09
I
Marta estaba sentada en el sofá de la finca, con la mirada totalmente perdida mientras apoyaba el codo en el apoyabrazos y sus dedos tapaban con sutileza sus labios.
Nada le estaba saliendo a derechas y, para colmo, su hermano Jesús no paraba de minar su moral, de poner en duda su profesionalidad y dirección de la empresa y, poco a poco, ha ido consiguiendo que se fuera sintiendo cada vez más y más pequeña, casi obligándola a meterse de nuevo en esa jaula que tanto le había costado salir.
Ya no sabía hasta qué punto era la ambición la que le estaba haciendo perder los papeles o más bien sus ganas de callarle la boca a su hermano. Ya no sabía si lo que estaba haciendo estaba bien o mal.
Ese remolino de dudas e incertidumbre provocaba que se sintiera cada vez más insuficiente en la toma de decisiones... y eso la ahogaba.
¡No! La estaban ahogando, que es distinto. Pues son las manos del mundo que sentía como apretaban su cuello, sintiéndose acorralada y amenazada constantemente, sin saber cómo salir de los problemas donde ella misma se estaba metiendo.
Siente como su pecho se oprime y se le corta la respiración con solo recordar lo ocurrido ayer.
II
Marta estaba revisando unas documentaciones que debían salir al día siguiente con urgencia, y aunque intentase concentrarse su cabeza enseguida volvía a pensar en el enfado de Fina y Carmen: fue inevitable que se enterasen que contrató a Eladio y que eso conllevó a que se pusiera en peligro, un peligro tanto para ella como para Tasio y lo que más le dolía a Marta era que Santiago se fuera igualmente de rositas a Tenerife y siguió sin pagar por lo que le hizo a Fina, pues una paliza no evitaba que en un futuro le hiciera lo mismo a otra mujer.
Carmen le echó un buen rapapolvo, cuestionando todas sus decisiones y diciéndole como se atrevía a meter a Tasio de su problema cuando él estaba más que alejado de esa vida que una vez tuvo.
Y Fina explotó contra ella también: no solo porque para ella rompió una promesa entre las dos, y lejos de enfadarse por tomar la justicia por su propia mano, estaba más enfada y decepcionada porque no la escuchó y no tuvo en cuenta lo que le estuvo diciendo varias veces: que no hiciera nada, porque ahora todo eso la estaba exponiendo y poniendo en peligro.
Fina había sentido muchas cosas, pero no os equivoquéis: la angustia de que Marta pudiera terminar en la cárcel por no haber sido escuchada por la ley le hacía temblar las piernas y sentirse morir un poco cada día porque, como una vez le dijo a Marta en su día: si le pasaba algo ella se moría.
Marta es su vida y tenía claro que tenerla en su vida era un regalo, y el solo pensar que le pueden hacer daño y ella no podría evitarlo ni hacer nada... le rompía el corazón.
Marta estaba acostumbrada a mantener a raya sus emociones pero últimamente ya no sabía cómo hacerlo, así que sola en el despacho y con el pecho oprimido provoca que ya no pueda más y una lágrima consiga escapar y bajar por su mejilla.
Pican a la puerta y enseguida se abre sin esperar al permiso de la directora: es Pelayo, que se estaba tomando demasiadas confianzas últimamente.
—No puedes entrar sin mi permiso —dice Marta intentando sonar dura, pero también estaba en un momento bastante vulnerable y no conseguía sonar así, sino más bien débil... lo que hace sonreír con cierta socarronería al contrario.
No dice nada, solo cierra la puerta tras de sí y se acerca a la mesa, quedándose de pie delante de ella.
—Espero que hayas meditado bien con lo que te propuse ayer, Marta.
Marta suspira con pesadez y le mira con fastidio.
¿Por qué los hombres debían sentirse tan superior a ellas? ¿Con derecho a acorralarlas y sin darles opción a decir "no"?
—Te lo deje muy claro ayer, y te lo repetiré solo una vez más. —Se pone en pie para mostrar autoridad y ahora sí muestra más confianza—. No voy a casarme contigo, ¡métetelo en la cabeza de una vez!
Pelayo vuelve a sonreír con sorna, haciendo que ese remolino de impotencia y rabia volviera al estómago de Marta, pues ahora mismo veía a su hermano Jesús a través de él porque estaba actuando igual: la ponía en duda, su palabra no tenía valor y no la veía como la directora de la fábrica sino como una mujer hermosa que debía tener, ¡y ni que decir de su apellido!
Con todo el descaro y sin permiso, se sienta en una de las sillas para mirarla desde abajo pero siempre con superioridad.
—Te voy a dar la oportunidad de pensártelo dos segundos.
—Si has venido a salirte con la tuya, pierdes el tiempo. —Se sienta de mal humor, fastidiada con la actitud de ese hombre que creía que podía confiar a nivel profesional.
—Te voy a ser muy honesto —añade con una sonrisa triunfal, como si supiera que iba a ganar—. O te casa conmigo o saco a la luz que Marta de La Reina no tiene escrúpulos en contratar a un matón para darle una paliza a un pobre empleado por... simplemente, proteger a una simple empleada.
—¿Cómo? —Lo mira incrédula y con la sangre helada— ¿Qué tonterías estás hablando? —Intenta mantener la compostura y que no se notase sus nervios por haber sido descubierta, e intentar dejarlo como un mentiroso.
—Digamos que, tal como tu hermano Jesús, tengo contactos hasta en el mismísimo infierno —le responde con total calma mientras la sigue mirando con esa sonrisa victoriosa—. ¿No te ha dicho ya tu hermano que en los negocios no hay que tener reparo? —Entrelaza sus dedos por sobre la mesa para encararse a ella, viendo como Marta no le quita la mirada. Claramente está asustada y eso lo deja ver por el movimiento de su garganta— Cuando accedí a tener negocios contigo, antes tenía que cubrirme las espaldas... y dime, ¿el nombre de Eladio no te dice nada?
Marta se queda muda, notando un nudo en la garganta mientras nota como su cuerpo tiembla, sin saber ni tan siquiera como responder en lo que sus ojos están tan abiertos y el ceño tan fruncido que solo le da la razón al hombre.
—No te preocupes que no soy como Jesús... y te dejaré hasta mañana para que me des un "sí" a casarte conmigo —concluye, poniéndose de pie y, de nuevo, con todas las confianzas del mundo acerca su mano para acariciar la mejilla de la directora, quien aparta su mano al notar su incómodo contacto—. Piensa en lo bien que le irá a tu fábrica si mi apellido se une al tuyo, y ya sabes... no irías a la cárcel ni tu, ni esa empleaducha de tres al cuarto —concluye para irse con aires de grandeza, seguro de que Marta accedería a su chantaje.
Una vez la puerta se cierra, Marta explota: da varios palmetazos sobre la mesa, uno más fuerte que el anterior a medida que la ansiedad y la desesperación se apoderan de ella.
III
Fina estaba sentada en la cama. Otra noche durmiendo sola porque tras descubrir lo que hizo Marta, la mandó a dormir directa al sofá y lleva prácticamente ignorándola dos días.
Pero, ¿iba a estar enfadada para siempre? Claro que no, en realidad ayer tuvo una conversación con Carmen sobre sus parejas, donde Carmen criticaba a Marta casi como si la odiara y Fina, dolida porque sabe que Marta no es como Jesús ni como Damián y que tiene el corazón más noble del mundo, la llevó a enfrentarse a su amiga y pararle los pies: le echó en cara que Tasio también era responsable de todo es lío y que dejase de responsabilizarla solamente a ella por todo, dispuesto que no era la primera vez que Carmen culpaba a Marta con algo: primero la ruptura entre ellas que le dejó toda la responsabilidad a ella, y luego no escuchando su versión cuando Tasio puso en boca de Marta unas palabras que nunca dijo.
Y ella misma le soltó algo a Carmen que le permitió abrir los ojos, unas palabras que hoy le permitirían acercarse de nuevo a Marta:
«¡Lo hizo porque no hay justicia para las mujeres! ¡Por mí! ¿Y sabes qué, Carmen? Que si le hubieran hecho algo así a ella, ¡yo hubiera tomado la misma decisión!»
Recuerda en bucle esa frase, esa frase que sorprendió tanto a ella como a su amiga, y es ahí que se dio cuenta que en cierta manera, cuando la ley no está de tu parte y además nadie te ayuda, nadie te apoya... a veces eso te obliga a tomar ciertas decisiones que no son correctas.
Estaba decidida a hablar con Marta con calma, sin gritarle ni echarle nada en cara como alguna vez ha hecho.
Sale de la habitación e iba directa a salir al jardín para buscarla ahí, pero se encuentra que su pareja está en el comedor, con la mirada perdida y quieta como una estatua.
La observa desde la puerta, viendo lo hundida que está y lo culpable que se siente con todo lo ocurrido, y es que lleva en ese tormento desde el primer intento de agresión de Santiago, una culpabilidad que creció en cuanto la encarcelaron.
Verla rota y perdida le rompe aún más el corazón, ahora siendo ella la que se culpabiliza por permitir que Marta viviera todo eso sola.
Entra casi de manera tímida, con sus manos unidas delante de su regazo.
—Marta...
La nombrada la mira con incomodidad y mucha pero mucha culpabilidad, no pudiendo aguantarle la mirada ni un segundo, pues ya le estaba bajando la mirada. Aprieta los labios, no queriendo volver a ver su decepción, esa decepción que en cierta manera le había vuelto a la realidad.
—¿Podemos hablar?
—Claro... —responde con la voz apagada, sintiéndose pequeña una vez más.
Fina, con calma, camina hasta ella para sentarse en el sofá y sin quitarle la mirada de encima mientras que Marta no sabía dónde meterse, rehuyendo de esa mirada y ese rostro que tanto le gusta contemplar.
Se cruza de brazos a la espera de otra regañina por parte de su pareja, pero lo que se encuentra es la mano de Fina posándose sobre la de ella con cariño, lo que le provoca mirarla con dolor y culpa.
—No quiero seguir enfadada contigo... Es superior a mis fuerzas —dice ladeando la cabeza a un lado y sonriéndole con cierta gracia, buscando hacer sonreír a su rubia favorita ya que esa frase fue la que le dijo ella hace tiempo. En cambio, solo se encuentra a una Marta sonriendo con sutileza y con cierta debilidad—. Entiendo porque hiciste lo que hiciste... Ayer, hablando con Carmen entendí que si algo así te hubiera pasado a ti y la ley no me ayudase, te juro que hubiera enloquecido, ¿y quién sabe? Hubiera buscado hacer justicia por mi propia mano.
Acaricia el dorso de su mano con su pulgar y la mira con muchísimo amor y comprensión, y cuando pensaba que iba a verla sonreír y que iba a refugiarse en ella, lo que se encuentra es que sus ojos se cristalinan y en su rostro se dibuja una expresión que no le gusta nada: angustia.
—Marta... ¿qué pasa, amor? —pregunta, acercándose totalmente a ella, cortando toda distancia que había.
—No te merezco... ¡Te estoy haciendo mal! Y voy a hacerte daño de nuevo... —Rompe a llorar— ¡Es que no me lo voy a perdonar en la vida! ¡En la vida!
Fina la mira sorprendida, ¿por qué reacciona así? Entiende que se sienta culpable y eso pese en su consciencia, pero la ve demasiado angustiada y dolida. ¿Es qué hay algo más? La conoce tanto que sabe que así es, ¿pero el qué?
—Marta... ¿qué más me ocultas?
La rubia aparta la vista mientras se limpia las lágrimas con su mano libre, ¿cómo explicarle que está siendo chantajeada a casarse?
Fina busca su mirada y como Marta no para de evitarla, lleva su mano libre a su barbilla y con mucha delicadeza, hace que la mire a los ojos, mirándola muy preocupada.
—Marta, por favor... quiero que volvamos a contarnos las cosas como antes.
—Yo me he metido en este problema y debo salir sola, sin volver a involucrar a nadie. Y menos a ti, Fina...
—Si no me lo cuentas, no voy a poder entenderte. No quiero que me ocultes las cosas, ni que hagas las cosas sola... porque no lo estás, ¿acaso no me tienes a mí? —pregunta acariciando su mejilla y, de paso, limpiar una de sus lágrimas.
La ojiazul la mira como si fuera su ángel de la guarda, la luz entre tanta oscuridad que lleva demasiados días envolviéndola, su pilar, su toma a tierra: el amor de su vida.
—Pelayo... me ha chantajeado. O me caso con él para favorecer ambas empresas, o nos mete a las dos a la cárcel... A ti por tu sexualidad y a mí por contratar a Eladio y permitir que le dieran una paliza a ese- —Se muerde los labios, controlando ese enfado con Santiago que nunca en su vida se irá. Simplemente, se guarda el arsenal de insultos contra ese ser despreciable.
Fina se queda boquiabierta. ¿Ha escuchado bien?
Igual que Marta sintió un remolino de rabia en su estómago cuando Fina le contó sobre el intento de violación, ahora ese remolino lo estaba sintiendo Fina.
¿Cómo se atreve ese desgraciado amenazar a su Marta? ¿Cómo se atreve esa basura el intentar quitársela?
Pero por encima de esa rabia, su instinto de protegerla y consolarla gana: tira de ella para que en esta ocasión fuera Marta la que se cobijara en su pecho, la que se aferrase a ella y llorase todo lo que necesitase en lo que ella la cubre con sus brazos, abrazándola lo más fuerte que puede.
Apoya su mentón sobre su cabeza, mirando a la nada mientras su ceño va frunciéndose poco a poco.
No puede evitar recordar la vuelta de Jaime y como se creyó dueño y señor de Marta, un dueño que no le importaba que Marta no quisiera tener intimidad y ni tan siquiera negarse ir a cenar con él. ¿Y ahora tenía que volver a vivir lo mismo?
La vuelta de Jaime se va difuminando y va apareciendo lo que nunca creyó imaginarse: ver a Marta casarse con otro hombre, verla otra vez desde lejos, verla besarse con otro, ver como la abrazan, ver como se tendría que ir a vivir con él, ver como de nuevo vuelve a quedar en segundo plano... ¡y eso no lo iba a permitir!
No iba a permitir que Marta volviera a la cárcel llamada matrimonio y a cumplir el papel de esposa perfecta, porque aunque la vuelta de Jaime fue dura y desagradable, el doctor fue, al final de todo, el que más apoyó su amor. Y sabía que con ese empresario de tres al cuarto no sería así.
—No te vas a casar, Marta. No volveré a ver como te encarcelas otra vez.
—Fina, o accedo o volverás a ese calabozo...
—Estoy dispuesta a ello si con ello tu puedes seguir libre —Atrapa su rostro entre sus manos, mirándola amorosamente—. Soy capaz de sacrificarme por las dos, porque te juro que tú no irás a ese infierno, ni a la cárcel ni a lo que llaman matrimonio.
—¿Y crees que yo voy a permitir que vuelvas ahí? ¡Por encima de mi cadáver, Fina! Si casándome con él puedo salvarte, que así sea... Tu-
—¡Qué no te vas a casar! —le corta enfadada, y no con ella sino con el caradura del hotelero.
—¿Y qué opción tenemos, mi amor?
—Contárselo a Damián, ¿de verdad crees que va a permitir que arruines tu vida? —Echa un vistazo al interior de la casa— ¿De verdad crees que permitirá que tiremos su dinero al comprarnos este lugar seguro? Marta, si te casas... ya no podremos volver aquí.
—Pero-
—Pero nada, Marta. Eres mi mujer ¡y de nadie más! —Se pone en pie, como si hubiera tomado una decisión— Es más, nos vamos ahora mismo a hablar con tu padre, ¡y no voy a aceptar un no por respuesta!
Marta la mira desde abajo, fascinada por la valentía de su amor, de su vida y del motivo de su existir. Su energía es contagiosa y su carácter peleón le hace sonreír con cierta timidez, mirándola con admiración.
Siente como en ese momento la ama mucho más de lo normal, ¿acaso algo así es posible?
Se aferra a sus manos y sin quitarle los ojos de encima, la rubia se pone en pie para quedar en frente de ella, perdiéndose en esos ojos marrones que tanto le gusta contemplar.
—¿Estás segura que estamos haciendo lo correcto?
—Estoy segura. —Le sonríe con un toque de coquetería. Ladea levemente la cabeza, volviendo a llevar su mano hasta su mejilla, permitiéndose que sus dedos se pierdan en la piel de su mejilla—. Porque, mi amor, nada ni nadie nos va a separar. Juntas ante todos los obstáculos.
—Juntas... —susurra Marta totalmente hechizada de amor por esa mujer tan increíble.
Mirándose con amor y con los ánimos renovados, juntan sus frentes a la vez que sus ojos se cierran.
Se permiten un momento de paz, disfrutando el amor que se profesan antes de ir a hablar con Damián y enfrentarse a un nuevo problema que, sin duda alguna, enfrentarán juntas.
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