ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴅᴏꜱ

ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴅᴏꜱ

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━━━DICEN QUE LOS PRIMEROS DÍAS DE BODA SON DULCES COMO LA MIEL Y CALIENTES COMO EL MEDIODÍA DE VERANO.

O eso le dijeron las sacerdotisas de Afrodita.

Los de Antheia fueron tan solitarios y fríos como un viaje al Inframundo.

Cuando el sol le dio en el rostro por la mañana, ella sabía que su esposo se habría ido a cumplir sus deberes, pero nunca había llegado. Se había quedado dormida sobre el borde de la cama, tenía el cuerpo entumecido y frío. 

Se envolvió con una capa de cama y se levantó con cuidado, dejando que sus pies tocaran el suelo frío de mármol, justo cuando las puertas se abrieron de repente.

Frunció el ceño al ver a las ninfas entrar conversando entre ellas, riendo por algún chiste privado que se detuvo en cuanto la vieron despierta. Se acercaron con una sonrisa forzada en sus labios y la reverenciaron.

—Buenos días, señora Antheia —exclamó Liria, tratando de mostrarse feliz, pero Antheia había visto la mirada preocupada de la ninfa cuando entraron mientras escuchaba lo que sea que las otras estuvieran hablando.

—Buenos días.

Las ninfas se miraron entre ellas, sin saber cómo proseguir ante el tono de voz seco de la chica.

—Hemos venido a prepararla, la llevaremos al Templo de su señor esposo —explicó luego de unos segundos de silencio.

Antheia asintió, se acercó al tocador sin decir nada más. Tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar.

Las ninfas le prepararon un baño rápido, igual a los que solía tener en el Templo de Afrodita: caliente, con pétalos de rosas y aceites con fragancias maravillosas. Tallaron su cuerpo hasta dejarlo suave como seda, cepillaron su cabello hasta dejarlo seco y brillante, adornándolo con una corona de oro, a los lados estaba repleta de hojas de laurel y en la parte trasera, sobre su cabello, caían varias cadenas engarzadas con diamantes.

Le pusieron un vestido dorado y joyas en los brazos, llenaron sus dedos de anillos, le dieron unas sandalias muy bonitas y la perfumaron.

Antheia miró todo sin mucho interés, nada de eso era nuevo para ella. La señora Afrodita le había dado solo lo mejor para portar.

Cuando terminaron de prepararla, una de las ninfas le trajo una bandeja con alimentos.

—Su desayuno, mi señora —dijo Liria.

Asintió, sentándose. Les hizo un gesto con la mano para indicarles que estaba a gusto, y tomó un higo. Las ninfas se mantuvieron a distancia, cuchicheando entre ellas, acomodando algunas cosas más para su comodidad, mientras Antheia comía.

Su atención se desvió hacia la cama. Y no pudo evitar cuestionarse dónde había estado su esposo y por qué no había venido.

Tomó una uva y la comió lentamente mientras observaba las luces del sol danzar en el suelo de mosaico. No había venido a ella en su noche de bodas, esto era inaceptable, la señora Afrodita iba a reprenderla.

Cuando acabó de desayunar la sacaron del palacio principal del Olimpo. Allí, una elegante silla de mano la aguardaba, mientras un grupo de sátiros estaba listo para cargarla y llevarla a su nuevo hogar.

Las ninfas la ayudaron a tomar asiento, asegurándose de que su vestido no se arrugara en el proceso, y quedó oculta tras el velo que cubría la silla.

El cortejo comenzó a moverse por las calles adoquinadas del Olimpo, Antheia podía sentir las miradas de todos sobre ella. No era muy diferente a cómo la trataban en el templo de Afrodita, estaba acostumbrada a eso; a las miradas curiosas, envidiosas y anhelantes, a lo que no estaba acostumbrada era al desdén, al asco y el desprecio.

Aún así, mantuvo la cabeza en alto, recordando las palabras que su nueva cuñada, Artemisa había dicho. Ella era la esposa de Apolo, el hijo favorito del rey de los dioses, ella era su reina del sol y debían respetarla aunque no les gustara.

El movimiento se detuvo más rápido de lo que esperaba,  un sátiro se apresuró a levantar el velo y extenderle la mano para ayudarla a bajar.

Antheia descendió de la silla con cuidado, sintiendo el suelo sólido bajo sus pies después de la corta pero incómoda travesía. Se encontraba en el umbral del majestuoso Templo de Apolo. 

Era de altas columnas de mármol blanco, esculpidas con intrincados detalles, sostenían una cúpula dorada que relucía bajo la luz del sol hasta enceguecer a quien mirara demasiado tiempo. 

Había música en el aire, y el aroma a incienso y flores llegaba desde el interior. Estaba sobre una especie de colina y una escalera llevaba a las enormes puertas de oro sólido, talladas con diseños de hojas de laurel.

Antheia miró todo con cuidado, ese lugar sería su nuevo hogar.

Respiró profundo y tomó el vestido en sus manos para poder subir las escaleras, siendo seguida por su séquito de ninfas y sátiros que, había descubierto, al parecer también estaban a su exclusivo servicio.

Subió las escaleras lentamente, y le pareció una eternidad. Hizo una mueca al llegar a la puerta y ver más de cerca los laureles tallados en ella. Esto iba a ser un constante recordatorio de la razón por la que estaba en esa situación con Apolo.

Una vez que las puertas se abrieron, Antheia se encontró inmersa en un salón resplandeciente y majestuoso.

El vestíbulo ante ella con una impresionante cúpula de mármol blanco que parecía elevarse hasta el cielo mismo. Los rayos del sol entraban por un gran tragaluz en el centro, bañando el lugar en una cálida luminosidad dorada. Los muros estaban decorados con frescos que representaban las hazañas y triunfos de Apolo, desde su victoria sobre la serpiente Pitón hasta su dominio sobre la música y la poesía.

A ambos lados del vestíbulo se alineaban estatuas de mármol del dios en distintas poses. Después de conocerlo en persona, Antheia pensó que ninguna lograba capturar del todo su belleza.

El suelo estaba cubierto de mosaico y en el centro formaban un gran sol. A medida que Antheia avanzaba por el vestíbulo, el sonido de la música en el aire se hizo más fuerte.

—Por aquí, mi señora —dijo Liria señalando unas enormes escaleras que daban al segundo piso.

Ascendió por ellas, mirando asombrada cada pequeño rincón lujoso de aquel lugar. Una cosa era segura, le iba a gustar mucho ser la reina de ese palacio.

Arriba se encontró con un amplio pasillo que conducía a varias puertas ornamentadas, pero contrario a lo que esperaba, la llevaron por un corredor alterno hacia una zona, que si bien tenía sus lujos y encantos, no era tan majestuosa como el resto del palacio.

Casi al final, había un enorme salón, el aroma a incienso y flores llenaba el aire, envolviendo a Antheia en una fragancia embriagadora.

Las paredes estaban cubiertas de más tapices de Apolo en sus grandes hazañas, había enormes ventanales por donde la luz del sol se filtraba hacia el interior. Había plantas colgantes que daban un toque más natural, y en el centro una gigante estatua de oro de su esposo completamente desnudo.

Antheia había visto antes estatuas como aquella, una vez Afrodita la había llevado a visitar el templo del dios en Delos, en ese entonces tenía catorce años y se había sonrojado al pensar que ese hombre sería su esposo. Ahora pensaba que no había forma de que esa estatua le hiciera justicia.

Desvió su mirada por el salón, notando que debajo de aquel coloso había una fuente enorme de la que salía agua caliente, y en ella había varias mujeres.

Las miró boquiabiertas, en su mayoría eran ninfas, pero estaba segura que otras debían ser mortales y seguro que había tres o cuatro diosas menores.

Notó que había una zona a un costado que daba a un piso alterno repleto de puertas, y desde ahí habían más mujeres mirándola con desdén.

—¿Qué significa esto? —Se giró hacia Liria con el ceño fruncido.

—Este...es el harén del señor Apolo —respondió con simpleza.

—¡Puedo ver eso! —espetó indignada—. ¡¿Por qué me han traído aquí?!

—Dormirá aquí.

Antheia estaba furiosa. Miró a la ninfa, con la mandíbula apretada y las manos temblando de rabia. Era la esposa de un Olímpico, ¿cómo se atrevían a tratarla así?

—¡Esto es inaceptable! —exclamó entre dientes—. No voy a quedarme aquí. Soy la esposa de Apolo, no...

—Lo lamento, mi señora —la interrumpió Liria visiblemente incómoda—, ha sido una orden del señor Apolo.

Antheia sintió como si el suelo se hubiera desmoronado bajo sus pies. Sabía que Apolo no la querría en un futuro cercano, pero esperaba que al menos le diera el lugar que le correspondía. Esto era humillante.

La mirada en el rostro de las mujeres en el harén era insoportable. Todas parecían haberse dado cuenta que ella ya sabía cómo serían las cosas, y al parecer, les parecía gracioso porque ahora se reían entre ellas mientras la apuntaban.

—Pero no se preocupe, señora —se apresuró a decir otra ninfa—, usted tendrá una habitación privada, nadie la molestará.

A pesar de su furia y desesperación, una profunda sensación de impotencia la invadió. No podía cambiar la situación, y eso la hacía sentirse aún más vulnerable. Odiaba sentirse así, siempre había tenido una posición de respeto a dónde fuera, y ahora que estaba casada con un dios había sido rebajada a simple concubina por su propio esposo.

Las risas y murmullos de las mujeres a su alrededor parecían burlarse de su inseguridad. Miraban a Antheia con desdén, como si fuera una intrusa en su mundo perfecto y compartieran un oscuro secreto que ella no entendía.

—Por aquí, señora —dijo Liria tratando de llamar su atención, la miraba con lástima y Antheia odió tanto esa mirada—. La llevaremos a su habitación.

Sin querer dejar que las demás vieran que aquello había sido un golpe duro a su orgullo, levantó el mentón y siguió a las ninfas. 

No olvides quién eres, mi sangre corre por tus venas, no dejes que te vean débil —Recordó las palabras que Afrodita siempre le decía cuando la encontraba llorando—. Muéstrales de lo que eres capaz, todo lo que te he enseñado.

A medida que subían las escaleras internas hacia el pabellón de descanso, notó que algunas de las mujeres seguían mirándola y cuchicheando entre ellas. Era obvio que su llegada no le había gustado a ninguna.

No importaba, no iba a dejar que esto la derribara. Afrodita tenía razón, ella misma la había entrenado. Si debía ganarse un lugar allí, entonces lo haría. 

Llegaron a la habitación más apartada de todas, con una bonita puerta ornamentada de madera tallada. Con un gesto de la mano, indicó que la abrieran, revelando una habitación suntuosa y luminosa.

Cruzó el umbral con elegancia, moviendo suavemente las caderas, sus manos, entrelazadas con delicadeza frente a ella. Sus pasos eran dignos de una diosa, incluso sin serlo. Observó todo a su alrededor.

No era muy grande, casi no tenía muebles excepto por un armario, una cama y una mesita frente a una pequeña área social. Nunca había dormido en un lugar tan pequeño.

«Al menos es iluminado» pensó viendo la gran ventana con cortinas transparentes.

—Necesitaré un momento a solas —anunció con autoridad.

Las cinco asintieron con respeto y se retiraron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Antheia se quedó sola, sintiendo un vacío en su alma.

Caminó hacia la gran ventana y observó el panorama. Desde ahí arriba, podía ver todo el jardín del palacio ante ella, pero a pesar de la belleza que la rodeaba, se sentía aislada y fuera de lugar.

Se acercó a la cama y se sentó en el borde, sintiendo la suavidad de las sábanas de seda bajo sus dedos. Nada era cómo se suponía debía ser, y se preguntó cuántas humillaciones como esta tendría que soportar antes de que le dieran el lugar que le correspondía.

Se recostó sobre las mantas, abrazando una almohada como si fuera una balsa en medio de un mar de incertidumbre. Cerró los ojos y suspiró profundamente, tratando de encontrar la calma en su interior.

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Liria había vuelto a la hora del almuerzo, había traído sólo una sopa, agua y pan.

Antheia miró el plato confundida, era nada comparado al desayuno de esa mañana.

—¿Qué es esto? —cuestionó removiendo la consistencia espesa.

—Sopa de almendras, mi señora —respondió con un tono avergonzado.

Antheia le dio una mirada molesta, y apartó el plato.

—No comeré esto —tomó el pan, mirándolo detenidamente y dándose cuenta que estaba viejo y con algunos rastros de moho. Se puso de pie furiosa—. ¡Es indignante! ¡No comeré nada de esto!

—De verdad lo lamento, señora, pero... —Liria la miraba con temor, sabía que debía obedecer, pero la humana frente a ella tenía de su lado a Afrodita y no quería estar en medio del drama de los dioses.

Antheia caminó de un lado a otro de su habitación, sus pasos resonando en la elegante pero ahora opresiva estancia. Sus pensamientos eran un torbellino de ira.

—No dejes que el enojo te domine, eso te dejará arrugas.

Se detuvo abruptamente, respirando profundo para intentar calmarse. 

La voz de Afrodita siempre estaba presente en sus memorias, cada enseñanza por más molesta que hubiera sido, no podía olvidarlas. Y esa en particular la había perseguido por años, la diosa odiaba cuando ella mostraba algún emoción que se acentuaba en gestos en su rostro, decía que era demasiado bonita para dejar que las marcas del tiempo lo estropearan.

Se giró hacia Liria e hizo un gesto despectivo hacia la comida.

—Órdenes de mi esposo, imagino.

—Me temo que sí.

Antheia dejó escapar un suspiro frustrado, caminó hasta la ventana observando el jardín. 

—Llévate esa comida —ordenó frunciendo el ceño—, comeré fruta más tarde.

—Como desee.

Liria se agachó para tomar la bandeja cuando la puerta se abrió. Una de las otras ninfas que tenía a su servicio entró con una sonrisa, y Antheia la reconoció como la desubicada que la había llamado fea la noche anterior.

Se inclinó ante ella con un toque burlón, como si hacerlo fuera para ella más una broma que una muestra de respeto.

—Señora, el jardín...

—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó frunciendo el entrecejo.

Un rubor bañó las mejillas de la ninfa y se apresuró a bajar la cabeza, incómoda por la mirada gélida de la humana.

—Soy Erian, mi señora —respondió con voz suave—. Estoy aquí para servirle.

Antheia frunció los labios, no le gustaba nada tener a alguien así a su servicio, pero no podía hacer nada de momento, no tenía el favor de Apolo para una comida decente y aposentos dignos, mucho menos para quejarse de sus sirvientas.

—Bien, ¿por qué has venido?

—El día está hermoso —dijo Erian—, ¿le gustaría dar un paseo en el jardín?

Algo en su mirada no le dio buena espina, ocultaba algo. Sus emociones vibraban entre la expectativa, la diversión y los nervios. Sabía que debía mantenerse alerta, pero le daba curiosidad qué tramaba esa chica.

—Un paseo podría ser agradable —respondió con suavidad, no dejando que vieran su desconfianza.

Erian abrió la puerta y se apartó para dejarla pasar, lo último que alcanzó a escuchar antes de que la voces se desvanecieran a sus espaldas, fue a Liria preocupada.

—¿Qué estás tramando, Erian?

—No te preocupes, Liria, solo estás exagerando. Es un simple paseo.

No lo era. Ahora Antheia tenía la certeza de que había un motivo para esta sugerencia y le daba la sensación de que no iba a gustarle nada.

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El jardín era un verdadero paraíso. Las flores de todos los colores imaginables se alineaban en patrones perfectamente diseñados. Los arbustos estaban recortados con precisión, y los senderos de piedra serpenteaban entre los jardines en flor. Pájaros cantaban en los árboles cercanos, y el aire estaba lleno del aroma embriagador de las flores en pleno esplendor.

Antheia se sintió momentáneamente tranquila por la belleza del lugar, lo cual hizo que olvidara momentáneamente su situación. Aquel lugar le recordaba a su antiguo hogar.

Erian la guió por el jardín con una sonrisa en el rostro, pero Antheia no pudo evitar notar la mirada de las demás mujeres. Era obvio que se estaban burlando de ella, y eso la hizo sentir cada vez más frustrada.

Y supo que tenía razón para preocuparse cuando las voces de nueve mujeres le llegaron desde la fuente.

Sus risas resonaban musicalmente en el tranquilo jardín. Antheia, aunque intentaba mantener la compostura, no pudo evitar sentirse incómoda cuando se acercaron lo suficiente a la fuente para que se diera cuenta de que esas voces pertenecían a las Musas.

Estaban sentadas en un círculo alrededor de la fuente, sus vestimentas eran tan etéreas como ellas mismas, y cada una irradiaba una belleza única y un aura de creatividad.

Ocho de ellas estaban alrededor de la novena, mirándola con diversión y complicidad.

—Así que pasó la noche contigo, Calliope —decía una a la que estaba en medio. 

Antheia la reconoció, era la mujer de cabello chocolate que la había mirado con odio durante su banquete de bodas.

—Sí, así es —respondió con una sonrisa traviesa cruzando sus labios. Ninguna de ellas parecía haberse dado cuenta de su llegada—. Es lamentable, pero lo comprendo; el pobre no quería saber nada de pasar su noche de bodas con esa insípida mortal.

La joven contuvo un jadeo de horror al conectar todos los puntos. Apolo no la había visitado porque había estado con esa musa.

Sus dientes rechinaron por la fuerza con la que apretó la mandíbula. La rabia hervía en su pecho mientras observaba a las Musas, incapaz de apartar la mirada de la escena que se desarrollaba frente a ella. No podía creer la audacia de su esposo y la burla con la que esas mujeres se reían de ella. 

—Parece que no estamos solas —dijo una que llevaba una lira en la mano, y si sus estudios no se equivocaban, debía de ser Euterpe.

Todas se giraron hacia ella, fingiendo sorpresa y tratando en vano de esconder sus risas. A su lado, podía sentir la diversión y satisfacción salir de Erian, de todas ellas. 

«Así que este era su plan» pensé aguantando las ganas de gritar de furia. «Ponerme al tanto de la primera infidelidad de mi marido».

Calliope se acercó a ella con una mirada de superioridad.

—Oh, mira quién está aquí. La esposa del Señor Apolo, ¿verdad? —dijo con una sonrisa socarrona—. ¿Qué te trae a nuestro jardín?

Antheia tragó saliva y decidió mantener la cabeza en alto a pesar de lo humillada que se sentía. 

—Solo estaba dando un paseo.

Calliope caminó a su alrededor, como si estuviera analizándola a detalle.

—Te vi de lejos en la boda, ahora puedo apreciarte con más cuidado —dijo deteniéndose nuevamente frente a ella, con una sonrisa falsa. Estiró una mano, y acomodó uno de los tirabuzones negros que caían sobre su hombo—. Eres muy bonita, puedo entender por qué fuiste elegida para nuestro señor.

Mantuvo su mirada fija en la de ella, sin parpadear, demostrando que no iba a dejar que la humillaran. Las risas de las otras musas la rodeaban como un eco desagradable, pero Antheia se aferró a su dignidad.

—Muchas gracias —respondió con tono sereno—, yo...

—¿Verdad que es bonita, Polimnia? —preguntó interrumpiendo, se giró hacia una de las otras mujeres, la única que llevaba un vestido blanco.

Polimnia la miró de arriba a abajo, igual que había hecho Calliope, y luego le dio una mirada de burla.

—Me parece que es una pérdida de tiempo.

Antheia parpadeó atónita, nunca nadie la había llamado una pérdida de tiempo. Sintió como su enojo comenzaba a invadirla de nuevo. 

—No seas mala, Polimnia —dijo una que estaba recostada comiendo uvas—, su rostro es bonito al menos.

—¿De qué le sirve el rostro, si no tiene lo necesario, Urania? —cuestionó otra con tono burlón, llevaba una corona de flores en la cabeza.

—Euterpe —reprendió Calliope con tono condescendiente. Antheia no tenía ninguna duda de que la jefa de las Musas solo interpretaba el papel que se esperaba de ella.

—No dijo nada que no sea verdad —soltó una que había estado leyendo un libro. Lo dejó a un costado, poniéndose de pie y acercándose a ambas— Apenas es una niña —Sonrió con burla—. Ni siquiera tiene pechos. ¿Déjame ver?

Entre ella, Thalia y Erato la sujetaron, manoseándola y pellizcando distintas partes de su cuerpo. Antheia soltó un grito indignada, dando manotazos para apartarlas sin lograr nada más que risas.

—¡Sueltenme!

—No parece gran cosa —murmuró Euterpe dándole un fuerte pellizco en el vientre—, es demasiado pálida y delgada. No creo que le guste.

—Necesitaría un milagro —agregó entre risas otra.

Las ocho la rodearon, todas empujándola y burlándose. Antheia las intentó apartar, pero eran demasiado contra ella sola. 

—Chicas. —Apenas podía distinguir a un costado a la figura de Calliope que fingía reprender a todas las demás, pero realmente no hacía nada por detenerlas.

—¡Ya basta!

—No tiene nada, ¿por qué trajeron esto?

—Como si no hubiera mujeres más hermosas aquí.

El peinado se le soltó cuando una le tiró del cabello, las hebras le cayeron en el rostro, y entre tantos empujones comenzó a marearse. Alguien le pisó el vestido, sus piernas chocaron contra el borde de la fuente y lo siguiente que supo es que estaba cayendo de espaldas.

Sus brazos se agitaron en el aire en busca de apoyo, pero no sirvió de nada. El impacto fue doloroso, el agua fría se le metió en la nariz, la sensación de su ropa mojada pegándose a su cuerpo le provocó escalofríos. 

Se apoyó en sus manos, quedando sentada en el medio de la fuente con las risas de todas esas mujeres horribles burlándose de ella. Se mordió el labio e hizo esfuerzos para evitar llorar, no les daría esa satisfacción, ya era demasiado con esto.

—Es suficiente, chicas —dijo Calliope cruzándose de brazos y apoyando con pena una mano en su mejilla, tratando de disimular la sonrisa burlona que se asomaba por la comisura de sus labios—, creo que ya se divirtieron demasiado.

Hizo un gesto con la mano y las demás asintieron aún riendo, se alejaron por uno de los pasillos del jardín. 

La joven se quedó sentada allí, sintiendo cómo las gotas de agua escurrían por su rostro y su perdía su brillo bajo el peso del agua. Se levantó con dificultad de la fuente, empapada y con el orgullo herido. Las risas de las Musas continuaban resonando a medida que se alejaban.

Erian, que había permanecido en silencio durante la humillación de Antheia, finalmente intervino. 

—¿Está bien, señora? —preguntó extendiendo una mano hacia ella, con una expresión apenada, como si de verdad quisiera ayudarla, como si de verdad estuviera preocupada.

—¡No me toques! —gritó furiosa, apartando su mano con fuerza. 

La ninfa la miró asombrada, viendo por primera vez el verdadero rostro de la joven ante ella. Retrocedió lentamente, sintiendo sus piernas temblar de miedo y salió corriendo dejándola sola.

Fue cuando se permitió soltar unas pequeñas lágrimas que se perdían entre las gotas de agua. Se las limpió y se sorbió la nariz, salió de la fuente, empapada hasta los huesos pero con la frente en alto. Se quitó el velo que había estado usando y lo arrojó al suelo. Sus cabellos oscuros cayeron sobre sus hombros, empapados y desordenados.

Respiró profundo y se dispuso a volver a sus aposentos, sabiendo lo humillante que sería pasar por el harén con todas esas otras mujeres viéndola. 

Un escalofrío le recorrió la columna, una sensación de estar siendo observada. Una mirada inquietante que parecía seguirla, como si alguien la estuviera acechando desde las sombras del jardín. Se detuvo en seco y miró a su alrededor, pero no vio a nadie. El jardín parecía estar vacío, excepto por las flores, los árboles y la fuente. Sin embargo, la sensación persistía, y su piel se erizó con una incómoda inquietud.

Levantó la cabeza y lo vio. Allí, en los balcones más altos del palacio, Apolo la observaba con seriedad. 

«¿Hace cuánto que está ahí?» se preguntó horrorizada. «¿Cuánto vio?».

Y como si hubiera leído sus pensamientos, Apolo se limitó a sonreír con burla.

Una ira asesina le recorrió el cuerpo, como si fuera lava hirviendo en sus venas al comprender la realidad de todo.

Esto había sido idea de él. 

Le devolvió la mirada, quizá estuviera siendo insolente y podía costarle caro su actuar, pero era más grande que ella, no podía controlar su cuerpo. 

Antheia tampoco le daría a él la satisfacción de verla llorar. Por más que hubiera sido criada para servir, también había heredado el orgullo de sus abuelos y de su padre.

La tomó por sorpresa el sentimiento que la invadió, casi podía comprender por qué su padre se había enojado tanto con el dios. Esa sonrisa le hizo desear que otra flecha lo golpeara y sufriera por toda la eternidad.

Fue tan satisfactorio ver cómo poco a poco la sonrisa de Apolo se desvaneció. No estaba segura de que había visto en ella, pero sea lo que hubiera sido, al dios no le gustó nada porque desde tan lejos podía sentir el enojo creciendo.

Se quitó el cabello mojado de la cara y se encaminó hacia el interior del palacio, dejando detrás de sí una estela de agua. 

Ignoró por completo las miradas burlonas, y subió las escaleras, abrió las puertas de sus aposentos, tomando por sorpresa a Liria que la miró horrorizada.

—¡Señora! —La ninfa se apresuró a tomar una toalla y se acercó a tratar de ayudarla, pero Antheia se la quitó de las manos.

—Déjame sola —siseó tratando de no descargar en ella su enojo.

Liria pareció dudar un momento, pero al final asintió y se retiró.

En cuanto la puerta se cerró, arrojó la toalla al suelo con fuerza y dejó escapar un grito que desgarró el aire en la habitación, resonando en las paredes. Sus manos temblaban de rabia mientras sus puños se apretaban con fuerza.

Podía sentir la electricidad a su alrededor, una tensión que se instaló en sus hombros como un saco de papas. Conocía esa sensación, pocas veces la había sentido. 

Afrodita decía que no debía enojarse ni tener emociones demasiado fuertes porque le hacía arrugas en su bonita piel, su padre decía que era porque sus poderes de semidiosa se descontrolaban.

Ella no había recibido ningún entrenamiento propio, eso era cosa de los hombres, ellos eran héroes. Antheia era una dama, no le concernía nada de eso, así que realmente nadie sabía lo que era capaz de hacer con lo que sea que su sangre divina le hubiera heredado.

Solo sabía que nadie soportaba estar cerca suyo cuando se enojaba.

Levantó la vista, respirando con dificultad y se vio así misma en un espejo. No se había dado cuenta que ahora la habitación no parecía tan desolada, Liria debía haber traído varias cosas para hacerla más cómoda.

Pero lo que más le llamó la atención, fue su reflejo. Entendió por fin qué había visto Apolo que lo enojó tanto.

Sus ojos se habían vuelto rojos como la sangre. Nunca se había visto tan parecida a Eros como en ese momento.

¿Alguna al leer este capítulo, sintió la misma impotencia y bronca que sentí yo escribiéndolo?

La escena del jardín la escribí escuchando "A chillar a otra parte" así que se imaginan que lo escribía pensando en lo mal que Antheia se lo va a hacer pasar a todos.🤭

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