El Fénix encadenado por Axael GD Velasquez
El fénix encadenado
«La humanidad es corrosiva. Se trata de la combinación caótica en sus emociones. La habilidad de razonar siempre es eclipsada ante los ideales de grandeza, la avaricia, las pasiones y el hambre de venganza.»
Ideología de SVERRA II, por Becca Talerico.
Nueva América creyó estas palabras, y SVERRA II actuó en consecuencia.
La Tierra padeció, tragedia y calamidades fueron acarreadas tras la Tercera Guerra Mundial. Estados unidos había arremetido contra Venezuela con intenciones de colonizarla, trayendo como consecuencia la venganza de Rusia tras los tratados de este país con el latinoamericano. Ese fue el comienzo de un círculo vicioso, donde los países aliados actuaban contra el atacante, y los aliados de este contra los demás. Dicha guerra barrió los escombros de todas las fuentes de vida que alguna vez existieron cuando China hizo uso de una bomba nuclear en un ataque de locura suicida.
La humanidad siempre ha estado dispuesta a destruir, pero nunca preparada para reparar. Y ese momento les llegó, cuando una amenaza de extinción los azotó con la fuerza de un huracán. Siempre se supo que la NASA tendría un conejo bajo el sombrero para el caos que se presagiaba, pero no fue hasta que Europa —devastada casi en su totalidad luego de La Gran Guerra— emulsionó sus fuerzas con América. Y así reencarnaron un proyecto fallido en una solución: SVERRA II.
Después de años de una vida subterránea gracias a los búnkeres habitables y una ardua labor de caídas y reintentos, la Tierra se convertido en un glorioso Fénix de alas esbeltas y plumaje flameante, renaciendo de sus propias cenizas. Pero esa majestuosa criatura jamás conoció la libertad, porque estaba encadenada.
La humanidad fue despojada por sus iguales de todo cargo, toda voz, toda posibilidad. Obligados a vivir tras la sombra de unas versiones de sí mismos de ideología y genética mejorada: los Nulus. Estos fueron moldeados por las manos y decisiones de los miembros de SVERRA II, diseñados para transitar la vida que al resto se le prohibía, con la esperanza de evitar otra futura autodestrucción mundial.
Seres vivos prefabricados a base de genes humanos, y modificados químicamente para que la razón y la moral sean las predominantes, al punto de eclipsar el resto de los componentes de su psique.
«No mentirás. No darás cabida a sensaciones fuertes. No matarás.»
Los tres mandamientos Nulus.
Esas, reglas indispensables para que su mecanismo funcione; y esta, es la historia de el primer Nulus en romper sus tres mandamientos.
Primer pecado:
Nulus_0501, así era identificada. Sin derecho a un nombre ni pasión suficiente para desear uno. Rasgos hindúes poblaban su rostro prediseñado, de ojos tan grandes como un universo, vacíos en apariencia, y tan deseosos de conocimiento como la eternidad anhela un descanso.
Se hacía preguntas, no podía evitarlo. Al encontrarse en un velorio, ¿cómo no divagaría sobre la idea de la muerte? La habían privado de la percepción del dolor como al resto de los suyos, pero no del oído. Y ella sabía escuchar. Los gritos y el llanto parecían el único lenguaje genuino en su existencia, le susurraban más verdades que las que podían impartirle sus creadores en su habla formal. Entonces, ahí estaba ese ardor en sus entrañas, ese que tenía que encajonar para mantener inmutable su semblante. Un Nulus con muchas preguntas y más de una expresión en su rostro era una falla, y en esa era las fallas debían exterminarse.
A ella le encantaría degustar el sabor de un grito, sólo para saciar su curiosidad. Para conocer el dolor, y para estar preparada cuando este tocara su puerta un instante antes de la muerte. ¿Dolería la muerte para ella? Esperaba con todas sus fuerzas que sí, habían oído rumores de que antes de la eterna oscuridad a todos se les concedía una última petición, y no había nada que ella anhelara más que eso: sentir.
Habiendo memorizado los pómulos huesudos y ojos saltones del rostro demacrado de la difunta Amelie, la Nulus se dispuso a salir del salón con aroma a pérdida y atmósfera desolada. Amelie fue humana, una de las pocas que no debían limitarse a poblar la vida sin degustarla, la creadora de nuestra Nulus_0501. Por eso el lugar estaba plagado de sentimientos genuinos: porque los perjudicados eran de los pocos humanos libres sobre la Tierra.
La Nulus_0501 estaba ahí para cumplir su tarea: ayudar, servir de apoyo, suministrar la solución a cualquier necesidad de sus superiores. Pero nadie parecía solicitarla, por lo que fue hasta el recibidor y se detuvo ante un cuadro surrealista de belleza tangible. El pintor había inmortalizado en su lienzo una especie de mutaciones entre hongos y medusas, tan monstruosos como fascinantes; estos levitaban sobre un suelo surcado de relojes de distintos tamaños, y sus colores parecían tener vida propia.
A la Nulus_0501 la parecía que tenía que significar algo, porque eso le habían inculcado —que todo tiene una explicación y un sentido—, pero ella no podía captar el mensaje. Y no le interesaba. Estaba hipnotizada ante tan genuina belleza, sentía que no necesitaba la habilidad de imaginar porque el artista había encapsulado toda la imaginación del mundo en su pintura, y eso le creó una curva en sus labios; y esa curva, fue la culpable de lo que ocurrió a continuación.
Una mujer, confundida por el signo de humanidad en el rostro de la Nulus, se acercó sin mucha formalidad, con las manos dentro de un abrigo del color del luto y el cabello fogoso sin peinar. Cuando estuvo bastante cerca, le habló, como se le habla a una persona.
—A ese artista lo llaman "El pintor de los sueños".
Su voz era un suspiro de relajación y la invitación a una charla desinteresada. La Nulus se volteó, leyó las palabras que podían adivinarse en el rostro de la desconocida y deseó poder usar sus facciones con tanta libertad.
—Yo nunca sueño —dijo al fin, volviendo su mirar hacia el cuadro.
—Eso no puede ser cierto —aseguró la mujer con amabilidad—. Está científicamente comprobado que todos lo hacemos, durante todo el tiempo que transcurra nuestro descanso. Sólo que pocos podemos retener esas imágenes hasta el final o darles alguna coherencia luego de invocarlas.
—Yo no sueño —reafirmó la Nulus—. Pero es lindo inmiscuirse en la mente de un buen soñador a través de esta obra.
—Su galería te hará soñar. Deberías investigarlo, se llama Jacek Yerka.
—Nada me hará soñar.
La Nulus la miró. Su intensión no era ser brusca, pero lo fue, porque no quería esperar nada improbable, y aquella mujer parecía querer introducir espejismos de esperanza en su subconsciente.
—Creo que lo que le falta a tu vida es exactamente eso: vida —declaró la recién llegada con una sonrisa compasiva—. Yo puedo darte un sueño. Puedo darte miles de sueños si me lo permites. Sólo tienes que viajar, conocer, pintar fuera de las líneas, bailar sin seguir el compás...
—Yo... yo no... —La Nulus titubeó, y fue ese pequeño hecho lo que la hizo comprender que algo andaba mal con su mecanismo.
—Tus labios se ven hermosos cuando tiemblan en busca de la siguiente palabra.
La Nulus siempre había creído que no era capaz de sonrojarse, no sólo por su naturaleza, sino por su piel morena. Y se había equivocado, porque el ardor de su rostro no era más que la consecuencia de su enrojecimiento. Nadie se había detenido nunca a mirar su rostro, y menos a describirlo como si de arte se tratara. Y no le parecía lógico que este gesto viniera de una mujer, porque las mujeres no pueden hablar de otras como si provocara sensaciones extrañas, ¿o sí?
—No logro comprender...
—No tienes que hacerlo —la interrumpió la desconocida—. No debes hacerlo. ¿Cuál es tu nombre?
Esos ojos aguamarina que parecían sonreír por cuenta propia fueron los culpables de que la Nulus rompiera su primer mandamiento, porque sentía una necesidad creciente de poder contemplar por más tiempo ese brillo que la desnudaba.
«No mentirás», es el primer mandamiento. Y ella mintió, se inventó una biografía, dibujó una familia para sí misma y mostró todo en una única palabra a la mujer que aguardaba por su respuesta.
—Me llamo Athena.
Ambas estrecharon sus manos, y una ráfaga de dudas y contradicciones se apoderó de quien decía llamarse Athena. No encontraba una explicación a las hormigas ficticias que recorrían su cuerpo, ni entendía el ritmo descontrolado de su corazón condenado a una única tonada eterna. Ahora, ese órgano vital seguía la melodía que creaba la sonrisa de la mujer que aún no soltaba su mano. Y el único hecho certero era que acababa de cometer un error que podría costearle la existencia.
Segundo pecado.
Un día después del velorio, la Nulus_0501 acudió al entierro de su creadora. El llanto y los lamentos parecían incrementar con esa despedida definitiva, pero la Nulus sólo podía concentrarse en ese cabello como flama que, iluminado por el sol, le señalaba la persona que hacía un día había conocido.
En un acto irracional y peligroso, la supuesta Athena se acercó sin darle importancia a quienes pudieran reconocerla, se encontró con la vista desenfocada de la mujer del velorio, perdida en un lugar al que ella no podía acceder, y se sintió fuera de lugar. Pudo distinguir la humedad en los ojos de la mujer y lo archivó como un símbolo de dolor o tristeza, pero quedó por completo desconcertada ante la pequeña sonrisa que se abrió lugar en ese rostro al reparar en su presencia.
—Hola, Athena —saludó.
Estaba sentada en un banco en completa soledad y Athena se preguntó si querría compartir su aislamiento con ella.
—Es desconcertante que puedas sonreír sobre tanta nostalgia —reflexionó la aludida al tomarse el atrevimiento de ocupar un lugar a un lado del banco.
—Yo lo veo hermoso, ¿sabes? —La mujer sonrió secando sus ojos—. Que se pueda hallar razones para sonreír entre las miles que siempre van a existir para llorar... —Suspiró—. Eso es hermoso.
Athena intentó comprender lo que la humana estaba diciendo, pero era como pretender darle significado a ese cuadro de El pintor de los sueños. No se puede, te habla en lenguas ininteligibles y cada átomo de tu cuerpo entiende el grito que el artista plasma en un lienzo vacío, pero ese sonido es mudo ante la razón. Y de eso están hechos los Nulus, ¿no? Cuerpos humanos dominados por la razón.
—No sé si nuestras definiciones de la belleza concuerden.
La Nulus sintió un repentino calambre en la barriga y un movimiento irregular entre sus labios antes de que estos explotaron proyectando un sonido simbólico del humor. Estaba riendo, y no le pasó por alto que era la primera vez que lo hacía. Quiso que durara más, pero tuvo miedo de llamar la atención de alguno de sus superiores que lloraban a una escasa distancia, así que reprimió ese grotesco sonido y se mordió un labios para tergiversar su curvatura.
Su acompañante sonreía inmutable, esperó a que la Nulus se calmara y luego habló:
—La belleza no puede ser definida, Athena.
Entonces, las manos de ambas se rozaron, y ninguna tuvo el valor —o la intención siquiera— de separarlas. Dejaron que el contacto se prolongara hasta comprender que ambas deseaban que sus dedos se entrelazaran. La lentitud de dicha unión fue tan deliciosa que la Nulus tuvo que cruzar las piernas y contener la respiración. Era su primera interacción física informal, y su corazón desembocado le estaba mostrando la diferencia. Ella no podía entender qué había provocado que sus vellos se erizaban ni porqué vivía todo con más fuerza al cerrar los ojos. Sólo se dejaba llevar, sólo se permitió sucumbir ante el deseo.
La humana rozó el oído de Athena con sus labios y dejó que su respiración recorriera el lugar haciendo que fuertes corrientes eléctricas se apoderaran de la sensatez de nuestra Nulus, hasta que con una sonrisa traviesa susurró:
—No darás cabida a sensaciones fuertes, dice tu biblia.
Athena abrió los ojos. Estaba petrificada. La mujer lo sabía, sabía que no estaba tratando con alguien con la libertad de amar, sabía que no estaba ante alguien con dominio sobre sí mismo, y quizá lo supo desde el principio. Quizá siempre quiso eso, darle la oportunidad de conocer el sabor de la vida y otorgarle el derecho a una elección propia.
Ya había roto el segundo mandamiento. Athena quería darle la espalda y volver con su rutina segura, la que le permitiría seguir viviendo. Pero ya no había vuelta atrás, y la Nulus lo sabía. Estaba sumergida en aguas pecaminosas que no iban a liberarla, estaba condenada a dejar que ese liquido impregnara sus pulmones hasta que sólo su propio ahogamiento dictaminara su libertad.
Tercer pecado.
Había sido creada para ser cirujana, era su único propósito en la vida. Cuando se decidió que los humanos eran peligrosos se les revocó el derecho a cualquier cargo y trabajo, dándoselo a los Nulus. Habían transcurrido tres días desde el entierro de su creadora y por fin Athena fue llamada para un trabajo, pero al llegar al quirófano no consiguió indicaciones ni la entrega de un paciente, sino a una de sus superiores a la espera de una conversación.
—Qué bueno que llegaste —le dijo con una sonrisa diplomática.
—¿Sucede algo, Doctora Stein?
—Dímelo tú.
La mujer adoptó una expresión acusatoria que heló la sangre de ese ser vivo sin derechos humanos con el que conversaba.
—¿Sucede algo, Doctora Stein? —insistió la Nulus mientras reprimía el impulso de tragar en seco.
—¿Te parece si nos sentamos? ¿Tal vez en mi oficina? Sólo deseo tener una charla contigo, ¿sabes? Hay ciertos puntos que no tengo del todo claro y necesito tu ayuda con eso.
Athena sabía que si intentaba abrir la boca titubearía en busca de una oración coherente que era incapaz de formular. Decidió guardar silencio, y compensó su acción con una sonrisa cordial que le tomó bastante trabajo. Sentía la humanidad dentro de ella una vez que comenzaron a caminar, estaba presente en el ritmo desbocado de su corazón, en el constante palpitar de sus venas y el sudor que comenzaba a picarle en las axilas. A ningún Nulus interrumpían en su horario de trabajo a menos que fuese para demandarle una tarea mayor, y este tipo de conversaciones esporádicas sólo podían significar una cosa: análisis psicológico camuflado.
Cuando al fin tomaron asiento, la Doctora Stein le ofreció un vaso de agua que nuestra Nulus inteligentemente rechazó. Demostrarse vulnerable o incómoda sería un error.
—¿Estás a gusto con que tengamos esta conversación cuando deberías estar laborando?
—Estoy procesando. Comprendo que debe haber una lógica y no la hallo, Doctora. ¿Me ayudará usted?
—Quizás puedes empezar a tratarme menos como una jefa y más como una amiga, ¿no te gustaría? —La Doctora sonrió, tras eso gesto la Nulus adivinó las intenciones ocultas.
—Podría si eso le ayuda en algo, de lo contrario no lo encuentro apropiado, Doctora.
—¿Pero te gustaría?
—No comprendo de gustos, Doctora.
—¿Ah, no?
Una curva maliciosa se plantó en su rostro. Con disimulo, la Nulus apretó sus manos debajo del escritorio, donde la visión de la Doctora no la alcanzaba.
—¿Sabes? Hay quienes aseguran que sabes de gustos... y de muy buenos. ¿Conoces a Jacek Yerka?
Athena contuvo la respiración, estaba muy tentada a pedir ese vaso de agua que en un principio le habían ofrecido. Tuvo que formular y practicar varias veces la respuesta en su cabeza para que sus palabras salieran con seguridad y firmeza.
—Es un pintor, mi creadora exhibía varias de sus obras en su estancia.
—¿Tiene lindas pinturas, no crees?
—No puedo crear una opinión sobre algo tan incoherente como lo que este hombre pinta.
—¿Ah, sí? ¿No te causa curiosidad saber qué trata de decir con sus pinturas?
—No invierto mi tiempo en buscar significado para cosas que no tienen una única interpretación.
—No, claro que no. —La Doctora se reclinó hacia delante, posando sus codos en el escritorio y mirando con fijeza a la Nulus—. Pero no es tan difícil entender algo cuando otra persona te lo explica, ¿verdad? Cuando es tan buena explicando y tiene tan lindos ojos...
—¿Me trajo aquí para explicarme el significado de esas obras?
—Sin disfraces, por favor. Tú sabes a lo que has venido.
Athena volvió a apretar los puños, esta vez con más fuerza, y no dijo una palabra durante los siguientes dos minutos.
Al fin, la Doctora resopló y se pasó una mano por el rostro atribulado.
—Yo no quiero hacer esto, ¿sabes? Quiero que mengüen las pérdidas, y tú serías una muy grande, así que te voy a dar una oportunidad.
—¿A qué se refiere?
—Puedo tergiversar los resultados de tu análisis de manera en que reflejen una completa normalidad, pero para ello necesito compromiso de tu parte. Si algo no dudo es que eres un Nulus enteramente racional y que las fallas previas podremos superarlas.
Le brindó una sonrisa maternal.
—No ha habido falla alguna, Doctora.
—Puedo denunciante ante el Comité de Control y Regulación del Comportamiento Nulus, y tú sabes las penalizaciones que acarrearía todo eso para ti, si tienes un poco de suerte y asumen que no es requerida una desconexión vital.
—Yo no he hecho nada que merezca ser penado, y mucho menos mi desconexión.
—Por eso mismo... ¡Eso podemos hacer creer al mundo! Pero quiero que reconozcas tu error y jures nunca repetirlo.
—No hubo error —sentenció la Nulus con un tono tosco y petulante. La Doctora expandió los ojos en sorpresa y se echó a reír.
—¿Tú crees que Annie te ama? ¡Oh, por Dios! Está casada.
—¿Annie? —Athena pronunció ese nombre con un repentino entusiasmo—. ¿Usted la conoce?
—Soy su cuñada, fuimos a la facultad juntas y trabajamos en el mismo departamento de SVERRA II. ¿Entiendes que ese significa que la conozco bien? Y por lo bien que la conozco sé que jamás, jamaaaás arriesgaría su estatus por experimentar con una figura antropomórfica inhumana.
—¡Yo soy humana! —debatió Athena, creyendo por primera vez cada letra de esas palabras.
—No, querida. Eres un Nulus, y estás para servir, y si no sirves, te desechan. Así de simple. ¿Has visto alguna vez algún funeral Nulus? ¿O un humano llorando por que alguno de ustedes muera? No, son instrumentos que usamos a nuestra conveniencia y remplazamos con facilidad.
—Y... —La Nulus tragó en seco. Su mirada se tornó más vacía que de costumbre, algo acababa de activarse en ella, algo peligroso—. Y si usted muriera, ¿Annie lloraría? ¿Iría a su funeral?
—Por supuesto, sin falta. Qué lástima que tú nunca sabrás lo que es ser extrañado.
Athena sonrió de una manera alarmante que consiguió erizar cada vello de la mujer frente a ella.
—Quizá no sea tan lamentable.
★
Días después, la Doctora Stein fue hallada muerta. Por la posición en la que fue encontrada parecía estar descansando, sólo la espuma en su boca era signo de alarma, consecuencia de la cantidad de cianuro que fue plantada en su taza de té matutina. Su velorio se llevó a cabo luego de unas investigaciones sin muchos resultados, todo miembro de SVERRA II y todo Nulus en funcionamiento asistió entonces, pero para la fecha de su entierro dos individuos —una Nulus bajo investigación y una colaboradora de SVERRA II recién casada—, no se presentaron. ¿Por qué lo harían? Si luego de la casualidad de su reencuentro en el velorio de la Doctora Stein, juntas huyeron en busca de una vida donde nadie les dijera quiénes debían ser y qué cantidad de pasión ponerle a sus vidas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top