El juicio de Dios


Aprovechando que había mencionado a un escritor de culto como lo es Antonio Di Benedetto, su novela Zama es considerada la mejor escrita en español en los últimos cien años a la par de mi condición de colega, me dirigí al narrador. "Disculpe, Ud. vive en Mercedes y allí tengo una pequeña explotación ganadera. Crío caballos de salto además no pude menos que escuchar que Ud. es abogado como lo soy yo y nos une la común pasión por Di Benedetto".

Me miró analizándome al instante que agregaba "si no escucho mal somos ambos del noroeste" de Catamarca repliqué y esbozando una sonrisa dio por sobreentendido que entendía nuestra común procedencia. 

Derivamos la charla a las causas de nuestra migración. Lo dijo directo y sin vergüenza. "Nunca pude escribir la tesis doctoral y con esa frustración no podía regresar a Catamarca donde aún vivían las tías que con gran sacrificio habían contribuido a su estudio". No había desarrollado la carrera judicial exitosamente, apenas era agente fiscal en lo civil y comercial luego de 25 años en el Poder Judicial, mientras esto contaba se quejaba que los abogados hoy iban al Tribunal casi en ojotas. 

Mantenía su soltería y tenía una señora que lavaba y planchaba. Para la comida prefería los bodegones de Mercedes, "El cabildo" o de últimas la confitería del club social. Comprendí que en su vida solitaria, dedicada a la lectura por lo que decía y mostraba, a su modo el traje como uniforme perpetuo lo entendía como su expresión de cerril rebeldía. Gente con gran sentido del honor reflexioné mientras la voz del gordo insistía con que cuente la historia del Juicio de Dios. Sabía que la confianza permitida al gordo por lo escuchado era porque le hacía las veces de chofer en los días laborables y compañía cuando los fines de semana iba a la ciudad de Buenos Aires para instalarse en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, la que está por Avenida Las Heras esquina Agüero que sábado y domingo abría de 11 am a 20 pm. El gordo en ese tramo partía para los hipódromos. 

Ínterin el tren se había puesto en movimiento. La larga parada que tuvimos fue por que finalmente no había sido accidente. Se trató de un suicidio (algo mas habitual que lo deseado sobre todo en ese ramal) así que para no contaminar la zona del crimen nos habían mandado a padecer sin bajar. Cosas del progreso subdesarrollado coincidimos con el colega. La formación tenía mínimo doscientos metros y nosotros estábamos atrás, la muerte había sido en la locomotora, imaginamos que allí estaba el cuerpo. No entendíamos como a tanta distancia podíamos alterar escena alguna. Así que allí estábamos, hermanados por el origen, la profesión, la predilección literaria y una cierta frustración por una profesión que ejercíamos que poco y nada ayudaba a la paz social y a evitar que se multipliquen los conflictos.

Uní mi voz a la del gordo y lo animé para que nos contara su encuentro con "El juicio de Dios" porque en definitiva de eso se trataba, deduje.

Si, continuó, el enero terminó y el febrero lo encontró en Catamarca, en la casa de la abuela y tíos. Su delito lo tenía apocado mismo que la abuela había dado la orden de salidas restringidas por inconducta. En esas condiciones no quedaba otra que la biblioteca del abuelo, verdadero tesoro y estaba ese anaquel con llave a la que tenía acceso.

Mostrando el sobre dijo como al pasar,  estaba en ese anaquel. Al cuero gastado que aún mostraba su fineza se le agregaban zurcidos y algún parche de cuero o cuerina. En ese anaquel encontró varias carpetas que ya tenía revisadas, eran recortes de diario, pero había una en particular con partes del diario Andes, de Mendoza y le llamaba la atención pues en ellos había notas y cuentos de Antonio Di Benedetto del que había visto el nombre en cartas mecanografiadas; eran varias en respuestas a las del abuelo. Eso lo llenaba de orgullo. Que un amigo del abuelo apareciera en un diario. Tenía - en sus cortos años - la vaga noción de la importancia que significaba.

Así que leyó el cuento insistiendo que lo que narraba ahora, no era de la memoria de aquellos cortos años sino de posteriores y reiteradas lecturas de toda la obra del autor, dicho esto empezó el cuento. Era un jefe de estación de San Rafael, Mendoza al que le avisan que una formación estaba con problemas, así que marcha en una zorra por las vías junto a dos empleados.

Yo al cuento lo leí, y comprobé por lo compendiado de su relato, que mas importante que el cuento era la topada que ese niño había tenido con la historia lo cual avivó mas mi interés.

La zona era desértica y pronto el agua se hizo escasa como grande la necesidad de descansar - narraba el cuento - así que habiendo divisado un rancherío Don Salvador - el protagonista del cuento - se baja de la zorra y camina hacia las casas, en el camino una vieja con una niña que lo mira y lo señala diciendo, !papá papá papá! con el balbuceo de sus poco años. Don Salvador para no ser descortés la acaricia y le habla mientras la vieja lo conduce al rancherío. Pronto se reúnen los hombre con los que la vieja cuchichea. Es que la chica es hija de la Juana, una joven que quedó embarazada no se sabe de quien, ni lo dijo con las golpizas que recibió casi a diario cuando se supo su estado. Nacida la hija, se le puso de nombre Juanita y a sus tres años la Juana desapareció.

La Juana había ido al pueblo con la Juanita varias veces así que la gente del rancherío deducía que la pequeña sabía quien era su padre y lo había señalado. Don Salvador recibió el mismo trato que la Juana, pero con las duras golpizas no cambió los dichos respecto a que no la conocía.

El viejo - padre de los muchachones - dijo "nosotros y la Juanita decimos que es el padre, el hombre que perjudicó a la Juana y el dice y se mantiene en que no lo es. Lo sometamos al juicio de Dios. En la vía está la zorra y sabemos que viene una formación atrasada motivo por el que la habían salido a auxiliar. El hombre - señalando a Don Salvador - dice no ser el padre de la Juanita, no quiere asumir esa obligación. Dios tampoco querrá que el tren choque y se descarrile. Si ambas voluntades coinciden, si el tren no choca ni descarrila Dios ha hablado y el hombre no es el padre de la Juanita, si descarrila es el culpable de nuestra desdicha de haber perdido a la Juana". Eso lo adjudicaban a la vergüenza de la joven y no a las golpizas y al ambiente opresivo que significaba tener que atender a la Juanita, servir a los hermanos al padre y a la abuela y encima recibir sus golpes. La abuela era la que mas inquina tenía pues ahora las labores de la casa estaban soportadas por su vejez.

Don Salvador, se imaginaba el desastre del choque. El grito de los heridos y el llanto por los muertos. Lo expresaba de esa forma, pero el viejo no quería hablar. Solo esperaba el juicio de Dios.

Los dos empleados acompañantes de Don Salvador que habían huido de los hermanos, a la noche se acercaron a la zorra y con la intención de prender una fogata, pero fueron aprendidos por los hermanos y el viejo. El tren se acerca y Don Salvador grita asesinos, prendan una fogata mientras sus empleados lo desalientan, va a hacer que nos peguen un tiro. El tren no frenó,  empujó a la zorra que salió expulsada de las vías todo con gran estruendo, pero no implicó nada, el tren siguió su marcha hasta que el maquinista paró el tren. 

Los maquinistas con gorras similares a las de Don Salvador se acercaron al rancherío para ver si estaban allí los de la zorra y fue que la Juanita señalaba a uno y otro mientras decía ¡papá papá papá! y los maquinistas la alzaban y le hacían cariños cada uno a su tiempo. La cara de desconcierto del viejo, la abuela y los hermanos le decía a Don Salvador que no era necesario expedirse sobre el juicio de Dios y empezó con los maquinistas y los empleados que habían estado con el en la zorra, a desandar la marcha para buscar a los empleados y seguir en tren a San Rafael, mientras les decía después les cuento.

El gordo reía mi colega y yo nos deleitábamos, en mi caso recordando con mayor precisión la totalidad de la historia. Pero siga inquirió aquél mientras me miraba y decía, falta la mejor parte. Con cierto pudor el colega continuó. Comprenda que leí algo que poco entendí a mis siete años, excepto que Dios se expedía sobre la culpabilidad con el choque de un tren. Pasaron los días y ya ni la biblioteca calmaba el desasosiego, así que el deambular fue retomado. Pronto llegó a vincular desasosiego con la noción que tenía de la existencia de la estación de trenes situada en la ciudad de Catamarca, sabía donde estaba y en su vagabundear había tomado nociones de los arribos, así que empezó a colgarse de los coches a caballo, los taxis de aquélla época que en los horarios de arribo enfilaban para la estación. 

Era fácil llegar, antes la consideraba ubicada en la lejanía mientras que ahora sabía que eran una pocas cuadras, no mas de diez las que la separaban de la casa de la abuela. Allí se ubicaba en el andén, esperando ver el tren sin descarrilarse y que diera el mensaje de Dios, que no iría a la cárcel ni al infierno. De cada arribo, con el juicio de Dios que lo absolvía, retornaba a la casa donde los jueces impertérritos mantenían la condena. Infierno y cárcel. Esto último era eso de interno o pupilo al colegio La Salle en Argüello, Córdoba. Del infierno se había sosegado un poco pues en uno de los dibujos de La Divina Comedia que mencionara, leyó de un bosque tan tenebroso "que ni la muerte se animaba a entrar", de todas formas había una salida para no llegar al infierno y mi colega se rió de buena gana.

Hizo una pausa y como si la condena que recibiera en su niñez se mantenía vigente y el infierno los esperara, agregó. Ahora esas preocupaciones me van menos, para los judíos no existe un infierno, ni para los musulmanes pícaramente insinuaba otra solución. El cambio de creencias y luego desgranó un argumento ontológico. Si somos hechos a semejanza de Dios y nuestra alma es su espíritu que nos insuflara, no habrá de querer tener una parte suya sufriendo en el infierno. Ya estábamos en plaza Miserere. Intercambiamos direcciones y nos prometimos visitas.

Lo fui a ver una cuantas veces, tuvimos allí largas tertulias donde me solacé con su fino intelecto y vastos conocimientos. Por otras cuestiones pasaron varios meses sin que me llegara a visitarlo y cuando fui por su oficina para concretar un encuentro, supe que había renunciado, vendido todo lo que tenía de patrimonio en Mercedes, se creía que había regresado a Catamarca, era una buena persona, justa y muy apreciada. La gente no por morbo sino por verdadero interés quería saber de su paradero. Nunca se supo. 

De él me quedó el recuerdo a un hombre triste, el 22 de febrero del 2012 cuando fue la masacre de Once, el mismo tren que nos llevara y al que conocíamos en su vejez y falta de mantenimiento asumida con la mansedumbre de quienes están lejos de los que mandan, se había descarrilado, causando mas de cincuenta muertes y mas de setecientos heridos. 

Nos encontramos a los días en el bar de la terminal de ómnibus. Sus palabras fueron pausadas y profundas, con una voz que me semejaba a la de un augur. O la que yo imaginaba que estos tendrían para anunciar una verdad absoluta. Con esa voz que tanto me impactara dijo: "habrá que creer en el juicio de Dios nomás, el se manifiesta a través de los descarrilamientos para señalar a los culpables". No había que agregar mas a tanto dolor.

Alguna vez recordé la insistencia conque mencionaba no tanto el contenido sino el título de la obra "El mundo es ancho y ajeno" del peruano Ciro Alegría, tengo para mi que finalmente se arriesgó a que ese mundo no le fuera ajeno. Ojalá lo disfrute.

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