XLIV


Laurent


Anoche, justo después de regresar a mi casa, mi mamá me vino a mi buscar a mi habitación para decirme que me había reservado una cita con el psicólogo para esta mañana, a la misma hora que la de la última vez. De entrada, me molestó que no me avisara antes de hacer la reserva, pero recordé que, si ella no lo hubiera hecho así, probablemente no habría recordado la sesión. Estaba tan inmerso en el nuevo álbum de la banda que apenas pensaba en los demás aspectos de mi vida.

     Lo bueno de venir a esta hora de la mañana al consultorio era que no tenía que esperar porque nunca había nadie antes que yo. Hoy llegué casi al mismo tiempo que llegó el psicólogo. De hecho, lo saludé en la entrada y me invitó a que pasara con él.

     —Es bueno verte, Laurent —me dijo una vez estábamos en nuestros respectivos asientos—. Temía que no volvieras por aquí.

     —¿Por qué no iba a volver? —le pregunté, cruzando una pierna sobre la otra.

     —Por la forma en la que te fuiste en nuestro último encuentro.

     —No se me pasó por la cabeza no volver.

     —Me alegra que lo digas. Eres muy valiente por estar aquí, ¿lo sabes?

     —Sí, supongo.

     —Bueno —dijo él, dejando su cuaderno de notas cerca por si tenía que hacer algún apunte—, ¿recuerdas por dónde nos quedamos?

     —Si no recuerdo mal, me fui cuando me preguntó cuanto había durado mi duelo emocional más reciente.

     —¿Y ahora sí te sientes listo para responderme esa pregunta?

     —Creo que...sí.

     —Bien, cuéntame.

     Suspiré antes de proseguir.

     —Estuve atrapado en el duelo alrededor de un año. Los primeros meses fueron los peores. El dolor se negaba irse, y ni siquiera decrecía. Era la misma cantidad todos los días, en especial por las noches. La luna es la testigo principal de todo el mar de lágrimas que derramé en mi habitación. —Mientras hablaba, mi mente reproducía esos momentos dolorosos, y en mi pecho surgía la sensación asfixiante que me había hecho abandonar la última sesión: la certeza de que no merecí atravesar ese sufrimiento. Sin embargo, hice el esfuerzo por contenerlo y seguir adelante con mi relato—. Pasé así hasta llegar a la etapa de depresión. Estuve una semana completa en la que apenas salí de mi cama. De improviso, un día, cuando el sol descendía para darle pasó a la noche, dejé de sentir. Ya no había angustia, pero tampoco ninguna emoción contraria. Se podría decir que me quedé en blanco en lo que a emociones refiere. Aun así, por lo menos, pude disfrutar de la serenidad que había deseado durante tanto tiempo.

     —Ahí entró tu bloqueo emocional.

     —Sí —asentí—. Ahí tuvo su entrada triunfal.

     —También tuvo su salida triunfal porque conociste a una persona que te hizo volver a sentir una conexión especial —dijo él, recordando lo que le había dicho en la última sesión.

     —Puede que ya no esté bloqueado —admití—, pero tengo un temor inexplicable al compromiso, más que todo a salir lastimado de nuevo.

     El psicólogo hizo un apunte antes de verme a los ojos y volver a tomar la palabra.

     —Tienes estrés postraumático por el rompimiento de tu última relación.

     —¿Estrés postraumático? —Fruncí el ceño, incrédulo—. Pensé que ese trastorno se relacionaba con experiencias mucho más fuertes que por el simple rompimiento de una relación.

     —No le restes valor a tu experiencia, Laurent —me dijo él, señalándome con su bolígrafo—. Las comparaciones son inapropiadas cuando se trata de sufrimientos.

     —Pero «todo siempre puede ser peor», ¿no cree?

     No me respondió, solo se me quedó viendo.

     —«Todo siempre puede ser peor» —repetí—. A menudo, uso es esa frase para tratar de aliviarme.

     —¿Y te ayuda esa auto terapia?

     —Si le soy sincero, el efecto de la frase, en lugar de funcionar, ha sido nulo la mayoría de las veces. Así que, en resumidas cuentas, puede que tenga razón: minimizar mis dolores no es la mejor respuesta.

     —Siento que, más allá de minimizar tus dolores, has tratado de huir de ellos.

     —Pero ahora mismo no estoy huyendo de nada —aclaré—. De lo contrario, no estaría aquí frente a usted.

     El psicólogo puso su bolígrafo en medio de su cuaderno de notas y lo cerró.

     —No huir de tus traumas, y tratar de resolverlos, te hace valiente.

     —Deberían ampliar el dicho «el cementerio está lleno de valientes» a otros lugares, ¿no cree? Como este consultorio, por ejemplo.

     —Vaya que sí —aseguró él con una sonrisa.



En la noche, llegué al apartamento de la banda junto a Mary para seguir trabajando en el nuevo álbum. Todos estaban presentes, menos Jan. Según Archie, Jan se fue por la tarde para tener una cita con Elina, pero dijo que volvería antes de que anocheciera, cosa que no cumplió. No fue hasta que se acercaron las siete de la noche que nuestro vocalista de rulos perfectos hizo acto de presencia.

     —Pudiste haber llegado un poco más tarde, ¿no crees? —le dijo Abel a Jan con sarcasmo.

     —La puntualidad me persigue, pero soy más rápido —le respondió Jan, riendo.

     —No te lo tomes a chiste, Jan —le dijo Yara con seriedad—. Cumple tu palabra cuando se trata de la banda, por favor.

     —Está bien. —Jan levantó las manos en señal de rendición—. Pero ya estoy aquí.

     —No pensé que el amor te tuviera tan envuelto en sus garras —le dijo Archie a Jan mientras limpiaba su guitarra en el área de ensayo.

     —¿Tú elegirías a una pareja antes que cumplir tus sueños? —le preguntó Mary a Jan.

     —Mi vida aún no se basa en La La Land, pelirroja —le respondió Jan—. Tómatelo con calma.

     —¿Sabes qué? —le dijo Archie a Jan—. Deberíamos trabajar en aquella canción que escribiste, la que dijiste que sería un hit mundial.

     —¿Acaso la habías olvidado, Mister rulos? —le preguntó Abel.

     —¿Olvidarla? Nunca —respondió Jan con firmeza—. Solo quería dejar lo mejor para el final, pero, si quieren trabajar en ella ahora, por mí no hay problema. De todas formas, que vaya de primera, en la mitad o de última, no cambiará su éxito.

     —Hagámoslo. —Yara nos pidió que nos pusiéramos manos a la obra.

     Sospechaba que Mary sería clave en esta canción. Como yo lo veía, si el piano lideraba con una melodía igual de desoladora que la letra, las palabras de Jan sobre hacer un hit mundial podrían hacerse realidad.



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