XXIII


Hellen


Escuchar a Laurent tocar el saxofón era un deleite para mis oídos. Podría haberlo escuchado por el resto del día sin cansarme, aunque suene exagerado. Cuando regresé con el vaso de agua que me había pedido, me tocaba elegir cuál sería su próxima interpretación. El primer solo que se me ocurrió fue el de «Never tear us apart», de INXS, una de mis canciones favoritas. Cada vez que lo escuchaba, me envolvía en una ferviente pasión, romance y anhelo. Sin duda, era la elección ideal para este momento.

     —Ya sé cuál —le dije, entregándole el vaso de agua.

     —Soy todo oídos.

     —¿Te sabes el solo de «Never tea rus apart», de INXS?

     —¡Claro que me lo sé! —Le dio un sorbo al vaso de agua—. Tus elecciones me confirman que tienes buen gusto.

     —Es una de mis canciones de romance favoritas. —Me acomodé en el sofá, preparada para disfrutar de su interpretación—. La adoré desde la primera vez que la escuché a los quince años.

     —¿Y alguna vez imaginaste que estarías aquí, con un saxofonista en tu propio apartamento, viendo cómo él tocaba el solo de esa canción?

     —Ni en mis sueños —aseguré, negando con la cabeza y sonriendo.

     —Mejor que sea realidad y no un sueño —me dijo antes de comenzar a tocar.

     Tal y como lo había hecho con los dos solos anteriores antes de comenzar, cerró los ojos y tomó aire. Desde las primeras notas, su interpretación agitó mis emociones y las dejó al límite. Me quedé en shock, mirándolo con una sonrisa absorta. La sensibilidad de Laurent con su saxofón, combinada con la profundidad emocional de este solo, habría conmovido hasta a la persona menos sentimental.

     Cuando Laurent terminó de tocar, no supe qué decir. Simplemente, algo en mi interior me impulsó a ponerme de pie, acercarme a él y abrazarlo. El abrazo vino acompañado de un beso espontaneo. Pero aún había más por venir. Acaricié su cara con suavidad y nuestros labios se encontraron de nuevo, esta vez con el doble de pasión. Sin dejar de besarnos, nos dirigimos al sofá. Sentir su lengua en mi boca fue como la chispa que me encendió por completo. Sin embargo, de improviso, Laurent se apartó de mí, se levantó con un gesto de negación y me dijo:

     —No puedo hacer esto.

     Considerando que parecíamos estar en la misma sintonía con un deseo mutuo, sus palabras fueron inesperadas para mí. Aun así, acepté su negación y traté de disculparme con él por mi impulso de besarlo.

     —Lo siento, no debí haber...

     —No te disculpes. —me dijo, guardando su saxofón en el estuche. —. No es tu culpa.

     —Entonces, ¿qué pasó? ¿Hice algo mal?

     —No, nada de eso, Hellen.

     —¿Te vas a ir? —le pregunté, y sentí cómo crecía mi arrepentimiento por haberlo besado.

     —De verdad, discúlpame. —Se dirigió a la puerta, pero, antes de abrirla y salir, agregó—: No hiciste nada malo. El único mal, que nos puede condenar al fracaso, soy yo.

     Su última frase me impactó y me dejó con más dudas que respuestas. Sentí la ansiedad de seguirlo hasta la salida del edificio, ofrecerle otras disculpas y resolver este pequeño conflicto. No obstante, sabía que actuar de esa manera solo podría empeorar las cosas. Por lo tanto, controlando mis impulsos y mis patrones ansiosos, logré contenerme.

     Después de unos diez minutos de no poder quedarme quieta en un solo lugar y me pasearme de un lado a otro en mi apartamento, decidí enviarle un mensaje a Laurent. En pocas palabras, le pedía que nos volviéramos a ver la semana siguiente para aclarar la situación. No podría vivir tranquila hasta que me aclara, con detalles, a qué se refirió con la última frase que dijo antes de irse.

     Sin embargo, la respuesta a mi mensaje no llegó, ni llegaría pasadas de seis horas, cuando la noche ya había caído. No hubo un solo minuto, a lo largo de este lapso, en que Laurent saliera de mis pensamientos. Mientras más avanzaba el reloj, mis emociones encontradas se intensificaban. Es decir, al recordar el beso y cómo, en un principio, había sido correspondido, sentía la emoción de alguien enamorado, con una devoción total hacia la otra persona. Pero, al pensar en el desenlace, esa felicidad se convertía en confusión e inquietud.

     A eso de las once de la noche, recibí una llamada grupal de Elina y Jona. Ambos me habían enviado mensajes por el grupo de WhatsApp para preguntarme cómo me había ido en mi segundo encuentro con Laurent. Debo decir que no estaba en condiciones de contarles todo lo sucedido, pero trataría de resumir la historia lo mejor posible.

     —Hola, chicos —los saludé—. Aquí Hellen.

     —¡Hellen! —me saludó Elina—. ¿Por qué no contestas los mensajes por WhatsApp? Jona y yo te mandamos varios en el grupo.

     —Es cierto —agregó Jona—. Ya estábamos preocupados por ti. Creímos que el poder del amor te había consumido hasta morir.

     —Lo siento mucho —me disculpé, reflejándolo en mi tono de voz—. Pero estoy viva. Nadie ha muerto de amor, ¿no?

     —Es lo que dicen —respondió Jona con una sonrisa suave.

     —¡Pero cuéntanos cómo te fue! —me pidió Elina con voz casi desesperada.

     —En general, diría que bien. Ver a Laurent tocar el saxofón fue una de las mejores experiencias musicales de mi vida. Lo único malo fue que, luego de besarnos, se marchó de repente, sin darme una explicación clara.

     —¡¿Se fue así como así?! —Elina comenzó a sonar enojada.

     —¿En serio no te dijo porque se iba? —Jona también cambió de tono, adoptando más seriedad.

     —Así como lo escucharon...

     —No me gusta para nada que haya hecho eso —dijo Elina con firmeza.

     —Ni a mí, Hellen —la apoyó Jona.

     A estas alturas, sobraba decir que a mí tampoco me había gustado en lo más mínimo.

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