Esta es la historia de un sujeto que bebe güisqui por las mañanas, desayuna dos empanadas y se dirige a laburar. Acongojado por el clima, que impera un fuerte frío; él, por ser famélico e irrestricto, supo un saco ponerse para abrigarse en el viento Adigio.

El paraguas no sacó y la lluvia le mojó; tonto y enfermó quedó, pese a su anticipación. Entonces llamaría a su jefe y le diría: "Renuncio a ese sueldo de mierda"; siempre todo con alevosía a su propio bienestar.

"Da igual, la chamba abunda", exclamó ante el espejo, empapado, con aliento de un pujante hedor; era el hígado, el riñón, mandando un ultimátum al bobalicón.

Así el ente del infierno manejaba sus hilos, hilos rígidos e idílicos, de una ecuación espectral; se tenía que asegurar de su fracaso carnal y espiritual.

Ha pasado un tiempo y él ya no pudo más, su organismo —hecho bazofia— decayó ante los demás; el doctor forense en la morgue esbozaría: "Quién habrá sido el inhumano que manejó su vida, si fue un ente sobrenatural, pobre de este muñeco roto. Nunca fue un hombre, siempre fue un títere".

Ya cremado, nadie más sabría de que existió, aquel juguete se abandonó...