L


Laurent


Sabía que Hellen estaría en la fiesta con actuación en vivo de la banda, pero, aun así, después de muchos días sin verla, el impacto visual de su presencia no tuvo precedentes. Era como si mis ojos me dijeran que esa era la chica más hermosa que podían no solo ahora mismo, sino en el momento actual de mi vida. Y no me sentía del todo cómodo con ese sentir. A pesar de haber trabajado en mi apego evitativo para permitir que Hellen se acercara más a mí, en este punto, no podía controlarlo.

     Sentí un impulso de mantenerme alejado de Hellen durante la fiesta, lo cual no sería complicado, porque los miembros de la banda teníamos asignadas ciertas tareas para la noche, además de que debíamos animar todavía más el ambiente con nuestra presentación.

     Llegó la hora de inicio de la fiesta y los invitados llenaron el salón en cuestión de minutos. Fueron pocos los que no se acercaron a saludarnos, en especial a Jan, que acababa de aparecer con Abel. Y, de este modo, el evento comenzó en todo su esplendor.

     —¿No has bebido nada? —me preguntó Mary, que se acercó a mí para ofrecerme un vaso de cerveza.

     —Aún no —le respondí, tomando el vaso y dando un pequeño sorbo. A lo lejos, vi que Hellen estaba distraída hablando con Yara, lo que me hizo sentir menos mal por no estar cerca de ella—. Prefiero no beber mucho hasta después que toquemos.

     —¡Es cierto! —Mary dejó su vaso de cerveza en una mesa cercana.

     —Tú no has bebido mucho, ¿verdad? —le pregunté.

     —No, para nada. —Esbozó una de esas sonrisas que denotaban la mentira.

     Pasaron dos horas de fiesta y, de un momento a otro, Yara subió al escenario, tomó uno de los micrófonos disponibles y nos pidió a los miembros de la banda que subiéramos. En resumen, agradeció a todos los invitados por el apoyo mostrado al asistir a la fiesta. Abel, el único que se quedó atrás antes de subir, lo hizo de un salto y nos invitó a darnos un abrazo en grupo. Al estar más cerca de él durante el abrazo, noté un fuerte olor a cerveza, lo que evidenciaba que había bebido de más y no estaba en condiciones óptimas para tocar la batería.

     Abel se apoderó del micrófono de Yara y se dirigió al público con un grito: «¡Ahora tocaremos nosotros para animar el ambiente!». Luego, se acercó a su batería, tomó sus baquetas y trató de hacerlas girar sobre sus dedos. Sin embargo, como apenas podía coordinarse, no hizo más que tirarlas al suelo.

     —No puedes tocar en ese estado, Abel —le dijo Jan, que, junto a nosotros, se acercó a él.

     —¡¿Cómo que no puedo tocar?! —Abel miró a Jan con una mirada ardiente de enojo—. Habíamos dicho que tocaríamos algunas canciones. No les quedaremos mal a los invitados.

     —Yo tocaré la batería —insistió Abel—. Sabes que puedo hacerlo y cantar al mismo tiempo, al más puro estilo de Don Henley en The eagles.

     —¿Puedes hacer eso? —le pregunté a Jan, incrédulo.

     —¿No recuerdas lo que te dije? —me respondió él—. Aún no sabes dónde está mi pico como artista.

     —Tú no tocaras mi batería esta noche, rulos locos —le dijo Abel en total negación—. Lo haré yo y punto.

     Jan sabía que no llegaría a ningún lado discutiendo con Abel en su estado de ebriedad, por lo que le dejo la decisión final a Yara.

     —Déjenlo que lo haga —expresó Yara, tomando la decisión sin demorarse mucho—. El público quiere disfrutar de nosotros sin ver cambios en los encargados de cada instrumento.

     —Roguemos no quedar en ridículo ante esta gente. —Jan negó con la cabeza, pero aceptó la decisión de Yara.

     Empezamos a tocar con el miedo al posible ridículo que mencionó Jan. No obstante, para nuestro alivio, Abel mantuvo el tiempo perfecto en todas las canciones, aparte de ser enérgico pero controlado. Es más, me atrevería a decir que era una de sus mejores actuaciones que le había visto. A la larga, el público se lo reconoció y, cuando terminamos la presentación, todos comenzaron a gritar: «¡Abel, Abel, Abel!»

     De nueva cuenta, Yara habló por la banda y le dio un agradecimiento al público por el apoyo, sobre todo porque habían tarareado todas las canciones, demostrando que eran verdaderos seguidores de nuestra música. Antes de bajar del escenario, busqué a Hellen entre el tumulto de gente que teníamos delante. Cuando la localicé, en las últimas filas, la miré a los ojos y traté de rememorar la primera vez que nos vimos en aquella presentación. Ella me devolvió la mirada con una media sonrisa, tan tierra como siempre, pero había algo diferente en sus ojos. La incertidumbre que reflejaban no armonizaba con el resto de su expresión. Esto me convenció de que, por más que mi apego evitativo me quisiera mantenernos alejados, necesitaba acercarme a ella para preguntarle si todo andaba bien.

     Tuve que atravesar todo el salón para llegar hasta Hellen, pidiendo permiso a muchas personas y apartando a otras por mi cuenta, ya que no prestaban atención a mis palabras. Finalmente, logré acercarme a ella. Al encontrarla de espaldas, le toqué el hombro para que se girara y le pregunté:

     —¿Qué tal la fiesta?

     Ella se giró con rapidez, y noté que se sonrojó al verme de frente. Yo también reaccioné de la misma manera. Si lo reciproco podía resumirse en una escena, esta sería la ideal.

     —¡Laurent! ¿La fiesta? Todo bien. Me la he pasado genial. ¿Y tú?

     Su tono de respuesta me daba la impresión de que estaba mintiendo.

     —La presentación no salió mal, así que te diría que también me la estoy pasando bien.

     —Lo hicieron increíble. —Me guiñó el ojo—. No puedo esperar a escuchar su nuevo álbum.

     —Haremos lo posible para que tu espera no se haga larga —aseguré.

     Hellen vaciló, como si quisiera decir algo, pero se detuvo. Pensó por un momento mientras miraba hacia una esquina del salón y, luego, me dijo:

     —Oye, Laurent, quería hablarte de algo.

     —Dime. Soy todo oídos.

     En el instante que Hellen iba a proseguir, Mary apareció detrás de mí, me tomó del brazo y me dio la vuelta para que escuchara lo que tenía que decirme.

     —Me siento mareada, Laurent. Creo que tomé demasiado. ¿Me acompañas al baño?

     —¿Mareada? —Me preocupé enseguida—. No consumiste nada más que no fuera cerveza, ¿verdad?

     —¿Todo bien? —preguntó Hellen al ver la situación.

     —¡Solo acompáñame al baño! —insistió Mary

     —Vuelvo en un momento —le dije a Hellen, haciéndole un gesto para que me esperara.

     Acompañé a Mary hasta el baño, el cual, en este salón, no tenía separación entre hombres y mujeres, de ahí que estuviera un tanto concurrido. Al estar en el pasillo de acceso a los baños, Mary se detuvo en seco, se colocó frente a mí y me dijo:

     —Estoy mal, Laurent, pero es por ti.

     Acto seguido, se abalanzó sobre mí y me dio un beso lleno de pasión.

     —¿Era mentira que te sentías mal? —le pregunté, apartándola de mí.

     —¡Caíste! —me respondió ella, riéndose. Me sacó de quicio que se lo tomara como una broma.

     Me di la vuelta para volver a la fiesta, pero, a unos pocos metros de mí, estaba Hellen, observando todo lo que había pasado entre Mary y yo. Pude ver la decepción en sus ojos, un sentimiento que había experimentado en carne propia y que nunca le deseé a nadie, mucho menos provocarlo.

     Hellen se alejó a paso apresurado y se perdió entre los invitados. Sin perder tiempo, me lancé a buscarla por cada rincón del salón. Pregunté a Yara y a los demás si la habían visto, pero parecía haberse esfumado por completo. Recorrí de un lado a otro hasta que, exhausto, me desplomé en uno de los muebles. Luché por contener el grito que amenazaba con salir de mi garganta, abrumado por la culpa de haber provocado un sentimiento que me había destrozado en su momento.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top