Nana

Nana por NSanchez0000

Premio otorgado: "Amor ilegal".

Nahia terminó de atar sus zapatillas de deporte pero no salió inmediatamente de su pequeño apartamento. Antes, dedicó unos minutos a desentumecerse, no para evitar tirones, sino porque las cinco horas de clase virtual le habían pasado factura.

Cuando ya se sintió preparada, abandonó su espacio seguro dispuesta a oxigenar su cuerpo y despejar la mente, tal y como los médicos aconsejaban. Las horas que la población pasaba encerrada se habían traducido en nuevos problemas de salud, por eso ahora, se permitía salir a pasear o correr.

Aún así, no había mucha gente por la calle, muestra del miedo instaurado y de las restrictivas normativas actuales. Hacía mucho ya de aquella tercera pandemia que terminó de poner el mundo patas arriba, pero las consecuencias, años después, aún estaban ahí.

Nahia subió el volumen de su reloj y la música atronó en sus oídos. Siempre le había gustado que el sonido acallara el latido acelerado de su corazón. Giró en la siguiente calle y continuó corriendo mientras esquivaba a los neutrales, que se movían a sus anchas por la ciudad. Esos androides sin sexo definido eran las carcasas huecas de las mismas personas que se escondían tras las paredes de sus casas. Una forma de vivir sus vidas sin dejar de lado la seguridad que les proporcionaba el mantenerse encerrados lejos de cualquier contacto.

A punto estuvo de chocar con uno de ellos cuando enfiló hacia la entrada del parque, un lugar que permanecía en la más absoluta tranquilidad ya que los neutrales no solían moverse por allí. Durante el tiempo que corrió, apenas se cruzó con un par de personas con las que por supuesto, no habló. Las leyes solo permitían que la gente se comunicara entre sí en espacios abiertos, en caso de extrema necesidad y todo contacto estaba prohibido. Esa era la única forma de asegurar el bienestar de los ciudadanos y después de todo lo ocurrido, nadie estaba dispuesto a llevar la contraria al gobierno.

Se detuvo un momento y miró a su alrededor con atención, intentando grabar en su memoria cada pequeño detalle, después cerró los ojos y centró su atención en la sensación del aire acariciando su piel...

El reloj emitió el molesto pitido que le avisaba de que el tiempo de permanecer en el exterior había finalizado y emprendió a toda prisa el regreso a casa con la pesadumbre de no poder disfrutar un rato más de su acotada libertad.

Después de una ducha y una frugal cena, un arrebato de nostalgia, le hizo querer hablar con su abuela. La emoción brilló en sus ojos cuando en la pantalla se hizo nítida la imagen de su nana.

—Querida...

Nahia pestañeó para evitar las lágrimas y esbozó una sincera sonrisa.

—Nana...

—Dime, mi niña, pareces triste. ¿Acaso hay algo que te preocupa?

Ella negó con fuerza. No se trataba de preocupación sino de añoranza.

—Es solo que te echo de menos, nana. A ti... y a papá y mamá. Si al menos tú estuvieras conmigo, sentiría menos esta soledad.

—Sabes que si pudiera, estaría ahí contigo. Sin dudar.

Nahia asintió con fuerza.

—Lo sé. Nana... háblame de cuando las cosas eran distintas. Antes de la primera pandemia, antes de que papá y mamá murieran.

A veces pensaba que hablar de ello era remover las aguas, pero otras veces, necesitaba recordar. Solo eso, recordar y llenar los silencios.

—¿Qué quieres saber mi niña?

—No sé... ¿cómo era salir a trabajar? ¿O quedar con los amigos? ¿Qué se sentía cuando era una misma la que hacía las cosas y no su neutral?

La anciana pareció pensárselo durante un instante.

—Cuando eras pequeña, tanto que apenas sabías andar, íbamos todos los domingos al merendero que había más allá del parque. Llevábamos un montón de comida y solíamos coincidir allí con otras familias de la zona. Después de comer mientras los más pequeños jugabais o dormíais la siesta, nosotros echábamos unas cuantas partidas de cartas. Charlábamos, nos reíamos de cualquier tontería... y entre una cosa y otra, pasábamos el día.

—¡Ojalá poder recordar esos momentos! Ahora, los días son tan monótonos...

La anciana frunció el ceño ligeramente.

—Pero Nahia... maitia... ¿no vas a clase? ¿no te reúnes con tus amigos?

—Sí —afirmó un poco molesta—. Pero no es real, es mi neutral el que está allí y por mucho que los equipamientos hápticos me hagan sentir todo lo que ocurre, no es lo mismo. No deja de ser una simulación.

—Cielo, sabes que eso tú no lo vas a poder cambiar. Todas las medidas que se tomaron fueron para proteger a cada persona de este país.

—Lo sé —respondió resignada. A veces, el precio a pagar le parecía muy alto.

La imagen de la pantalla sufrió una pequeña interferencia, una nueva demostración de que todo en su mundo era irreal.

—¿Algo más que quieras saber? —preguntó solícita, más como un asistente que como su propia abuela.

—No, nana. Así está bien.

—Si necesitas algo más, llámame.

Nahia notó cómo de nuevo se le humedecían los ojos.

—Así lo haré. Te quiero.

—Y yo a ti.

Se quedó un instante mirando la pantalla en blanco. Ese simulador una vez más había devuelto a su nana a la vida, pero no era más que eso, un espejismo. Daba igual que se tratara de una inteligencia artificial que utilizaba un volcado de los recuerdos de su abuela. Era capaz de conversar y responder extrayendo información de esa memoria, pero ella no estaba allí, en realidad solo era otra máquina más...

Recordó entonces, que había quedado con Ekaitz y corrió a su cuarto para ponerse una vez más el traje háptico. Esperaba que hubiera algún neutral libre cerca del local pues no le gustaba llegar tarde a los sitios. En cuanto se conectó al sistema, emitió la orden verbal y casi al instante se encontró ocupando un androide que estaba a una calle del lugar de la cita. Sobre la cinta estática caminó a buen ritmo y el sistema detectó a Ekaitz a varios metros de distancia. ¡Ojalá por una vez pudiera ver cómo era él en realidad y no solo su neutral! Se lo había imaginado de tantas maneras diferentes que no podía evitar entristecerse cada vez que tenía frente a ella a un androide igual a otros cientos de miles. No se trataba de un pensamiento superficial, era cierto que lo que le había gustado de Ekaitz era su personalidad, sin embargo en estos tiempos no había más rasgos a los que poder aferrarse.

¿Pensaría él lo mismo? ¿Intentaría imaginarse cómo era ella en realidad? Mientras se hacía esas preguntas llegó a su lado y después de un breve saludo, entraron en el local. Su pantalla señaló un cobro automático al atravesar el umbral que correspondía al precio de acceso.

Buscaron un lugar tranquilo en el que sentarse y Ekaitz solícito, exploró el listado de música disponible.

—¿Qué te apetece escuchar?

—Algo tranquilo...

Movió la mano varias veces para subir y bajar por la lista y cuando encontró lo que buscaba, compartió el archivo con Nahia. Al momento una melódica música acarició sus oídos. Ella miró entonces hacia la pista de baile y no pudo reprimir una carcajada. Siempre le hacía gracia ver a los neutrales bailar a ritmo diferente de lo que ella estaba escuchando. Ventajas e inconvenientes de que cada uno eligiera sus canciones.

Sintió un cosquilleo en el guante derecho que rebotó en su piel y al bajar la vista, descubrió la mano de Ekaitz sobre la suya. ¿Cómo de auténtica era esa sensación? ¿Se sentiría igual si fueran sus dedos los que acariciaran su piel?

—¿En qué piensas?

—Me gustaría... que pudiéramos tocarnos de verdad.

Y se sonrojó. Notó el calor subir a sus mejillas, una reacción que su neutral era incapaz de replicar y por tanto quedó para sí misma.

Ekaitz se acercó un poco más a ella y susurró:

—Sueño con eso todas las noches, Nahia.

Al menos sabía que su voz era auténtica, pues no estaban permitidas las modificaciones vocales, así que cuando le hablaba con ese tono grave, conseguía ponerla nerviosa. Notó un involuntario revoloteo en su interior y el deseo de estar con él, aumentó. Ese chico le gustaba de verdad. Tanto como para pensar que se trataba del definitivo. Pero ¿qué sabía ella del amor?

—Quizá dentro de un tiempo... —contestó con un hilo de voz.

Las relaciones esporádicas solo se podían mantener a través de un neutral. Si en cambio, se convertía en duradera, había la opción de compartir un espacio habitacional y por tanto tener contacto físico. Pocas parejas llegaban a ese punto, por eso la mayoría de las familias censadas eran los restos de una vida anterior. Padres y madres de la antigua generación que habían creado su hogar, con sus hijos y todos o parte, habían superado las pandemias. Apenas surgían relaciones estables nuevas y eso, a la larga, supondría un problema.

Nahia se dio cuenta de que el silencio se había alargado más de lo habitual. ¿Le había molestado su respuesta?

—¿Ocurre algo? —preguntó con miedo.

—No, es solo que... ¡quedemos!

Miró el rostro del neutral deseando que pudiera replicar los gestos faciales con mayor verosimilitud, pues no tenía muy claro cuáles eran sus intenciones.

—¿Quedar? Eso ya lo hacemos.

Sintió cómo Ekaitz apretaba ligeramente su mano a la vez que negaba.

—Así no, en persona. Sin nuestros neutrales.

Al entender lo que quería decir, Nahia se puso en pie, asustada.

—Sabes que está prohibido —susurró, inclinándose hacia delante, como si los demás pudieran oírles.

Él también se levantó y esbozó una sonrisa torcida. O eso pareció al menos.

—No me refiero a que nos pongamos a charlar en medio de la calle, pero tú sales a correr, ¿no? Podríamos cruzarnos y si accidentalmente nuestras manos se rozaran...

La simple idea de coincidir con él, de realizar semejante fechoría, hizo que sus pulsaciones se dispararan. Tenía razón, ¿qué podía pasar? Sería algo totalmente casual. Dos desconocidos que se cruzarían, como tantos al cabo del día. ¿Quién se iba a fijar en un instante así?

Antes de dar por terminada la cita, ultimaron su plan y se despidieron con la promesa de un roce piel con piel.

Nahia pasó toda la mañana nerviosa, sin poder centrarse en la clase virtual, repitiendo una y otra vez en su mente cada punto acordado. Cuando llegó la hora, se vistió a toda prisa y en vez de realizar los acostumbrados estiramientos, paseó por la habitación como un animal enjaulado.

Salió del apartamento sin sus habituales auriculares, ya que después de mucho darle vueltas, pensó "¿Y si él aprovecha esa décima de segundo para decirme algo?". No se lo perdonaría a sí misma si eso ocurría y no llegaba a escucharlo. Así que echó a correr por la calle, como cada día y sin embargo, esta vez todo era diferente. Siempre se había preocupado en disfrutar de la vista, de notar el aire, olvidando que se perdía el sonido de la ciudad, de la vida. Se sintió más expuesta, al escuchar incluso el ruido de cada una de sus zancadas y a la vez, se recreó en ese impacto acompasado que bailaba al mismo ritmo que su acelerado corazón.

Divisó el pequeño lago y buscó, ansiosa a lo lejos, hasta que localizó el banco que Ekaitz describió. Y allí, haciendo estiramientos pero sin perder de vista lo que ocurría a su alrededor, estaba él. A una distancia como esa, Nahia apenas distinguía su figura y un alborotado pelo rubio. Cuando se giró y la miró directamente, consciente de su presencia, ella se puso rígida. Al instante, recordando las indicaciones acordadas, se agachó para ajustar su zapatilla, aunque sabía que él no tenía duda alguna de que era ella, después de la mirada que le había lanzado.

Por un instante tuvo miedo y pensó en huir. ¿Y si no cumplía sus expectativas? ¿Y si no las cubría él? Sabía que apenas serían unos segundos, pero estos podían cambiarlo todo...

Se incorporó y respiró hondo una vez, antes de echar a andar a buen ritmo en su dirección. No tenía ni idea de si Ekaitz había comenzado a avanzar y en el fondo, tenía pánico a levantar la cabeza y descubrir que él ya no estaba allí. Sin embargo, al momento se sintió estúpida... ¡estaba perdiendo la oportunidad de observarlo! Ese pensamiento hizo que sus ojos le buscaran y se sorprendió al encontrarlo a una distancia corta. Apenas se pudo fijar en sus rasgos, un rostro agradable aunque quizás la culpa de esa apreciación la tenía esa sonrisa que parecía llenarlo todo. Y lo siguiente que ocurrió, consiguió que se le cortara el aliento: con toda la naturalidad del mundo le guiñó un ojo. ¿Habría ensayado ese gesto frente al espejo? ¿Le saldría de forma natural?

Al darse cuenta de que estaban a punto de cruzarse, ambos, inconscientemente ralentizaron sus pasos. De pronto, todo sucedió a cámara lenta, o eso le pareció a ella. Desviaron la mirada para no llamar la atención y justo en ese instante, el roce de sus manos hizo que una corriente eléctrica les recorriera desde ese punto hasta la última neurona de su cerebro.

—Nahia... —susurró junto a su oído Ekaitz, antes de romper el contacto.

Su voz sonó ligeramente diferente a como ella la recordaba, más limpia y clara. Más profunda también. Y escuchar su nombre hizo que le temblaran las piernas. Por un momento pensó que iba a flaquear, pero consiguió mantener el paso, alejándose de él, dejando atrás al que ya consideraba la persona más importante de su vida.

Una desconocida euforia se adueñó de ella mientras regresaba a casa. Se sentía diferente, más audaz y valiente después de la pequeña infracción cometida. Se miró la mano, como si pudiera ven en ella la huella del contacto, pero no era así. Apenas quedaba un leve cosquilleo como recuerdo de que lo ocurrido era real. Tal y como había imaginado, la sensación era totalmente diferente a la que transmitía el guante por muchos puntos de réplica que tuviera. Y saber que la realidad superaba por mucho cualquier experiencia virtual, le hizo desear más. Mucho más.

Su reloj vibró y un mensaje apareció en su pantalla: Han sido los mejores minutos de mi vida.

Una tonta sonrisa se dibujó en su rostro y Nahia llegó a la conclusión de que sus neurotransmisores estaban trabajando a cien por hora, segregando química placentera a su organismo. No había duda, estaba enamorada.

Cuando dos días después recibió un extraño mensaje de Ekaitz, supo que algo estaba pasando. Ya de por sí era raro no haber tenido noticias de él, cuando por costumbre hablaban a diario. Pero que le pidiera reunirse en el mirador del parque pasado el toque de queda... ¡y en persona, no a través de un neutral! Durante horas analizó una y otra vez todas las opciones posibles. ¿Les habrían descubierto? Quizás alguien vio el furtivo roce... o puede que solo se tratara de dar un paso más, al fin y al cabo a ella, compartir ese momento le había generado una necesidad hasta ahora inexistente: quería más. Tal vez Ekaitz se sentía igual que ella.

Hecha un mar de dudas, recurrió una vez más a su mayor apoyo.

—Nana, ¿qué es el amor? ¿Cómo sé si estoy enamorada?

—Eso se sabe maitia. No hay explicación. Te lo dicen las entrañas, el aleteo tras las costillas, el cosquilleo en la yema de los dedos, la piel erizada, los saltos del corazón. Se sabe, mi niña. Y tú lo sabrás también.

—¿Está el amor por encima de todo, incluso de las normas?

La imagen de su abuela soltó una suave carcajada.

—Esa es una imagen muy idílica de ello, los límites los marcas tú. No lo olvides.

—Gracias nana, te quiero.

A la hora acordada, Nahia se encontraba junto a la balaustrada, escrutando la oscuridad con miedo. Nada se movía a su alrededor y el silencio era absoluto. Miró hacia abajo, donde se extendía una enorme extensión de césped y árboles que llegaban hasta el lago, donde dos días antes habían coincidido por primera vez. Un ruido a sus espaldas, la puso en alerta y cuando se giró vio una figura corriendo hacia ella. No recobró el aliento hasta que la luz de una farola cercana evidenció que se trataba de Ekaitz. Este, llegó hasta ella y sin mediar palabra la estrechó entre sus brazos. Nahia se puso rígida ante el contacto, pero se relajó al descubrir lo agradable que resultaba ese gesto. Cuando él se separó, apenas lo hizo unos centímetros y ni siquiera entonces llegó a soltarla del todo. Ella reparó en que Ekaitz llevaba una mochila a su espalda.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué me has citado de esta manera? Si nos ven...

—Ya lo saben —explicó con nerviosismo—. No sé cómo, pero lo saben. Me llegó una notificación y tengo que personarme en la central dentro de dos días. Seguramente tú también recibas una.

El peor de sus augurios se estaba haciendo realidad.

—¿Y entonces?

—Me voy —dijo con firmeza. Sujetó sus manos y la miró a los ojos—. Y quiero que vengas conmigo. Te... quiero. Te quiero y no estoy dispuesto a renunciar a esto. ¿Qué nos ofrece este lugar? Libertad está claro que no. Tengo algunos contactos no lejos de aquí que pueden ayudarnos. Son personas que están trabajando para que las cosas se hagan diferentes, que están dispuestos a forzar al gobierno para que la situación del país cambie. ¿Qué me dices?

Nahia dudó, sin embargo Ekaitz jugó su última carta. Sujetó su rostro con ambas manos y la besó. En ese momento ella sintió todo lo que su nana le había descrito y entendió que ella tenía razón. Cuando se quiere a alguien se sabe.

Al dejar de notar sus labios abrió los ojos y sin atisbo de duda declaró:

—De acuerdo, huiremos.

Significado palabras en Euskera

*Nahia: deseo

*Ekaitz: tormenta

*maitia: querida

PÁRRAFO DE PUNTO DE PARTIDA

Giró en la siguiente calle y continuó corriendo mientras esquivaba a los neutrales, que se movían a sus anchas por la ciudad. Esos androides sin sexo definido eran las carcasas huecas de las mismas personas que se escondían tras las paredes de sus casas. Una forma de vivir sus vidas sin dejar de lado la seguridad que les proporcionaba el mantenerse encerrados lejos de cualquier contacto.

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