XLVI
Laurent
—Esta es mi casa —le dije a Hellen cuando nos bajamos frente a mi casa en el taxi que habíamos tomado. Nos acercamos a la entrada y le abrí la puerta para que siguiera adelante.
—Me gusta que sea beige con marrón. —Hellen pareció encantada con los colores de las paredes exteriores. Al entrar, encontró los mismo tonos en el interior—. Es una combinación acertada, desde luego. Bastante atemporal.
—Mi mamá fue la que eligió estos colores —le expliqué—. La última vez que se pintó la casa fue hace unos dos años.
—¿Que yo decidí qué? —preguntó mi mamá, quien apareció del pasillo que daba al área de lavandería, transmitiendo buen ánimo. Mi mamá solía lavar toda la ropa de la semana los domingos. Yo también hacía lo mismo con la mía, pero mi compromiso con Hellen había cambiado mi rutina dominical.
—¡Mamá, ven aquí! —le dije, haciéndole un gesto para que se acercara—. Te presento a Hellen, una persona que, en el poco tiempo que llevó conociéndola, se ha vuelto muy impotante para mí.
—Vaya presentación. —Mi mamá me miró, sonriendo con admiración, y luego se dirigió a Hellen para saludarla—. Mucho gusto, Hellen. Yo soy la mamá de este muchacho talentoso.
—Es un placer, señora —le dijo Hellen, algo tímida. Antes de continuar, me echó una mirada rápida y pude notar un rubor en sus mejillas. No había cosa más tierna que ver a Hellen sonrojada e invadida por la timidez —. Me siento halagada de que su hijo me presente ante usted con esas palabras. De mi parte, también digo lo mismo de él.
—Es la primera vez que Laurent me presenta a alguien así —le explicó mi mamá—. Siéntete más que halagada.
Mi mamá y Hellen intercambiaron unas palabras más hasta que le pedí a Hellen que me acompañara a mi habitación. Ese lugar que me había acogido tanto en mis buenos como en mis malos momentos. Si tuviera que hacer hincapié en algunos de los mejores, destacaría mis picos en la creación artística de mis solos de saxofón. En contraste, las noches más dolorosas que viví entre estas cuatro paredes incluyeron, sin ningún tipo de discusión, el sufrimiento tras la ruptura de mi última relación.
—Esta es mi habitación —le dije mientras le abría la puerta para que entrara—. Mi lugar seguro, si la podría llamar de alguna forma.
—Es una habitación muy...
—¿Normal? —la interrumpí—. Creo que cualquiera esperaría algo más espectacular para la habitación de un músico. Quiero decir, las paredes podrían estar llenas de pósteres de artistas y cosas por el estilo.
—Lo que iba a decir no tenía que ver con el aspecto —aclaró Hellen—, sino con lo que transmitía. Y lo que transmite es una serenidad especial. Debe ser un lujo dormir aquí.
—Bueno, es cierto que duermo tranquilo —admití, echándole una ojeada a mi cama, que había arreglado cuidadosamente antes de ir a buscar a Hellen.
—Por cierto —me dijo ella—, puede que no tengas pósteres en estas paredes, pero algún día tú y los chicos de la banda aparecerán en los pósteres de las habitaciones de muchas personas.
—Eso sería un sueño.
—Será como un sueño lúcido, no te preocupes.
En mi habitación había dos puffs blandos y esponjosos que se convertirían en nuestros asientos de lujo esta tarde. Me senté en uno e invité a Hellen a que se acomodara en el otro.
—Qué cómodos están —dijo Hellen, disfrutando de la suavidad del puff.
—A veces me quedó dormido aquí sin darme cuenta. —Me reí.
—No me culpes si me quedo dormida aquí, entonces. —Se rio conmigo.
Al disminuir la intensidad de nuestras risas, nos miramos en silencio con una suave sonrisa, que, aunque pareciera sencilla, revelaba la inefable conexión que había entre nosotros.
—Este me parece el plan perfecto, ¿sabes?
—¿Cuál? —me preguntó—. ¿Estar aquí, sentados y riéndonos de tonterías?
—Sí —afirmé—. Inclusive, si no dijéramos una sola palabra, estaría bien. Me gusta el hecho de estar contigo. Es una mezcla de comodidad, paz y armonía que nunca había experimentado antes.
—Me haces sentir igual, Laurent —confesó ella—. Extrañé mucho que no habláramos por lo mismo.
—Aún me siento mal por haberte dejado de hablar. —Mi tono denotaba culpabilidad—. Es solo que... tengo muchos traumas emocionales sin resolver.
—Entiendo... Si quieres, puedes contarme.
—Todo está relacionado con la ruptura de mi ex. Fue una decepción devastadora para mí.
—Siento mucho que te haya afectado tanto...
—Supongo que fue algo necesario para abrirme los ojos.
—¿Tú crees que la decepción es la cura definitiva para olvidar a alguien? —me preguntó—. El fin de semana pasado, hablaba con mis amigos de este tema y Jona soltó esa reflexión sobre las decepciones.
—Jona tiene razón —admití—. Lo puedo confirmar por experiencia propia.
Luego de esto, la habitación se impregnó de un silencio melancólico por unos momentos. Hablar sobre la decepción, nos hizo recordar cosas que preferiríamos haber dejado en el olvido.
—Pero quiero hacer un esfuerzo por mejorar en todo el aspecto emocional —dije para que el silencio no se prolongara más—. Estoy yendo a terapia una vez a la semana.
—¿En serio? Me alegra mucho que quieras mejorar. Yo también he ido a terapia por problema similares a los tuyos.
—Vaya, tenemos más cosas en común de lo que pensé.
—Ojalá no fueran más cosas alegres que tristes.
—Como en la publicidad, no hay cosas en común positivas ni negativas —aseguré con una sonrisa reconfortante—. Todas suman.
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