018. in love, roger?

CAPÍTULO DIECIOCHO. . . !
▬ ❝ ¿enamorado, roger? ❞ ▬

















narra bárbara
actualidad

—Bárbara, llevas más de media hora pegada a ese aparatejo.

Mire a mi padre casi automáticamente mientras dejaba sobre la mesa (no sin antes apagarlo) mi celular, sintiendo como me lanzaba una mirada repleta de reproche: jamás le había gustado que mi hermano o yo usásemos el teléfono mientras comemos.

Sonreí apenada—. Lo siento, pa' —le di un trago a mi limonada, mirando de reojo la pantalla de mi teléfono la cual volvía a estar encendida ante la llegada de una notificación—. Es que era algo de una materia de la universidad —mentí.

—¿De verdad? —mire con advertencia a Mau, el cual me señaló con su tenedor—. No sabía que en tú universidad existiese una materia con el nombre de Sebastián.

Una sonrisa adornaba su fea cara; lo patee debajo de la mesa haciéndolo jadear del dolor.

—¿Sebastián? ¿Cómo que Sebastián? —me tensé en mi lugar y mantuve mi mirada en el cóctel de camarones frente a mi—. ¿Acaso ya tienes novio y no fuiste capaz de comentárselo a tu padre, niña?

Maldito Mauricio, ¡tenía que abrir la boca!

Mi padre, el señor Juan Iriarte, es un señor enteramente celoso cuando se trata de mis parejas, de hecho con la mayoría no fue amigable (sino es que con todos en realidad), pero los soportaba solo porque me llegaban a hacer felices, aunque siempre, cuando cortaba con ellos, me daba una mirada de "te lo dije" que me provocaban más ganas de llorar pero del coraje pues parecía tener mente de adivino.

Con decirles que hace cuatro años, con mi penúltimo novio, me dijo el típico "es ojo alegre, cuidado", pero no le preste atención y estuve junto con Alan (así se llamaba aquel baboso) año y medio hasta que me di cuenta que las mancuernas no eran mi estilo, así que corte con él.

Esa solo es una, y la más reciente, pero se me iría el resto del día hablando sobre todas las predicciones que mi padre hacía con respecto a los hombres que me rodeaban de forma romántica.

—No es mi novio —comente, con la mayor naturalidad que pude—. Es un amigo nada más.

—¿Apoco? —mire fulminantemente a Mauricio, quien sonreía con interés—. Yo no sabía que los amigos se saludaban con un: "Buenos días, preciosa".

—Cállate Mauricio —le lance una de las servilletas de tela vacías que tenía al alcance—. ¿Por qué no le dices a papá que tuviste sexo en la fiesta de Halloween de la universidad...?

Me metió un pedazo de pan francés a la boca, interrumpiendo mi grata historia.

—Guarda silencio, Bárbara —le sonreí con burla, masticando con cuidado el pan—. Me equivoqué, papi, en realidad decía: "Buenos días, Barbie".

Mauricio puso sus manos debajo de su barbilla y le sonrió de manera angelical a papá.

Papá solamente suspiró y negó, quizá pensando porque no uso globito en su momento, mientras que le mostraba la lengua a Mauricio de forma infantil y él, como el hermano mayor que es, imitó mi acto.

—Son un par de niños chiquitos —nos sentamos correctamente en nuestras sillas una vez nos dimos cuenta que papá nos miraba fijamente después de rodar los ojos—. Hablaremos de cómo no tienes que dejar espermas por todos lados cuando lleguemos a tu casa, Mauricio —lo señaló con el dedo, dejándolo con las mejillas ligeramente sonrojadas, para después señalarme a mi también—. Y tú, Barbarita gustos cuestionables, habla ahorita.

Me pase el resto de pan que quedaba en mi boca con ayuda de mi agüita de limón: sentía que mis manos sudaban y que si hablaba, me trabaría.

Mi papá es el mufador número 1 en mi vida: digamos que no quiero que me sale este nuevo... ¿ligue?

—Bárbara Jocelyn Iriarte Ramos —apreté mis labios entre sí, tiesa en mi silla—. ¿Quién es ese tal Sebastián del que habla Mauricio? —una de sus cejas se arqueó—. No me vayas a salir con que es uno de tus exes porque yo te desheredo en persona, mijita...

—¡No! —lo interrumpí, frunciendo la nariz—. Yo no soy esa —señale a mi hermano con la cabeza, el cual ni lo notó pues estaba untándose bloqueador en su pecho—. Eso lo hace él.

Mi papá hizo una mueca evitando reír al oírme decir aquello, pero aún así, su mirada seguía exigiéndome una respuesta a la de ya.

Así que rindiéndome, no hice más que soltar la sopa.

—No somos nada —me encogí de hombros—. Simplemente nos gustamos y... y pues ya.

Son las palabras más sencilla que encontré para explicar lo que estaba pasando entre Sebastián y yo, pues ni yo sabía que era lo que ocurría, pero no quería que terminara.

—Ósea que son cómo... ¿cómo ligues? —inquirió papá con un aire pensativo: como si aún se le dificultara entender las distintas palabras que se usaban al día de hoy.

Compartí una pequeña mirada con Mau antes de que ambos nos soltáramos a reír, sin saber en qué momento nuestro padre había buscado actualizar su vocabulario.

—Pa', ¿sabes lo que es un ligue? —inquirió Mau, tapando el bote con el bloqueador, sin dejar de reír.

Papá chasqueo la lengua, lanzándole una mala mirada a mi hermano—. Es obvio que lo sé, Mauricio. ¿Qué clase de padre sería si no entendiera de lo que se habla hoy en día entre los chavos como ustedes?

Estire mi mano hasta la de mi padre y le brinde un ligero apretón.

—Eres un gran padre, papi.

Él me sonrió pero al instante pareció recordar que no habíamos finalizado con mi tema de conversación (Mau, si lees esto, vete a la cola).

—No me cambies el tema, jovencita —no soltó mis manos, en lugar de ello se animó a darles un suave apretón—. ¿Lo son?

Titubee: no sabía que éramos, porque siendo realista, me daba miedo poner título a lo que sea que tenemos: no sé cómo preguntárselo sin sentir que me moriría de un infarto en el proceso.

—Maybe —murmure, encogiéndome de hombros.

La expresión de mi papá no parecía convencida, por lo que me erguí en mi sitio, esperando el siguiente bombardeo de preguntas.

—¿Va en tu universidad?

Se metió en la boca un trozo de su pescado, sin quitar la mirada de mi.

—Este... —alargue la última vocal, removiéndome en mi sitio ligeramente—. No, no es compañero de la uni.

Él asintió—. Ya veo —le dio un sorbo a su refresco antes de continuar—. Eso entonces lo hace tu vecino, ¿no?

Disimule bastante bien la mueca que se me formó en los labios al oírlo. Le va a dar un infarto cuando se entere que ni siquiera vive aquí, pues detesta con toda su alma las relaciones a distancia.

Aquí les explico brevemente:

Mis padres, Juan Iriarte y Adriana Ramos, eran novios a distancia: en cuanto mi papá creyó que todo iba más en serio con mi mamá decidió traérsela de Torreón hasta Mazatlán donde se casaron tanto al civil como a la iglesia. Años después (catorce para serles exacta) se divorciaron y mi mamá se negó rotundamente a irse de regreso a Torreón, por lo que ahora son hasta vecinos y compinches de trabajo, pues juntos abrieron uno de los hoteles más visitados aquí y como es un buen negocio no podían darse el lujo de cerrarlo, claramente.

Si. No se odiaban pero tampoco se agradaban: estaban obligados a seguir conviviendo por mucho tiempo más.

—¡Ah, si! —asentí varias veces, sonriendo exageradamente—. Es vecino mío.

—Achis —mire miedosa a Mauricio, pues era el experto n.1 en cagarla y llevarme a mi entre la mierda—. ¿Tu vecino no era un viejito?

—No, baboso —negué, intentando usar un tono natural—. No estoy hablando del de al lado, me refiero al de enfrente —automáticamente metí en mi boca un pedazo más de comida, lanzándole una mirada furtiva a Mau.

—Uy no, pues ya mátame y entiérrame con esos ojos de perro que me lanzas.

Le mente la madre en señas, haciendo que abriera la boca con indignación, y cuando se iba a quejar con papá, la voz de nuestro progenitor volvió a oírse.

—Mi niña, ¿vas en serio con él? —sonreí de lado al oír el tono suave con el que me había hablado.

A veces me gustaría volver a ser una niña pequeña, a la cual solo le preocupaba que su padre no llegase a sus festivales o que se perdiera alguna fecha especial por estar trabajando.

Ya no quiero ser adulto.

—No sé, pa' —suspire, sin saber que responderle en realidad—. Quiero... digo, me gusta creer que si, pero la verdad es que no sé.

La distancia es un punto crítico para nosotros, es por eso que no sé qué es lo que sucederá entre Roier y yo en algún futuro: por eso prefería solo dejarlo a la suerte.

—No lo conozco, pero siéndote sincero jamás había visto ese brillito en tus ojos, mi amor —papá me acarició el dorso de la mano de nuevo—. Por eso te digo que cuando sean novios, me lo presentes para darte el visto bueno o hacer que lo mandes a la chingada.

Eso no es mufar, ¿verdad? Digo, hasta se escucha bonito y todo.

¿Será está una señal divina que con Sebastián si es?

—Está bien, papi.

Yo cruzo los dedos para que sea así.

[...]

narrador omnisciente
actualidad

—Mamá, ¿es muy tarde para que regresemos a Sebastián por donde vino?

Luisa miró con desaprobación a su única hija, quien miraba con la nariz fruncida a su hermano menor, el cual movía la cabeza al ritmo de la música que se reproducía en sus auriculares.

—¡Sarah! —la mujer le proporcionó un golpecito en el hombro de la chica, la cual se quejó exageradamente—. Tu ya déjalo en paz un ratito, mija.

—Parece baboso repitiendo canciones de Morat —señaló al castaño, quien se estiraba para poner alguna decoración en las orillas del techo.

Entonces, doña Luisa miró y escuchó con detenimiento a su hijo menor, el cual no parecía darse cuenta de que era el nuevo centro de atención de las dos mujeres.

No sé nada de tu historia... ni de tu filosofía —las cejas de doña Luisa se alzaron de inmediato—. Hoy te escribo sin pensar... y sin ortografía.

Doña Luisa y Sarah compartieron una mirada: la joven estaba a punto de que una carcajada se le escapase. Jamás se había esperado vivir lo suficiente para ver a su hermano enculado al grado de estar repite y repite la misma canción más de diez veces en la última hora.

—Le voy a decir.

—¡Que no se te ocurra, Sarah...!

Pero la castaña no le hizo ni el menor caso a su madre y sin dudarlo se posó detrás de su pequeño hermanito y le quito uno de los auriculares.

Y antes de que este pudiese gritarle o reclamarle, la chica con ton divertido empezó a cantar.

—Para aprender a quererte —le siguió ella, alejándose del chico y dejando el auricular en el sofá, riendo por lo bajo mientras era juzgada con la mirada por su madre.

Sebastián miró a sus espaldas, viendo con los ojos entrecerrados a Sarah, la cual seguía riendo a sus espaldas: ella al darse cuenta de esto, se soltó a reír a carcajadas.

—Síguele, pinche Sarah ojete —le lanzó un cojín con la cara de Santa Claus.

—¡Sebastián! —el castaño se giró a mirar a su madre con expresión de "dile a tu hija", sin conseguir nada—. Cuida esa boca tuya, eh.

Roier se dio media vuelta para tomar de nuevo su auricular, dispuesto a ignorar a su hermana y seguir metiendo en su pequeña burbuja.

—¿Enamorado, Rogi? —soltó ella, burlona.

—Que te importa —rodó los ojos con irritación—. Y no me digas Rogi, Sarah.

—Ihhh —la chica murmuró, burlona—. Estás enculado —canturreo, intentando no reír.

—Cállate, güey —la miró mal.

Ósea si estaba, pero no le gustaba que se lo dijeran.

—Bueno hijo, tú hermana tampoco está mintiendo —la mujer pasó los brazos por los hombros de su hija, mirando con emoción al menor de sus hijos—. Llevas todo el día cantando canciones de Morat —puntualizó ella, con cierta obviedad.

Sebastián no dijo nada, simplemente bajo la cabeza, volviendo a escuchar la risa de Sarah.

—¡Ay! —alargó la última "y"—. Si estás enculado... ¡mi bebé está enculado!

—¡Mire amá'! —el menor señaló a su hermana con un puchero en los labios.

A doña Luisa le pareció tierno el gesto, sintiéndose nostalgia pues antes estas situaciones eran de todos los días, ahora, que sus hijos estaban creciendo y hacían sus propias vidas, sucedían tres o cinco veces al año.

—Tu también ya deja de molestar a Sebastián, Sarah —la mujer señaló con advertencia a su hija, antes de adentrarse a la cocina, murmurando un "¡huele a quemado!", dejando solos a sus dos hijos de nuevo.

Sarah, quien veía con emoción que su hermano estuviese enamorado, seguía susurrando partes de la canción cada vez que pasaba a un lado de Sebastián, aunque este no parecía inmutarse mucho ante las constantes burlas por parte de su hermana mayor.

Tenía un problemita más grande en la cabeza.

Barbie, su pelirroja, llevaba más de tres horas y media que no veía sus mensajes, y para ser sincero, estaba algo preocupado por ella, ¿y para que mentir? También estaba preocupado por lo que pudiese pasar por la cabeza de la chica: al castaño le daba miedo que de un momento a otro ella ya no sintiera nada por él, o que se diera cuenta que la distancia era motivo suficiente para alejarse de él, o que jamás hubiese sentido nada por él y que en realidad solo correspondió a sus sentimientos por presión...

Sebastián negó con la cabeza en cuanto se dio cuenta que todos esos pensamientos negativos le causaban dolor de cabeza. No le gustaba ese sentimiento que lo abordaba desde aquella foto que subió con su amigo de la universidad (Guillermo, según Rivers y Osvaldo), pues él jamás lo había sentido, o bueno, hasta ahora.

Después de que terminara de acomodarle algunos otros cojines a su madre no dudó en tirarse en el sofá, tomando nuevamente su teléfono y soltando un suspiro al ver que no había ninguna señal de parte de la pelirroja.

—¿Ya se arrepintió mi no-cuñada? —susurro Sarah, tirándose en el sofá al lado de su hermano, con una sonrisa maliciosa en los labios.

—Cállate ya, a la verga —el de gorra le volvió a lanzar una mirada fulminante mientras le soltaba aquello en un tono endurecido.

—¡Esa boquita, Rogelio!

Bufó al oír el reclamo de su mamá una vez más y se adentró en TikTok, dispuesto a distraer su mente. Si no le contestaba sería por una buena razón, se decía a sí mismo mientras seguía navegando por su fyp, soltando una que otra carcajada con los videos que le aparecían. Estaba apunto de enviarle uno a su pelirroja cuando justamente le entraba una llamada.

Era ella.

Rápidamente se enderezó sobre el sofá mientras que una sonrisa crecía en sus labios, se puso de pie casi de inmediato y respondió la llamada.

Hola, Sebas —saludó la pelirroja, con el sonido de algo cerrándose de fondo.

Cuando el chico estuvo apunto de responder, una tercera voz lo hizo por él.

—¡Que bueno que le marcas, ya se andaba petateando de puritita desesperación! —grito Sarah.

Sebastián por puro instinto alejo el teléfono mientras le tiraba un cojín hacia su rostro, con una nueva mirada asesina.

—Cállate —el de gorra cerró sus labios con fuerza, señalando a su hermana con advertencia.

No la dejó responder (pues le veía las intenciones de seguir jodiendolo) y salió corriendo hasta la que solía ser su habitación hace algún tiempo atrás.

—Ignora a mi hermana: anda de fastidiosa porque es la visita de la semana —rodó los ojos, aclarándose la garganta—. Ahora si: hola, preciosa —saludó, dejándose caer en la cama con una sonrisa dulce en el rostro.

Escuchó una risita por parte de la pelirroja lo cual hizo que su sonrisa se ensanchara más.

—Acabó de volver a mi departamento, perdón por no haberte respondido, es que Mauricio me aventó al mar y...

La interrumpió.

Él sabía que Barbie también tenía una vida muy aparte de él, y ella no estaba atada a mandarle mensaje cada cinco segundos; está consciente que habrían veces donde no le mandaría ni un solo mensaje en todo un día por su trabajo y sus quehaceres escolares.

Sebastián la esperaría siempre, fuese el tiempo que fuese.

—No pidas perdón, bonita —intento tranquilizarla, sabiendo que ella solía preocuparse más por el resto que por sí misma—. Entiendo que estabas con tu papá y tu hermano, no pasa nada.

—Lo siento —susurro ella, en un tono bajo: Roier afirmó que se sentía algo avergonzada.

Como si no conociera a su pelirroja al derecho y al revés, ja.

—¡Hey! Pero no te disculpes, Jocy —el chico rió entre dientes.

—Ya es una costumbre, perdón... —se quedó callada al decir aquella ultima palabra, y el corazón del streamer se removió de la ternura—. Bueno, soy un poquito adicta a esa palabra, pero juro que intentaré no decirla cuando no sea necesario.

—Yo te ayudo, no te preocupes —se acomodó sobre su cama, tomando el peluche que descansaba sobre una de sus almohadas: era un Winnie Pooh en miniatura—. Ahora si, ¿cómo te fue?

—Bien —la voz de la chica sonaba muy alegre: Roier entonces supo que no le mentía—. Comimos y nos metimos en la playa publica un ratito porque ya el agua está fría.

—Nada más que te enfermes, Bárbara Jocelyn Iriarte —soltó, con falso tono de reproche.

La pelirroja en la otra línea rió—. Pero si me enfermo te tengo a ti aquí, ¿no, Tripón?

—En un chasquido, preciosa —sonrió: bueno, no había dejado de sonreír en ningún momento desde que escuchó su voz—. Oye, ¿estas solita ahorita?

Barbie frunció el ceño ante la repentina pregunta pero igualmente soltó un ruidito de afirmación.

—Si, ¿por qué? —inquirió de regreso, recargando sus codos en la barra de la cocina—. ¿Acaso quieres hacerme una propuesta indecente, señor Rogelio?

—Esa te la hago cuando te tenga de frente, no por llamada, así cualquiera —el de ojos castaños sintió satisfacción al no oír respuesta por parte de la chica—. Respondiéndote lo primero; por curiosidad. Me imaginé que Fer seguía por ahí.

El de gorra había comenzado a tener una buena relación de "parientes" con el muchacho: de algún modo lo hacía sentir bienvenido en la que, ojalá, sería su familia postiza en un futuro.

—Pues mira —rápidamente la pelirroja cambio el estilo de la llamada a una por video: Roier no dudó en aceptarla, pues para él llevaba siglos sin verle sus ojitos a la chica al otro lado de la pantalla (solo poco más de 15 horas)—. Ya se nos fue para México con su mamita.

Mostró el cuarto de invitados vacío, haciendo que Sebastián se quejase de la ausencia del morocho fingidamente, robándole una pequeña risa a Barbie, la cual se había encaminado hacia su habitación, recargando su teléfono en su escritorio.

Mientras la pelirroja le buscaba un buen sitio a su celular, el castaño solo se dedicó a apreciarla: le parecía una imagen digna de admirar el como ella reía. Sus mejillas empezaban a tornarse rositas y sus ojos se achinaban tiernamente.

Cuando la pelirroja encontró el sitio adecuando, hizo de lado su cabeza al ver como el chico permanecía bajo un cómodo silencio, observándola nada más. La miraba con atención, como si tratara de grabarse cada parte de sus gestos y facciones, provocándole un sonrojo más evidente y una pequeña sonrisa ladina.

—¿Qué pasa, Ro? —preguntó ella.

—Nada —le sonrió ampliamente, robándole un suspiro silencioso a la muchacha frente a él—. Solo que... eres hermosa, Jocy —le sonrió con ternura—. Ya se que te lo he dicho estás últimas semanas, pero tengo la necesidad de decírtelo en persona —se relamió los labios, observando a las espaldas de la pelirroja un maniquí con la playera que está le había diseñado hace unos días atrás—. Creo que muy pronto me tendrás ahí al ladito, bonita.

—Pues mira que —fingió toser, robándole otra sonrisa al chico con gorra— como que me comienzo a enfermar, eh...

—Entonces me vas a tener ahí antes de lo esperado —soltó él, guiñándole un ojo a la pelirroja, poniendo un brazo tras su cabeza.

—Aquí te espero entonces, Ro.

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