XIX
Hellen
Ni siquiera la llegada del lunes me hizo olvidar la ansiedad que sentí al ver que, después de nuestra salida del sábado, Laurent tardara un mundo en responderme los mensajes. Ese patrón de apego ansioso me llevó a revivir lo mal que lo había pasado en mis experiencias amorosas recientes. En respuesta, decidí hacer una introspección, recordando todo lo aprendido en terapia. Y, en lo que restaba del fin de semana, me esforcé para no volver a entrar en el chat de Laurent.
—¿Por qué tan pensativa? —me preguntó Jona mientras caminábamos hacia el espacio verde del campus. Elina estaba en clase y se nos uniría en un rato—. Hoy estás como en otro mundo.
¿Debía contarle a Jona y a Elina, e incluso a Yara que había tenido un patrón de apego ansioso con Laurent? No, por el momento, no me parecía algo tan grave como para preocuparlos.
—Solo estoy pensando en algunas tareas —le respondí.
—¡Las tareas me van a volver loco!
—Lo mismo digo. Nos van a tener que encerrar en un manicomio a los dos.
En este receso, hicimos una excepción y optamos por no sentarnos en la mesa de cemento, sino sobre la grama, que había recibido mantenimiento y estaba más radiante de lo acostumbrado.
—¿Cómo te fue en tu cita con Laurent? —me preguntó Jona, sacando una bolsa grande Doritos. Me ofreció unos y yo, fanática de los snacks, no pude negarme.
El sábado en la noche, a través del grupo de WhatsApp que compartíamos, Jona y Elina me preguntaron cómo me había ido con Laurent, pero solo les respondí: «Les cuento el lunes». Quizá les habría contado si hubiera estado más tranquila, o mejor dicho, si Laurent no me hubiera tenido ansiosa con su falta de respuesta a mis mensajes.
—¿Crees que está bien decir «cita»? Suena demasiado romántico.
—No me vengas con el cuento de que salieron como amigos porque no te creo. —Me miró con los ojos entrecerrados y se llevó un Dorito a la boca.
—¡Ya estoy aquí mis diseñadores gráficos! —Elina apareció de súbito detrás de nosotros. Pensé que la veríamos venir desde lejos, ya que nuestra posición nos permitía ver el típico camino hasta este lugar.
—¿Nos quieres matar del susto o qué? —le reclamó Jona, llevándose la mano al pecho.
—¿Por qué se sentaron aquí? —preguntó Elina con las manos en la cintura.
—Quisimos cambiar por hoy —le respondí—. Siéntate.
—Está bien, como quieran. —Elina se sentó a mi lado, dejándome entre ella y Jona.
—¿Qué tal la clase que te impidió estar aquí antes? —le preguntó Jona a Elina.
—Mejor de lo que esperaba —le respondió ella, metiendo la mano en la bolsa de Doritos para sacar uno—. El profesor nos hizo una prueba sorpresa y saqué una de las mejores notas.
—¡Felicidades! —le dije, dándole un golpecito en el hombro—. Estoy segura de que serás una de las mejores odontólogas de esta ciudad.
—Llevaré a mis hijos a tu consultorio —le dijo Jona, que también la felicitó por su buena nota.
—Agradezco sus cumplidos, pero fue pura suerte. —Se rio ella.
—¿Suerte? —Fruncí el ceño con mi mirada puesta en ella—. Talento, querrás decir.
—Estoy de acuerdo —me apoyó Jona.
—Como digan, mis diseñadores gráficos. —Elina metió de nuevo la mano en la bolsa de Doritos, esta vez sacando más de uno—. Por cierto, Hellen, ¿no nos vas a contar cómo te fue con Laurent? No quisiste decir nada en el grupo de WhatsApp, pero ahora no tienes escapatoria.
—En general, estuvo muy bien —respondí—. Fuimos a una heladería, comimos helado de napolitano y hablamos de muchas cosas. Siento que conectamos aun más que antes.
—¿Se besaron? —me preguntó Elina. A veces olvidaba lo directa que podía ser con sus preguntas.
—Oye, no le preguntes eso —le reclamó Jona, pero su tono carecía de seriedad—. Mejor pregúntale: ¿Después de comer helados, no se comieron sus bocas?
—Con ustedes dos estoy en un callejón sin salida —les dije entre risas—. Pero siento decepcionarlos. No nos besamos ni nada por el estilo.
—Bueno, con tal que hayas disfrutado de la cita, no importan cosas esas —me dijo Jona, dejando las bromas lado.
—Ojalá pudiera tener una cita así con alguien. —Elina se recostó sobre la grama, utilizando su mochila como almohada—. Quiero decir, salir, hablar de cualquier cosa y divertirnos sin recurrir a lo carnal.
—Es complicado conectar con alguien en estos tiempos —dije yo. Al constatar que la mochila de Elina era lo suficientemente ancha como para que pudiéramos recostarnos las dos, me uní a ella.
—Donde caben dos, caben tres —dijo Jona, que, aunque apretado, también se recostó con nosotras.
Por la noche, tras terminar todas mis actividades de este inicio de semana, tuve la necesidad de escribirle Laurent. Mis pensamientos fluctuaban mientras decidía si hacerlo o no. Odiaba permanecer en la incertidumbre a la hora de tomar una decisión, pues me hacía sentir en un descontrol absoluto. No obstante, teniendo claro que no quería quedarme con las ganas, tomé mi celular y me dispuse a enviarle un mensaje. Sin importar si era una acción tonta e innecesario, me recordé a mí misma que no debía ponerme ansiosa si no me respondía de inmediato o antes de que me fuera a dormir.
Yo: ¡Hey, Lauren! No hemos hablado desde el sábado. ¿Qué tal estás?
Me acordé de que a esta hora Laurent estaría volviendo a casa después de ensayar con la banda. Sin embargo, para mi contento, me respondió en menos de cinco minutos.
Laurent: Hola, Hellen. Me contenta que me escribas. Pensé que no me volverías a hablar. Ja, ja. Yo estoy muy bien, ¿y tú?
Yo: Qué va. Sería un despropósito no volverte a escribir. Me alegra que estés bien. Yo también lo estoy.
Laurent: Oye, con respecto a lo que me dijiste sobre salir otra vez, me gustaría que hiciéramos algo de lo que hablamos en la salida.
Yo: ¿A qué te refieres con exactitud?
Laurent: Ir a tu apartamento y tocar el saxofón para ti.
El cambio de Laurent, desde no darme una respuesta directa el sábado hasta mostrar más iniciativa para nuestra próxima salida, me revolvió de amor por dentro. Tenerlo tocando el saxofón, solo para mí y en mi apartamento, sería un deleite total para mis oídos, mi corazón y cada parte de mi ser.
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