27 | Sálvame de mí mismo

No llego a tocarle. O quizá sí; no lo sé. Me siento confuso. El caos ha dado paso a un silencio que me pone aún más nervioso que los sonidos guturales de los muertos. He dejado de ver las paredes de aquel pasillo asolado por las sombras. El cuerpo me responde con normalidad. Y me sorprende descubrir que estoy frente a la casa de mis padres bajo un sol diurno que parece querer abrasarme la piel.

¿Qué ha pasado?

Miro a ambos lados en busca de algo que me ayude a ubicarme. Los coches lucen perfectamente aparcados, la avenida se ve limpia y se respira una apacible paz. Sin embargo, el desasosiego de la ansiedad me baila por las entrañas.

—¿Qué haces ahí parado? —La cabeza de mi madre se asoma por entre las rejas de la ventana del piso de abajo—.  ¿No vas entrar? —Sus ojos me observan con severidad—. No me irás a decir que no puedes porque el pomo tiene bacterias, ¿verdad?

Aquella frase me centra en el momento. Me olvido de todo.

—No, mamá —miento.

Por supuesto, los gérmenes proliferan a sus anchas ahí. No por nada he optado por llevar conmigo varios pañuelos de tela que me ocupo de desinfectar a cada uso. Es la única forma en la que soy capaz de salir de casa y moverme por el mundo aunque, claro, no se lo puedo contar.

—Ahora mismo voy  —añado, con docilidad y los ojos pegados al suelo—. No te preocupes.

—¿Y por qué habría de preocuparme? —responde—. Que alimentes o no con esa locura de la contaminación es cosa tuya.

Es verdad; lo recuerdo. Me lo dejó bastante claro el otro día. Está cansada de que falte a las consultas de psicología. Cree que no pongo de mi parte, que me he escudado en el TOC para eludir mis responsabilidades diarias y que soy un inmaduro que no logrará nunca ser valioso. Desconoce lo que me hicieron en la universidad pero, si no se lo he dicho, es porque dudo de que sirva de algo. Hasta la fecha ninguna de las  cosas que he tratado de expresarle han llegado a nada. Es mejor limitarme a callar.

"Mamá no me quiere". El eco de mi propia voz resuena en mi cabeza de forma involuntaria. "No me entiende. Desea que desaparezca. Se arrepiente de haberme dado a luz".

Me dirijo, despacio, a la puerta, con el alma en los pies. Saco el pañuelo del bolsillo. Noto el temblor en las manos al acomodarlo para asir el pomo.

—¿Ya estás otra vez con tus estupideces? —El tono autoritario de mi padre me deja congelado en el sitio—. Abre esa puta puerta como una persona normal.

—Papá... —El corazón se me dispara. No puedo hacerlo, eso no—. Es que...

—¡Que la abras! —Me arrebata la tela de un tirón—. ¡Ya me tienes harto!

No me da tiempo a nada. Cuando me quiero dar cuenta, me ha agarrado del pecho y empujado con tanta violencia contra la madera que el picaporte cruje, se rompe y me precipito sin control al interior de la vivienda.

—¡Inútil! —me increpa—. ¡Ni siquiera algo tan sencillo puedes hacer! ¡Me avergüenza que lleves mi apellido!

Las lágrimas se me saltan, en parte porque me he expuesto a una contaminación que seguro me matará pero, sobretodo, porque sus palabras son dardos que me perforan el corazón. Yo no quiero ser así. Se lo he dicho muchas veces. Daría cualquier cosa por tener una mente normal y que se sintiera, por lo menos, un poquito orgulloso de mí.

"No, no debo dar nada a quien nada merece". Mi conciencia me alecciona de nuevo. "No me trata bien. Es cruel. Y la crueldad debe ser castigada".

—¿Y ahora qué?  —Mi padre prosigue su regaño—. ¿Crees que llorando va a solucionar las cosas?

Reprimo el sollozo antes de negar con la cabeza.

—Perdón, papá —respondo—. Prometo mejorar.

—Eso dices siempre pero nunca lo haces. —No suaviza el tono—. Fuera de mi vista.

Me falta tiempo para huir a mi habitación. Atravieso el salón y paso de largo por el cuarto de baño, sin detenerme pese a que el TOC me grita que me he ensuciado y que, por lo tanto, es fundamental que me asee. No quiero que me golpeen por abrir el grifo. Ya he pasado por eso demasiadas veces. Lo mejor es que me desinfecte con gel hidro alcohólico a escondidas, que me cambie de ropa y que trate de calmarme. Sin embargo, la conversación que me llega procedente mi propio dormitorio me detiene en seco antes de entrar.

—Es verdad que puede ser difícil de llevar pero ten presente que fuiste tu el que le rogó vivir aquí, Park.

¿Su Ji?

No puede ser. Me asomo. El salón de nuestro piso en Seúl se abre ante mí. Echo un vistazo hacia atrás. Distingo el paragüero que compré al mudarme y los dos cuadros que adquirí tiempo después porque a Jimin le gustaban. Están en el suelo, pendientes de colgar.

—Es que no me imaginaba que pudiera llegar a ser tan maniático. —La respuesta de éste llega en un murmullo—. No se puede estar con él.

Me acerco, titubeante. Es raro escucharles hablar así, en confidencia. Siempre pensé que entre ellos no había cabida para nada que no fueran burlas o malas contestaciones.

—No, Kook es muy bueno. —Mi amiga me defiende—. Al principio yo tampoco le soportaba, no te lo voy a negar, pero he terminado por asumir sus particularidades.

"Es mentira, no lo hizo" objeta mi mente. "No le quedó más remedio, que es diferente" matizo. "Me necesitaba porque fui el único que estuvo ahí cuando su abuela murió. Seguro que para entonces ya había roto con Nam Joon. No quería estar sola y me encontró a mí, que andaba más necesitado aún que ella".

Las conclusiones duelen. Hasta ahora siempre había considerado nuestra unión como un afecto mutuo que había surgido solo e ido bien. No se me había pasado por la cabeza que pudiera haber sido por interés. 

—Ya sé que Jung Kook es lindo —contesta Jimin—. No soy tan tonto como para no detectarlo pero, con la convivencia, los defectos elipsan las virtudes.

"A los ojos de Jimin soy basura" prosigo divagando. "Esto no es nuevo;  ya lo sabía pero no por ello deja de ser menos injusto. Mi corazón le ha tenido en un lugar privilegiado. Le he dado todo lo que he podido, fuera mucho o poco, con sinceridad. Sin embargo, él no ha respondido igual".

Retrocedo, hecho un mar de lágrimas. No quiero seguir escuchando. Necesito salir de la casa, huir y correr lejos de allí pero no puedo porque me tropiezo con mis propios pies. Caigo al suelo. Escucho a mi padre otra vez. Está hablando con mi madre sobre la necesidad de echarme del domicilio mientras, de la nada, mis compañeros de clase me agarran de los brazos en un aseo de la facultad y me meten la cabeza dentro de W.C, entre risas.

—¿Qué pasa, Kookie? —se burla el líder de la acción—. ¿Te molestan mis gérmenes? ¿Vas a morir de una infección si te toco?

No. ¡No! ¡Que paren! ¡Ayuda! Pataleo. ¡Me ahogo! ¡Y voy a morir!

—Jeon, idiota. —Se inclina cuando sus dos colegas me dejan sacar la cabeza por fin, empapada y llorosa, del excusado—. Por lo menos ahora puedes decirlo con razón.

Dios mío.

Me encojo en el suelo. El mundo me ha tratado muy mal. Era consciente pero no me había puesto a procesarlo todo a la vez. He estado solo. He sido despreciado. Incomprendido. Rechazado. Maltratado. Abandonado. Por eso dejé las terapias; no encontraba una razón para continuarlas.

—La venganza es un término de definición cruel mas a veces es la única herramienta que permite alcazar la justicia.

La imagen proyectada de mi otro yo se levanta del suelo, imponente. Detrás de él, un Seúl vacío, sumido en la espesa niebla de Joel, me grita que el fin de la existencia está a las puertas.

—Hacer caer a quien deba caer. —La profundidad de sus ojos es abrumadora—. Este es el camino del renacer, una inflexión temporal necssaria para que los que sobrevivan merezcan autodenominarse humanos.

Asiento, en silencio, mientras la humedad continúa deslizándose por mis mejillas.

—Por fin lo comprendes. —La sonrisa triunfante ilumina sus mejillas—. Ha sido difícil, mi apreciado niño, pero lo has visto no solo en lo que te hicieron a ti sino en el comportamiento de tu compañero Lee, cuyo egoísmo ha aniquilado un oasis de bienestar a su paso.

—Ya —murmuro—. Es cierto.

—Entonces toma el estandarte del cambio.

—¿Para que se produzca el sacrificio que salve a todos?

Asiente.

—Asume tu papel.

Mi...

Papel...

Sí...

Lo haré.

Me incorporo, con el bate entre las manos, bajo el estruendo de las balas, los gritos y el caos. Estoy en ese refugio de donde no me he movido y que ahora se ha convertido en el mismo infierno gracias a ese desgraciado amigo de Yoon Gi. Le busco, con la rabia ebullendo en la sangre. Merece morir de la peor forma. Ya lo creo. Lástima que no le vea. Ansío reventarle el cráneo. ¿Dónde estará?

Me centro en los gritos. Entre medias de la debacle distingo a un tipo agarrado al marco de una puerta que se resiste a ser absorbido por el maremágnum de muertos que le muerden y tiran de él. Ahora recuerdo que ese individuo estuvo protestando por la luz y también que le robó parte de la ración de sopa a otro ayer. Con la excusa de sostenérsela mientras se ataba un cordón, vertió más en su propio vaso. Lo vi.

Qué malnacido. 

—Ayuda...  —Sus ojos de mediana edad me detectan—. Chico... Jung Kook.... —implora—. Ayúdame... Por... Por favor...

—Oh, claro. —Ni siquiera me lo pienso al levantar el bate sobre mi cabeza—. Te voy a ayudar ahorrándote el desangramiento.

Descargo el golpe contra él. Aúlla pero no siento lástima. Más al contrario; me alegro. Le propino un segundo batacatazo que le hace caer. Los muertos le agarran por las extremidades. Ya está. Me preparo para rematarle.

—No, Kook. —El tubo metálico de Tae me intercepta y me impide completar la acción—. No lo hagas.

—¡No te metas! —contesto con una ira desconocida—. ¡Merece morir! ¡Lo merece!

La molestia se adueña de mí al imprimar más fuerza al bate y comprobar que mi adversario no está dispuesto a dejarme hacer lo que debo. No es justo. Maldita sea; tengo que deshacerme de las malas personas. Es mi papel.

—Quítate —siseo—. No eres un modelo de virtudes a seguir como para que me dictes lo que puedo o no hacer.

—No eres tu el que habla —responde—. Se han metido en tu cabeza. No les dejes.

—¡No digas idioteces! ¡Soy yo! ¡Lo que pasa es que por fin tengo las cosas claras!

Forcejeamos. Me empuja contra la pared pero mi rabia es tan grande que me las arreglo para pegarle una patada con la que consigo apartarle un poco. Sin embargo, Tae es incombustible y, pese a que los muertos nos asedian, se zafa de varios antes de volver a por mí. Pretende inmovilizarme por las muñecas. Luchamos. No le permito que me agarre. Le golpeo en el hombro. Él me propina un batacazo en el estómago.

—No quiero hacerte daño —murmura.

—¿Crees que me importa?

Intento darle de nuevo. Me intercepta.

—Puedes detenerlos —prosigue—. Quizás seas el único que pueda. Lo hiciste en el estacionamiento.

El momento me viene a la cabeza pero no recuerdo bien lo que pasó. Tengo una laguna mental.

—¿Qué mierdas estáis haciendo? —Los disparos de Yoon Gi detienen por unos instantes la avalancha de muertos que se nos vienen encima—. ¡Estúpidos niñatos! ¡Moved el puto culo! —Vuelve a disparar—. ¡Me estoy quedando sin munición! ¡Hay que buscar camino seguro! ¡Jung Kook, tienes que guiarnos!

No; qué más da. No se van salvar. No pueden. Son malos. Todos los son.

—Kook. —Tae baja la barra con la que se ha defendido de mi ataque—. Peque, por favor, vámonos.

No llego a responder. Ha bajado la guardia y, ahora que está desprotegido y mantiene su atención en mí, un cadáver se le ha acercado por detrás. Va a  morderle.

"Es mi momento" me digo. "Quemó una iglesia guiado por su odio con personas dentro. Debe morir".

Empuño el bate. No se mueve. Ya es mío. No merece pertenecer al mundo. Es mi función hacerle desaparecer. Es... Mi... Destino... Y... Yo... Yo deseo...

STOP.

No. Le amo. Y él me ama también. Lo ha dado todo por mí muchas veces. Es la razón que necesitaba para sanar el TOC. El afecto que nunca tuve me lo ha dado sin pedirme nada.

Deseo que esté bien. Mi mayor anhelo es verle feliz.

—¡Fuera! —Golpeo al muerto que trata de atacarle—. ¡No, no, no! ¡No quiero! ¡No lo voy a permitir! ¡No!

"Querido yo, no estás siguiendo las normas". Mi voz interior se torna seca, dura. "El sacrificio es necesario".

—¡Y una mierda! —Suelto el bate y me agarro la cabeza a fin de apretarme las sienes. Necesito que se calle—. ¡No te voy a escuchar nunca más! ¡No! ¡Fuera! ¡STOP!

Grito. Me duele el alma y también el corazón. Siento los desprecios del mundo como si me acabaran de ocurrir. Ayuda. ¡No lo soporto!

—¡Kook! —Tae se deshace de varios atacantes antes de abrazarme y apretarme contra él—. ¡Venga!

—No puedo más... —sollozo—. Es insoportable... Haz que me dejen...  Tae... —Me abrazo a su cuello—. Sálvame...  De mí mismo...

—Haré lo que sea, lo sabes. —Su calidez invade mi oído—. Cualquier cosa por ti.

Se escuchan más balazos. Farfulleos. Alaridos guturales. Ante nosotros los cadáveres que nos cercaban empiezan a desplomarse partidos por la mitad como si de un melón abierto se tratase.

—A mí no me lo has pedido pero también lo haré. —Jimin, manchado de sangre de arriba a abajo y con un evidente gesto de cansancio, se refleja en mis pupilas empuñando una katana manchada de sangre—. No te tolero, Tae Hyung, pero voy a ayudarte. —Su espada brilla al dirigirla contra los muertos—. Saca a Kook de aquí como sea. Solo a ti te va escuchar. Yo te abriré paso.

N/A: Hoy les pido un enorme favor. Hace un tiempo, mientras reescribía la historia, Wattpad tuvo un error y la historia desapareció por unas horas. Tiempo después reapareció en borradores y, aunque la volví a subir, se borró de todas las listas de lectura. Yo había invertido mucho tiempo en darle visibilidad dentro de Wattpad... Concursos y de todo que no han servido para nada por culpa de ese borrado. Incluso me descalificaron de premios por esto. Es decir, que  todo mi esfuerzo fue a la basura y eso me desanimó mucho.

Aún pues aquí seguimos. Por eso, si gustan, les pido que me ayuden a que recupere la visibilidad perdida agregándola a listas de lectura. Me ayudarían muchísimo. 🥺

Gracias de antemano ❤️

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top