12 | MoonNight

Avanzamos por la avenida, saltando de coche en coche y de portal en portal para evitar ser vistos. El hombre de la bombona de gas debe de andar por algún lado y, entre medias, nos topamos con varias personas más, algunas víctimas y otros verdugos. Observo, impotente, como un grupo de cerca de diez desquiciados unidos en manada persiguen a un pobre matrimonio hasta que los cazan. Las lágrimas se me saltan al apretar los ojos, agazapado tras una furgoneta volcada, mientras espero a que sus súplicas y gritos de dolor cesen.

Los están masacrando y no puedo hacer nada. Son muchos. Demasiados.

A Su Ji se le escapa un sollozo.

—Cállate. —La queja de Nam Joon suena más alta de lo debido—. Tápate la boca.

Dos del grupo se acercan hacia donde nos encontramos y husmean en el aire, como si nos rastrearan. Me abrazo el cuerpo y rezo todo lo que se me ocurre. Tae aprieta la maza, de la que no se ha separado ni un segundo. Las siluetas se aproximan aún más. Sus pasos se me meten en los tímpanos.

—No —dice uno—. No hay más pecadores.

—¿Estás seguro? —Su acompañante se muestra dudoso—. Me ha parecido escuchar el quejido de un demonio. Parecía un alma femenina corrompida que lloraba por ser salvada.

Esa lógica da miedo. Suena a delirio y lo peor es que lo comparten entre todos. Nam Joon se tensa. La sierra, que al final ha terminado aceptando, le tiembla en el regazo.

—La zona está purificada —asegura otro—. Se siente la grandeza del juicio del Altísimo.

—Te digo que hay un alma corrompida por algún sitio.

—Va —accede una voz fuerte que parece estar al mando—. Revisa entonces.

Mierda.

El tipo se acerca. Veo por el cristal del escaparate lateral su imagen de medio lado. Se trata de un hombre alto de mediana edad y lleva una escopeta. ¡Una escopeta! ¡Joder! Me tiro contra el suelo en cuanto revisa la zona de la tienda y busco algo con lo que defenderme pero no encuentro nada. Solo tengo el martillo en el cinturón y, por descontado, de poco me va a servir.

—Cálmate —sisea Tae, que se ha tirado a mi lado—. No te preocupes.

¿Que no me preocupe? ¿Y cómo rayos quiere que... ?

Mi mente se interrumpe cuando se separa de mí y se aleja, a rastras, hasta el coche de al lado. ¿Qué hace? Desliza el mango de su maza por debajo de las ruedas. Un gato sale despedido, maullando como si estuviera gritando.

—Es un animal. —La treta funciona porque el tipo de la escopeta se da la vuelta y regresa con el grupo—. Está limpio. Prosigamos.

Creo que los pulmones están a punto de salírseme de la boca cuando se pierden avenida abajo. Madre mía. Si no tuviera TOC me lanzaría sobre Tae y le daría el abrazo más efusivo del mundo. No solo es valiente sino también inteligente. Me pregunto a qué se dedicaba antes de que esto ocurriera. Recuerdo que mencionó que había terminado la carrera.

—¿Habéis visto eso? —Nam Joon ahoga una exclamación—. ¡Se están organizando! ¡Esos locos asesinos se están asociando! ¿Qué vamos a hacer?

—Intentar que no nos cojan, obvio. —Su Ji entrecierra los ojos; ya no parece tan dócil con él y sí mucho más agresiva—. Vaya pregunta más tonta.

—Espera, ¿me estás llamando ignorante?

—No lo sé, ¿lo he hecho?

Ya están otra vez.

Desvío la atención de nuevo a Tae. Se ha adelantado unos metros y parecer analizar el camino que tenemos por delante y que luce solitario e intimidante. Le observo agacharse e inspeccionar los cuerpos caídos, en busca de algo de utilidad.

Sin él estaríamos muertos hace mucho. Yo estaría muerto. O, de no estarlo, me sentiría solo, incomprendido y asustado. Me vería también incapaz de seguir. Sin embargo, él tramite seguridad. Su presencia me inunda de emociones positivas que nunca antes había experimentado con tanta intensidad. Es como si su compañía fuera una especie de refugio con garantías de felicidad. ¿Que sentirá él con respecto a mí? Antes ha comentado que es consciente de que nunca lo abandonaré. Eso significa que le agrado, ¿verdad?

El rechinar de unas latas en un callejón anexo me hacen dar un bote. Se trata de otro par de gatos, que zigzaguean por el lugar pero, cuando ya estoy a punto de relajarme otra vez, la detecto.

La sombra.

La piel se me eriza. Está detrás de Tae.

"¿Le quieres?"

No...

"¿Te importa mucho, Jung Kook?"

No...

"¿Es este tu deseo?"

A él no... No...

¡Tae!

Le empujo antes de que esa cosa le alcance. Trastabillamos y caemos juntos. La calle se transforma en oscuridad.

—Están aquí —advirto—. ¡Están aquí!

Salimos en estampida, literalmente, avenida abajo. Las sombras nos siguen. Son rápidas. Muy rápidas. Sin embargo, las distingo a la perfección y sé por dónde ir para evitarlas. Asumo la delantera. Los demás me siguen. Tuerzo por la boca calle anexa, limpia, atravieso por dentro unos portales que conectan con otra calle y luego voy a la izquierda. Una de ella se me atraviesa y se ensancha pero retrocedo y la sorteo. El resto me imita, a tientas. Aprieto el paso y sigo cambiando de calle y de dirección hasta que, por fin, las pierdo de vista.

Nos detenemos. Hemos llegado a la intersección que lleva a la zona universitaria y a la derecha los letreros rotos de MoonNight, la empresa de publicidad de Jimin, nos saludan. La oficina tiene los cristales destrozados, la puerta arrancada y el mobiliario tirado por el suelo. Un hombre yace sobre su mesa, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo y una contusión en el ojo y otra de sus compañeras está desmenbrada, sin brazos ni piernas, a sus pies. El pulso me abandona.

—¿Jung Kook? —La voz de Tae me llega lejana—. Eh, peque.

Los pies me conducen hacia el interior, por entre medias de los miles de cristales, bolígrafos, papeles e innumerables objetos que no soy capaz de distinguir.

—Aquí trabajaba Jimin —murmuro—. El día en que lo contrataron vine a verle para darle la enhorabuena. La asignaron la mesa de...

Me interrumpo. Su espacio de trabajo se ha convertido en un basurero lleno de salpicaduras de sangre. Reconozco la lámpara con forma de luna que compramos juntos el día en que le escribieron el mensaje para decirle que había pasado la entrevista. Por ese entonces llevaba apenas dos semanas viviendo en casa, estaba radiante y yo también.

—Quería hablar con él. —Mi voz se escucha llorosa—. Necesitaba disculparme por todas las veces que trató de acercarse a mí y yo no se lo permití —continúo—. Quería estar a mi lado, ser algo, aunque fuera despacio. Pero ese "algo" nunca se tradujo en nada porque el TOC no me dejaba.

Su jersey verde está bajo la silla volcada, hecho una pelota sanguinolenta. Piso algo duro. Los ojos se me empañan al levantar la suela y ver que se trata de su móvil. Lo sé por la pegatina de la carcasa. Yo se la puse.

—Quería que supiera que lo lamento. —Me esfuerzo por no romper a llorar—. Lamento ser como soy y lamento haber abandonado la terapia y... —El nudo en la garganta me ahoga—. Es culpa mía... No le correspondí... Y le hice daño y... Jimin... Perdón... —Un lágrima se me escapa—. Lo siento... Por mi culpa se fue... Se fue...

—Nuestras decisiones son solo nuestras, Kook. —Las palabras de Tae me acarician cargadas del sentido común que a mí me falta—. Somos los únicos responsables de ellas.

Puede pero aún así me siento mal.

—Además, que hayas encontrado sus cosas no significa nada —prosigue—. Tu también perdiste el teléfono mientras huías y sigues vivo.

Le miro.

—Yo creo que escapó —concluye—. De lo contrario su cadáver estaría por aquí.

—Pienso lo mismo —interviene Su Ji, desde la entrada—. Además, estamos hablando del señor Park, el maestro del escaqueo.

Vuelvo a mirar el móvil destrozado y a continuación el jersey. Es posible que...

"Jung Kook".

Levanto la cabeza. La sombra avanza sobre el techo.

"Pobrecito Jung Kook. Park Jimin te lastimó. Todos te lastiman".

—Chicos...

Apenas me da tiempo a avisar. El cadáver del hombre se levanta de la mesa. La joven sin extremidades serpentea hacia nosotros. Y, de repente, estamos de nuevo en la calle y esta vez son los muertos los que nos rodean. Tae golpea a unos cuantos con la maza. Trato de imitarle con el martillo pero son muchos. Muchísimos.

—¡Yo me cago en su puta madre! —Nam Joon les vacía el extintor de la empresa—. ¡Morid de una vez, cabrones! ¡Morid!

Algunos muertos retroceden por la presión de la sustancia pero otros les sustituyen, sin cuartel y, por supuesto, sin opción a movernos. Nos replegamos en círculo.

—¿Ves algún sitio por dónde escapar? —La espalda de Tae choca con la mía—. Si tu visión divina nos salva el culo otra vez juro que te prepararé yo mismo el sashimi que tanto te gusta.

—¿Y me lo tienes que ofrecer justo cuando no veo nada? —protesto.

—Lo hago para motivarte.

Es entonces cuando llega el estallido.

Parece una bomba. No, no lo parece: lo es. Y detrás explota otra, que genera que los muertos nos olviden y se agolpen en la dirección del estruendo, como animales. Un par de chicos se asoman por detrás del coche blanco que está en mitad de la calle.

—Yoon Gi, tira otra. —El que parece mayor se retuerce las manos, nervioso—. Lánzala para que no vuelvan.

—No las voy a desperdiciar solo porque te dé inseguridad, Lee. —El tal Yoon Gi, un chaval de cabello castaño, ojos muy alargados y gesto serio, nos mira, ceñudo—. ¡Eh, vosotros! —grita—. ¿A qué esperáis? ¡Venid si queréis vivir! ¡Mi culo me es muy preciado como para exponerlo así!

Yoon Gi ha entrado en escena.
¡Y qué entrada!
Te espero en la próxima actualización.
No te la pierdas.

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