Eternal Love 1.0

ETERNAL LOVE 1.0 por BecaAberdeen

Premio otorgado: "Proyecto Amor".

La vida de Constance era una ironía en sí misma.

Que la secretaria de dirección de AI, una empresa de tecnología puntera que ofrecía amor y soluciones contra la soledad, con un porcentaje de éxito del 99%, estuviera tan sola... tenía su gracia. Quizá no para ella, pero alguien, sin duda, hubiera apreciado lo irónico de la situación.

Constance había probado todos los métodos que su compañía tenía que ofrecer y ninguno le había funcionado.

¿Era ella? ¿Había algo de malo en ella que la incapacitaba para el amor? Tenía que ser eso.

A diario, recibía la visita de parejas que querían darle las gracias a AI por ayudarles a encontrar a la persona perfecta. Había pasado horas y horas observando a antiguos clientes hasta convertirse en una experta en reconocer las señales del amor.

Siempre era igual: buscaban la mirada el uno del otro y, cuando esta se encontraba, ambos esbozaban una sonrisa involuntaria y llena de confidencias. Se aproximaban buscando la cercanía y el tacto del otro, casi sin darse cuenta, como dos imanes atraídos por el influjo del campo magnético de su contrario. Terminaban las frases del otro, reían por palabras en clave que no significaban nada para los demás pero que para ellos parecía traer recuerdos dulces y divertidos.

Constance nunca había sentido eso. Ninguno de los algoritmos que habían llevado a AI a ser los líderes del mercado parecían funcionar con ella, y no porque sus citas hubieran sido esperpentos. Nada que ver. AI le había presentado a hombres encantadores, inteligentes, atractivos y exitosos... y aun así, ella no había sentido nada por ninguno. Por eso estaba cada vez más convencida de que era un problema suyo.

Había crecido sin familia, en un orfanato, y no le quedaban amigos de la infancia cerca. Tal vez se había acostumbrado tanto a la soledad que estaba rota. Más bien resquebrajada, y cualquier sentimiento de afecto por otro ser humano se escurría por sus grietas hasta que volvía a estar vacía.

La empresa estaba alborotada con la llegada de San Valentín. Faltaban apenas tres meses para el 14 de Febrero que era cuando habían programado lanzar el nuevo producto que llevaba dos años en desarrollo: Eternal Love. Más o menos, desde que ella llegara a la empresa. Nadie, a parte del departamento de desarrollo y la junta de dirección, sabía de qué se trataba. El secretismo era necesario para evitar que otras compañías les copiaran las ideas, pero los rumores apuntaban a que, de superar la última prueba, revolucionaría el mundo como no ocurría desde la creación de internet.

Quizá Eternal Love funcionara al fin para ella. Era su última esperanza. Los que conocían el proyecto aseguraban que nadie se quedaría solo en un mundo donde Eternal Love existiera. ¿Por qué iba a ser ella la excepción?

Constance levantó la vista de la pantalla cuando el CEO de AI entró en la recepción acompañado de un joven alto.

—Buenos días, Constance —la saludó Chen Xing—. Este es Enlai Wang, acabo de recogerle en el aeropuerto. Viene desde China, así que debe estar agotado. ¿Puedes reservarle una Suite en el Trovere?

Constance asintió y tecleó el nombre del hotel en su ordenador.

El CEO se volvió hacia el joven.

—Es un cinco estrellas magnífico que está a dos pasos de aquí. La junta directiva quiere saludarte, pero después podrás irte directo a la habitación y descansar —le explicó—. Constance, ¿puedes traer café y té a la sala de reuniones?

—Claro, señor Xing.

Constance marcó el número del hotel y los contempló marcharse mientras daba tono. No tenía ni idea de quién era Wang para que el CEO en persona estuviera haciéndole de niñera, y la junta directiva fuera a reunirse para darle la bienvenida. Quizá fuera un socio, pero parecía demasiado joven como para tener su propia empresa o para ser un accionista de peso.

Diez minutos más tarde, entró en la sala de reuniones y saludó a los presentes. Los conocía a todos a excepción de Enlai Wang. La mayoría eran accionistas principales de AI, pero también estaba la directora ejecutiva, el director de marketing y el representante del departamento judicial.

Guardaron silencio con su llegada, pero no era de extrañar debido al secretismo del proyecto Eternal Love. De hecho, la sala estaba insonorizada y contaba con varios anuladores de micrófonos, por si alguien se le ocurría entrar con uno oculto.

—¿De qué parte de China es? —preguntó Aimee, la directora ejecutiva, en vista de que Constance había interrumpido su discusión sobre el nuevo lanzamiento.

—Del norte —respondió Wang con un perfecto inglés.

—Eso explica lo alto que es ¿Cuándo empezó a programar? —De no ser por el tono amistoso y relajado de Aimee, hubiera parecido una entrevista.

—Con nueve años.

Así que era programador. Eso explicaba lo joven que era. Constance le echó un vistazo preguntándose si aquello era de verdad una entrevista e iban a contratarle. Lo descubrió mirándola. Su expresión no denotaba nada, más que paciencia con que terminara de distribuir y llenar las tazas y se marchara. Probablemente quería terminar la entrevista cuanto antes para poder irse al hotel a descansar. Aun así sintió que se le calentaban las mejillas ante su atención.

—¿Té o café? —le preguntó a Wang cuando le llegó el turno.

Él se limitó a señalar la tetera.

—¿Azúcar o sacarina?

Wang le respondió algo en chino y ella se quedó petrificada.

—¿No habla chino? —inquirió él entonces con esa mirada imperturbable.

Constance tragó saliva incómoda.

Toda la junta les observaba y el hecho de que ella no sabía nada de chino había sido traído a su atención por un imbécil que no podía ser mucho más mayor que ella. ¿Cuál era su problema?

—Trabaja en una empresa China y no sabe nada de la lengua —prosiguió Wang. No fue una pregunta, sino un resumen. ¿Quería que la despidieran o algo así?

Apretó los dientes y se guardó de responderle que ni la descripción de trabajo ni la entrevista habían mencionado el chino como un requerimiento para el puesto. Vale sí, era la secretaria del CEO, quien era chino. Quizá hubiera sido lógico que el señor Xing se hubiera buscado a alguien con conocimientos de su idioma materno, pero no era culpa de ella que no se le hubiera ocurrido. Tal vez lo hiciera ahora que Wang le había dado la idea.

Salió de la sala deseando que no le contrataran. No tenía ni idea de si era un buen programador, pero le había quedado muy claro que no era buena persona.

Una hora más tarde, Xing y el programador aparecieron en su mesa.

—Ya está hecha la reserva —informó al CEO.

—Perfecto, acompañe al señor Wang al hotel.

—¿Al hotel? —preguntó horrorizada—. Pero si está en esta misma calle.

El señor Xing le lanzó una mirada que la hizo forzar una sonrisa complaciente y ponerse de pie.

Una vez en el ascensor a solas con Wang se puso tensa. Estaba un paso por delante de él pero su presencia era como una valla electrificada a su espalda.

—¿Y bien? ¿Le han contradado? —preguntó para romper el silencio.

—¿Contratado?

Contance le echó un vistazo.

—¿No ha venido a hacer una entrevista?

—No, llevo dos años trabajando para AI.

Igual que ella.

—¿Está trabajado en Eternal Love?

—Soy el creador de Eternal Love —respondió él, provocando que ella se girara para mirarlo impresionada. Ahora entendía a qué venía tanto bombo con su llegada—¿Sabe lo que significa AI?

Aprovechando que le daba la espalda puso los ojos en blanco. Era uno de esos genios informáticos arrogantes que se creen más listos que el mismísimo universo.

—Artificial Intelligence.

—Eso es lo que significa en inglés. ¿Sabe lo que significa en chino?

—Artificial Intelligence —repitió ella con tono de burla. ¿Acaso no era un término universal?

Sorprendentemente lo oyó reír.

—Ai significa amor en chino —esclareció él.

Abrió la boca. ¿Cómo podía no saber que el nombre de su empresa era un juego de palabras que significaba dos cosas a la vez y que ambas tenían que ver con el producto que vendían? Sin duda, iban a despedirla. En EE.UU, y sospechaba que en China también, uno tenía que amar a su empresa por encima de todo, demostrar interés y entrega.

Cruzaron la recepción y salieron a la calle. El sol los recibió en todo su esplendor y Wang entornó los ojos para protegerse del cambio de iluminación. Después de un viaje tan largo, ella hubiera parecido un dibujo a carboncillo, pero Wang no tenía ojeras ni la piel sin lustre. Estaba tan fresco como una lechuga. ¿Sería por la alimentación asiática?

—¿Va a continuar trabajando desde China? —le preguntó conforme caminaban por la ajetreada calle neoyorkina.

—Me quedaré un tiempo. Al menos hasta que lancemos Eternal Love.

Genial, pensó ella con ironía. Tiempo suficiente para destruir su reputación en la empresa. Constance estaría trabajando en McDonalds antes de San Valentín.

Wang se detuvo en seco sin avisarle y le llevó un momento darse cuenta de que estaba caminando sola. Cuando miró por encima del hombro lo vio parado frente a un puesto de perritos calientes.

Regresó a su lado.

—¿Quiere que le encargue algo de comer en uno de los restaurantes de moda de Manhattan?

Wang esbozó una sonrisa mostrando los dientes. La primera que le veía. No le gustó su sonrisa, le hacía parecer un poco bobalicón. Pudo ver al NERD, que sin duda había sido toda su vida, detrás del traje caro.

El señor del puesto le entregó su pedido envuelto en servilletas.

Le dio un bocado enorme al perrito caliente y se le quedó un poco de kétchup en el labio.

—No se deje engañar por mi ropa, no soy uno de esos estirados de la junta directiva —le dijo, tomando una servilleta del mostrador para limpiarse.

Caminaron en silencio mientras él terminaba de comer. Se cruzaron con un sinfín de personas trajeadas, que iban o venían de sus oficinas. Una fauna habitual en el distrito ejecutivo.

Constance le echó una mirada de reojo a Wang cuando la tercera chica que se cruzaban se lo quedaba mirando interesada. Era guapo, suponía, cuando estaba serio, claro. Él se dio cuenta de que lo miraba de reojo y alzó una ceja.

—¿Tiene novia en China?

—Sí, dos pantallas y un teclado. Estamos siempre juntos —respondió él, sonriendo. Esta vez sin mostrar los dientes. Esa sonrisa le quedaba mejor.

—Ah, la vida del programador.

—¿Qué sabes de eso?

Ella se encogió de hombros.

—He visto The Social Network.

Wang se carcajeó.

—Entonces lo sabes todo sobre la programación.

Quizá se estaba empezando a acostumbrar a su arrogancia, pero Constance sonrió también.

Llegaron al hotel, donde le ayudó a hacer el check-in, más que nada para que Xing no la regañara.

—Avíseme si necesita cualquier cosa —le dijo a modo de despedida.

Wang hizo una reverencia y le chocó ver a alguien tan altivo realizar un gesto de sumisión, pero, después de todo, era la costumbre en su país.

A la semana siguiente las cosas se pusieron difíciles en la empresa. Alguien había hackeado el sistema informático de AI, bloqueando los ordenadores, y amenazaba con robar y borrar todos los archivos importantes a no ser que la empresa transfiriera una suma escandalosa. Les habían dado veinticuatro horas. El departamento de IT trabajó incesante durante todo el día sin lograr recuperar el control de la situación. La tensión era palpable en el ambiente e incluso los que no tenían conocimientos en la materia no se fueron a casa cuando acabó la jornada.

Sobre las nueve de la noche, Constance volvió de la farmacia con lágrimas artificiales y aspirinas para aliviar el cansancio de los informáticos y se encontró con Enlai Wang sentado en uno de los ordenadores. Llevaba una sudadera verde de lo más informal que nada tenía que ver con el traje con el que le conoció hacía ya una semana. Debían de haberle llamado para ayudar a pesar de que él trabaja en remoto desde el hotel.

Por alguna razón le chocó verlo vestido con algo tan informal. Le hacía parecer más joven, más cercano. Y aunque sonara ridículo, le gustaba más así que con un traje que costaba una millonada y que había sido entallado para él por un sastre experto. Quizá era la forma en la que la capucha enmarcaba su cuello, no sabía, pero aquel aspecto simplemente le quedaba bien.

Wang pareció notar que lo observaba y alzó la vista del monitor hacia ella.

—Contance, ¿puedes acercarme las gafas que tengo en mi mochila? —le pidió, señalando un bulto sobre una mesa cerca de la puerta.

¿Sabía su nombre? Bueno, Xing se lo había dicho al presentarlos, pero no creyó que se acordara.

Rebuscó en su mochila hasta encontrar un estuche con unas gafas y se lo acercó. Él alzó la mano distraído con lo que veía en la pantalla y le rozó la suya al tomar lo que le ofrecía. Constance notó que se le aceleraba el pulso repentinamente y parpadeó confusa.

Un pitido comenzó a sonar en el reloj de él. Wang lo miró distraído, después alzó sus ojos hacia ella, quizá preguntándose porque seguía allí parada, observándolo. Tras unos segundos apartó la vista de ella y apagó la alarma decidiendo que, lo que fuera que le estaba recordando, tendría que esperar.

Constance se dio la vuelta, sintiéndose un tanto abrumada sin saber siquiera porque. Solo sabía que tenía que ver con Enlai Wang. Se topó con el señor Xing y este le preguntó si le importaba quedarse más tiempo.

—Claro que no —le respondió—. Lo que haga falta. Encargaré la cena para todos.

Fue de mesa en mesa preguntando qué les apetecía cenar a cada uno y apuntándolo en su tablet. Cuando llegó a Wang, se acuclilló junto a él. Llevaba las gafas redondas que ella le había entregado. No le quedaban ni bien ni mal, pero le hacían parecer más listo.

—¿Qué cena no glamurosa le apetece esta noche, señor Wang? —le preguntó, recordando el perrito caliente del primer día.

Lo vio sonreír, iluminado por la luz azul del monitor.

—Me llamo Enlai.

—Ya lo sé.

—Quiero decir que me llames así, tenemos la misma edad más o menos ¿no?

—Supongo. ¿Qué cena no glamurosa quieres esta noche Enlai? —repitió.

—¿Qué vas a cenar tu?

Nadie le había preguntado eso.

—Coles de Bruselas —le respondió para ver si aun así decía que quería lo mismo.

Enlai la miró para ver si hablaba en serio. Ella quería mantenerse sería pero se le formó una sonrisita delatadora.

—Entonces quiero una hamburguesa de coles de Bruselas y si no tienen, pues una de ternera.

—Tramposo —lo acusó, poniéndose de pie. Pidió hamburguesa de ternera para ambos por lo que cuando llegó el ecléctico pedido de siete restaurantes distintos, lo repartió todo, dejando las hamburguesas de ambos por último.

—¿Qué estás haciendo exactamente? —le preguntó Constance, mirando los códigos sin sentido de la pantalla. Se había quedado a comer junto a él.

—Intento desencriptar el virus —dijo él, masticando.

—¿Te molesto?

—No, aunque no entiendo porque estás tan cerca.

Se puso roja de pura vergüenza e hizo el amago de rodar su silla para alejarse, pero Enlai enganchó el reposabrazos con la mano, impidiéndoselo.

—Es broma.

Constance bufó.

—Idiota.

—Lo dejaré pasar porque me lo merezco —concedió él, frotando las manos para limpiárselas. Restos de comida cayeron sobre el teclado.

Lo observó asqueada.

—Eres un cerdo, ese teclado es de Eva.

—El que tengo en casa tiene tanta comida dentro que no me funcionan cinco de las teclas.

Constance emitió un sonido de asco que lo hizo sonreír.

—Contance, dice Xing que podemos irnos a casa después de cenar —le informó Harry, el recepcionista.

Se sintió decepcionada ante la noticia. ¿Desde cuándo le decepcionaba salir del trabajo? El cansancio estaba haciendo estragos en su mente.

Se levantó a regañadientes y le deseó buena suerte a Enlai con la caza del pirata.

—Que descanses —dijo él, repentinamente serio. ¿También estaba decepcionado con que se marchara o eran solo impresiones suyas?

—Aprovechad la cama vosotros que podéis —bromeó Stanley desde su ordenador con una expresión agotada.

No es que Constance no estuviera cansada, pero estaba disfrutando de pasar el rato con Enlai y no le apetecía irse a la cama a no ser que pudiera llevárselo con ella. No tenía ni idea de donde había salido la extraña idea de llevarse a Enlai con ella a su cama, pero la inoportuna ocurrencia la hizo sonrojar.

Enlai pareció registrar el sonrojo y pasó la mirada de ella a Stanley, quizá creyendo que se debía a este porque lo había estado mirando a él.

Constance carraspeó y se despidió antes de hacer más cosas extrañas.

Cuando regresó a las ocho de la mañana el ambiente había cambiado por completo en la planta de IT. Todos estaban de pie y celebraban.

Encontró a Enlai sonriente entre un grupo de informáticos. Le felicitaban y le daban palmadas en la espalda porque al parecer hacía media hora, él había logrado deshacerse del virus.

Lo contempló en su momento de gloria. Su sonrisa era más tímida e incómoda que arrogante. Eso le sorprendió. Era más alto que la mayoría de tipos que tenía alrededor. Se había quitado la sudadera y llevaba una camiseta blanca de algodón que se ajustaba en los bíceps, y cuando puso los brazos en jarras, la tela marcó el relieve de sus hombros y pectorales.

—Es guapo, ¿eh? —La voz la pilló desprevenida. Dio un salto sobre sí misma y se puso roja.

—Eh... no sé. Supongo.

Eva sonrió ante su incomodidad.

—¿Desayuno? —Enlai había llegado hasta ambas y la miraba a ella.

Constance parpadeó como si la hubieran despertado de un sueño

—Claro, ¿qué quieres que te traiga?

—No me refería a que me trajeras algo, sino a que nos fuéramos a desayunar —la corrigió, señalando la puerta.

Eva le echó una mirada significativa y ocultó una sonrisa.

—Vale —respondió Constance y carraspeó al notar que su voz había sonado muy aguda. Estaba nerviosa por alguna razón.

Cuando entraron en el ascensor se pegó a la pared opuesta a la de él y lo observó mientras se ponía de vuelta la sudadera. Llevaba unos pantalones negros con una tela con aspecto suave. Sentía una fascinación peculiar por la ropa de Enlai Wang, ¿o era por cómo le quedaba la ropa?

Los ojos de Enlai se encontraron con los suyos y se miraron en silencio. Un mirada que no venía al caso en una relación normal de trabajo. ¿Hacía calor en aquel ascensor o qué demonios le pasaba?

El reloj de Enlai comenzó a pitar de nuevo pero él lo ignoró perdido en los ojos de ella.

—Está... está sonando tu alarma.

Enlai pareció despertar entonces y se miró la muñeca sorprendido, y apretó un botón que silenció el cacharro.

—¿Para qué son las alarmas? —preguntó ella aun azorada— ¿Tienes que tomar alguna medicina o algo?

Él negó con la cabeza y le sonrió misterioso.

—¿Tiene que ver con Eternal Love? —se aventuró ella. Había sonado varias veces cuando se miraban.

Enlai asintió despacio y ella notó algo sobre lo que había oído y leído pero nunca experimentado: alas de mariposas cosquillearon su estómago y le subieron por el pecho.

—¿Co-cómo funciona Eternal Love? —quiso saber, empezando a estar segura de que lo estaba usando con ella. O quizá había sido un accidente. Él mismo parecía confuso.

—Espero que bien —bromeó él con media sonrisa y dio un paso hacia la puerta y, por ende, hacia ella.

Constance se apartó de la pared y se quedó justo frente a él.

—Yo creo que funciona bien —susurró y los ojos de Enlai cayeron sobre sus labios. Escuchó los latidos de su propio corazón en los oídos. Sintió que se le derretían los músculos y a la vez, había una tensión en su cuerpo que la mantenía alerta.

Las puertas del ascensor se abrieron y se toparon con un grupo de gente. Se apartó de Enlai tratando de disimular y de recobrar la compostura.

El exterior enfrió las cosas, y fueron capaces de desayunar en una cafetería a pocos metros de allí como dos personas civilizadas. Enlai le habló de su vida en China, de su familia y sus mejores amigos, que también eran programadores. No la miró con pena cuando le explicó que era huérfana, sino que le respondió que podría crear su propia familia algún día.

Constance llevaba un tiempo pensando que esa tampoco era una posibilidad, teniendo en cuenta su falta de sentimientos románticos, y sin embargo, de pronto volvía a creer. Sobre todo cuando Enlai le pasó un mechón de pelo por detrás de la oreja y le sonrió travieso.

—Nunca he estado enamorada —le confesó ella, sorprendiéndose a sí misma—. Empezaba a creer que no era capaz de sentir amor...—se dio cuenta de lo que estaba implicando al hablar en pasado y se apresuró en corregir—. Pero tengo las esperanzas puestas en tu nueva aplicación. Si Eternal Love es tan buena como dices...

—Encontrarás a alguien Contance, te lo prometo —le aseguró, mirándola a los ojos con la misma intensidad que había visto en el ascensor.

La siguiente semana fue como un sueño. Veía a Enlai todos los días y se fueron haciendo más y más cercanos cada vez. Bromeaban, se peleaban, hacían turismo por la ciudad cuando tenían tiempo y luego estaban los momentos en los que se miraban en silencio y volvía a sentir las mariposas. Pero siempre estaban en público, en la empresa o en un restaurante con una mesa de por medio y el momento adecuado no parecía presentarse de forma natural.

Quizá por eso estaba tan nerviosa esa noche, en la fiesta que había organizado la empresa en un local acristalado de la octava avenida.

Apoyada en la ventana de cristal con vistas a la iluminada ciudad, hablaba con Eva y con Harry, mientras engullía su bebida con avidez, buscando emborracharse antes de que llegara Enlai.

Su teléfono sonó y cuando activó la pantalla se encontró con un selfie de ambos frente al Toro de Wallstreet. Sonrió al ver sus caras sonrientes en la pantalla. Enlai la había tomado por la cintura para que se hiciera la foto con él a pesar de que ella pasaba por la emblemática estatua a diario. Notó las cosquillas en su estomago, que empezaban a hacerse habituales, al recordar el contacto de su brazo alrededor de su cintura y de su pecho contra la espalda.

Le llegó un mensaje, mientras Eva hablaba de algo que le había ocurrido en el metro.

Sal a la terraza.

Se abrió paso entre la gente hasta que se topó con una puerta que daba a una terraza. Enlai la estaba esperando apoyado en la barandilla.

La ciudad refulgía a sus pies, la música combinaba a la perfección con el cielo oscuro y y la brisa nocturna. Allí surgió el momento oportuno, o quizá fuera el alcohol en sus venas. El caso fue que por fin se besaron y Constance sintió que nunca nadie la había besado de la manera perfecta hasta ese momento.

Cuando separaron los rostros se sonrieron y entonces Enlai se quedó congelado. Constance le preguntó qué le ocurría pero el joven no respondía. Se había quedado quieto como una estatua. Gritó su nombre y entonces vio a Xing por el rabillo del ojo. Le acompañaba Aimee y un par de accionistas. Llevaba un mando en la mano apuntado hacia ellos.

—Eternal Love 1.0 es un éxito si ha funcionado con Constance —anunció Xing, en alto. Sonreía encantado.

Constance miró a Enlai pero este seguía petrificado. Entonces lo entendió: El único hombre por el que había sentido algo ni siquiera era real.

Un corazón roto duele más que un corazón vacío, descubrió Constance de la peor manera que se puede descubrir.

Más tarde aquella noche, lloraba en el suelo de su habitación mientras intentaba aceptar que Enlai Wang había sido la última prueba de Eternal Love. Todo un éxito según la empresa, pero para ella significaba que nunca sería capaz de amar a alguien real, ni de formar una familia.

Perdida en su llanto durante días, no se dio cuenta de que alguien entró en su habitación y se sentó en la cama junto a ella, hasta que le acarició el pelo para apartarlo de su cara.

—¿Enlai? —dijo, sentándose de golpe y secándose las lágrimas con torpeza—. ¿Te han vuelto a encender?

El reloj de él comenzó a pitar de nuevo y ella lo miró.

—¿Qué significa? —quiso saber.

—Me avisa de si sube tu temperatura o se acelera tu corazón —explicó el con una sonrisa que parecía un tanto triste. ¿Acaso tenía sentimientos? ¿Habían logrado dotar de humanidad a un robot?

—Nunca te gusté, solo te programaron para eso —le dijo, dolida.

Enlai negó con la cabeza.

—No es cierto.

—¿No? —estaba confusa a la par que dolida.

—Lo has hecho muy bien, Constance —agradeció él, acariciándole la frente—. No te enamoraste de nadie en dos años pero me amaste al poco de llegar a tu vida como te programé para que hicieras.

—¿Qué?

—Tú eres Eternal Love, Contance. El sueño de mi vida hecho realidad.

—¿Qué estás diciendo? —se echó hacia atrás, pegándose a la pared asustada.

Él sacó una tablet y la encendió.

—Necesitaba que pensaras que yo era un robot para ver hasta dónde me amas. Siento que hayas tenido que sufrir —dijo y comenzó a teclear—. Tranquila, cuando despiertes ya no te dolerá. Ni siquiera me recordarás.

Constance quiso protestar pero la oscuridad se cernió sobre ella.

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