió sin prestarle mayor importancia, con quien se revolcara cada cual le importaba un pepino, no era su trasero, no era su problema.

Antonio por su parte lo miró incómodo, era extraño saber que alguien más sabía de su vida, y aun más saber que alguien conocía sus macabros secretos.

—¿Podrías no decírselo a nadie por favor?

—¿A quien podría decírselo?

Se volteó sin despedirse como siempre, no estaba demasiado preocupado por las andadas de Felipe ni del peligro que corría involucrándose Antonio con él, pero por alguna razón desconocida la piedad se apoderó de él y se giró para darle un consejo.

—Antonio, no creo que tu relación con él funcione, no si te avergüenza tanto tu condición.

Antonio quiso replicar pero Melchor a se había ido caminando y no sentía ganas de perseguirlo y encararlo. ¿Cómo no sentir vergüenza? Lo suyo no era normal, no frente a los ojos de su familia, de sus amigos y conocidos, ser como era estaba mal, pero no podía evitarlo, lo mínimo que podía hacer era sentirse culpable. Muy culpable.

 

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