3 | Bufanda
Las seis de la mañana. ¡Pero a dónde voy yo a estas horas! Debería volver a dormirme. Saco los brazos de la colcha. Me he despertado sudando pero no recuerdo haber tenido pesadillas. Seis y diez. Me destapo los pies, hago a un lado el almohadón y me pongo boca arriba. Seis y quince. Me incorporo. Echo mano de la botella de agua de la mesilla. ¿Pero qué me pasa? Me siento arder por dentro. Seis y veintidós. Me tumbo boca abajo y hundo la frente en el colchón. ¿Es cosa de los gérmenes? ¿Me he contagiado de algo? No me extrañaría.
¡Ay; mierda!
Después de que Su Ji se dignara a darse una ducha y convertirse en una persona civilizada, vestida y peinada, echar el día fuera había ganado a la improductiva opción de quedarse en casa dando rienda suelta a las obsesiones así que nos habíamos embarcado en un peregrinaje por todas las tiendas de videojuegos y merchandising habidas y por haber. También habíamos ido a comer a la bolera y competido a los strike aunque para ello, claro, primero yo había tenido que hacer acopio de jabón en el baño y limpiado a conciencia la mesa, las sillas y las bolas de lanzamiento. Sin embargo, no había podido hacer lo mismo con los zapatos. Su Ji conocía al dependiente y no quería avergonzarla montando un número al cogerlos.
Habían sido los zapatos. Sin duda. Gérmenes en los zapatos incubados en el sudor de los pies de que sé yo cuantas personas y...
No. STOP. No pasa nada. STOP. No estoy enfermo. Solo estoy destemplado porque Jimin se fue y aún no ha vuelto.
Seis y cincuenta y cinco. Reviso las redes sociales. Ayer le mandé un mensaje por Talk y otro a su Instagram porque, a pesar de las recomendaciones de Su Ji sobre la confianza y la autovalía, estoy preocupado. Entiendo que me odie pero el hecho de que no haya abierto sus buzones cuando acostumbra a hacerlo varias veces al día me tiene estresado. ¿Estará bien? ¿Se vería muy mal si le escribo al también al Twitter? Es su red favorit...
¡Dios!
Una sombra cruza por delante de mi puerta. Me quedo blanco como una pared.
—¿Su Ji? —Tanteo el suelo en busca de las chanclas—. ¿Su Ji? —Me asomo al pasillo. Está en una penumbra absoluta—. ¡Su Ji!
La puerta del salón, al fondo, se cierra.
—Su. —Distingo su silueta tras el cristal tintado—. ¿Qué estás haciendo?
No responde. Debe de estar en medio de uno de sus episodios de sonambulismo.
El médico de la Unidad del Sueño, al que acude desde que tenía ocho años, ya me advirtió de que podía ocurrirle de vez en cuando y me dijo que, cuando la viera así, lo único que tenía que hacer era supervisar que no abriera las ventanas o que hiciera algo peligroso.
Por descontado, esa información al principio me disparó el TOC. Pensé en todo tipo de tragedias y pasé varias noches levantándome a cada hora, no fuera a incendiar la casa o a electrocutarse. Sin embargo, con el tiempo, comprobé que lo único malo de convivir con una persona que camina dormida con los ojos abiertos era ingeniármelas para reconducirla a la cama. Sin ir más lejos, la última vez la había pillado asaltando la nevera a las tres de la madrugada y me había costado horrores conseguir que soltara el plato de kimchi y que dejara de hacer música con los vasos.
Espero que esta vez sea más fácil.
Entro en el salón. El amanecer se percibe en los reflejos de los muebles y en la pantalla del televisor, que tintinea como una linterna. No hay nadie. Reviso la habitación de Jimin y las otras dos que usamos como almacenes. ¿Dónde se ha metido? No habrá salido de casa, ¿verdad? ¡Ay, no! Vuelo al recibidor pero me detengo a medio camino. Me ha parecido ver algo en la oscuridad del baño.
—En serio, Su, me has dado un buen...
Demonios.
Repaso la ducha, los azulejos azules, el lavabo y la estantería de productos para el cuidado personal. La estancia está vacía y yo me estoy poniendo histérico. Se me está yendo la cabeza. A este paso voy a terminar delirando a chorros como el profesor Wang.
"Jung Kook... Corre... Corre."
Abro el grifo y me refresco la cara.
"Enorgullécete de pertenecer al grupo de los incomprendidos, de los rechazados, porque quizás tu puedas correr".
Contemplo mi propia imagen en el espejo al tiempo que me echo el cabello castaño hacia atrás, intentado calmar mis ideas y, de paso, el ritmo desorbitado de mi corazón, pero mis sentidos están demasiado desquiciados y no me responden como quiero. No, algo no va bien. Lo intuyo y... Y...
Mi reflejo se empieza a oscurecer. Qué... Raro... Apoyo la mano en la superficie. Un intenso frío me cala en los huesos. El murmullo me sisea en la oreja. Es esa risa otra vez.
—¿Estás bien?
Doy un salto, con el pulso a mil.
—¿Kookie? —Su Ji me observa con cara de sueño y el desconcierto grabado en los ojos—. ¿Qué haces?
—¿Que qué hago yo? ¿Qué se supone que estás haciendo tu?
Mi compañera se limita a arquear las cejas, sin entender.
—Me he levantado porque tu te has levantado.
—¿Yo? —Se señala—. No, yo me he levantado porque te he oído correr por la casa.
—Pensaba que te habías ido.
—¿Y a dónde voy a ir? ¿Crees que en esta hermosa sesera no hay sentido común? —replica, divertida—. A estas horas me cuesta hasta respirar.
Le echo un vistazo al espejo. Luce como siempre. Eso significa que estoy peor de lo que pensaba.
—Anda, ya que estamos, vamos desayunar—. Mi compañera le da un manotazo al aire y busca, como de costumbre, quitarle importancia al asunto—. ¿Te apetecen tostadas a la francesa?
—¿Y eso qué es?
—Pan con huevo —responde, y enumera—: Pan dulce, huevo, queso... —Se rasca la cabeza; se le acaba de olvidar—. Huevo, queso... —Rompe a reír—. Lo demás lo voy a improvisar.
Frunzo el ceño. La última vez que se puso a experimentar terminé con dolor de estómago.
—No te irás a negar, ¿verdad? —adivina—. No puedes desplantarme después del esfuerzo titánico que he tenido que hacer para levantarme y venir a ver si estabas bien.
La sombra oscura se me viene a la cabeza. ¿En serio me lo he imaginado? Sé que cuando uno fabula no suele tener conciencia de hacerlo pero aún siento el frío en la mano y parecía tan real...
—El móvil. —Mi amiga señala el aparato que he dejado junto al lavabo—. Te acaba de vibrar.
¿Ah, sí? Vuelo por él. Es Jimin. ¡Jimin!
"Estoy bien". El pecho se me libera al leerle. "Me he alojado en casa de un amigo hasta que encuentre algo decente que alquilar así que no te preocupes".
Entonces no piensa volver. Me duele pero lo entiendo. Hasta mis padres dicen que vivir conmigo es un martirio.
"Te has dejado muchas cosas aquí". Las manos me tiemblan al escribir. "¿Quieres que te las lleve a algún lado?"
"No es necesario".
Vale. Mi oportunidad de verle se acaba de esfumar.
—Adivino que Park Jimin por fin aparece. —Su Ji detecta al instante mi cambio de estado—. ¿Ya se arrepintió?
—No —murmuro—. No quiere regresar.
Mi amiga ahoga un suspiro y se arrima, con cuidado de no tocarme, para curiosear la conversación, justo cuando un nuevo mensaje salta en la pantalla.
"Quiero aclararte que esto no es solo por la mesa".
Mis ojos bailan por las letras. Ya, supongo que es por mi persona completa.
"Te espero dentro de dos horas en la cafetería que hay al lado de la Universidad para que lo hablemos".
La sorpresa me hace repasar la frase tres veces. ¿Quiere verme?
—Dile que no. —La recomendación de Su Ji suena tajante—. Ha pasado olímpicamente de preguntarte cómo estás ni si te vendría bien quedar. —Arruga la cara, con desagrado—. Prácticamente te lo está imponiendo, como si no tuvieras nada mejor que hacer que estar pendiente de satisfacer sus deseos.
—Es que en realidad no tengo nada mejor que hacer y yo también quiero hablar con él.
Me taladra con la mirada. Nunca le ha caído bien y tampoco trata de disimularlo.
—Eres tonto.
Noto su clara desaprobación al meterse las manos en los bolsillos del pijama y darse media vuelta, rumbo a la cocina.
—"Sí, rey Jimin" —Se aleja—. "Lo que tu digas, dios Jimin".
—Su Ji...
—Optén tu dosis de humillación diaria y luego llámame para que vaya a recoger lo que deje de ti —me dice, desde el fondo—. Yo mientras tanto me voy a dar un banquete a tostadas.
Me quedo estático como un espantapájaros, masticando unas palabras que me niego a analizar, hasta que escucho el tintineo de las cacerolas en la cocina y decido arreglarme, en un meticuloso ritual de hora y media que me obliga a correr hacia la parada del autobús.
¡Tarde! ¡Llego tarde!
La mañana, pese a estar soleada, luce desapacible. Me subo la cremallera del abrigo hasta arriba y vuelo por la avenida acompañado por el estruendoso sonido de la sirenas de una ambulancia que se detiene ante las vallas amarillas.
Han cortado la calle. ¿Qué ha pasado?
Veo tres furgones policiales atravesados en medio y un gran remolino de gente congregada en torno a la parada del autobús. Una extraña masa roja y amarilla de consistencia gelatinosa se ha esparcido a lo largo del asfalto y llega hasta las ruedas del trasporte público, que se ha quedado detenido entre ambos carriles, un poco más adelante. Me acerco. Distingo dos bultos tirados en el suelo. Dos bultos grandes cubiertos con mantas azules. Es un accidente.
—No estoy bebido.
Un hombre alto de mediana edad, vestido con una camisa blanca y la insignia de la compañía de transportes grabada en el bolsillo, está sentado en el cemento frente a los cuerpos y acaba de rechazar el test de tóxicos que uno de los policía le ha entregado.
—Simplemente me apetecía atropellarlos y lo hice.
Se me abre la boca hasta el suelo.
—Si lo dice de esa manera será considerado un homicidio intencionado. —Le informa otro de los agente, con el rostro pétreo y unas esposas entre las manos—. ¿Está seguro de que no desea someterse al control médico y desdecirse?
—Desdecirme... —El acusado niega con la cabeza—. ¿Por qué habría de hacerlo cuando soy un bendecido?
Madre mía. No, si al final va a tener razón Su Ji y hay más enfermos mentales sin diagnosticar que diagnosticados.
—Yo he sido elegido. —Aquel tipo prosigue, con las pupilas embebidas en una fascinación que da miedo—. Siempre quise hacer esto.
Suficiente.
Me doy la vuelta. No quiero saber nada más o voy a terminar con una crisis que ahora no me puedo permitir. Tengo que reunirme con Jimin y arreglar las cosas así que, con eso en mente, me salto las vallas de seguridad. Cruzo al otro lado, en dirección a la parada que hay frente a los Grandes Almacenes.
"¿Dónde estás?" El mensaje me vibra en el bolsillo del pantalón. "Entro a trabajar a las diez".
Me muerdo el carrillo. No voy a llegar a tiempo.
"Creo que no podré estar ahí hasta las once". Reviso los monitores que informan del tráfico. El accidente ha provocado importantes retrasos. "¿Lo dejamos...?"
Me interrumpo. La verdad, quiero verle pero, a parte de los problemas que voy a tener para llegar, las palabras de aquel conductor y la imagen de las mantas tiradas me han dejado fatal. Debería volver a casa.
"¿Lo podemos dejar para mañana, por favor?"
"No".
Su contestación me deja fulminado. ¿No? Vaya. Debe creer que estoy en la ducha metido en un bucle obsesivo.
"Es importante que hablemos" prosigue. "Mismo sitio. A la una".
La una. A esa hora tengo clase. Ay.
"De acuerdo". Accedo por no empeorar más las cosas. "Intentaré ser puntual".
"Eso espero".
Me meto el teléfono en el bolsillo. Vale. Me quedan exactamente cuatro horas y veintitrés minutos para calmarme. Venga; gente loca hay en todas partes. Y tampoco es la primera vez que veo un atropello ni escucho tonterías. ¿Por qué estoy tan asustado?
Sacudo la cabeza y entro al centro comercial. Ya que tengo tanto tiempo, puedo aprovechar y comprarle un regalo a Jimin. Así quizás le demuestre que de verdad quiero mejorar ya que, por lo general, no soy capaz de coger nada de los expositores. Lástima que la determinación me dure lo que la puerta de cristal tarda en cerrase.
Oh, no.
La tienda está hasta arriba. Hay gente agolpada en todas las estanterías y los dependientes tienen una larga lista de espera para atender. ¿Pero qué es esto? ¿Una guerra por el mejor vestido?
—Bienvenido. —Una trabajadora con el elegante traje de chaqueta azul de la empresa pasa por mi lado cargada de perchas vacías y me sonríe—. Disfrute de las rebajas.
Reba... ¡Rebajas! Ay, madre. En qué hora se me ocurre hacerme el valiente. En rebajas.
Avanzo por el pasillo central, revisando cada sección con cara de fallo y el desasosiego bailándome por dentro. Demasiadas personas juntas. Demasiadas bacterias. Cantidades y cantidades de bacterias. Enfermedades potencialmente peligrosas y...
Dios; a la mierda. Me marcho. ¿Por dónde salgo? ¿No había otra salida a la derecha?
Aprieto la marcha y atraviso la zona de los sombreros. Está justo detrás de la escalera mecánica que lleva a la perfumería donde, para mi alivio, no hay nadie. Me detengo, cojo aire y reviso, por inercia, el expositor de las bufandas, uno de los pocos que no está rebajado. Tienen una preciosa, larga y de color salmón. A Jimin le encantaría.
Extiendo la mano, con reticencia, y acaricio la esquina. Aunque no me hace ninguna gracia necesito comprobar la calidad, y la suavidad y calidez que emana al tacto me sorprende tanto que me armo de valor y la descuelgo. Es perfecta y parece de...
Un jalón por el otro extremo hace que la tela se me escurra entre los dedos.
—Suelta.
¡Mi regalo! ¡Que se lo llevan! Aprieto el pequeño trozo que me queda.
—Yo la vi primero.
Levanto la vista. El que tira por el otro lado es un chico. Un chico de cabello castaño claro, facciones suaves y unos profundos ojos marrones que me observan con hosquedad. Ay; mierda. Repaso el óvalo de su rostro, su nariz y sus mejillas. Todo en él luce perfecto y no puedo evitar quedarme embobado, con cara de idiota, y un intenso calor en la cara. Es hermoso. Mucho.
—Te digo que la sueltes. —Él, ajeno a mi deslumbramiento, arruga la nariz—. Yo estaba aquí antes que tu y, además, lo suyo es que cedas la prioridad a los mayores.
La reviso de arriba a abajo, en parte porque sigo anonadado, y en otra porque, siendo francos, está claro que no sabe lo dice. Yo debo ser mayor que él.
—Creo que por edad la bufanda me corresponde. —Le sonrío como un papanatas—. Tengo veinticuatro. Ya estoy en el último año de la Universidad así que soy el mayor.
Sus labios dibujan una expresión divertida.
—No, solo eres un niño de Primaria.
No puedo evitar abrir mucho los ojos.
—Veintiseis y ya terminé la carrera. —Se señala a sí mismo, triunfante—. Me temo que te gano, chiquitín.
¿Eh? ¿Cómo me ha llamado?
Una serie de extraños acontecimientos están haciendo eco en el país.
Asesinatos en una cafetería, una iglesia ardiendo y ahora un conductor que atropella deliberadamente a unos peatones.
Todo mientras Jung Kook, ajeno, trata de ganar méritos para que Jimin le dé otra oportunidad.
Y ahora alguien nuevo ha entrado en escena.
No te pierdas la próxima actualización.
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