I
Kote. Dō.
Men. Tsuki.
Kote. Dō.
Men. Tsuki.
[...]
¡Ah, mi mano! ¡Parad, os lo ruego, sangro!
Ah... Sí, deteneos un momento, Reiji, por vuestra fe, que vuestra última defensa resultó demasiado apurada, y muy a mi pesar sufro con los nudillos en carne viva. ¡Diosa! Apenas puedo sostener este shinai con esta única mano que me queda, así que parad, pues...
Bueno, o mejor no me hagáis caso, maestro, que tan solo será un momento el que necesito para recuperarme y continuar... Bien, ¿y si por ventura nos sentáramos aquí, a tomar aliento? Y, ¿pero qué digo? ¡Si vos no habéis ni perdido el resuello, maldito, y tal a pesar de que llevamos acosándonos por estos cerros durante demasiadas horas, a mi pobre entendimiento! ¡Condenado seáis, maldito vampiro! ¡Ja!
Dejad que me siente, os digo. Sé que no os disculparéis conmigo, Reiji, pues sois un instructor inclemente, pero no os guardo rencor por estas heridas de mi mano. ¡Ni resulto yo un discípulo tan desmañado, creo, aunque perro viejo se diga que no aprende trucos nuevos! ¡Voto a tal, que ya sabía yo manejar una espada antes del día de hoy, que Dios lo sabe, pero bien claro resulta que vuestra destreza sobrepasa y con creces a la mía, viejo zorro! No, baste ya, sentaos más bien aquí conmigo junto a mi diestra, en la penumbra... Sólo un momento.
[...]
Sí, la culpa es de este condenado monte, ¿lo sabéis? No, no os riais. Mirad las copas de los árboles, ahí arriba. ¿Veis? Son demasiado altas, y sobre el manto de agujas queda muy oscuro ahora el bosque, Reiji, tal y como vos preferís. Es por eso que mantengo dificultades para prevenir vuestros golpes, y baste ya. Ah, ¿seguís riendo? ¡Mal rayo os parta por la chanza! ¡Ja! Habréis de tener paciencia conmigo, Reiji, pues aunque seamos hermanos en el éter mi condición resulta muy diferente a la vuestra, y eso es verdad. Y temo que yo sí debo detenerme a recobrar el aliento, no como vos. ¡Pero no os envidio, no, que tampoco debe resultar buen trago enseñar los caminos del kenjutsu este que practicais a un viejo terco como yo!
Sí, bueno, quedemos un rato aquí entonces quietos, y si os place. ¿No hace más frío? El relente aquí resulta más molesto que... ¿Qué? ¡No, callad un momento, os lo ruego! ¿Qué es eso? ¿No lo oís acaso? Escuchad...
[...]
¡No! ¡Eso son mirlos, o algo parecido! Allá arriba, sobre las copas. Cantan por encima de la espesura. ¿Cómo? ¡Pues buena nueva resultan ser, si esto resulta cierto! ¿No entendéis? Si así trinan tan tunos no está la jauría tan cerca y aún nos queda algo de tiempo, hermano. Ah, descansemos pues, que así podré dar orden a todas vuestras valiosas enseñanzas en mis mientes, mi amigo, que mientras quedemos aquí sentados en la penumbra veo que no corremos gran peligro.
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Ya, os oí... Dios, qué condenado galimatías. «Para llegar al Fudoshin, la Mente Inamovible, primero debes transitar el Zanshin, Ramírez, que es la Conciencia del Todo»... Tal me dijisteis antes, Reiji, ¿no es cierto? ¡Ja!, ¿y cómo tuvisteis la cara dura de decir tal cosa? ¡Bien me ganaría un vaso de buen vino si consiguiese aclarar vuestro acertijo en mi dura mollera, como decía el poeta de Berceo! ¿Y que quién es ese de Berceo que os digo? ¡Gonzalo, pues! Escuchad esto, maestro, que harto estoy de departir entre susurros. Me levanto un momento.
Pues bien, mirad, que así decía este ilustre paisano mío en el mester que se cantaba allá en los arrabales de mi España. Decía:
Quiero fer una prosa en román paladino
En cual suele el pueblo fablar con su vecino,
Que non soy tan letrado por fer otro latino,
Y bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.
¡Ja, pues quede ahí eso, Reiji, y me siento de nuevo con vos!
Ah, mi mano... Celebro serviros de entretenimiento, viejo vampiro. Bien, dejadme descansar un momento ahora en paz, y que se vaya todo al cuerno.
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Ya lo he visto. No. No se mueve ahora una hoja, lleváis razón, pero tampoco me inquieto.
[...]
Sí, anda ya mejor con todo, os doy gracias. ¿Veis? Casi ya no me sangra, la mano. Pero son esas las prebendas de gentes como vos y como yo, esto es, Navegantes del Blanco, ¿o no es así? ¡Curiosa existencia la nuestra, en verdad! Henos aquí en este bosque, en medio de otro Tránsito y con vuestro sekva y el mío propio bien hallados en el mismo acto. Curioso. Pues poco esfuerzo he encontrado esta vez en encontrarlo, por mi fe; Tasogare ha resultado ser el sekva de ambos, y eso quiere decir que andamos ya bien encarados para una nueva tarea en este condenado mundo boscoso, que bien lo ha dispuesto así la Diosa y un buen nombre le hemos reservado. El Bosque del Crepúsculo, así hemos llamado a esta franja templada entre la cara quemada y la helada de este planeta, si ando en lo cierto en mis suposiciones. Mi trabajo; aprender. El vuestro; enseñarme.
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Sí, lo sé, ¿pero con qué fin? ¿Acaso es que sabéis qué me depara la Diosa para mis Tránsitos venideros? ¡Ja! ¿No? ¿Y quién sabe esas cosas?
Sí, decenas de Tránsitos tendré ya sobre mis hombros, Reiji, y sin duda estos no son siquiera una cuarta de los que mantenéis vos mismo. ¡Dios mío! ¡Cientos podéis llevar, en verdad, y yo ya me siento con los pocos en mi haber muy consumido, como prodigado en demasía por todos los confines del Cosmos!
Bah, no hagáis caso...
Bien, ahora casi no sangra mi mano ya. Casi. Menuda merced esta, la de la Diosa... El Don de las Xanas. ¡Ja! ¿Sabéis? Recuerdo bien la cara de mi Miri, en el que resultó ser mi primer Tránsito, cuando usé del Don con una mala herida que la hicieron, a la pobre...
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Sí, lleváis razón, ocurrió cuando aquella vez, en Levantia. Durante mi Primer Tránsito, os digo, ese de tan singular recuerdo y que os he venido relatando en nuestros pocos momentos de solaz. Sí, de igual forma manaba la sangre por su pierna...
[...]
No, ¿y a qué? Fue cuando ocurrió lo del pobre Tiñas, cuando lo de aquel infame vulturo de La Pared y todo lo demás.
¡Diosa, La Pared!
Esto que os refiero ocurrió poco después de lo del Custodio de Fonsulfuro. ¿Recordáis su historia? Sí, claro que sí... Y sí, en eso también lleváis razón: referiros esto de Miri, mortalmente herida, sería como una especie de continuación del cuento del Custodio. ¡O no, pues en este cuento todo avanzó, y todo se precipitó en Levantia!
[...]
¡Ah, bellaco! ¿Así decís? ¡Ja! Bueno, pues que me place os digo, y ya que insistís tanto entonces os contaré aquella aventura, para mal mío. Pero no quiero engañaros, mi maestro, pues en esta ocasión no debo decir que me sienta orgulloso de cómo manejé todo aquel asunto. No, no del todo. Pues sabed al fin que, al cabo, la rabia me apretaba cruelmente en el pecho después de todo lo del rapto de Meda. ¿Lo recordáis? Cuando Cachocarne y yo regresamos de Fonsulfuro descubrimos que se la habían llevado a La Pared. Y no: no encaré bien tampoco todo lo del Tiñas, después. Pero de eso aún no sabéis nada...
No, no me siento orgulloso, ya os lo he dicho, y es cierto. Pero esto quiero deciros, Reiji: quiero pensar que, antes del fin, redimí un tanto mis locos arrebatos de aquellas dos infames noches. Y sobre todo lo refiero por Miri... ¿Queréis escuchar entonces esta nueva historia y juzgarlo por vos mismo? Sí, tal vez nos serva para distraer nuestro reposo...
[...]
Bueno está entonces. Acercad aquí el hato con mis provisiones y dejad que mueva un poco el bigote, como se dice, con las sobras del venado de ayer. Mientras, os daré cuenta de todo, que, aunque ahora resulten frías estas magras carnes, quedó la pieza muy bien asada ayer, a merced mía. Y puede que este nuevo cuento os parezca está vez un poco más breve que los otros, Reiji, pero es que así suele pasar con las historias a las que las mueve la furia, que prenden y se consumen más rápidamente que las otras. Y es que hubo mucho de rabia, y venganza, en esta historia, y ahora lo veréis.
¡Ea! ¡Pero vamos a ello ya, pardiez, y sin demora! ¡Sirva este cruel recuerdo para sacarme al menos ese otro que me ha dejado el grato recuerdo del vino, un mal antojo que me viene de la añoranza de mi perdida patria, y vamos a ello ya!
Comienzo...
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