Donde las cuatro esquinas se juntan
—Realmente no entiendo porque mamá me obliga a hacer esto ¡Ni siquiera tienes amigos! ¿Para que quieres una casa en el árbol?—se quejó Gaspar por millonésima vez esa mañana mientras aserruchaba una madera.
Melchor lo miró con el ceño fruncido y la boca apretada.
—Nadie te obligó a venir—masculló mientras miraba los planos que había sacado del librero de su padre.
—Mamá me obligó a venir pulga. ¡Feh! A mi nadie me hizo una casa en el árbol, bueno, yo no era tan raro co…—un codazo certero en las costillas calló a Gaspar, quien se doblo de dolor. Miró de reojo a Felipe quien negó decepcionado con la cabeza para luego acercarse a Melchor.
Se puso en cuclillas junto a él y observó el plano atentamente. El pequeño no era muy agradado entre los otros chicos de su edad, básicamente porque se comportaba mucho mayor a lo que realmente era, odiaba tener que seguirle el juego a otros y le complicaba bastante quedarse callado, aun así a Felipe le parecía bastante cruel que se lo recordaran.
—¿Empiezas el preescolar este año?—preguntó amable como siempre, le agradaba mucho Melchor a pesar de que el tenía catorce y el niño solo cinco.
—Sí—respondió el aludido sin prestar mucha atención.
—Bueno, podrás hacer muchos amigos.
—No me interesa hacer amigos, estoy bien solo.
—Nadie está bien solo—le replicó el mayor sabiendo las consecuencias que acarreaba llevarle la contraria al pequeño Valencia.
—Yo sí. Las otras personas me estorban.
—Pero… todo Sherlock necesita su Watson—argumentó recordando fortuitamente la pasión que el chiquillo profesaba hacia aquel libro—como yo y tu hermano.
—Watson es solo un recurso literario para hacer el libro comercial. Solo está ahí para que Sherlock tenga a quien decirle lo que está pensando… Igual que Wilson en el naufrago, una película sobre un tipo en una isla que no dice nada por dos horas sería extremadamente aburrida.
—¿Recurso literario comercial?—preguntó anonadado, o Melchor definitivamente no era normal o los chicos de cinco años habían madurado demasiado desde la época que él tuvo cinco.
—Sí, el libro sin Watson se justifica de todas maneras…
—Se justifica… Claro… voy por más clavos—levantó su cuerpo para acercarse a Gaspar quien seguía tratando de aserruchar el madero.
—Gaspar…—susurró Felipe acercándose a escasos centímetros de distancia.
—Lo se, Melchor no es normal…—susurró de vuelta.
—Sí pero…
—Lo se, parece de cinco pero habla como si tuviera cuarenta. Es mi hermano Felipe, lo conozco desde que nació y nunca ha sido como los demás niños.
—¿Asperger?
—No lo se, siempre le digo a mamá y papá que lo lleven donde Marambio, el psicólogo, el papa de Gloria y Sonia, pero ya sabes como es mi padre, pone el grito en el cielo ¡Ninguno de mis hijos visitará un loquero! Y mi madre, que nunca le lleva la contraria, insiste que Chie es completamente normal para su edad. En mi opinión Melchor necesita una consulta psiquiátrica urgente.
Ambos miraron al pequeño de reojo, sus manos se movían rápidas sobre el plano, sacando cálculos y tirando líneas cual arquitecto graduado. Luego de un momento se levanto veloz hasta su hermano y puso el plano frente a sus ojos.
—Mira Gaspar, si ponemos esta madera así la casa quedará mas firme—ambos muchachos se acercaron para analizar el diagrama en profundidad sin entender lo que ahí se leía, lo normal sería decirle que bueno, palmearle la cabeza y seguir con su trabajo, pero tratándose de Melchor, y su insistencia infinita, era preferible darse un tiempo para dimensionar de que estaba hablando.
—¿Qué hiciste?
—Cambié el vector de acá para acá y así la fuerza cambia de dirección por lo tanto la masa se distribuye…
—Espera, espera… ¿De donde sacaste todo eso?
—Lo leí en un libro de física… estaba entre los libros de papá—y como si lo que acababa de decir fuera de lo más normal se fue en dirección del gran árbol donde había planeado poner la casa.
—¿Sabe leer?—inquirió estupefacto Felipe.
—¿Cómo crees que sabe tanto de Sherlock Holmes?
—Creía que tu mamá se los leía…
—Eso era cuando tenía tres, cuando cumplió cuatro aprendió a leer… también le enseñe a sumar, restar, multiplicar y dividir… aun no le enseño fracciones, solo porque no quiero que mis padres piensen que es más inteligente que yo.
—Pero es mucho más inteligente que tú ¿No sientes como si nosotros fuéramos simples obreros comandados por un joven arquitecto de cinco años?—pronunció Felipe mirando las herramientas, los palos, los clavos y el serrucho en la mano de Gaspar contrastados con el muchachito de mirada concentrada que sacaba cálculos observando el árbol donde más tarde ubicarían la casita de madera.
—Todo el tiempo… ¿Vas a quedarte ahí o vas a ayudarme con este estúpido pedazo de nada?—respondió sacando un cigarro de su bolsillo trasero y encendiéndolo con premura. Su amigo asintió resignado.
Seis horas más tarde, casi al atardecer y después de un largo y arduo día de trabajo los tres chicos se sentaron finalmente en el suelo de la casita, a varios metros sobre el suelo. Aun no habían paredes, ventanas o techo, pero por lo menos la base estaba lista y para ellos eso era suficiente. Observaron el atardecer comiendo emparedados que Magdalena les preparó antes de que se fueran ese día por la mañana.
—Bien, creo que hemos hecho un buen trabajo—anunció Gaspar quien siempre había gozado de un extraño don para las palabras y los discursos. Alzó la mano en el aire y tanto Felipe como Melchor le chocaron cinco—por lo tanto creo que debemos cerrar el primer día de construcción con un pacto de hombres.
—¿De que hablas?—preguntó su mejor amigo con un trozo de pan y carne aun en la boca.
—Cada uno de nosotros dirá su más oscuro secreto y así compartiremos complicidad ¡Yo parto! Le robo los cigarros a papá cuando se va a trabajar.
Melchor y Felipe fruncieron el seño al mismo tiempo.
—Eso no es un secreto—inquirió el menor.
—Claro que lo es, y es oscuro. Imagina que papá se enterara, me daría la paliza del año—su hermanito hizo una mueca de dolor y cerró la boca. Conocía perfectamente el temperamento agresivo de su padre—tu turno Felps…
Señalo al joven de mirada oscura sentado junto a Chie quien rodó los ojos y balanceo las piernas calculando si decir o no la verdad.
—Me gustan los chicos—soltó sin más, había una sola persona en la tierra a la cual le confiaría su vida, esa era persona era Gaspar ¿Qué más daba si se lo decía ahora o cuando estuviera completamente seguro?
—Eso tampoco es un secreto—masculló su mejor amigo—eres demasiado obvio.
—¿Tú crees?
—Pero eso no es oscuro—pronunció Melchor ofuscado—a mi también me gustan más los chicos que las chicas…
Felipe le pasó una mano por entre los cabellos y sonrió ante su inocencia, podía parecer que Melchor era más maduro pero en el fondo no dejaba de ser un pequeñito de cinco años.
—¿Y el tuyo Chie?—lo interrumpió su hermano para cambiar el tema, no tenía ganas de explicarle a que se refería su amigo ni lo que conllevaba.
—Yo…yo… a mi—divagó un poco antes de dejar salir aquello—a mi me gusta Watson.
Los dos mayores sonrieron y soltaron carcajadas sonoras avergonzando a Melchor de paso, quien no dudo ni un segundo en replicar fuerte y claro frente a tal ofensa.
—Eres definitivamente una ternurita—el de ojos color tierra le aprisionó una mejilla mientras que su hermano mayor le desordenaba el cabello.
Melchor se liberó rápidamente y se retiró de ahí gruñendo, odiaba que lo trataran como aun niño. Los otros dos se cercioraron que llegase sano y salvo al suelo para luego soltar otra carcajada aun más sonora.
—Hiciste todo esto para que te lo dijera ¿No?—pregunto Felipe al lograr contener su risa.
—¡Bah! Iba a esperar hasta que estuvieras listo, pero ya sabes, la paciencia no es una de mis mejores cualidades. Nada de enamorarte de mí ¿De acuerdo?
—¡No! Asco, eso es como que me enamorara de mi hermano…
—Y nada de mirar a Chie con otros ojos. Regla de oro: las hermanas son sagradas… bueno, los hermanos.
Rieron nuevamente mientras el sol terminaba de ponerse detrás de las montañas.
—Algún día saldré de esté pueblo y podré contar mi secreto en voz alta…
—¡Espera! ¿Como se supone que pondremos una cafetería si tú te vas?—replicó Gaspar haciendo alusión a su gran sueño compartido.
—La pondrás tú en mi honor.
Se sonrieron con la complicidad que solo guardan dos personas que se conocen desde siempre, nada podía afectarlos, sobre aquel árbol y a esa edad, eran intocables, o por lo menos, en ese minuto lo fueron. Antes de que todo se derrumbara, antes de que la droga apareciera, antes de que dejaran de ser niños y fueran forzados a ser adultos aunque ellos no quisieran. Mucho antes de que se olvidaran como se sentía soñar.
···~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*~···
Donde las cuatro esquinas se juntan no era ni por si acaso el lugar de moda, más bien estaba maldito. Antes de ser un café, fue una lavandería, y antes de eso una tienda de abarrotes, y antes una librería, y antes una verdulería, y así hasta tiempos inmemoriales. Lo que tenían en común todos esos negocios—además de su ubicación—era la rapidez con que quebraron. No bien los inauguraban sus días estaban contados, sin importar que tan buenos fueran, tarde o temprano terminarían cerrando sus puertas al público a la espera del siguiente iluso.
Y cual profecía el siguiente iluso llegó, en forma de un chico despreocupado y desalineado con un sueño que había dejado a la deriva varios años atrás. Su nombre: Felipe Briceño.
Nadie tenía la certeza de que era lo que estaba pensando cuando decidió poner una cafetería en aquella esquina. La orientación y el lugar eran perfectos, pero como todos sabían esos metros cuadrados estaban completamente malditos y aunque pusiesen una mina de oro, esta solo estaría destinada al fracaso.
Aun sabiendo eso Felipe compró el lugar, hizo todas las reparaciones y comenzó a vender café. Solo eran él y su camarera estrella Teresa Marambio, y aun con esa escasez de personal, siempre alguno de los dos estaba desocupado. No, el negocio no iba precisamente viento en popa, pero con todo en contra nada los distraía de dar el mejor servicio que conocían a sus clientes que en esta ocasión eran cuatro.
Cristina sintió como Teresa le taladraba la nuca con la mirada, se volteó de improvisó pero su hermana desvió su atención hacia el vacío con velocidad.
La rubia bufó molesta y volvió a sus asuntos como si nada estuviera pasando. Esa noche la cena sería insoportable, pero por el momento habían temas más importantes que atender.
Frente a ella tenía la investigación de Tomás, pero no era la misma que hace cuatro días había leído, esta era una versión menos detallada en la cual faltaban varias cosas, una de las que más le inquietaba era la ausencia del nombre Melchor en ella. Parecía como si Tomás no quisiera que ninguno de ellos se enterara sobre lo que pensaba del pelinegro, que dicho sea de paso no era nada bueno.
Observó con detenimiento a sus compañeros de equipo y se cuestionó por primera vez ¿Que había detrás de todo esto? ¿Cuáles eran las verdaderas intenciones de Tomás?
El joven de cabello castaño y ojos verde agua siempre profesó algunas características maquiavélicas, y era aquel recuerdo lo que hacía dudar a Cristina ¿Y si Tomás no los había reunido para investigar, sino que para sacarles información? Quizás todo era un montaje, una simple escusa para tener la oportunidad de acorralar a Melchor. No podía asegurarlo al cien, pero lo intuía, algo no andaba bien, nada bien.
Se reacomodo en la silla tratando de sentirse cómoda con la mirada incansable de su hermana, pero no pudo, la sentía observándola. Se volteó nuevamente pero ella repitió la acción de disimular su curiosidad.
—¿Pasa algo?—pregunto Anto notando la incomodidad de la muchacha sentada en diagonal a él.
—Teresa—respondió con un gesto de cabeza incluido. A lo que el muchacho solo espió por breves segundos. Era lógico que Teresa se sorprendiera, no los había visto juntos en años y ahora parecía como si nunca se hubiesen separado. Aun así podría haber sido un poco menos obvia.
—Ignórala—respondió el mayor de los cuatro.
—Créeme, no es tan fácil—volvió a girarse infructuosamente—es una fisgona profesional.
Antonio miró nuevamente en aquella dirección solo para encontrarse con los oscuros ojos de Felipe escrutándolo. Bajó la mirada de inmediato para concentrarse en los papeles que tenía en frente.
En ese momento sujetaba el informe de autopsia de Emilia Riquelme, que en mucha palabrería técnica dejaba medianamente claro que la muerte fue causada por una alta dosis de heroína endovenosa, así mismo, en un minúsculo párrafo, perdido entre millones de palabras que dudosamente aparecerían en un diccionario de la lengua española, se describían lesiones en muñecas y mejillas que perfectamente podrían haber coincidido con un mordaza y una cuerda alrededor de las manos pero que quedaban rezagadas como cicatrices dejadas por excéntricas practicas sexuales. A parte de aquella impactante revelación se mencionaba una pequeña fractura en la calota—o como el resto de los humanos lo llamamos, cráneo—, de la cual no quedaba claro su origen, pero se presumía que podría haber sido producida por una caída durante el periodo desorientación y delirio que antecedía a la muerte por sobredosis.
¿Estaré especulando? Se pregunto Antonio al terminar de leer con una teoría completamente distinta en mente.
¿Era demasiado descabellado pensar que la fractura fue producida por un golpe propinado por un tercero, el mismo que después la ató, amordazó y mató con droga? No había móvil, no habían pruebas, no tenía nada más que su imaginación, pero aun así no sonaba tan loco ni descabellado. Lo más extraño de todo era que ninguna parte del informe daba cabida a otra teoría que no fuera la propuesta, lucia como si la persona que lo escribió relatara la muerte de la muchacha mientras la presenciaba y no durante la autopsia varias horas después.
Algo se sentía forzado en aquel papel, como si esa fuera la verdad absoluta y cuestionárselo la más grande de las estupideces.
Mordió su labio intrigado y decidió entregarle el informe a alguien con muchas más habilidades de inferencia, Melchor.
—Deberías leer esto—dijo relajado depositando el montón de hojas frente su compañero de banca—y luego dime que piensas.
El chico a su derecha no despegó ni un segundo sus ojos del block tamaño mediano que sostenía en sus manos en aquel preciso momento. Por fuera parecía calmado, no se le notaba más pálido ni tenso, podía incluso pasar por alguien aburrido, pero por dentro el estomago se le revolvía una y otra y otra vez. Por primera vez le hubiera gustado que las nauseas se debieran a la abstinencia pero no, por esta única vez su estomago reclamaba por los nervios. En sus manos tenía un mapa conceptual con los hechos que según Tomás habían ocurrido la noche en que murió Emilia. Todo o casi todo lo escrito ahí era crípticamente correcto. Tomás de alguna manera que Melchor desconocía logró reconstruir la escena del crimen a la perfección.
¿Cómo era que lo sabía? Porque esta era la segunda vez que veía aquella investigación, porque esta era la segunda vez que investigaba la muerte de Emilia Riquelme, porque Melchor ya había recorrido aquel laberinto y encontrado la salida.
Le echó una ojeada a los papeles de la autopsia fingiendo que esta era la primera vez que los veía. Leyó superficialmente y dedico una mirada somera a Antonio.
—¿Y?—preguntó este intrigado por el veredicto.
—¿Que quieres que vea?
—¿No te parece extraño? ¿Forzado?—¿Forzado? ¡Ja! Esas eran suaves palabras para describirlo, más bien estaban frente a una inmensa mentira. Un engaño tan grande que ninguno de los tres chicos podría siquiera dimensionarlo.
—Bueno, no era el mejor escritor de autopsias—respondió evadiendo las preguntas de Antonio. Sabía de antemano los dones de verdad que profesaba el castaño y no quería ser descubierto.
—Melchor ¿No te parece que algo no encaja?
—¿A que te refieres?
—No lo se, las marcas, la fractura ¿Cómo te fracturas en una caída de nivel? Es imposible
Él solo se volteó para levantarse el cabello y mostrarle una de las tantas cicatrices en su cuero cabelludo. Antonio y Tomás—quien había dejado sus papeles de lado para escuchar lo que Melchor tenía que decir—fruncieron el seño sin entender que esta sucediendo.
—TEC abierto. Ni siquiera me dolió, tuvieron que transfundirme por la cantidad de sangre que perdí y me gané dieciocho puntos, estaba tan drogado que ni siquiera me acuerdo de cómo llegué al hospital. Según Gaspar solo pisé mal, si crees que es imposible es porque simplemente no has estado drogado nunca.
Ambos le miraron atónitos pero con cierto deje de compasión, Melchor prácticamente pertenecía a un mundo diferente al de ellos y eso les incomodaba, estaban separados por una gruesa muralla de concreto, una que nada podía atravesar.
El silencio incomodo de las últimas palabras los envolvió, tensando el ambiente y densificando el aire. Creyeron que así se quedaría por el resto de la tarde cuando fueron interrumpidos por una voz ronca y profunda.
—¿Has ganado peso Chie?
La mención del famoso diminutivo erizó el cuerpo de Cristina cual puercoespín, odiaba aquella palabra pero sobre todo odiaba que relacionaran a Chie con Valencia ¿Cómo nadie entendía que no eran la misma persona? Miró con ira a Felipe, quien ponía amistosamente su mano sobre el hombro de Melchor, solo escuchó de él por boca de Antonio y no tenía la más minima idea de cómo se relacionaba con Valencia, pero por el solo hecho de tratarlo con familiaridad ya le daba mala espina. Ser simpático con Melchor era prácticamente sinónimo de profunda estupidez.
—¿Qué demonios haces acá?—respondió con naturalidad el ojiazul.
—Soy dueño de esta cafetería Chie—sonrió con soberbia sintiendo real orgullo de si mismo.
—Debe ser una broma
—No, es mía…
—¿Me quieres decir que gastaste tu dinero para poner una cafetería en el único lugar que popularmente es conocido como maldito? ¿Y además te sientes orgulloso de ello? ¿Te han dicho que te faltan varias neuronas?
Las palabras se le escaparon con saña y desden, tanto que incluso Titi se sintió mal por Felipe. Tomás planeó algún tipo de reproche mientras que Antonio apretaba los puños para no propinarle una buena paliza a Melchor.
Felipe no se inmutó ante los dichos del chico y solo se limitó a levantar su mano y golpearlo con la palma en la nuca.
—Ni sin drogas dejas de ser burro. Te viera tu hermano—los otros tres quedaron petrificados, Melchor era por lejos la persona más violenta que conocían. Nunca lo habían visto en una riña, pero las historias que se contaban eran suficiente advertencia de lo que no debías hacerle a un Valencia. Golpearlo y humillarlo probablemente encabezaba la lista.
El aludido se quedó en la misma posición en que el golpe lo dejó por un momento eterno, luego se levantó contraído y se puso a solo una nariz de distancia de Felipe, tensó la espalda e hizo tronar los dedos. Su contrincante no se intimidó en lo más mínimo, incluso soltó una risa leve en claro tono de burla.
—Me crié con tu hermano, soy inmune a la “mirada Valencia”, hazme el favor y siéntate antes de que patee tu trasero y te deje en vergüenza Melchie…
Todos incluyendo a Teresa se mantenían expectantes y preocupados, todos menos Felipe, para él tratar el carácter irascible y errático de Melchor no le resultaba más complejo que lavarse los dientes por la mañana o colocarse un par de calcetas. Lo conocía tan bien que sus pataletas no lucían más graves que las de un bebé.
Se quedaron un minuto completo frente a frente midiéndose. Amenazándose, Melchor con la mirada, Felipe con una enorme sonrisa burlona. El reloj marcó las seis de la tarde y un pequeño cu-cu salió para avisar. Ambos chicos miraron la hora y Melchor se volteó en busca de sus cosas, estaba atrasado para su primera clase de repaso con Amanda. Miró por última vez a Felipe sin poder borrarle aquella sonrisa humillante.
—¿Vas tarde donde tu novia?—masculló el mayor burlón, él solo se limitó a levantarle el dedo de en medio, gesto que fue respondido con un sonoro beso volador y una carcajada ronca y profunda.
La campanilla avisó la salida del muchacho y solo ahí el ambiente se relajó del todo. Felipe soltó un suspiro y cambió la expresión a una de completo agotamiento.
—Ese niño nunca cambia—miró a los otros chicos intrigado. Sabía de la amistad con Antonio pero desconocía las otras juntas de Melchor. Supuso que el muchacho sentado junto a la chiquilla sería el hermano menor de Emilia, el parecido aterrorizaba, los mismos ojos, el mismo cabello y la misma manera de juntar las cejas.
—Y se fue ¡Sin decir una palabra se fue! Maldito Melchor—dijo Tomás, también tenían la misma manera de hablar.
—Déjalo—respondió Felipe uniéndose a una conversación a la cual no había sido invitado—es una cosa de familia. ¿Ustedes son sus amigos?
—Somos conocidos—se apresuró a contestar Cristina—Me llamo Cristina Marambio mucho gusto.
—¡Oh! Tu eres la famosa Titi…
Ella arqueó una ceja y él de inmediato supo que había metido la pata. No podía decirle que Antonio la mencionaba constantemente, eso sería delatarse y delatar a Antonio, tampoco podía decirle que Melchor solía mencionarla cuando estaba completamente ido, eso sería desatar la furia del pequeño Chie innecesariamente, y menos podía decir que Gaspar le había contado sobre la relación tortuosa de amor que vivieron tanto ella como Melchor cuando eran pequeños, eso sería ponerla en evidencia y avergonzarla solo por que si. Felipe sabía mucho sobre esos chicos y esos chicos—incluyendo a Antonio—apenas si sabían quien era y quien había sido él.
Decidió tomar la ruta de escape fácil.
—Tu hermana habla mucho de ti. Soy Felipe Briceño por cierto—le tendió la mano y ella se la estrechó de vuelta ambos sonriendo amablemente—¿Podrían echarle un ojo encima a Chie? Es un buen chico, solo que está un poco confundido…
—No hay problema—respondió Antonio sonriendo de vuelta. El dueño se retiró sin mayores excusas dejando a los tres chicos algo confusos. Tomás bufó descompuesto y observó la puerta.
—Y justo ahora al idiota de Melchor se le ocurre desaparecer ¿Dónde demonios pudo haber ido?—blasfemó inquieto.
—Tenía una tutoría—respondió Anto para tranquilizarlo—¿Por qué?
—¿Tutoría? ¿Quién en su sano juicio le haría una tutoría?—agregó Cristina.
—Amanda Zúñiga, es de tu clase Titi.
Ciertamente aquella respuesta pilló desprevenida a Cristina pero Tomás, Tomas no cabía en su asombro. ¿Amanda, SU Amanda iba a hacerle una tutoría al matón mal portado de Valencia? ¿Qué demonios estaba pasándole al mundo?
Abrió los ojos indignado, tratando que la rabia no le nublara la visión. Insólito, esa era la palabra que se repetía una y otra vez en su cerebro. No podía negar que Amanda era una de las almas mas caritativas y tiernas que conocía, es más, esa era una de sus características favoritas, pero ahora esa amabilidad se convertía en un arma de doble filo. Melchor era peligroso, muy peligroso. En los últimos días se habían dado la oportunidad de conversar, sobre Emilia, pero conversar al fin y al cabo, Tomás reconocía en él cierto deje de humanidad, rastrojos del chiquillo que fue hacía unos años, pero la mayor parte del tiempo las palabras de Melchor lo perturban, a veces incluso le provocaban rechazo. No podía dejar que semejante espécimen se acercara ni un poco a la perfecta y adorable Amanda. Pero ¿Qué iba a hacer? Amanda y él ni siquiera eran amigos, habían roto toda relación luego de que él la rechazara.
Suspiró, concentrarse solo en Emilia le estaba resultando mucho más duro de lo que el esperaba.
—¿Estás bien?—preguntó Antonio preocupado por el extraño cambio de color en el rostro del muchacho.
—Maldito Melchor cuando más lo necesito se desaparece—gruñó disimulando sus verdaderas razones—mira la página setenta Cristina.
Ella hizo lo que le ordenaban y abrió justo en una larga lista de registros telefónicos con un solo número subrayado.
—¿Qué es esto?—preguntó confundida.
—La llamada marcada es el número que llamó a la policía, el número de la persona que encontró el cuerpo de mi hermana, mira a quien pertenece.
Cristina se puso pálida de inmediato, o las coincidencias eran muy grandes o el mundo muy pequeño. Le acercó el cuaderno a Antonio con cara de circunstancias, lo que leería no iba a gustarle.
—No sabía quien era, por lo menos hasta ahora—dijo Tomás justo cuando la información llegaba a manos de Anto.
Se le paró el corazón y apretó el estomago. Cuatro simples palabras lo desarmaron casi de inmediato e irreversiblemente.
Felipe Andrés Briceño Castro.
—Tu mismo me has dicho que debo ser buena con los desamparados, con los indefensos y con los marginados papá—replicó ella en susurro a su padre quien espiaba cautelosamente al invitado desde lo alto de la escalera.
—No escuché la palabra drogadicto en ninguna parte de esa frase princesa—susurró él de vuelta.
—Pero tú y mamá me dijeron siempre que no juzgara un libro por su portada.
—Solo te lo decíamos para que leyeras más cosas que solo Harry Potter.
Ella se cruzó de brazos y golpeó el suelo con la punta del pie incesantemente a manera de reproche al igual que su madre lo hacía antes de morir.
—No voy a dejar que lo discrimines por algo tan banal.
—No lo estoy discriminando—argumentó el con tono conciliador y voz bajita—es solo que me preocupa que te estés juntando con chicos tan diferentes a ti y con valores tan distintos a los que tu madre y yo nos esforzamos en entregarte.
—A esos mismos valores me apego ahora papá—respondió para luego bajar la escalera ignorando a su progenitor—y que quede claro que Harry Potter es una excelente saga.
Llegó a la sala rogando que Melchor no hubiese escuchado nada de la conversación que acababa de mantener con su padre, no quería hacerlo sentir mal. Él la miró sin expresión y se levantó con su mochila en el hombro.
—No quiero importunar—dijo sin necesidad de que lo echaran.
—¡No! Como se te ocurre que importunas.
Él dirigió su mirada a la escalera donde un cuarto del ojo de su padre se asomaba fisgón.
—Déjalo, no le gusta que traiga chicos a casa ¿Quieres algo? Hice te helado.
Lo dudó un segundo para luego aceptar ante la insistencia de la chica. Se sentaron el la mesa de la cocina a repasar todo desde el inicio. Amanda comenzó por suma y resta básica a lo que Melchor se sintió profundamente ofendido. Luego de que ella se asegurara de que él conocía las figuras geométricas en su totalidad y que podía resolver ecuaciones de primer grado partieron los problemas.
—¡No! Mira, A por X más B al cuadrado es lo mismo que A por X más B por A por X más B ¿Cierto?
—Sí…
—Y eso es lo mismo que A por X al cuadrado más dos por A por X por B más B al cuadrado ¿Captas?
—No ¿Cómo llegamos a eso?—ella suspiró cansada.
—De acuerdo lo haré más simple.
—¡No! No quiero la explicación con peras y manzanas, solo quiero que me muestres como llegamos a la última parte.
—Ok. Mira acá. Esto por esto, luego por esto, pasas para este otro lado y ¡Voila! ¿Ya?
—Ahora sí, puedes seguir.
—Espera ¿Entendiste con eso?
—Sí, no es tan complicado—ella frunció el seño, hacía medio minuto el chico no podía entender la más básica de las formulas y ahora parecía que lo tenía todo controlado.
—Bien, has este ejercicio entonces.
Ella anotó un par de números en su cuaderno y se los pasó al muchacho quien en menos de lo que canta un gallo ya lo tenía resuelto.
—X igual a tres.
—Mal, es nueve.
—No. Es tres—Amanda no solía maldecir pero esta vez lo hizo. Como era que aquel muchacho podía ser tan terco, incluso cuando le estaban ayudando.
—Melchor, estás equivocado, por favor revísalo.
—Revísalo tú, yo se que estoy bien.
—Claro que lo revisaré, pero vas a quedar en vergüenza… paso esto acá, luego lo parto en tres, menos esto, raíz cuadrada y…
—¿Es tres?
Era tres. No sabía como pero ella se había equivocado y él lo había resuelto casi de inmediato. Le miró intrigada e irguió el cuerpo.
—¿Cómo?
—¿Qué cosa?
—¿Cómo hiciste el ejercicio?
—Con lo que me enseñaste—respondió usando su tomo pedante.
—Claro que no, te lo expliqué una vez, no lo haz estudiado y nunca has hecho uno—ella se apartó extrañada, no quería dudar de su invitado pero era demasiado extraño que lo pudiera resolver así, a menos que el si supiera matemáticas y solo estuviera jugando con ella.
Él denotó de inmediato el cambio de actitud en ella y concluyó que si no hacía algo pronto perdería a su tutora, así que decidió confesar aquel secreto que nunca le dijo a nadie antes.
—No te va a costar enseñarme, soy superdotado.
Increíble era poco para describir aquella frase, era tan imposible que Amanda no pudo aguantar la risita nerviosa que se le escapó del alma.
—¿Tú? ¿Superdotado?
—Carezco de inteligencia emocional y tomo malas decisiones pero eso no quita que mi CI es de… no lo se la verdad, pero es más alto que la media.
—¿Es broma?
—No
—Enserio Melchor, lo que sea que esté pasando puedes decírmelo, pero no me mientas.
—¡No te estoy mintiendo!
La miró con el seño fruncido al tiempo que sentía como le burbujeaba el estómago y la nausea se apoderaba de él, no era bueno con la presión menos cuando no se encontraba en su medio. Ella arrugó los labios pensativa, conocía la mejor manera de dar por terminada aquella discusión.
—¡Papá!—gritó, a lo que su padre entró de inmediato con un bate en la mano.
—¿Qué-que-que pasa princesa?
—¿Por qué tienes un…? Olvídalo ¿Tienes aun esa evaluación para superdotados?
—Sí ¿Por?
—Parece que Melchor lo es y quería asegurarme.
Ambos hombres se miraron con recelo, esta sería una larga tarde.
Los tres jóvenes abandonaron el lugar casi a la hora del cierre, Felipe se acercó raudo a la mesa que habían ocupado en busca de alguna pista de lo que aquellos chiquillos estarían haciendo. Encontró entonces bajo la esta un maltratado cuaderno, lo abrió solo para reconocer de inmediato la amorfa letra de Melchor. Maldijo. Leyó un poco superficialmente, lo suficiente para saber de quien trataban esas páginas. Emilia. Caviló rápido y en silencio, la muerte de Emilia volvía a salir a flote ¿No era suficiente ya? Hacían dos años desde su muerte, tiempo suficiente para que la olvidaran, para que la dejaran descansar en paz.
Guardó el cuaderno en una gaveta y se dispuso a limpiar antes de cerrar, debía arreglar este asunto rápido.
—Estonia
—Tallín
—Rumania
—Bucarest
—Honduras
—Tegucigalpa
—Chipre
—Nicosia
—Yemén
—Saná
—Lesoto
—Maserú
—Me rindo—dijo finalmente Omar Zúñiga luego de veinte minutos preguntándole sin descanso capitales a Melchor—¿A que edad me dijiste que te estudiaste todos los países?
—Once
—Virgen Santa ¿Sabe alguien que eres superdotado?
—No
Respondió el chico mirando en otra dirección. Detestaba profundamente esa condición suya, detestaba ser diferente y solía disimularlo bastante bien frente a otros, pero en la soledad de su mente los pensamientos, las situaciones y el mundo eran distintos. No puedes fingirte a ti mismo, no puedes hacer que tu mente vea el mundo de una manera para la cual no está programado. Para Melchor las cosas llegaban distinto, habían un millar de pequeños detalles que otros no veían, un sin fin de interpretaciones siempre agolpándose en su mente y esa estúpida capacidad de no olvidar nada, absolutamente nada.
—Bueno, creo que podemos trabajarlo.
—No quiero trabajarlo—gruñó molesto al padre de Amanda.
Omar era profesor de historia y hacía clases a los más pequeños, en su vida se había topado con más de un chico con capacidades especiales y sabía de antemano que no era fácil para ellos ser parte de la sociedad.
—Pero tienes que hacerlo, lo que tu tienes es una capacidad…
—¡Se lo que tengo!—los nervios se hicieron dueños de su cuerpo, se levantó alterado y tomó su bolso. Salió del cuarto y de la casa temblando, sin importarle los modales y con muchísimas ganas de recaer, pero no lo hizo, solo caminó sin descanso hasta encontrarse a si mismo frente a su calle. Sudaba y temía como un animalillo. Híper ventiló un rato tratando de enfocarse en la guarida como siempre, visualizó los clavos y las ventanas, pero no logró calmar el lío en su mente. Detestaba profundamente esa parte de él incapaz de razonar como los demás, ese trozo que lo volvía menos inocente, menos aceptable, menos querido.
—¡Melchor!—gritó la chica mientras corría hasta él—olvidaste esto.
Le entregó un cuaderno, el mismo donde habían hecho algunos ejercicios y anotado un par de formulas.
—¿Para que?
—Tienes que estudiar, estás muy retrasado y no quiero que repitas el año ¿Lee todo y el próximo viernes lo repasaremos de acuerdo?
—Yo no quiero ver a tu padre de nuevo—sentenció duro con las pupilas dilatadas por la adrenalina.
—No, no, calma. Podemos estudiar en tu casa sin problema. Próximo viernes a las seis—sonrió la chiquilla tranquila y se fue sin despedirse. Él la miro desconcertado, era la primera vez que una completa extraña era amable con su persona.
Regresó a su casa y se metió a bañar de inmediato, paso un buen rato bajo la ducha fría restregándose la piel con la esponja una y otra vez hasta que le doliera como siempre, para luego lavar su cabello con el shampoo de flores. Salió del baño como a las doce y se lanzó a la cama para tratar de dormitar algo antes de que los terrores nocturnos lo atormentaran como cada noche. Pestañó prolongado un par de veces pero su cuasi sueño fue interrumpido por un ruido en la ventana. Se levantó para mirar pero no fue necesario llegar muy lejos. Felipe lo miraba desde el marco de su balcón con un conocido cuaderno en las manos.
—¿Qué significa esto?—preguntó lanzándole el cuaderno a una orilla de la cama.
—Es un cuaderno.
—Lo se tontito, mi pregunta es ¿Por qué escribiste sobre Emilia en él?
—Quería aclarar algo.
—¿El que?
—El porque de la drogadicción de Emilia. Nunca lo supe, quería ver si al escribirlo salía algo.
—No entres ahí Chie y por sobre todo no metas a esos chicos en ello.
—No he metido a nadie y si alcanzaste a leerlo todo notaras que omití los detalles importantes—señaló el cuaderno.
—Lo he leído y déjame decirte que necesitas unas clases de caligrafía urgente. En fin, solo recuerda cual es tu lado, si ese chico Tomás llegará a saber la verdad podríamos vernos todos bastante mal. Tú, yo, Gaspar y Enrique, sobre todo Enrique, ya lo encerraron por tráfico seis meses no lo queremos con doble perpetua por asesinato ¿Cierto?
Melchor asintió turbado e incomodó ¿Cómo podía Felipe dudar de su lealtad después de todo lo que habían pasado?
—No es mi intención decirle nada, solo es caridad, él no sabe lo que yo se de Emilia, merece conocerla como yo la conocí. Tranquilo, no le diré la verdad sobre su muerte, los alejaré lo más que pueda de ella.
—Bien. Ahora vete a dormir te ves terrible—volvió al balcón preparado para saltar hasta el primer piso pero se detuvo en el último momento—Y si ese muchacho, Antonio, llegara a preguntarte sobre mi ¿Podrías saltarte la parte escabrosa de mi pasado?
—Va a ser difícil, Antonio tiene el don de saber cuando mientes. Creo que puedo responder con evasivas por un tiempo ¿Lo conoces?
—Sí, de por ahí—le restó importancia al asunto, demasiada para el ojo agudo de Melchor.
—No me digas que tú y él—Felipe solo sonrió de lado—que asco. Nunca lo imaginé de él.
—Así es el juego de la atracción Chie.
—El juego de la perversión y la poca vergüenza querrás decir.
—Créeme, simplemente no elijes a quien vas a querer, solo sucede.
Se volteó y saltó hasta el primer piso sin mucho esfuerzo, logrando una caída impecable. Melchor lo miró desde la baranda de metal con reproche. Felipe se puso un dedo frente a los labios, en un gesto que podría tener miles de significados, le guiñó un ojo y desapareció en la oscuridad de la noche.
Pasaron un par de minutos antes de que Chie se sintiera observado, se giró hacía su izquierda para encontrarse con la mirada fría de Cristina analizando cada momento por separado.
No se molestó en descubrir cuanto sabía, ni cuanto habría escuchado. Se fue sin decir nada y se recostó sobre la cama.
Lo único que se le venía a la mente era todas las noches que pasó en ese mismo balcón conversando con Titi hasta que el sol saliera, en la época donde ser diferente no le importaba, aquel tiempo donde fingir ser normal le era bastante fácil.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top