Ilegible
Los tres muchachos se hallaron completamente atrapados. El pequeño cobertizo donde guardaban el equipo de deportes no les ofrecía ningún escondite y la puerta por la que hacía solo unos segundos habían entrado ahora se veía bloqueada por los enormes cuerpos de los chicos de primer año quienes con sonrisas socarronas se deleitaban de la imagen desprotegida de Melchor, Tomás y Antonio.
—Pero que tenemos aquí, parece que a la pequeña rata se le acabaron los escondrijos ¿Últimas palabra Valencia?
Melchor arrugó la nariz pensativo, él estaba acostumbrado a los palizas pero le preocupaban enormemente tanto Tomás como Antonio. Ellos no tenían idea de lo que era una mejilla morada ni un tobillo esguinzado y probablemente no deseaban saberlo. Había tomado malas decisiones, correr a esconderse en el patio de los grandes había sido la más mala. Buscó, entre los utensilios a mano, algo que pudiese servir como arma para contraatacar, ellos tenían cinco años y sus matones seis, pero como de pequeños un año de diferencia es mucho en cuestiones de masa muscular, un arma les hubiese sido bastante útil. Divisó una escoba al costado izquierdo de la habitación y corrió en su búsqueda, pero fue interceptado por el más alto de los tres chicos de primer año, quien lo empujó logrando que Melchor cayera de cola al suelo.
Tomás corrió a auxiliarlo. Mientras que Antonio se interponía entre los grandes y el mal herido chico. Era el más grande del preescolar y podía compararse a un chico mayor—técnicamente debería estar en primer año—, pero no podía hacerle frente a tres de ellos.
Subió los puños como su padre le había enseñado y esperó el primer golpe. No tardó en llegar y lo resistió bastante bien pero al tratar de defenderse fue atacado por otro flanco. Cayó de bruces al suelo luego del tercer impacto, propinado por el líder de los otros muchachos.
Tomás corrió a auxiliarlo también, estaban completamente perdidos, nada los sacaría de esta.
Todo comenzó unos pocos días después del inicio del preescolar, aquellos muchachos quisieron jugar con ellos y ellos se negaron, desde ahí todo fue motivo de riña, en las cuales el cerebro ofensivo de Melchor, los puños de Antonio y la lengua rápida de Tomás siempre salían victoriosos. O casi siempre.
—Tu hermano no podrá auxiliarte esta vez Valencia, supe que esta estudiando en otra ciudad… Hoy te arrepentirás de llamarme sin cerebro.
Los tres bajaron la cabeza dispuestos a recibir los golpes, habían planeado mal y ahora era el momento de asumir las consecuencias.
—Pero mi hermano sí—la voz de una chica hizo voltear a los tres matones, justo en el umbral de la entrada la silueta pequeña de Titi se dibujaba a contra luz.
—¿Qué quieres mocosa?
Ella solo encogió los hombros despreocupada tratando de transmitir calma.
—Solo digo que si los golpean mi hermano los golpeara a ustedes.
Todos se miraron confundidos, Melchor alzó una ceja y la observó estupefacto. Cristina no tenía hermanos, solo hermanas, lo sabía bien, eran vecinos. Aun así las palabras de la chica sonaron tan convincentes que se terminó cuestionando la existencia de aquel hermano.
—¡Tú no tienes hermanos!—grito el más alto y fuerte de los tres abusivos— ¡Solo hermanas!
—Claro que tengo un hermano, se llama Diego y es tan grande que va a la universidad… llegó ayer y si se entera que estuvieron molestándome o a mis amigos no dudará en quitarles los dientes—sonrío con malicia y suficiencia cruzándose de brazos y apoyando el cuerpo en el marco.
Los tres se miraron asustados, ninguno había escuchado el nombre de Diego Marambio pero eran tan niños que no podían evitar dudar de sus conocimientos, si era mentira lo que la chica le decía no habrían consecuencias, pero sí era verdad… preferían no enterarse.
—Se salvaron por esta vez—fueron las últimas palabras del líder antes de salir maldiciendo su mala suerte.
Cristina los observó por el rabillo del ojo mientras huían de su “hermano”, tan inexistente como los dinosaurios. Había un montón de cosas que Titi odiaba del preescolar, las otras chicas que no la dejaban jugar a las muñecas solo porque su muñeca no era tan linda y nueva como las de ellas sino una herencia de Gloria, los muchachos que encontraban infinitamente divertido ensuciarle la ropa que tanto le costaba mantener impecable, las maestras que insistían en darle tarea, entre muchas otras razones que no la alentaban a salir de su cama por las mañanas.
Los Aprendices de Sherlock eran quizás quienes menos se metían con ella, por no decir que raramente la notaban, aun así los odiaba más que ningún otro en el preescolar. Todo debido a aquella mala pasada que le jugaron poco después de comenzar las clases, no fueron nada agradables y eso no lo olvidaría con facilidad.
Aun así verlos correr por sus vidas mientras eran perseguidos por chicos más grandes removió su conciencia de buena samaritana y se vio internamente obligada a echarles una mano. Mentir no significaba un gran esfuerzo para ella es más le era divertido y si podía darle un buen uso aun mejor.
Los tres muchachos restantes la miraron sorprendidos sin saber que decir, debían agradecerle, pero si se sabía que fueron salvados por una niña sus reputaciones se irían por el baño.
—Tu no tienes hermanos—el primero en hablar fue Melchor a quien no cabía en su sorpresa.
—No, no lo tengo… pero eso ellos no lo saben—respondió juguetona jactándose de su inteligencia.
—Has sido my astuta. Danos un momento. ¡Reunión!—grito él y los otros dos muchachos se acomodaron para armar un circulo.
—Creo que nos podría ser útil—dijo Melchor.
—Estas loco, es una niña, las niñas no saben ser detectives—replicó Tomás.
—Además solo saben llorar y quejarse—terció Antonio.
—Acaba de mentir a la perfección… debemos integrarla—insistió Chie.
—No estoy seguro, no se si quiero jugar con una niña tonta a las muñecas—acotó el mayor.
—Va a traernos solo problemas—zanjó Tom.
—Chicos ¿Confían en mí?—los otros dos asintieron al unísono—entonces háganme caso, ella nos va a ser muy útil.
Dieron la reunión por terminada y se prepararon para darle las buenas noticias a la chiquilla, pero ella ya no estaba ahí. Corrieron fuera del cobertizo y la divisaron a lo lejos caminando sola hasta el salón.
La alcanzaron justo antes de que entrara a clases y la llevaron hasta el sector de los columpios.
—Felicidades Titi, eres un miembro de los Aprendices de Sherlock—dijo el pelinegro entregándole su chapita. Ella la miró escéptica sin entender a ciencia cierta lo que aquello significaba ¿Sería acaso otra trampa? ¿Iría a caerle algo extraño en la cabeza nuevamente?
—Oye, tómala, si la rechazas perderás tu oportunidad—dijo condescendiente Anto, no le gustaba para nada la nueva adquisición del grupo.
Cristina la sostuvo en su mano sorprendida, era la primera vez que hacía un amigo y no sabía como reaccionar ante la situación. Se la puso en la parte baja del vestido con mucho cuidado de no pincharse con el alfiler de gancho y sonrió abiertamente a los tres muchachos quienes se sintieron agradablemente tranquilos después de mirarla.
—¿Significa que ahora somos amigos?—preguntó ella.
—Significa que ahora eres detective como nosotros.
No entendió a la primera ya que nunca había jugado a los detectives, pero lo que si supo es que desde ese momento jamás volvería a estar sola.
···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···
Se colocó la chaqueta de la escuela una cuadra antes de llegar a casa, aun el verano no terminaba y las tardes seguían siendo muy tibias como para usar chaqueta, pero dadas las circunstancias de su uniforme prefirió morir de calor por un rato y ahorrarse un interrogatorio infinito seguido de sermón de media hora. Lo que si no sabía como disimular era su cabello, para cualquier chica hubiese sido tan fácil como decir que fue a la peluquería, pero dado que su peluquera era su propia hermana la mentira se le venía un poco cuesta arriba.
Trató de trenzar sus cabellos pero aun con aquel improvisado arreglo un par de mechones se escaparon traviesos, demasiado cortos para ser domados. Cansada abortó la tarea y siguió caminando impasible. Improvisaría, se le daba bien aquello.
Pasó casi toda la tarde oculta del mundo preguntándose que haría de ahora en adelante. Nicole siempre fue un problema, pero era manejable, un mal menor. Ahora—y desde el verano la verdad—encabezaba la lista de sus prioridades ¿Qué hacer con alguien que no tiene límites? Alguien que no teme en hacer daño solo por venganza, alguien sin vergüenza o remordimientos. Batió la cabeza para liberarse del temor a ser agredida nuevamente. Lo había decidido, sería más cuidadosa, nada de moverse sola, nada de evitar las masas, la masa era su mejor amiga ahora, una que le evitaría hospitalizaciones.
Se le vino entonces a la mente el rostro alegre de Emilia Riquelme.
En sus ánimos de huir del mundo se halló oculta en el lugar menos pensado para ella, la casa en el árbol, la guarida. Irónicamente cada vez que tenía problemas graves aparecía allí, no sabía como pero al abstraerse del mundo sus pies la guiaban hasta aquel lugar y solo salía de la ensoñación cuando se encontraba a pocos centímetros del tronco que ofrecía protección a aquella casucha.
Finalmente—y luego de meditarlo todas y cada una de la veces—siempre terminaba subiendo hasta la casa y se sentaba a pensar arropada por sus paredes de madera, sus ventanas descuadradas y su techo de zinc. A veces se preguntaba como era que ningún otro chiquillo en el pueblo había descubierto aquel lugar espectacular para jugar, otras veces simplemente lo agradecía.
Esta vez fue diferente, ya no estaba sola en la casa del árbol, la acompañaba una caja repleta de papeles sobre la investigación de Emilia que Tomás había resguardado para mantener todo a mano, y sumida en el aburrimiento que significaba sentarse a pensar sobre si misma no encontró mejor distracción de sus propios dramas que leer los dramas de otro.
Un montón de cosas se le aclararon entonces y así mismo miles de dudas tomaron residencia en su mente, muchas más de las que se habían resuelto. Si bien todo estaba escrito por Tomás, los papeles confirmaban la teoría de que Emilia fue asesinada, que todo era solo un muy bien logrado montaje. Si lo que sus ojos leyeron era cien por ciento verdad Emilia llevaba casi un año sin drogarse, estaba casi completamente rehabilitada y habría visitado a Tomás pocos días antes de su muerte para contárselo ¿Por qué recayó tan inexplicablemente entonces?
Por otra parte si los testimonios recogidos por Tomás eran fidedignos Emilia habría estado en dos partes al mismo tiempo, drogándose en la casa verde de la calle esperanza y al mismo tiempo comprando leche en el pequeño negocio de la señora Felicia a varias cuadra de allí ¿Cómo era aquello posible?
El testimonio de la señora Felicia había sido menospreciado por el fiscal, la señora rondaba los noventa y apenas veía, pero ella conocía a la señora en cuestión y podía poner las manos al fuego que no mentía. En todos sus años de vida la anciana nunca la había confundido, nunca. Incluso cuando iba con lentes oscuros tapándole el rostro o cubierta de ropa en invierno, Felicia siempre sabía quien entraba y salía de su local. Fuera la hora que fuera, fuese quien fuese.
Finalmente una última cosa molestaba de sobremanera a Cristina y se relacionaba con la más indeseable de sus pesadillas. El nombre de Melchor Valencia aparecía escrito más veces de lo que ella podría haber supuesto, algunas veces incluso destacado o subrayado con un fuerte color amarillo ¿Había alguna relación especial entre ambos? ¿Estaría Tomás suponiendo que entre Emilia y Melchor había algún tipo de conexión? Trató y trató de leer entre líneas buscando la quinta pata al gato, pero nada evidente vino a su mente. Quizás si había algo entre ellos, quizás algo que Tomás no tenía ganas de saber, así mismo podría ser delirios de alguien demasiado obsesionado que ve agua en el desierto. No podía decirlo con certeza, aun así una cosa quedaba bien clara, todo alrededor del caso de Emilia olía a podrido.
Abrió la puerta de su casa procurando no hacer ruido. Si podía evitar a su familia el tiempo suficiente, se le ocurriría un buen plan, solo necesitaba tiempo, pero la suerte no era su mejor amiga aquel día y en cuanto puso un pie dentro de la casa se encontró con su madre, Gloria y Teresa, sentadas charlando en la sala.
—Hola hija ¿Cómo te fue hoy?
—Hola, bien mamá, estoy algo cansada así que me iré directo a la cama.
—¿Qué te hiciste en el cabello?—soltó Gloria justo cuando ella daba los primeros pasos escalera arriba.
—Lo recorté un poco, solo unos cuantos mechones.
—¿Por qué no me pediste a mi que lo hiciera?—inquirió con un tono sentido y apesadumbrado. Cristina se mordió el labio incomoda pero no vaciló.
—¿Para que molestarte con unos simples mechones Gloria?—agregó indiferente, pero sus palabras no lograron sacarle el semblante triste a su hermana.
—Cristina ¿Por qué hiciste eso? Hieres los sentimientos de tu hermana con tus acciones.
—Yo no quería, solo pensé que algo tan insignificante como esto solo le quitaría tiempo. Tú sabes que me encanta como cortas cabello hermana.
Gloria sonrió ladina tratando de disimular su pena pero no fue lo suficiente convincente. Titi apretó los puños, por no preocupar a sus padres terminó hiriendo a su hermana ¡Simplemente genial!
—Te ha quedado bonito—dijo Gloria finalmente. La menor de las Marambio asintió con un sonrisa falsa en la cara y retomó camino hasta su cuarto con un mal sabor en la boca.
Lanzó su bolso sobre la silla del escritorio junto a la ventana y se quitó el uniforme rápidamente para reemplazarlo con ropa más cómoda y limpia. Antes de terminar de cambiarse su teléfono sonó dentro de su bolso. Lo sacó y reviso el remitente. Era Antonio, de nuevo. Suspiró cansada, no quería tener que darle más excusas, le mintió diciendo que estaba bien, mintió al decir que estaba en casa, por primera vez Cristina quería dejar de mentir pero su vida en general pendía de una red fina de perfectas mentiras, decir la verdad significaría destruir lo que llevaba años tejiendo cual arañita planificadora.
—Hola Antonio ¿Qué pasa?
—¡¿Nicole te corto el cabello?! ¿Por qué mierda no me lo dijiste?—Cristina pestañeó un par de veces consternada ¿Cómo?
—¿Quién te lo dijo?—pero la pregunta no necesitaba de respuesta, solo un número pequeño de personas conocía la historia y por descontado ni Nicole, ni su sequito, le irían con el cuento a Antonio.
—Melchor me lo dijo ¿Por qué no me dijiste?
—Porque no es tu maldito problema Antonio, ni de Valencia. Por si no te has dado cuenta no eres Superman, ni Batman, ni el condenado Spiderman. Cualquier cosa que hagas solo hará que todo empeore, hazme un favor y mantente al margen.
—¿Y dejar que esa loca haga lo que quiera? Claro que no, voy a protegerte.
—Ya… Supongo entonces que dejaras de asistir a tus partidos, también a las prácticas y te cambiaras de curso al mío. Porque si la protección no es veinticuatro siete me estarías haciendo un flaco favor Antonio.
—Pero…
—Pero nada, entiéndelo ya hiciste todo lo que pudiste. Ahora deja de hacerte el héroe y haz tu vida que bastante botado tienes al pobre de Felipe, Teresa habla todos los días de lo triste que anda en el trabajo…
—Cristina…
—¡Mi madre me llama! Hablamos. Chau—sin esperar respuesta colgó, rogando que Antonio no le devolviera la llamada. Para su tranquilidad no lo hizo.
Se lanzó a la cama y maldijo miles de veces a Valencia ¿Por qué demonios se entrometía en asuntos que no le incumbían ni por si acaso? Quizás la droga definitivamente lo había dejado tonto y no entendió la simple orden de Cristina, además ¿Desde cuando Antonio y Valencia hablaban? Los vio juntos el día anterior y le pareció extraño y ahora esa conversación casual en la que el ataque de Nicole salió a flote le parecía aun más rara.
Antonio siempre sufrió de esos aires de hermano mayor protector y preocupado pero tratar con Valencia era rayar en lo patológico.
Recordó derepente la cara sombría del chico mirándola con superioridad mientras ella yacía aun en el suelo con el uniforme sucio y el cabello maltratado, había visto algo que le causo temor, en un primer momento no lo entendió, pero luego de un par de horas sola en las alturas supo reconocer la razón real de su ira, obviamente Nicole y su sequito contribuyeron pero en general no habría reaccionado con tan mala leche, aun tratándose de Valencia, a quien normalmente no enfrentaría ni aunque le pagaran. Lo que había visto Cristina le dejó en completo aturdimiento. Por un solo segundo, solo uno, el rostro pálido de Melchor no se vio tan pálido, ni sus mejillas tan huesudas, ni su cabello tan sucio, ni sus ojos tan apagados, todo lo contrario, por un segundo aquel par de ojos azules parecieron brillar, por solo un segundo, aunque solo fuera uno, Cristina creyó ver a Chie, y eso la enfureció más de lo que Nicole podría en toda una vida de tortura.
Tomó la primera cosa a mano—una almohada felizmente—y la lanzó con fiereza contra la muralla que compartía con el vecino, apretó los dientes y lanzó una segunda almohada y luego una tercera y así y así hasta que comenzó a repetirse las almohadas.
—Métete en tus malditos asuntos Valencia—masculló con la mandíbula apretada.
Sentía como poco a poco iba perdiendo la cordura y a momentos se veía a si misma siendo ridícula, justo como en aquel momento. Tomó el teléfono y decidió descargar su ira con alguien más antes de terminar rompiendo la pared.
—¿Hola?—Tomás cogió la llamada de inmediato como le era costumbre.
—Tomás soy Cristina.
—Titi ¿Qué tal?
—¡Que no me digas Titi!—bramó perdiendo los pocos estribos que le quedaban—y por favor dile a tu novia que se controle.
—¿Mi que?
—¡Amanda!
La sola mención de aquel nombre dejó helado al muchacho. No habían hablado desde que él la rechazara—aunque ganas no le faltasen—y escuchar a Cristina nombrarla con tanta hostilidad le revolvió un poco el estomago.
—¿Qué con ella?
—¿Qué que con ella? Pues que me gritó cual esposa celosa en frente de toda la escuela como si yo fuera tu amante o algo por estilo ¡Ja! Yo y tú… primero muerta.
—Crist…
—Y luego me llamó zorra ¡Zorra! Solo por que tengo modales no le volé todos los dientes y créeme que puedo hacerlo…
—Per…
—Porque aunque no lo creas soy fuerte y tengo un buen derechazo, ustedes me enseñaron, tú, Antonio y…—se detuvo antes de decirlo, no iba a hacerlo, no caería en los recuerdos de nuevo—¡Adiós Tomás!
Colgó iracunda y lanzó el teléfono sobre la cama antes de salir del cuarto en dirección al baño, necesitaba una ducha urgente, una que le calmara los nervios.
Tomás se quedó mirando la ventana de Cristina un par de minutos luego de colgarle. Cabía la coincidencia que justo él paseaba por aquellos barrios, para ser exactos se dirigía a la casa de Melchor. Eran muchos años desde la última vez que puso un pie ahí y creyó no recordar el camino correcto, pero para su sorpresa no tuvo siquiera que hacer memoria o revisar la dirección, el camino estaba tan internamente grabado que sin dudarlo llegó con el mínimo de los esfuerzos, solo puso un pie delante del otro y en menos de lo que canta un gallo ya estaba frete a la puerta roja de la caza de Melchor.
Quitó la atención de la ventana de Cristina y trató de ignorar su locura momentánea. No entendía lo sucedido con Amanda pero tampoco era momento para preocuparse de eso. Emilia lo era todo para él, por esa misma razón rechazó a Amanda, no quería tener nada más en la cabeza, solo a su hermana.
Era por ella que estaba ahí parado frente a la puerta que miles de veces antes lo recibió siendo aun un niño inocente y alegre. Le hubiera gustado sentir que aun lo era, y se imaginó a su hermana cogiéndole la mano mientras tocaba al timbre. Pero no era así, y la pintura descascarada de la puerta y las flores marchitas en la entrada se encargaban de recordárselo. La casa de Melchor daba asco, sin duda desentonaba en comparación con todas las demás de la cuadra, parecía envejecida muchos años como si nadie morara dentro.
Y pensar que aquella fue una de las familias con mejor pasar en el pueblo, mal que mal Baltazar Valencia había sido el gerente de la industria de confección que años antes habría alimentado a casi todas las familias del lugar en mayor o menor grado.
Luego llegaron los chinos, la quiebra, los despidos y finalmente la caída del pueblo. Esa era la razón por la cual Tomás y sus padres se mudaron, el porque de la decadencia de Los Robles y el principal motivo del “buen” recibimiento de la Droga y otros vicios por parte de los lugareños. El pueblo del cual Tomás se largó con once años no era el mismo al que volvió con quince, así mismo a la hermana que dejó de ver cuando se fue era muy distinta a la que encontró cuando volvió.
Golpeó la puerta y se arrepintió casi de inmediato. No estaba seguro de querer saber lo que venía a preguntar, la vida le dio la oportunidad de seguir en la ignorancia una vez y no sería benevolente nuevamente, pero Tomás era testarudo y ante todo deseaba saber la verdad que vivir en una mentira. Rumió esa idea todo el tiempo que a Magdalena le tomó secarse las manos, cruzar la casa y abrir.
—¿Sí? ¿Qué desea?—dijo confundida por no reconocer al muchacho frente a su puerta.
—Hola señora Magdalena, no se si me recuerda soy…
—Tomás—lo interrumpió ella—¡Oh, por dios! Cuanto has cambiado, estás gigante y ese cabello desordenado ¡Pero si ya eres casi un hombre!
Se llevó las manos a la cara pasmada de asombro, no estaba segura de cómo lo reconoció, del pequeño niño pecoso que jugaba en su patio no quedaba nada.
—Sí, bueno, el tiempo no pasa en vano—respondió apenado en el umbral.
—Pero es que pareces otra persona… Que mal educada, pasa por favor ¿Quieres algo? ¿Agua, té, café? Vienes a ver a Melchor ¿Cierto? Dame un segundo que te lo llamo—parloteó imparable mientras arrastraba al muchacho hasta la sala.
Desapareció tan rápido como llegó y de pronto Tom se vio sentado en un lugar completamente desconocido. Debió jugar a las escondidas más de un millón de veces en esa casa y la conocía mejor que la suya propia, pero aquel espacio lúgubre, hostil y abandonado no se parecía en nada al hogar en que antaño, Titi, Anto, Chie y él usaban como sitio de juegos. Tuvo entonces un terrible presentimiento, algo muy malo le pasó a esa familia, algo que nunca nadie supo, algo más fuerte que la cesantía y la pobreza, algo que torció los troncos de los muchachos Valencia y le quitó la vida a la familia.
—Dice que viene enseguida—pronunció Magdalena, sacando a Tomás de sus pensamientos—¿Jugo dijiste que querías? ¿De frutilla?
Él no había dicho nada pero era justo lo que deseaba beber en esos momentos.
—Por favor.
—En un momento—ella hizo una pausa antes de entrar completamente a la cocina y lo miró por sobre su hombro—no tuve la oportunidad de decírtelo antes pero, siento mucho la muerte de tu hermana, Emilia era una muchacha sensacional.
—Gracias—respondió el por inercia, al igual que siempre cuando alguien le daba el pésame—. Yo tampoco tuve la oportunidad de decírselo pero, siento mucho la muerte de su marido, no estaba en el pueblo me enteré de ello cuando volví, debió ser muy duro.
Magdalena contrajo el rostro un momento pero luego lo relajó, hacía años que nadie le mencionaba a Baltazar y hubiese preferido que siguiera así pero ¿Qué iba a saber aquel chiquillo de sus problemas familiares?
—Gracias.
— ¿Fue el alcohol?—se atrevió a preguntar él.
—Se suicido, no se si habrá estado borracho o no—respondió sin en tono amable que la caracterizaba pero regresó de inmediato a su temple— ¿Quieres un trozo de pastel de papaya? Lo he hecho recién.
Él asintió con energía, recordaba levemente los pasteles de Magdalena y aun con las memorias borrosas no dudaría dos veces en comer un trozo.
Melchor bajó al rato, sin polera, sin zapatos o calcetines, completamente sudado y con cara de putrefacción interna. Tomás se replanteó seriamente tener aquella conversación pendiente, podía esperar hasta que Melchor se viera menos amenazante, o por lo menos no luciera como un adicto en abstinencia.
—¿Qué pasa?—escupió con rabia. No era Tomás la razón de su mal genio, pero no le haría mal desquitarse. Ante la pregunta claramente hostil, Tomás no pudo menos que cabrearse, Melchor lo sacaba de sus casillas demasiado rápido para su propia seguridad. Quizás era el hecho de que presentía que entre su hermana y él hubo algo o quizás era que desde pequeños su relación siempre fue de discutir sobre todo y nada y que al crecer solo se habían vuelto más hormonales. ¿Quién sabe? Lo único seguro era que las palabras del anfitrión, más que asustar a la visita solo lograron azuzarle las ganas de resolver sus dudas. Era ahora o nunca.
—Pasa que tienes la caligrafía de un perro con distemper—soltó con tanta mala leche como Melchor al tiempo que le tiraba el cuaderno que Cristina le había dado. Esté lo agarró en el aire sorprendido. Realmente creyó que al escribir aquel diario Tomás pararía con el tema, pero no, no fui así ni por si acaso—me he pasado toda la noche tratando de traducir tus jeroglíficos, pero resulta que yo no tengo un magíster en el antiguo Egipto y tú tienes el pulso de un sismógrafo, así que vengo a que me lo leas.
Melchor sonrió de medio lado con sarcasmo a flor de labio.
—Se que te sientes solo y te meas en la cama de noche Tomás—respondió tirándole el cuaderno de vuelta—pero yo no soy Emilia y no pienso leerte cuentitos antes de dormir para que le pierdas el miedo a la oscuridad.
—Tan típico de los adictos—soltó el otro regresándole las maltratadas hojas—todo a medias. Me impresiona que no hayas recaído.
—No podemos decir lo mismo de tu hermana—dijo lanzando el cuaderno con un poco más de fuerza hasta Tomás. Quien no vaciló ante la provocación.
—¿Qué sabes tu de mi hermana?—el cuaderno voló de nuevo a las manos de Melchor y este notó que estaba entrando en terreno peligroso y que no se encontraba de animo para mantenerse en el sarcasmo elaborado sin perder la “calma”.
—Bastante más que tú parece—respondió mostrándole el cuaderno y mandándoselo de vuelta pero esta vez directo a la cara—léelo, no se nada más de ella. Si responde tus preguntas bien, si no, bien también.
—No quiero un montón de hojas ilegibles Melchor, quiero lo que tengas para decirme sobre ella—tiró finalmente el cuaderno sobre el sofá—quiero que me cuentes como fueron los últimos años de mi hermana, los años en la que yo no pude verla. Se que tú lo sabes, se que tú y ella tenían una relación mucho más cercana de lo que quieres aparentar. Quiero que me muestres a tu Emilia.
Melchor relajó los músculos y sintió por primera vez en mucho tiempo algo parecido a la compasión. Aquel muchacho al que conoció tan bien años atrás, estaba casi rogándole por la última rebanada de la historia de su hermana, y por mucho que se resistiera e intentara negarlo aun existía dentro de él algo parecido a la piedad.
—Hay cosas que yo se y vi que no querrás conocer. Hay partes de tu hermana de las cuales no vas a estar orgulloso ¿Por que no mejor te quedas con la Emilia que todos conocimos?
—Porque me arrebataron a esa Emilia. Ella fue a mi casa una semana antes de que muriera, estaba bien, estaba limpia. Me la quitaron Melchor ¿Nunca te han quitado algo de las manos?
Ambos hicieron un silencio eterno marcado por sus propios recuerdos. Al muchacho de pelo negro le temblaron las manos y endureció la mirada. Claro que la habían quitado cosas de las manos. Su vida, su infancia, su hermano, sus amigos, su familia, comprendía a la perfección el sentimiento y eso le daba un rasgo que creyó muerto en él, empatía.
—De acuerdo, pero no pienso hablarte hoy de ella, no tengo ánimos.
—Pero yo sí…—Melchor botó el aire acongojado.
—No me presiones Tomás.
—¡Solo te pido que me respondas un par de preguntas sobre mi hermana! ¿Qué tan difícil es eso?—los ojos de Tomás se tornaron decididos y desafiantes, no saldría de esa casa sin respuestas.
—Solo una pregunta Tomás, te responderé solo una hoy ¡Soy una maldito adicto en rehabilitación! ¡Ten piedad!—respondió cansado justo cuando su madre entraba con dos vasos con jugo y pastel de papaya.
—¿Quieren comer acá o se los sirvo a fuera.
—Lo comeremos fuera Magdalena—respondió Melchor quitándole la bandeja y saliendo al patio seguido de cerca por un emocionado Tomás, quien no cabía en si de la alegría que significaba por fin avanzar con Emilia.
La campanilla del pequeño local de la intersección avisó con su tímido tintinear la llegada de un retrasado visitante. Fuera, en las calles, el día se agotaba lentamente detrás de las montañas y la gente volvía a sus hogares con la promesa de una cena abundante y una cama cómoda. Antonio por su parte solo deseaba ver al chico que le robaba el aliento, desde la última vez que se vieron había pasado más de una semana y comenzaba a extrañarlo en demasía.
—Ya cerramos—la voz ronca de Felipe llamó su atención hacía el costado izquierdo de la pequeño café literario.
El muchacho alto y delgado ponía toda su concentración en limpiar las baldosas, como si su vida dependiese de ello. Le observó un par de segundos tratando de controlar su sonrisa y su alegría, hay una línea muy fina entre estar enamorado y ser estúpido y Antonio sentía que definitivamente la estaba cruzando.
—Ya cerramos—repitió nuevamente el joven de ojos oscuros y cabello dorado, pero esta vez se irguió para imponer presencia. En el momento que se dio cuenta de quien era el visitante sus músculos se relajaron—. Eres tú muchacho ¿Qué haces acá?
Muchacho. Él aun lo llamaba muchacho, como si fueran dos completos desconocidos. Lo comprendía, había que guardar las apariencias pero ahora estaban solos ¿Cuál era la necesidad?
Quería quejarse, decirle que lo llamara más cariñosamente o por lo menos por su nombre, no un simple y frío muchacho, como si fuera cualquier persona, como si entre ellos no hubiera nada. Su relación, si bien era cierto, era complicada al punto de tener que verse en secreto, no representaba el ideal de películas al estilo Disney, pero por lo menos era una relación… o eso suponía Antonio.
—Quería verte—respondió escuetamente intentando no sentirse como una quinceañera. Pero así era justamente como se sentía, una quinceañera tonta y enamoradiza, mal que mal él solo tenía diecisiete mientras que Felipe rondaba los veintiséis.
Él mayor sonrió abiertamente soltando una leve risita y Antonio se sintió idiota, aun más idiota.
—¿Y que tal la escuela?—preguntó Felipe volviendo al trabajo de asear el local antes de cerrar.
—Regular. Como siempre supongo—tomó asiento al otro lado de la sala y admiró con parsimonia el incesante limpiar de su acompañante.
—En ese caso las cosas no han cambiado mucho desde mis años allá ¿Haz conocido a alguien nuevo?—Antonio alzó una ceja confundido ¿A que se refería? Era quizás una insinuación a que debería dejar de parecer desesperado y entender que entre ellos no había nada o simplemente quería saber si había algún alumno nuevo. No lo sabía, pero optó por la segunda opción, era menos dolorosa y mucho menos rebuscada.
—No, pero estoy ayudando a un viejo amigo con un asunto, digamos que me estoy reencontrando con mi infancia.
—Que interesante ¿Quién es?—preguntó mientras pasaba un trapo con cloro sobre las mesas e iba colocando las sillas sobre estas.
—No lo conoces. Tomás Riquelme, se mudó hace muchos años y volvió hace poco.
—¿Riquelme? ¿Está relacionado con Emilia Riquelme?
A Antonio se le pusieron los pelos de punta de un momento a otro y sin previo aviso. Se acarició un brazo para disimular su sorpresa y asintió lentamente.
—¿La conocías?—indagó disimuladamente. No había ninguna razón lógica para dos personas tan distintas se conocieran. Los Robles no era un pueblo extremadamente grande, pero con sus siete mil habitantes daba la opción para que no todos se conocieran.
—Sí—respondió relajado—Era amiga de un amigo.
—¿Qué amigo?—insistió intrigado, de todas las personas a las cuales podría haber relacionado con Emilia Felipe era el último en la lista.
—¿Estás celoso muchacho?—respondió con una sonrisa divertida adornándole el rostro, a lo que Antonio no pudo sentirse más ofendido.
—Claro que no—objetó serio—Ella era la hermana de Tomás, solo lo ayudo a saber como murió. Así que si tienes alguna información que me sea útil…
Ambos se miraron por un par de minutos eternos sin saber que decir, hasta que Felipe regresó a sus quehaceres sin prestarle mucha atención a su acompañante.
—Bueno, Emilia no era de los trigos muy limpios, ella se destruyó a si misma, incluso cuando Gaspar y Enrique intentaron detenerla…
—¿Gaspar? ¿Gaspar Valencia?—la sola mención del hermano mayor de Melchor lo dejó helado y erizó hasta su último cabello por segunda vez en el día.
—Sí, mi amigo, Gaspar. Éramos compañeros de curso en la escuela ¿Lo conoces?
—Es extraño que no nos conociéramos de antes, yo era muy amigo de su hermano menor, Melchor.
—¿Es una broma? ¿Eras amigo de Chie? ¡Increíble! El mundo es muy pequeño, ni hablar de este pueblo.
Volvieron a hacer silencio y Antonio presintió algo raro ¿Qué tenían que ver Emilia y Gaspar? La relación podría parecer obvia, ella era drogadicta y el vendía drogas, pero algo no calzaba ¿Por qué Gaspar trataría de sacarla de las drogas? ¿Eran amigos? ¿Melchor sabría algo de esto? No, claro que no, si Melchor supiese algo probablemente se lo hubiese dicho antes a Tomás ¿Sabría algo Felipe sobre la muerte de Emilia?
—¿Tú… sabes algo sobre su muerte?—se atrevió a soltar sin mucho rodeo.
—Bueno, solo se que fue una sobredosis. Es bastante común en ese mundo.
De inmediato miles de preguntas se agolparon en su cabeza ¿Cuál era la relación entre él y Gaspar? ¿Cuál era la relación entre él y Emilia? ¿Cuál era la relación entre él y la droga? Pero más importante que todo lo demás ¿Por qué Felipe le mentía respecto a la muerte de Emilia?
Él lo sabía, tenía ese extraño don para saber cuando otros mentían, ese presentimiento siempre certero de que lo engañaban. A pesar de estar dividido, de querer creer en su palabra, muy profundo una voz susurraba a su oído develando la trampa. Felipe le mentía descaradamente.
Tomó sus cosas rápido y de tres zancadas estuvo frente a la salida.
—¿Ya te vas?—preguntó el mayor confundido.
—Sí, recordé algo que debo hacer.
—Bueno muchacho, cuídate.
—Adiós.
La campañilla de la puerta avisó su salida y a paso veloz escapó por entre la gente. No podía ser que de todas las personas en el pueblo Felipe justamente fuera uno de los involucrados en la muerte de Emilia, era ridículo. Meditó aceleradamente sin dejarle espacio a mente para asimilar lo sucedido, debía haber otra explicación, algo más lógico, quizás estaba equivocado, quizás su don le jugaba malas pasadas. Botó el aire atrapado en sus pulmones y batió la cabeza para liberarse de aquellos pensamientos estúpidos. Obviamente estaba equivocado. Creerle más a una sensación que a una persona era tonto.
Su don se había equivocado esta vez.
Aunque solo había un problema, su don nunca se equivocaba.
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