V
Hellen
La mayoría de mis casi algo tenían una característica en común: volvían cuando ya los había superado. Por lo común, se les daba por volver en un lapso de seis meses a un año. Y eran tan desvergonzados que, después de haber jugado con mis sentimientos, pretendían retomar la comunicación como si nada hubiera pasado, asumiendo que las cosas volverían a ser igual que antes. Estaban equivocados si pensaban que aún guardaba algún sentimiento por ellos. Si bien era cierto que la pasaba mal en los duelos amorosos, me enorgullecía de afirmar que, una vez superados, no volvía a sentir afecto de ninguna índole hacia esas personas.
En contadas ocasiones venía alguien a mi apartamento por las noches. Yara solía visitarme durante el día, mientras que Elina y Jona no me hacían visitas nocturnas, a menos que fuera algún sábado especial en el que, aparte de venir, decidieran quedarse a dormir. Sin embargo, esta noche no era de fin de semana y, a eso de las ocho de la noche, tocaron a mi puerta. Al escuchar los toques, fruncí el ceño con extrañeza, pues no esperaba la visita de nadie.
Me acerqué a la puerta, asomé mi mirada por la mirilla y me encontré con la inesperada aparición de mis padres. En vista de que tampoco era normal que ellos me visitaran a mitad de semana y pasadas las ocho de la noche, mi primera reacción fue de preocupación. De cualquier forma, me apresté a abrirles, los saludé con un abrazo a ambos y les pedí que pasaran.
—¿Qué los trae por aquí? —les pregunté, invitándolos a tomar asiento en mi único sofá, que, por fortuna, tenía espacio suficiente para acoger hasta a tres personas.
—Teníamos ganas de verte en persona —me respondió mi mamá—. ¿Sabes hace cuánto que no nos vemos?
Hacía cerca de tres meses que no veía a mis padres. En cierto modo, me responsabilizaba por no haberles hecho una visita antes. Todos los conflictos emocionales internos que me propuse resolver hicieron que mi foco de atención se centrara en mí misma. Entre las sesiones de terapia, la universidad y la adaptación a mi nuevo apartamento, mi tiempo se vio demasiado limitado. A pesar de ello, la comunicación por medio de mensajes no se había descuidado; con lo cual, podría haber fallado en ir a verlos, pero no en estar pendiente de ambos para saber cómo estaban.
—Lamento mucho no haber podido visitarlos. —Fui a traer una silla del comedor, la puse frente al sofá y me senté—. ¿Cómo han estado?
—Nosotros, muy bien —respondió mi papá, dirigiendo una mirada sonriente a mi mamá—. Disfrutando de las vacaciones del trabajo.
Mis padres trabajaban en una entidad financiera, donde se habían conocido y enamorado en su juventud. Su relación había pasado por muchos deslices a través de los años, pero admiraba que, por mucho que la vida intentase separarlos, siempre encontraban la manera de superar cualquier dificultad y permanecer unidos. El caso es que, desde que tengo recuerdos, tomaban vacaciones a la vez con el fin de disfrutar más tiempo juntos.
—¿Tú cómo estás? —me preguntó mi mamá, dejando notar su preocupación en el tono de su voz—. ¿Ya te siente mejor emocionalmente?
Tanto mi mamá como mi papá estaban al corriente de los conflictos emocionales que había atravesado en el último tiempo. Recuerdo que, cuando les conté mi situación, recibí un respaldo absoluto de su parte. E, incluso, se ofrecieron a pagarme las terapias. En resumidas cuentas, mi mejora no habría sido posible sin ellos.
—La última vez que los vi, estaba mal en ese aspecto —respondí, viéndolos a ambos—. Pero ahora estoy mucho mejor. Las terapias, por sobre todas las cosas, fueron de gran ayuda.
—Este mes no nos pediste dinero para las terapias —me dijo mi papá—. ¿Por qué?
La verdadera razón por la que no les pedí dinero para las terapias este mes fue por el sentimiento de vergüenza. Mis padres hacían mucho por mí al cubrir el costo del apartamento, y no quería añadirles más cargas financieras. Además, considerando mi mejora, concluí que asistir a terapia había dejado de ser algo imprescindible
—Les repito, ahora estoy mucho mejor —respondí con seguridad—. No veo necesarias las terapias a día de hoy.
—Aunque te encuentres mejor, ir a terapia no está de más. —Mi mamá se acomodó en el sofá, inclinándose hacia adelante—. Cuando quieras regresar, háznoslo saber y con gusto te mandamos el dinero.
—Eso es cierto —agregó mi papá en apoyo a mi mamá. Luego, posó su mirada en mí y prosiguió—: Las terapias no solo son útiles en los momentos difíciles, sino en cualquier etapa de la vida.
Al escuchar las palabras de mis padres, solo me sentía afortunada de tenerlos en mi vida.
—Está bien —les dije con gratitud—. Si decido volver a terapia, se los diré.
Me dirigí a la cocina en busca de algo de beber para los tres. En mi refrigerador, almacenaba una amplia selección de latas de soda con diversos sabores, pero sabía que a mi mamá le gustaba evitar las bebidas con alto contenido de azúcar. Por ende, tomé dos latas, una para mí papá y otra para mí, mientras que a ella le serví un vaso de agua. De ahí en adelante, nuestra platica se prolongó durante un buen rato. A mis padres les encantaba recordar viejos momentos, en especial aquellos en los que Yara y yo éramos unas niñas.
—Por cierto, mañana veré tocar a la banda de Yara —les dije, terminando mi soda, que era una Fanta de uva—. Tendrán una presentación en el club que está a la vuelta de la esquina.
—Me alegra saber que Yara está creciendo con su banda y que siga manteniendo cercanía contigo. —Mi mamá le dio un sorbo a su vaso de agua.
—Lástima que con nosotros mantenga cierta distancia —agregó mi papá con un matiz de pesar.
—Yara los ama igual que yo —aseguré—. Lo que pasa es que está bastante enfocada en la banda. Pero, mañana que la vea, le pediré que los llame o vaya a visitarlos.
—Agradeceríamos mucho que se lo dijeras —me dijo mi mamá, que se puso de pie junto a mi papá—. Ya tenemos que irnos, Hellen.
También me incorporé y nos despedimos con un abrazo afectuoso.
—Cuando menos se lo esperen, iré a visitarlos —finalicé, despidiéndolos en la puerta.
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