Capítulo 30

Estuve de los nervios desde que me desperté. Nunca en mi vida llegué a fumar tantos cigarrillos seguidos como ese día, pero me era muy difícil sostener la idea de que conocería a los padres de Markus y todo lo que ello implicaría después.

- Sabes muy bien que odio que fumes.

- Estoy aterrada.

- No tienes porque. Les caerás genial, además son unas personas encantadoras.

- Si, mientras no diga ninguna estupidez ni haga ninguna tontería.

- ¿Por qué ibas a decir o hacer nada de eso?

- Lo hago siempre que estoy nerviosa, no puedo remediarlo.

Markus empezó a reirse mientras cogía su chaqueta y la botella de vino que compramos para llevar algo. A pesar de que recalcó en repetidas ocasiones que no era necesario no me sentía cómoda con la idea de ir con las manos vacías. Si mi madre me inculcó dos cosas cuando ibamos a casa de alguien era que siempre había que comer todo lo que te sirvieran aunque no te gustase y que debías llegar algún obsequio a modo de agradecimiento por la invitación.

Bajamos y el taxi nos esperaba en la puerta. Hubiera deseado poder fumar en el interior pero estaba prohibido por normativa de la compañía. Abrí el bolso y saqué un pañuelo de papel y empecé a desmenuzarlo en trozo muy pequeños de forma casi compulsiva. Markus me cogió la mano y me hizo un gesto con la mano de que parase.

- Si no hago esto me va a dar un ataque de histeria.

- Insisto en que no hay ningún motivo para que tengas que estar nerviosa, ya verás.

Apoyé mi cabeza en la ventanilla y me quedé absorta mirando el paisaje. Poco a poco nos fuimos dirigiendo a la salida de la ciudad y en menos de quince minutos estábamos en la autopista.

- ¿Dónde viven?

- En la zona residencial donde estan todas las viejas urbanizaciones.

A pesar de que llevaba toda mi vida viviendo en la ciudad aún había zonas que no visité nunca, y esa era una de ellas. Sabía que era una zona de clase alta donde la gente normalmente se compraba las casas o las alquilaba para pasar los fines de semana, los puentes y las vacaciones. Las únicas personas que residían allí durante todo el año eran personas adineradas que podían permitirse el lujo de trabajar des de sus grandes mansiones. Cosas que las personas normales como yo no podían permitirse.

- ¿Eras tú quién decía que no tenía motivos para estar nerviosa? Si ni tan siquiera estoy al mismo nivel.

- Ocurre con ellos lo mismo que conmigo. No son para nada lo que aparentan, créeme.

- Me cuesta hacerlo.

- En un rato tú misma lo comprobarás.

Nos desviamos de la autopista y cogimos una pequeña carretera secundaria que estaba llevaba hasta un enorme valle. No sé porque pero empecé a sentirme minúscula e insignificante. Markus me sujetó la mano con fuerza y me sonrió en un intento por darme ánimos. Sus esfuerzos fueron en vano pues por dentro estaba temblanco como un flan.

Nos bajamos del coche y ante mí se erigía una villa de dos plantas con un techo a dos aguas pintada toda de blanco. Un cerco la rodeaba toda encuadrando un pequeño huerto a la izquierda y un precioso jardín a la derecha, todo muy bien cuidado.

- Es como si la hubieran sacado de un cuento de hadas.

- Si tú quieres algún día será tuya - me dijo esbozando una sonrisa, rodeándome la cintura con su brazo y acompañándome hacia la entrada.

Conforme estuvimos más cerca de la puerta una pareja salió a recibirnos. Al igual que la casa ellos dos también parecían salidos de algún tipo de cuento de hadas o novela.

- Iris, te presentó a mis padres - empezó Markus señalándoles con las manos.

- Es un placer conocerles, se...

- De eso nada - me interrumpió la mujer con una sonrisa en sus labios. Estaba claro de quien sacó Markus la sonrisa -. Ni se te ocurra llamarnos señor y señora y mucho menos tratarnos de usted. Yo soy Diane, y él es mi marido Andrew -. Durante unos segundos hubiese jurado que lo pronunció terminado en u pero seguramente era alguna paranoia mía.

- Así que tú eres la que le ha robado el corazón a Markus - sentenció Andrew dándome la mano con fuerza. Le miré timidamente a los ojos y si la sonrisa la heredó de su madre aquellos preciosos ojos azules que tanto me gustaban se los dio su padre.

- ¿Qué os parece si pasamos dentro? La comida estará casi lista. Mientras podemos ir tomando algo.

La casa por dentro era aún más grande de lo que parecía a simple vista. Estaba claro que en aquella família siempre te llevabas alguna sorpresa.

Pasamos a la sala de estar dónde habían colocado los sillones alrededor de una mesa de café. Me senté y tuve al padre de Markus delante. Ese hombre tenía algo que no terminaba de hacer que me sinitiese del todo cómoda. Respiré hondo e intenté tranquilizarme.

Diane apareció de la cocina con una bandeja en la mano donde había dispuesto un juego de café y unas pastas. Tímidamente cogí una de las galletas y empecé a mordisquearla. Al menos si teniendo la boca llena no pude decir ninguna estupidez.

- Querida, respira. Aquí no nos comemos a nadie.

No pude evitarlo y fue superior a mí. Hasta que no nos sentamos a comer y estuvimos más distanciados y pude coger a Markus de la mano por debajo de la mesa no conseguí tranquilizarme.

Mientras estuvimos comiendo me tomé unas copas de vino y eso hizo que yo estuviera más relajada y pudiera hablar un poco más y no estar tan a la defensiva y con ese miedo constante.

- Tranquila, yo vigilo que no hagas ninguna tontería. ¿Me vigilarás tú a mi también?

- Apenas consigo comportarme yo.

- Lo estás haciendo estupendamente y vas a pasar con nota - la voz de Diane sonó tras de mí e hizo que diera un salto con tan mala suerte que me tiré lo poco que me quedaba de vino por encima -. Cielo, que lástima, con lo mal que salen las manchas de vino. Ven, acompañame al lavabo. Te ayudaré a limpiarte.

Me condujo por el pasillo hasta el final a la izquierda y entré en ese cuarto de baño de revista.

- Lo lamento mucho - no me salía nada más. A pesar de contenerme logré hacer el idiota, una vez más.

- Tranquila, traeré un producto casero que va muy bien para las manchas. Receta familiar, ya sabes - me guiñó un ojo al salir.

Por intentar hacer algo mojé una toalla y la froté por encima de la mancha pero solo conseguí que se hiciese más grande. Diane entró y al ver el estropicio que había hecho se limitó a hacer un chasquido con la lengua y sonreir. Aplicó el producto y lo dejó reposar unos minutos. Empezó a pasar un trapo por encima de la mancha y a los pocos segundos ésta ya no estaba. No hubo ningun estropicio y se borró la tontería que hice.

Ambas salimos del baño. Diane puso su mano sobre mi hombro y me acompañó al comedor. No encontramos a nadie sentado en la mesa y estaba todo perfectamente recogido. Para nada parecía que hiciera unos minutos ahí hubiesen estado comiendo cuatro personas.

Cruzamos el umbral de la puerta y Andrew estaba apoyado en uno de los grandes ventanales con una copa en la mano. Esos grandes ojos azules e intimidantes que me hacían sentir tan incómoda no dejaban de mirarme fijamente y una sonrisa quedó dibujada en su rostro.

Giré guiada por la mano de Diane y me quedé sin aliento. Markus estaba de rodillas en el suelo, con la mirada más tierna que jamás había conocido en él. Puso su mano dentro del pantalón y sacó una caja metálica que sostuvo entre sus manos. La posó sobre la palma de su mano izquierda y con dos dedos de la mano derecha la abrió. Dentro había un sencillo anillo aunque para mí en esos momentos nunca vi una joya tan bonita como esa. Una sonrisa tímida se le escapó. De nuevo volví a mirarle a los ojos. Nunca le vi tan inseguro de sí mismo y vulnerable.

- Sé que es precipitado pero, ¿quieres hacer esta estúpidez conmigo?

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