【 Hormigas De Fuego 】

La dificultad de encontrar una hormiga era mínima. Claro, dependiendo de la clase de hormiga que quieras. Scott conocía aproximadamente dónde se encuentra las hormigas de Fuego, sólo necesitaba varios gusanos muertos y estar atento a un pequeño enjambre de ellas.

Scott llevaba una mochila, donde tenía dentro un frasco con un algodón mojado, otro con los gusanos y lombrices ya muertos y unos moribundos y, por supuesto, sus preciados guantes negros. Si no quería conservar una picadura tendrá que usarlos. Las hormigas de Fuego se adhieren a la piel con sus mandíbulas y posteriormente bajan la punta del gáster para inyectar el aguijón en la víctima. Sólo la picadura es responsable del dolor y la pústula. Scott aprendió a la mala con eso.

La primera vez que las vio fue acompañado por su nuevo amigo, Quill. El niño parecía tener mucho tiempo libre. Cada día que iba al bosque, aunque sea muy tarde, allí estaba él, como si lo estuviera esperando. Y al acercarse al pequeño, él siempre decía:

—¿Vamos? Tengo un lugar muy bonito que te gustará.

Ahora no sabía si Quill lo estaba esperando o él esperaba que estuviera allí.
Además, cada vez está más animado cuando va al bosque, y su madre no pasó desapercibido ese detalle. Llegó un día donde lo bombardeo con preguntas, y al siguiente le daba indirectas, las cuales Scott fingía no entender. Le incomodaba hablar de esos temas con su madre, además, le bastaba y sobraba cuando su maestra tocaba eso de una manera vergonzosa.

Quill era un niño muy peculiar. Algo rellenito y bastante extrovertido. Siempre lo recordaba cuando su mamá escucha una vieja radio con canciones antiguas de rock. Decía que algún día viajaría al espacio y sería un guardián de la galaxia. Scott no dudaba de eso, es más, hasta lo apoyaba. Le daba ideas descabelladas que serían difíciles y, en el peor de los casos, imposibles de ejercer, sin embargo, Quill las tomaba en cuenta. Scott poco a poco iba conociendo más sin darse cuenta. Las canciones que cantaban juntos una que otra vez, los libros de física cuántica y del universo en general que leían juntos una y otra vez hasta que los comprendían y las bromas que hacia Quill para hacer reír a Scott.

Ya era media noche, ambos se reían sin darse cuenta de la hora que era. Scott lucía agotado, pero aún no quería irse. Quill notó eso, y le indicó que lo siguiera.

—¿Adónde vamos? —preguntó.

—Es una sorpresa —Quill vio que él se quedó quieto, observando un árbol torcido que parecía un monstruo. Agarró la manita de Scott que estaba pálido—. Vamos, no tengas miedo.

Scott se sonrojó, avergonzado. Negó diciendo que no era cierto y se excuso.

Al llegar, le mostró un enjambre de hormigas de Fuego. Scott, emocionado, las agarró así nomás, olvidan todo lo del libro gordo de hormigas que ha estado leyendo y haciendo caso omiso a lo que su madre le decía sobre ellas.

—Ah, no deberías hacer eso, Scott.

—¿Por qué? —Scott acarició suavemente la hormiga colorada.

Antes de que Quill pudiera decir nada, la hormiga picó en la palma de la mano a Scott.

—Porque pican muy feo.

—¡¿Por qué no me dijiste antes?! —replicó el pequeño.

—Es que... —Quill se sonrojó—. Te veías muy tierno así.

Scott se sonrojó igual o peor, y se le pasó el enojo. Se alejó rápidamente antes de las hormigas se subieran a él, las miró y tocó en sus bolsillos buscando algo con qué agarrarlas sin repetir el mismo error. No traía nada. Dejó todo en su casa por querer ver a Quill. Hizo un puchero, que al mayor le pareció tierno.

—¿Qué pasa, Scott?

—No traje algodón, ni frascos ni nada para agarrarlas. Tendré que venir mañana.

—¡Está bien! Y para mañana me encargaré de que no te piquen —sonrió, tomando la mano Scott que tenía las picaduras—. Vamos a mi casa. Voy a curarte eso.

Sin esperar respuesta, lo llevó con él. Con una linterna y poniendo música para aligerar el ambiente aterrador que veían.

—No te preocupes, Peter —dijo tímido, tratando de detenerse—. Puedo irme a casa, estaré bien.

—Nop, vamos a la mía. Tengo todo para curarte. Porque a mí me pasó lo mismo —admitió avergonzado. Se detuvo y levantó parte de su camisa dejando ver su estómago lleno de puntos rojos.

Scott se sonrojó y desvió su mirada. Le dijo que tuviera más cuidado, Quill asintió. Luego, lo llevó a su hogar.

—Bien, voy contigo —contesto algo derrotado—, pero déjame avisarle a mi mamá dónde estoy. Debe estar muy preocupada.

—¡Sí! Cuando lleguemos le decimos a mi tío Yondu que te ayude a usar el teléfono.

La casa del pequeño Peter era una choza muy acogedora. Un hombre viejo los recibió con una escopeta en manos, explicando que si Quill no llegaba en cinco minutos lo iría a buscar. Peter le pidió que guardara eso, disculpándose con Scott, que parecía un poco asustado. Él accedió, murmurando que no era nada malo.

Al estar todo en orden, el adulto ya iba a dormirse, hasta que el rubio lo llamó.

—Yondu, ¿puede quedarse Scott a dormir por hoy? ¡Por favor, no he hecho nada malo!

—Aún.

—¡Tío, por favor!

Después de algunas súplicas y promesas que sabía que no iba a cumplir, cedió.

—Bien, pero dime que su madre sabe dónde esta el mocoso —Yondu vio la expresión nerviosa de los dos menores. Rodó los ojos y se acercó al teléfono—. ¿Cuál es su número?

Scott lo dijo, y Yondu le dio el aparato para hablar con la tutora del menor, que la escuchó con un enorme pánico. Le explicó y rogó por quedarse. La mayor lo dudó por mucho. Yondu (por petición de Quill) habló con la madre. Y al principio no dejaba de decirle violador o secuestrador a Yondu, se calmó y sólo accedió ya que el mayor le dio la dirección, y ella conocía esa parte del bosque.

—Avísame cuando vayas a secuestrar a otro niño, ¿si? —mencionó con voz cansada.

Esa noche Quill curó a Scott. Jugaron y hablaron un poco más y se fueron a dormir.

Fue el mejor día de ambos niños.

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