El día en que el mundo se volvió loco
Melchor revisó el techo del salón por novena vez. Era blanco, la pintura se descascaraba cerca de la puerta, un extractor de aire se posaba sobre la cabeza de Paola Prieto y era levemente irregular en dirección a la ventana. Las cortinas juguetearon con el viento fresco de noviembre y se enredaron en la cabeza de Marcial Ponce.
Regresó su atención a la hoja sobre su mesa. Además de su nombre y la fecha no tenía nada más escrito. Constaba de treinta y seis preguntas de alternativas sobre Roma, Egipto y Grecia más dos de desarrollo sobre la caída de Constantinopla y los participantes y razones del segundo triunvirato. Sabía todo, apostaría que si respondía a conciencia obtendría nota máxima. Pero no podía hacer eso, no si quería disimular su superdotación.
Respondería solo treinta y cuatro de las cuales cinco estrían malas. La primera de desarrollo la contestaría completa y la segunda solo diría los integrantes pero no las razones, eso debía ser suficiente para obtener una nota regular como todos sus compañeros.
Tampoco era cosa de sacar una nota mediocre, solo debía hacer el cálculo exacto para estar entre las mejores notas pero no sobresalir del montón. No quería que lo adelantaran, detestaba a todos los mayores, estar en alguno de esos cursos le provocaba una presión en el intestino que no lograba controlar. Su lugar era en quinto año, con Anto, Titi y Tom. Los cuatro, por siempre de los siempres.
Marcó erróneamente la primera solo porque la consideró más difícil que las demás. La novena y duodécima tenían buenos distractores así que decidió fallar ahí también.
Por la veinte omitió una, era tan tonta la pregunta que supuso que varios caerían en su simplicidad. La treinta y cinco no tenía nada de malo pero era algo confusa de leer para quien no ha estudiado mucho y la treinta y seis carecía de fallas pero se le había acabado las preguntas y le faltaban para cumplir su cometido.
Escribió rápido sobre el papel describiendo la caída de Constantinopla procurando que su caligrafía—que según Cristina se parecía a la de un mono analfabeto—fuese lo más legible posible. Anotó los nombres de los miembros del triunvirato y luego ocupó la técnica secreta de Tomás: colocar unas cuantas palabras complicadas unidas por conectores rebuscados y luego hacer un resumen a modo de conclusión de lo que a repetiste por lo menos tres veces antes.
La receta perfecta para no decir absolutamente nada en tres párrafos, con suerte le daría un punto o dos, solo para honrar su esfuerzo.
Escribió las últimas palabras y sonrió satisfecho, esto de fingir ser un chico cualquiera se le daba de maravilla, incluso creía que mejoraba mucho más cada año.
Miró la hora y notó que aun fallaba respecto al tiempo, debía hacer su prueba más lento para que su engaño fuera perfecto. Mató el tiempo restante esbozando un mapa del pueblo. Hace días que tenía la idea en la cabeza de armar un mapa de toda la ciudad, incluyendo el parque, la fábrica y las carreteras que salían de ahí, podría incluir el lago de la reserva, estaba como a cuarenta minutos en auto, es decir unos cincuenta o cincuenta y cinco kilómetros ¿Se habría hecho algo como eso antes? No lo sabía pero tampoco le importaba, le entretenía muchísimo confeccionar mapas y más que hacerse famoso prefería pasar un buen rato.
Quince minutos antes de que finalizara la prueba Melchor entregó su hoja y salió a esperar que los demás terminasen. Detrás de él salió Cristina con cara de pocos amigos.
—Detesto la historia ¿Qué es un triunvirato?—la pregunta era retorica pero Melchor se acomodó para responder—No es necesario que me agobies con tu conocimiento Chie—musitó la chiquilla enfurruñada—, no estoy interesada en aclarar mi duda.
Resopló pateando una piedra imaginaria y se sentó en una de las bancas del patio. Él le acompaño silencioso, realmente quería decirle que era un triunvirato, se moría de ganas, pero en los últimos años había aprendido que a la mayoría de la gente le molestaba que la sacaran de su error y Titi no era la excepción. En contra de sus deseos se tragó su respuesta y cambió el tema.
—Deberíamos ir a la reserva.
—¿La reserva? ¿A pescar?
—No se puede pescar, es una reserva Cristina—agregó con suficiencia a lo que Titi arrugó la frente. Parece que no bastaba que la prueba la hiciese sentir tonta, Melchor también tenía que hacerlo.
—¿Entonces?—preguntó con rudeza.
—Quiero hacer un mapa, y ustedes pueden acampar o algo así…
—Pero si tú quieres ir ¿Para que nos arrastras?—Melchor usó la mejor arma que le había regalado la vida contra Cristina, hizo un puchero y la miró con sus grandes ojos azules repletos de suplica. Ella cedió casi de inmediato—de acuerdo, pero tendremos que ir con Emilia y con Gaspar, quizás hasta Sonia nos acompañe. Voy a buscar un cuaderno para anotar lo que necesitamos…
Él sonrió repleto de goce, con una de esas sonrisas que le cerraban los ojos y le formaban dos margaritas, una en cada mejilla. Se levanto emocionado de la banca y la siguió hasta la sala con los brazos detrás de la cabeza.
—Eres mi mejor amiga ¿Sabías?
—Soy tu mejor secretaria.
Soltó una carajada y la persiguió de cerca. Definitivamente ese era su lugar, fingir que era normal era difícil pero valía la pena, claramente lo valía.
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La ausencia de Cristina en la escuela coincidió con los primeros días fríos del otoño, de un segundo a otro los arboles del pueblo se habían teñido de amarillo y café y las aves cada minuto eran menos. El martes no se apareció, tampoco el miércoles aunque, sin aviso alguno después de la prueba de Química, hicieron un seminario sobre el acoso escolar, para el jueves corría el rumor que la habían trasladado, nadie lo sabía a ciencia cierta pero era un chisme tan sabroso que corrió más rápido que el aceite caliente sobre el teflón.
Cuando llegó el viernes la escuela entera estaba dividida entre los que encontraban que estaba bien humillar a Titi, los que pensaban que se les había pasado la mano con la chica y los que no opinaban nada en absoluto. La foto corría hasta tres generaciones por debajo de la de Cristina y el enigma más importante para resolver era el ejecutor de tal castigo.
Mandy se encontraba en el tercio que creía que aquella muestra de violencia era innecesaria y en el contado número de personas que sabían quien había llevado a cabo la tortura de Marambio. Le estaba costando en demasía mantener la boca cerrada, no porque fuera una chismosa de primera, sino más bien porque era un desastre guardando secretos, más cuando todo el mundo conjeturaba a su alrededor y preguntaban una y otra vez por sus teorías, Amanda era pésima mintiendo. No sabía porque lo mantenía en secreto, nadie le dijo que lo hiciera y por lo demás todos sabían en cierta medida que la sospechosa más probable era Nicole, pero sentía que decirlo era una acusación tan grave, que correría veloz a los oídos del director y todo se pondría color barniz en cuestión de segundos.
Por otra parte Melchor aparentemente estaba metido en todo el embrollo. Llevaba casi cuatro días brindándole su apoyo incondicional pero aun no se atrevía a preguntar específicamente de que iba el asunto, además, sacarle media palabra a Melchor durante los últimos cuatro días podía ser fácilmente considerada como una de las doce misiones de Hércules, se comportaba más hermético que de costumbre y mucho más lejano. Sí, le había pedido que le acompañara, sí, le había abierto su corazón al dejarle leer las cartas de Cristina, aun con todo eso Chie se veía perdido en algún mundo paralelo, lejano más en el tiempo que en el espacio.
Hasta el momento Amanda solo tenía un ataque de histeria por parte de Antonio y doscientas cartas escritas por el puño y letra de Cristina Marambio ¿Qué hacía con eso? Nada le sonaba lo suficientemente coherente como para saciar su sed de respuestas, incluso llegó a imaginarse que entre Melchor y Cristina hubo algo más que una amistad de infancia, así de locas eran sus teorías para ella.
—Pues yo creo que así por fin aprenderá una lección de humildad, eso es lo que digo. Alguno nacemos entendiendo las reglas de la convivencia, otros aprenden a la primera y unos pocos necesitan aprender a la mala… como ella—dijo Dalila, una de sus amigas, defendiendo su punto de vista.
—Aun así—contratacó Catalina, otra de sus amigas—creo que no deberían hacer tanta fiesta de esto, no se porque aun no se ha armado un quilombo pero créeme que está por venir, en cuanto Marambio delate a su torturador o torturadora acá arderá Troya. Espera y veras.
—Yo también creo que ya era hora de que alguien le diera un escarmiento—terció Marta, la última de sus cercanas—pero definitivamente se les pasó la mano. Nadie merece eso ¿Cierto Mandy?
—Claro que Mandy no está de acuerdo contigo—interrumpió Dalila—esa tonta se entrometió entre ella y Tomás ¿Quieres más razones para odiarla?
—Mandy es mejor que eso Lila—argumentó Cata antes de que Amanda pudiese siquiera formular una respuesta—eso es lo bueno de ella, no se va a rebajar a la altura de Marambio ¿No?—Amanda abrió la boca para poder por fin dar su punto de vista pero fue detenida nuevamente—No digas nada, el rey de Roma a mis doce, actúen normal.
No alcanzó a comprender la información del todo antes de que Tomás apareciera por su flanco izquierdo. Tomó nerviosa su tenedor e intentó sacar un poco de puré de su plato del almuerzo pero repentinamente había olvidado todo su archivo de como comer con servicio.
—Hola chicas, provecho—saludó cortés el muchacho con aquella sonrisa relajada que lo caracterizaba dentro de la escuela pero que fuera de ella desaparecía hasta no dejar rastro.
Ninguna contestó como es debido, a lo más recibió uno que otro bufido desinteresado y más de una mirada desdeñosa.
—¿Qué-que pa-pasa Tomás?—preguntó Mandy. Por lo general no tartamudeaba con Tomás pero esta vez la había pillado demasiado desprevenida.
—Reunión de emergencia, ahora—respondió con voz solemne.
—Estoy al-almorzando, después iré.
—Yo te necesito ahora Mandy—agregó extendiendo su sonrisa encantadora.
—P-p-pero yo estoy ocupada, ven cuando haya terminado.
El chico botó aire acongojado y optó por lo sano, ponerla tan nerviosa que no le quedaran más opciones que ir con él.
—Es sobre eso que tú y yo sabemos sobre Titi—la chica tragó sonoramente y jugueteó con el tenedor en su mano derecha—sobre lo que le hicieron.
—Yo-yo-yo-yo-yo—suficiente tartamudez—yo no se a que te refieres.
La mesa completa puso su mirada sobre ella, realmente apestaba mintiendo.
—No te hagas que se perfectamente que tú sabes quien…
—¡Tienes razón, el deber llama!—interrumpió la chica nerviosa, se levantó y ordenó su almuerzo a medio comer con velocidad sónica—¡Vamos!
Le tomó del brazo y le arrastró fuera de la cafetería sin mirarle, tratando de que la represa que tanto le había costado contener no se desbordara, pero esa represa estaba a punto del colapso y caería más temprano que tarde y no precisamente por su culpa.
Se detuvieron en el pasillo del segundo piso, la gente parecía anormalmente agitada pero no les importó habían asuntos más importantes que discutir.
—¿Qué Haces? ¿Quieres que todos se enteren de que Nicole… ya sabes?
—Sí…
—Entonces…—se detuvo—¿Qué? ¿Por qué quieres eso?
—Porque ya es hora de que pague lo que hizo ¿Crees que nadie sabe que fue ella? Es un secreto a voces. Nunca voy a sacar esa imagen de mi cabeza, Cristina… Cristina se quedará así para siempre en mi mente y en las mentes de muchas personas. Es suficiente humillación Amanda, suficiente.
Lo que experimento Mandy en ese momento se alejaba completamente del tema en cuestión. Celos, eso era lo que sentía. Como le hubiese gustado que Tomás mostrara ese nivel de compromiso y sentido de la justicia hacia ella ¿Se comportaría igual si hubiese sido ella la atacada y no Marambio? ¿La protegería con el mismo esmero y la misma fuerza en la mirada? No es momento de pensar cosas como esa Amanda.
Antonio apareció de sorpresa, aunque al parecer Tomás le esperaba desde antes. Venía atento al teléfono ignorando por completo la inquietud que casi podía palparse en el aire.
—¿Y bien? ¿Te respondió algo?—Antonio alzó la mirada con evidente cansancio.
—Ella va a matarme. Me ha contestado que aun no piensa suicidarse pero que si sigo agobiándola con preguntas de que como está se tirará al lago del parque.
—Suena como Cristina ¿Qué te dijo sobre delatar a la arpía?
—Me dijo que mejor me metiera en mis propios asuntos, que lo tenía “bajo control”—hizo las comillas con los dedos y suspiró.
—Esto va a terminar mal—finalizó Tomás con semblante pensativo.
—Muy, muy mal—agregó Antonio.
Amanda terminó por cansarse, no entendía ni un carajo ¿Por qué se trataban con tanta cercanía si, en el día a día, con suerte cruzaban una palabra Tomás con Antonio? ¿Qué pintaba Cristina en todo esto? Y más importante que todo ¿Cuál era su relación con Tomás? ¿Eran Novios, eran amantes, eran primos terceros? ¡Por dios que alguien le explique algo a esta chica!
—¡¿Qué está pasando acá?!—gritó ofuscada la chica con los cabales a medio salir.
Ambos muchachos la miraron sorprendidos, Amanda nunca, por muy extrema que fuera la situación, subía la voz más de un decibel, y ahora les estaba gritando, a ambos, en la mitad del pasillo. La misma chica que hace menos de cinco minutos tartamudeaba ahora exigía respuestas con palabras plenas y tono seguro.
—¿Pasa algo?—preguntó Tomás con sincera ingenuidad.
—¡Claro que pasa!—inquirió a punto de tirarse el pelo—primero, está todo esto de que Melchor era amigo de Cristina lo que de por si suena como un mito urbano, luego Antonio muele a golpes a Melchor por algo que aun no termino de entender, después este entra en un depresión inexplicable y aparecen todas esas… cartas o cosas o lo que sean—Amanda hablaba rápido moviendo las manos y maldiciendo de tanto en tanto hacia el cielo, como si los ángeles tuviesen alguna culpa de las caóticas relaciones de aquellos chicos—Y ahora tú estás taaaaaan preocupado por ella y hablas con Antonio como si fueran dos mejores amigos echándole una mano a un tercero.
Hicieron silencio mientras la muchacha recuperaba el aliento. Definitivamente la situación la superaba, estaba tan perdida como Alicia en el país de la maravillas, pesadillas mejor dicho.
—¿Y… que es lo que no entiendes?—se atrevió a preguntar Tomás que solo logró retener palabras sueltas de su verborrea.
—¡Todo! Pero primero ¿Cuál es tu relación con Cristina?—se arrepintió en cuanto lo dijo pero ya era tarde, las palabras habían escapado de su boca y se habían deslizado hasta el oído de Tomás, quien entendió inmediatamente a lo que ella se refería.
—¿Por qué crees que me gusta Cristina?—le preguntó para luego mirar a Antonio—¿Por qué lo cree?
El mayor se encogió de hombros mientras trataba de imaginar un mundo donde Tomás y Cristina fueran posibles, no lo logró.
—¿Po-po-po—y ahí estaba de nuevo la lengua torpe sumada a unas mejillas rojas—…por qué no?
—¡Porque no! Por eso ¡No, nunca, jamás de los jamases, rotundamente denegado, negativo! Yo con ella es inconcebible en esta vida y en las diez próximas.
—Creo que ya quedó claro tu punto—interrumpió Antonio la escena con la atención puesta en la pantalla del teléfono.
—¿Cómo se eso que lo golpeaste, a Valencia?—preguntó Tomás inocente. Antonio se tensó y se quedaron los tres en silencio.
Amanda sintió como un enorme alivio le subía por las piernas y le relajaba los músculos. Tomás y Cristina eran nada, la mejor notica que podría haber escuchado, o eso creyó, porque un instante después recordó un pequeño detalle él le había rechazado, fuese por Cristina o cualquier otra, Tomás la rechazó y eso era lo primordial en el asunto. Suprimió la sonrisa que tímidamente comenzaba a formársele en los labios y regresó a la misma emoción que aquella vez en la cafetería, pena.
—No me hables de ese…—Antonio perdió la concentración y tuvo que dejar el teléfono de lado para dedicarle su mirada de odio a alguien.
—¿Qué te hizo?—inquirió Tom con tono simpático.
—El día en que Nicole atacó a…
—¡Tomás!—una muchacha se les acercó corriendo—¡Amanda!—parecía emocionada por algo, compartía esa misma inquietud que el ambiente y miraba en todas direcciones con extrema energía. Los tres la miraron con una ceja alzada y esperaron que dijera algo para explicar su estado, mal que mal Rosita Solís era la más cotilla de todas las chicas y si se ponía de esa forma solo significaba un chisme realmente bueno.
—¿Lo escucharon ya?—se miraron entre si completamente perdidos—¡Publicaron las notas de la prueba de matemáticas!
—¿Y qué tal?—Tomás sintió el peso de su mala calificación golpearle la espalda, no esperaba escuchar de aquello tan pronto, solo esperaba que el chisme no fuese sobre su decepcionante desempeño.
—Bien en general, pero lo increíble es que hubo un puntaje máximo, alguien sacó el cien por ciento, y ahí está el chiste porque no van a adivinar nunca, pero nunca, quien fue ¿Preparados? Bueno pues, Valencia, Melchor Valencia tiene toda su prueba correcta ¿Increíble no? Parece que hizo trampa, lo ha mandado a llamar el director.
Por cuatro días completos la prioridad de Melchor Valencia había sido sacar la imagen de Cristina Marambio de su cabeza. Era cuestión de que cerrara los ojos para que apareciera ella con su uniforme roto, el pelo sucio y las lágrimas cayéndole a goterones de la cara, una a una, sin parar ni un segundo. Su voz se colaba entre las fibras de su tímpano y se separaba en todas las frecuencias posibles, rebotaba por los lugares olvidados de su mente y se unía a aquella imagen formando así un recuerdo, un recuerdo tan vivido que le era imposible ignorarlo. Olía la leche rancia y la esencia de los arboles cuando está a punto de llegar el otoño. Estaba ahí, en su mente, acompañándolo en su miseria.
Si no era eso lo que le molestaba eran todos los otros recuerdos que conservaba de Cristina, que dicho sea de paso eran demasiados como para ignorarlos. Por años los mantuvo a raya pero ahora emergían de las profundidades como el petróleo. Era como un vez leyó, si abres una lata de gusanos necesitaras una lata más grande para volver a guardarlos.
Se estremeció en la silla cuando los labios inocentes de Cristina rosaron los suyos en su imaginación, lo golpeó el peor de todos, el recuerdo más cruel. Estiró la espalda y miró a la secretaria del director con nerviosismo, se mordió las uñas al son del tic tac de un reloj.
Lo peor de todo era no saber que era de ella. Lo terrible era sentarse todas las noches en su cama esperando oír algún sonido del cuarto de al lado pero obtener solo silencio. Lo inquietante y a las vez desgarrador era saberse culpable y vivir con ello ¿No era esa su razón para caer en la droga en un principio? ¿No era evadir culpas su motivo para tiran su vida por la borda?
—¿Puedo ir al baño?—preguntó como un susurro, con la voz ronca y la mirada esquiva.
—No—contestó seca la mujer, con claras intenciones de zanjar toda conversación futura.
Él bufó reteniendo con todas sus fuerzas el desayuno en el estómago. Iba a vomitar en cualquier segundo, aunque no estaba tan seguro esta vez. Hacía días que, a pesar de tener nauseas, no vomitaba ni aunque lo intentase. Irónico.
La puerta del despacho del director se abrió dando salida a un hombre calvo y mal humorado que con todo el desprecio del mundo observo a Melchor como quien mira a un asesino serial. Recorrió todo el camino hasta la otra puerta sin quitarle un ojo de encima al muchacho y se fue lanzando una mirada de asco. Tras él se asomó otro hombre, uno con más pelo y mirada afable. Suspiró cansado y le regaló una sonrisa torcida a Melchor.
—Pasa…—dijo suave y regresó dentro dejando la puerta abierta tras de sí.
Melchor se levantó con lentitud y modorra, cerró la puerta y tiró su cuerpo medio desarmado sobre una de las sillas frente el escritorio de Guillermo Letelier, el director.
—Bueno Melchor, explícate.
—¿Qué quieres que diga? No sabía que las buenas notas merecían reprimenda también—gruñó con sarcasmo. No eran necesarias muchas neuronas para notar que a Melchor le desagradaba la presencia de Guillermo, pero si era necesario mirar atrás para saber porque.
—No, las buenas notas son siempre un motivo de orgullo y yo sé perfectamente que eres un chico inteligente. Solo quiero saber porque el profesor Rojas te detesta.
—Porque es un viejo enclenque, por eso.
Guillermo rodó los ojos y se preguntó a quien habría salido tan obstinado aquel muchacho, se respondió él solo, Magdalena.
Guillermo Letelier rondaba los cincuenta años, se casó joven y se separó sin hijos solo unos años después. Dedicó su vida a enseñar para luego asumir como director. Amaba su trabajo y adoraba a sus niños, pero sentía una compasión especial por Melchor, razón por la cual le ponía más atención a él que a cualquier otro.
—Melchor ¿Podrías solo responderme lo que te pregunto?
—¿Por qué supones que lo sé? No le he hecho nada este año, quizás los anteriores no puse demasiada atención, que voy a saber las brutalidades que pasan por la cabeza de la gente—reprimió un gruñido y se notó inusualmente violento. Le importaba poco la opinión de Rojas, su problema era con Letelier, con él y la ridícula atracción que sentía por su madre. Le daba más nausea solo recordarlo.
—Ya… ¿Hiciste trampa sí o no Chie?—atacó rápido y seguro.
—No—respondió con la misma velocidad.
—Ya… ¿Seguro?
—Sí.
—No voy a enojarme.
—Con lo que me importa que te enojes.
—Ya… Solo por curiosidad ¿Cómo lo hiciste?
—Estudié.
—Ya…
¿Cómo le dices a un alumno lo improbable que es que su estudio le haya dado los resultados obtenidos? ¿Cómo le comunicas que todos suponen que hizo trampa porque lo consideran, en palabras suaves, tonto? Fácil, no lo haces.
—¿Eso es todo?—el tono pedante no puso nervioso a Guillermo que estaba acostumbrado que niños lo cuestionaran constantemente.
—Sí—se quedaron callados un buen rato incómodos como nunca antes, hasta que Guillermo dejó de ser el director de siempre para pasar a ser el tonto de la habitación—¿Cómo está tu mamá?
Melchor le miró con displicencia. Ahí estaba la razón por la cual había pasado todos los cursos hasta el momento, la causa de que, a pesar de casi no asistir a clases, estuviera en último año al igual que todos sus compañeros.
Podía parecer muy estricto pero era cosa que Magdalena gimoteara un poco para que Guillermo abriera las aguas, convirtiera el agua en vino, hiciera llover meteoritos y pusiera a Melchor en el siguiente año.
Por lo que sabía, desde que su madre tenía quince que Guillermo la cortejaba, bueno, más que cortejarla era una especie de contemplación muda, por los comentarios que escuchó el tipo estaba colado por su madre hasta el pelo pero nunca dijo ni media palabra, probablemente su madre seguía sin enterarse hasta el día de hoy. Penoso hasta para Melchor. Suponía que si Guillermo hubiese sido solo un poco más valiente su apellido sería ahora Letelier y no Valencia—probablemente tampoco se llamaría Melchor—, vivirían en un barrio menos acomodado y Cristina sería su prima, entre otros muchos detalles. Pero no lo fue y seguía sin serlo, por ende el único contacto real entre Magdalena y Guillermo eran las preguntas ocasionales que el aludido hacía a Chie. Preguntas que por lo demás no se esforzaba en responder, le gustaba mantener al baboso fuera de juego, además de ser su responsabilidad en la ausencia de Gaspar. Guillermo le temía a Gaspar, no importaba la diferencia de edad, ni el porte, ni la fuerza física, ni el prontuario, ni nada, era cosa que Gaspar le dedicara la famosa mirada Valencia a Guillermo como para que este se cambiara de acera en la calle o desistiera de acercarse a Magdalena y se devolviera veloz y sin escalas a su casa. No podían culparlo, todos en el pueblo le temían a la mirada Valencia desde que Baltazar Valencia la estrenara años atrás.
—Bien—soltó como si eso fuera lo único que se le estuviera permitido saber al director.
—Y… ¿Ha estado muy ocupada últimamente?
—Sí.
—¿Tanto como para, no sé, desconectarse una tarde, salir a comer, ver una película?
—Muy ocupada.
—Le haría bien entonces respirar un poco ¿No crees?
—No lo creo.
Y así se zanjó la conversación, ambos lo sabían y no iban a insistir en ello.
—¿Cómo está Cristina?—se le escapó a Melchor sin intención.
—Bien, bien… tú la conoces, es como una roca, cuando la golpeas lo suficientemente duro lo único que consigues es tener dos rocas. Se parece mucho a su madre, igual que tú…—señaló para tratar de regresar a la conversación anterior pero no recibió nada a cambio, solo la facie imperturbable del joven—… bien, creo que no hay más que hablar. Felicitaciones por tu buena nota y sigue así Chie.
Sonrió amable a lo que Melchor solo se limitó a levantarse y desaparecer.
—No le digas a Cristina que pregunte por ella—dijo antes de irse. Guillermo se sorprendió e incluso abrió los ojos de forma desmedida. Luego sonrió con picardía y alzó una ceja. Melchor le devolvió una mirada fría y carente de cualquier emoción. Guillermo cambio de expresión de inmediato. Qué manera de parecerse a su padre esos dos muchachos.
—No diré nada.
El chico asintió con propiedad, como si le perdonase la vida por el simple hecho de seguir sus instrucciones. Salió sin despedirse ni del director ni de la secretaria y ya en el pasillo masticó su mal humor en paz. Cuanto detestaba a Letelier, no le importaba que fuera tío de Cristina uno de estos días iba a matarlo.
Los inconfundibles pasos torpes de Amanda se oyeron a su espalda, sumados a otros que no conocía. Se volteó para encontrarse con Tomás, un furioso Tomás ¿Era este el mejor momento para molestarlo? No, definitivamente no.
—Dime que no lo hiciste—masculló el recién llegado con tono pesado cargado con sarcasmo.
—¿Ahora que quieres?—respondió asteado, a veces la cara de Tomás le causaba mal humor, esta era una de esas ocasiones.
—Tomás ya es suficiente—rogó Amanda—déjalo ya.
—Tú estabas ahí el día en que Cristina fue atacada…—Melchor tensó la mandíbula, aparentemente Antonio no podía mantener su boca cerrada lo suficiente. De cualquier manera ¿Qué tenían todos que meter su nariz? Aquello era entre él y Titi, nadie más, y si ella no quería hablarle más, si ella no quería encarárselo, no quería solucionarlo… bueno, ese era problema de ellos, nadie más tenía permitido opinar sobre el asunto, por lo que él sabía Cristina tenía la lengua lo suficientemente bífida como para no necesitar voceros de ningún tipo.
—Sí, lo estaba y no, no hice nada, la miré, me reí… y fin ¿Eso querías escuchar Tom?
—Me das asco—contestó el aludido—bueno ¿Qué se puede esperar de ti, no?
Se miraron retadores. Ambos estaban teniendo un mal día y no era algo personal, pero de una manera inexplicable todo terminó en golpes. Mandy no alcanzó a entender quien había empezado pero justo ahí, en frente de la puerta de la oficina del director, ambos chicos se revolcaban uno sobre otro peleando como monos.
No supo que hacer, nunca había presenciado una pelea antes menos sabría como detenerla. Antonio llegó unos instantes después, como un ángel de la paz para Amanda. Corrió hasta él nerviosa, lo jaló y señaló la situación como si esta no fuera bastante obvia ya, pero muy al contrario de lo esperado por Mandy, Antonio no se movió ni un ápice.
—Déjalos, así se entienden ellos—dijo casi suspirando—Valencia, recuerda que Cristina apaleaba a Tomás, tenle piedad.
Unos instantes después Melchor dejó libre a Tomás. Lo soltó y sacó su pensó de encima, Tomás seguía siendo muy malo para pelear y a diferencia de lo pasado aquella tarde en el parque, cuando se habían reencontrado, esta vez Melchor tenía energías recompuestas y varios kilos más encima. Tomás se sentó en el suelo furioso de verdad, trató de pararse pero la imagen de Amanda corriendo en auxilio de su contrincante y no de él lo irritó de maneras que no sabía que podía irritarse. Estuvo a punto de lanzarle palabras con veneno, de ese que corroe metales y que solo una mente maestra como la de Tom puede crear, pero Melchor fue más rápido.
—Métete en tus asuntos Tomás—dicho esto se retiró dejándolo con suficiente ponzoña en la boca como para envenenar a toda china.
Amanda observó la espalda de Chie alejarse y luego a Tomás en el suelo con el ceño fruncido. Tomó una decisión ahí parada, no entendía nada, pero entre Tomás y Melchor solo uno de ellos era completamente sincero con ella. Siguió aquella espalda hermética y malhumorada sin mirar atrás con su paso torpe y apresurado.
Antonio le tendió una mano al muchacho en el suelo pero este la rechazó, se levantó solo y se fue en dirección contraria mientras se ahogaba con sus propias palabras.
El sábado por la mañana corría un brisa gélida, fue entonces que Tomás supo que sería un invierno largo y nevado. Abril recién empezando y la temperatura descendía de manera abismante cada día. Subió la pequeña ladera hasta la casa de Melchor pero en vez de tocar a su puerta se desvió un poco a la derecha y golpeó la puerta vecina, la casa de Cristina.
Eran años los que habían pasado desde la última vez que entró en esa casa, y no esperaba sentirse como cuando niño pero, a diferencia que con la de Melchor, cuando Sonia le abrió se sintió de ocho años otra vez. Nada en aquel lugar había cambiado en lo absoluto. Aún seguía ahí la foto que se tomaron durante aquel primer viaje a la reserva, en la pared de la entrada junto a la foto de graduación de Mónica.
—Realmente has crecido un montón Tomás—dijo Sonia sonriente—te recordaba como de esta altura—pronunció para luego ponerse la mano a la altura del pecho.
—He crecido un poco—sonrió con timidez y Sonia sonrió de vuelta—¿Cómo está tu hermana?
—¿Cristina? No lo sé, ya sabes cómo es, hace ver que está todo bien pero la he visto llorar varias veces, además no quiere decirnos quien es el culpable de lo que le hicieron. Tengo los nervios tomados por esa niña. No sé de qué lado esta, no sé de qué lado estamos nosotros, queremos darle apoyo pero parece que no es lo que quiere. De verdad no la entiendo, es mi hermana y la quiero pero hay momentos en que lo único que quiero es poner mis manos alrededor de su cuello y apretar—Sonia hizo la mímica con tanto realismo que Tomás estuvo a punto de pararla para que no ahorcase el vacío.
—Ella siempre ha sido así, hermética para sus problemas.
—Sí, lo sé, pero con la pubertad se puso peor, es una de esas adolescentes insoportables que deseas que no se reproduzcan… Estoy segura que no me agradaran mis sobrinos por su lado ¿Sabes lo que dijo hace dos días?
—No…
—Pues dijo que buscaría un empleo.
—Espera ¿Piensa dejar la escuela?
—Lo mismo preguntó mi padre, se puso casi morado, mi madre estaba de ataque, te la imaginaras—Tomás asintió—pero no, terminará la escuela, pero lo que no hará será ir a la universidad, dice que está muy perdida y que quiere pensarlo mejor, y que es mejor tener un trabajo estable para cuando salga que buscar uno durante el verano. Pedazo de pendeja irresponsable…
El chico esperó paciente que Sonia bajara las revoluciones y entendiera que era momento de dejarlo pasar y llevarlo hasta el cuarto de Cristina, pero pasaron varios minutos antes de que ella se calmara. Luego de respirar hondo muchas veces lo guió hasta el segundo piso—independiente a que Tomás supiese el camino de memoria— y lo anunció.
—Titi, vienen a verte.
Tomás entró al caos, el cuarto estaba patas para arriba. Montañas de ropa se alzaban como una cordillera que separaba la habitación en dos. El colchón yacía vertical a un costado, todos los cajones, abiertos de par en par, mostraban su contenido y algunos incluso habían sido vaciados.
Cristina estaba en medio del campo de batalla sentada a lo indio clasificando sus discos.
A Tomás se le escaparon los ojos de las cuencas al verla. Como primero estaba usando pantalones, los pantalones de deportes, por lo que recordaba Cristina solo se ponía pantalones para deportes y con una orden judicial. Como segundo su cabello no caía más abajo de sus hombros y se rizaba furiosamente haciéndola ver más desordenada que de costumbre. Y como tercero—y más impresionante de todo—sus risos dorados eran ahora risos morenos, su cabello por completo era de tono castaño oscuro, se veía tan distinta que por un minuto Tomás creyó haberse equivocado de casa.
—¿Qué me miras como si hubiese visto un muerto?—rezongó ella—y no vayas a decir nada de mi cabello que te tiro por la ventana. No estoy de broma.
—Te ves bien—dijo intentando ser amable.
—¿Bien? Como no, me veo terrible, soy la copia decadente de Mufasa.
Tomás rió, no se veía terrible pero coincidía en que lo suyo era ser rubia y no morena.
—Nunca creí que algo podía quedarte mal, y eso que tu hermana es peluquera.
—No me lo cortó ella—dijo levantándose para tomar una caja y colocar seis discos dentro—, pero cuando me vio casi le dio un soponcio, por poco y me rapa ¡Te ves terrible!—dijo imitándola—¡Parece una de esas malas modas ochenteras! Casi la mato de la impresión ¿Me alcanzas ese montón de discos? No tienes una idea de lo fácil que es acumular cosas con los años.
El muchacho le acercó una torre con nueve discos, ella le sonrió amable y le pidió que le ayudara un rato, ya que había venido no le costaba nada echarle una mano. Fue delegado al área de materiales escolares, Cristina le puso como tarea probar todos sus lápices, los que escribían se guardaban, los que no, a la basura.
Se sentó cerca del balcón junto a una caja repleta de lápices y tomó entre sus manos una hoja de cuaderno.
—¿Cómo has estado?—preguntó al destapar el primer lápiz.
—Bien.
—No mientas, luego de lo que hizo Nicole no te creo que estás bien.
—Pues lo estoy, debo admitir que se superó esta vez pero no lo suficiente para quebrarme.
—Faltaste toda la semana a clases y te teñiste el cabello castaño ¡Claramente estás bien!—farfulló botando su primer lápiz a la basura y destapando otro.
—Si falté fue porque necesitaba tiempo para pensar y lo del cabello es un pequeño experimento, quiero saber que se siente.
—¿El qué?
—Ser una chica común, sin nada especial—Tomás frunció el ceño y mandó el segundo lápiz a la basura.
—Y después te preguntas porque te dan palizas en la escuela—ella rió con naturalidad, no había tensión en el aire y por un instante para el muchacho fue como volver a su infancia.
—No me lo pregunto, sé que me envidian porque soy perfecta, hermosa y demasiado simpática—jugueteó con sus risos y sonrió como una estrella de cine de antaño, jugando a seducir a Tomás. Él le devolvió la sonrisa y se sumergió aún más en los recuerdos, Cristina jugando con su pelo sentada en el muelle con los pies en el agua, Antonio tirando piedras al lago, Melchor mirando las montañas con una croquera en las manos y él recostado en los maderos mirando las nubes pasar, buscando formas ridículas, riendo sin parar. Cristina se voltea y pregunta algo sobre los patos, Melchor la corrige citando un libro, ella se molesta y lo empuja al agua, todos ríen menos Chie que sube nuevamente al muelle para tirar a la chica al agua, Antonio se interpone, Melchor arma un berrinche, él sigue mirando la nubes y de un momento a otro está en el agua, Cristina se ríe al igual que Antonio, Melchor le ofrece una mano, se alían, lanzan a Cristina al agua y corren escapando de Anto.
Volvió a la realidad Cristina seguía revisando sus discos y el tercer lápiz dejaba una mancha verde en medio de su hoja.
—¿Te has preguntado cómo hubiera sido si nunca nos hubiéramos separado?—soltó solo por si acaso el joven, embriagado por la nostalgia que representaba estar sentado en el cuarto de una de sus mejores amigas en la infancia.
—Muchas veces—respondió ella con sinceridad inesperada, los últimos días la habían hecho sentir frágil, bajó la guardia y dejó entrar a Tomás—todos los domingos en las mañanas, justo después del desayuno, la hora exacta en a que Melchor venía por mí y nos íbamos a la guarida para esperarlos.
—¿Seríamos diferentes?
—No lo sé, quizás seríamos infelices, quizás esto que tenemos ahora es lo mejor que pudo pasarnos.
—¿Te has preguntado si tú y Melchor serían novios?—Titi se puso roja de inmediato y apresuró sus manos con los discos.
—Sí—respondió tímida—millones de veces, mal que mal estuve enamorada de él desde el preescolar.
—Él también—agregó Tomás probando un lápiz morado—Gaspar se reía de ustedes a sus espaldas, decía que avanzaban más lento que la novela de la tarde, los bautizó María Joaquina y Cirilo—el chico rió a carcajadas al recordar aquello.
—No le veo el chiste Tom—chilló sonrojada.
—Mira más de cerca entonces porque es un muy buen chiste—ella hizo un mohín y le lanzó un cojín que le impactó de lleno en la cara a Tomás.
Continuaron su trabajo en silencio por una hora entera, agradados por la ausencia de sonidos, inmersos en la tranquilidad, y cómodos por la presencia muda del otro.
A las doce y media Tomás terminó de probarlos todos, tres cuartos descansaban ahora en la basura y al otro cuarto no le quedaba mucha esperanza de vida. Se levantó para desperezarse y Cristina se ofreció para guiarlo hasta la salida.
—Tomás ¿Sabes quién me dio mi primer beso?—preguntó ella sin razón alguna cuando llegaron a la puerta.
—Yo—respondió rápido.
Titi abrió los ojos como platos recordando aquel recuerdo relegado al fondo de su memoria.
—Eso es cierto.
—Claro que lo es—dijo llevándose la boca a los labios instintivamente—como olvidarlo, era mi primer beso y tú te encargaste de hacerlo memorable ¿Vas a estar bien?
—Eso creo, pero las cosas van a cambiar desde ahora, llevo mucho tiempo comportándome como una buena chica.
—Eso va a ser digno de ver.
—Una cosa más Tomás, no creo que pueda ayudarte con lo de tu hermana, tengo muchas cosas en la cabeza—mintió, lo único que quería era mantenerse lo más lejos de Melchor—de cualquier manera no me necesitas.
Él sonrió con calma y asintió.
Se fue silbando hasta la casa vecina luego de despedirse de la chica y tocó la puerta sintiéndose renovado, untado de pasado y buenos recuerdos, incluso, cuando Melchor abrió, no sintió aquel resentimiento por la pelea del día anterior, se encogió de hombros tranquilo y le saludó como saludaría a cualquiera. Entró con confianza y se sentaron ambos a estudiar química como todos los sábados desde hacía dos semanas ya, por lo general Tomás aprovechaba esos momentos para interrogar a Chie sobre su hermana pero ese sábado en particular no quiso hacerlo, prefirió explicarle el teorema de Lewis, revisar el número de Spin y calcular valencias.
Melchor aprendía rápido, hacía pocas preguntas y no era necesario repetirle nada, además la primera prueba ya había pasado y la siguiente no sería hasta dentro de dos meses más, tenían todo el tiempo del mundo, no había ninguna necesidad de entrar en histeria.
Terminaron a las tres, justo a tiempo para el almuerzo. Magdalena les sirvió fideos con salsa blanca y de postre una manzana verde. Se sentaron en el patio a mirar el invierno cernirse sobre la plantas mientras mordían la fruta con ahínco.
—Creo que tengo algo importante.
—¿De qué hablas?—preguntó Melchor, quien tampoco parecía recordar la pelea del día anterior.
—Sobre mi hermana ¿Has escuchado el nombre Enrique Torllini antes?
—Sí—titubeó antes de contestar, hasta el momento había logrado contestar todas las preguntas de Tomás sin sacar a colación a Enrique, pero al parecer Tom se las había ingeniado para conectarlo a Emilia.
—¿Qué era de mi hermana?
Pregunta difícil, pregunta capciosa, pregunta que no podía responder con la verdad.
—Enrique era uno de los matones del barrio esperanza, no sé cómo se relacionaba con tu hermana.
—Enrique le vendía droga—incorrecto pensó Chie, pero no dijo nada—y creo que tu amigo Felipe tiene algo que lo une a él y a mi hermana.
—¿Algo?
—Unos papeles que sacó de la casa del tal Enrique.
—¿Papeles, de qué?
—No lo sé, pero mis entrañas me dicen que es importante que los lea.
Las entrañas de Tomás no se equivocaban y le tomó a Melchor menos de cuatro días averiguarlo.
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