XXXII


Laurent


El mismo día de mi sesión «fallida» con el psicólogo, Mary me recibió en la entrada del conservatorio. En nuestro camino por el primer pasillo, me propuso volver a la sala de prácticas a la misma hora que la última vez. Según parece, quería mostrarme algunas melodías que había compuesto. Sin pensarlo mucho, acepté su propuesta, más que todo porque sentía curiosidad por escuchar sus creaciones.

     El punto es que, cuando llegó la hora y me senté a escuchar cada una de sus melodías, quedé asombrado. Eran tan buenas que podría haberme quedado escuchándolas el resto de la tarde. En este preciso instante, me di cuenta de que había subestimado el talento de Mary. Nunca imaginé que pudiera crear piezas musicales de ese nivel.

     Las melodías de Mary resonaron en mi mente hasta que llegué al ensayo de la banda. Archie, con su guitarra en mano, me abrió la puerta y una de las primeras cosas que mencionó fue que Hellen había estado de visita más temprano.

     —¿A qué vino? —le pregunté, intrigado. En lo personal, me habría gustado que Hellen se quedara para el ensayo, pero sabía que ella no compartía ese sentimiento por ahora.

     Con su vista fija en mí, Archie jugueteaba con la plumilla de la guitarra entre sus dedos. Me impresionaba su habilidad para no dejarla caer.

     —A avisarnos que nos iría a ver a la presentación de esta semana.

     —¿Hellen irá a vernos? —No pude evitar levantar las cejas en señal de sorpresa. Si Hellen estaría presente en nuestra próxima presentación, significaba que estaba dispuesta a romper su propósito de no verme por un tiempo. Aunque, si ella no tenía la intención de acortar la distancia entre encontrarme y hablarme, supuse que parte de su palabra se mantendría en pie.

     —¿Te sorprende que vaya a ir? —me preguntó Yara, que ya se encontraba en el área de ensayo.

     —Más que sorprenderme, me alegra que vaya a vernos tocar.

     —¿Qué les parece si comenzamos a ensayar antes hoy? —propuso Abel, ajustando los platillos de la batería.

     —¿Dónde está Jan? —pregunté, percatándome de que no estaba en el sofá donde solía holgazanear.

     —Salió esta tarde y aún no ha vuelto —respondió Archie.

     —Pensé que había vuelto. —Abel suspiró, pasándose las manos por el cabello.

     —No tardará en volver —aseguró Yara.

     —Si no vuelve puntual para el ensayo —prosiguió Abel—, cumpliré mi palabra de arrancarle...

     De repente, la puerta del apartamento se abrió. Era Jan.

     —¡Chicos! ¡Acabo de escribir nuestro próximo hit mundial! —Nos mostró la pequeña libreta donde escribía las canciones.

     —¿Hit mundial? —Archie hizo un gesto dudoso.

     —A ver, léela para nosotros —le pidió Yara a Jan.

     Jan empezó a leer y todos prestamos especial atención. La canción que había escrito parecía un poema doloroso sobre de la desilusión y la incapacidad de conectar con alguien. La letra me llegó al alma, debido a que, en gran medida, retrataba cómo me sentía en esta fase de mi vida.

     —¿Qué les parece? —preguntó Jan, mirándonos a todos.

     —¡Es perfectaaaa! —le respondió Archie casi gritando.

     —Me encanta, Jan —opinó Yara con una sonrisa.

     —Buena, Mister rulos. —Abel le levantó el pulgar.

     —Deberías de disculparte por lo que me dijiste en la tarde —le dijo Jan a Abel.

     —¿Disculparme por mandarte a hacer tu trabajo?

     —Oigan, no empiecen de nuevo —los interrumpió Archie—. No entiendo por qué hay tanta tensión entre ustedes.

     —Él empezó en la tarde. —Jan señaló a Abel.

     —Si fue así —intervino Yara, dirigiéndose a Abel—, ¿pasa algo que te tenga de mal humor hoy? Todos aquí, incluido tú, sabemos cómo trabaja Jan, y aprendimos a aceptarlo porque, de un momento a otro, puede componer letras como la que acabamos de escuchar.

     Abel se sentó en el taburete de la batería con un suspiro.

     —Acabo de cortar con mi novia —soltó de golpe.

     —Oh... —dijo Archie.

     —Lo siento mucho, Abel. —Me acerqué a él para darle una palmada de ánimo. Yo, más que nadie, sabía lo difícil que era pasar por una ruptura.

     —Aquí tienes todo nuestro apoyo, Abel —aseguró Yara con un tono solidario.

     —Lamento cómo te traté esta tarde. —Abel se disculpó con Jan—. Sabes que no fue personal, Mister rulos.

     —Estamos bien —le dijo Jan, aceptando las disculpas—. Terminar una relación es una mierda. Ojalá que pronto se te pase la resaca.

     —¿Resaca? —Archie miró a Jan, algo confundido.

     —Sí —afirmó Jan—. El pobre se emborrachó de amor, y toda borrachera viene acompañada de un dolor de cabeza por la mañana.

     —Bueno, ¡es hora de ensayar! —Yara nos animó a tomar nuestras posiciones.

     Fue un ensayo ameno, en el que no bajamos el nivel que habíamos mostrado en días anteriores. Pensé que el estado emocional actual de Abel podría hacerlo desentonar con nosotros, pero era evidente que su pasión por la batería superaba cualquier pena amorosa. Fue un ejemplo para mí, ya que me recordó la importancia de no permitir que emociones externas interfirieran con mi interpretación.

     Cuando salí del apartamento para irme a mi casa, Jan me acompañó a la salida del edificio con la urgencia de comprar cigarrillos.

     —Fuiste el único que no opinó sobre la canción que escribí —me dijo—. ¿Qué te pareció?

     —¿No opiné? Lo siento, creo que me quedé sin palabras por lo bien que te quedó.

     —El silencio está infravalorado. Puede expresar más de lo que pensamos.

     —¿Hubo una razón por la que escribieras esa letra tan melancólica? —le pregunté.

     —Surgió de la nada. Pero el motivo por el que creo que tendrá éxito es que la gente tiende a conectar con canciones tristes, melancólicas o profundas, como quieras llamarlas.

     —Yo soy parte de ese grupo de personas.

     —¿Ves? —Se rio, despidiéndose mientras nuestros caminos se separaban.

     Más adelante, al llegar a mi casa, le conté a mi mamá lo que había pasado en el consultorio del psicólogo por la mañana. Le pedí disculpas por haberme retirado antes de tiempo y no aprovechar al máximo el dinero que había pagado. Sin embargo, ella no mostró ningún indicio de disgusto; al contrario, reafirmó su apoyo incondicional hacia mí y me ofreció reservarme una nueva sesión para cuando yo quisiera. A decir verdad, no me veía volviendo al psicólogo esta misma semana, sino más bien la próxima. Lo positivo, ante todo, era que no me rehusaba a volver. 

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