ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴛʀᴇꜱ

ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴛʀᴇꜱ

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━━━LAS COSAS NO MEJORARON MUCHO DESPUÉS DE ESO.

Antheia ya había perdido la cuenta de todas las humillaciones que se había visto sometida a soportar en el primer mes siendo la esposa de un dios. 

Cada mañana, almuerzo y cena recibía lo peor de las cocinas; sus vestidos por suerte habían sido un regalo de la señora Afrodita, porque si fuera por Apolo, le darían vestidos viejos, rotos y hasta comidos por polillas. Por donde sea que pasara, siempre había risitas burlonas; las otras mujeres la excluían, la empujaban y le hablaban con altanería. 

Ella respiraba profundo y se decía que solo tenía que hacerse un lugar. Lo cual era muy dificil considerando que la única manera era ganarse el corazón de Apolo, y ella no estaba muy dispuesta a dejar que la tocara después de ese primer día en el palacio.

Pero esa mañana al despertar había llegado a su límite, dos de las mujeres se habían atrevido a entrar en sus aposentos y le habían cortado un mechón de cabello mientras dormía.

—Tranquila, señora, no se nota —dijo Liria sirviendole una copa de vino.

Antheia no estaba segura de si le mentía o no, pero al menos había hecho un trabajo magnifico escondiendo el corte con un recogido y joyas. Pero eso no impedía que ella siguiera buscando ver si realmente se notaba.

—Que alegría que me visites, querida.

La voz de la señora Afrodita la hizo sobresaltarse. Se levantó rapidamente del sillón, dandole la espalda al tocador de la diosa y la reverenció.

—Es mi alegría verla —respondió en tono suave.

Afrodita, quien acababa de ser avisada que su nieta estaba en su templo, había entrado en la habitación con los brazos abiertos y una gran sonrisa.

Sonrisa que se esfumó en cuanto vio los labios de la joven intentando contener el llanto.

—¿Qué ocurre?

Antheia no pudo soportarlo más y rompió en llanto. Se quejó por largo rato y Afrodita la escuchó, sintiendo algo de compasión y enojo por como esas fulanas estaban tratando a su niña. Sintió la ira hirviendo en sus venas cuando escuchó como las Musas la humillaron y como Apolo lo había planeado todo. Sabía que algo así podía darse, pero no pensó que sería tan malo.

Había juzgado mal el rencor del dios del sol.

—Tienes que seducirlo.

La joven se cruzó de brazos, con aire derrotado, y negó con la cabeza.

—No quiero, es un esposo horrible.

Afrodita puso los ojos en blanco y la tomó del mentón bruscamente.

—Nada va a cambiar hasta que no lo seduzcas.

—¡Es imposible, ni siquiera me dejan acercarme a sus aposentos! —exclamó frustrada—. He intentado ir, pero sus guardias siempre me dicen que está con alguien más, no me dejan entrar de ninguna forma.

—Entonces hazlo fuera, cuando lo veas por alguna parte del palacio o en los jardines —espetó irritada—. ¡Por todos los dioses, Antheia! Te eduqué para ser capaz de hacer que un dios se arrodille ante ti. Si tan enojada estás por lo que te hizo —se inclinó hacia adelante, tomándola del mentón y haciendo que la mire a los ojos—, haz que pague. Roba su corazón.

La joven se soltó, cruzándose de brazos.

—Bueno, suponiendo que lo hago, que lo seduzco...

—Lo harás, con Apolo es muy sencillo, es uno de los más promiscuos de todos —dijo haciendo un gesto con la mano como si lo que estuviera diciendo fuera lo más fácil del mundo—, solo parate desnuda delante suyo y listo. No te dirá que no.

Aunque la joven no dudaba que fuera así con cualquier otra persona, si tenía reservas sobre lo que le haría a ella si sólo hiciera eso.

—Suponiendo que lo seduzco, aun así eso no resuelve mi problema de momento. Los demás me tratan peor que a un esclavo.

Afrodita tomó un espejo que había sobre la mesa y se revisó el maquillaje, ya aburrida de las minucias de la chica.

—Dile a Eros que te gustaría aprender arquería. 

Antheia la miró confundida. Primero porque nunca antes le había dado permiso de aprender aquel arte, y segundo, porque no encontraba la razón para sugerir algo así de repente.

Aún así, decidió seguirle el juego.

—Pero usted dijo que no debía...

—Y sigo firme en eso, pero ellos no lo saben ¿o sí? —respondió enarcando una ceja—. Dile a Eros eso y él te enviará una dotación de flechas encantadas, deja que todos te vean con ellas y no importa lo que diga Apolo, empezaran a tratarte con respeto.

Antheia sonrió lentamente. Afrodita siempre la sorprendía, tenía una mente de verdad malvada e inteligente como ninguna cuando se lo proponía. Estaba segura que sería capaz, si quisiera, de hasta dejar en ridículo a la señora Atenea. 

—Comprendo.

Afrodita le devolvió la sonrisa, esa que más conocía y no auguraba nada bueno.

—Envíame un mensaje si necesitas algo más...específico.

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Antheia bajó las escaleras del templo de Afrodita hacia donde estaba su silla. Detrás de ella estaba Liria, la única de las ninfas que le habían dado con la que se sentía segura. 

—¿Se siente mejor, señora?

—Bastante, sí —respondió pensativa. Afrodita tenía razón, estaba poniendo excusas, si ella realmente quisiera podría seducir a su esposo sin problemas.

—Pero que hermosa aurora ven mis ojos.

Levantó la vista y se encontró con la figura grácil y encantadora de Hermes acercándose a ellas con una sonrisa traviesa en el rostro. No pudo evitar sonrojarse cuando el dios se acercó tanto y tomó su mano con delicadeza, besándole los nudillos sin quitar sus ojos de los de ella.

—Señor Hermes —saludó bajando la vista con cortesía.

—Llámame solo Hermes, creo que podemos decir que ya no somos extraños.

Antheia dio una respiración profunda, tratar a un dios con el que apenas había hablado solo dos veces en su vida de forma tan personal era más de lo que podía esperar. Aún así, se la había educado para siempre los deseos de quien fuera su acompañante.

—¿Vienes a ver a mi señora? —preguntó curiosa.

—En realidad, un pajarito me dijo que estabas aquí y decidí pasar a saludarte. No he tenido la oportunidad de verte este último mes.

Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Antheia mientras apartaba la mirada.

—Bueno, ya me viste —dijo en el mismo tono que él—, ¿te sientes satisfecho?

Hermes subió otro escalón, más cerca de ella, y murmuró:

—Creo que no podría estar satisfecho jamás. —Miró complacido como la joven contuvo el aliento—. Espero que algún día puedas acompañarme con una copa de vino.

Antheia puso los ojos en blanco, pasando por su lado.

—Eso sería impropio —dijo con tono burlón.

Hermes se giró, observándola bajar las escaleras seguida de cerca por su dama. Admiró su figura, Antheia ciertamente era hermosa. No entendía como Apolo podía serle tan indiferente.

—Solo si otros se enteran.

La chica no le respondió, pero lo había escuchado.

Volvió al palacio de su esposo, disfrutando de sus últimos instantes de paz. 

—Señora, ¿me da permiso para darle un consejo? —masculló Liria cuando entraron de nuevo en sus aposentos. Antheia se sentó en unos almohadones y asintió—. No creo que sea prudente que sea tan íntima con el señor Hermes, eso no le gustará a su esposo.

Antheia hizo una mueca burlona.

—Pienso que a él le daría igual.

—Tal vez, tal vez no; pero pienso que al menos en su orgullo no le gustaría y el señor Apolo tiene un temperamento muy volátil. No sabemos cómo podría reaccionar.

La joven respiró profundo y asintió aunque no del todo a gusto.

—Tienes razón, Liria. Debería ser más cautelosa en el futuro. No quiero darle a Apolo más razones para despreciarme. —Tomó una uva que había en la fuente de frutas—. Por ahora debería concentrarme en lo que es importante, comunicarme con mi padre para que me de esas flechas y entrar a los aposentos de mi queridísimo esposo.

Liria le sirvió una copa de vino y se la entregó.

—Es una decisión sabia, señora. Concentrémonos en lo que realmente importa y en ganar el respeto que merece en este lugar. —Frunció el ceño, pensativa—. Enviar un mensaje a su padre no será problema, pero los aposentos del señor...

—Algo se me ocurrirá —dijo quitándole importancia—. Mi señora Afrodita tiene razón, ese no es un inconveniente para mí, solo no lo he intentado. 

Liria asintió, comprensiva. Antheia debía tener muchos trucos bajo la manga siendo hija del dios del deseo y la sexualidad, y habiendo sido entrenada por la propia Afrodita y sus sacerdotisas en las artes amatorias.

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Eros frunció el ceño mientras leía la nota que Iris le había traído. 

Le parecía curioso que su hija hubiera usado a la diosa en lugar de Hermes, pero quizá era mejor. Iris no era tan leal a los Olímpicos, salvo a Hera, después de que Zeus y los demás la reemplazaran por el dios de los ladrones. Nunca mejor dicho, Hermes le había robado el puesto.

—¿Le ha ocurrido algo a Antheia? —preguntó Psique acercándose a su esposo.

La chica tenía doce años cuando se la presentaron, había sido en la víspera de su boda, y Psique había deseado tanto que aquella niña fuera suya. 

No entendía como la madre había podido entregarla en un templo para convertirse en una hetera, le parecía algo inaudito y la asqueaba. Pero había guardado silencio, lo último que necesitaba era darle otra razón más a Afrodita para que la odiara.

Luego de la boda la había visto en contadas ocasiones, a Antheia casi no se le permitía salir del Templo donde residía. Y cuando su propia hija había nacido, Hedoné no había tardado nada en volverse adulta. Psique entendía que al nacer siendo ella ya una diosa, su hija también lo sería; pero luego veía a Antheia siendo una adolescente mortal, que crecía día a día, y Psique no podía evitar desear tenerla para sí. Deseaba tanto haber podido criar a un bebé. 

Y un mes atrás, cuando Antheia había caminado hacia Apolo para convertirse en su esposa, Psique había tenido que quedarse al fondo, al lado de Eros, aguantando las ganas de correr hacia ella e impedir que la unieran a un dios que solo la usaría como instrumento para vengarse de su esposo.

—Quiere aprender arquería —masculló Eros releyendo la nota.

—Creía que Afrodita se lo prohibió —dijo confundida.

—Ella se lo sugirió —Eros también frunció el ceño, pensativo. ¿Qué estaba tramando su madre?

—No lo comprendo.

—Ni yo, pero debe haber alguna razón para que mi madre lo autorice. —El dios hizo un gesto con la mano, y se sentó en un sillón—. Le pediré a Hefestos que le confeccione un arco digno de ella, no la dejaré en el palacio de ese inutil con nada menos que lo mejor de lo mejor.

Psique suspiró. Para empezar, que Antheia estuviera en aquel lugar, era precisamente por actitudes como esas. Ni Eros ni Apolo parecían dispuestos a ceder, sin importar cuantos salieran lastimados.

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Apolo sonrió al ver al dios entrar en su sala principal.

—¡Hermano! —exclamó acercándose a él—. Hace semanas que no me visitas.

—Apolo —saludó Hermes con una sonrisa.

—Ven conmigo, bebamos algo en los jardines —dijo pasando un brazo por los hombros del otro dios.

—Aunque me gustaría —respondió soltándose de su agarre—, estoy aquí por trabajo.

Apolo arqueó una ceja, algo sorprendido por el cambio de tono de la conversación.

—¿Trabajo? ¿Has venido a traer algún mensaje?

—Algo así.

—Está bien —dijo extendiendo la mano hacia Hermes—. Veamos de qué se trata.

Hermes se aclaró la garganta, tratando de mantener la seriedad.

—En realidad...no es para tí. He venido a ver a tu esposa.

Apolo frunció el ceño, sintiéndose desconfiado de esto. No había pasado ni un mes desde que se había casado, y esta era la primera vez que escuchaba que esa mortal recibía algo, aunque le era más extraño que Hermes especificara que venía a verla a ella concretamente en lugar de solo entregar el paquete a algún sirviente.

—¿De qué se trata esto? —cuestionó.

Hermes se encogió de hombros con una sonrisa juguetona.

—Oh, no es nada importante, solo un pequeño encargo. Nada de lo que debas preocuparte, hermano.

Enarcó una ceja. Lo observó con escepticismo. Precisamente porque era Hermes, es que no confiaba en él. Al final asintió, no servía de nada sobrepensar las cosas cuando aún no eran nada. Ya se enteraría después de qué se trataba todo.

Hizo un gesto con la mano y un sátiro corrió hacia ellos.

—Llama a mi esposa —ordenó con tono sobrado.

—Sí, mi señor.

El sátiro salió corriendo de la estancia, con sus pezuñas resonando en el suelo de mosaico. 

Apolo cruzó los brazos, sus ojos intensos fijos en Hermes. La atmósfera se tensó mientras esperaba la llegada de Antheia. La sospecha se reflejaba en cada gesto del dios del sol. Hermes, por otro lado, mantenía su sonrisa juguetona, disfrutando del juego de intrigas que se desarrollaba ante él. Sus ojos centelleaban con diversión, consciente del desconcierto que causaba en su hermano. Era experto en leer entre líneas y crear expectación, y en ese momento, sabía que Apolo estaba ansioso por descubrir el contenido del paquete que traía consigo.

Los segundos se alargaron hasta que Antheia entró en la estancia, escoltada por el sátiro. No pudo evitar desviar la mirada hacia ella, observando la elegancia con la que se movía, la delicadeza en su porte. A pesar de despreciarla, el dios no podía negar lo excesivamente atractiva y seductora que le resultaba esa mortal.

El vestido rojo se adhería a sus curvas de manera tentadora, resaltando sus senos y aferrándose a su cadera. Se pasó la lengua por los labios, si no fuera hija de quien era, no tenía ninguna duda de que ya la habría seducido y no la dejaría abandonar su lecho por nada del mundo.

La odiaba porque en el mes que llevaban casados, cada vez que la veía lo único que quería era perderse hasta la locura en ese cuerpo. El ardor que le recorría no era para nada de su agrado y cuando eso pasaba, su primer pensamiento era arrastrarla hacia sus aposentos, el siguiente era matarla por atreverse a despertar aquellas pasiones en él. 

Trató de disimular su reacción, pero su mirada ardiente y sus labios curvados en una sonrisa desafiante delataban sus más oscuros deseos.

Antheia se acercó a ambos, y se inclinó con gracia, manteniendo la compostura aunque no sabía que esperar de haber sido llamada por su esposo de forma tan repentina, y la presencia de Hermes no la ayudaba.

—¿Qué deseas, mi señor? —preguntó con voz suave, evitando mirar directamente a Apolo.

La tensión en el aire se volvía palpable. Hermes, siempre observador, captó la chispa de deseo en su hermano mientras sus ojos se desviaban hacia los senos de la joven, y decidió alimentar la llama.

—Yo he solicitado tu presencia, querida —dijo adelantándose entre ellos, tapando la visión del dios. Tomó su mano y la besó.

La caricia de los labios de Hermes en su piel hizo que ella se estremeciera.

Apolo apretó los dientes con fuerza, sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él al ver la interacción entre Hermes y su esposa. Miró fijamente a Antheia, notando el ligero rubor en sus mejillas. 

—Bueno, Antheia ya está aquí, Hermes —dijo con tono seco—. Dale lo que venías a traerle de una vez.

El dios mensajero se tomó su tiempo, disfrutando del suspenso.

—Me temo que es algo privado —respondió sin apartar la mirada de los ojos de la joven—. Tendrás que dejarnos a solas. 

Apolo apretó los dientes con más fuerza ante la petición de Hermes. Sus ojos lanzaron destellos de ira contenida, y su mandíbula tensa revelaba la lucha interna que libraba contra sus propias emociones.

—No veo por qué debería dejarlos a solas, Hermes. ¿Acaso no puedes entregar tu "encargo" sin necesidad de privacidad? —Su tono frío resonando en la estancia.

Aún sosteniendo la mano de Antheia con delicadeza, sonrió con suficiencia ante la resistencia de Apolo.

—Fue una petición de quién envia el regalo y yo cumplo con mi deber al pie de la letra —respondió simplemente—. Ya te lo dije, no es nada de lo que debas preocuparte. Palabra de hermano.

El dios del sol ladeó la cabeza, dándole una sonrisa fría.

—Porque eres mi hermano y te conozco, sé que no puedo confiar del todo en tu palabra. —Apolo centró su mirada en las manos de ambos aún juntas, Hermes acariciaba el dorso de la mano de Antheia con un movimiento casi imperceptible—. Dale el paquete y ya.

Entonces Hermes se giró hacia él con una expresión dura.

—Apolo, si hay algo de lo que me enorgullezco es de hacer bien este trabajo, la confianza de mis entregas es indiscutible. No subestimes la importancia de la privacidad en ciertos asuntos, hermano.

Ambos se sostuvieron la mirada. Antheia los observaba, al principio cuando habia entrando, el aroma del deseo la había golpeado como una roca, no estaba segura de cuál de los dos dioses era porque estaban uno al lado del otro.

Y a medida que se había ido desarrollando la discusión, estaba cada vez más fascinada al darse cuenta que precisamente no podía distinguirlo porque provenía de ambos, y se había acrecentado junto con unos potentes celos y envidia.

Apolo, sin apartar la mirada de Hermes, finalmente cedió con un gesto brusco.

—Está bien, pero que sea rápido.

Hermes asintió con aprobación. Aunque contrariado, Apolo señaló con la cabeza hacia la puerta para indicarle al sátiro que se retirara junto con él.

—Imagino que es el pedido que le hice a mi padre —dijo Antheia con curiosidad. 

—Imaginas bien, cariño.

Hermes sacó una cajita pequeña y se la entregó. 

La joven la tomó en sus manos y la abrió  dentro había una pulsera de oro que se enlazaba a un anillo, este tenía una piedra con forma de corazón atravesado por una flecha dorada.

Antheia levantó la vista hacia el dios.

—¿Qué es esto? —preguntó confundida.

—Eros parece pensar que es mejor un arma que se esconde que uno que esta a la vista de todos —dijo tomando la pulsera y colocándosela—. Cuando lo necesites, se volverán un arco y flechas.

Observó con fascinación el brillo del oro en su muñeca. La sorpresa aún reflejada en sus ojos, se volvió hacia Hermes, esperando respuestas adicionales sobre la naturaleza de ese regalo divino.

—Es hermosa.

—Ciertamente —murmuró sin apartar la mirada de ella.

—¿Mi padre realmente pidió que me lo dieras en privado?

Hermes sonrió como si hubiera sido descubierto en una travesura.

—En realidad, le daba igual.

—¿Y entonces?

—Solo quería disfrutar de tu compañía sin interferencias.

Contempló a Hermes con una mezcla de sorpresa y complicidad. El dios mensajero, con su eterna sonrisa, disfrutaba de la revelación de su pequeña artimaña.

—Aunque me halaga, mi señor, eso es completamente inapropiado —dijo divertida.

—¿Lo es? —Hermes dio un paso hacia adelante, mirándola a los ojos.

—Sí, lo es —susurró. 

—Bueno, tal vez lo sea, pero ¿puedes culparme? —añadió él con un tono juguetón, acercándose más—. ¿Quién podría resistirse a una compañía tan encantadora como la tuya? 

«Mi esposo» pensó la joven contenido una mueca desagradable.

—Podría decir que debe haber varias personas, solo que no las conozco —dijo en su lugar.

Hermes rodó los ojos.

—Entonces esas personas no tienen idea de lo que se pierden.

Antheia se mordió el labio inferior, una mezcla de nerviosismo y anticipación pintada en su rostro. La proximidad de Hermes enviaba una corriente de energía a través de ella, despertando sensaciones desconocidas.

—No me conoces. Apenas hemos hablado un par de veces —le recordó.

Él se encogió de hombros.

—He visto lo suficiente, pero me gustaría conocer el resto.

Antheia sonrió, encantada por los halagos. Hacía días que su ego sufría a causa de ese palacio, fue agradable que la volvieran a hablar con amabilidad y la atención de la que era merecedora.

Pero era consciente de que no marcar el límite al dios podría traerle problemas con su esposo. 

Estaba por decírselo cuando Apolo, irrumpió en la habitación con una mirada helada dirigida hacia su hermano. La atmósfera se volvió tensa, y el dios del sol habló con voz firme.

—Hermes, creo que ya has disfrutado lo suficiente de la compañía de mi esposa. Es hora de que te retires.

Hermes le dirigió una mirada desafiante mientras se alejaba lentamente de Antheia.

—Oh, Apolo, solo estaba entregando un modesto regalo. No hace falta ponerse tan serio.

Avanzó hacia él con pasos decididos, sus ojos resplandeciendo con una intensidad que dejaba claro que no aceptaría ninguna resistencia.

—Este asunto ha durado demasiado. Ve a cumplir tus deberes como mensajero en otro lugar.

Con una sonrisa irónica, hizo una pequeña reverencia, volvió a besar la mano de la joven y se retiró con gracia.

—Como desees, hermano. No era mi intención causar problemas. Hasta luego, Antheia.

El dios mensajero se desvaneció en una parpadeante luz dorada, dejando a Apolo y Antheia a solas. 

—Mi señor, yo...

—Retírate —ordenó sin mirarla.

Antheia decidió obedecer en silencio y abandonó la sala.

Apolo cruzó los brazos sobre su pecho, sus ojos centelleaban con una mezcla de irritación y desconfianza. Fijó su mirada en el lugar donde Hermes había estado parado, como si quisiera borrar cualquier rastro de su presencia.

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La puerta de los aposentos se abrieron  y Liria detuvo su andar preocupado. Había estado comiéndose las uñas desde que el sátiro había venido a buscar a su señora. No sabía qué podría pasar, era muy raro que el señor Apolo llamara a la joven y no sabía qué podía esperar de eso.

Antheia entró en los aposentos con una sonrisa que le puso los vellos de punta.

—¿Mi señora?

Pero ella no respondió, se sentó en su cama, sin dejar de sonreír y con una mirada perversa.

—¿Señora? —volvió a llamar. 

—No le soy tan indiferente —murmuró complacida.

—¿Cómo?

Antheia miró a Liria y luego a las frutas frente a ella. Últimamente la fruta era lo único que podía comer que era descente. Tomó una uva y se la llevó a la boca.

—Al parecer, a mi señor esposo no le soy tan indiferente —comentó—, me odia sin duda, pero el deseo brotó de él cuando me ha mirado hace un rato, y los celos de verme cerca del señor Hermes no se pueden esconder.

—¿El señor Hermes? —Liria frunció el ceño confundida—. ¿Era él quién vino?

—Sí, vino a traerme el regalo de mi padre —dijo extendiendo la mano hacia ella.

Liria abrió los ojos asombrada.

—¡Es hermosa, mi señora! —exclamó—. ¿Pero no debía ser un arco?

—Es un arco —respondió mirando la pulsera con duda—, aunque no sé cómo hacerlo funcionar. Bueno, me preocuparé de eso cuando deba. Por ahora me concentraré en cómo aprovechar las emociones de mi esposo.

—Mi señora.

—¿Mmm?

—¿Cómo sabe que el señor Apolo la desea? —preguntó con curiosidad. Antheia parecía demasiado segura de sí misma para que fuera solo un mero presentimiento.

Pero fuera lo que fuera, su señora no le respondió, siguió comiendo frutas, pensativa, y la sonrisa de suficiencia nunca la abandonó. 

Apolo podrá decir que odia a Antheia solo por ser hija de Eros, pero bien que la encuentra preciosa.

Meme time

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