11 | TOC
Una caravana de vehículos nos impide seguir. Tae frena. A través de los cristales, se aprecia un ambiente caótico que parece extenderse un buen trecho aunque, bajo la oscuridad reinante, es imposible determinarlo con seguridad.
—Fin del trayecto. —Nuestro conductor apaga el motor y, sin temor alguno, se baja—. Vamos a tener que continuar a pie.
La linterna de su móvil alumbra por entre los coches, en zig zag. ¿Se va tan rápido? ¡Ay, rayos! No tardo ni un segundo en coger el bote de desinfectante, accionar la puerta ayudándome de una gasa limpia e ir detrás.
La protesta de Su Ji resuena a mi espalda. No quiere bajarse y es lógico, claro, pero no podemos quedarnos quietos, expuestos a cualquier amenaza y a la intemperie. Necesitamos encontrar un lugar donde resguardarnos y, de paso, algo de comer. Antes de parar, el salpicadero del coche marcaba las doce de la noche. Eso significa que hemos pasado el día entero huyendo y que llevamos ya dos sin llevarnos nada a la boca.
Con razón me siento tan exhausto. Y con razón también me suenan las tripas. Me pregunto si soy el único al que le pasa. Nadie ha dicho nada sobre tener hambre. ¿Me convierte eso en el comilón de grupo?
Avanzamos por el cementerio de automóviles, ayudándonos de las luces de los teléfonos. Veo mochilas y maletines de trabajo tirados por entre las ruedas, papeles desperdigados por todas partes, chaquetas, botellas y hasta zapatos. Algunos coches tienen las puertas abiertas. Otros los intermitentes prendidos. Un par se han estrellado contra la pared del túnel. Piso una bolsa de patatas fritas. El crujido al partirse bajo mi peso retumba en medio de la quietud.
—Buscad comida y objetos que podamos usar para defendernos —indica Tae.
—Perfecto.
Me quedo como un tonto mirando cómo Nam Joon se hace con una mochila y empieza a guardar las botellas que hay por el suelo sin dudar. Yo no puedo hacer eso. Tiene bacterias. Y gérmenes. Montañas y montañas de gérmenes diminutos e imperceptibles que me podrían matar.
Los ojos me empiezan a escocer. ¿Por qué tengo que pensar así? Quiero ayudar; ser útil. Ojalá pudiera ignorar la obsesión.
—Kook, no te agobies.
Aparto la vista de Nam Joon. Tae acaba de abrir un maletero y ha encontrado varios sobres de ramen y un paraguas, que examina minuciosamente antes de deshecharlo.
—Tu ya haces demasiado. —Me contempla con ese gesto de comprensión que tanto me agita el corazón—. Gracias a ti estamos vivos.
—No sé —musito.
—¿Cómo que no? Eres nuestro guía en medio de este desastre. —Sonríe—. Si ves algo útil, dímelo y lo cogeré por ti. Y todo lo que necesites dímelo también, por favor —añade—. Estaré contigo para aliviar tu miedo siempre.
—Yo también estaré para ti —respondo, sin pensar.
—Lo sé, peque. Ya he comprobado que no me dejarás atrás.
Bajo la vista. Claro que no. Nunca lo haría.
—¿Cómo es que conoces el TOC tan bien? —cambio de tema porque me estoy empezando a poner nervioso otra vez—. Captas a la perfección lo que me pasa en cada momento.
—Mi madre tenía lo mismo.
"Tenía".
—¿Y ya no? —prosigo—. ¿Se puso en tratamiento y lo superó?
—Murió. —La contestación se me antoja melancólica—. Se suicidó hace cinco años.
Dios. Es horrible.
Que Tae sepa tanto de mi enfermedad porque ha convivido con ella me da mucha tristeza. Que comprenda cómo me siento porque vio a su madre pasar por lo mismo me duele. Y que trate de ayudarme porque la perdió a ella hace que me entren ganas de llorar. Él también lo ha tenido que pasar muy mal. No puedo permitir que se preocupe. Tengo que esforzarme en controlar la mente.
Me lo digo mientras le observo revisar el interior de todos los autos que puede y también al encontrar el gato que se nos cruza de improviso y que nos da un susto de muerte. Lo repito cuando Su Ji nos llama para enseñarnos las herramientas que ha descubierto en la parte trasera de una furgoneta, Tae se hace con una maza y yo me obligo a atarme un martillo en el cinturón. E insisto en ello al entrar a registrar la caravana averiada que otro vehículo estaba remolcando y descubrimos que tiene una cerradura que funciona y una cama y que, por lo tanto, puede ser un buen lugar para comer la masa de fideos del ramen y descansar. Mas, sin embargo, no logro tranquilizarme.
No puedo tumbarme en el colchón de otra persona. Sencillamente no y, como el suelo no es una opción, no me queda otra que tratar de desinfectar con gel la mesa y una de las dos silla, echar medio cuerpo sobre la madera y quedarme ahí medio tieso. Cierro los ojos. No voy a poder dormir. Acomodo mejor la cabeza. No, no puedo. Nam Joon, frente a mí, ahoga un ronquido. Vaya; qué suerte que sea capaz de desplomarse en cualquier parte. A mí también me gustaría. Me vuelvo a acomodar. Busco a Su Ji, que se mueve en la cama, y luego a Tae, que se ha sentado contra la puerta y también parece dormitar. En verdad lo que me ha confesado es triste. Su madre tenía TOC y se suicidó.
—¿Qué te pasa? —No tarda en detectar mi mirada—. ¿No puedes dormir?
—Es que... —titubeo; no sé si sea adecuado que le exprese mi preocupación o... —Tu... —Sí, no pasa nada. Antes ha dicho que le puedo hablar con libertad—. Estoy pensando que lo de tu madre ha debido ser muy difícil para ti.
—Un poco —reconoce—. Pero no tanto por su enfermedad sino por mi padre —agrega—. Ella padecía un TOC de daño, ¿sabes? Le angustiaba la posibilidad de lastimar a alguien, se agobiaba pensado que era mala persona y que merecía morir y, para contrarrestar la ansiedad, rezaba sin parar y comprobaba continuamente su forma de hacer las cosas.
—¿Y no fue a terapia?
—Lo intentó pero mi estupendísimo padre que, como ya te he contado, es pastor evangélico y dirige una secta de devotos locos, le anuló la cita y la convenció de que Dios era lo único que podía aliviar sus "pensamientos inducidos por Satanás".
Algo parecido me había dicho mi abuela a mí. Por supuesto, jamás había vuelto a exponerme ante ella.
—La metió en la iglesia y eso empeoró su enfermedad —continúa—. Sus obsesiones se dispararon.
"Si antes rezaba y se agobiaba por sus posibles pecados, entrar en un ambiente en donde todo eso cobraba un marcado sentido, la puso mucho peor. Lo único que hacía durante el día era orar y recitar el rosario. Leía en voz alta las escrituras de la Biblia mañana, tarde y noche y descuidó su trabajo, sus amistades y hasta la excelente relación que siempre había tenido conmigo. La ansiedad no le permitía salir del bucle ni un solo segundo.
Traté de ayudarla. La intenté llevar muchas veces al hospital pero siempre se negaba y al final terminaba yendo solo yo a hablar con el psiquiatra de turno en busca de pautas que me permitieran rebajar su dolor. Fue así como aprendí todo lo que respecta al TOC y sus terapias. También leí un montón de libros sobre cómo implementar las técnicas y al principio fue bien.
Como no podía sacarla de la iglesia, me metí en ella y, entre misas y reuniones, empecé a hablarle del miedo a dañar a otros como si yo fuera el que lo tuviera. Me costó algunos meses que reaccionara pero, para cuando lo hizo, mi padre me descubrió. Como el hijo de puta que es, dictaminó que yo estaba realizando actos impuros en su congregación y me echó, no solo de allí sino también de casa. Al año siguiente mi madre apareció muerta en la sacristía. Se había tomado tres cajas completas de Anafranil".
La respiración se me corta. Ahora me parece más horrible todavía.
—Lo siento.
—Eso me hubiera gustado que hubiera dicho mi padre. —Su respuesta suena apagada—. Sin embargo, justificó su muerte bajo los inescrutables designios de Dios y se quedó tan tranquilo.
—No creo que Dios tuviera nada que ver.
—Ni yo.
Sus pupilas castañas se clavan en las mías. Me cuesta sostenérselas pero lo hago.
—Gracias... —Mi voz suena en un hilo tímido—. Por contármelo, digo.
—No, gracias a ti por preocuparte.
Abro la boca pero la vuelvo a cerrar. Me acabo de quedar en blanco y el corazón me late a mil por hora. Menos mal que Nam Joon protesta sobre lo alto que estamos hablando porque si no hubiera cavado un hoyo para esconder la cabeza dentro. Las mejillas me arden y no quiero que me vea avergonzado. No, no, no.
Abandonamos la caravana en cuanto empieza a amanecer aunque en el túnel la oscuridad es la misma y la densa quietud se mantiene como si el tiempo no hubiera transcurrido. Sorteamos la colisión entre tres coches. Uno de los conductores yace al volante, con la cabeza levantada hacia el cielo y un hilo de sangre seca en la cara. Saltamos por entre la moto volcada y dejamos atrás el cuerpo de un policía apoyado en su patrulla, con la tripa abierta de cuajo, los intestinos colgando, y un enorme charco de sangre oscura plagado de moscas a su alrededor.
Ay. Madre mía.
Seguimos. El tiempo se hace eterno hasta que un soplo de viento nos indica que, por fin, estamos fuera. El cielo está pintado de naranja y amarillo pero la humareda es tan espesa que empaña los colores. Se oyen ecos de lamentos ahogados. Algunas personas aún corren por las calles. Otras se nos atraviesan por delante y se meten en el túnel. Una mujer grita desesperada envuelta el llamas hasta que se desploma como un tronco viejo.
La pesadilla continúa.
—Qué mierda —murmura Nam Joon—. Sin un coche nos las vamos a ver muy mal.
Cruzamos la avenida. La mayoría de los locales tienen las persianas echadas y aseguradas con candados y, los que no, están desvalijados o en llamas. Pasamos de largo por una oficina bancaria donde un grupo se ha aglutinado, por una tienda de alimentación con dos tipos peleándose a puñetazos y por una peluquería con varios cadáveres que alguien ha alienado como un psicópata que muestra su exposición de muñecos. Muñecos ensangrentados con el cráneo abierto de cuajo en el lugar en donde debería ir el cabello.
Dios mío. Intento no mirar. El espectáculo es demasiado espantoso. Se me está poniendo el estómago del revés.
—¡La bendición! —Una mujer joven, desnuda y bañada en sangre, sale a nuestro encuentro, con un cuchillo entre las manos y los ojos enfiebrecidos—. ¡La gloria de la salvación!
No nos da tiempo a reaccionar. En un segundo se ha lanzado sobre Su Ji, la ha tirado al suelo y forcejea con ella con la intención de clavarle el arma en el cuello. ¡Ay, joder! A Nam Joon un tipo le cae por detrás, armado con una cuerda y le atenaza la garganta. Tae corre en su ayuda y yo trato de hacer lo propio con mi amiga pero el sonido de una sierra eléctrica se me pega a la espalda y me obliga a detenerme. La hoja dentada me pasa rozando el brazo.
—¡Infieles! —Resuena un eco desquiciado—. ¡Hijos del demonio! ¡Infieles!
El motor vibra en mis oídos. Lo esquivo, como puedo. La sierra corta el aire pero no tarda en corregir la dirección.
—¡Abaza la redención! ¡Arrodíllate y acepta la clemencia del Altísimo!
Me caigo de bruces. Busco el martillo pero no soy capaz de soltarlo del cinto de modo que echo mano de uno de los cristales rotos que se esparcen por la calle y se lo incrusto en el zapato. Mi agresor se retuerce. Repito la operación pero ni por esas suelta la maldita máquina.
—Esto es por tu bien. —La levanta sobre mi cabeza—. Y, además, siempre quise hacer esto.
Repto hacia atrás. La sierra zigzaguea ante mis narices. Consigo levantarme. Otro tipo aparece, armado con una especie de soplete. Su Ji se incopora, llorando. A sus pies yace la mujer desnuda, boca arriba, con los ojos muy abiertos y el cuchillo atravesado en la garganta.
—¡Su Ji! —Corro hacia ella—. ¡Su Ji!
—La he matado... —solloza—. Lo he hecho...
Tiro de ella pero no soy lo bastante rápido. Apenas me da tiempo a cubrirla con mi cuerpo. El motor de la sierra ruge.
—¡Esto es tan liberador! —proclama nuestro atacante—.¡Este es el designio de Dios! ¿Os creíais la resistencia que encarna el mal en el hombre? ¡Siento decepcionaros!
El mazazo le llega por la espalda, fuerte y certero, y le revienta el cráneo a la primera. El sonido cesa. El cuerpo cae al suelo.
—Yo siento decepcionarte a ti. —El rotro de Tae luce una expresión fría, seca—. Los designios de Dios me los paso por los huevos.
El aire me vuelve a los pulmones. Mi amiga se restriega los ojos, con pecho agitado al comprobar cómo Nam Joon, que se retuerce en el suelo, le logra propinar una patada a su rival y a continuación le derriba para estrangularle con la misma soga. El tipo queda como una marioneta.
—Qué hijo de puta... —murmura, agotado y con expresión de perplejidad—. Ese bastardo me ha convertido en un asesino... Yo no soy un asesino... No lo soy...
Su Ji se acerca y lo abraza. Él, abrumado, que se deja, sin quitar los ojos enrojecidos del cuerpo sin vida que yace con el rostro amoratado y la lengua fuera.
—Qué he hecho... Qué he hecho...
—Defenderte. —Tae se arrodilla ante los cuerpos—. Ahora todos tenemos que hacerlo.
Se guarda el cuchillo y la soga y le tiende la sierra eléctrica.
—¡No, no, tío! —Nam Joon lo contempla como si acabara de escapar de un manicomio—. ¡Entiendo lo que dices sobre la importancia de defenderse pero no quiero ir con eso amenazando por ahí a nadie!
—Mira a tu alrededor y dime si verdad crees que la amenaza eres tu. —La lógica es aplastante. Aplastante y serena—. Si no matas, te matan. Si no lo hacen los defensores de la redención, lo harán los muertos que se levanten. Cuanto antes lo entiendas, mejor.
Las vivencias de Tae han sido dolorosas pero le permiten entender a Jung Kook y algo parece estar surgiendo entre los dos.
Por otro lado el caos obliga todo.
Si no matas, te matan.
No te pierdas la próxima actualización.
N/A: quizás no se aprecie ya que las escenas son las mismas pero en este capítulo he metido re escritura en varios párrafos. Creo que se lee mejor.
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