XLI


Hellen


—¡¿Volviste a verte con Laurent?! —me preguntaron Jona y Elina casi al unísono. Estábamos reunidos en la cafetería de la universidad. Esta vez no quisimos ir al área verde del campus porque hacía frío y los tres queríamos un café.

     —¡Él llegó de causalidad a la heladería! —aclaré—. No nos pusimos de acuerdo en ningún momento.

     —¿Y qué más pasó? —me preguntó Jona, que le echó dos bolsitas de azúcar a su café.

     —Hablamos de muchas cosas —le respondí, bajando la mirada con una sonrisa—. Y lo más bonito fue que se sintió como la primera vez que fuimos a la heladería. Nada ha cambiado entre nosotros.

     —Caíste de nuevo... —Elina me miró con cara de disgusto.

     —Pues sí —admití—. Si te dijera que no, te estaría mintiendo de forma descarada.

     —No pongas esa cara —le pidió Jona a Elina—. No creo que sea tan malo que se hayan vuelto a hablar.

     —Es que Laurent no me da buena espina —dijo Elina, dirigiéndose más a mí que a Jona—. Quiero decir, él no me cae mal, pero, en el aspecto amoroso, sabiendo que lo último que te dijo fue que no estaba preparado, siento que no es bueno para ti que estés siquiera cerca de él.

     —Pero solo serán amigos, ¿no? —Jona me miró, como si me lo estuviera preguntado—. Si todo se mantiene en una amistad, no veo el problema.

     —Amigos... —repetí, siendo consciente de que esa palabra no encajaba conmigo y con Laurent.

     —¿Hellen? —insistió Jona—. Solo amigos, ¿no?

     —Me gustaría que, por un instante, se pusieran en mis zapatos —les dije, algo molesta porque tanto Elina como Jona no sabían lo que sentía por Laurent—. ¿De qué sirve que les diga que solo vamos a ser amigos si, en cualquier momento, puede pasar otra cosa entre nosotros? Si un León y una cebra intentan tener una amistad durante mucho tiempo, ¿qué creen que va a suceder al final?

     —¿León y una cebra? —Elina frunció el ceño, confundida.

     —En ese supuesto, los dos serían leones, porque ambos se quieren comer el uno al otro, ¿verdad? —Jona soltó una risa contagiosa.

     —¡No te lo tomes a chiste! —le dije, tratando de sonar seria, pero no pude evitar contagiarme con su risa.

     —Temo por ti —dijo Elina, que, manteniéndose seria, le dio un sorbo su cappuccino caliente.

     —Lo dices como si fuera un caso de vida o muerte. —Jona negó con la cabeza—. Tómatelo con calma.

     —Sí es un caso de vida o muerte —aseguró Elina—, pero emocional.

     —Elina —dije, tratando de calmar las aguas—, sabes que agradezco mucho que te preocupes por mí, pero...

     —Pero nunca aprendes —me interrumpió ella, resignada—. Por más consejos que te dé, tú siempre haces lo que quieres. Y ya sabemos cómo acabas cuando eso pasa.

     —Solo nos queda desearle lo mejor. —Jona miró a Elina, encogiéndose de hombros.

     No dije nada. Solo removí mi café con la pajilla y le di un sorbo.

     —¿Ahora te quedarás sin decir nada? —me preguntó Elina.

     —Este tema me deja corta de palabras —respondí—. Lo único que me queda es decirles gracias por preocuparse por mí.

     —Mejor hablemos de otra cosa —dijo Jona, y agradecí que lo dijera—. ¿Qué harán esta tarde al llegar a sus casas? Yo, como si no fuera novedad, tengo miles de tareas atrasadas que debo hacer.

     —Hoy tengo una cena familiar «obligatoria». —Elina suspiró al enfatizar esta última palabra—. En realidad, más que una cena, es una reunión que comenzará en la tarde y terminará en la noche.

     —¿Y qué celebran? —pregunté.

     —Mi hermano, el de la secundaria, ganó un torneo de fútbol americano y dizque hay que celebrarlo. Mi papá está obsesionado con que el chico llegue a ser jugador profesional algún día.

     —¿Y es buen jugador? —Jona, que, de vez en cuando, veía algún partido de NFL.

     —Yo qué sé —respondió Elina, levantando las manos con las palmas hacia arriba—. No entiendo nada de futbol americano. Pertenezco al grupo de personas que solo ve el Super Bowl por el espectáculo del medio tiempo.

     —Deberíamos ir a un Super Bowl algún día —sugerí.

     —Bueno, si el hermano de Elina se vuelve profesional y llega a la final, nos puede conseguir entradas gratis —agregó Jona.

     —De ser así, seguro que sí las conseguiría —aseguró Elina.

     Se acabó nuestro tiempo libre y nos tocaba volver a clases. Me tocó separarme de Elina, pero no de Jona, ya que estábamos juntos en la siguiente clase.

     De camino al salón, Jona se dio cuenta de que yo no había dicho qué planeaba hacer esta tarde.

     —¿Y tú qué harás al llegar a tu apartamento en la tarde, Hellen? —me preguntó él. Hace unos momentos, cuando Elina mencionó «reunión familiar», pensé en mis padres y en que debía cumplir con la promesa de visitarlos.

     —No iré a mi apartamento, sino que visitaré a mis padres —le respondí—. Hace poco, les dije que iría a verlos, y no he cumplido con mi palabra.



Mientras iba en el taxi rumbo a la casa de mis padres, recordé que nunca le había mencionado a Yara que ellos también querían recibir su visita, además de la mía. Para no olvidarlo de nuevo, decidí llamarla de inmediato y no dejarlo para después.

     Yara me contestó justo cuando iba a sonar la contestadora.

     —Hola, Hellen. Estaba algo ocupada, por eso me tardé en contestar.

     —Pero ¿puedes hablar?

     —Sí, supongo que sí. ¿Qué pasa?

     —Te cuento —le dije, apuntando mi mirada a la ventanilla del taxi—. Voy de camino a la casa de mis padres para hacerles una visita. Hace unas semanas, vinieron a mi apartamento y me dijeron que también les gustaría que tú fueras a visitarlos cuando pudieras. Han pasado tiempo sin verte y no estaría mal que lo hicieras. Te vendría bien a ti y a ellos.

     —Me gustaría decirte que iré a verlos pronto, pero, en este momento, y durante las próximas semanas, con todo lo del álbum, no creo que tenga la cabeza para visitar a nadie. Solo quiero quedarme aquí en el apartamento pensando en música.

     —Entiendo... Pero no estarás así todo el año, ¿o sí? Sé que, como lo haces conmigo, también puedes sacar un tiempo para ir a verlos.

     —Sí, puede ser.

     —Bueno. —Al notar sus respuestas cortas y sin mucha seguridad, preferí no insistir—. Hablamos luego. Cuídate mucho.

     —Cuídate tú también, hermanita.

     Me quedaba claro que, pese a ser mi hermana y haber crecido juntas, Yara era más desapegada con nuestros padres. Su forma de relacionarse con las personas era bastante diferente a la mía, lo que explicaba por qué nuestras relaciones, sobre todo las amorosas, tomaban caminos distintos.

     Al meditar acerca de las relaciones amorosas, Laurent vino a mis pensamientos. Sentí un impulso de comunicarme con él y, de alguna manera, continuar con la plática de ayer en la heladería. Pero ¿debía hacerlo? Tenía mi celular en la mano y estaba a unos cuantos toques de entrar en su chat y mandarle un mensaje. Y, aunque sabía lo que eso conllevaría, era mejor aferrarme a la nostalgia de lo fue en vez de arriesgarme a lo que nunca llegó a ser.

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