V

El mecha resultó rápido, pero no lo suficiente. Voto a Dios, Miri apuró aún más el paso, todo lo que pudo, hasta que al cabo dejamos de sentir las zancadas del monstruo detrás de la motoreta y nos sentimos seguros.

Ya quedaba Bocaverno muy atrás cuando Miri se atrevió a aflojar la marcha un tanto. Yo en cambio no dejaba de espiar la oscuridad que se abría detrás de nosotros; me parecía como la negra boca de un lobo que llevásemos a la zaga. Pero nada venía, nada nos pisaba ahora los talones, al cabo, así que mi comadre refrenó un tanto más su cacharro y luego otro tanto, hasta que la motoreta se detuvo por fin en la oscura y solitaria carretera.

Bien, aún permanecimos un buen rato en silencio, vueltos en la silla, atentos en la oscuridad y esperando ver en cualquier momento aquellos tres ojillos maliciosos detrás de nosotros. Pero nada ocurrió, os digo: nada se veía, y tan solo escuchábamos el ronroneo de nuestra montura. Ah, y los gemidos del Buscador, atado a nuestra silla...

—Este patán aún está vivo, y por fortuna —dije yo al fin con un suspiro.

Y entonces Miri paró el ronroneo de la motoreta, echó pie al soporte del estribo y saltó conmigo al camino. Andamos y nos situamos junto al bandido. Ella se puso en cuchillas a su diestra.

—¡Eh, eh! —dijo, y le palmoteó con buena chanza las mejillas—. Tranquilo, viro, que al final has salido vivo de todo este merdo, ¿lo ves? ¿Es que no estás contento? Vamos, que te quitaré esto —añadió, y con falsa piedad echó mano a su machete y lo liberó de sus ataduras.

No, pero el pobre diablo apenas se podía mover: estoy seguro de que de haberse arrastrado unos estadios más por aquel camino habría pasado a reunirse con su Creador, y fin.

Yo fui quien le ayudó a ponerse en pie. Se tambaleaba, y mantenía la vista perdida en el suelo. El polvo y su propia sangre reseca le cubrían la cara a cuajarones. Inspiraba misericordia verlo, como a un Cristo en la cruz, y eso es verdad.

—Venga, que aún tenéis que cumplir un último trabajo antes de veros por fin libre de todo esto —le dije tratando de animarle, y de repente pareció revivir, el maldito.

—Que os fike un jundo, eso os digo a vosotros dos... —dijo, y me escupió en el rostro. ¡Ja! ¡Maldita pécora!

Entonces Miri y yo cruzamos miradas en la oscuridad.

—Mira, padmo —le dijo Miri al cabo, poniéndoselo delante—. Te guste o no te ha cambiado la vida por completo. Que se te acabó la changa, ¿me entiendes? Ya no más paseos pavoneándote por el vojo, ni alportar maljunas y liarla a bumpas en los drinkejos. Eso se acabó, y debes darte cuenta cuanto antes...

El krímulo la miró entonces con ese mismo aire ausente de antes, como si no comprendiese nada en absoluto, y de repente le vi que juntaba un gargajo en la garganta. Vi mala seña, así que intervine y me lo atraje tomándole de la chamarra. Que me escupiera a mí. Así le salvé la vida al hideputa. Pero me respetó está vez, no sé la razón; tragó saliva y el regüeldo volvió dentro... Y apestaba. Hedía el bellaco más incluso de lo que podíamos apestar cualquiera de los habitantes de aquellos yermos, y es que al hedor de la sangre y la mugre se unía el tufo de sus propios orines.

—Parad. Ya basta. Mirad, así es —le espeté—. ¡Eh! ¡Oíd, por Dios! Os llaman Beleco, ¿no es así? Mirad, mi buen Beleco, vais a hablar. Vais a decirnos dónde se han llevado a nuestro amigo, al Tiñas, y acabaremos ya con toda esta miseria vuestra.

—¿El galeno ese? ¿El maljuna de Pintas? No fikes, que ya te dije que ni en sueños, viro... —me respondió con una estúpida sonrisa—. Acaba ya con todo y punto, anda...

—Sí, vais a hacerlo, vas a decírnoslo —le atajé al punto, seguro como había estado de que esa sería su respuesta—. Ya te lo explicamos antes, en el pueblo, ¿recordáis? Si soltáis la lengua Depape mandará arrancaros la piel a tiras, y eso es verdad, por mi fe. —El bellaco tragó saliva; yo me di un momento antes de continuar—. Pero si no habláis os daremos matarife, aquí mismo, y tal cosa también os la dije. Y si huís muy, muy lejos podréis salvar tal vez el pellejo. Tal vez. Pero eso solo si nos decís ahora mismo dónde está nuestro amigo, el Tiñas. Si no nos decís dónde está vivo no salís, y en eso os empeño mi palabra. Pues, ¿para qué dejar otro Buscador y al servicio de Depape, en estos caminos?

—¡Y no pienses que puedes engañarnos! —intervino Miri—. Tu amigo iba en motoreta con el fardo del Tiñas encima. No hay más urbos en donde echar benzino en muchos tagos a la redonda, así que eso quiere decir que nosotros iremos a donde tú nos digas, pero si por casualidad allí no está nuestro partnero quien y descubrimos tu mala tanga volveremos, sí, y entonces ya sí que se te acabó la changa, pero esta vez de verdad... —le amenazó.

El pobre desgraciado tragó saliva, otra vez.

—Vamos —intervine yo por último y llevándomelo de un brazo a un aparte. Cojeaba—. Miri, llevémoslo a lo alto de esa colina —le dije señalando con la barbilla una pequeña loma cuya falda descendía hasta lamer los contornos del vojo. En su cima, recortada contra una luna jorobada y verdosa, se distinguía la silueta de un árbol del ahorcado. Muy a propósito, y es verdad—. Bien, tráeme los restos de la maroma y mi pellejo de agua, niña. Les daremos buen uso.

Miri me puso caras, pero así hicimos, y tras unos minutos de fatigoso ascenso nos plantamos junto al árbol desnudo, en lo alto de la loma. Al acercarnos comprobé que se trataba de un olivo bien muerto y retorcido, lleno de nudos. ¡Qué cosas!

—Siéntale ahí, junto al tronco, Miri. Lo ataré.

Le trabé de manos, en efecto, y después le até al árbol con varias vueltas más de la maroma hasta que me quedó bien claro que de allí no se movería ni un palmo el desgraciado. Nos miraba como si todo aquello no fuese con él; aún no estaba del todo en sus cabales, y eso nos resultaba mala cosa. Mala noche le habíamos dado, en verdad.

Bueno, pues me incorporé, y por fin tomé el pellejo de agua que Miri me tendió, y le eché un buen trago. Después volví la vista al oriente, muy despacio, y vi que clareaba ya por allí. Con el pellejo aún en las manos digo que me dirigí de nuevo a aquel canalla:

—Bueno, pues aquí estáis, Beleco, y bien está. Decidnos ahora dónde encontrar a nuestro amigo e iremos a donde nos digáis; le pondremos en libertad y después volveremos aquí y os soltaremos; tenéis mi palabra en eso.
Y entonces él contestó:

—¡Y un merdo! —dijo con inesperada viveza: ¡pero si me había parecido tan solo un momento antes que había perdido la sesera!—. ¿Y si vais y os mortigan mis camaradas? Que eso será lo más posible, por otro lado... ¿Quién merdo vendrá entonces a desatarme de este puto árbol?

—En eso lleváis buena razón —contesté—. Dependéis de nuestro éxito, de que rescatemos a nuestro amigo. ¡Bueno, pues así sea! ¿Veis?, si yo fuera vos revelaría todos los detalles que pudiera con tal de asegurar que mi comadre y yo salgamos de esta con el pellejo intacto. Y con el Tiñas a nuestro lado —dije, y Miri asintió y se retiró dos pasos. Yo por el contrario eché otro trago del pellejo y lo dejé ya bien mediado—. Ea, pues ya está todo dicho. Hablad ahora, decid todo lo que podáis y confiaos al Digno Redentor como decís por aquí. Os dejaremos aquí amorrado a lo que queda de este pellejo y bajo una lona atada a las ramas de este olivo. Os protegerá del sol, y que la Diosa nos ayude a todos. Empezando por vos... ¡Conque venga, largad todo ya! —exclamé por fin.

Bien, pues todo eso dije, ¿y qué creéis que pasó? Sí, estáis en lo cierto, Reiji: nada nos dijo, el muy desgraciado...

Resoplé. Perdíamos el tiempo y la mañana llegaba. Es por ello que Miri se acercó de nuevo, cumplida su paciencia, y se agachó y entonces le tomó con fuerza de la barbilla, obligando al Buscador a dirigir su mirada al este.

—Oye, una cosa que se le ha olvidado al Pálido decirte, viro —le dijo—. Mira ahí, al este. ¿Lo ves? Ya clarea. Por supuesto si no hablas antes de que el sunon salga date por bien mortigado, cacho merdo, y de una forma que ni al mismo Depape se la deseo. ¡Que tampoco podemos gastar mucho tiempo aquí, contigo! ¡Conque venga, decide ya qué va a ser, viro! —añadió, y se levantó y se puso el turbano en la cabeza—. ¿Sunon o trato?

El Buscador observó el llameante y rojizo contorno del sol que ya aparecía por el horizonte. En verdad y si lo pensáis bien, ¿qué otra salida le quedaba ante tamaña nueva amenaza, Reiji? Sí, el sol; el sol herido e hiriente de aquella tierra es quien le hizo hablar, no nosotros. Nosotros no éramos más que niños pendencieros; aquel sol desbocado fue el que le pesó más que todo el miedo que le tenía a Depape, que bien lo vi en sus ojos.

¡Y habló al fin el hideputa, Reiji, y baste ya, pues esto nos dijo y escuchadlo!

—El galeno ese, el partnero vuestro... —empezó, y se detuvo. Suspiró. Le observábamos a nuestros pies y en silencio Miri y yo, contenido el aliento—. Se lo llevó Mustelo. Se lo llevó a nuestra parka.

—¿Mustelo? —quise saber—. ¿Así se llama vuestro otro partnero, el de la tercera motoreta?

—Digno Redentor, vaya nombres os ponéis en La Pared... —intervino Miri en chanza, y me lo aclaró—. Un «mustelo» es una alimaña del campo, Pálido. Rebusca vermos dentro de las bostas de los mutasakalos, esas cosas...

—Pues como hacemos todos, beletita. Tú también rebuscas entre el merdo, ¿no? —se atrevió a contestarle el krímulo. No aprendía, el muchacho; recibió un buen puntapié en las costillas por merced de Miri, en agradecimiento a sus lindezas.

—¡Basta! —intervine yo entonces, y aparté a Miri de él—. Seguid, Beleco, y apresuraos —le dije echando un vistazo al este. Pronto empezaría el calor... —. ¿Qué es la «parka» esa que habéis nombrado? ¡Hablad!

—Vale, vale... —me lloró el rufián—. Pues eso, que mi partnero se llevó al galeno, a nuestra parka. Allí se lo ha llevado, sí. Cuando vimos que no llegaríamos sin más benzino enchufamos lo que nos quedaba a todos en la motoreta de Mustelo y decidimos que continuase él solo. Para que estuviese el maljuna ese encamado en la parka antes del anochecer. Nuestras órdenes eran llevarle allí lo más rápido posible...

—¿Y por qué esa prisa? ¿Por qué teníais que encamarlo? —intervino Miri. El Buscador enarcó las cejas y nos dedicó un esputo sanguinolento. Pero no contestó—. El maljuna se os resistió, ¿verdad? —aventuró entonces la muchacha—. Se os revolvió cuando le fuisteis a rencar y le disteis una soberbia bumpa, ¿no es eso? Se os fue la mano con él, claro... —rio con fingida chanza—. ¡Fika! ¡Malditos cabrones! —exclamó de pronto y con rabia, y le fue a cubrir de patadas de nuevo así que tuve que sacársela al desgraciado de encima, a tirones, y me la llevé de allí.

—¡Para! ¿Qué haces, niña? —le dije en tal aparte—. ¡Déjalo, Miri, por tu fe! ¡Que acabe y nos diga todo ya, por Dios! ¡Y vos! —le dije al bandido cuando al fin la hice a un lado—. ¡Hablad! ¿Qué es eso de la «parka» que decís? ¡Decidlo ya! ¿Habláis de La Pared?

El bandido negó y Miri contestó por él, muy al límite de su paciencia.

—¡No, Pálido! Una parka es un lugar de reunión, de los Buscadores. Es... —Dudó—. Es como una especie de avanzadilla de La Pared...

—¿Luego al Tiñas no se lo han llevado a La Pared? —les pregunté a ambos.

El krímulo negó de nuevo.

—No, a La Pared no —me contestó—. No de momento. Teníamos que dejar al galeno ese en nuestra parka hasta que un vulturo viniese a buscarlo y se lo llevase a La Pared. Así se hace con todos... —Dudó también—. Con todos los que alportamos para La Pared.

Esta vez fui yo quien tuvo que contenerse para no atravesarlo de parte a parte allí mismo, con la espada. Pero me serené y aún no sé cómo, y me volví a Miri.

—Bueno, ¿y qué demonios es un «vulturo»? Juro que cada vez entiendo menos de todo esto, Miri... —protesté, pero Miri se encogió de hombros. Ella tampoco lo sabía.

—Un vulturo es un Buscador de mayor grado, maljuna; uno de los que conocen dónde está La Pared; cómo llegar a ella —continuó el tal Beleco—. Son los que se llevan para allá nuevos residentes o chargas valiosas que son de interés para Depape.

—¿Quieres decir que tú no sabes dónde está La Pared, mal bellaco? —le pregunté yo entonces con sorpresa, y el rufián bufó como si aquella hubiese sido la pregunta más necia del mundo. Y resultaba serlo, ya lo veréis.

—Pues claro que no... Yo y mis partneros de la parka solo somos Buscadores rasos, padmo... —me contestó con sincero desprecio.

Miri y yo nos observamos en la creciente claridad; las nubes comenzaban a incendiarse ya, al este.

—Bueno, ¿pues dónde está entonces tu parka, padmo? —le preguntó Miri, al cabo. Beleco pareció pensarse muy mucho qué contestarla, por lo que mi comadre se le adelantó—. Ten cuidado —le advirtió con un dedo—. No creo que tus compañeros diesen por ti su pellejo de verse en tu situación, y recuerda que si vamos y no rencamos tu parka no volveremos por aquí y el sunon te mortigará muy, muy lentamente...

El Buscador se revolvió en sus ataduras.

—¿Sabes dónde queda el motokinejo de la cantera, beleta? —le dijo a Miri al fin.

Miri le observó en suspenso.

—¿El motokinejo? Eso está a medio tago de aquí, en el vojo menor. Pero esa zona está irradiada y nadie se acerca por ahí. ¡Se te caería la piel a tiras, no fikes!

El krímulo rio entre nuevas toses y esputos; debía mantener varias costillas rotas ya tras su cabalgada a la cola de la motoreta, por mi fe...

—Eso es lo que mis kunulitos y yo hemos tratado de hacer creer a los padmos de por aquí desde hace mucho —rio—. Coges a un par de arrieros, los desollas, los rematas y los dejas a un lado del vojo en las cercanías de la parka; corres la voz en uno o dos drinkejos de que el lugar está irradiado, ¡y voilá! —dijo el malnacido, ¡y en francés! —. ¡Vamos, que ya no se acerca nadie!

—Que no eres muy espabilado, ¿verdad, viro? —le preguntó Miri a tal punto, y es que el nuevo puntapié que recibió en sus maltrechas costillas fue mío, que no suyo, y bien podéis creerlo que el patán aulló esta vez de dolor, y me recordó a Piro, el jefe de los Buscadores de Fonsulfuro...

—Bueno, ¿cuándo pasará el vulturo ese por tu parka a recoger al Tiñas entonces? —preguntó Miri—. Venga, habla ya que hemos de amorrarte el pellejo de agua antes de irnos, o estás bien fikado...

—Un vulturo de La Pared pasa cada semana por nuestra parka —nos contestó al fin el hideputa—. Así lo manda Depape. Hacíamos que pasaría mañana a la noche, tal vez, y por eso la prisa en llegar al motokinejo, ¿veis?

Suspiré y me sacudí las manos. Ya era suficiente; me apresté a partir.

—Pues ya está, pues. Miri, conoces ese lugar entonces; sabes dónde está la parka de estos malnacidos, ¿es así? —pregunté.

—Mi hermano y yo bredamos no demasiado lejos de allí; de mocosos hemos jugado entre los escombros de esa cantera muchas veces, Pálido —me contestó—. ¡Ja! Soñábamos con ver filmos en la pantalla que habían puesto allí los arrieros del Tedco para sacarse unos kuglos, subidos en motoretas... Luego nos hicimos mayores, y empezaron los rumores de que esa tierra se había irradiado, y ya nadie iba más, claro. Ahí debió ser cuando llegaron los Buscadores, como ha dicho este malnacido...

Asentí, y me volví por último al infame Beleco.

—Bien está entonces. Nos vamos, pues. Decidnos por último cuántos hombres defienden vuestra parka y baste ya de todo esto.

El Buscador negó aunque me contestó esto muy a su pesar, que bien lo vi:

—Somos trece... Para cuando viene el vulturo siempre queremos estar todos los de la manada allí, maljuna, por si trae algún recado de La Pared...

Miri captó mi extrañeza y se adelantó, aburrida.

—Una manada es un grupo de partneros del vojo unidos por un mismo interés. Como tú y yo ahora mismo, Pálido... —dijo y se llegó ante mí, me quitó el pellejo de las manos de mala manera y se arrodilló junto al desgraciado—. ¿Pero qué más da? Ahora nos vamos, kunulito —le dijo a Beleco con gran desprecio y le encasquetó hasta el gaznate la boca del pellejo de agua de modo que el desgraciado no podía ni farfullar, y aún añadió esto otro y con chanza, la muchacha—. Cuando quieras beber, empina el cefo. ¡Pero ten cuidado! —rio—. ¡Aunque el Pálido te ha dejado medio pellejo te podrías atragantar!

El bellaco pareció maldecirnos pero ya nada le pudimos entender. ¡Ja! Miri se incorporó de nuevo y se sacudió el polvo de su chamarra. Nos volvimos los dos y vimos el contorno del sol levantarse por fin en el horizonte, sobre la línea del vojo. Después nos volvimos y lanzamos de repente la mirada al otro lado, al oeste: ¡ambos escuchamos provenir de allí un sonido extraño, familiar! ¡Un lejano retumbar rítmico y profundo, que provenía del vojo, y era esa la dirección en que habíamos venido desde Bocaverno, Reiji! Eso oímos, y no nos plació...

Miri se volvió entonces a mí.

—Venga, vámonos ya de aquí, Pálido —me dijo, y se me llevó tomándome del brazo, muy apurada. Y antes de descender la loma y dejar allí al Buscador solo ella se volvió de nuevo, y esto le advirtió por último bandido—. Un último consejo te doy, viro, y es gratis: eso que viene por el camino... —le dijo, y se llevó un dedo a los labios—. No, no hagas ruido... No le alertes... ¡Adiós!

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