Saltos de realidad
Saltos de realidad por LizGol
Premio otorgado: "Mejor realidad".
Gruñidos y gritos agudos inundaron sus oídos mientras corría a lo largo de la cloaca, su respiración era ajetreada pero trataba de mantenerla silenciosa para no delatar su posición.
Tragó saliva con nervios y asomó la cabeza en otro conducto, una explosión se escuchó a lo lejos y un poco de tierra cayó cuando el lugar tembló.
—Demonios —susurró extendiendo la mano.
Un pequeño halo de luz apareció frente a él, pero este desapareció casi al instante. Su brazalete no respondía, no tenía manera de iluminar su entorno o de cambiar de dimensión para salvarse.
Otro grito agudo resonó, lo percibió más cerca por lo que pegó el cuerpo a la pared y trató de calmar su respiración.
Esas cosas eran sumamente sensibles a los sonidos.
Su corazón latía a gran velocidad y podía sentir calor en su muñeca, clara señal de que el brazalete de poder estaba intentando encender; pero aún con eso al cien, no era contrincante para los Rakasi.
Trató de pensar en otra solución, debía llegar al centro y detener el experimento, no podían cruzar, ¿cuántos universos buscaban destruir?
Se juró no intervenir en los sucesos de las diferentes dimensiones, solo debía brincar de una a otra tratando de destruir los avances que amenazaban a todos los universos alternos. Pero cayó en una realidad dónde los despiadados dictadores tenían la tecnología necesaria para que el brinco interdimensional estuviera a tan solo un paso.
No solo estaban por desatar un caos interdimensional, querían obtener recursos y poder de dónde fuera con tal de mantenerse.
«Debo detenerlos» pensó por enésima vez en el día.
Su grupo yacía muerto en una de las tantas realidades que dejó atrás, una que estuvo llena de robots que mataban a cualquiera que tuviera un latido natural. A duras penas logró escapar y se consideró un bastardo por llevar a sus compañeros al pasaje de la muerte.
En la dimensión actual, los rebeldes eran torturados hasta perder la razón. Tenía la cabeza llena de imágenes que hubiera preferido jamás tener que presenciar.
Tenía una misión, solo una, y la dejó de lado al darse cuenta que podría recuperar a su par.
Salió caro su momento de egoísmo, estaba varado en una de las peores dimensiones, sin equipo, sin manera de destruir los avances científicos, y con monstruos persiguiendolo por tener una energía diferente.
Sacó el arma de la parte trasera de sus jeans y suspiró muy levemente, tal vez podría herir a su perseguidor en la pierna como su superior le enseñó.
Sintió una opresión en el pecho al recordar a su mentor, aquél que descubrió que su sangre era apta para el brazalete al tener lo necesario para ser convertida en energía.
Murió en el intento de golpe de estado de esa realidad. Fue uno de los tantos ejemplos de lo que les pasaría a los que se opusieran a la dictadura. Lo quemaron vivo en medio de la explanada y, no satisfechos con eso, le inyectaron el suero de la resurrección para que sufriera por muchas más horas a causa de la piel y los órganos consumidos por el intenso calor desprendido por la placa de metal atada a su espalda.
Quiso vomitar de solo rememorar la carne chiclosa y la espesa sangre.
Otro rugido interrumpió sus pensamientos, pudo escuchar las patas del Rakasi hacer impacto con el lodo en el suelo y las largas uñas del monstruo arañar las paredes de cemento. Era un monstruo de aproximadamente dos metros con una piel áspera y púas. Parecía un gremlin, uno enorme con dos filas de dientes y uñas capaces de partir acero en dos.
Su corazón comenzó a latir más rápido al percibir la cercanía, sudor recorrió el costado de su rostro y empuñó con fuerza el arma en sus manos. Miró al suelo y encontró la sombra del animal, estaba casi a su lado, seguro olfateaba el aire.
Su sangre era un gran problema en esa dimensión, no era nada como la de los habitantes; la suya contenía proteínas que, al ser pasadas por el brazalete en su muñeca, se convertía en energía que podía crear portales interdimensionales, luz y ataques de electricidad.
La bestia con tan solo verlo detectaría la diferencia y lo atacaría.
El animal asomó su cabeza pero no giró, él contuvo la respiración y rezó para que no volteara, era el único que quedaba. Justo cuando el animal comenzó a girar en su dirección, una explosión que hizo temblar el lugar se escuchó.
El Rakasi rugió tan fuerte que causó que sus oídos retumbaran, pero para su suerte regresó por dónde llegó y él soltó el aire contenido.
Tras calmar su acelerada respiración, y asegurarse de que estaba solo, puso su palma boca arriba y la imagen de los planos de las cloacas apareció en tercera dimensión; había un punto rojo justo a unos cuantos metros, su destino. Cerró la mano y cuando el mapa desapareció, se dispuso a caminar. Lograría terminar con la apertura dimensional así le costara la vida.
Giró en algunos conductos hasta llegar a unas escaleras vagamente iluminadas. Si lo que los rebeldes le dieron era correcto, sobre su cabeza estaba el laboratorio.
Suspiró con fuerza e intentó, por enésima vez en lo que iba del día, abrir una puerta dimensional o lanzar su ataque. Pero nada, el brazalete solo estaba haciendo lo más básico cómo representar lo guardado en su mente en tercera dimensión.
En algún punto de su viaje, cruzó una cortina de bloqueo y su brazalete absorbió el dolor que debió sentir.
Ese mundo era un caos de tecnología creada solo para hacer sufrir; en cada esquina te podías encontrar con arcos de metal que aparentaban tener unas cortinas rojas llenas de brillos que solo provocaban dolor si eras parte de la oposición. Una muy creativa manera de encontrar a la rebelión a la que pertenecía en más de una dimensión.
Su dimensión estaba en otro nivel, prácticamente vivían en el espacio porque la humanidad terminó con el planeta tierra entre guerras y egoísmo. Eran pocos los sobrevivientes, pero la empatía era una regla básica para sobrevivir. Así fue como terminó uniéndose a los agentes interdimensionales que tenían la misión de evitar que otras realidades terminaran como ellos. (Punto de partida)
Pero la verdad era que en cada brinco encontró una humanidad más cruel y enferma.
Casi quiso renunciar, pero una chica de ojos color turquesa siempre lo convenció de que valía la pena... Hasta que murió de manera despiadada en una misión en ese mismo mundo en el que ahora estaba atorado.
Sacudió su cabeza tratando de disipar los gritos de agonía que ella soltó al ser desmembrada mientras aún yacía con vida.
Regresó a esa realidad a terminar con lo que iniciaron y, si era posible, vengar la muerte de su querida. Cosa que probablemente no podría llevar a cabo si quería destruir parte de la tecnología de la tiranía. Tras vagar por muchos universos, buscando a su doble, se dio por vencido al llevar a sus compañeros a la muerte en una acto lleno de egoísmo.
Saldaría cuentas.
Subió por las escaleras y descubrió que el pasillo estaba en forma de caracol, sostuvo con fuerza su arma y esperó que no tuviera que activarla. Los Rakasi eran sensibles a los sonidos, los atraería al disparar.
Al llegar al final, encontró otra escalera, pero esta se encontraba empotrada en la pared, debía escalar para llegar a una trampilla y abrir la redonda manija.
Frunció el ceño, la trampilla era muy antigua, dudaba poder girar la manija sin hacer ruido, pero era eso o seguir vagando en las cloacas con los Rakasi al acecho.
Endureció la mandíbula y se dispuso a subir tras guardar su arma en la parte trasera de su pantalón. Con cada escalón su mente hacía cuenta sobre los segundos que tendría para salir y cerrar, sin ser detectado. Se suponía que esa trampilla daba a un lugar poco vigilado.
Una vez que llegó hasta arriba, soltó aire por la boca a la par que ponía ambas manos en la manija. Apretó con fuerza y cerró los ojos al girar un poco.
Un fuerte y muy agudo sonido que le hizo rechinar los dientes se escuchó; tal como predijo, la trampilla era vieja, tanto que de seguro no había sido abierta en años. Cerró los ojos y giró más, arrugando el entrecejo cuando el sonido se percibió como uñas arañando un pizarrón. Era horrible y le provocaba dolor, pero continuó.
Cuando llegó al tope, guardó silencio, incluso dejó de respirar para captar los sonidos que lo rodeaban. Tenía que ser cuidadoso tanto debajo como con lo que había arriba. Ser atrapado era una sentencia de muerte.
Al no escuchar pasos de los Rakasi, puso su espalda en la trampilla y empujó con suma lentitud. Abrió lo suficiente para ver el pasillo color crema y el piso de loza blanca inmaculada que le sirvió para observar mejor lo que lo rodeaba.
Aparentemente estaba solo. Empujó más y contuvo la respiración cuando la trampilla rechinó.
—Rayos, rayos —susurró escuchando un agudo gruñido a lo lejos.
Sin pensarlo mucho, empujó la trampilla y subió los escalones que le faltaban. Alcanzó a ver la sombra negra acercándose a gran velocidad por la escalera. Una vez arriba, dejó caer la pesada puerta y se estremeció cuando esta aplastó los dedos de la bestia que estuvo a nada de alcanzarlo.
El Rakasi soltó un alarido que se percibió tenue. Fue más el escándalo de la trampilla al cerrarse.
Sacó su arma y apuntó hacia el frente tomando una posición a la defensiva. Era imposible que nadie hubiera escuchado, en especial estando tan cerca del laboratorio de tecnología.
Miró de lado a lado con la respiración tan agitada y fuerte que la escuchó en su cabeza.
Estaba solo a merced de un ejército que seguro patrullaba el lugar.
Se pegó a la pared e intentó silenciar su respiración, debía estar atento a lo que pasaba en su entorno. Tenía un plan de emergencia pero costaría vidas, incluyendo la suya.
Y a la distancia que estaba del laboratorio, la bomba de disco no causaría mucho daño, fracasaría en su misión de impedir los brincos interdimensionales.
Aún se percibía el alarido del Rakasi por debajo, así que ajustando su gorra, se dispuso a caminar en dirección a su meta.
«Camina hacia tu izquierda, llega al fondo, gira a la derecha, la cuarta puerta» repitió en su cabeza como un mantra.
Siguió las indicaciones y avanzó hacia el fondo del lado izquierdo, pero antes de llegar se pegó a la pared para poderse asomar.
El espejo que rompió el último soldado que enfrentó le vendría bien.
Sacó un poco la cabeza en el pasillo. Frunció el ceño al no encontrar a nadie e incertidumbre lo inundó.
Esas instalaciones eran vigiladas en extremo de manera presencial. El tirano en turno no confiaba en las cámaras, solo en sus drones asesinos que patrullaban las calles.
Algo estaba mal, lo sentía en sus entrañas.
Volvió a asomar la cabeza, miró a ambos lados del pasillo y, al no encontrar a ningún soldado, se incorporó.
Se paró justo en medio del pasillo sosteniendo su arma con ambas manos. El brazalete en su muñeca cada vez estaba más caliente y eso le daba un poco de esperanza de salir con vida de su misión suicida.
Suspiró con fuerza, no dejó de mirar a ambos lados y dio un paso atrás en dirección a la trampilla.
Un escalofrío lo recorrió cuando escuchó, a su espalda, un martillo ser jalado y ese familiar sonido de electricidad recorriendo un arma.
—Dame una razón, traidor —espetó una voz femenina.
Jadeó con fuerza, no lo pudo evitar. Incluso olvidó que su vida era amenazada al girar para abrir los ojos con suma sorpresa.
Ojos turquesa, los más bellos del planeta. Cabellera azulada y corta y facciones finas pero severas.
—Anya —musitó con sorpresa al encontrar a la mujer que buscó en numerosas dimensiones.
Y entonces, ella disparó.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top