10
Pelayo llevaba una taza de café en cada mano, camino al despacho de dirección para la reunión programada con, después de meses trabajando juntos, su amiga Marta.
Poco a poco se iban conociendo profesionalmente e iban confiando el uno en el otro cada vez más, así que fue inevitable conocerse de manera personal, viendo como tenían un punto de vista bastante similar y se compenetraban casi en sintonía.
El hombre era alguien solitario que le gustaba trabajar solo, con unas ideas empresariales más que innovadoras, es decir, no por nada el hotel estaba donde estaba. Tenía muchos contactos y era un tiburón en los negocios, pero en su privacidad era un hombre que se encierra en sí mismo, sin amigos con los que poder confiar.
Pero con Marta descubrió dos cosas: que las mujeres podían ser grandes empresarias, con ideas frescas y fueras de serie, que era una mujer fuerte con las ideas claras e igual de ambiciosa que él, pero también había descubierto una amiga en ella.
Y no, no os equivoquéis, no se había enamorado aunque cualquier pensase así. ¿Por qué recalcar esto? Porque siempre se sustenta que la amistad entre un hombre y una mujer no existe, da igual en que época se esté y así lo pensaba Pelayo no hace mucho.
Pero tal como Digna e Isidro, ambos habían encontrado esa amistad y seguridad que siempre habían anhelado.
Al entrar y esperar ver a Miriam, se encuentra la mesa vacía.
«Estará entregando papeles», piensa hasta que escucha gritos dentro del despacho.
¿Estaría Marta echándole la bronca del siglo a algún empleado? Pobre criatura.
Los gritos se intensifican y es ahí que Pelayo se preocupa, y se preocupa tanto que deja las tazas sobre la mesa de secretaría y abre la puerta de par en par, encontrándose con Marta y Jesús enfrentados una vez más.
Su presencia acalla la discusión para dar paso a una incomodidad que helaría a cualquiera.
—¿Qué está pasando aquí? —cuestiona, mirando con recelo a Jesús.
—¿Y tú quién te crees que eres para entrar sin permiso a mí despacho? —le responde con otra pregunta Jesús.
—Este despacho es de dirección, por tanto, de Marta —le responde, encarándose a un Jesús que se gira sobre sus pies, dispuesto a enfrentarse a él—. Tu solo eres un mindundi con un porcentaje muy pequeño en esta empresa, así que baja esa megalomanía que tienes.
—Al menos tengo un porcentaje, ¿qué me dices de ti, Pelayin? Ni tan siquiera sé porque vienes tanto por aquí. —Lo mira de arriba abajo y como si hubiera caído en la cuenta de algo importante, chasquea los dedos y le señala con el dedo—. Ah, claro, ya lo entiendo. Intentas conquistar a mí hermanita, ¿verdad? —dice, riendo con socarronería— Pobre iluso. —Se gira para ver a su hermana, burlándose de ella con la mirada—. ¿Se lo digo? Sí, se lo digo.
—¡Qué te calles de una vez, maldita sea! —explota, más harta de lo normal de su hermano mayor.
Ese enfado solo provoca la sonrisa triunfal de Jesús por conseguir, un día más, sacar de sus casillas a Marta mientras que Pelayo la mira preocupado. ¿Qué tan grave puede ser para que ella reaccione así?
Jesús parecía importarle bien poco las consecuencias de soltar el secreto de su hermana, a pesar de la advertencia que ya le dejó en claro su padre. Quería crear conflicto en el mundo laboral de Marta: quiere hundirla, ¿y qué mejor manera que diciendo la verdad y enfrentando a ambos empresarios?
—Pelayin, Pelayin... digamos que te sobra esa "herramienta" que nos hace ser superiores.
Pelayo frunce levemente el ceño, mirándolo como si hubiera dicho algo sin sentido en lo que se escucha con claridad el grito ahogado de Marta, quien mira incrédula a Jesús.
La sonrisa triunfal del mayor de La Reina se ensancha más al saborear una victoria sobre su hermana, clavándole otro puñal en su espalda que solo logra separar más sus caminos. Pasa de mirar a un confundido Pelayo a mirar a una Marta asustada; está tan asustada que hace sentir más ganador a su hermano, que lejos de sentir cariño por la que es su hermana, parece que solo la vea como una ficha de ajedrez que debe tumbar y eliminar: Solo un obstáculo en su camino.
En realidad, las veces que habla con su hija en los días más vulnerables y le cuenta cosas de su infancia, de quien siempre habla es de Andrés pero no de Marta. Por lo que, ¿alguna vez la ha querido y apreciado de verdad?
Pero ahora este asunto no viene al caso, ya que en estos momentos no se trata de Jesús, sino de Marta y su reciente amigo Pelayo.
No pudiendo regocijarse más en su ego y narcisismo, Jesús sale del despacho para solo quedar ambos amigos.
Pelayo no le había quitado el ojo de encima a Jesús, es más, le sigue con la mirada hasta perderlo de vista. Una vez así, lo primero que hace es girarse para ver a Marta que se apoya en la mesa de reuniones, teniendo su mano derecha sobre su estómago como si quisiera mantener a raya unas emociones que quieren salir a flote.
—Marta... ¿qué ha querido decir tu hermano? —La mira de la cabeza a los pies, analizando su reacción y así poder confirmar la curiosa manera de sacarla del armario.
La ojiazul alza la vista, mirándole con temor, pues su sexualidad y su relación con Fina empezaba a saberlo demasiadas personas, extendiéndose cada vez más y más. Ve el futuro con Fina ya demasiado negro, cada vez más complicado de mantenerlo en secreto.
Siente mareos, esos mareos que aparecen cuando tienes demasiada presión y demasiado peso sobre los hombros: todos los problemas se habían encadenado uno tras otro, no dándole ni tan siquiera un día de respiro.
Arrastra la silla para dejarse caer sobre ella, sentándose totalmente derrotada y derrumbada.
—¿Es cierto...? —Antes de seguir hablando, comprueba que no entrase nadie en secretaría y para tener más privacidad, cierra la puerta— ¿Es cierto qué te gustan las mujeres? —pregunta sin tapujos.
Marta le mira con los labios entreabiertos, dispuesta a mentirle pero desde que volvió con Fina que es incapaz de esconder sus sentimientos por ella, y cada vez le es más difícil no decir que está enamorada de esa mujer tan maravillosa que la tiene cautivada.
Sumando el valor que tiene para ella su amistad con él, le es más difícil mentirle. De sus labios no sale ninguna palabra al final, así que confirmándole las palabras de su hermano con su silencio, agacha la cabeza, mirando a la mesa y a la espera del rechazo del hotelero.
Pelayo abre los ojos de par en par, sorprendido. No esperaba para nada que Marta fuera de la calle de en frente, que le gustasen las mujeres, aunque si lo piensa fríamente, ¿quién piensa así de otra persona? Solo se hace si es demasiado evidente o te dejas llevar por los prejuicios, tal como hicieron las chicas de la tienda —y el resto de empleados— con Jacinto.
La razón es simple: la homosexualidad está penada por la ley y por la religión, así que es lógico que algo así no se le haya pasado por la cabeza.
El hombre traga saliva y siente como por primera vez, no sabe cómo gestionar una situación y ni que pensar ahora sobre ella. No lo entendía porque, simplemente, no ha sido educado para entenderlo y las dudas le invaden hasta que un pensamiento claro y más fuerte que lo anterior gana: Marta sigue siendo esa gran empresaria con la que había congeniado tan bien, una mujer con la que podía confiar ciegamente, algo que no podía decir del resto de empresarios que a la mínima le traicionarían por dinero.
Marta es la que peor está pasando por ese silencio, casi que estaba prefiriendo que Pelayo la insultara y despreciara antes que soportar más ese silencio incómodo. ¡Es insoportable! Solo hacía que sentirse peor aún.
—Había traído café para nuestra reunión... ¿Quieres que los traiga y hablamos sobre tu...? Ya sabes —le propone para intentar apaciguar la tensión e incomodidad—. Aunque no sé si un café ayudará a tus nervios, ahora mismo —bromea con cierta torpeza—. Puedo ir por una infusión o-
—El café está bien —le interrumpe para que no se preocupase más—. Voy a contarte todo... y entenderé que después quieras romper nuestro contrato y me denuncies. Atenderé a las consecuencias como debe ser.
—¿Cómo puedes...? —Respira hondo y mira al techo, eligiendo bien las palabras—. Yo no soy quien para juzgarte, y prometo no denunciarte ni romper ningún contrato. Los negocios está por encima de todo esto, Marta —le dice, viendo una sonrisa tímida y de agradecimiento por su parte—. Prometo escucharte y conocer tu historia, y haré el esfuerzo para entenderte. Pero no sin nuestro café.
Marta le ríe la gracia, relajándose y sintiéndose un poco mejor aunque obviamente sigue teniendo la preocupación de como iba a afectar el tema de su sexualidad a su amistad.
Ambos se sientan en la mesa de reuniones junto al café que Pelayo había traído, y dejando de lado los negocios, Marta le cuenta la verdad pero sin extenderse y, sobre todo, sin exponer a Fina.
Le habla sobre la lucha sobre sí misma al negarse durante tanto tiempo lo obvio: que le gustan las mujeres, pero no cualquiera, sino a una que le tenía, tiene y tendrá el corazón totalmente encantado, quien le había hecho conocer y descubrir el amor verdadero. Le cuenta lo que fue vivir un matrimonio sin amor, un matrimonio que fue una cárcel a pesar de que siempre consideró a Jaime su mejor amigo; le cuenta que Jesús mandó a un detective privado a descubrir su secreto para chantajearla por pura envidia y que eso derivó a que Damián lo descubriera.
Pelayo la escucha atentamente, sin interrumpirla y permitiendo que contase su historia sin omitir lo importante, pues le cuenta incluso que contrató a un matón por tal de proteger a la mujer que ama del desgraciado de Santiago.
Escucha como el peligro la había acechado constantemente y no había tenido ni un día de paz, ¿y ahora Jesús le suelta esa bomba? Lo que le esclarece las intenciones de ese calvo brabucón: provocar una ruptura en su contrato y, no había que ser muy listo para saber que él se metería en medio para "salvar" esa unión entre el hotel y la fábrica. Era obvio que quedaría como el héroe y a la vez, dejar en mal lugar a Marta.
Pero la cosa no termina ahí, y es que Marta tiene a un nuevo chantajista: Pedro Carpena, el socio de Jesús que desde el fallecimiento de su hijo Mateo, decidió mandar a su hermana Irene a espiar a los de La Reina y descubrir sus trapos sucios y secretos.
Ninguno de ellos sabía la supuesta verdadera razón de dicha decisión del patrón Carpena, y es que según Pedro lo hacía por su amor por Digna y así ayudarla a que la empresa pasara a las manos de los Merino y eliminar a los de La Reina. ¿Y qué mejor manera que empezar por la directora? Para Irene fue fácil saber que estaba con Fina, y no tardó en contárselo para mover la siguiente pieza del ajedrez.
Lo que Pedro aún no sabía es que, como Digna se enterase, no iba a tener piedad con él.
—Dios, Marta... no sé como consigues mantenerte en pie después de vivir todo eso —le confiesa, sorprendido por su fortaleza y si ya la admiraba, ahora lo hace aún más. Se inclina un poco hacia delante, mirando a su amiga y regalándole una sonrisa—. Gracias por confiar en mí, Marta —agradece, pasando una de sus manos sobre la mesa, invitando a que Marta acercara una de las suyas.
La rubia corresponde a su sonrisa, sonriendo aliviada al no sentirse juzgada por él, independientemente aceptase o no su amor por una mujer.
Acepta su invitación y lleva su mano a la de él, quien la estrecha con firmeza, como si quisiera pasarle un poco de su confianza y así no volviera a derrumbarse ante nadie: Que siguiera siendo esa mujer fuerte que conoció el primer día y que sigue siendo.
—Escúchame muy bien. No voy a permitir que nada ni nadie te haga daño, ¿me has oído? Porque iré al mismísimo infierno si así puedo protegerte de gente como tu hermano.
Sus palabras enternecen a Marta, quien le susurra un "gracias" en lo que afianza el agarre de sus manos.
—Y espero que algún día, me digas quien es esa mujer misteriosa —le dice para ponerla nerviosa y de paso, sonrojarla.
Marta ríe como si fuera una adolescente que le han preguntado quien le gusta, quitando su mano de la de él solo para tapar su sonrisa ilusionada.
—Algún día, Pelayo... Algún día conocerás a la mujer de mi vida.
—Te tomo la palabra.
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