I
Reiji, esto que me habéis confiado es un nihontō uchigatana. Es mi sekva, mi señal, como ya sabéis. Os doy gracias, pues vuelve esta espada una vez más a mí tras un nuevo despertar, tras otro Tránsito, y os doy gracias de nuevo, digo, y baste.
No, no os la ofreceré de nuevo, pues ya me habéis dejado bien a las claras que no la aceptaréis, y ello a pesar de que vos mismo me habéis confiado que fuisteis su primer dueño. No, es verdad; tampoco Asterión aceptó que se la devolviera, y es que aún no sé si soy merecedor de ella en verdad. ¡Bien, pues la acepto, y la ceñiré una vez más al cinto y la daré buen uso aún con la única mano que me resta para blandirla!
Diosa, la Protodimensión del Miedo, dijisteis... ¿De forma que la ganasteis en tal lugar, en ese infausto escenario asististeis al fin de su forja? ¿Y os extraña que yo conozca de tal lugar? Sí, os confieso que tal nombre no me es desconocido; yo ya lo he escuchado antes, de boca de un demonio. De Akil, el muy traicionero Observador de la Torre, pero ahora no hay tiempo para esa historia pues ocurrió en Mastia, en lo que una vez fue llamada la poderosa Atalaya de Oriente de Thule, y eso fue también justo antes de que con malas artes me viera obligado a presenciar el cruel horror de la Primera Quebradura, acontecida muchas centurias antes de mi propio tiempo. ¡Ah, maldito recuerdo es ese, Reiji, a fe mía! ¡Qué cruel ola aquella que devastó Thule! ¡Dios, qué pérfido resultó Akil! ¿Acaso alguna vez me lo volveré a poner enfrente de mi espada? Espero que no, aunque eso nunca se sabe...
Sí, es verdad. Akil lo pronunció; dijo ese nombre: la Protodimensión del Miedo. Y él reconoció también esta misma espada. Vos mismo me acabáis de revelar cómo fue llamada tras su forja y ahora tras tantos años al fin también lo sé; ¡Tasogare, tal y como decís que reza en los kanjis de su filo! «Crepúsculo». ¡Qué apropiado que sea precisamente aquí que conozca al fin el nombre de mi vieja espada, tras tanto tiempo y tantas aventuras juntos, pues en esta tierra nos hallamos en verdad sumidos en un eterno atardecer purpúreo!
Tasogare, la Protodimensión del Miedo... Decidme, ¿será porque fue allí forjada que esta espada relumbra ante la presencia de demonios y de otros engendros? Ya veo... ¿Y cómo no? Bien, pues os doy gracias de nuevo, Reiji, pues por segunda vez este nihontō me es cedido y de nuevo sin merecerlo, y lo acepto de buen grado ya que rehusáis empuñarla vos mismo. ¡Dejadme que la restituya a su vaina ya entonces, y baste!
Cuántas revelaciones, precisamente en este mundo... También me habéis revelado ahora que vos sois un Navegante de Mundos, como yo. ¡Ja! ¡También eso lo había presentido, y os lo juro! Lo supe tan pronto como nos encontramos, cuando me salvasteis de esos monstruos que llevan días atosigándonos. Pero ya lo veis, que no os mentí: ya han caído dos de ellos por nuestra mano merced a esta hoja tan afilada. ¡No es invencible esa infernal jauría, no, aunque nos persigan bestias en número sin cuento!
Qué extraños son y han sido nuestros caminos, Reiji... Voto a Dios que en esto otro sí que no os he podido entender antes, en vuestro relato. ¿Redención? Nunca he necesitado verme a salvo de tal culpa, pero al menos sí que reconozco el ánimo que habitó en vos cuando, desesperado por ese amor perdido, clavasteis a Tasogare en el mástil de vuestra propia nave tras traerla a vuestras costas natales del Iapam, cuando tras ello vuestro navío se perdió en una bruma fantasmagórica y no se volvió a saber de vos ni de la espada en aquel lado del mundo... ¡Extraños sinos, sin duda, y me suena y bien esa tonada!
Bueno, pues ahora me toca a mí revelaros a vos cosas sobre esta hoja y poner al menos yo también algo de luz en todo este asunto. Reiji, sabed que tras hacer vos eso encontró la espada otro hermano mío. ¡Fue Asterión, el Asta Nublada! Él la halló clavada hasta la guarda en el mástil de su propio barco, en aguas del Mar Velado, tras que os perdieseis en la niebla. Era un gran capitán, valiente como todo un tercio de Flandes. ¡Y después él me la confió a mí tras nuestro primer encuentro, de feliz memoria!
Ah, así llegó este acero a mis manos en aquella primera ocasión, y ahora que lo sabéis no puedo dejar de temer que un oscuro hado haya metido mano en todo esto, Reiji; pues vos, vuestro propio pacto, ese que os hizo perder a vuestra amada y que antes me habéis confesado... ¡Esperad, que ahora caigo, y perdonad, Reiji! ¡Es que comprendo ahora que mi viejo compadre Asterión finalmente llevaba razón! ¡Viejo crápula cornudo! Ha habido en todo esto un sino en verdad, Reiji, tal y como él predijo una noche en que nos hallábamos acampados en la arena de un desierto encarnado como la sangre... Ah, pero eso fue poco antes del primer fin de mis días.
Baste. Dejo Tasogare tranquila ya al cinto, y os digo gracias una última vez más. Bien, dejemos también aquí todas estas antiguas historias también... ¡Pues mirad, aquí nos encontramos a salvo, al menos mientras seamos capaces de soportar esta abrasadora canícula que este primer parapeto de pinos no acierta a contener del todo! ¿Qué os parece esto que veis ahí delante en la lejanía, Reiji? ¡Párdiez, que al cabo el tupido bosque por el que hemos estado huyendo estos días sí que tenía un fin, y era este! Aunque como yo sospechaba más allá de él solo existe un yermo calcinado, y es este bien parecido a los de aquella envejecida tierra llamada Levantia, de la que os hablé el otro día.
Sí, lo que tenemos delante es la parte de este planeta que siempre ofrece la misma cara al sol para que se achicharre como pipa de pordiosero: el Bosque del Crepúsculo, como le hemos llamado, se extiende pues desde este mismo punto hasta las infinitos desiertos de hielo que me apuesto se encuentran al otro lado del mundo, el que por contra queda siempre oculto del Astro Rey. ¡Vasto, vastísimo coto de caza resulta el bosque para los monstruos, y eso es verdad!
Pero no, mirad ahora esa tierra calcinada, delante... Es como un salvaje crematorio... No, no dejaremos la sombra de estos últimos árboles, no temáis, que no soy loco: ese sol, a cien pasos de aquí, empezaría a requemarnos hasta dejarnos como carbón, y en muy poco tiempo. ¡Y a decir verdad a vos tampoco os veo muy dispuesto a exponeros a sus crueles rayos! ¡Ja! Fuera de chanzas, he notado que nunca dejáis que el sol os toque ni por un momento, Reiji... Ni aun cuando asoma con amables rayos sesgados por entre las agujas de los pinos. Y creo adivinar también la razón de ello, y de que no mostréis fatiga, ni hambre. Ni sed.
Pues os he observado, hermano Navegante, y es que aunque eso no me lo hayáis confesado yo lo he adivinado: ¡sois un maldito chupasangres, Reiji! Un vampiro. Y está bien así, pues ya sois mi compadre y bajo este sol, en este coto de caza, todo resulta vano. ¡Habéis calmado vuestra sed con las alimañas del bosque, que os he visto hacerlo, y os digo que así está bien! No, no digáis nada: bien adivino que vuestra condición ha de ser el resultado de ese pacto malhadado que me habéis referido antes, el que os arrebató vuestro amor y os empujó a las nieblas; ese compromiso que os empujó entonces a buscar la redención clavando esta misma espada en la mayor de vuestra nave.
Vos navegáis ahora las corrientes del éter, como yo, y no tengo nada que excusaros. Y he aquí que en este mundo, en este lugar, vos habéis vuelto a hallar la espada, y vos me la habéis cedido. Mas, ¿por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Porque es mi sekva además del vuestro, dijisteis? ¿Acaso creéis que yo habré de tener éxito en donde vos fracasasteis, amigo mío?
Dejadlo, y nada digáis. ¡Ja! Dejadme que me siente ahora en este tocón, a la vista del crematorio allá a lo lejos, y permitid que recobre también un tanto el aliento. ¡Ea, pues aquí estamos! Tengo ya de nuevo a Tasogare conmigo y hemos hallado un nuevo momento de respiro.
Esperad, ¿qué ha sido eso? Sí, yo también lo he escuchado, pero juzgo que por aquí no vendrán esos lobos; no hasta que se armen del coraje suficiente para llegar a estas postrimerías del bosque, conque sentaos vos también ahí y si os place, a buen resguardo, pues no os deseo ningún daño. ¡Y os lo dice una persona que ha empleado esta misma hoja para acabar con algunos otras criaturas como vos! ¡Ja! ¡Perdonadme! Ya me imagino que no como vos, pero es que en verdad ya mucho ha llovido, y ya he visto mucho y he llorado amargas lágrimas también. Tal vez a mí me espere un oscuro pacto como el vuestro, ¡pero os digo esto, Reiji: vos al menos conservais la cordura, pese a vuestra condición! ¡No sois un monstruo carnicero, y sois...!
Sois bien distinto a otros, y sobre todo a Martín...
Martín, mi buen Martín... Me viene a las mientes el horror de Crise, ciudad de puertos y canales en que hube que presenciar la transformación de un buen amigo mío en algo semejante a vos, aunque resultaba loco y desalmado. ¡Y su rostro...! Su rostro resultaba como una viva máscara de aflicción, Reiji.
¡Ay! Perdonadme otra vez, pues ni vos sois como Martín ni es momento ahora de que yo dé cuenta de esa historia. Tal vez habrá otra ocasión para ello. Y digo quizá, pues pienso más bien que debería referiros ahora otra historia bien distinta, y contar aquí a vista de este crematorio el relato de cómo continuaron mis aventuras en aquella otra tierra, la tierra de Levantia, a cuyos caminos llegué tras mis lances y pesares en Thule, ¿lo recordáis? Y es que esas tierras de ahí delante me recuerdan a las que rodeaban los caminos y vojos de Levantia, y estas piedras tan ennegrecidas por el arrebato de este sol asesino a las de un lugar bien parecido que allí visité...
Fonsulfuro, y su Custodio.
¡Pero confiad en que tan solo la contaré si a ello os halláis bien dispuesto, y sea por agradeceros que vos me habéis confiado la historia de Tasogare y la vuestra propia primero, Reiji! Y también por exorcizar algunos demonios, que por qué no confesarlo...
¡Porque no, porque ya os lo dije! ¡Nada diré aquí de todo lo acontecido en Thule! Para eso otra ocasión habrá, y por eso esta no será una historia sobre Martín, ni sobre Halia, ni aún sobre el buen Asterión... ¡Disculpad, que ya sé que no los conocéis! Hablo más para mí, y os pido perdón de nuevo...
No, la historia del Custodio de Fonsulfuro no trata sobre ninguno de ellos tampoco; ni sobre la bella Briseida. No, no es una historia sobre Bris... ¿O acaso sí? Buen Dios, ¿pero qué digo? ¡Acaso toda historia que sale de mis labios trata en última instancia sobre ella! Pues perdonadme, mi amigo, que mi voz se quiebra si a ella la nombro; por eso os decía antes que yo os comprendo, pues yo también amé y perdí un amor que animó el polvo en que estos huesos se habían convertido.
Pero no, dejemos los versos para el poeta, Reiji: la siguiente historia de Levantia la Arruinada no trata sobre Briseida, pues Bris no aparece en ella... ¡Ja! Y os repito: ¿o sí? ¡Maldición, pronto entenderéis a este tonto español, y eso os lo prometo!
No, y además ya no puedo parar el recuerdo... Sentaos aquí, y dejadme que os cuente la historia del Custodio de Fonsulfuro, el siguiente suceso en que me vi envuelto en el vojo tras mi encuentro con Miri y su hermano, y que tanto supuso.
Venid pues, Reiji. Dejadme que pague con una historia la historia que vos me habéis confiado antes. No habremos de temer ningún mal, no, pues ese sol no se moverá de su posición sobre la línea del horizonte. Antes, mientras os la refiero, podremos escuchar resquebrajarse esas viejas rocas ennegrecidas bajo su peso, y mientras nosotros nos hallaremos aquí a buen resguardo, bajo estos últimos pinos del coto.
¡Sí, a fe mía, vamos con ello!
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